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Las tres leyes robóticas 1. Un robot no debe dañar a un ser humano o, por su inacción, dejar que un ser humano sufra daño. 2. Un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto cuando estas órdenes están en oposición con la primera Ley. 3. Un robot debe proteger su propia existencia, hasta donde esta protección no esté en conflicto con la primera o segunda Leyes. Manual de Robótica 1 edición, año 2058

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viernes, 17 de julio de 2009

TRIANGULO -- STAR TREK/08

Triángulo
Sandra Marshak & Myrna Culbreath

Star Trek/8



Prólogo

El embajador se erguía solo ante el consejo de la Federación. El consejo sabía, sin embargo, que el recientemente nombrado embajador de Zaran no estaba nunca solo.
Él era Uno.
–Necesitaré que la Enterprise lleve a mi Unidad a Zaran –declaró el embajador.
–No hay ninguna ruta –replicó el miembro de Andor–, excepto la que los humanos llaman el sector Marie Celeste... donde todas las naves pequeñas han desaparecido.
–Sí. Por lo tanto, yo solicito la mejor nave estelar.
Un hombre se puso de pie. Era el jefe de Estado Mayor de la Flota Estelar.
–Se trata de su cuello, embajador, pero es mi nave estelar.
El embajador asintió brevemente con la cabeza.
–Yo diría que también se trata de su cuello. Es bien conocida la oposición de usted a mi misión en Zaran.
El jefe de Estado Mayor se irguió en toda su estatura, la cual se equiparaba con la del embajador.
–Es verdad –le dijo–. Le concedo a su Unidad el derecho a ser diferente, pero defiendo con mi cuello el derecho de existencia de todas las otras diversidades. Zaran impone la Unidad por la fuerza. Usted no ha dicho nada en contra de eso. Yo no envío al zagal a guardar al oso.
El embajador se encogió de hombros.
–¿Envía a una ameba para que comprenda a un hombre? Sólo una Unidad puede esperar hacerle frente a una Unidad. Pero tanto si le gusta a usted como si no, la Unidad está llegando a la galaxia. Si es por la fuerza o no, lo ignoro. El movimiento Nuevo Humano impregna ahora su propio planeta. La consciencia colectiva está surgiendo en todas partes. Nosotros somos el mañana.
–O el ayer –le contestó el jefe de Estado Mayor–. Tal vez un callejón sin salida de la evolución. Ha habido muchos. Ningún dinosaurio supo nunca que él no era una solución viable. Usted considera a los de mi pueblo como retrógrados, pero fueron esos retrógrados quienes nos llevaron a las estrellas. Y continúa siendo un anticuado afecto entre seres solidarios el que mantiene a mis naves en funcionamiento. Le daré la Enterprise, donde podrá aprender algo extraordinario a ese respecto. Luego me dirá si es el afecto o la Unidad lo que–nos mantendrá en las estrellas.
El embajador sonrió irónicamente.
–«¿No has considerado a mi siervo Job?» –citó.
En la sala se produjo un murmullo de perplejidad.
–Contexto del traductor inadecuado –protestó el andoriano.
–No tiene importancia –replicó el embajador–. No es más que un antiguo texto humano que, según se dice, da cuenta de una situación similar. El siervo de Dios, Job, era el mejor; por lo tanto, fue entregado al diablo para ponerlo a prueba. –Le hizo una reverencia al jefe de Estado Mayor–. Acepto, en los términos y condiciones habituales.
–¿Qué términos? –preguntó el tallerite.
–Que yo pueda llevarme su alma.
Los ojos del jefe de Estado Mayor se endurecieron.
–Embajador Gailbraith –replicó–, daría mi brazo derecho por comandar personalmente esa nave estelar. Dado que no puedo hacerlo, existe sólo un hombre en el que confiaría para que conservara su alma ante el mismísimo diablo.
Gailbraith le hizo una reverencia apenas perceptible.
–El capitán James T. Kirk. Desgraciadamente, el diablo no será su adversario...



1

El sistema solar se extendía ante ellos como el sueño de un viajero de las estrellas: hermoso, incólume, un regalo del universo que aguardaba a que lo desempaquetasen; o una trampa que esperaba a que la hicieran saltar...
–El sistema Cephalus –dijo el primer oficial Spock desde la terminal científica de la Enterprise– es el centro matemático del sector Marie Celeste. Tenemos que considerarlo como una trampa para naves estelares.
–Estoy de acuerdo, señor Spock –replicó Kirk–. ¿Planetas habitables?
El capitán James T. Kirk vio que la oscura cabeza y puntiagudas orejas del vulcaniano se inclinaban sobre los escáneres, y se aprovechó de la concentración de Spock para avanzar, muy cuidadosamente, desde las proximidades de las puertas del turboascensor hasta el asiento de mando.
No se trataba de que al vulcaniano fueran a pasársele por alto muchas cosas respecto a Kirk, o que alguna vez hubiese sucedido algo semejante, pero lo último que Kirk deseaba en aquel preciso momento era que Spock se diese cuenta de qué demonios le sucedía a su capitán. Fatiga, eso era todo; y algunas heridas a medio curar: costillas rotas y cosas por el estilo. Últimamente había sido golpeado un poco de más; y no estaba durmiendo demasiado, con aquellas pesadillas. En una ocasión, una de esas pesadillas había comenzado durante el día... De pronto, en ese momento, volvía a empezar...

Estaba en algún lugar en el que no se encontraba solo, en el que nunca más se hallaría solo. Había con él alguien que sabía todo lo que era o quería ser, y que era uno con él, conocido por él, también, hasta el último secreto. No quedaba nada más que ocultar o a lo que resistirse. También había otros, cada uno único, pero ahora todos parte de él. Y ahora sabía que eran una nueva forma de vida que luchaba para nacer. Y, al igual que cualquier forma de vida, tendrían que crecer, o morir...

Kirk salió repentinamente de la pesadilla, y sólo entonces se dio cuenta de que había vuelto a caer en ese peculiar estado. Se trataba de una sensación o estado momentáneos para los que en realidad no había palabras. No estaba seguro de por qué había llegado a una profundidad de anhelo semejante, tan urgente... como si hubiera tocado algún núcleo de soledad interno, desconocido. Sólo tenía la certeza de que nunca había sentido algo así, y que no quería volver a sentirlo jamás.
Y ahora se daba cuenta de que había tenido un momento de recaída en el puente.
Sabía que eso no podía ocultárselo adecuadamente al vulcaniano, que era su segundo al mando.
Sin embargo, sentía una curiosa renuencia a confesarlo.
Entonces Spock se volvió y Kirk se dio cuenta de que lo había leído como si sus rendimientos estuvieran escritos en Braille. Los oscuros ojos del vulcaniano comentaron en silencio que el humano había abierto unos cuantos paquetes sorpresa de más últimamente, y había hecho saltar demasiadas trampas.
–El cuarto planeta –comentó Spock en voz alta– está en el límite de la clase–M, pero es peligroso en extremo. Tiene un satélite grande; y uno pequeño, o una nave de un tripulante en órbita.
–¿Una nave de un tripulante aquí? –preguntó Kirk–. Eso requeriría más entrañas que cerebro.
–Un exceso que los humanos han demostrado, según lo que se sabe –replicó Spock, lleno de intención.
–Mientras que los vulcanianos, por supuesto, sólo se juegan sus testarudos cuellos por razones perfectamente lógicas.
–Por supuesto, capitán –asintió Spock con tono suave.
–Capitán –intervino Uhura antes de que Kirk pudiera continuar con un repaso vulcaniano; él captó una tensión en la voz de la mujer que lo hizo volverse a mirar a su oficial de comunicaciones. El rostro bantú de ella tenía la habitual expresión de hermosa disciplina, pero ahora con un enojo que Kirk pudo captar–. El embajador Gailbraith está solicitando un canal prioritario de comunicación con el consejo de la Federación, para protestar por este retraso y el comportamiento de usted.
Kirk se sorprendió intentando abrazarse las costillas rotas, y contuvo el gesto.
–Informe al embajador que podrá disponer del canal para comunicarse con el consejo cuando no estemos en estado de silencio subespacial. Nos encontramos en la zona de desaparición de naves que bloquea la ruta de viaje hasta Zaran, como él sabe.
–Sí, señor. –Uhura comenzó a volverse hacia su panel de instrumentos–. Señor, ¿puedo hacer una observación personal?
–Adelante.
–Señor, la tripulación no entiende al embajador Gailbraith y su grupo. Algunos de ellos han estado presionando a los nuestros para que entren a formar parte de su «Unidad»..., no parecen aceptar un «no» por respuesta. Los miembros de la tripulación están comenzando a decir: «¿Son éstos los nuevos humanos? ¿Es por ellos por lo que se supone que estamos aquí..., es eso en lo que se supone que vamos a convertirnos?».
Kirk sonrió con tristeza.
–A mí mismo se me «escapan» un poco el embajador y compañía. No sé si los de su grupo se denominarían a sí mismos Nuevos Humanos; pero sí parecen ser parte de la creciente tendencia a sumergir al individuo en una más amplia consciencia. Si ellos son el futuro, supongo que nosotros somos el pasado. Aunque no apostaría nada a que no sea lo contrario.
–Pero se dirigen a Zaran, señor..., y actúan como si fueran de camino a casa.
Kirk no sonrió esta vez. Había realizado algunos esfuerzos para considerar el punto de vista según el cual, él y los que se le asemejaban –Spock, McCoy, Uhura, la tripulación de la Enterprise y la totalidad de la Flota Estelar– eran más o menos retrógrados prehistóricos de una atrasada era de individualismo. Pero, al final, no lo había creído así.
Y esa nueva visión de los Nuevos Humanos había estado a punto de costarle las estrellas. A los Nuevos Humanos les servía de muy poco la Flota Estelar, y para vencer la creciente influencia de ellos, el almirante supremo Heihachiro Nogura había querido conservar a Kirk en la Tierra como héroe vivo y argumento viviente en favor de la Flota Estelar. Había pillado a Kirk en un momento vulnerable al final de la primera misión de cinco años, y el resultado fue los tres años que Kirk pasó en el Almirantazgo... aprendiendo que no podía vivir allí.
Si no hubiera aprovechado la crisis Vejur como oportunidad para recobrar el mando de la Enterprise, todavía se encontraría allí..., o al menos se habría encontrado hasta que la Tierra fuese destruida por Vejur. Spock, en teoría, habría abrazado la total carencia emocional de Kolinahr en la montaña de Gol.
De alguna forma, Kirk no había esperado que la filosofía de Uno le siguiera al espacio, entre las estrellas, al menos no de esa forma.
El embajador y su grupo tenían el aspecto de unos seres humanos normales con pinceladas de otras especies, pero compartían alguna forma de Unidad que él no comprendía. Kirk había aprendido a convivir con muchas diversidades, y apreciarlas.
Ésa en particular lo hacía sentir profundamente incómodo, y ahora se daba cuenta de que quizás esa incomodidad era parte de su propia curiosa fatiga. Volvió bruscamente al problema inmediato.
–La filosofía del embajador no es asunto nuestro –dijo–. Simplemente se nos ha ordenado que lo llevemos hasta Zaran.
–En algún momento –comentó Uhura en voz baja, y Kirk vio que el oficial de armamento Pavel Chekov le echaba una larga mirada.
–Uhura –declaró Kirk–, no hemos recibido ninguna orden política.
–No, señor –replicó Uhura con firmeza–, por supuesto que no.
No agregó que les habían ordenado investigar dos sistemas solares desconocidos y un misterio sin resolver de un año de antigüedad, que constituía la desaparición de naves en ruta. En todo eso había una política general, en alguna parte.
–Le transmitirá usted mi mensaje al embajador –prosiguió Kirk–. Yo le veré cuando sea conveniente.
–Sí, señor.
Kirk volvió a mirar a Spock.
–La nave exploradora –informó Spock– está acercándose para aterrizar en el cuarto planeta.
–Uhura –dijo Kirk–, haga contacto con esa exploradora. Adviértale de las condiciones extremadamente peligrosas del planeta. ¿Cómo es el mundo de ahí abajo, señor Spock?
–Creo que como la Tierra de hace un millón de años. Existen grandes extremos: calor, frío, lluvia, sequía, selvas, volcanes, predadores. Y se encuentra en un estado de gigantismo como el que pasó la Tierra. Las lecturas de formas de vida son mucho más grandes de las que uno esperaría.
–¿Cuánto más grandes? –preguntó Kirk, con la sospecha de que no quería saberlo.
Spock se encogió de hombros.
–¿Recuerda los hallazgos de la garganta de Olduvai África, a mediados del siglo veinte? Un tal doctor Leakey encontró huesos de una oveja que medía tres metros y medio hasta el hombro, con parejas de caballos de seis patas. Había predadores parecidos. También un humanoide primitivo de aproximadamente nuestro tamaño... que había muerto a una edad temprana.
Kirk sonrió; encontraba que ese tipo de problema era, en verdad, mucho más de su gusto.
–Señor Spock, es usted un bastión de fortaleza y aliento.
–Capitán –intervino Uhura–, no puedo establecer contacto con la exploradora, pero ha enviado una microrráfaga de código de alta velocidad, mientras descendía. No podemos leerla, pero reconozco el tipo. Es un código de memoria idiosincrásica utilizado por un agente autónomo de la Federación.
–¡Un agente autónomo! –Kirk se encontró ya de pie, mientras la fatiga lo abandonaba ante la perspectiva de entrar en acción–. Trace la trayectoria de descenso, señor Sulu, y transmítale las coordenadas de aterrizaje a la sala del transportador. Señor Spock, venga conmigo.
Spock lo siguió al interior del turboascensor.
–Dependencias de los huéspedes de honor –le dijo Kirk al control de voz.
–Convocaré un grupo de descenso –comenzó a decir Spock.
–Somos nosotros el grupo, señor Spock..., en cuanto haya hablado unas palabras con el embajador Gailbraith.
–El doctor McCoy especificó turnos de trabajo ligeros después de las heridas que recibió usted.
Kirk se encogió de hombros.
–Un paseo por el planeta, señor Spock. El aire me sentará bien. –Spock inició una protesta, pero él lo interrumpió–. Ahí abajo hay un agente autónomo, Spock, y esa señal era, con casi total seguridad, una petición de auxilio. Un agente autónomo no rompe el silencio de código idiosincrásico por nada inferior a la proximidad del fin de un mundo. Spock asintió con la cabeza.
–La llamada, en cualquier caso, no estaba dirigida a nosotros.
–De todas formas, vamos a bajar. Nosotros ofreceríamos ayuda a cualquier viajero solitario que se encontrase en un mundo como ése... y comprobaríamos la presencia de cualquier personaje solitario en un sector sospechoso. Si hiciéramos menos, sería sólo debido a que sabemos que se trata de un agente autónomo. Si alguien está observando...
Se detuvo cuando el turboascensor los dejó cerca del ala de los huéspedes de honor.
–Un agente autónomo. ¿Sabe una cosa, Spock? Si yo tengo algún héroe...
Había existido sólo un puñado de agentes autónomos hechos y derechos en la historia de la Flota Estelar. No respondían ante nadie, excepto el propio Anciano..., ni siquiera ante el almirante supremo Nogura, sino ante el jefe de Estado Mayor de la Flota Estelar. Él podía ostentar el poder, y lo hacía, de la paz y la guerra, la reforma y la revolución. Ningún hombre, entre un millar de millones, tenía ese tipo de mente, valor y terrible independencia.
Y la mayoría de los que habían ostentado ese rango, murieron en él.
Jóvenes.
–Los capitanes de naves estelares –señaló Spock– raras veces sobreviven a una misión de cinco años.
Kirk levantó los ojos hacia él, sobresaltado, como si el vulcaniano acabara de leerle los pensamientos.
–Eso es diferente –replicó.
Spock asintió con desapasionamiento.
–Sí. Es más difícil.
Kirk se sintió irracionalmente conmovido. Pero no estaba en condiciones de averiguar por qué. Se preparó con resolución y traspuso las dobles puertas que conducían al salón de los huéspedes de honor.



2

El gris peso de la fatiga volvió a apoderarse de Kirk. Vio al embajador y su grupo, alrededor de treinta, de pie, formando un círculo, cada uno tocando con una mano la nuca o base del cráneo del que tenía junto a sí. Llevaban túnicas blancas, cortas, ceñidas con un cinturón. Eran hombres y mujeres, predominantemente jóvenes, pero centrados en torno a una poderosa figura de autoridad: Gailbraith. Tenían los ojos cerrados, y el aura de algún tipo de contacto entre ellos resultaba casi palpable, incluso para Kirk. Podría haber sostenido con las manos aquella sensación de contacto. O tal vez ésta podría haberle sostenido a él...
Vio que su primer oficial reaccionaba ante aquello con la sensibilidad de la afinación vulcaniana con la telepatía, y la reacción de Spock fue ponerse delante de Kirk a la vez que en sus ojos ardía algo que el capitán no había visto antes.
El embajador abrió los ojos y los fijó en los de Spock; ahora Kirk sintió el poder conjunto de la Unidad dirigido hacia él. Luego percibió la lucha mental del vulcaniano contra dicho poder.
Kirk se sintió sorprendentemente descargado de energía, y de pronto se preguntó si aquello podría estar teniendo algún efecto sobre él, más allá de su propia fatiga y las heridas a medio curar. Pero si lo afectaba a él... ¿qué le haría a un telépata nato?
Kirk dio un paso y se interpuso entre el embajador y Spock. El círculo se separó, y Kirk avanzó para encararse con Gailbraith. Los ojos de los integrantes del círculo se abrieron, y algún tipo de onda transmisora se rompió. Algunos de los miembros se quedaron para observar el encuentro, y otros se alejaron.
–Embajador –comenzó Kirk–, es usted, por supuesto, muy dueño de practicar sus acostumbradas disciplinas mentales a bordo de esta nave, siempre y cuando respete los derechos de otros seres. No obstante, tenemos a bordo ciertas especies que son sensibles a las emanaciones mentales. Espero que no utilice usted su Unidad para transmitir hostilidad, odio, ni para hacer proselitismo.
El embajador se encogió de hombros. Era alto, ancho de espaldas, de porte aristocrático, con ojos grises y un rostro que parecía tallado en la roca de un peñasco. Era tal vez el último hombre que uno hubiese colocado entre los candidatos a la Unidad. Si un artista hubiese buscado un modelo de áspero individualismo, habría escogido aquella cara.
–La Unidad es nuestra vida –replicó Gailbraith–. Nosotros–el–Uno incluimos tanto el afecto como el enojo. No puede ordenársenos que no seamos Uno en todo lo que hacemos.
–En mi nave –señaló Kirk–, se limitarán ustedes a propósitos que sean compatibles con su misión diplomática, la misión de esta nave y el bienestar de su tripulación.
–En esta nave de la Federación –dijo el embajador–, no demorará usted a un embajador en el cumplimiento de sus legítimos deberes. Tanto si actúa usted según órdenes recibidas en esta demora como si lo hace por su propia iniciativa y prejuicios, someteré el asunto al propio consejo de la Federación. Usted y la fuente de sus órdenes, por alta que sea, responderán ante una comisión investigadora junto con cualquiera que lo incite... –Miró a Spock.
–Entonces responderé ante una comisión investigadora –replicó Kirk–, pero no desbaratará usted el funcionamiento de mi nave.
–Capitán –declaró el embajador–, es usted un dinosaurio. Ha quedado obsoleto. Es una especie en vías de extinción. Ya ha tenido su día, y ahora el día es nuestro. Puede ser reemplazado. Y lo será.
–¿Ah, sí? –preguntó Kirk–. ¿Cree realmente que una colectividad podría gobernar esta nave... o construirla? La Enterprise vuela por los pensamientos individuales de una mente individual, desde el primer hombre que dominó el fuego hasta el último que dominó el fuego de una nave estelar.
El embajador sonrió apenas.
–¿Está seguro, capitán? ¿Y si esa creatividad individual naciera de un inconsciente colectivo? ¿Si su propia fortaleza como comandante proviniese de una unidad única? Su tripulación es famosa por tener una afinidad no equiparada en la Flota Estelar. ¿Y si usted fuese nosotros, capitán?
Kirk negó con la cabeza.
–No lo soy. Nosotros no lo somos. Nuestro tipo de afinidad no está basado en otra cosa que una antigua palabra de seis letras. Obsoleta, pero no extinta.
–¿El afecto, capitán? Eso es una fábula..., a menos que se trate del afecto de la Unidad, del otro como uno mismo. Y si ése es el caso, entonces usted es nosotros. –Miró a Spock–. ¿O afirma usted que su nave le ha enseñado a sentir afecto incluso a un vulcaniano?
–El señor Spock es lo que es –replicó Kirk–. No un tema de discusión. Simplemente he venido a informarle de que nos detendremos, brevemente espero, mientras investigamos el centro de las desapariciones de naves estelares. Mantendremos silencio subespacial hasta que hayamos salido del sector peligroso. Hasta entonces, limitará las objeciones que tenga sobre mis actos a mí directamente, y se guardarán su hostilidad y su celo para cada uno de ustedes, individualmente.
El embajador meneó la cabeza.
–Capitán Kirk, en muchos sentidos es usted un espécimen admirable de una especie limitada. Pero tiene que aceptar sus propias limitaciones. ¿Podría una ameba entender al más simple de los animales multicelulares? ¿Le pediría a ese animal que se separara periódicamente en sus células individuales? ¿Sabría que eso iba a significar la muerte?
Durante un momento, Kirk lo miró, mientras se formulaba interiormente preguntas. El embajador y su grupo continuaban teniendo aspecto de seres individuales. La tentación que sentía era la de dar por supuesto que eran meramente eso..., tal vez con algún vínculo mental modesto. Pero ¿y si de verdad fueran una cosa viva, algo nuevo bajo el sol...? ¿Y si él fuera una ameba?
–Embajador –replicó Kirk–, estoy dispuesto a considerar la posibilidad de que haya algo de cierto en todo eso. Lo que no estoy dispuesto es a verlo impuesto por la fuerza, física o mental. Ni en Zaran, ni aquí.
Gailbraith lo miró con ojos calculadores gris acerado.
–Capitán, el primer animal multicelular tiene que haber absorbido una enorme cantidad de amebas..., limitado la libertad de éstas, violado sus derechos individuales de ameba. Sin duda que esas amebas protestaron, pero nacieron mariposas, y tigres, y hombres.
Kirk negó con la cabeza.
–Un hombre no es una ameba. El argumento del bien de la mayoría o el bien del ser superior ya ha sido presentado con anterioridad... por cada dictador.
–Un dictador no es una Unidad. Usted no lo sabrá, capitán, hasta que haya sido una Parte–Completa. –Hizo una reverencia casi imperceptible–. Se lo demostraré.
Tendió una mano hacia Kirk. El dedo índice separado de los otros tres en forma de V; no era el signo vulcaniano de los dedos emparejados, sino el de Uno, separado de la Unidad. Kirk sabía que se trataba de una invitación para que uniese su mano de la misma forma, palma con palma, y compartiera... ¿Pensamiento? ¿Sensación? ¿Unidad?
En muchas ocasiones, él no había retrocedido ante alguna forma de contacto mental: la fusión de mentes vulcaniana, ocasionalmente algún otro tipo. No estaba cerrado ante las cosas nuevas, ya que de lo contrario no estaría donde estaba. Pero sus más profundos instintos se rebelaban contra lo de ese instante... y vio en el rostro de Spock una expresión opuesta a que aceptase, casi como si fuera a moverse para intervenir. Luego el vulcaniano habló.
–Capitán –dijo Spock–, debo señalar que la exposición de usted a los efectos de un poderoso grupo mental desconocido podría requerir que yo asumiese el mando.
Kirk midió la profundidad de la reticencia de Spock por la decisión de decir aquello delante del embajador.
–El señor Spock tiene toda la razón, embajador –comentó Kirk, de inmediato–. No, gracias. Si no estuviese al mando, posiblemente podría permitirme ese lujo.
Gailbraith sonrió.
–No, capitán, no podría.
Kirk lo miró y revisó la estimación que había hecho de él. Aquel hombre tenía algo peligroso, y eso no podía ser desechado con indiferencia.
–Sea como fuera, embajador, usted y los suyos refrenarán su deseo de arrastrar a cualquier miembro de mi tripulación a una demostración de Parte–Completa de ninguna clase. Que tenga un buen día, embajador.
Kirk se volvió para marcharse. Desde el otro lado de un receptáculo hacia el que se habían marchado algunos de los miembros del grupo de Gailbraith, Kirk oyó un peculiar sonido estrangulado, no del todo un grito. Un grito de hombre.
Él y Spock avanzaron como uno solo, cargaron a través de las puertas del receptáculo...
Y vieron al señor Dobius, el taniano de más de dos metros de estatura y cabeza bifurcada –que podía darle bastante trabajo a la fuerza vulcaniana de Spock–, retenido por una muchacha esbelta.
Fue un momento antes de ver que la muchacha de túnica blanca unía su mano a la del señor Dobius con el gesto del Uno–aparte que el embajador le había ofrecido a Kirk. La otra mano de ella entró en contacto con la nuca de Dobius, y fue como si fluyera una corriente que Dobius no pudiera interrumpir. Ella estaba desplazando el dedo índice para juntarlo con la unidad de los otros dedos.
–¡No debe completar la unión! –gritó Spock.
Kirk se hallaba un poco más adelante y no pudo estar más de acuerdo. Tendió una mano para apartar de Dobius la mano de la muchacha.
Lo mismo podría haber aferrado una unión de acero. De pronto, sintió la energía que fluía a través de ella..., no era la suya propia sino la energía de una Unidad. Incluso durante el tiempo que él había pasado hablando con el embajador, la Unidad también realizaba su trabajo en aquel receptáculo.
Spock no intentó mover a la mujer, ni siquiera contando con su fuerza vulcaniana, sino que levantó a Dobius en peso y lo arrojó lejos de sí. El taniano se desplomó contra el mamparo.
Y la muchacha se volvió hacia Kirk. En un primer momento, él intentó mantenerla a distancia con suavidad. Luego, las manos de ella se cerraron sobre las sienes de él, y el capitán pudo sentir el flujo de una corriente que de alguna forma incluía al embajador y una conmocionadora revolución copernicana en la manera en que Kirk veía las cosas, como si en verdad la ameba viese que la Unidad estaba siempre en el centro de las cosas...
Las manos de Spock se cerraron sobre él y también levantaron a Kirk en peso, le apartaron y le colocaron tras el vulcaniano, tras lo cual Spock se volvió para encararse con la muchacha... y el embajador con su grupo, que se habían reunido detrás de ella.
–Ya basta, Viana –le dijo el embajador en voz baja a la muchacha–. El vulcaniano tiene sus propias disciplinas.
La joven de ojos verdes midió a Spock durante un momento, y luego inclinó levemente la cabeza.
–Es una lástima –comentó.
Detrás de Spock, Kirk sintió, atónito, que las piernas estaban fallándole. Comenzaba a desplomarse sobre la cubierta. De pronto, no fue Spock quien se movió, sino Gailbraith, que pasó junto a Spock y aferró a Kirk por el brazo con una mano. No era una forma en la que un hombre pudiera evitar que otro cayese; ni siquiera Spock la habría probado. Y sin embargo, Kirk se sintió sostenido, levantado, aguantado como por una energía viviente que le invadió a través del contacto. Luego Spock se volvió y Kirk extrajo de alguna parte la fuerza suficiente como para afirmarse sobre las piernas y erguirse, apartándose de la presa de Gailbraith. Fue como desconectarse de un sistema de soporte vital. Durante un momento, Kirk se derrumbó contra la pared. Spock se acercó, pero él le despidió con un gesto y pulsó el botón del intercomunicador.
–Con efecto inmediato –anunció–, el embajador y su grupo se recluirán en las áreas de invitados de honor. No se producirá confraternización con la tripulación de la Enterprise. Kirk fuera.
–¿Va a negarle a un embajador de la Federación la libertad en una nave de la Federación? –inquirió sorprendido Gailbraith.
Kirk se enderezó.
–He conocido embajadores de la talla de Sarek de Vulcano –replicó–. Nunca me he encontrado con uno que ordenara o consintiera la imposición de un contacto mental no deseado sobre un individuo no dispuesto a ello. Tengo intención de someter eso ante el consejo de la Federación.
El señor Dobius avanzó hasta detenerse delante de Kirk. Un taniano, decidió Kirk, tenía la obligación de no mostrarse dócil.
–Señor –dijo Dobius–, debo informarle que... yo no estaba enteramente en desacuerdo. Simplemente... creo que la expresión más acertada sería que «me involucraron en esto pasando por encima de mí», señor.
Kirk levantó la mirada hacia él.
–Señor Dobius, le involucraron en esto pasando por encima de nosotros dos..., lo que en su caso tiene que haber sido bastante más difícil. Preséntese al doctor McCoy.
–Me encuentro bien, señor.
–Ha estado en contacto mental con una forma de vida alienígena, señor Dobius. Preséntese.
–Sí, señor.
Kirk se volvió a mirar a Gailbraith.
–Mis órdenes continúan en pie. No existe ningún ser en esta nave, con la excepción del señor Spock, que pueda estar seguro si se enfrenta con la Unidad de ustedes. Pero usted se encargará de que nadie se vea obligado a intentarlo. –Le hizo un gesto de asentimiento a Spock con la cabeza–. Asegúrese de que las puertas quedan cerradas, señor Spock.
Vio que Spock avanzaba hacia el grupo del embajador como si el pacífico vulcaniano sólo desease que el embajador no retrocediera. Pero el grupo del embajador vio algo en los ojos de Spock, que los decidió a no tentar su suerte.
Retrocedieron y las puertas se cerraron ante ellos. Spock pulsó una señal de bloqueo.
Se volvió a tiempo de coger a Kirk por los hombros cuando éste se desplomaba.
Pero un instante después se enderezó contra la pared y le hizo a Spock un gesto para que se apartara.
–No se inquiete por mí, señor Spock. Todavía no soy un caso perdido del todo.
La mirada de Spock no se suavizó.
–Capitán, le recomiendo que me entregue el mando y se presente al doctor McCoy.
Kirk se apartó trabajosamente de la pared.
–En ese caso, será usted quien tenga que enfrentarse con la comisión investigadora de Gailbraith. Spock se encogió de hombros. Kirk sonrió.
–Y me apartaría de una oportunidad perfectamente maravillosa para conocer a un agente autónomo. –Ya era capaz de caminar con mayor estabilidad–. Sala de transporte, en diez minutos.
–Capitán –dijo Spock–, ha estado usted en contacto mental con un ser alienígena.
Kirk se detuvo.
–Sí, señor Spock, lo he estado. –Miró a Spock–. No es la primera vez, señor Spock. –Se volvió abruptamente.
Diez minutos.
Pudo sentir los ojos del vulcaniano clavados en su espalda.



3

EL doctor McCoy levantó la cabeza y vio que Spock entraba en la enfermería con un aire que interpretó como problemas, grandes problemas. McCoy dejó a Dobius en la mesa de diagnóstico con Chapel y le indicó a Spock con un gesto que entrara en su oficina particular.
–Dobius no ha sufrido daños físicos que podamos detectar –observó McCoy.
–¿Y daños mentales? –inquirió Spock.
McCoy se encogió de hombros.
–Dudo de que podamos detectar alguno pero, de todas formas, ¿cómo podríamos saber qué tenemos que buscar?
No se han hecho muchas investigaciones sobre las nuevas entidades de consciencia colectiva. Ellos mismos no están muy interesados en el asunto. O tal vez lo sepan por sus propios medios sin necesidad de investigación. Y nosotros, los «individuales», no sabemos ni por dónde empezar. –Doctor –dijo Spock–, será mejor que lo averigüe. El capitán acaba de tener contacto mental con una consciencia colectiva o forma de vida múltiple de ese tipo. Ahora sospecho que podría haber estado bajo alguna clase de presión mental incluso desde antes.
–¿Qué? –preguntó McCoy.
–Doctor, es inútil intentar ocultarme el estado de salud del capitán. Acaba de derrumbarse delante de mí.
McCoy cogió su maletín médico.
–¿Delante de usted, precisamente? Entonces es peor de lo que yo pensaba.
Spock lo detuvo.
–Todavía no. ¿Qué tiene?
McCoy se encaró ahora directamente con el vulcaniano.
–Spock, no lo sé. Estrés, por supuesto. Puede matarse a cualquier cosa por el sistema de ponerla a punto de luchar o echar a correr con demasiada frecuencia. Incluso a un capitán de nave estelar. Pero eso no parece explicar plenamente su estado. No hay duda de que recibió golpes últimamente, en unas cuantas misiones, pero siempre se ha recuperado. Ahora... –El médico sacudió la cabeza.
Spock se irguió.
–Doctor, usted y yo lo hemos visto con heridas peores y bajo una tensión mayor. Nunca lo vimos atascado. Le sugiero que considere lo que le he señalado. Un efecto alienígena.
–Pero maldición, Spock –estalló McCoy–, ¿con qué propósito? Y si los responsables fuesen Gailbraith y su grupo... ¿qué podríamos hacer nosotros?
–Doctor –replicó Spock–, no existe en toda la galaxia personaje público que más se resista a los Nuevos Humanos y otras filosofías y modos de vida colectivos que un capitán de nave estelar..., especialmente este capitán de nave estelar, que ahora es conocido en la galaxia inmediata. ¿Qué sucedería si el capitán James T. Kirk se convirtiera en un Nuevo Humano?
McCoy lo miró con incredulidad.
–Nunca sucederá, Spock. Él, no.
–Leonard –declaró Spock con tono grave–, sus propios escudos mentales naturales han sido erosionados por el necesario contacto mental mantenido con alienígenas a lo largo de los años, incluido yo. Una o dos veces se ha puesto en contacto mental conmigo de manera espontánea. Recientemente, algo ha bajado aún más esos escudos. Es posible que se trate de un efecto acumulativo. Y posiblemente ahora se trata de un asalto mental por parte del grupo de Gailbraith. A menos que levante mis escudos, puedo percibir ahora el dolor del capitán. Un inmenso cansancio..., una resistencia ante alguna presión a la que no puede darle nombre..., un deseo de algo que no puede conseguir...
Spock apartó la cara. Durante un momento permaneció de pie con las manos cogidas a la espalda. Luego miró nuevamente a McCoy.
–No tiene forma de conocer el hambre de unidad que puede existir en alguien cuyo aislado yo ha comenzado a saborearla, sólo para ser nuevamente apartado de ella.
McCoy lo miró fijamente, pero Spock estaba avanzando hacia la puerta.
–Le sugiero que perpetre uno de sus famosos engaños, doctor. «Amáñese» una invitación para el grupo de descenso del capitán.
McCoy cogió el maletín médico y salió disparado tras Spock. Intentó equiparar los largos pasos del vulcaniano en el pasillo.
–Maldición, Spock. No puede dejarme en vilo con eso. ¿Está usted diciéndome que los contactos establecidos por usted con Jim, entre otras cosas, podrían haberlo dejado en estado de vulnerabilidad ante la absorción de él por parte de una colectividad?
–Creo que eso es lo que acabo de decir.
–No me lo creo, Spock. Él es el último hombre de la galaxia...
–Doctor, él es el primero. Siempre lo ha sido. Si no ha explorado tanto el espacio interno, es porque las estrellas estaban a sus pies. Ya ha visto extraños mundos nuevos. Ha perdido más de lo que la mayoría de los hombres han intentado tener nunca: ha perdido amores, ha perdido amigos, ha perdido enemigos. Ha probado frutas prohibidas. Y ha vuelto a salir al Edén, en más de una ocasión. ¿Qué sucedería si, una vez, no lo hiciese?
Spock entró entonces, sin una sola palabra más, en la sala del transportador.



4

Kirk comenzó a encaminarse hacia su camarote, y luego cambió de opinión. Era el primer lugar en que Spock, o McCoy, irían a buscarlo; y en ese momento tenía necesidad de estar solo.
Además, si se detenía, se sentaba o se tendía no estaba seguro de cómo iba a ponerse nuevamente en movimiento. Quedaban unos diez minutos antes de que la exploradora descendiera en las coordenadas de que disponían.
–Piscina uno –le dijo al turboascensor, tomando una decisión repentina.
Momentos más tarde el turboascensor lo dejó en el pequeño recinto de piscina/gimnasio Uno; por consentimiento común, aunque no por reglamento, normalmente era utilizado por la oficialidad, y en ocasiones por los huéspedes de honor. Pero ahora estaría cerrada para el grupo de Gailbraith, por el bloqueo activado por Spock. El bloqueo era utilizado de vez en cuando para aislar las dependencias de los huéspedes de honor como sala de cuarentena o de confinamiento para una forma de vida alienígena enemiga.
Eso, pensó Kirk, era con toda probabilidad lo que tenían a bordo...
El área de la piscina estaba vacía.
Entró en la ducha sónica y dejó que su transportador le disolviera la ropa y activara el programa de reanimación, que virtualmente estaba garantizado para resucitar un muerto. Mientras lo hacía, le puso una grabación Alfa–hipo que le aseguró vocal y subliminalmente que se sentía bien, mejor que antes, mejor que mejor.
Mentía.
El programa de natación y el dispositivo transportador le ataviaron servicialmente con un pantalón corto de baño ajustado y le envolvieron en una toalla. Él salió y se entregó al agua. Nadó perezosamente de espaldas, haciendo poco más que flotar, pero eso le relajaría algunos de los nudos musculares. Dios sabía cómo había podido verse tan profundamente afectado por aquel momentáneo contacto con la Unidad, pero incluso en ese momento se sentía vacío, asolado, irremisiblemente solo...
De pronto, su cuerpo se convulsionó en un calambre tan poderoso que no podía respirar ni moverse. Se dobló en forma de bola y se encontró con el rostro dentro del agua. Los brazos y piernas fueron acometidos por un espasmo. Contuvo la respiración y realizó desesperados esfuerzos para salir a la superficie, al borde de la piscina. Pero sabía que no estaba consiguiéndolo.
¿Qué decían siempre sobre no nadar nunca en solitario? Maldito idiota. «Capitán de la Flota Estelar se ahoga en una bañera... »
Alguien que formara parte de una Unidad no moriría de aquella forma. Tal vez envió alguna clase de llamada. No llegó a estar seguro de ello...

Había contenido la respiración hasta el punto de perder el conocimiento.
Desde algún profundo lugar de consciencia sintió que una poderosa fuerza lo cogía y subía a la superficie, lo movía con largos empujones hacia el borde de la piscina y lo sacaba con un brazo fuera de la misma.
Entonces comenzó a relajarse. Sólo había una fuerza de ese tipo en la Enterprise, y él estaba a salvo en sus manos.
Sintió que le insuflaban aire al interior de los pulmones y que unas manos fuertes comenzaban a aflojarle los calambres. Luego sus pulmones lucharon para respirar y encontraron su propio ritmo, y las manos se concentraron solamente en hacer que se relajaran los músculos contraídos de todo su cuerpo.
Lo más extraño fue que sintió una especie de curiosa calidez que manaba por las manos, como si estuvieran canalizando directamente a su interior una sobreabundancia de vitalidad.
Spock siempre aparecía con un conejo nuevo que sacaba de su chistera vulcaniana...
La calidez subió por el cuerpo de Kirk hasta su rostro, sus sienes, y él sintió un flujo de energía que le tranquilizaba y aliviaba, una invitación, una bienvenida, un final de la soledad, una perspectiva ilimitada, como si mirase a través de un enorme ojo compuesto, sobre incontables visiones separadas de estrellas y rostros, paisajes y lugares distantes... y en algún lugar dentro de aquello, una mente, asombrosamente poderosa, que tenía un plan para la galaxia.
No podía ver el plan, pero era complejo y sutil, basado en observaciones realizadas, inferencias hechas, brillantes saltos de lógica especulativa y predicción. De alguna forma vio una imagen del esquema del mismo, una gran batalla de tres vértices, en la que él y los suyos se hallaban en un ángulo y otras dos grandes fuerzas opuestas ocupaban los otros dos. Cada una de las fuerzas oponentes era una Unidad, la primera controlada por el planificador al que conocía. Eso no le resultaba extraño. Era un plan brillante que le sobrepasaba; y de alguna forma lo esperaba.
Lo que no había esperado era el seductor atractivo de esa fusión. Sería tan fácil dejarse ir, aceptar, convertirse en una mente con un millar de ojos... Sí, y un millar de cuerpos, vueltos los unos hacia los otros, compartiendo sensaciones y sensualidad, sin perderse nada... excepto, tal vez, alguna singularidad de ameba.
Durante un largo momento pareció sencillo, natural, una dirección de crecimiento, y avanzó lentamente para mirar a través de uno de los pares de ojos, una faceta del gran ojo compuesto perteneciente a la nueva criatura.
Se encontró mirando hacia abajo, su propio rostro.
Tenía el semblante pálido y ojeroso. Unas manos de largos dedos lo sostenían y le transmitían un urgente flujo de fuerza vital. Durante un momento también pudo mirar incluso a través de la mente que había detrás de aquellos ojos, que medía los contornos de su cara, el estado de su ser, la testarudez de su resistencia, lo vulnerable de su soledad...
Kirk volvió a arrancarse entonces y luchó ferozmente por recobrar su propia consciencia individual, luchó a través de niveles y capas, y por fin abrió sus propios ojos.
Era Gailbraith quien estaba arrodillado junto a él.
Resultaba claro que el embajador se había negado a quedarse tras las puertas bloqueadas. Y que se había despojado de la blanca túnica y la dignidad de embajador para salvar la vida de su adversario.
Los ojos grises miraban a Kirk con absorto interés, como si estudiasen las líneas de su cara. Las manos continuaban masajeándole los músculos de los brazos, inyectando un flujo de calidez a través de ellos.
Procedente de no sabía dónde, como si fuese una onda transmisora, Kirk sintió el fluir de un vasto depósito de energía vital del que el hombre podía alimentarse a voluntad.
–Gracias –dijo Kirk cuando pudo hablar–. Eso será suficiente.
Una de las manos se desplazó diestramente para distender un nudo de su cuello, y luego se detuvo.
–Es usted bienvenido –declaró Gailbraith.
–Un poco demasiado bienvenido, posiblemente.
Comprendía demasiado bien que si el hombre pretendía reclamar en ese momento su recompensa y aprovechar la ventaja que tenía, con toda probabilidad no habría fuerza mediante la cual Kirk pudiera resistirle. Y en su interior había un enemigo que tal vez incluso lo deseara. ¿Era aquélla la forma en la que sería iniciado en la Unidad?
–Embajador –comenzó Kirk en voz baja–. Gracias por haberme salvado la vida. Soy persona inclinada a pagar mis deudas. Pero el pago que supongo que usted quiere... no está en mis manos otorgárselo.
–¿En las manos de quién está?
Kirk se limitó a negar con la cabeza.
–Digamos que... en las de una obligación anterior... para con mi nave, mi tripulación, mis amigos.
–¿Su amigo vulcaniano?
–A él solo le debo la vida, docenas de veces. Aunque no hubiese nada más, por eso no podría hacerlo.
Gailbraith hizo un breve gesto de asentimiento.
–Y sin embargo, tienen que permanecer encerrados en jaulas separadas. O así lo cree usted. Excepto en esos momentos en los que la llamada del deber los ha obligado a compartir mutuamente sus mentes. Capitán, usted contempla mi Unidad con desconfianza, disgusto. ¿Le han resultado desagradables esos momentos de Unidad?
–No.
–¿O se lo ha resultado el momento que acaba de experimentar?
Durante un instante, Kirk se quedó callado.
–No –replicó–, pero yo no lo escogí, y no lo escojo ahora.
–Lo hará.
–Embajador, no me tomo a bien que se me invada por la fuerza. Es concebible que usted pueda hacerme formar parte de su Unidad sin mi consentimiento, si yo estuviese lo bastante débil. No se lo aconsejo. Yo le destruiría.
Gailbraith sonrió.
–Ese pensamiento me ha pasado por la cabeza.
–Percibí... un plan. Un plan que se extendía por toda la galaxia. ¿Es suyo?
–Capitán –le respondió Gailbraith–, ésta es la era de mutación de la Unidad. Yo–el–Múltiple no soy el único Uno. Yo tengo un plan. Sé de al menos otra Unidad que planea, a la larga, a escala galáctica.
–¿Quién? –preguntó Kirk–. 0... ¿qué?
–¿Suponía usted que los humanos conquistadores de Zaran llevaron consigo sólo la tecnología física de los antiguos imperios totalitarios de la Tierra? No. También llevaron consigo la tecnología psíquica que primero se investigó allí. Y con ambas cosas conquistaron a una antigua especie de gran poder que nunca había sido derrotada. Los nativos de Zaran tenían un poder de Unidad, raro pero muy fuerte. Ahora está siendo utilizada por los despiadados. Llegará el momento, capitán, y dentro de no mucho tiempo, en que usted tendrá que escoger entre mi Unidad y la de ellos.
Kirk luchó para sentarse y Gailbraith lo levantó con una mano de acero.
–Embajador –dijo Kirk–, he descubierto que cuando se me ofrece la alternativa del mal menor, continúa siendo un mal.
Se levantó por sus propios medios y permaneció de pie, oscilando.
–Mi vida ha vuelto. Gailbraith sonrió.
–He realizado un estudio de lo que necesita para su vida, capitán. Es bastante más de lo que usted mismo ha hecho.
Es muy probable que en este viaje vaya a encontrar lo que no sabía que necesitaba... tal vez incluso en el planeta de ahí abajo, donde espera que yo no sepa a quién va a ver. Lo sé. Y también sé lo que necesita ese alguien. Por esta razón, usted representará el guión que yo le he escrito. No tiene forma de escapar. Pero disfrutaré del proceso de ver cómo lo intenta.
–¿Por qué yo? –preguntó Kirk.
Los ojos grises parecieron inspeccionarlo hasta el alma.
–Hay muchas razones obvias, capitán. Usted es el epítome de su clase, el mejor de sus congéneres, la esperanza de los individuales de todas partes. Usted es el primer blanco de los del otro bando. –Le dedicó una sonrisa bastante rara–. Ninguna de ésas es mi principal razón.
–¿Cuál es?
Los ojos grises lo atravesaron.
–Tal vez me recuerda usted a alguien. ¿Supone que yo me convertí en una Unidad sin haber antes luchado contra ella virtualmente hasta la muerte?
Kirk lo miró con mucha atención.
–No lo había meditado. Pero continúa sin decir que ésa sea su razón.
–¿Lo ha advertido?
–Embajador, me excusará usted. Me están esperando.
–Sí –replicó Gailbraith, y por primera vez los grises ojos parecieron reír–. Así es.
Kirk dio media vuelta pero las piernas le fallaron. Se encontró con Gailbraith que lo sostenía por una mano. Luego, la otra mano del hombre le tocó una sien.
En el momento se sintió mucho mejor. Se alejó sin mirar atrás, se detuvo en la ducha sónica para programar ropas, y se marchó para asistir a su cita con Spock. Tenía la sensación de que había algo importante que tenía que recordar. No podía, en aquel momento, pensar qué...



5

McCoy vio que Spock renunciaba a una infructuosa búsqueda de Kirk. De pronto se dio cuenta de que nunca había visto –bueno, desde hacía muchos años– que Spock buscase infructuosamente a Kirk. A menos que alguna interferencia externa hubiese cortado la «onda transmisora» de la empatía que aparentemente existía entre ambos...
De pronto se dio cuenta de que también le faltaba algo del propio Spock. McCoy siempre había afirmado tener tanta sensibilidad telepática como una patata. Aquélla era una tapadera muy buena; e incluso podía ser verdad, dado que las plantas se marchitaban cuando uno dirigía pensamientos hostiles hacia ellas, y viceversa. Pero durante años había sido consciente de que se beneficiaba de la presencia del vulcaniano. Después de lo cual, por supuesto, lo transformaba en un motivo para ponerse de punta. Pero fuera lo que fuese aquello que lo beneficiaba, ahora estaba inactivo.
–Spock –comentó–, no está usted aquí. Y no puede encontrarlo. ¿Ha cerrado usted... la barraca... para evitar que él sienta algo?
Spock se volvió y la mirada de sus ojos fue repentinamente salvaje.
–¿Quiere dejar de entrometerse en mis asuntos personales, doctor?
Dio media vuelta y salió a grandes zancadas de la sala del transportador, dejando atrás a McCoy, que le siguió los pasos con todos sus timbres de alarma disparados.
Se encontraron con Kirk en la puerta y la traspusieron sin comentarios, aunque McCoy vio que Kirk le lanzaba a Spock una mirada de «más tarde hablaremos» por haber llevado consigo a McCoy. El vulcaniano pareció indiferente, pero inspeccionó a Kirk de cerca, y resultó obvio que no le gustaba lo que veía. Personalmente, McCoy pensó que Kirk presentaba mejor aspecto del que tenían derecho de esperar. Debía de haber realizado algún proceso de disciplina mental por su cuenta y borrado la mayor parte de la debilidad y la fatiga. No se sobrevivía como capitán de una nave estelar sin tener una selección muy buena de técnicas mental–corporales y rutinas alfa–hipno. Pero McCoy conocía la mente y el cuerpo de ese hombre mejor que los suyos propios... y les ponía mucha más atención. Vio el estrés subyacente tal vez más acusado que nunca.
Y notaba un nuevo aire absorto que no le gustó.
Sacó el atomizador hipodérmico.
–Ahora, no, Bones. –Kirk le apartó con un gesto.
–¿Quién es aquí el médico? –refunfuñó McCoy, y continuó preparando el atomizador.
–¿Quién es el capitán? –le disparó Kirk–. Señor Spock,
¿existe alguna posibilidad de que usted haya asumido ambos cargos?
–Ninguno de los dos –replicó Spock con rigidez. Luego pareció realizar un tremendo esfuerzo para aprovechar la ocasión–. Sin embargo, creo que el doctor McCoy me ha elogiado por mi destreza para cuidar enfermos.
–Sin duda –comentó Kirk–. Los dos forman una buena pareja.
McCoy se pegó a uno de los brazos del capitán y accionó el atomizador hipodérmico contra el mismo. Mega–vitaminas y estimulantes suaves, además de un normalizador de neurotransmisores. No se atrevía a más. Si Spock estaba en lo cierto, un estrés mayor llevaría al capitán más allá del límite. Y deseó haber tenido un normalizador para Spock. Vio que Kirk miraba al vulcaniano y no le gustó mucho cómo lo miraba. Pero todavía se sentía irritado por el hecho de que Spock hubiese arrastrado a McCoy a aquel descenso.
–Yo no recuerdo haberlo invitado, Bones –protestó el capitán.
–Los rumores –replicó McCoy– dicen que va a bajar usted tras un agente autónomo. Yo nunca he conocido a uno. ¿Le importa si lo acompaño?
Kirk suspiró con su aire de que no se le escapaba nada.
–Tal vez sí necesite una enfermera.
–Hizo a McCoy un gesto en dirección al transportador.
Pero las puertas exteriores se abrieron y por ellas entró un ordenanza de comunicaciones.
–Una transmisión reservada en código de mando, capitán.
–Gracias, ordenanza. Puede retirarse.
El ordenanza giró sobre sus talones y salió. Kirk rompió el sello y leyó el breve mensaje. McCoy vio que en su rostro aparecía la sorpresa, y luego una especie de conmoción.
Levantó los ojos hacia Spock y McCoy.
–Será mejor que oigan esto. «Con efecto inmediato, la Enterprise ha de ponerse a disposición del agente autónomo 7–10.» Está firmado por el jefe de Estado Mayor.
–Pero eso sería conferirle al agente autónomo la máxima autoridad sobre la nave –comentó McCoy.
Kirk tenía la mandíbula apretada.
–Exactamente, Bones.
–Tiene que haber una crisis de mil demonios –dijo McCoy–, o el Anciano no le habría puesto a usted en esa posición.
–Últimamente hemos tenido algunas situaciones difíciles. ¿Y si alguien hubiese comenzado a imaginar que yo estoy acabado?
–Tonterías, Jim. Ellos le conocen.
–Spock me conoce... y fue directamente a buscar al médico para que nos acompañara.
–Capitán... –comenzó Spock.
–No importa, Spock. Ya ha dejado clara su opinión. Que con toda probabilidad es correcta. Para su información, caballeros, últimamente he tenido pesadillas estando despierto, en las que yo, o alguien que podría haber sido yo, era arrastrado a la Unidad. Vámonos.
Un miembro de seguridad entró con el equipo que Kirk, sin duda, había solicitado. Biocinturones con pesadas pistolas fásicas. McCoy advirtió que había tres juegos. Tal vez le habían invitado, después de todo. Kirk sabía condenadamente bien que le necesitaba en aquel momento, si le estaba sucediendo lo que decía... y no sólo como médico.
Kirk lo miró con una expresión en la que había un deje de su antigua travesura; ello lo hizo sentirse incalculablemente mejor. A pesar del estrés y las tensiones, Kirk todavía no era un hombre a punto de desmoronarse.
–Programen las pistolas fásicas en potencia máxima para desmayar, y los biocinturones en tres –les dijo Kirk.
McCoy alzó una ceja.
–Eso no afectará a nadie, excepto algunos animales bastante grandes, ¿verdad? ¿Qué hay ahí abajo?
–Estamos a punto de averiguarlo. Activación.

6


Supuestamente, los biocinturones debían proporcionarle a uno ojos en la parte posterior de la cabeza..., así como en el cuello y otras partes de la anatomía. Los sensores direccionales proyectaban sus lecturas biológicas directamente sobre los nervios y la piel.
El grupo fue transportado a un calvero de una selva, donde los sistemas de alerta biológica eran obviamente la primera necesidad para sobrevivir. Pero los biocinturones se dispararon de inmediato con un clamor tal que los tres hombres tenían ojos en cada centímetro de la piel. Los circuitos neurodérmicos, que hacían que la piel se contrajese en la dirección por la que se aproximaba un animal, se volvieron locos.
La superficie del planeta era una sopa biológica... llena de vida, hirviente de actividad, y que olía a peligro.
McCoy vio que un animal se escabullía entre las altas hierbas con la timidez de un ratón. Se sentó y frunció la nariz en dirección a él. Era del tamaño de un perro mediano.
–Si los ratones son así... no tendremos que preocuparnos por los tigres y los snarths –refunfuñó McCoy–. Los gatitos podrían llevársenos.
Como si fuera una respuesta, se oyó un rugido bajo que sonaba como el de un tigre de dientes de sable, por triplicado.
–En esta forma de gigantismo –observó Spock, desapasionadamente–, los predadores podrían no ser tan exageradamente grandes como los herbívoros.
–Bueno, eso sí que es un consuelo –rezongó McCoy.
Enormes sombras y misteriosos ruidos sordos justo al otro lado del denso borde del calvero.
McCoy captó un atisbo de unos ojos gatunos horizontales, amarillos verdosos. Muy grandes. Algunos de los árboles parecían interconectados, con múltiples troncos y ramas entrelazadas.
–Reduzcan la programación de los biocinturones a seis –ordenó Kirk.
Se volvieron para inspeccionar la maltratada nave exploradora que estaba posada en el calvero. Había tenido días mejores, y alguien había disparado recientemente contra ella. Pero lo que parecían ser reparaciones provisionales realizadas en el espacio, la conservaron de una pieza.
Spock la sondeó con su tricorder.
–No hay nadie a bordo, capitán. Las medidas de control de los daños son ingeniosas y eficaces.
–¿Y dónde está ese supuesto agente autónomo? –preguntó McCoy–. Eso siempre y cuando la fauna local no lo haya invitado a comer, como plato principal.
Notó que comenzaba a preocuparse. Aquél era un sitio infernal para perder a un agente autónomo de la Federación.
–Instalando un perímetro de alarma, posiblemente –especuló Kirk.
–No –replicó una voz desde más arriba y detrás de ellos, y McCoy sintió que la nuca se le estremecía de pronto... a causa del biocinturón, o porque los cortos pelos de esa zona se le erizaban.
Los tres se volvieron en un solo movimiento, y levantaron los ojos para confirmar lo asombroso de aquella voz.
La mujer se desenredó de la ancha rama de uno de los árboles unidos que se extendía casi hasta encima de las cabezas de los tres. Se puso de pie y pasó a una rama más fina sin esforzarse ni pensarlo; tenía algún tipo de arma sostenida sobre ellos tres. Parecía un espiral de luz que jugaba entre sus manos... como si pudiese ser una cuerda, una espada, una lanza. Y en aquellas manos era mortal.
Aparte de eso, pensó McCoy, posiblemente era una mujer magnífica. No estaba seguro de a qué especie pertenecía.
Era humanoide, sin duda. Incluso parecía, a todos los efectos prácticos, humana. Sin embargo, había un destello casi feroz en sus ojos leonados. La melena a juego crecía aparentemente hasta un largo natural que ella se limitaba a echarse hacia atrás. Se movía por las ramas con una curiosa seguridad, como si perteneciera a alguna especie cazadora que se encontrara tan cómoda allí como McCoy en tierra firme.
No obstante, poseía un sorprendente contraste de absoluta civilización y cultura espacial. Llevaba botas blandas y un traje ajustado de color cobrizo que parecía fundido del propio metal, cortado en líneas de elegante sencillez que sugerían que a ella la moda le resultaba indiferente, si bien no el diseño. Pero más que eso, la mujer tenía un aura que a McCoy le produjo la impresión de que no era el de ninguna otra mujer que hubiese visto, de ninguna especie. Cabía dentro de lo posible que una parte de eso se debiera simplemente al hecho de que sabía que era una agente autónoma de la Federación, y de lo que eso tenía que costar y presuponer. Pero además, había en ella una seguridad que él había visto en pocos hombres, pocos seres de cualquier sexo o especie..., algo de la seguridad de roca de Spock, pero con un destello de humor en los leonados ojos que se parecía más a la risueña naturalidad de Kirk. Ella los miró como si el ver fuese un placer, como si los viera completamente y sin miedo, no meramente la apariencia que tenían, sino lo que eran.
Y el resultado neto de la valoración que realizó fue un placer que iluminó el calvero como una mañana.
McCoy supuso que era hermosa. Estaba demasiado ocupado en mirarla como para ver. Aquélla no parecía ser la cuestión importante.
Intentó, con un éxito modesto, no sorprenderse meramente de que un agente autónomo fuese mujer.
Pero esa sorpresa continuaba presente. Esa mujer estaría haciendo el trabajo más duro de la galaxia conocida: infiltrándose sola entre los enemigos, poniéndose físicamente en peligro y, peor aún, enfrentándose con el riesgo moral de las decisiones que un agente autónomo tomaba respecto a la suerte de los mundos.
En general, McCoy podría haber escogido a una mujer, si tuviera que elegir a alguien para ese trabajo..., pero a pesar de eso habría querido matar unos cuantos dragones por ella. Vio en el rostro de Kirk una expresión que le sugirió que tendría compañía en esa opinión.
Pero la agente autónoma parecía perfectamente preparada para hacerlo ella misma, con o sin el espiral de energía que jugaba en su mano como algo vivo, unido a un proyector de pulsera.
Sus ojos carecían de miedo, pero más allá del placer personal que había destellado en el rostro de la mujer durante un momento, algo profesional sopesaba a los tres hombres, como si fuese necesario tomar una decisión. De pronto, McCoy olió problemas.
–Hemos acudido a ofrecerle ayuda –declaró Kirk–. Yo soy el capitán...
–Ya sé quién es usted, capitán Kirk –lo interrumpió ella–; o al menos quién era.
–¿Era? –preguntó Kirk, perplejo–. Perdóneme, pero quizás ha estado usted fuera de contacto. Permítame presentarle a mi primer oficial...
–También conozco al señor Spock. Suponiendo que todavía sea Spock. Y conozco al doctor McCoy, por su reputación.
McCoy le hizo una breve reverencia. Raras veces había oído que un toque de caballerosidad sureña hiciese daño.
–Me temo que lleva ventaja sobre mí, señora.
–Así es.
–Ella no le sonrió.
–Lleva ventaja sobre todos nosotros –observó Kirk–, si conoce alguna razón por la que podríamos no ser nosotros mismos.
Ella asintió seriamente con la cabeza.
–Sí, tengo también esa ventaja... Capitán, en este sector, cuarenta y tres naves conocidas de muchas especies, incluidas tripulaciones de la Federación, han abandonado las pautas y los propósitos de toda una vida. No estoy completamente segura del porqué, ni tampoco de en qué se convirtieron; pero sé que se convirtieron en alguien diferente; o... en otra cosa.
–¿Conoce usted, entonces, la suerte corrida por las naves que desaparecieron? –le preguntó Kirk.
–En parte. –Ella cortó la pregunta que él no llegó a formularle–. Aquí, no. Si ustedes lo saben porque ya les ha sucedido, no tiene sentido hablar del asunto. En caso contrario, no hay tiempo.
Ella se balanceó para bajar del árbol, cayó suavemente desde una altura dos veces superior a la estatura de ellos y aterrizó sin esfuerzo.
Kirk la miró en ese momento y descubrió que ella tenía que levantar los ojos hacia él. De pronto, a McCoy le pareció que era bastante pequeña y demasiado vulnerable para llevar a cabo el trabajo que tenía que realizar.
–¿Cómo va a averiguarlo? –le preguntó Kirk–. Y, en consecuencia, ¿cómo lo averiguaremos nosotros? Si algo puede cambiar a la tripulación y al capitán de una nave estelar, puede cambiar a cualquiera. ¿Qué prueba tenemos nosotros de que usted es quien dice, o lo que dice ser?
Ella negó con la cabeza.
–Ninguna, capitán, por ninguna de las dos partes. Podría señalarle que sólo me tienen a mí para agradecer el conocimiento de que el problema existe. Pero ustedes ya saben que hay un misterio en el sector; yo podría habérselo contado para que bajaran la guardia.
Kirk asintió con la cabeza.
–Bueno, antes de ahora nos hemos enfrentado con problemas de identidad y autenticidad. Siempre queda la fusión mental vulcaniana.
Los ojos leonados aprobaron el pensamiento pero lo rechazaron.
–Como lo que ustedes creen que soy, no podría consentir en una fusión mental aunque lo quisiera. Como lo que soy, no consentiré en ello.
–¿Y qué es usted? –le preguntó Kirk.
–Preferiría decirle mi nombre. Yo soy...
Por primera vez, el vulcaniano habló... como si las palabras le hubiesen sido arrancadas del interior.
–Sola Thane.
Kirk se volvió a mirar a Spock.
–Sola Thane –repitió Kirk–, desaparecida hace años. Spock asintió con la cabeza.
–Precisamente.



7

Kirk se volvió hacia la mujer, y McCoy vio algo nuevo en la forma de mirarla... como si toda la fatiga lo hubiera abandonado y algo acabara de encajar en su lugar en el universo.
–Por supuesto –comentó Kirk con el tono del que descubre una ley de la naturaleza.
–¿Por supuesto? –protestó McCoy–. ¿Spock salta a una conclusión que está a unos cuantos años luz de distancia... y a usted le parece obvio? La «lógica» vulcaniana debe de ser contagiosa en estos tiempos.
El aire de Spock dio la sensación de que por una vez podría tener la gracia de sentirse violento.
–La inferencia era algo remota, pero obligatoria, doctor.
La mujer sonrió.
–Ya lo creo. Estaría interesada en oír esa lógica, señor Spock.
Spock la miró con una expresión que McCoy no pudo descifrar.
–He realizado algunos estudios de su historial.
Kirk se volvió para realizar su propio estudio del vulcaniano.
–Sola Thane –continuó Spock– fue, entre otras cosas, la primera no vulcaniana que participó con distinción en una prueba mental vulcaniana que requería un alto orden de sofisticación filosófica y lógica pura.
–Supongo que eso pertenece a su departamento, señor Spock –comentó Kirk–. También sirvió con bastante distinción en la Flota Estelar... incluyendo la salvación por su parte de una nave en el incidente « Endurance ».
–Se volvió a mirar a la mujer con ojos casi acusadores–. Si el señor Spock está en lo cierto..., y tengo la seguridad de que así es..., usted estaba designada para comandar una nave estelar... cuando dimitió y desapareció.
Ella miró a Kirk a los ojos.
–Observo que ha llevado a cabo algunos estudios, capitán Kirk. Al igual que yo sobre usted.
–¿Por qué renunció usted a una nave estelar? –insistió Kirk.
–Había un asunto que tenía que solucionar. Eso requería regresar a mis propias raíces.
–No había ningún dato respecto a su planeta de origen –comentó Spock.
–No.
–Era Zaran –declaró Spock de forma categórica.
No era una pregunta, pero Sola Thane asintió con la cabeza.
–Los dos somos híbridos, señor Spock. Compartimos el planeta de su madre, que es el mundo de mi padre.
–Eso lo explica –murmuró McCoy. Había estado intentando identificar el aspecto de ella, su especie. Era medio humana y tenía un aspecto casi completamente humano. Pero su otra mitad no era más humana que la herencia vulcaniana de Spock... y sin duda contenía para ellos, como humanos, la misma cantidad de sorpresas y trampas. La especie nativa de Zaran era poco conocida. Se suponía que había sido una especie cazadora que ahora estaba sometida a algún tipo de opresión por parte de los humanos que huyeron de la Tierra al derrumbarse los antiguos imperios totalitarios. McCoy creyó recordar un par de notas médicas sobre la especie aborigen de Zaran. No había esperado encontrarse con un espécimen allí–. Las mujeres de su raza –comentó McCoy–, ¿no tenían algún papel especial en la caza?
–Doctor McCoy, ellas eran las cazadoras. –Miró a McCoy durante un momento pero no siguió adelante–. Capitán, tenemos poco tiempo. He estado emitiendo una señal que podría desalentar a algunos predadores, pero su actividad está terminando. Propongo que aplacemos la conversación hasta llegar a la Enterprise. Si algún efecto misterioso le ha afectado, ha hecho su trabajo tan concienzudamente que yo no consigo detectar la diferencia. Y si me hubiese afectado a mí, creo que estarían perdidos en cualquier caso. Solicito un transporte rápido. Millones de vidas y la supervivencia de mi especie en Zaran dependen de ello.
Kirk la miró atentamente durante un largo instante.
–¿Lo único que solicita es un transporte rápido?
–El resto tengo que hacerlo yo sola.
Kirk sacó el mensaje en código de mando del jefe de Estado Mayor, y se lo entregó sin hacer comentarios. Como agente autónomo, ella podría leerlo. Ella, o un capitán de nave estelar. Nadie más.
Pero los leonados ojos leyeron algo más que el mensaje.
–Ya veo –comentó–. Su nave estelar ha sido puesta a mi disposición. No he permanecido completamente fuera de contacto. Capitán Kirk, se ha convertido usted en una leyenda. Es la leyenda de una nave que funciona sobre la lealtad a un solo hombre, y de un primer oficial que sirve sólo a ese hombre. Solicito su nave para mis propósitos, pero la solicito con su leyenda de funcionamiento intacta.
Kirk inclinó apenas la cabeza.
–Mi impulso habría sido el de cooperar plenamente con un agente autónomo. El asunto no fue dejado a mi impulso o juicio.
Ella asintió con la cabeza y pareció llegar a una decisión.
–Capitán, si fuera usted menos de lo que es, no le diría por qué el jefe de Estado Mayor me ha otorgado esta autoridad. Su capacidad de juicio no es cuestionada; pero usted no puede conocer mi misión, y esa misión no sólo está relacionada con mi especie, sino con el destino de la Flota Estelar; e, incidentalmente, con el destino del propio Anciano. Es posible que esté incluso relacionada con el destino de la vida inteligente de la galaxia. Mi autoridad no se extiende hasta el punto de decirle a usted cómo está conectada con todo eso.
Kirk permaneció en silencio durante unos instantes.
–Le agradezco que me haya contado esa parte. Debo advertirle que no trabajo bien... a ciegas.
Ella asintió con la cabeza.
–Tampoco yo. Pero no puedo ayudarle más. –Ella le tendió la tarjeta del mensaje–. Sin embargo, acordemos esforzarnos para no llegar al punto que me obligue a utilizar esto para vencer su resistencia.
Por primera vez, Kirk le dedicó una leve sonrisa, un poco torcida.
–Advierto que no está diciendo que no lo hará.
–No.
Los ojos de él aceptaron el desafío.
–De acuerdo. Es una advertencia justa.
Los ojos de ella rieron.
–No. No lo es. Pero tal vez usted no tenga que llegar a averiguar todas las cosas sobre las que debería haberle advertido.
Kirk sonrió con expresión peligrosa.
–En ese caso, tampoco yo la pondré sobre aviso.
McCoy suspiró, y si le hubiese puesto letra a esa música, habría sido: «Ya estamos otra vez».
Se volvió en busca de una expresión de paciente tolerancia en la cara de Spock... y no la halló. La expresión que tenía no pudo interpretarla, o no quiso creerla. Tampoco, según sospechaba el médico, podía creerla el propio vulcaniano. Ni siquiera se trataba del aire prehistórico que McCoy había observado cuando la regresión de Spock al pasado de las antiguas cavernas de hielo de Sarpeidon había permitido al vulcaniano desear a Zarabeth. Era mucho peor que eso, y McCoy tuvo la repentina sensación de que se trataba de algo más peligroso.
Lo que tenía delante no era la euforia de las esporas, ni el efecto de algún virus. Se parecía muchísimo a Spock, con pleno control de sí mismo, golpeado por algún efecto que él mismo jamás había experimentado ante una mujer.
McCoy miró a Kirk y supo que todos tenían problemas. Ni siquiera era el «ya estamos otra vez». Se trataba de una expresión que McCoy no había visto desde que Kirk había encontrado –y perdido– a Edith Keeler; y quizá ni siquiera entonces. Edith había conjurado al futuro del pasado en el que nació pero al que jamás perteneció. Pero la mujer que tenía delante estaba en su hogar, en el presente de ellos, y en las estrellas... haciendo un trabajo que se equiparaba al peligro, la envergadura, el riesgo moral a que estaba sometido un capitán de nave estelar. ¿Cómo podía Kirk no reaccionar ante eso, siendo como era? Y, que Dios los ayudara a todos, ¿cómo era que McCoy nunca se había dado cuenta de que tenía que llegar un momento en el que dos hombres que virtualmente se habían convertido en uno soloserín uno también en esto?
Vio que Kirk se volvía hacia Spock, veía la expresión del vulcaniano, comenzaba a descartarla como si estuviese convencido de haberla interpretado erróneamente, volvía a mirarle y se daba cuenta de que su interpretación era exacta.
–¿Spock? –dijo Kirk, casi involuntariamente.
Spock se sobrepuso de manera visible.
–Nada, capitán.
Kirk no le creyó pero se dio cuenta de que Spock deseaba con todas sus fuerzas regresar a su coraza vulcaniana.
–Muy bien, señor Spock.
Sin embargo la mujer también lo había percibido.
–Señor Spock –comentó–, también usted se ha convertido en una leyenda... en Vulcano y a través de las estrellas. Hace mucho que conozco esa leyenda y la he seguido con interés, y con el deseo de comentar uno o dos puntos de filosofía y lógica con usted. No obstante, ahora me gustaría saber qué le impulsó a estudiar mi expediente.
Spock le dirigió ahora una mirada pétrea, pero no intentó negarlo.
–En la leyenda sobre usted... su comportamiento parecía... lógico. Eso no es... corriente.
–¿En mi sexo? –inquirió ella.
–En su especie. Al menos..., no en la que compartimos ambos.
Ella se echó a reír ante esa afirmación, una risa entre dientes, baja.
–¿Y dice que usted encontró lógico mi comportamiento, señor Spock? Estoy tremendamente interesada en su opinión. –Sí –dijo Spock–. Pero usted parecía disfrutar de ello. Ella volvió a reír.
–Ahí está el punto de filosofía del que quería hablar con usted.
–Aquí, no –dijo Spock–. Me he permitido distraerme de manera ilógica. No deberíamos haber permanecido aquí.
–Ahora podemos marcharnos –asintió Sola. Se volvió a mirar su pequeña nave–. Transpórtenla. Voy a necesitar la exploradora.
Pero entonces McCoy la vio volverse sobre sí, al tiempo que se agachaba, incluso antes de que el biocinturón de él le enviara una señal de advertencia..., como si ella tuviera los sentidos incorporados en la piel.
Un animal saltó desde el flanco de la nave exploradora que lo ocultaba.
No se parecía a ningún animal de la Tierra, pero la primera mezcla de impresiones que le llegó a McCoy fue de algo así como un perro–lobo dientes de sable..., tan alto como un hombre, y más rápido.
Saltó a la garganta de Sola Thane...



8

Spock vio cómo el espiral de luz que aparecía como un destello en la mano de Sola Thane se envolvía en la garganta del animal, reduciéndolo a la inconsciencia y haciéndolo caer a los pies de ella.
Spock tenía la pistola fásica en la mano, pero no había sido lo bastante rápido como para disparar antes de que ella atacase.
–Hay una jauría –explicó ella con tanta calma como la que podría mostrar un vulcaniano.
Pero Spock y Kirk ya estaban avanzando, como si siguieran un guión coreográfico, para colocarse a ambos lados de ella y cubrirle las espaldas. McCoy se movió rápidamente para formar un cuadrado completo.
–Transporte –dijo Spock, tendiendo la mano hacia su comunicador; pero el calvero se llenó de animales. Eran más rápidos que los snarth y podían cubrir un centenar de metros mientras un cazador lo pensaba.
Sin embargo el espiral de luz de Sola Thane estaba allí para salirles al paso; su punta volaba de uno a otro mediante alguna dinámica de destreza que Spock no comprendía, pero se veía obligado a encomiar como una habilidad de lucha igual a cualquiera que hubiese visto. No veía ningún miedo en ella, sino meramente una atenta concentración..., algo superior a la suya propia de aquel momento.
Se concentró en dejar animales fuera de combate. Y en mantener un ojo sobre Kirk. El humano no estaba a la altura de su forma habitual, y aquella repentina tensión podía agotarlo, hacer que realizase un movimiento erróneo. Spock se dio cuenta de que estaba confiándole a Sola una parte de la tarea de guardarle las espaldas a Kirk, como si pudiera fiarse tanto de la lógica de ella como de su compromiso. Sin embargo, a pesar de que la lógica de ella y su espiral de luz fueron utilizados impecablemente, no resultó suficiente. El ímpetu llevaba a las enormes bestias, incluso estando inconscientes, a estrellarse contra los pies del grupo, e incluso a atravesarlos.
Spock apartó a Kirk del camino de uno de ellos, Sola desvió a otro. Un tercero rebotó contra un hombro de McCoy y lo hizo tambalear, semiinconsciente, hasta que Sola lo cogió y le hizo recobrar el equilibrio.
Kirk luchaba y los esquivaba con casi toda su agilidad habitual, pero Spock sabía que el humano estaba quemando sus últimas reservas de energía y no podría mantener ese ritmo.
Spock cogió el comunicador, que le fue arrebatado de la mano por un animal que chocó contra ella. Fue un impacto que habría roto los huesos humanos. Spock perdió el equilibrio. Todavía estaba rodando tras la caída, cuando dos animales salieron de detrás de la exploradora que los ocultaba, y saltaron hacia la garganta de Kirk.
Sola derribó a uno en medio del aire, aunque el otro había pasado de largo, camino del cuello de Kirk. Kirk tenía un brazo en alto, y los dientes del animal se cerraron sobre éste, no sobre su garganta. Pero un peso dos veces superior al del capitán se arrojó sobre el brazo y lo golpeó, a gran velocidad, derribándolo. Cayó pesadamente al suelo y perdió el conocimiento.
El espiral de luz de Sola se enroscó en torno al cuello del animal, dejándolo fuera de combate y apartándolo; Spock le disparó un rayo fásico para desmayarlo cuando estuvo lejos de Kirk.
Sin embargo, Kirk no se movió y Spock vio la palidez de cera característica del shock en el rostro del humano. El vulcaniano hincó una rodilla en tierra y su mano izquierda rodeó el brazo para hacer un torniquete que detuviera la hemorragia. Disparaba por encima del cuerpo mientras los animales continuaban avanzando.
Sola se abrió paso luchando en dirección a Spock, paso a paso, hasta encontrarse junto a él. Bajó la mano que tenía libre para tocarle una sien, y él sintió el flujo de alguna clase de contacto mental que le resultaba extraño, algo que le dio la impresión de haber nacido en las selvas y de ancestros aún más feroces que su propia especie vulcaniana. Atravesó los escudos que había levantado, y él supo que minaría sus defensas, tal vez de manera fatal; pero sentía que el propósito de ella era salvar a Kirk, y no podía negarse.
Entonces el contacto mental pareció extraer una fuerza amplificadora de él, y fluir al exterior, a través de ella, en una especie de enorme y terrible advertencia mental..., el grito de caza psiónico de la más formidable especie de su planeta.
Spock vio que los animales que cargaban contra ellos se detenían o daban media vuelta, confundidos y, en algún nebuloso rincón de sus rudimentarios cerebros, aterrorizados.
Uno se estrelló contra McCoy, otra vez, en el último segundo; Spock vio que el médico recibía un nuevo golpe en el hombro ya dañado, y caía.
–La exploradora –ordenó Sola en tono de mando, y Spock no discutió con ella. A la Enterprise le llevaría más tiempo del que tenían oírlos y transportarlos.
Recogió a Kirk con un brazo y no se sorprendió al ver que Sola rodeaba a McCoy con uno de los suyos y lo llevaba a peso hacia la doble puerta de la nave exploradora.
Los animales estaban perdiendo el terror y comenzaban a avanzar. Las dobles puertas de la nave se abrieron ante la voz de Sola Thane; ella metió a McCoy en el interior y se volvió para cubrir a Spock mientras subía con Kirk. La mujer derribó a un animal cuando saltaba tras el vulcaniano. Las puertas se cerraron en el hocico de otra enorme bestia, y luego retrocedieron como las puertas de seguridad de un turboascensor, amenazando con dejarla entrar. Sola disparó la última carga de su arma a la cara de la bestia, que cayó hacia atrás. Por fin, las puertas se cerraron.
La pequeña nave comenzó a sacudirse a causa del impacto de los animales que continuaban arrojándose contra ella presas de la furia. Por regla general, no deberían causar daños, pero Spock tenía dudas respecto a las reparaciones recientes.
Sola se inclinó velozmente para comprobar el estado de McCoy, y se apropió de su maletín médico.
–El doctor está inconsciente. Tiene un brazo dislocado pero no corre peligro –declaró. Se volvió hacia Kirk, y pasó con precisión sobre él el escáner médico de McCoy.
–Ha estado sufriendo de heridas anteriores y estrés acumulado –comentó Spock con voz inexpresiva–, y creo que una Unidad ha estado realizando persistentes esfuerzos para absorberlo, con cierto éxito momentáneo. Se encuentra en grave peligro.
Ella leyó los resultados en el escáner, y Spock vio que su rostro, bajo la complexión leonada, se volvía blanco. Eso le dijo todo lo que necesitaba saber sobre ellos dos.
–Señor Spock –dijo ella–, supongo que puede usted pilotar esta antigualla. Yo he recibido algo de entrenamiento médico como agente autónomo.
Spock se limitó a asentir con la cabeza. Si el aparato volaba, él podía pilotarlo. Un agente autónomo tenía los mismos conocimientos médicos que un profesional. A un gesto de ella, dejó a Kirk a su cuidado, depositándolo sobre una estrecha litera, mientras Sola se arrodillaba junto a la misma y sustituía la presión de la mano de Spock por la suya propia.
Spock se enderezó y contempló durante un instante el rostro blanco como la cera de Kirk, pero lo que vio fue el contorno de un largo vacío, como si lo último de aquel color de vida y aquella presencia se agotaran.
Se encaminó a la parte delantera; sus ojos y manos leyeron metódicamente los controles de la obsoleta nave exploradora del tipo de las pertenecientes a la Flota Estelar, posiblemente una de las naves pequeñas de la Federación, desaparecidas en el sector Marie Celeste. Podría haberla pilotado a ciegas... lo cual era virtualmente el caso en que se hallaba. Ya no intentaba ocultarse a sí mismo que el asalto mental de la Unidad, y sus infructuosos esfuerzos de proteger a Kirk del mismo habían erosionado sus propias defensas contra lo que más temía. Y la mujer había completado su perdición. Sintió un oscuro impulso de rebelión contra su destino, el destino que ella había sellado. Pero, por otra parte, tal vez ya había ido demasiado lejos como para salvarse. No tenía adónde ir ni nadie a quien recurrir. Vulcano estaba a semanas de distancia a máxima velocidad hiperespacial. Los seres humanos eran excesivamente frágiles, incluso en el caso de que él quisiera, o pudiese...
Spock encendió los motores de impulso y elevó lentamente la nave del suelo del calvero, no tan preocupado por las reparaciones de emergencia como por la vida de Kirk, que pendía de un hilo que podía romperse si se lo sometía a cualquier aceleración o tensión repentina.
Spock pilotaba la nave como si su cargamento fuese infinitamente frágil e infinitamente precioso.
Vio que sus manos estaban aferradas a los controles hasta ponerse blancas; Spock de Vulcano supo que sus disciplinas no emocionales estaban finalmente desmoronándose por completo, y que ésa era su sentencia de muerte.



9

La consciencia de Kirk parecía flotar en alguna parte por encima de su cuerpo, como si él pudiese mirar hacia abajo y ver las manos veloces y competentes que le vendaban el brazo herido, accionaban el atomizador hipodérmico contra la piel, luego volvían a aplicar presión directa cuando ni siquiera el vendaje detenía totalmente la hemorragia.
Todo aquello parecía no tener nada que ver con él.
Se sentía tremendamente lejano a todo ello, indiferente.
Se le ocurrió con bastante tranquilidad que aquello encajaba con la descripción de la experiencia de la muerte. Una parte de él se rebelaba, pero incluso esa rebelión continuaba siendo remota, y él supo que no le estaba apartando la fuerza vital que le hubiese dado, que le había dado en muchas ocasiones. En una ocasión de más, posiblemente.
–Los colmillos del animal han inyectado un veneno sistémico –dijo la voz de mujer–. Le he dado todo lo que podía contra el veneno y el shock, pero en el estado de debilidad en que se encuentra... podría matarlo.
–Nosotros le hemos matado –declaró la voz de SpockLas emociones le han matado. Conocíamos el peligro. Nos quedamos ahí hablando como niños. No me eximo a mí mismo. Menos que nadie a mí mismo.
–Ni a mí –dijo ella, sin evadirse del tono acusador.
–Sí. –El vulcaniano hablaba con un tono de ferocidad apenas contenida.
–No resulta lógico ignorar lo que es real, señor Spock. Incluyendo las emociones. Pero es cierto que yo erré los cálculos gravemente.
–¿Cómo?
–Yo había pensado que todavía estaba usted encerrado en sus pautas vulcanianas.
–Espero que aún lo esté. Y que él no muera.
–Es demasiado tarde para usted, señor Spock. Si él vive, usted tendrá que reconocer lo que significa para usted que yo exista.
–No puede significar nada –replicó él con aspereza–. No si él muere. Y tampoco si vive. En cualquiera de los dos casos, yo soy hombre muer... –La voz del vulcaniano se interrumpió–. Soy... un vulcaniano –se corrigió, pero Kirk aún creía haber oído que la voz del vulcaniano decía: «Soy hombre muerto».
Kirk se sintió bruscamente atraído de regreso al interior de su cuerpo, como si su alma estuviese sujeta a un hilo. En una ocasión, en Vulcano, cuando Spock creyó que Kirk estaba muerto, Kirk se enteró de que Spock respondió a la frase de despedida de T'Pau, «Larga y próspera vida, Spock», con un «No tendré ninguna de las dos cosas, porque he matado a mi capitán, y a mi amigo». Ese conocimiento había sacado a Kirk de situaciones difíciles en una o dos ocasiones. Pero ¿qué podía querer decir ahora el vulcaniano... con eso de que estaba muerto aunque Kirk viviese? ¿Algo que tenía que ver con Sola? Desde alguna perspectiva extraña, Kirk podía mirar hacia abajo y ver cómo las manos de Spock se ponían blancas sobre los controles. Pero el rostro del vulcaniano estaba ojeroso y ligeramente ruborizado, como si tuviera una fiebre.
–Él no morirá, Spock –le aseguró Sola–. Y.. tampoco usted.
–¿Con qué cuenta para salvarlo? –preguntó Spock¿Con que la ha visto? ¿Con que... la ama?
–En parte –replicó ella–. Pero, principalmente, con que él supo que usted me había visto. No creo que eso se le escapara. Ni que vaya a dejarlo ahora. Se levantaría de entre los muertos si fuese necesario. Lo que podría ser...
Se inclinó sobre Kirk y le tomó el rostro entre las manos.
–No le doy permiso para marcharse. Ninguno de los que estamos aquí le damos permiso.
Él ya sabía que no podía marcharse. Por las manos blancas que se aferraban a los controles, si no por otra cosa, no podía partir. Pero sí que había algo más: las manos que le sujetaban el rostro, y un universo que aún podía regalarle una sorpresa semejante...
Se había sentido cansado un momento. Eso era todo.
Tuvo una cierta sensación de ímpetu, y una vez más su consciencia pareció encontrarse en casa dentro del cuerpo. Ahora sentía dolor, pero también percibía el contacto de las manos de Sola como si una corriente fluyera a través de ellas.
Él abrió los ojos y la miró a la cara. Sólo pudo conservar el conocimiento durante un momento, pero advirtió que ella sabía que había regresado, y desde cuán lejos.
Luego se deslizó a un desmayo corriente, pero desde algún lugar creyó oír que Sola decía:
–Vivirá, Spock. Y usted no tendrá ninguna excusa para no enfrentarse con lo que yo soy.
–Lo que usted es... le pertenece a él.
–Spock, yo soy la única no vulcaniana que puede saber por qué hará falta algo más que palabras para salvarlo a usted. Hay sólo un acto que lo conseguirá.
Spock habló entonces con un tono asesino.
–¡No se atreva a compadecerme!
–Nunca, Spock. Pero tampoco a usted le doy permiso para partir.
Espasmódicamente, Kirk trató de moverse, mientras en su cabeza se disparaban timbres de alarma. Siempre era erróneo pensar en el vulcaniano como si fuese un ser humano. No lo era. ¿Qué mortal vulcanismo conocían Sola y Spock del que Kirk no estaba enterado? ¿Algo que se había disparado a causa de lo que Spock no podía negar que había sentido por Sola? ¿Y algo que Spock no podía obtener porque la consideraba como perteneciente a Kirk...?
Repentinamente, Kirk se dio cuenta de que había visto antes ese aspecto tenso y afiebrado en Spock; hacía mucho tiempo, en Vulcano. Era el pon farr..., la época del deseo sexual, una locura que a Spock le infundía pavor y esperaba que no le llegase.
Kirk luchó para recobrar la consciencia, pero no pudo conseguirlo. ¿Sabría ella qué tenía que hacer...?


McCoy se agitó y abrió los ojos. Su propio dolor era cegador, pero se sujetó el brazo dislocado contra un costado y avanzó trabajosamente hasta donde Sola se encontraba atendiendo a Kirk. Leyó la programación que ella había introducido en el atomizador hipodérmico y la miró con un nuevo respeto profesional. Pero cuando el médico pasó el escáner por encima de Kirk, frunció el entrecejo.
–Está pendiente de un hilo –le dijo a Sola con un susurro. Pero Spock lo oyó. McCoy vio la expresión del rostro del vulcaniano y deseó haber mantenido la boca cerrada.
Al cabo de un momento, Spock estaba enviando señales a la Enterprise e igualando la velocidad de ambas naves para entrar en el hangar de aterrizaje.
–Todo el equipo médico al hangar de aterrizaje –ordenó Spock–. El estado del capitán es crítico.
Poco después se encontraban en el interior; la cubierta de aterrizaje había sido presurizada en torno a ellos. En el momento en que acabó el proceso de presurización, Chapel, M'Benga y un equipo médico avanzaron en grupo hacia la nave exploradora con camillas anuladoras de la gravedad.
Pero Spock se apartó de los controles sin decir una palabra y cogió a Kirk en sus brazos. Sola se lo entregó sin comentarios, pero mantuvo la presión de la mano que todavía detenía la hemorragia.
McCoy pensó que la expresión de los ojos de Spock advertía de algún peligroso estado vulcaniano. Spock sacó a Kirk al hangar de aterrizaje y cruzó por entre el grupo médico sin detenerse.
McCoy hizo una señal para que apartasen las camillas. Era más rápido, incluso más fácil, utilizar la fuerza del vulcaniano y trasladar a Kirk directamente a la enfermería. Y había algo que decir respecto a ser trasladado por una presencia viva en lugar de por una camilla antigravedad. Especialmente si se trataba del vulcaniano, que había sacado a su capitán en brazos de más de un campo de batalla. Esa presencia y el contacto de la mano de Sola podrían muy bien retener a Kirk, dondequiera que estuviese, en un punto del que pudiera regresar.
Chapel inspeccionó el bamboleante brazo derecho de McCoy mientras avanzaban hacia el turboascensor. –¿Qué cree que está haciendo, paseándose por ahí con eso, doctor? –le preguntó ella. McCoy sacudió la cabeza.
–Ésa es la menor de mis preocupaciones.
En el turboascensor, Chapel llenó de neoprocaína la articulación de McCoy y el dolor disminuyó. Pero McCoy no iba a tomarse el tiempo necesario para que le colocaran el brazo dislocado en su lugar.
Estaban llegando a la enfermería. Spock depositó a Kirk con cuidado sobre la mesa principal de diagnóstico. Las lecturas de señales vitales eran espantosamente bajas. A una señal de McCoy, M'Benga trajo un intravenoso instantáneo para reemplazar la sangre al capitán. Chapel avanzó con una pinza de presión para reemplazar la ejercida por Sola.
Sola tuvo que forzar sus dedos a soltarse, y lo hizo sin poner atención. McCoy tendió su mano sana y cogió la izquierda.
–Espasmo muscular –declaró–. Tiene que haber estado apretándole el brazo como si la vida de usted dependiera de ello.
Ella levantó los ojos con calma y asintió con la cabeza.
–Así es, doctor.
El vulcaniano permanecía de pie, sin expresión, contemplando a Kirk.
Luego Sola se volvió hacia Kirk, y mientras Chapel y McCoy comprobaban las lecturas, la zarana, en apariencia, llevaba a cabo sus propias evaluaciones..., o tal vez tratamiento. Descansó una mano sobre la frente de Kirk, sobre sus sienes, sobre el brazo herido.
Fue Chapel quien señaló que donde Sola lo tocaba, se producía actividad eléctrica que registraban algunos de los instrumentos.
–Como los antiguos modelos Kirlian –le comentó Chapel a McCoy–, que, según se decía, mostraban los resultados de la curación psíquica.
–¿Qué es usted? –le preguntó McCoy a Sola.
–Una mujer de mi especie –replicó ella–. Por desgracia, una que no está unida, y por lo tanto con poderes erráticos. Pero esto debería serle de alguna ayuda.
–¿Curación psíquica?
Sola negó con la cabeza.
–No precisamente. Se trata de una técnica psiónica para transferir energía vital.
Luego se colocó ante la cabeza de Kirk, y le apoyó las manos en las sienes, y McCoy casi pudo ver la energía vital que manaba de ella y entraba en Kirk. El médico no veía ningún mal en ello. Nadie podía hacer mucho mal al capitán en aquel momento. Las señales vitales anunciaban que Kirk estaba muriendo.
Luego, incluso los instrumentos comenzaron a manifestar su acuerdo. La pantalla de la computadora mostró un flujo de calidez, energía, circulación. McCoy vio que los ojos de Christine Chapel estaban clavados en las lecturas de la computadora.
–Los signos vitales aumentan, doctor –comentó. McCoy vio en el rostro de Spock que su control vulcania no estaba casi completamente erosionado.
–Su estado es todavía crítico, Spock –le dijo McCoy–, pero ella está dándole una oportunidad.
–¿Todavía crítico? –inquirió Spock. Recorrió con los ojos los signos vitales–. Hay –concedió– una mejoría visible.
McCoy asintió con la cabeza.
–Estoy diciendo que todavía se encuentra en estado dudoso. El estrés acumulado... y una clase de veneno bastante virulento. Pero usted lo conoce, Spock. Él luchará.
–¿Con qué, doctor? –preguntó Spock con lo que sonaba como amargura–. ¿Cuántas veces?
Sola se balanceó y McCoy se dio cuenta de que tenía el semblante consumido. Avanzó hacia ella.
–Tiene que detenerse ahora mismo –le dijo.
Pero ella negó con la cabeza de forma casi imperceptible y continuó, poniéndose repentinamente blanca como el yeso. Entonces Spock se colocó detrás de ella y le apoyó una mano sobre un hombro y otra en la melena de cabellos leonados, mientras los largos dedos del vulcaniano buscaban puntos de contacto conocidos por su propia tecnología psiónica.
–Déjela continuar –le pidió. Pareció realizar un esfuerzo titánico, y McCoy tuvo la repentina sensación de que era a expensas de las últimas reservas o controles mentales.
McCoy inició una protesta, pero se produjo un nuevo afluir de energía vital al interior de Kirk, como si ella pudiese extraerla del vulcaniano y pasársela al capitán.
Spock tenía que haber adivinado que funcionaría, y así era.
Continuaron hasta que Spock también se puso pálido por el agotamiento; McCoy temió por el vulcaniano, en quien todos tendían a pensar como indestructible. No lo era, corno muy bien lo sabía el médico, y no ignoraba que Spock agotaría hasta la última gota de energía vital en aquella tarea.
Pero los signos vitales de Kirk comenzaron a alcanzar el límite inferior normal; su cara tenía incluso un toque de color. Por indicación de McCoy, Chapel le había administrado a Kirk otro poderoso desintoxicante contra el veneno, y sellado el brazo sangrante. Eso tendría que ser suficiente.
McCoy avanzó y cogió una de las manos de Sola que estaba en contacto con una sien de Kirk. Él mismo casi pudo sentir el flujo de algo..., un estremecimiento en su mano.
–Ya es suficiente. Déjelo ya.
Lentamente, ella abrió los ojos y los fijó en McCoy.
–Ya ha hecho el trabajo –le aseguró él–. Déjelo antes de que me encuentre con dos pacientes más.
Ella comenzó a volver la cabeza para mirar a Spock, pero el movimiento forzó un equilibrio precariamente mantenido, y ella se balanceó. Spock la sostuvo y le apartó él mismo las manos de la cabeza de Kirk.
Finalmente, ella cedió.
Pasado un momento, ella se irguió y equilibró su propio peso, tras lo cual se volvió para encararse con el vulcaniano.
–Gracias, señor Spock.
Spock sacudió la cabeza.
–Era necesario. –Él continuaba mirándola con ojos pétreos.
–Spock –protestó McCoy–, ella le ha salvado la vida con casi total seguridad.
Spock le dirigió una mirada fría.
–Ella fue la causa de que él se pusiera en peligro. Como Yo mismo.
–Esos seres lupinos excesivamente crecidos fueron la causa de que estuviese en peligro, Spock –declaró McCoy con impaciencia–. Por no mencionar unos cuantos tipos de infiernos diferentes por los que él ha pasado en los últimos tiempos. ¿Y qué ha hecho ella... o usted? ¿Tardar algunos segundos en enfrentarse a lo inaudito?
–Con emociones, doctor. Las mías –replicó Spock.
De forma repentina, McCoy sintió que se disparaban todas sus alarmas médicas. Cuando los platonianos habían torturado y humillado a Kirk, Spock había admitido abiertamente sus emociones por primera vez, pero sólo para insistir en que «Usted tiene que expresar sus emociones... y yo debo dominar las mías». A lo largo de los años, tal vez Spock había perdido esa batalla en algunas circunstancias cruciales, pero jamás se había rendido.
Pero ahora, ¿qué tipo de vulcanismo podía dispararse si Spock no conseguía dominar ni negar lo que McCoy había visto en el calvero? ¿Y qué se suponía que iba a hacer Spock si también había visto lo que sentía Kirk? Justo cuando uno creía haber descifrado a Spock, se abría una trampa debajo de los pies de todos... rápida, y probablemente letal.
–Señor Spock, quiero examinarle –declaró McCoy.
–Doctor –le espetó el vulcaniano–, no va a imponerme ahora su rango médico. No sufro ningún mal que pueda usted detectar ni corregir.
–¿Sufre acaso algún mal que usted sí pueda detectar o corregir? –exigió saber McCoy.
–Médicos –replicó Spock–, curaos a vosotros mismos. Yo tengo un deber que cumplir. –Giró sobre sus talones y se encaminó hacia el intercomunicador–. Puente, mantengan órbita de observación. Suponemos un intento de ocultar trampa de naves estelares. Mantengan la seguridad incrementada en la nave. Spock fuera.
McCoy estaba a punto de comenzar otra vez cuando sintió que Sola le tomaba el hombro dañado. El dolor había vuelto. Antes de que él pudiese protestar contra un agotamiento aún mayor de la energía de ella, Sola le deslizó una mano debajo de la axila y, con un movimiento rápido de fuerza y precisión, deslizó el hueso nuevamente en su articulación correspondiente. Hubo un momento de dolor cegador... y luego, bajo las manos de ella, el dolor desapareció como si jamás hubiese existido... y sintió que se le había curado algo más que el hombro.
McCoy la miró con incredulidad.
–¿Quién es el médico aquí? –protestó.
Ella le sonrió.
–Usted, doctor. Esto no son más que las limitadas habilidades de una cazadora.
–O un milagro –murmuró McCoy.
Spock le interrumpió.
–¿Morirá el capitán? –le preguntó a Sola. Ella se volvió para mirar a Spock a los ojos.
–No. No otra vez.
–Venga conmigo –le ordenó Spock.
Los ojos de ella parecieron aceptar un reto.
–Sí, señor Spock –replicó, y dio media vuelta para obedecer.



10

Sola Thane se acompasó a las largas zancadas del vulcaniano mientras avanzaban por el pasillo de la Enterprise; era tal vez la única mujer de abordo que podía haberle seguido el paso. Era un proyectil disparado, y Sola el único ser de aquella nave que podía igualar su fuerza en lo que iba a suceder. Los humanos eran excesivamente frágiles. Vaciló ante el pensamiento de lo que la fuerza de Spock, desatada en su presente estado, podría hacer a la frágil carne humana. Se sintió tentada de echarse atrás, ante lo que pasaría con la suya propia.
Peor aún, sabía que lo que los humanos hubieran llamado su corazón, no estaba con ella. Se había quedado en la enfermería con el hombre que había ganado una victoria aún frágil sobre la muerte... tal vez por ella. No deseaba más que acudir a su lado; no había deseado otra cosa durante muchos años.
No resultó posible. Ella no era humana, al menos en esos aspectos vitales que podían convertirla en un peligro para él si ella no ganaba su propia batalla. Estrictamente hablando, no era posible en este preciso momento. Había visto desmoronarse su resolución de mantenerse alejada de él al verle en el calvero. Si la química que ella esperaba no se hubiese materializado, ambos podrían haberse echado atrás; según estaban las cosas, él no iba a retroceder. Y tampoco ella.
Excepto que lo que ninguno de los dos había esperado era Spock.
Ése había sido un error de la propia filosofía de ella.Le miraba ahora, duro, tenso, furioso con ella por el peligro al que había sometido a Kirk, y por la sentencia demuerte que había firmado para el propio Spock. Ella era posiblemente la única no vulcaniana de la galaxia que podía comprenderlo en su totalidad. Su entrenamiento en Vulcano y su necesidad de reforzar sus propios poderes la habían llevado a establecer un vínculo con T'Pau de Vulcano.
Spock llegó a una puerta y entró en el campo energético para abrírsela a ella. Sola la traspuso en el momento en que vio que los ojos de él insistían en que no vacilase. El turboascensor los había dejado en la sección de oficiales. La puerta se abría sobre Vulcano: una pared roja con armas, un ídolo de aspecto demoníaco.
Él activó el bloqueo de privacidad sin dar explicaciones. La había llevado a su camarote. Ella se preguntó si Spock ya habría llegado al punto en que la energía vital se apoderaba de él en un último esfuerzo destinado a salvarle la vida, y el vulcaniano no sería capaz de controlar sus actos... o siquiera recordarlos luego. Si era así, las cosas sucederían muy rápidamente. Y ella descubrió que no estaba preparada.
–Agente autónomo Thane –comenzó él con el tono tenso de la disciplina que se agrietaba–, usted tiene rango superior y la nave ha sido puesta a su disposición. Asumirá ahora el mando y me encerrará.
–No, señor Spock –replicó ella–. No lo haré.
–No tiene otra alternativa. No puedo ser responsable de mis actos. No se lo explicaré porque sería inútil. Es mi derecho.
–No, Spock. No lo es. Tiene usted una obligación... para con el hombre por cuya vida acabamos de luchar.
–Sí –replicó él con hosquedad–. La tengo.
–Lo dijo como si fuera una condena.
–¿Morir con nobleza? –Ella sacudió la cabeza con violencia–. No va a ser así, Spock.
–Usted no lo entiende.
–Muy por el contrario, lo entiendo. Yo no estudié en Vulcano en vano. La suya es quizá la única especie libre que comparte algo de la ferocidad y los poderes de mi mitad zarana. Pero nosotros no intentamos reprimir las emociones hasta el punto que tengan que explotar... fatalmente. Lo que usted no quiere decirme es que su control sexual ha sido desafiado y roto, y que usted ha pasado años intentando salir de esa caja antes de que su control se rompiese y lo volviese un loco desenfrenado en una nave de humanos.
Él adoptó la misma expresión que hubiera tenido si ella lo hubiese golpeado. Sola había descubierto el secreto–que Spock mantenía oculto incluso ante Kirk. Y ella sabía que debía continuar abriéndose paso a golpes a través de las defensas del vulcaniano mientras él estuviese todavía en estado de vulnerabilidad y aún conservara el control.
–¿Qué tenía planeado hacer, Spock... si lo acometía entre las estrellas? Tal vez le llegaría cuando se hallara a solas con una o dos humanas, y entonces, ¿qué? ¿Se encerraría? Pero rompería cualquier bloqueo cuando perdiese el control. ¿Qué pensaba hacer entonces?
Spock la miró sin vacilar.
–Morir –contestó.
Ella asintió con la cabeza.
–No va a ser tan fácil, Spock.
–Agente autónomo Thane, en esta nave existe una poderosa mente colectiva que ya estaba erosionando barreras mentales..., las mías, las de él, sin duda las de otros. Para un vulcaniano, el nexo entre la mente y el cuerpo es poderoso. En circunstancias normales, tal vez habría conservado la capacidad de resistir. Hace algún tiempo que mis circunstancias no son normales. No espero ni necesito que usted lo comprenda.
–Usted regresó a Vulcano –adivinó ella–, con la intención de tratar de pagar el precio de Kolinahr... de la total carencia de emociones... por la seguridad de los humanos que habían llegado a significar demasiado para usted.
Los ojos de él se entrecerraron y Sola vio que la fiebre flameaba en ellos.
–No me entienda demasiado bien –le advirtió. Sola no retrocedió.
–Usted sabía que llegaría un día en que Uhura, Christine Chapel o alguna otra, pagarían un precio para salvarle a usted la vida. ¿Cómo podría no salvarlo cualquiera que conociese su valor, que lo amase? Pero ese precio sería demasiado alto. Así que usted se marchó. Pero en esa teoría también había una trampa, Spock. Si usted les tenía el suficiente afecto como para encerrarse en la camisa de fuerza de Kolinahr, entonces cualquier afirmación de carencia de emociones por su parte era un fraude y Kolinahr quedaba irremisiblemente fuera de su alcance.

La mirada que le dirigió Spock era ahora letal.
–No necesito que me dé una lección de filosofía.
–Spock, yo soy una lección de filosofía. Posiblemente yo soy la única lección que a usted le queda por aprender. Eso es lo que su cuerpo supo en el calvero. Es lo que sabe en este momento. Y eso es lo que finalmente va a matarlo a usted si no sale de esa caja.
Él se movió repentinamente y ella pensó que iba a cogerla por el cuello. Pero le levantó el mentón con una mano, sin delicadeza, y los dedos de Spock se le clavaron en la piel.
–No me trate como una madre. ¿Quiere que admita que veo que se equipara usted con mi lógica sin renunciar a las emociones? Muy bien, lo veo. ¿Quiere que admita que usted ha sido el junco que ha roto la espalda de un vulcaniano?. Lo admito. Estoy mucho más allá del punto en que el admitir algo pueda hacerme daño alguno... o ayudarme. No solicito nada de usted, excepto que se marche en este momento y active en la puerta un bloqueo que yo no pueda romper. ¡Márchese!
Ella negó con la cabeza.
La mano de Spock le apretó la cara, e hizo que ella se diese cuenta de que la fuerza de acero de él podía romper huesos, incluso los suyos.
–Ya he perdido el control fisiológico en un aspecto significativo –dijo con voz áspera–. ¡Por favor, márchese ahora mismo!
Ella no se movió.
–He dicho antes que haría falta algo más que palabras para salvarlo, Spock. Sólo hay una cosa que lo conseguirá. Los dos sabemos que yo no voy a marcharme.
A través de la mano, ella sintió que de él se apoderaba un repentino e incontrolable estremecimiento. Sola sabía que una parte profunda de él luchaba por la vida que ella le estaba ofreciendo. Pero él negó con la cabeza.
–Incluso si yo lo quisiera y usted lo quisiese... no podemos. Usted no me pertenece a mí. Le pertenece a él. Los dos sabemos que siempre ha sido así. No. Él es mi amigo.
Ella dejó que su propio temperamento se inflamase.
–¡Por cuanto, por supuesto, la muerte de usted solucionará el problema de él! –El tono de ella era ahora violento, y le dejó ver a Spock que ella iba a luchar por la vida de él, incluso en contra de él mismo–. ¡Y, por supuesto, resolverá el mío! –continuó con mordacidad–. ¡Yo iré al encuentro de él pasando por encima del cadáver de usted, y viviremos felices por siempre jamás!
Su sangre de cazadora estaba en llamas, y podía sentir que la sangre de él ardía. Los ojos de Spock eran ascuas, sus dedos se apretaron sobre ella y luego la empujó hacia atrás como en un último esfuerzo de salvarlos a ambos.
–Muy bien –le dijo ella–. Usted le ha dejado probar la afinidad... y ahora se la retira. Muera, y lo empujará a los brazos de la Unidad. No le quedará ningún otro sitio al que acudir. Pero busque excusas, señor Spock. No se moleste en luchar por su propia vida. Ni... por su afecto. Es mucho más fácil arrastrarse al interior de sus viejas pautas y morir, que salir de todas las cajas y vivir.
Él avanzó un paso hacia la mujer como si fuera a romperle el cuello. De pronto, a ella no le importó si lo intentaba. Y supo que no sólo había tenido éxito en excitarle para luchar contra ella. Ella había despertado su propia mitad zarana para enfrentársele, según su intención. Ella habitaba su mitad humana con gran frecuencia entre los humanos, pero la zarana era peligrosa y salvaje. No conocía el miedo cuando le ardía la sangre, a pesar de que ella continuaba sabiendo qué era, como una corriente interna que constituía casi un placer. Ahí tenía una selva a la altura de su selva, un vulcaniano del desierto que podía igualar ingenio y músculos con una le matya del tamaño de un tiranosaurio rex. Spock tenía derecho a la ferocidad de su propia pasión; y la parte zarana de ella tenía derecho a la ferocidad de la suya propia. La parte zarana de ella no amaba tanto la afable entereza de Kirk que su otra parte reverenciaba. La zarana se sentía arrastrada hacia el áspero y monumental esfuerzo de entereza que era Spock. Había visto eso en el calvero y supo que la vida no volvería a ser sencilla nunca más. Si había un error en la filosofía de él, como sucedía, se trataba del error de un gigante, sólo posible para un gigante. Y ella tenía que estar cometiendo un error de tamaño similar... porque ahora sabía que no era por el bien de él, ni siquiera por el de Kirk, por los que iba a tomarlo. Era por sí misma.
Él se detuvo y su voz era tan áspera y temblorosa que salió apenas más alta que un susurro.
–Yo preferiría no morir... ahora. Soy lo bastante vulcaniano como para saber que no tengo elección.
–Usted es más que un vulcaniano. Es Spock. Tiene una elección. Y yo tengo otra. Ya la he hecho.
–Usted hizo su elección en el calvero.
–Esa la hice tiempo atrás... antes de saber cuán Spock era usted.
Ella avanzó lentamente hacia él, deliberadamente, dejando que sus ojos le dijeran que no le tenía lástima ni piedad. Sabía que en muchos sentidos habría sido más fácil para él que le permitieran retirarse y morir en la dignidad de sus propias costumbres, aunque eso significara la agonía del pon farr.
–No voy a permitirle el lujo de morir, Spock –dijo en voz alta, avanzando hasta casi tocarlo con su propio cuerpo.
Podía sentir el calor que emanaba de él.
Spock levantó una mano como para golpearla. –¡Ni pido ni acepto caridad!
Ella levantó la cabeza.
–Y yo no se la estoy ofreciendo.
Él le aferró los brazos a la espalda y la atrajo hacia sí;
por un momento pensó que la rompería con su fuerza. Ella no se rompió, no vaciló. Él comenzó a apartarse y descubrió que no podía, que no quería.
Spock de Vulcano sintió que el mundo se disolvía en llamas.



11

McCoy dejó a Chapel al cuidado de Kirk y se encaminó hacia las biocomputadoras. Técnicamente, Kirk se mantenía con vida por sus propios medios, pero había algo en él que a McCoy no le gustaba, como si el capitán fuese el campo de batalla de fuerzas encontradas.
McCoy había intentado despertarlo sin conseguirlo.
McCoy quería que Spock..., posiblemente el vulcaniano tendría que intentar incluso la fusión mental, aunque sabía Dios qué efectos podría tener eso ahora.
Lo que preocupaba a McCoy era que el vulcaniano no estuviese en la enfermería. Por regla general, no habrían podido apartarlo de allí ni con un rayo tractor..., excepto en el caso de que se produjera una crisis de vida o muerte.
Las biocomputadoras no tendrían nada sobre los vulcanianos que McCoy no supiese ya.
McCoy pidió una búsqueda de todos los conocimientos médicos, biológicos e información relacionada sobre los zaranos.

Especie nativa de Zaran. Cultura original actualmente desdibujada por la infiltración y conquista humana terrícola de las naves de larga distancia que escaparon del colapso de los antiguos imperios totalitarios de la Tierra.
Se cree que la cultura zarana es el único ejemplo de cultura cazadora evolucionada a altos niveles. Planeta extremadamente peligroso, inadecuado para agricultura pero con abundancia de caza y predadores excepcionalmente peligrosos, que desarrolló una especie fuerte, altamente adaptable, armonizada con la caza como ciencia, arte, y base del orden social y costumbres de emparejamiento.
Al igual que en el caso de algunos felinos –ejemplo, el grayth andoriano, león terrícola, etc.–, las hembras son las principales cazadoras.
Las mujeres zaranas parecen tener ciertos poderes empáticos y psiónicos que utilizan para cazar, curar y aparearse. Ciertas mujeres zaranas, cuando están vinculadas a un compañero de pareja de por vida, parecen capaces de aglutinar un grupo de caza en una unidad psiónica.
Uno de los linajes hereditarios de esas mujeres parecía estar desarrollando la capacidad de aglutinar unidades más y más grandes, durante períodos de tiempo más prolongados. La última de esta línea, Zolantha, primero aceptó de buen grado, y luego se resistió, a la fuerza humana que se autodenominaba totalidad. Su suerte continúa siendo desconocida. Se rumorea que tuvo una hija, tal vez de un padre humano. Se desconoce si un híbrido semejante sería viable...

–¿Quieres apostarlo? –murmuró McCoy. Antes de que pudiera continuar, algo chocó contra la puerta, y al volverse vio al señor Dobius que entraba dando traspiés.
El gigante taniano se movía como una marioneta controlada por dos amos, dando tumbos de un lado a otro. Por fin se detuvo, paralizado... y cayó como fulminado por un rayo.
McCoy llegó a tiempo de coger al taniano de más de dos metros cuando se desplomaba. El médico no sabía por dónde empezar con aquella corpulencia. Por fin, McCoy consiguió sentarlo en una silla y pudo imprecar en silencio por el nuevo tirón sufrido por el hombro dañado, mientras recorría al taniano con un escáner.
No había ninguna herida o enfermedad aparentes, pero el modelo mental resultaba peculiar. Dobius era una anormalidad en cualquier caso. Su cabeza bifurcada alojaba lo que en realidad eran dos cerebros, cada uno de los cuales podía, en caso de necesidad, controlar el cuerpo.
McCoy siguió una corazonada e introdujo una sonda cerebral en el analizador. Presentaba un patrón extraño en la mitad derecha del cerebro, y algo diferente pero igualmente raro en el izquierdo. Luego McCoy hizo una comparación con el que había tomado al Uno de Gailbraith.
Entonces imprecó en voz menos baja. El patrón del cerebro derecho era igual al del Uno de Gailbraith.
–McCoy a puente –dijo por el intercomunicador–. Señor Spock, acuda a enfermería.
–El señor Spock no ha estado en el puente desde que regresaron ustedes del planeta, doctor. ¿Puedo ayudarlo en algo? –respondió la voz de Uhura.
«Lo dudo –pensó McCoy–. Voy a necesitar mucha más ayuda que ésa.»
–No, gracias, Uhura –replicó–. Yo lo encontraré.
Pero pasó algún tiempo antes de que pudiera sentirse seguro de que el taniano no corría ningún peligro inmediato... y de que nada podía despertarlo.
Llamó a M'Benga y a una enfermera para que llevaran a Dobius a una sala de tratamiento, y se encaminó hacia el camarote de Spock, sintiendo la urgencia de informar de aquello al vulcaniano.
Sin embargo, de alguna forma había tenido la sensación de que hacer que Uhura localizase a Spock en aquel momento habría constituido un error todavía más grande...



12

Spock observó cómo Sola emergía de la sala de vestir. Los fabricadores le habían proporcionado ropas nuevas para reemplazar el traje cobrizo. Ella programó un traje muy cerrado, casi absurdamente recatado, con una cremallera que subía hasta la garganta, y lo bastante sencillo como para un convento de monjas..., si se exceptuaba el hecho de que la tela estaba hecha para que pudiera sentírsela con las puntas de los dedos, y que cualquier abad la habría admitido a riesgo de sí mismo...
Spock descubrió que le resultaba placentera toda la privacidad que le confería el traje, y cada centímetro de su cuerpo, que sería –la frase se le ocurrió sin pensarla– sólo para su vista.
Tal vez ella vio la expresión. Se acercó y se quedó junto a él, sin tocarlo, estudiándolo con los ojos como si quisiera averiguar si había ganado su vida, o sólo tiempo.
Él no estaba seguro. En alguna parte de su interior sentía la necesidad de poseer la amenaza de ella, que volviera a cerrarse una vez más sobre su corazón. Pero de momento podía respirar.
–Estaré en la enfermería –le dijo él.
Ella negó con la cabeza.
–A mí es a quien corresponde ir.
–Será mejor que no te vea ahora. Cuando esté lo bastante fuerte, responderé por lo que me he permitido hacer. En este momento, él está luchando por algo más que por su vida.
–¿Por su amor? –inquirió ella.
–¿No fue eso con lo que tú contaste para salvarlo? –Spock oyó la aspereza de su voz y supo que era a causa de sí mismo–. ¿No fue eso lo que le prometiste?
75
Ella levantó la cabeza y lo miró a los ojos.
–Spock, ésa es una promesa que aún tengo intención de cumplir, si él me deja.
Spock la miró con simple pasmo. Cualquier cosa que esperara, no era eso.
–¿Cómo? –le preguntó.
Ella tendió una mano para tocarlo.
–Spock, no sé cómo voy a salir ahora. Pero lo haré, y tú vas a dejarme.
–¿Lo haré?
Ella sonrió con tristeza.
–En este preciso instante desearía que no me dejases. Pero conocía ese riesgo. Spock, ¿podrías valorarle menos a él por haberme conocido?
–No.
–¿Podría yo valorarle menos, entonces? Pasado un momento, él replicó:
–No.
–No sé adónde conducirá todo esto, Spock, pero no voy a fingir que uno de vosotros dos no existe.
Él volvió a sentir que en su interior se agitaba algo que no era lógico.
–En ese caso, vete. Tendrías que haberme encerrado. Si ibas a ir con él, ¿con qué derecho le llevas esto?
Los ojos de ella se encendieron.
–¿Qué derecho necesitaba tener? ¿Tendría que haberle llevado tu cadáver?
–Si fue ésa tu única razón... –comenzó con aspereza. Luego, su propio sentido de la justicia lo detuvo–. Si fue ésa tu razón, es suficiente. Mi vida es tuya. No vuelvas a preocuparte por ella ni por mí. Vete.
–Testarudo vulcaniano –dijo ella–. Lo habría hecho por eso. ¿Estás demasiado ciego como para ver que no fue por ese motivo? ¿Ni darte cuenta de que no puedo marcharme?
Por primera vez, Spock la vio vacilar.
La atrajo hacia sí, y durante un largo momento, Sola se permitió descansar contra la fortaleza de él. Luego se enderezó.
–Envíame hacia él, Spock. No tengo poder para irme. –Luego sacudió la cabeza–. Eso tampoco es cierto, Spock. Lo tengo. Y lo haré.
Comenzó a volverse. Él la detuvo con apenas un roce.
–Márchate como eras en el momento en que lo viste. Mi debilidad no puede ser un argumento contra la fuerza de él.
–No –replicó ella–, pero tu fuerza sí que puede.
Ella lo miró como si la imagen tuviera que durarle toda la eternidad. Luego dio media vuelta y no miró hacia atrás.
–Sola –dijo Spock cuando ella había llegado a la puerta. Él no la había llamado por ese nombre ni por ningún otro.
Lo miró y se dio cuenta de que simplemente había querido pronunciarlo. Entonces los leonados ojos de Sola rieron, y él vio que un esfuerzo la había abandonado.
–Spock –dijo ella, y salió.
El vulcaniano luchó un momento para intentar recobrar sus disciplinas de Vulcano, sin alcanzar un éxito total. No estaba seguro de si era culpable de traición o de lealtad. Pero estaba vivo, y sabía que el hombre que libraba en aquellos momentos su solitaria batalla en la enfermería no tendría que librarla solo.
Entonces, con el regreso de la claridad mental, Spock se dio cuenta de que algo había estado hostigándole en algún punto que se hallaba por debajo del nivel de la lógica, en un nivel que los humanos llamarían intuición.
¿No resultaba exageradamente conveniente que hubiesen llegado al centro matemático de la nada para encontrar a una agente autónoma de la Federación, y a la única mujer de la galaxia de la que podía esperarse que ejerciera ese efecto sobre el capitán James T. Kirk? Por no mencionar... Pero tal vez el efecto que había tenido sobre Spock no era esperable.
¿Existía alguien que pudiese haber predicho, por los datos existentes, el primero al menos de los efectos? ¿Alguien que pudiera haber dispuesto el encuentro de ellos con lo inevitable? ¿Alguien que pudiese haber organizado las cosas de forma que la Enterprise acudiese a aquel lugar?
Como mínimo había dos respuestas lógicas, y ninguna de ellas le gustaba.
Spock se encaminó hacia el intercomunicador.
–Spock al puente. Comprueben el estado del bloqueo de aislamiento que mantiene confinados al embajador Gailbraith y su grupo.
La voz de Uhura le respondió.
–Señor Spock, estaba a punto de comenzar a buscarlo.
El doctor McCoy ha llamado con una emergencia, pero no ha dejado ningún mensaje. Señor, estamos realizando una comprobación por computadora que indica que los sensores de alarma han sido cerrados en toda la nave..., lo que también incluye parte del bloqueo de aislamiento. Ya no podemos estar seguros de que el grupo del embajador haya permanecido aislado.
–Apuesten guardias –dijo Spock de inmediato.
–Ya lo he hecho, señor. Pero, señor... esos bloqueos no han podido ser desactivados, ni los sensores desconectados... desde el interior.
–Precisamente –replicó Spock–. Situación siete. Hay que dar por supuesto que uno o más de los miembros de la tripulación de la Enterprise se hallan, o podrían hallarse, bajo control mental alienígena.
–Señor, la situación siete exige que yo dé por sentado que incluso usted está bajo ese control, o podría estarlo. –Correcto. Proceda de acuerdo con esa suposición, Spock fuera.
De hecho, la situación siete requería que él supusiera lo mismo de Uhura y todos los demás, y no descontara la posibilidad de que él mismo estuviera afectado sin su conocimiento.
En realidad, él podría haber sido uno de los dos blancos principales, y el más estrechamente expuesto...
Gailbraith era una de las posibles respuestas a la pregunta de quién podría haber predicho y dispuesto aquel encuentro y sus efectos. Existía, por lógica, una respuesta que a Spock le gustaba todavía menos: Sola Thane.
Spock ya salía por la puerta a la carrera.



13

Kirk se encontraba solo en algún lugar lejano. Pero era un sitio en el que no existía la soledad. Sólo tenía que dejarse llevar, dejarse ir, y no tendría que estar encerrado en su cráneo individual, su cuerpo testarudamente solitario. Eso sería un alivio, le abriría el camino a algo que sabía que, para dejarlo pasar, él tenía que hacerse a un lado. Sin ningún conocimiento claro, sabía que una bomba de relojería estaba descontando los segundos para el vulcaniano, y que Sola tenía alguna respuesta para ello. Él habría dado cualquier cosa porque no la tuviese. Excepto lo único que costaría: la vida de Spock.
Luchó para recobrar el conocimiento, consciente de la urgencia de llegar hasta ellos. Pero la Unidad volvió a arrastrarle hacia atrás. Ofrecía una ilusión de seguridad, una presencia que le había salvado en una ocasión... y le había dejado marchar... Ojos grises y boca irónica; una calidad de certidumbre que le había advertido que encontraría lo que necesitaba... en el planeta en que la había encontrado a ella... ¿Y cómo lo habrían sabido los ojos grises? Kirk luchaba por recobrar un recuerdo vago de esa presencia de ojos grises. Le había tenido en su poder, salvado de algo y, temporalmente, dejado que se marchase. Pero la imperiosa invitación continuaba allí.
Luego, abruptamente, se vio apresado en otra corriente, otra llamada hacia una Unidad diferente..., ésta tan totalmente extraña que él retrocedió, sabiendo que le era del todo ajena y entrañaba un peligro absoluto. Le buscaba con un poder que resultaba incontestable. Era un canto de sirenas. No sirenas del cuerpo, sino de la mente. Sirenas de lo desconocido..., y él siempre había sido el Ulises que se habría hecho atar al mástil para poder oír el canto de las sirenas.
Pero en ese momento no se hallaba sujeto a ningún lugar seguro, y las sirenas de la Totalidad le estaban reclamando...
Kirk creyó sentir que alguien lo cogía de una mano. Se aferró a la mano de ese alguien como a una cuerda de salvamento, triturándola, pero no la trituró. Cogido a ella tiró de sí, con pleno conocimiento de que había estado muy cerca tanto de la muerte como de la Unidad.
Durante largo rato se limitó a mirarla y aferrarse a esa mano. Por fin, dijo:
–Ésta es la segunda vez que se niega a dejarme marchar. Me hace sentirme incómodo.
Ella le sonrió.
–No voy a disculparme. ¿Adónde habría ido, esta vez? Él meneó la cabeza.
–Tenía un... un sueño, posiblemente. Dos fuerzas de Unidad luchaban por mí, y una de ellas era... Totalidad. No se podía luchar contra ella. Un canto de sirenas de la mente, cantado exactamente para mí. Sola..., alguien ha planeado esto.
Ella frunció el entrecejo.
–El mismo pensamiento me ha pasado por la cabeza. Pero ¿cómo? Y... ¿quién? Puede que alguien se haya enterado de que yo acudiría aquí. Es posible que alguien haya dispuesto las cosas de forma que usted viniese. ¿Pero quién podría saber el efecto que tendría nuestro encuentro? Yo no he pronunciado su nombre, en voz alta, durante años.
Él sonrió.
–Tal vez... para una mente lo bastante astuta... estaba escrito en nosotros. Simplemente constaba en nuestros expedientes. Por la misma razón que yo conocía el suyo, y usted el mío.
–Spock... también lo conocía.
–Me pregunto si alguien contaba con eso. –Tiró de ella para que se sentara junto a él–. Sola, dígamelo ahora. ¿Cabe la posibilidad de que usted misma haya dispuesto esto? Ella se sentó muy erguida.
–Cuando vi a la Enterprise, envié una señal en código de agente autónomo solicitando que le ordenasen regresar. –¿Regresar... cuando usted sabía quiénes éramos, y necesitaba ayuda?
–No creía que su nave estelar, ni usted, fueran a sobrevivir sin que se apoderaran de ustedes. La Enterprise es un arma demasiado peligrosa como para entregársela a la Totalidad. Y entregarles su persona sería aún más peligroso.
–¿Un solo hombre?
–Usted es conocido en toda la galaxia como el capitán de nave estelar que constituye un símbolo y una realidad de lo que nos llevó a las estrellas. Usted es el último hombre que se decidiría por la Unidad. Pero si ellos pudieran reclamarlo como propio... ¿qué resultado tendría respecto a la causa que ellos defienden?
Kirk negó con la cabeza.
–¿Soy yo la última ameba? Sola, ¿cómo podemos saber que Gailbraith no tiene razón... en eso de que estamos defendiendo nuestras pequeñas vidas limitadas contra el gran experimento multicelular de la evolución? Fue esa primera burbuja multicelular la que por fin salió a tierra firme y subió hasta las estrellas.
–Ésa es la pregunta que me llevó de vuelta a Zaran –replicó ella.
–¿Para hacer qué? –inquirió él–. Lo que jamás he comprendido es cómo pudo renunciar a su nave estelar.
–Usted arriesgó la suya en una ocasión... junto con su mando y su carrera... para llevar a Spock a Vulcano en contra de las órdenes directas de la Flota Estelar. Conozco Vulcano lo bastante bien como para saber que lo hizo para salvarle la vida...
Kirk se encogió de hombros.
–En ese caso sabrá que no había discusión. No es lo mismo que renunciar a las estrellas por una causa abstracta. ¿Para liberar a su pueblo?
–Por eso, y por más. Vi que la galaxia tendría que enfrentarse con la Unidad, y que Zaran se convertiría en el punto focal. Creo que la Totalidad ha encontrado la forma de utilizar los poderes nativos de las mujeres de mi especie para obligar a las naves perdidas a formar parte de la Totalidad. Podrían estar aproximándose a la solución para imponerla en toda la galaxia. Si consiguiera hacer que otras unidades formaran parte de ella, como la de Gailbraith... o capturarle a usted... o ambas cosas... se apoderarían de la galaxia.
Kirk comenzó a sentarse y descubrió que no podía hacerlo.
–Tengo que poner sobreaviso a Spock. En el sueño... recordé que Gailbraith me advertía... que la esperase a usted. Si él está detrás de esto, si él nos ha reunido... –La cogió por una mano–. ¿Qué poderes tienen las mujeres de su especie, Sola?
–Cuando nos unimos con un compañero de por vida –replicó ella–, es una unión psiónica. Fuera de la misma, la mujer puede crear una unión psiónica más amplia. Antes, en la tribu para ir de caza. Ahora, puede conseguirse que ciertas mujeres hagan unirse a todo un planeta, quizás incluso una galaxia.
–¿Y usted? –preguntó él.
–Lo ignoro –le contestó ella con un tono que le recordó a Spock–. Pero la Totalidad cree que estoy en la cabeza de la lista. Tal vez incluso que yo poseo un nivel nuevo de poder.
Él miró la unión de las manos de ambos.
–En ese caso, jugaría en ventaja de ellos... conseguir que se uniera en pareja de por vida.
–Se ha intentado. Varios hombres fueron «puestos en mi camino». Sin éxito. Hasta a...
Él levantó una mano para evitar que lo dijese. Pero la mano le acarició los labios, luego el rostro, para deslizarse después entre la melena de cabellos leonados y atraerla hacia él.
–Si ése era su plan –murmuró Kirk–, saquemos el mejor partido de él.
Kirk la sintió sonreír contra sus labios.
Pasado un momento ella levantó la cabeza y lo miró. –Si ése es el plan de ellos –consiguió decir–, estamos jugando con antimateria.
Él rió suavemente.
–Lo estamos haciendo, en cualquier caso. –Luego lo acometió un pensamiento y la otra parte de su sueño le volvió a la memoria–. Sola... ¿está bien Spock?
Por el rostro de ella pasó una expresión que no pudo interpretar.
–Spock está... bastante bien.
Ahora comenzaba a recordar.
–En la nave exploradora dijo que era hombre muerto.
Y tú... sabías qué quiso decir con eso. Afirmaste que sólo un acto lo salvaría. Sola..., no puedo haber entendido lo que decías.
–Lo entendiste perfectamente.
–En ese caso, ¿Spock tendrá que enfrentarse con tu presencia de alguna forma? Yo vi que él se daba cuenta de eso en el calvero. Y tú no eres... un sueño de la filosofía vulcaniana. Pero, por otra parte, el propio Spock no ha sido nunca precisamente contemplado por la filosofía vulcaniana.
–No.
–Seguramente te encontrará... de lo más insólita. –Kirk sonrió–. Pero ¿por qué no? Y con esas emociones que él, por supuesto, no tiene, estará furioso contigo y consigo mismo por lo que me sucedió. Tal vez al vulcaniano primitivo que hay debajo de esa apariencia le habría gustado romperte el cuello... o al menos retorcértelo. Pero resulta obvio que Spock no ha hecho nada semejante. –Los ojos de Kirk se entrecerraron al advertir algo extraño en la línea de la mandíbula de ella–. ¿O sí lo hizo? Sola..., antes, cuando él te vio por primera vez, pensé que... se le había disparado una antigua pauta vulcaniana. Espero haberme equivocado.
Calló, y ella no le dio ninguna respuesta, dejando que fuera él quien lo conjeturase. Sólo entonces, Kirk se dio cuenta de que había algún cambio sutil que había percibido en Sola, algo que ella había estado diciéndole sin palabras.
–¿Tú dijiste... que sólo un acto, una alternativa lo salvaría?
Ella asintió con la cabeza.
–Y yo sólo tenía una elección, si él era lo bastante Spock como para salvarse. La hice.
La mano de él apretó la de Sola, y luego la soltó repentinamente como si se hubiese sorprendido haciendo algo impropio.
–¡El error es mío! –dijo.
Ella apartó bruscamente la mano y se puso de pie.
–Es mío –replicó–. Ése fue el riesgo que acepté.
La mano de él volvió a salir disparada, la aferró por una muñeca y tiró de ella con una fuerza sorprendente.
–Basta –le ordenó–. Si elegiste, puedes perfectamente quedarte, maldición, hasta que yo lo haya entendido.
Ahora ella le miró con mucha atención y vio la tensión, el esfuerzo, el orgullo.
–¿Es posible –le preguntó– que fuera sincero lo que nos dijiste... a los dos?
Entonces ella se echó a reír.
–Tenían que enviar al único hombre de la galaxia que sabría que era ésa la pregunta correcta.
–Respóndeme.
–Sí. En todo momento. Con toda exactitud.
–Cuéntamelo ahora, con toda exactitud.
–El control fisiológico vulcaniano puede ser quebrantado. Por una cantidad excesiva de contactos mentales, por una Unidad, por afinidad personal. Amor. O la necesidad del mismo, la esperanza, la añoranza. E incluso por la búsqueda filosófica de la salida de la caja vulcaniana –replicó Sola–. Si tú existes, la teoría vulcaniana de la carencia de emociones de Spock estaba tensa, al borde de la ruptura. Si también existo yo, mi «lógica» podría ser el junco que le quebrara.
–¿El corazón? –comentó Kirk.
–Literalmente –le dijo Sola–, él estaba dispuesto a morir para no imponer las consecuencias del estado en que se hallaba sobre mí... ni sobre ninguna de las humanas de tu tripulación, que son demasiado frágiles. Pero yo no estaba dispuesta a dejarle morir. Le dije que te dejaría sin ningún otro lugar al que acudir excepto la Unidad. Él no estaba dispuesto a abandonarte a eso. Pero es lo bastante vulcaniano como para que no le quedara otra elección..., excepto una. Y era lo bastante Spock como para tomarla.
–Tú... ¿lo hiciste sólo para salvarle la vida?
–No. Lo habría hecho por eso. Pero no fue ésa la razón que me impulsó. Él es Spock.
Kirk suspiró.
–Sí. Lo es.
Ella levantó la cabeza.
–También tenía otro motivo. No habría quedado elección ninguna para nosotros dos si yo hubiese destruido a Spock. Ahora hay una, y depende de ti.
–¿Le dijiste a Spock eso?
–Sí. Además de que no era una traición.
–¿No lo es? No para ti, posiblemente. Sola... ¿acabas de decir que la elección es mía?
Ella asintió con la cabeza; de pronto había adoptado un aire cauto.
–Entonces, vuelve junto a él.
Ella se echó hacia atrás como si él la hubiese golpeado. Esta vez, Kirk se sentó, indiferente al dolor y a los tumbos que daba la habitación. La atrajo hacia sí y la abrazó como si eso fuese un castigo para ambos. Lo era. Él no podía dejar de ver la imagen demasiado nítida de otros brazos que la rodeaban. Y ella no podía perdonarle por haberle dicho que se marchara... ni tampoco podía apartarse de Kirk. Él no la soltó hasta que estuvieron ambos destrozados, con plena consciencia de que era algo que no tendrían que haberse permitido saborear. Bebe a fondo... o no saborees...
–¿Suponías que ahora iba a apartarte de él? –preguntó Kirk.
Ella se puso en pie de un salto y sus ojos expresaron enojo.
–¡Sí! Él no necesita ningún favor.
–Yo sé lo que él no necesita. Y lo que sí. Sola, me he roto... la anatomía... intentando sacar a Spock de esa caja. Y si tú lo has logrado... aunque sólo sea durante un momento... –Sacudió la cabeza–. Si vieras a Prometeo encadenado a la roca, continuando adelante a pesar de ello, arrastrando cadenas, roca, buitres y todo... y luego, por un instante lo vieses libre...
Él se mantuvo sentado por la fuerza de la mano de ella y la miró como si fuera a partirla por la mitad.
–¿Es mía la elección? –exigió.
Ella alzó la cabeza y lo miró a los ojos.
–Sí.
–En ese caso, cuando te marches de esta habitación, no volverás a entrar a menos que te lo exija tu deber profesional. No tienes que acordarte de que existo. Lo que podría haber sido, durante los próximos días al menos, no puede ser mío. Acudirás a su lado, y serás para él... lo que eres. ¿Harás eso?
De pronto, Sola se encontraba de pie, rígida, a la manera militar de enfrentarse con el castigo. Su rostro era el campo de batalla entre la sensación de que era lisa y llanamente imposible... y la repentina consciencia de que no lo era.
–Te he dado mi palabra –replicó sin expresión.
–No como castigo –dijo él–. No si es realmente un castigo.
–¿Y si no lo fuera? –preguntó ella, claramente sin perdonarle y sin querer hacerlo.
Él apretó la mandíbula.
–Vete, entonces.
–¿Por él? –preguntó Sola.
Él sabía que Sola podía ver que la debilidad volvía a acometerle.
–Sí –replicó–. Y por mí. No has terminado con Spock. Puede que nunca termines con él. Sola, yo soy, en toda la galaxia, el mayor experto en Spock. Si tú le has visto comenzar a sacudirse de encima a los buitres, no puedes tener ojos para nada más. No ahora. Puede que le tire de sus vulcanianas orejas... –ahora estaba temblando y apenas podía mantenerse sentado–, más adelante –comentó con tristeza, y ella le ayudó a tenderse de nuevo.
Ella le puso una mano sobre la frente y lo alivió con un toque de energía vital hasta que cesaron los temblores.
–Idiota –dijo–. Yo soy la estúpida. Ahora me marcharé. Pero voy a regresar.
Él le cogió la mano.
–No. Me has dejado la elección a mí.
Entonces ella lo miró a los ojos.
–No puedo responder de lo que sentiré por Spock después de esos días.
–¿Supones que no lo sé? –le preguntó él con voz áspera–. Pero ¿no sabes... que también quiero poner en libertad a ese Spock? Me he roto la cabeza para arrancar a ese Spock de las ataduras, durante años.
Ella se limitó a permanecer de pie y mirarle; por primera vez no encontraba palabras.
–Has dicho lo único que me haría marchar... y lo has convertido en imposible.
Él le sonrió débilmente.
–Lo conseguirás. Yo quiero... también esa Sola.
–Yo quería esa Sola... de ti.
–Eso me habría gustado –fue la respuesta de Kirk–.
Es culpa mía. Tendría que haberte seguido hasta los confines de la galaxia, hace años.
–Sí –dijo ella, y Kirk percibió la aspereza de su voz–. Tendrías que haberlo hecho.
Él levantó la cabeza y supo que en sus ojos se reflejaba el enojo que sentía hacia ella.
–Tú sabías dónde estaba yo. –Le hizo un gesto brusco en dirección a la puerta–. Llama a Spock. –¿A Spock? –inquirió ella, asombrada. Él asintió con la cabeza.
–Puedo permitirme ese lujo.
Ella avanzó hasta el intercomunicador.
–También él.
Antes de que pudiera pulsar el botón, las puertas se abrieron y Spock apareció.
–Señor Spock, informe –pidió Kirk.
–¿Sobre la nave? –le preguntó el vulcaniano, involuntariamente.
–Desde luego que sobre la nave, señor Spock –replicó Kirk con una cierta malévola inocencia. Si exceptuaba tirarle de las orejas, tendría que conformarse con ese tono.
–Todos los sistemas vitales parecen estar... en correcto funcionamiento –replicó el primer oficial, que posiblemente no se quedaba atrás en inocencia.
–¿Incluyendo el suyo, señor Spock? –le preguntó Kirk, refiriéndose de forma inequívoca al propio vulcaniano.
–Estaba refiriéndome explícitamente a los sistemas mecánicos, capitán.
–Desde luego. Muy bien, continúe así, señor Spock.
–¿Señor? –El vulcaniano parecía ligeramente escandalizado.
–Puede marcharse, señor Spock. Tiene usted... el mando, entre otras cosas... hasta nueva orden. No voy a necesitarlo.
–Señor –declaró con firmeza Spock, que comenzaba a comprender la situación y no estaba seguro de que le gustase–. Yo estoy... en perfecto funcionamiento.
–Nunca lo he dudado –contestó Kirk–. Yo, sin embargo, no lo estoy, por el momento. Lárguense de aquí los dos y déjenme gandulear.
Durante un momento, vio que Spock se encontraba con los ojos de Sola y veía que ella se sentía muy orgullosa de los dos.
–Ya veo –dijo Spock–. Tomo nota de las recomendaciones, capitán. No obstante, estaré bastante ocupado con los deberes del mando. Dado que no está usted recuperado, le daré un informe completo... más adelante.
Comenzó a volverse.
–¡Spock! –exclamó Kirk en un tono que habría cortado el vidrio–. Ahora, señor Spock.
El vulcaniano se volvió a mirarlo, pero ahora la persona había desaparecido y quedaba el oficial, que miraba a Kirk con el respeto no expresado de los años que llevaban juntos.
–Capitán –le dijo–, estamos en situación siete, bajo ataque mental alienígena. Me veo obligado a concluir que usted es uno de los blancos principales, quizás el blanco principal, y la presencia de Sola podría estar relacionada con el peligro que corre usted. Han hecho que miembros de la tripulación desbloquearan cierres esenciales y sabotearan los sistemas de alarma. Hemos detectado en el planeta que tenemos debajo unas lecturas de energía geotermal camuflada, así como lecturas de forma de vida inteligente, en un volcán solitario cercano al calvero en el que aterrizó Sola. Se trata sin lugar a dudas de la base avanzada de la trampa para naves estelares de la Totalidad de Zaran. Están apoderándose de nuestra tripulación, y la Enterprise, al ritmo actual, caerá rápidamente presa del síndrome del Marie Celeste.
Kirk se limitó a mirarlo durante un momento, luego bajó las piernas y se puso de pie. Sola estaba lo bastante cerca como para cogerlo cuando cayó...



14

Spock también estuvo junto a él al instante para levantar al humano y depositarlo nuevamente sobre la mesa de diagnóstico.
–Estoy bien, Spock –murmuró Kirk–. Sólo que... las piernas no me aguantan.
–Quédese quieto –le ordenó Spock. Envió una señal de llamada para McCoy.
Sola estaba apoyando las manos sobre el rostro de Kirk. McCoy traspuso las puertas como si ya hubiese estado avanzando a plena velocidad hiperespacial. Ni siquiera hizo una pausa, sino que pasó un escáner por encima de Kirk. Kirk les hizo a ambos un gesto para que se apartaran.
–Primero –dijo Kirk–, comprueben dónde está Gailbraith. Me vuelve en este momento a la cabeza lo que recordé a medias en un sueño. Gailbraith ya había salido antes del aislamiento. Antes de que abandonáramos la nave él me advirtió que encontraría lo que necesitaba... en el planeta. Acudió a verme en el área de la piscina uno.
–¿Por qué no me dijo eso antes? –inquirió Spock.
Kirk sacudió la cabeza.
–Se produjo alguna forma de contacto mental. Creo que él bloqueó el recuerdo. Comenzó a regresar a mí cuando estaba inconsciente.
–¿Por qué acudió a usted el embajador, en la piscina uno?
Kirk suspiró con cierta reticencia.
–Estaba ahogándome, señor Spock.
–Soy un estúpido –dijo Spock, y se encaminó hacia el intercomunicador–. Seguridad a enfermería.
–Estoy bien, señor Spock. No he sufrido daños.
Spock lo miró con frialdad.
–¿Cómo puede saberlo? Cuando se encontraba en un estado de vulnerabilidad, fue expuesto a la fuerza mental de unos poderes desconocidos..., que eran lo bastante poderosos como para hacerle olvidar la totalidad del incidente. Más aún, los bloqueos de aislamiento no pueden ser desactivados desde el interior. Gailbraith debe tener ya controlados a algunos miembros de la tripulación de la Enterprise que desbloquearon las puertas para que pudieran salir.
Kirk hizo una mueca.
–Tiene razón. Haga una comprobación completa del personal.
–Hay algo más –prosiguió Spock–. Ha habido ocasiones en las que usted se ha hallado en peligro mortal y yo lo he percibido. Esta vez yo no capté nada. Pero el apuro en que usted se encontraba recibió una respuesta.
Kirk frunció el entrecejo.
–Está diciendo que... yo estaba más en contacto con la Unidad de Gailbraith que con usted. ¿Cree que estoy siendo arrastrado hacia ella?
–Si queremos luchar contra ello tenemos, por lógica, que reconocer esa posibilidad.
–Usted sabe que es posible desarrollar un cierto gusto por la Unidad, señor Spock. No obstante, creo que yo continúo siendo... la última ameba.
–Capitán –intervino Sola–, yo me he convertido en un peligro para usted, y posiblemente para Spock.
Kirk consiguió conservar un rastro de perversa diversión en sus ojos.
–Nos las arreglaremos.
Ella negó con la cabeza.
–Usted no lo entiende. Yo soy una mujer zarana. Si me veo arrastrada a un compromiso de por vida, mis poderes se transformarán en algo desconocido, fuera de mi control. Podrían amplificar los efectos de cualquier Unidad... arrastrarlo a usted a ella en contra de su propia voluntad. La Totalidad podría ser capaz de utilizarme. Yo constituyo un peligro para toda la nave.
La expresión divertida desapareció. Kirk la miró con expresión grave.
–¿Qué podemos hacer? Ella se irguió más aún.
–Tengo que abandonar la nave.
–No –replicó Kirk con tono terminante–. Hagamos lo que hagamos, no será eso.
–Spock –dijo ella–. Lógica. No queda otra alternativa.
–No –replicó Spock–. Alguien se ha tomado bastantes molestias para disponer este encuentro. Si intentamos evitar el conflicto, sin duda volveremos a enfrentarnos con el problema en una forma que podría ser aún más peligrosa.
–En una palabra, Spock –interpretó McCoy–, que cuelguen la lógica. Usted no la dejará marchar.
–Uno no puede colgar la lógica, doctor –le respondió Spock–, pero puede verse seriamente tentado de hacerlo.
–¿No la dejará marchar? –insistió McCoy.
–No.
–Spock tiene razón –intervino Kirk–. Es lógico, aunque también sea lo que nosotros queremos. Tenemos que levantar nuestras defensas... juntos.
–¿También usted? –le preguntó McCoy.
–¿Se acobarda usted, Bones?
McCoy dirigió una mirada torcida a Sola, como si supiera cuánto más simple podrían haber sido su vida y su trabajo sin ella.
–No, demonios –replicó.
Kirk sonrió.
–Señor Spock, seguirá usted la primera orden que le di. Sola, quiero pedirle que ayude al señor Spock en esta crisis. Pueden marcharse.
Spock miró a Kirk y comprendió perfectamente.
–Yo no necesito ninguna... ayuda –respondió Spock.
El gesto de Kirk hizo hincapié en que él se encontraba inmovilizado a causa de su estado físico.
–No está recibiendo ninguna. Me reuniré con usted... más tarde, señor Spock. Póngase en marcha. Es una orden.
McCoy miró de uno a otro y los interpretó como si fuera un escáner.
–Un segundo –intervino–. Mientras usted estaba arreglándoselas con... lo que fuera... hemos tenido más problemas. El señor Dobius parece haber sido dominado por la Unidad. O, tal vez... puede que yo esté volviéndome loco..., pero Yo más bien diría que se han apoderado de él dos poderes diferentes.
–¿Cómo, Bones? –Kirk cambió instantáneamente al modo de mando.
–Cuando lo examiné... y salí a buscar a Spock..., una de las mitades de su cerebro estaba sintonizada con la Unidad de Gailbraith. La otra presentaba un modelo extraño, similar, pero no el mismo. ¿Podría tratarse de la Totalidad de Sola?
–Podría estar usted en lo cierto, Bones –replicó Kirk–. Obtenga todo lo que pueda sobre ese segundo modelo.
–Acabo de intentarlo. No ha habido suerte. En cuestión de pocos minutos, ambos modelos desaparecieron. El señor Dobius parece ahora estar perfectamente normal.
–¿Cree usted que el efecto fue transitorio? –le preguntó Sola.
–Ojalá lo haya sido –replicó McCoy con tono sombrío–. Yo pienso que todavía está ahí... pero ahora sin síntomas visibles. Se ha enmascarado. Me parece que ni siquiera el señor Dobius lo sabe..., pero creo que todavía está o puede que esté bajo el control de alguien. Y ahora no hay forma de detectarlo.
–¿Está usted diciendo –comenzó Kirk– que si alguien, digamos yo, estuviese afectado, podría no saberlo... y que después de un breve período de tiempo no sería posible detectarlo?
–Según creo –replicó McCoy con tono sombrío–, eso es lo que he dicho.
Kirk intentó moverse una vez más y conoció la absoluta frustración de la impotencia. Su nave estaba siendo atacada. Spock estaba enfrentándose, quizá, con la crisis de su vida. Muy posiblemente estaban apoyando un dedo en el dique que podría desmoronarse y hundir a la galaxia en la Unidad. Él mismo podría ya estar comenzando a desmoronarse en ese frente.
–Bones –decidió–, será mejor que me dé lo que haga falta para ponerme en pie. No puedo quedarme sentado mientras sucede todo esto.
–Soy un médico, no un mago –replicó McCoy–. Usted se queda donde está.
–Bones... –dijo Kirk con tono de advertencia.
McCoy estaba haciendo ajustes en un atomizador hipodérmico.
–Puede que esto le haga sentirse un poco mejor. No va a borrar el estrés acumulativo ni tampoco el shock casi fatal que ha sufrido. Y no conozco ninguna cura para cualquier otra cosa que lo aflija. –Lanzó una mirada a Sola.
–Ya está bien, Bones. –Kirk comenzó a sentarse, pero la habitación se puso a dar vueltas–. Señor Spock –continuó–, tiene sus órdenes. Vaya a examinar a la tripulación por cualquier medio que usted, Sola o el departamento médico puedan ingeniar. Ordene turnos dobles. Nadie debe realizar funciones críticas estando solo. Usted y Sola examínense mutuamente. No vuelvan aquí, excepto por requerimiento de sus deberes.
Spock se limitó a mirarle durante un largo momento, y por un instante, Kirk pensó que iba a negarse.
–Capitán –dijo por fin, y se volvió para marcharse, reuniéndose con Sola camino de la puerta, sin tocarla.
Ella volvió la cabeza para mirar a Kirk, como para decirle que estaba obedeciendo la elección de él. Pero él vio que la corriente todavía existía entre ella y Spock, a pesar de los esfuerzos que ambos realizaban por resistirla. Supo que había tenido razón. Antes que nada, ella tenía que acabar con Spock, si podía hacerlo... y él tenía que asegurarse de que el pon farr no se había meramente suavizado sino acabado, y que Spock viviría.
Había un pensamiento subliminal que le decía a Kirk que quienquiera que hubiese planeado aquello para él y Sola, no había tomado en cuenta a Spock. ¿Otorgaba a ellos tres alguna ventaja el hecho de que también ella se sintiera atraída por los dos? ¿O duplicaba el peligro?
La puerta se cerró tras Sola y Spock.
–¿Qué era todo eso? –refunfuñó McCoy.
–¿Qué diagnosticaría usted, Bones?
McCoy profirió un bufido.
–Lo que yo diagnostico no es siquiera concebible.
–Pasó un escáner por encima de Kirk–. Si no fuera vulcaniano...
McCoy se encogió de hombros.
–¿Si no lo fuera?
–Amor. Odio. Ambas cosas. Pero lo es, y será mejor que usted me lo diga, simplemente..
–Ese diagnóstico es bastante aproximado, Bones.
–¡Pero ella está enamorada de usted! –McCoy se contuvo–. Lo siento. Lo llevaba escrito en toda su persona. Y a mí me dio la impresión de que... usted también. Kirk suspiró.
–Bones, ¿y si fuera el primer amor verdadero de Spock? Ojalá yo no pensara que ella es... mi último amor. McCoy gimió.
–Ya decía yo que no era siquiera concebible. ¿Así de fuerte es?
–Así de fuerte.
Kirk sintió que el estimulante le hacía efecto, y se movió más cautelosamente para ponerse de pie. La debilidad y el dolor cayeron sobre él como un peso. Era consciente de que no debía levantarse, pero se tragó su agonía y no permitió que McCoy advirtiera el alcance de su debilidad. Podía moverse porque tenía que hacerlo, pero sabía que no aguantaría mucho. Comenzó a vestirse.
–Tendría que hacerme examinar la cabeza por permitirle siquiera que pensase en levantarse –declaró McCoy.
–¿Ha examinado la mía? –preguntó Kirk.
McCoy hizo una mueca de dolor.
–Ésa es la segunda mala noticia que tengo para usted –replicó–. Después de examinar a Dobius, analicé las grabaciones de escáner de su período de inconsciencia. Hubo momentos en los que ambos modelos mentales, el de la Unidad y el de la Totalidad, comenzaban a desplazar a los suyos propios.
Kirk lo observó con cautela.
–¿Prevaleció uno de ellos?
McCoy se encogió de hombros.
–No hay forma de saberlo. A mí me da la impresión de que uno mantuvo fuera al otro. Tal vez la cosa quedó en tablas, pero no puedo asegurárselo. Las lecturas son ahora normales... al igual que las de Dobius. Jim..., ésa es una segunda razón por la que usted no debería andar dando vueltas por la nave.
–Es la primera razón por la que debo hacerlo, Bones –replicó Kirk–. ¿Qué alternativa me queda? ¿Quedarme ahí tendido y dejar que se apoderen de mí mientras duermo... si no lo han conseguido ya?
McCoy lo miró con expresión grave.
–Jim, ¿y si ya se hubiesen apoderado de usted?
Kirk avanzaba pasillo abajo. Cada movimiento constituía un esfuerzo superior a lo que podía soportar.
No había respuesta para la pregunta de McCoy. ¿Era posible que Kirk perteneciera ya a la Unidad... la de Gailbraith o la otra, la Totalidad? Él no podía detectar signo alguno, pero no había nada que le asegurara de que se daría cuenta. ¿Y si lo tenían sujeto a distancia, y aguardaran el momento de tirar de los hilos? Ciertamente, en el sueño había tenido la sensación de que dos fuerzas luchaban por él... y ahora los instrumentos de McCoy acababan de confirmarlo.
A menos que pudiera resolver eso, Kirk no podría comandar la nave. Tampoco podía estar seguro de que cualquier otro se hallara en condiciones de hacerlo. Si el catalizador que podía utilizar la Totalidad era algún poder del pueblo de Sola... ¿era entonces Spock quien se encontraba en mayor peligro? El vulcaniano también navegaba peligrosamente cerca del lazo necesario de unidad con ella, fuera cual fuese.
Kirk entró en el área de la piscina uno. Tal vez el acudir a ese sitio era una estupidez. Podría haber ido a las dependencias de los huéspedes de honor, a retar a Gailbraith en su madriguera. Prefería probar lo primero.
Permaneció de pie junto a la piscina, y luego tuvo que sentarse por fin, mientras transmitía por algún medio al que no podía darle nombre: «Aquí estoy. ¡Venga! ».
Hizo falta menos de un minuto. Gailbraith traspuso la puerta.
Kirk comenzó a ponerse de pie, pero se vio obligado a desistir.
–Embajador. ¿Así que tiene usted el gobierno de la nave?
–¿Es que esperaba usted otra cosa? –Los duros ojos grises inspeccionaron a Kirk con un especie de reproche–. Usted ha acudido aquí con un propósito más definido que el de comprobarlo. Veo que se da cuenta de que no debería de haber salido de la cama.
Kirk se encogió de hombros.
–No tengo otra elección. Usted se ha apoderado de algunos de los miembros de mi tripulación. ¿Cuántos? ¿Quiénes?
–¿Espera que le responda a eso?
–Espero que los deje en libertad.
–Capitán –dijo Gailbraith–, ¿no se le ha ocurrido pensar que debe existir una razón que explique por qué se han apoderado de todas las naves en este sector..., pero la suya, que nos lleva a nosotros a bordo, continúa en libertad?
–¿Está diciéndome que ustedes luchan contra la Totalidad por nosotros?
Gailbraith sonrió.
–No, capitán. No lo hacemos por ustedes.
–¿Pero están luchando contra ella?
–Donde exista un anhelo de Unidad, capitán, hay un vacío que se llenará de una u otra forma. Es allí donde comienza la posesión, de una nave o de una galaxia. Hasta el momento, he llenado algunos de los vacíos de ustedes con mi propia persona. No todos; y no he salvado a todos sus tripulantes.
–¿La Totalidad tiene a una parte de mi tripulación? Gailbraith asintió con la cabeza.
–¿Cómo puedo detener ese proceso?
–Usted no puede.
–¿Usted sí?
–Concebiblemente. No de una forma que a usted pueda gustarle.
–¿Quiere decirme que las alternativas que tengo son la posesión por la Totalidad o la posesión por ustedes?
–Es una forma cruda de expresarlo, pero esencialmente correcta.
–¿Y si no me dejo poseer?
–Pero lo hará. Capitán, aquí se está realizando una prueba. Esta nave, el planeta de abajo, no tienen necesariamente el aspecto del campo de batalla en el que se decidirá el destino de la galaxia. No obstante, es lo que son.
–¿Está usted en contra de la Totalidad?
–Capitán, yo estoy en favor de la evolución. Sin embargo, aún está por ver cuál es la dirección esencial de la evolución. Como ha dicho el hombre que le condenó a usted a esta prueba, también hay callejones sin salida en la evolución. Uno de nosotros, capitán, es una ameba... o un dinosaurio. Aquí se averiguará cuál lo es.
–¿Y luego?
–Si es usted la ameba, se unirá a mí y se convertirá en el futuro. Yo decidiré que el punto de inflexión está aquí, y la Unidad se extenderá por la galaxia durante mi vida.
–¿Quiere decir... a través de la Totalidad? –preguntó Kirk.
–La Totalidad tiene los medios. Yo no.
–¿La fuerza? Aunque no supiera nada más, sí sé que eso es el ayer.
–¿Es una imposición de la fuerza ofrecer el mañana de forma irresistible?
–El mañana ha sido la excusa de todas las atrocidades.
–Y el combustible de todos los avances hacia las estrellas. Ahora, tal vez, la dirección del avance está... más allá del afecto.
–¿No existe afecto en su Unidad? –le preguntó Kirk.
–Hay una extensión del yo. Todas las partes se vuelven valiosas, necesarias. Pero la fuerza de la pasión por el ser amado individual que puede ver nuestra soledad e iluminar nuestra monotonía con su diferencia..., esa pasión no la conocemos.
–En ese caso, ¿por qué podría desear atraer a un hombre o mujer en concreto al interior de esa Unidad? –preguntó Kirk.
–Existe... memoria de elección individual, capitán. Somos todavía jóvenes en el universo; y existe poder. Determinadas mentes aumentarán nuestra fuerza, quizá de forma decisiva. –Entonces miró a Kirk, con una expresión casi divertida–. Aparte de eso, está el factor Job.
–¿Qué?
–Usted es el más ferviente servidor del antiguo orden, capitán, y al igual que en la historia original, ese a quien usted sirve le ha entregado a la tentación. Eso siempre me ha parecido una recompensa bastante pobre por la virtud.
Kirk asintió con la cabeza.
–Según lo que recuerdo, Job perdió a su esposa, familia, rebaños, ganado, pastores, y su salud, fortaleza, amigos, personas que lo consolaran. No creo que me gustase estar en ese lado.
Gailbraith sacudió la cabeza.
–Usted ha sido abandonado, capitán, al igual que yo. La prueba final siempre tiene que ser contra los mejores.
–¿Y cuál es su papel?
–Yo soy el diablo –dijo Gailbraith–. O bien estoy convirtiéndome en un dios.
Kirk miró a Gailbraith con mucho cuidado. No había locura en él. Era un nuevo orden de vida, tal vez era posiblemente el único orden de vida, y tanto si era el futuro como si no, estaba completamente decidido a emplazar al futuro; pero allí decidiría qué futuro iba a emplazar.
–Sea lo que fuere... dios o diablo –dijo Kirk–, tengo una propuesta. Consideraré la solución que me propone usted. La experimentaré hasta el punto que me sea posible sin ser capturado. Si acabo por convencerme, seré suyo. Pero hasta que eso suceda, usted me ayudará a protegernos, yo y a mi gente, de la Totalidad: consejo, instrucción, protección, bloqueo. No tomará usted su decisión respecto a la Totalidad hasta que haya visto, en toda su plenitud, el poder del afecto que existe en esta nave. Y con sus poderes de dios o diablo, los cuales he experimentado hoy, me ayudará en las cosas menores, como la capacidad para mantenerme en pie.
Gailbraith se echó a reír.
–¿Qué habría sucedido si Job hubiese tenido el descaro de pedirle al diablo que lo curase de sus llagas... sin exigirle siquiera el alma a cambio?
–Si el diablo fuera inteligente –le contestó Kirk– lo habría hecho.
Gailbraith asintió con la cabeza.
–Sí, lo habría hecho. Acepto sus términos, capitán, hasta próximo aviso... con la salvedad de que no puedo garantizarle que no será usted capturado por nuestra Unidad... o por la Totalidad. Es usted vulnerable, especialmente ahora, y se trata de un asunto delicado. No obstante, no realizaré ningún intento deliberado de apoderarme de usted o retenerlo en contra de su propia voluntad... sin avisárselo antes. ¿De acuerdo?
Kirk asintió con la cabeza.
–De acuerdo.
Gailbraith se le acercó.
–En ese caso, experimente la Unidad, al menos en el primer nivel, y siéntase completo.
Apoyó sus poderosas manos en los puntos de contacto de la cabeza de Kirk, y los puntos de reflejo del brazo herido.
Los límites del yo/no yo comenzaron a disolverse. Kirk sintió la magnitud del hombre que había conseguido absorber otros «yo» y continuar siendo el jefe, el cerebro, la pasión.
Luego parecieron disolverse incluso los límites del cuerpo, y el capitán pudo sentir el tremendo afluir del Uno al interior de su cuerpo asolado. Los tejidos y células fueron reconstruidos; los campos de energía vital volvieron a equilibrarse; la fortaleza, la esperanza, el deseo, se revitalizaron. Él era Uno. Era un dios. Ellos estaban juntos. Habían nacido otra vez, uno e indisoluble...



15

La cabeza de Spock se levantó bruscamente de la terminal científica y se volvió a mirar a Sola. Ella estaba bien.
Spock se puso de pie, y ella lo siguió mientras él se lanzaba al interior del turboascensor.
–¿Qué sucede? –le preguntó ella.
–¡Jim! –La palabra le salió como un gañido de la garganta–. Piscina uno –le dijo al turboascensor.
Al llegar se encontraron a Gailbraith inclinado sobre Kirk. Ambos parecían hallarse en un estado anormal, de una intensidad peculiar. Spock no se anduvo con ceremonias. Arrancó las manos de Gailbraith de los puntos de contacto y lo arrojó hasta la mitad de la sala. Kirk gimió. Spock reemplazó el contacto con sus propias manos.
–Nosotros somos uno –murmuró, la vieja fórmula del contacto mental vulcaniano.
Pero no eran uno. Retrocedió, sobresaltado, ante una presencia que apenas podía reconocer..., una presencia que todavía era Kirk, pero que estaba casi al borde de la Unidad. Lentamente, con paciencia y terror infinitos, Spock penetró para apartar a su amigo de ese borde.
–T'hyla –dijo–. ¡Jim! Su sendero está aquí.
Percibió una resistencia sin palabras, una parte de la cual simplemente quería marcharse y dejarle a Spock lo que más necesitaba. Había una imagen de la mujer a la que Kirk le había pedido que regresase junto a Spock. Aún existía un terco recordatorio de que continuaba siendo puramente un capitán de nave estelar, y que tomaba ese camino para luchar por las vidas de todos ellos y por la nave.
Fue a esa parte, finalmente, a la que habló Spock.
–La nave ha sido eficazmente saboteada en algunos sistemas vitales. No podemos abandonar la órbita. Le necesitamos en el puente.
Sintió que la mente saltaba bruscamente a sus pautas habituales.
–¿Spock?
–Capitán.
Tras un momento, Spock interrumpió la fusión mental. En ese instante vio, en la mente del capitán, el acuerdo al que Kirk había llegado.
Se retiró y miró fijamente a los ojos avellanados del humano.
–Eso es lo más aproximado a la venta de su alma que jamás ha hecho –comentó Spock.
Kirk respiró profundamente.
–Es lo más aproximado a perderla. Gracias, señor Spock. –Se palpó el brazo herido–. Al menos, el diablo ha cumplido con su palabra –dijo.
Entonces se puso de pie y Spock lo miró con asombro al notar la vieja energía, la antigua chispa.
Spock tendió las manos y le levantó la manga por encima de la zona dañada del brazo. El vendaje aplicado con aerosol estaba desprendiéndose de una piel nueva y sana. No tenía cicatrices.
Spock se volvió a mirar a Gailbraith, que parecía haberse recuperado del shock de la separación. Gailbraith le hizo una leve reverencia.
–Señor Spock, creo poder aconsejarle incluso a usted en los puntos más sutiles para resistir a la Unidad de la Totalidad. •
–Yo no necesito ninguna instrucción –replicó Spock con tono frío.
–Yo, sí –intervino Kirk–. Vayamos a ocuparnos de esos sistemas saboteados, señor Spock.
Abrió la marcha con su antigua energía, y Gailbraith los acompañó.



16

McCoy se encaminó hacia el puente. Tendría que haber informado antes a Spock de que Kirk andaba suelto; sería mejor hacerlo en ese momento y enfrentarse personalmente con el rapapolvo que le daría del vulcaniano.
McCoy no debería haber permitido que Kirk se levantase, y ahora se maldecía por haberlo hecho. Pero había visto que la catástrofe se les avecinaba por todas partes, y no podía negarse que Kirk era el maestro de las soluciones imposibles.
McCoy se lo habría avisado antes a Spock, pero la bioquímica catullana, Vrrr, entró tambaleándose en la enfermería con unos síntomas inexplicables, y McCoy la sometió a un sondeo cerebral. Esta vez pudo reconocer el modelo, ya lo conocía de la Totalidad zarana, antes de que desapareciese. Al parecer, el intento de apoderarse de Vrrr había producido un conflicto casi fatal con la notoria independencia mental catullana. Durante un rato, McCoy pensó que iba a perderla, y trabajó para estabilizarla de los síntomas de shock que padecía. En un momento dado, el modelo de la Totalidad desapareció, ella respiró con regularidad; luego, de forma repentina, miró a McCoy con aparente salud en sus ojos felinos. Pero él no estaba seguro de si Vrrr había ganado... o perdido, al final.
La intuición que tenía en el fondo era que ella había perdido. La puso bajo vigilancia..., aunque no podía saber si el guardia era fiable. No había ninguna forma de detectar la posesión por parte de la Totalidad, ni por la Unidad de Gailbraith. Y McCoy no tenía forma de luchar contra ellas. Estaba seguro de que se habían apoderado de una gran parte de la tripulación. Y se le ocurrió, ya tarde, que Kirk iría a enfrentarse con el problema en la persona de Gailbraith.
McCoy acudió a decírselo a Spock; pero se encontró con los cuatro cuando el turboascensor lo dejó en el puente, simultáneamente con el otro que llevaba a Spock, Sola, Kirk y Gailbraith. McCoy descubrió que el embajador le ponía inexplicablemente los pelos de punta; los cabellos cortos de la nuca se le erizaban, como si se hallara no ante un hombre civilizado, sino ante un antiguo enemigo de la selva.
Tal vez sí lo era, pensó McCoy. Quizá mucho tiempo atrás; tal vez se había librado una batalla anterior entre la Unidad y la individualidad, y en alguna parte había decidido las cosas una última batalla, al menos durante un tiempo. Y en aquel instante, quizás habían nacido la soledad, el esplendor, el afecto... y el ocasional anhelo de algún perdido edén de Unidad.
Ahora la Unidad tribal volvía a alzarse en una forma nueva, y McCoy se veía acorralado por ella, como médico y como hombre. Su medicina era incapaz de rescatar a las víctimas. Vio la expresión del rostro de Spock y supo que la Unidad de Gailbraith tenía que haber tocado a Kirk... Luego McCoy le echó una mirada a Kirk, el cual parecía haber sido recientemente recompuesto..., a menos que uno se fijara en las señales de agotamiento nervioso que le rodeaban los ojos. McCoy lo examinó con el escáner. Luego volvió a examinarlo, sin poder creer en las lecturas obtenidas.
–En el nombre de Dios, ¿qué ha hecho? –exigió saber.
El escáner mostraba un perfecto estado de salud..., excepto por las trazas de un nuevo shock que habría dejado secos a la mayoría de los hombres.
Kirk tenía una expresión ligeramente aturdida en el fondo de los ojos, pero consiguió enfocar a McCoy.
–No se preocupe, Bones. He hecho... una especie de pacto con el diablo.
–Lo creo –replicó McCoy con amargura. Le subió la manga y vio la piel nueva, curada. Perfecta. Imposible. Y a McCoy no le gustó.
–Es una concentración curativa de la fuerza de Gailbraith, Bones –le explicó Kirk–. No se preocupe. No he sido absorbido. Todavía. Aunque es posible que el señor Spock me haya apartado justo a tiempo. –Sus ojos tenían una expresión obsesionada, pero adoptó el estilo de mando y los miró a todos.
–No disponemos de ningún conocimiento ni tecnología con los que poder luchar contra el intento que está haciendo la Totalidad por apoderarse de esta nave. La Totalidad de Zaran es la forma más peligrosa de Unidad con que se enfrenta la galaxia. Sola cree que la Totalidad está utilizando los poderes psiónicos que tienen las mujeres de su especie emparejadas de por vida, para unir grupos cada vez más grandes. Ella no sabe cómo detener el proceso. Se ha apoderado de todas las naves que ha atraído a este sector. Si lo hace con la Enterprise, podrá acabar con la resistencia del movimiento de oposición de Sola en Zaran. Y podrá destruir otros planetas si ofrecieran resistencia. Si la Totalidad se apodera de Sola como mujer emparejada, es posible que ni siquiera tenga que utilizar mucha fuerza física. Ninguno de nosotros sabe nada sobre la Unidad. Gailbraith, sí. Hay un dicho respecto a la única forma de luchar contra él fuego. Yo he adoptado el principio. Yo utilizaré a la Unidad de Gailbraith contra la Totalidad. Gailbraith nos ha ofrecido ayuda segura.
–¿A qué precio? –preguntó de pronto Spock, y McCoy vio que también al vulcaniano le ponía los pelos de punta, quizá más que al propio médico. Sabía Dios de qué había arrancado el vulcaniano a Kirk. ¿De un vínculo mental con Gailbraith?
Kirk se encaró directamente con Spock.
–Yo he consentido en experimentar la Unidad, y en... considerar la alternativa.
–No hay ninguna alternativa –declaró Spock–. Usted es lo que es, y su esencia no puede soportar entregarse de ninguna forma a una Unidad. También hay un refrán que habla de jugar con fuego... y quemarse. Tenemos que resolver eso con Gailbraith, o habremos entregado el principal objetivo por adelantado: usted. –Spock se volvió a mirar a Gailbraith–. Este sacrificio no es aceptable para ninguno de nosotros. Usted lo considerará como la gallarda oferta de un hombre que no está médicamente en condiciones de hacerlo, y se retirará.
–No, señor Spock –replicó tranquilamente Gailbraith–. No lo haré.
Spock miró a Kirk.
–Retire la oferta.
Kirk miró a Spock con expresión grave.
–Lo siento, señor Spock. No puedo hacerlo.
–Doctor McCoy –dijo Spock–, el capitán está incapacitado para el mando, desde el punto de vista médico, como resultado de graves heridas y de una intensa forma de contacto mental alienígena que podría haberle convertido en cautivo de un poder enemigo. Debo insistir en que certifique usted que está médicamente incapacitado para el mando.
–Spock –replicó McCoy–, no podría estar más de acuerdo con usted. –Vio la expresión de gratitud del vulcaniano, y negó rápidamente con la cabeza–. Pero no puedo hacerlo, Spock. No hay pruebas. Los resultados del examen dicen que está en perfecto estado de salud; y no puedo detectar los efectos de la Unidad... en absolutamente nadie. Usted mismo podría ser un cautivo, por lo que yo sé. A mí tampoco me gusta este pacto, pero no tengo ninguna autoridad médica para impedírselo.
–Gracias, Bones –dijo Kirk. Tendió una mano y la apoyó en uno de los hombros de McCoy–. No se preocupe. Aceptemos esto.
Luego Kirk bajó los escalones en dirección al asiento de mando. Fue Sola quien lo siguió.
–No debe considerarlo –le dijo en voz muy baja.
–¿Qué? –le preguntó Kirk.
–Alejarse en medio de la noche... o hacia la Unidad. Eso no resolverá nuestro problema.
Él levantó los ojos hacia ella.
–De momento, lo que más me preocupa es salvar mi nave. Si quiere ayudarme, continúe como hemos acordado.
–El acuerdo no incluía que usted pactase con el diablo –replicó Sola.
–La necesidad hace extraños compañeros de cama... como usted ya sabe –replicó él–. Hay que pagar algunos precios, y éste es uno de ellos.
Se volvió a mirar a Gailbraith.
–Embajador, ¿puede detectar usted a qué ritmo está la Totalidad apoderándose de la Enterprise?
–Sí –replicó Gailbraith.
–¿Cuánto tiempo nos queda? –preguntó Kirk.
McCoy vio que Spock se apartaba de la terminal científica. Aquélla era una pregunta que Kirk normalmente le habría formulado a él.
Gailbraith se encogió de hombros.
–Ahora controlan secciones clave. Al ritmo presente, podrán tener una mayoría significativa dentro de tres horas, y las mentes más resistentes al cabo de seis.
–¿Cómo podemos luchar contra ella? –le preguntó Kirk a Gailbraith.
–No va a gustarle ninguna de las respuestas –le contestó el embajador.
–No me gustan las preguntas –le aseguró Kirk–. Dígamelo.
–Mi unidad puede contender por cada alma. De hecho, ya lo ha estado haciendo. Controlo una cantidad de los miembros de su tripulación que no especificaré. A una orden suya, otros se unirán sin oponer resistencia. Usted podría escoger al diablo, ya sabe..., mi Unidad en lugar de la Totalidad... y ordenarle a su tripulación que haga otro tanto.
–Tiene razón, no me gusta –replicó Kirk–. ¿Cuál es la otra respuesta?
Gailbraith se volvió a mirar a Sola.
–La mujer zarana está amplificando el efecto de la Totalidad, y hasta cierto punto también el de mi Unidad. Cuanto más tiempo permanezca ella en presencia de usted, capitán, más se verá atraída hacia los lazos afectivos y más peligrosa se volverá para todos ustedes. Tiene que escoger entre ella y su nave.
–Eso me gusta todavía menos –declaró Kirk–. Encuentre una tercera alternativa.
Gailbraith se encogió de hombros.
–Acepte la prueba que le propone la Totalidad, como un reto.
–¿Qué prueba? –intervino McCoy.
Gailbraith se volvió para señalar a Sola.
–En este paquete bastante interesante, tenemos a todo Zaran. Ella es el corazón de la resistencia zarana, y sería el poder de ella el que le daría a la Totalidad el arma psiónica que iniciaría una reacción en cadena de Unidad. Según va ella, así va su planeta... y muy posiblemente la galaxia. ¿No se le ha ocurrido a ninguno de ustedes que aquí nos hallamos todos muy convenientemente reunidos?
–A mí se me ha ocurrido que fue usted quien lo dispuso –replicó Kirk–. Usted sabía que ella estaría aquí. Y fue usted quien me trajo.
–Eso es verdad, hasta ahí –dijo Gailbraith–. ¿Se le ha ocurrido preguntarse el porqué?
–Para hacer surgir poderes de unión latentes –intervino Sola–. Es algo que se ha intentado antes, pero sin éxito. Embajador, ¿fue suya la decisión de enviar al capitán Kirk y la Enterprise?
–Sí –replicó Gailbraith–. Con bastante conocimiento de los propósitos de la Totalidad.
–El embajador es astuto –comentó Sola–. Y tiene razón. Nos han superado, y yo debo abandonar la Enterprise. Me llevaré la nave exploradora. –Dio media vuelta para marcharse.
–No –dijo Kirk de forma categórica, y Spock no se apartó del camino de ella hacia el turboascensor.
–Puede que sea ya bastante tarde incluso para eso –agregó Gailbraith–. Yo creo que deberíamos esperar tener noticias de la Totalidad en cualquier momento, con los términos del reto.
–¿Qué más pretenden de ella? –refunfuñó McCoy.
Gailbraith volvió hacia el médico sus ojos gris acero y McCoy sintió el completo poder del hombre.
–Ella es la clave para traer la Unidad a la galaxia durante mi vida, doctor –replicó Gailbraith.
–Y usted quiere la Unidad en el curso de su vida –le dijo Kirk a Gailbraith.
–Sí, capitán.
–Pero ¿a qué precio? –protestó Kirk–. Si su meta es correcta, ¿no puede cumplirla sin emplear la fuerza?
Gailbraith se encogió de hombros.
–Ésa ha sido mi creencia. Pero ganar sin la fuerza podría requerir un millar de años... o un millón. Capitán, si yo pudiera ofrecerle la paz mientras esté usted vivo, pero a un cierto precio... ¿no se sentiría tentado?
–Puede que sí, embajador –replicó Kirk–, pero he aprendido que algunos precios no pueden pagarse. El empleo de la fuerza destruye cualquier beneficio que pudiese resultar.
–Ojalá pudiera estar yo tan seguro... o fuera tan inocente.
–¿Es ésa la pregunta que ha venido a formular aquí, Gailbraith? Usted tampoco está aquí por accidente. ¿Acaso la Totalidad necesita algo de usted? ¿O necesita usted algo de la Totalidad? –preguntó Kirk con aire pensativo.
–¡Qué perspicaz, capitán! Ambas cosas.
–¡Y los dos necesitan algo de mí..., de nosotros! –adivinó Kirk.
Gailbraith asintió con la cabeza.
–Es un triángulo, capitán. Se trata de un triángulo fatal que se ha reunido aquí para decidir el destino de la galaxia durante un millón de años. Nosotros, los que hemos escogido la Unidad, no podemos traerla a la galaxia durante el curso de mi vida. Necesitamos el método de la Totalidad. La Totalidad necesita también nuestra ayuda..., o al menos nuestra neutralidad. Colectivamente, los de entre nosotros que hemos formado diversas clases de Unidades por elección, podemos oponernos a la Totalidad. Nosotros seríamos la pluralidad de la Unidad enfrentada a la única Totalidad que todo lo absorbe. El conflicto podría durar un milenio. Y mientras dure, los individuales encontrarían espacio para existir como amebas; pero si yo me convenzo de que la solución de la Totalidad puede funcionar, y decido llevar a los míos a una unión con ella... podríamos ahorrarle a la galaxia un millón de años de conflicto y agonía.
Kirk sacudió la cabeza.
–Extinguiría la grandeza... y el afecto. No hay espacio para la diversidad dentro de la Unidad, ninguna chispa que salte al otro lado del abismo de la diferencia para crear... éxtasis.
–Ése, capitán –dijo Gailbraith–, podría ser el tercer vértice del triángulo... y la esencia de la prueba: el afecto frente a la Unidad. El pueblo de Sola tiene capacidad para la Unidad... si alguna especie la tiene. Usted, sus amigos, su nave, son la esencia destilada de la oposición. Lo que se pone a prueba es, quizás, el poder del afecto.
–Ya ha ganado antes –le aseguró Kirk.
–Y perdido –replicó Gailbraith– muchas veces. Yo creo que usted perderá, capitán, porque se encuentra desgarrado entre dos fuerzas. La imposibilidad de su situación le empujará, finalmente, hacia mí.
–Gailbraith –dijo Kirk–, me ha prometido ayudarme a salvar mi nave..., al menos hasta la decisión final. Voy a pedirle que se atenga a eso, y lo exhorto a tomar con cuidado su decisión. Porque si se une usted a la Totalidad, no habrá camino de retorno ni alternativa posible. Pero si usted resiste y ofrece a los seres individuales la oportunidad de decidirse por su Unidad, o alguna otra, o ninguna, estará preservando su propia libertad... y la nuestra. Ahora... ¿puedo establecer contacto con la Totalidad?
–Espero que la Totalidad sea quien establezca contacto con usted –replicó Gailbraith en un tono de advertencia.



17

Como si hubiesen estado aguardando esa frase, las puertas del turboascensor se abrieron al ser pronunciada la última palabra por Gailbraith, y Kirk levantó la mirada para encontrarse con una presencia extraña en el puente.
El hombre que apareció allí, en solitario, podría haber comandado toda una galaxia... y era bastante posible que ahora lo consiguiese.
Había sido diseñado para el mando por algún genio de la escultura genética de hacía mucho tiempo, que consiguió ser tanto selectivo como afortunado. El cuerpo sólido, alto, de hombros anchos, era el retrato del poder. Los cobrizos ojos jaspeados de oro resultaban hipnóticos. El rostro y cuerpo del hombre constituían la esencia de la virilidad, de una virilidad llevada al punto de la superdominación, como si ese escultor hubiera esculpido un rostro y un porte que representara la esencia del conquistador... o de lo inconquistable.
El hombre tenía aspecto de haber sido fundido en bronce, con toques de oro en los ojos y una masa de cobre y bronce de indómitos cabellos.
Había algo inquietantemente familiar en aquel hombre, como si Kirk tuviera que reconocerle por más razones de las que existían. El rostro en sí había sido raramente fotografiado, pero Kirk sabía que se trataba de la cara de un hombre que una vez había sido dado por muerto durante más de doscientos años. Era una leyenda. Y era el enemigo.
–Soljenov de la Totalidad, supongo –dijo Kirk.
El corpulento hombre se inclinó apenas. No parecía mucho mayor que Kirk, pero aunque sólo se contara el tiempo pasado fuera del largo sueño de la nave de larga distancia,
tenía varias décadas más que él. La juventud tenía que ser el don de una vitalidad imperecedera y de la fuerza vital combinada de la Totalidad. Kirk había sentido el poder de dicha fuerza a través de Gailbraith, y no quería tener que luchar contra ella en el hombre que ahora tenía delante.
–Capitán Kirk –dijo Soljenov en una voz profunda y resonante de autoridad..., una sola voz que hablaba por muchas.
–Ha subido usted a bordo de mi nave sin anunciarse y sin autorización –declaró irritado Kirk–. Manifieste su propósito.
Soljenov asintió con la cabeza.
–Habrá usted advertido que pude hacerlo sin activar ninguno de sus sistemas de alarma. Los que tendrían que haber reaccionado ante las luces de advertencia no lo han hecho. Se evitó que las vieran aquellos que podrían haber reaccionado. En muchos sentidos, capitán, yo controlo ahora su nave.
–Nadie controla mi nave, excepto yo –replicó Kirk–. Si fuera necesario, será destruida.
–Incluso eso podría no estar ya en su poder, capitán. Pero si lo estuviese, ¿preferiría usted destruir a los miembros de su tripulación antes que permitirles vivir felices en el mundo de la Totalidad? ¿Tiene usted tantos prejuicios... cuando su principal misión es buscar lo nuevo? ¿O abriga usted la esperanza de poder transportar a su tripulación al planeta de ahí abajo... y que ellos, o usted, tengan la posibilidad de sobrevivir allí? Le aseguro que no es una alternativa.
–Siempre hay una alternativa a la rendición –replicó Kirk–. Y la historia ha demostrado que rendirse o condescender con cualquier tipo de totalidad no es una alternativa ante la destrucción..., sino meramente un preliminar de la misma.
–Mis predecesores eran toscos, capitán. Yo no lo soy. Sé desde hace siglos que lo que ellos proclamaban como una unidad no era en absoluto una Unidad, sino el peor de los sistemas para aplastar a una mayoría en beneficio de unos pocos. Yo juré encontrar la realidad de la Unidad, y con la investigación psíquica de ellos, que yo pude ampliar, encontré los comienzos. Aproveché la destrucción de mi mundo inmediato para que me impulsara a las estrellas, donde encontraría la segunda pieza del rompecabezas: Zaran.
–¿Hay una tercera pieza? –le preguntó Kirk.
–¡Qué perspicaz es usted, capitán! La tercera pieza es, en sí misma, el ensamblaje de las fuerzas reunidas hoy aquí. El embajador tiene toda la razón. Le he llamado para desafiarle –comentó Soljenov, echándose a reír.
–¿Y si yo no acepto?
–Me temo que no he dicho nada respecto a ofrecerle una opción.
Kirk pulsó el botón del intercomunicador. –Seguridad al puente.
No tenía muchas esperanzas en la llegada útil del personal de seguridad, pero vio que Spock se colocaba detrás del maestro de la Totalidad.
–¿Cuál es la naturaleza del reto? –preguntó Kirk, para darle largas.
–Tampoco eso debe saberlo usted en detalle. –Soljenov sonrió–. Me temo que no soy ni lejanamente tan civilizado como su diablo personal. –Le hizo una leve reverencia a Gailbraith–. Sin embargo, puede suponer que es una prueba del problema central..., de la cuestión de la Unidad como tal. La especie de Sola, y su línea de herencia femenina, son notablemente capaces para la Unidad. Ella tiene poderes no descubiertos aún, que yo sé que podrían unir un mundo, finalmente incluso una galaxia...
–Un momento –intervino Sola, avanzando hasta estar delante de Soljenov–. Yo no quiero tener nada que ver con esto. Aquí no hay nadie por quien yo aceptaría el reto nupcial. Ni tampoco, bajo ninguna circunstancia, serviré a la Totalidad. Vete con aquellos que quieran servirte voluntariamente, y deja en libertad a mi pueblo.
–Querida –le respondió Soljenov–, he dispuesto las cosas de tal manera que tampoco tú tendrás elección.
–Nunca me uniré a una pareja –le replicó ella–. Jamás emprenderé la caza nupcial. No pondré a mi pueblo, ni a la galaxia, en tu poder.
Soljenov se limitó a sonreír.
–El arte de disponer lo inevitable requiere sólo el conocimiento de lo insoportable. Tú cazarás a tu compañero a la manera antigua. Y cuando tus poderes hayan despertado, me servirás.
Soljenov hizo una reverencia apenas perceptible, tocó un medallón que llevaba sujeto a una cadena y desapareció del puente en una variación de rielante luz de transportador.
–¿Qué ha querido decir con «caza nupcial»? –preguntó rápidamente Kirk.
Sola se volvió a mirarlo.
–Es la costumbre que provoca las respuestas hormonales y psiónicas que conducen al vínculo de por vida con la pareja. El hombre que cree que una mujer ha comenzado a desearlo para formar pareja, se marcha o es llevado por alguien que tiene interés en ese vínculo, como los que desean emparejar a una recalcitrante reina del orgullo, a la zona más peligrosa de la selva. Si la mujer se siente lo bastante atraída, va a buscarlo. Es una alternativa de vida o muerte. La caza aumenta la intensidad de la atracción psiónica hasta el punto necesario para la unión. Los dos se transforman en uno, no en la forma de Totalidad de Gailbraith, sino en el amor. Cuanto más tiempo permanezca el hombre en libertad, más fuerte será el vínculo. Pero la mujer intenta encontrarlo rápidamente, porque es la única caza solitaria permitida... y necesaria. Es peligrosa para los dos, y él puede ser también víctima de otros predadores.
–¿Y aquí no hay nadie por quien usted fuese capaz de aceptar la caza nupcial? –preguntó Kirk.
Sola nada dijo, tal vez porque estaba bastante claro que Soljenov escuchaba todo lo que allí se hablaba por algún medio..., quizás a través de un miembro de la tripulación del puente que ya formaba parte de la Totalidad. Kirk intentó leer en los ojos de la mujer.
Sus ojos leonados fue lo último que vio en el puente. Sintió la emanación del efecto de un transportador desconocido que comenzaba... y en un momento se lo había llevado.
De pronto, Kirk se estaba levantando del suelo del calvero de una selva, y oyó los sonidos de la ominosa superpoblación biológica perteneciente al planeta que estaban orbitando. Entonces supo que la trampa de Soljenov acababa de cerrarse.
Estaba solo, sin armas, aún con los pantalones holgados, las zapatillas y la bata de la enfermería que llevaba cuando fue a reunirse con Gailbraith. No tenía comunicador y, en aquella espesa sopa biológica, a una nave le resultaría imposible encontrar las lecturas de una sola forma de vida humana.
Estaba completamente solo y perdido en uno de los planetas más peligrosos de la galaxia. Sola y Spock tendrían que buscarlo..., aunque en aquel momento era lo último que ella debía hacer. Él no creía que ella fuese a volverle la espalda..., aunque le habría ordenado que lo hiciese de haber podido.
Pero aunque Sola rompiera su voto y fuese a buscarlo, no había forma de que ella o Spock hallasen por dónde empezar.
Oyó los sonidos guturales producidos por un predador grande de tipo felino, cerca, y se alejó silenciosamente en la dirección opuesta.
Sin duda en la dirección de más seres lupinos...



18

McCoy profirió una imprecación.
Él parecía ser el único que tenía aliento para hacerlo. Spock, tras contemplar durante un instante el asiento de mando con ojos fijos, se aferró a los controles de la terminal científica con una calma excesivamente deliberada, que McCoy había aprendido a interpretar demasiado bien.
–Sondeo completo de sensores –ordenó el vulcaniano.
Sola dio media vuelta sin decir una palabra y se encaminó hacia las puertas del turboascensor. Spock se puso de pie y la cogió por una muñeca, deteniéndola.
–¿Dónde los buscarías? –le preguntó.
–Yo soy una cazadora de Zaran.
–Un proceso tiene que tener un principio –le dijo Spock–. Podrían pasar horas, si es que lo consigo, antes de que pueda localizar las lecturas de una sola forma de vida humana.
Sola lo miró directamente a los ojos.
–Si el vínculo ha comenzado, habrá un tenue hilo de sentido de la dirección.
–Has dicho que aquí no había nadie por quien estuvieras dispuesta a aceptar la caza nupcial –le recordó irritado Spock.
Ella levantó la cabeza.
–Mentí, señor Spock. Dos veces.
–Muy bien –declaró Spock–. Iré contigo. Ella sacudió la cabeza.
–No es posible. Eso alteraría el mecanismo por el cual debo encontrarlo, yo sola.
–Él es mi capitán, y es mi responsabilidad.
–No, Spock. Esta vez es responsabilidad mía. Déjame marchar antes de que él muera ahí abajo. Spock le soltó la muñeca.
–Llévate esto –le dijo Spock, entregándole su comunicador y su pistola fásica–. ¿Utilizarás el transportador?
–No. Viajaré en la nave exploradora para buscar una pista. Existe un área en la zona ecuatorial, cerca de donde aterricé la vez anterior, que es el centro del gigantismo..., el área más peligrosa.
–Ya lo sé –replicó Spock.
Ella se encaminó hacia el turboascensor.
Pero fue en ese momento cuando Spock desapareció en el mismo rielar del transportador extraño.
En ese punto, ni siquiera McCoy pudo proferir una maldición. Y de pronto se dio cuenta de que el vulcaniano se había quedado sin arma ni comunicador.
–Y ahora, ¿tras cuál de los dos irá usted? –le preguntó McCoy a Sola. Si la Totalidad lo oyó o Uhura lo miró con una conjetura escandalizada en los ojos, a él no le importó. Dentro de un momento estaría bien claro por qué ambos hombres habían desaparecido.
–Aparentemente, doctor, eso es lo que la Totalidad desea averiguar –dijo Gailbraith.
–Eso no lo averiguará por mis actos, caballeros –replicó Sola–. Existe una sola opción.
Pero no dijo cuál era, y traspuso las puertas del turboascensor sin pronunciar una sola palabra más. McCoy consideró el intentar detenerla, y decidió no hacerlo. No sólo era probable que resultase fútil, sino que la Totalidad siempre podría llevársela.
Sulu ya estaba hablando por el intercomunicador del timón.
–Ingeniero jefe Scott, acuda al puente, es urgente –llamó–. Señor Scott, el capitán y el señor Spock han desaparecido. Está usted al mando.
Y McCoy oyó que el timonel oriental musitaba:
–¡Eso espero!
McCoy se quedó mirando a Gailbraith.
–Usted podría encontrarlo –dijo McCoy–. Al capitán,
por lo menos. Usted tenía algún vínculo con él. Gailbraith se encogió de hombros.
–Nadie me lo ha pedido.
–Yo estoy pidiéndoselo.
–¿Y qué me ofrece?
McCoy se irguió y miró al embajador fijamente a los ojos. –¿Qué tengo yo que usted quiera? Gailbraith sonrió.
–Tal vez los términos habituales, doctor. ¿Su alma...? McCoy hizo un gesto brusco hacia las puertas del turboascensor.
–Venga conmigo.



19

Sola posó la nave exploradora en el calvero donde habían resistido contra los lupinos. Ella no tenía una clara certidumbre de poder captar una pista desde aquel lugar, pero la tenue sensación de sentido direccional le sugería que su presa había sido depositada en algún lugar de esas proximidades. Una de las presas, al menos. Ahora no estaba segura de cuál.
El calvero estaba desierto. Ella se desvistió hasta quedar sólo con los atavíos de caza. En la caza, la piel se convertía en un sistema sensor y de alarma, a veces en el canal del sentido direccional. Tenía que estar descubierto hasta el último centímetro razonable. Tampoco podía permitirse utilizar los sofisticados aparatos protectores de la Federación que llevaba la nave exploradora. Tras pensarlo, colgó de su cinturón bajo una cartuchera ligera. Cogió su espiral de pulsera recargado, el comunicador y la pistola fásica de Spock, y un cuchillo grande y muy recto. Había ocasiones en las que era lo más útil.
Abrió las puertas de la nave exploradora, corrió algunos metros, saltó a las ramas inferiores y subió tras un balanceo al enrejado de las ramas bajas.
Se produjo un movimiento precipitado en la linde del calvero, y una manada de animales que tenía que estar al acecho, esperando el regreso de su presa, chasquearon los dientes en el aire que ella acababa de dejar tras de sí.
Sola se alegró de verlos. Al menos no habían olfateado la pista de su propia presa.
Ahora se puso a buscar la dirección, avanzando por el tupido enramado mientras describía un espiral de búsqueda que iba ampliándose. Las ramas de los árboles que se entre lazaban eran anchas y cómodas en ese nivel. Sola corría, saltaba y se columpiaba por ancestrales reflejos, sin necesidad de pensar en ello. Éste era virtualmente un planeta hermano de Zaran, con una evolución sorprendentemente paralela, y unos peligros que le eran bien conocidos..., aunque ella no ignoraba que llevar esa suposición demasiado lejos era como galantear con el desastre. Habría diferencias, y podían ser mortales.
Entre tanto, a través de los árboles podía cubrir las distancias a una velocidad al menos dos o tres veces superior a la que un hombre podía conseguir por tierra, teniendo en cuenta la vegetación baja y todos los predadores. Hasta donde ella estaba, sólo podían llegar los grandes gatos y uno o dos adversarios bastante desagradables.
Esperaba que Kirk hubiese tenido la sensatez suficiente como para seguir el ejemplo de ella y encaramarse a los árboles. Un hombre vigoroso podía moverse por aquel lugar, si bien no con su destreza, al menos sí con unas probabilidades de supervivencia algo superiores a las que tenía en el suelo.
Puso en funcionamiento las disciplinas mentales de la caza, la concentración de todos los sentidos, tanto físicos como psiónicos. Y al final se permitió reconocer que aquélla era una caza nupcial. El compromiso, una vez adquirido, era irrevocable. Sólo podía concluir con la unión... o la muerte de ella. Pero no había elección. La señal direccional no funcionaría con nada inferior... y podía no funcionar a pesar de eso, dada la brevedad del contacto y la división de sentimientos que ella había permitido.
Sin embargo, no había titubeos en su corazón. Buscó la señal de su pareja; luego se detuvo y permaneció absolutamente inmóvil. Entonces, era verdad. Estaba recibiendo dos señales.
Era algo desconocido en la historia de Zaran, pero ahí estaba. Cuando declaró que sólo existía una opción, había dado por supuesto que sólo sintonizaría con Kirk. Se había establecido entre ellos una afinidad desde el primer momento en que se vieron en el calvero..., una huella que se haría más Profunda a medida que la elección se volviera irrevocable, hasta convertirse en una banda de fuerza que los uniera para siempre.
Ella luchó contra ello, pero no era algo contra lo que se pudiese luchar. Incluso llegó a interponer al vulcaniano para resistirlo. Spock no sabía que no era sólo a la necesidad de él a lo que ella había respondido.
Pero eso sólo habría tenido que convertir en imposible cualquiera de los dos vínculos. El tener esa consciencia de ambos era algo no soñado en la filosofía zarana. Pero, por otra parte, como había señalado Kirk respecto a Spock, tampoco lo era ella.
Ni lo eran ellos tres.
Sola levantó la cabeza e intentó sentir cuál de las direcciones pertenecía a cada uno. Descubrió que no podía estar segura. La llamada era virtualmente igual. Y la atracción era en direcciones opuestas. El maestro de la Totalidad había sabido cómo apretar bien los tornillos.
–¡Spock! –llamó en silencio. Era dudoso que el fino hilo de la conexión pudiese llevar un mensaje mental a esas alturas. Pero resultaba necesario intentarlo.
No recibió respuesta ninguna. Sin embargo, de una de las direcciones fue como si sintiera tenuemente una sólida resistencia. Entonces lo supo. Era uno de los dos hombres..., que la sentía también tenuemente y le advertía que fuera tras el otro.
Con un cierto esfuerzo, se apartó de él en la dirección opuesta, y comenzó a avanzar. Tenía que ser el vulcaniano el que había enviado el mensaje.
Ella le volvió la espalda con decisión y se encaminó hacia Kirk.
Siempre había existido una sola opción, también en ese sentido. El vulcaniano estaba mejor preparado para sobrevivir sin armas en ese entorno. Era muchísimo más fuerte y estaba criado para sobrevivir en un planeta que podía rivalizar con aquél en peligros. Tenía que haber sobrevivido en Vulcano durante la prueba de Kaswan... a la edad de siete años.
Kirk era un capitán de nave estelar. Lo que pudieran hacer el entrenamiento, la voluntad consumada y la valentía, él lo haría. Pero era humano, y todo el entrenamiento de supervivencia de la Flota Estelar no equivalía a la supervivencia de un ser humano en aquel lugar, sin ayuda. Ni siquiera los miembros del pueblo de ella sobrevivirían sin armas durante mucho tiempo. Tampoco lo conseguiría el vulcaniano. Y sólo ella estaba armada.
La única oportunidad de salvar a ambos hombres residía en una sola dirección. Ella avanzó rápidamente por el entrelazado de ramas bajas...



20

Kirk encontró un pequeño macizo de lo que parecía bambú azul. Las cañas eran largas, rectas, y ahusadas hacia el extremo superior. Apoyó al espalda contra un árbol y se puso a mover una de las cañas de un lado a otro hasta que pudo romperla por una de las secciones contra una roca. La sopesó a modo experimental. La caña de tres metros de largo constituiría una lanza útil.
Habría preferido un cañón. En aquel sitio no había nada con lo que él sintiese deseos de afrontar con una lanza de tres metros de largo. Y la mayoría de la fauna local parecía capaz de utilizarla como palillo de dientes.
Escogió un trozo más corto que podía ser usado como cuchillo y se lo metió en el cinturón. La caña era demasiado rígida como para fabricar con ella un buen arco, decidió, y dudaba de que tuviese el tiempo necesario para hacerlo. Todavía sentía detrás de sí los sonidos guturales del felino.
Volvió a mirar hacia las ramas inferiores en las que había encontrado a Sola por primera vez. Muy bien. Ella conocía ese territorio. Dudaba de que los árboles pudieran servirle de algo ante un felino, pero podrían mantener a distancia a los seres lupinos y algunas otras cosas. Encontró un par de ramas bajas y se encaramó sobre ellas con un balanceo. Muchas eran lo bastante anchas como para ponerse cómodamente de pie sobre ellas, y desde la mayoría alcanzaba otras ramas entrelazadas antes de que se estrecharan hasta convertirse en cuerdas flojas.
Se animó un poco. Las cosas estaban mejorando. Lo que le preocupaba era que Sola y Spock estarían peinando el planeta en su busca. O tal vez la Totalidad le había dado a ella un punto de comienzo, y ella, o los dos, estarían allí abajo, batiendo los alrededores para encontrarlo. ¿Caza nupcial? ¿Iría ella a buscarle si ésa era la única forma en que podía hacerlo? Existía, advirtió, otro peligro. Tal vez la Totalidad no deseaba solamente que ella saliese a cazarlo, sino que quería reducirlo a él a algún estado en el que la Totalidad pareciese el único refugio posible. En cuyo caso, la Totalidad probablemente también estaba tras su pista...
Se volvió a mirar por donde había pasado, y se encontró con un gato–oso negro dientes de sable, a falta de una descripción mejor, que le miraba desde una rama que estaba a seis metros de distancia.
El gato–oso medía aproximadamente tres metros y medio de largo...
Spock se movía por el entretramado superior de los árboles con una concentración vulcaniana que lo excluía absolutamente todo excepto la liana o rama de apoyo que necesitaba para el siguiente paso de avance. No era muy distinto del equilibrio que les enseñaban a los niños vulcanianos en la escuela de párvulos. A esos niños, sin embargo, no se les exigía que lo practicasen a 20,3 metros por encima del suelo de la selva.
Pero allí no encontraba obstáculos. Lo había intentado en el entramado inferior de anchas ramas. Era más seguro, pero verse obligado a rodear las diversas áreas de vegetación enredada no se adaptaba a su necesidad de avanzar velozmente. El suelo, por supuesto, quedaba fuera de toda posibilidad. Así pues, recurrió a unas antiguas habilidades aprendidas como juego y las adaptó a aquel entorno extraño. A esa altura podía dar saltos, con frecuencia de hasta diez y veinte metros, valiéndose de la flexibilidad de un arbolillo alto y delgado al que hacía balancear de un extremo a otro. La velocidad era algo esencial.
No sabía muy bien qué guía lo estaba dirigiendo. Se trataba de un sentido direccional que se extendía a través de la distancia, pero Spock no estaba seguro de si lo conducía hacia Sola, o si era el sentido más primitivo que en una o dos ocasiones lo había llevado hasta Kirk.
En cualquiera de los dos casos, tenía la seguridad de que al final lo conduciría hasta ambos. Sola, claro está, con toda lógica, iría tras Kirk... o tendría que responder ante Spock. Ella lo sabría con toda seguridad.
Por tanto, el vulcaniano se arrojó a través de los árboles como un proyectil, y en él quedó poco de los mil años de paz de Vulcano o del disciplinado oficial de la Flota Estelar. Lo que tenía delante era selva y desierto de un millón de años de antigüedad; Spock de Vulcano y sus salvajes ancestros se sentían allí como en casa.
Si no llegaba a tiempo junto a Sola y Kirk, sería ése el lugar de su muerte...



21

McCoy se volvió a mirar a Gailbraith. Había llevado al embajador a su propio territorio, la enfermería, y ahora estaba decidido a obtener una respuesta. –Embajador –comenzó–, no estoy seguro de cuánta alma poseo, y usted es casi el último comprador al que se la vendería. Pero considero que en este momento estoy al mando efectivo de esta nave. No puedo saber si el señor Scott o cualquier otro miembro de la tripulación está libre de la Totalidad o de su propia Unidad, y por lo tanto es apto para el mando. No sé qué le hizo usted a Jim Kirk durante ese contacto del que Spock lo sacó. No me gusta lo que resulta evidente que usted cocinó junto con la Totalidad; pero tengo que mantener esta nave de una pieza y encontrar a su capitán y primer oficial. Y a Sola. Si su precio es mi alma, le ofreceré lo mismo que el capitán. Si él se une a usted, también lo haré yo. Pero debe dejarme en libertad hasta ese momento, ayudarme a conservar la nave y encontrarlos a ellos.
Gailbraith sonrió.
–Eso difícilmente podría ser considerado un pacto, doctor, si se tiene en cuenta que en caso de que yo me apodere del alma de su capitán, también obtendré la suya con casi total seguridad.
McCoy se encaró directamente con él.
–Gailbraith, usted no tiene todas las cartas en la mano. Bajo el código siete, como oficial médico superior, tengo poder para dar ciertos pasos..., lo que incluye, en caso necesario, una secuencia de destrucción. E incluso en el caso de que pudiera sacar a su gente de la nave, su Unidad tampoco sobreviviría en ese planeta. Le sugiero que acepte el pacto.
McCoy no describió los límites de su poder ni la profundidad de su renuencia a utilizarlos. Había jugado al póker desde Georgia hasta Jim Kirk. Gailbraith sonrió.
–Doctor, usted no podrá saber si mi propósito inmediato es ayudarlo, o si simplemente estoy fingiendo hacerlo mientras aguardo a sorprenderlo con la guardia baja. Sin embargo, dentro de esos límites, y en mi tiempo libre, lo ayudaré por ese precio.
McCoy respiró profundamente. No estaba seguro de qué se suponía que debía hacer uno después de venderle el alma al diablo, pero sería mejor que continuara adelante.
–Mantendrá usted al señor Scott y a la tripulación de mando libres de la Totalidad y de su propia Unidad –comenzó–. Scott, Sulu, Uhura, Chekov, Chapel, y algunos otros cuyos *nombres le daré.
Gailbraith negó con la cabeza.
–Tres de ellos ya pertenecen a la Totalidad, o a mi Unidad.
McCoy sintió que el corazón se le contraía como si se lo estrujara una prensa. ¿Scott? ¿Chapel? Cualquiera de ellos. Dios mío. Entonces, era un hecho que él estaba defendiendo el fuerte, la última línea de defensa.
–Me dirá usted quiénes son –declaró–, y luego me ayudará a encontrar al capitán.
Gailbraith se encogió de hombros.
–Posiblemente. Cuando me apetezca.


Kirk retrocedió cautelosamente a lo largo de una rama, con los ojos clavados en el gato–oso, tentando su camino con los pies y una mano, hasta que quedó de espaldas contra el tronco de un árbol.
Apoyó la lanza contra el tronco, pero no esperaba que eso le sirviera de mucho. Aunque consiguiera atravesar al gatooso, probablemente sería aplastado por el enorme peso de la bestia y resultaría muerto en medio de sus espasmos de agonía.
Pero la primera regla de supervivencia era la de continuar intentándolo hasta que uno ya estaba muerto... y a veces después de estarlo.
El gato–oso lo miró como si fuera un bocado bastante interesante, y luego cargó.
Kirk sujetó la lanza, y cuando la punta entró en el pecho del animal, él saltó. Estaba a unos seis metros del suelo, pero amortiguó ligeramente la caída cogiéndose a una o dos ramas mientras se precipitaba hacia abajo.
Aterrizó con un fuerte impacto, rodó, y el animal cayó junto a él, gruñendo, como una bufante masa de dientes y garras, agonizante.
Él retrocedió arrastrándose, de espaldas, hasta que lo detuvieron los troncos de los árboles. Sostuvo en la mano el débil trozo de bambú azul como si fuera un cuchillo, y esperó hasta que el animal se irguió sobre dos patas como un oso, el doble de alto que él.
Luego, cuando intentaba apoderarse del hombre, el animal se desplomó y Kirk escapó apenas del peso que se le venía encima. Le sorprendió encontrárselo muerto a los pies.
Kirk apartó el rostro, conmocionado por la muerte de algo tan grande y hermoso, y al mismo tiempo sorprendido de estar con vida.
No sobreviviría a muchos más encuentros como ése. Y en alguna parte se había golpeado contra una rama el brazo anteriormente herido, y supo que la curación de Gailbraith no era perfecta. Había restablecido las funciones esenciales, pero no la habitual fortaleza hasta el hueso. Estaba otra vez dolorido, y sentía el profundo shock que le acechaba. Tenía un tobillo torcido, y dudaba de poder avanzar ahora por los árboles.
Se puso a caminar por el suelo cojeando, en busca de más macizos de aquel escaso bambú azul. Un hombre desarmado no podía durar mucho en tierra, pero tenía que encontrar otra arma, y debía continuar.
De alguna forma, lo que más lo trastornaba era la idea de que Sola, o Spock, encontrasen su cuerpo debajo de un gato–oso o ser lupino.
0... que no lo encontraran...

22


Kirk no halló más bambú azul, pero recogió un trozo pesado de una madera parecida a la caoba que podría resultar una cachiporra muy útil. La selva se abrió repentinamente en un amplio calvero, y por encima de los árboles, al otro lado, vio la cumbre de una montaña. Le volvieron a la memoria las palabras de Spock: «Lecturas de energía camuflada y formas de vida inteligente en un volcán solitario cercano al calvero en el que aterrizó Sola».
De pronto, las cosas adquirieron un poco más de sentido. La Totalidad estaría poniéndolos a prueba a más de un nivel. Soljenov había puesto al alcance de Kirk la posibilidad de realizar un ataque resuelto a su propia fortaleza, para ver si Kirk recogía el guante... o mordía el anzuelo.
No podía conocer a Kirk tan bien, después de todo, si necesitaba formular la pregunta. Aunque también podía ser que conociera a Kirk muy bien, y aquello fuera una sofisticada versión de «¿No quiere entrar en mi salón?».
En cualquier caso, Kirk determinó la dirección por el sol, y se lanzó al interior de la selva camino de la montaña. Prefería desafiar al enemigo en su cubil, en cualquier momento, antes que dar vueltas por la selva, sin objetivo, mientras intentaba no convertirse en cena... o esperando a que lo rescatasen.
Y, en verdad, no podía esperar. Comenzaba a ocurrírsele que no podía permitir que Sola lo encontrase. En condiciones de caza nupcial, sin duda ella no tendría otra alternativa que unirse con él, tal vez incluso vincularse para siempre. Y Kirk no podía permitirse eso. Estaba Spock.
De hecho, comenzaba a pensar que no había solución posible para eso. No podía abandonar. No podía negar el rayo que también lo había golpeado a él. Aunque no dijera nada ni hiciera nada, dudaba de que Sola pudiese negarlo indefinidamente.
Si ella lo encontraba ahora, Kirk tenía dudas de que pudiera negarlo ni por un instante.
En su mente comenzaba a formarse una solución radical para ése y otros problemas. Pero aún no podía verla con total claridad. Era consciente de que tenía algo que ver con lo que había experimentado con Gailbraith en el breve contacto establecido con la Unidad. No podía recordarlo plenamente todo, y sabía que su mente, o la de Gailbraith, bloqueaba ese recuerdo. Pero tenía la certeza de que la atracción de–la Unidad había sido poderosa. Era chocantemente distinta... y sin embargo él había pasado su vida explorando lo distinto. En la Unidad, lo que estaba prohibido se convertía en normal, y ya no existía ni soledad ni secreto ni separación.
En ella podría, tal vez, soportar la separación que sobrevendría si quería que los otros dos quedasen en libertad.
¿Y suponiendo que en lugar de explorar al Uno de Gailbraith entrara en la Totalidad de Soljenov?
Si no podía conseguirse desde fuera que la Totalidad abandonara la conquista... tal vez él podría detenerla desde el interior.
Al parecer, se había convertido en un importante objetivo de ambas superentidades, la de Gailbraith y la de Soljenov. Y tal vez podía sacarse algo de eso. Como un montón de problemas...
Aceleró el paso en dirección a la montaña.
Algo bajó desde lo alto de un árbol y se cerró alrededor de él como espirales de acero..., espirales tan gruesos como un muslo humano.
Miró hacia lo alto y vio algo que muy bien podría haber sido un dragón: una cabeza con colmillos sobre un fino cuello, un cuerpo grueso, y una cola del tamaño de una serpiente pitón grande que estaba enrollada en el cuerpo de Kirk.
Intentó dejar en libertad el brazo cuya mano sujetaba la cachiporra, pero era imposible. Lo estaba elevando hacia los colmillos. Pensó que había gritado, mentalmente, para pedirle auxilio a quien pudiera oírlo. Pero no esperaba ninguna respuesta.
Sola oyó el grito de su compañero.
No hubo sonido alguno, pero ahora existía entre ambos el vínculo que lo convertía a él en la vida de ella. La mujer avanzó, quedaba poco de la agente autónoma de la Federación. Era la mujer zarana que respondía al grito de su pareja a través de una selva de un millón de años de antigüedad.
Ahora iba a toda velocidad, corriendo riesgos que no habría corrido antes, arrojándose a través de amplios espacios abiertos para aferrarse a asideros precarios, subiendo nuevamente con un balanceo y corriendo por ramas finas como una cuerda floja o cubriendo distancias en la cima de arbolillos finos que se inclinaban a su paso.
Y a pesar de eso, estaba segura de que llegaría demasiado tarde.
Lanzó el grito psiónico de la caza propio de las mujeres zaranas..., ahora tenía el poder de una mujer durante la caza nupcial. Era una advertencia que podía infundir terror en el corazón de la presa o el predador, y podía hacer que el predador se detuviera un momento, justo lo suficiente.
Luego se encontró allí, y vio a Kirk atrapado en los anillos de una serpiente arborícola. Él estaba casi inconsciente, la cabeza de la serpiente lo miraba a la cara. Tal vez el grito de ella había evitado que el animal acabara de matarlo por aplastamiento, o utilizara para ello sus colmillos envenenados.
Dio un salto que cubrió los últimos seis metros, y aterrizó sobre el nido tejido por la serpiente. Se trataba de una criatura semiinteligente que tejía sus nidos, frecuentemente delante de los huecos de los árboles que constituían su madriguera.
Sola no podía emplear la pistola fásica, porque también afectaría a Kirk. Y una descarga paralizadora lo bastante fuerte como para detener a la serpiente, podría matarlo. Activó su espiral de pulsera, enroscándolo alrededor de la garganta de la serpiente justo por debajo de la cabeza, y apartó de un tirón los colmillos del rostro de Kirk. El espiral no era lo bastante potente como para desmayarla, pero hizo que la bestia prestase atención a Sola.
Dio media vuelta y fue tras ella, arrastrando a Kirk aún envuelto en su cola. Ella hizo chasquear el espiral y volvió a golpearla, buscando los puntos vulnerables en los que la energía del mismo pudiese tener la suficiente potencia como para paralizar el vigoroso pequeño cerebro.
La cabeza dentada se lanzó hacia ella, y Sola se adelantó, se lanzó al cuello, y finalmente alcanzó a quemarropa un punto vulnerable detrás del oído.
La serpiente comenzó a desplomarse, inconsciente; la mujer se dio cuenta de que caería del nido... arrastrando a Kirk consigo.
Saltó para arrebatarlo de los espirales de la cola que se aflojaban. La serpiente cayó, laxa, por encima del borde del nido, y Sola oyó el golpe sordo que le llegó desde el suelo antes de estar del todo segura de que había conseguido aferrar a Kirk con la fuerza necesaria.
La serpiente se recobraría sin duda en una hora, aproximadamente. Ella no.
Kirk estaba semiinconsciente. Lo guió y llevó a medias hasta el hueco del árbol donde habitaba la serpiente. Era un lugar limpio y tranquilo, y ningún otro predador entraría en él.
Comenzó a examinar a Kirk. El fino traje de la enfermería estaba hecho jirones. Le encontró un arañazo en un hombro, no debido a la serpiente sino a la lucha con el cranth. Había encontrado el enorme animal que a él le habría parecido una mezcla de gato y oso.
Vio la lanza prefabricada, y aún no comprendía cómo consiguió sobrevivir.
Él recobró ahora el conocimiento, y la miró con una débil sonrisa.
–Bien por mi teoría –le dijo–. Gracias.
La voz de ella era tensa y ronca.
–¿Qué teoría?
–Yo no quería que me encontraras. Al menos, no quería quererlo. –Le cogió una mano–. Sola, lo que dije en la nave tiene que continuar respecto a nosotros. No podemos volver a entregar a Spock a las cadenas y los buitres. Y ahora tampoco podemos darle a la Totalidad lo que quiere.
–Spock me ha enviado a buscarte –le respondió ella–. Es aún más fuerte de lo que tú imaginas, y no se sentirá herido por esto. En cuanto a la Totalidad, puede que se haya pasado de lista en este preciso momento, al poneros el uno en oposición al otro. Si puedo mantener un cierto equilibrio, es posible que consiga detenerme al borde de la unión de por vida.
Ante eso, Kirk frunció el entrecejo.
–¿Y eso no resulta peligroso para ti?
Ella profirió una risa ronca.
–Sí: Pero es menos peligroso que la alternativa.
Se echó hacia atrás y comenzó a levantarse. No sabía si podría continuar adelante, ni por cuánto tiempo, sin la consumación necesaria de la caza nupcial. Pero no le era posible confiar en sí misma para detenerse justo antes de la unión duradera. Y no pensaba desarmar la resistencia de él, hablándole de la amenaza que pendía sobre su vida.
Él volvió a cogerla por una muñeca e impidió que se moviera.
–Lo que no estás diciéndome –declaró– es que se trata prácticamente de lo mismo que en el caso de Spock. Es tu vida lo que peligra... ¿verdad?
–No –mintió ella.
Pero él desplazó la mano para cogerla por un hombro y la atrajo hacia sí.
–Ése es tu error –le dijo–. ¿Suponías que cualquiera de los dos iba a permitir algo así?
Entonces los labios de él se encontraron con los de ella, y Sola supo que Kirk tenía razón, fueran cuales fuesen los peligros o las imposibilidades a que condujera, no había forma alguna, siquiera, de que pudiese hallar a Spock hasta haber acabado con eso..., si podía ser acabado. Ese momento, al menos, era de ellos, y tenía que ser...

23


Al parecer, Spock acababa de perder el frágil hilo de dirección que había estado siguiendo. Tal vez algo lo había perturbado. En un determinado momento, sintió una especie de agitación en la tenue sensación de presencia que seguía..., peligro, roces a quemarropa con la muerte. Luego se produjo una interrupción hacia el final, que él no consiguió interpretar, una intensidad de emociones...
Ahora se detuvo, pues no le quedaba otra guía que la dirección anterior. Ya no podía tener la seguridad de que no estaba lanzándose en la dirección opuesta al lugar en que se hallaba su propia presa.
Una de ellas... o ambas...
Permaneció durante un momento en la horquilla de un árbol, buscando, pensando. Luego volvió a ponerse en marcha, alterando ligeramente su curso y doblando la velocidad de avance.
Hacía bastante rato que había detectado, desde aquella altura, la presencia del cráter volcánico que se elevaba más adelante y ligeramente a la derecha. Se encontraba en la dirección general de la última pista de consciencia direccional captada por él.
Pero, por encima de todo, conocía al hombre que era su capitán. Si estaba con vida, Kirk captaría, antes o después, un atisbo del volcán; y cuando así lo hiciera, se encaminaría hacia él. Las probabilidades matemáticas se acercaban a la certidumbre.
Kirk preferiría asaltar cualquier ciudadela antes que avanzar sin propósito. Y, por los anteriores análisis de los sensores, Spock sabía que esa ciudadela de energía geotermal era inexpugnable en esencia y, con muchas probabilidaddes, una superposición de trampas destinadas precisamente a ellos.
Sola, sin duda, tendría alguna idea del peligro que acechaba allí. Pero si encontraba antes a Kirk, o si ya lo había hecho, sin duda se uniría a él en el asalto. Eso, por supuesto, suponiendo que ella estuviese en condiciones de hacerlo.
Spock se había sentido satisfecho al percibir que ella se sometía a la lógica de la situación e iniciaba la caza nupcial tras Kirk. Tenía que saber que Spock no aceptaría ninguna otra solución.
Pero estaba bastante seguro de que también existía un peligro para ella en cualquier tipo de caza nupcial. Y la anterior debilidad de él –o quizás incluso su fortaleza– podría haberla condenado a un peligro que Spock desconocía. Kirk le había dicho una vez que volviera con el vulcaniano. Si intentaba hacer lo mismo ahora el resultado podría ser catastrófico, incluso fatal para ella. Y si no lo hacía...
Si no lo hacía, era casi seguro que Kirk se vincularía a ella de manera irrevocable. Eso dejaría en libertad los poderes que convertirían a Sola en un arma de la Totalidad. Y Kirk se transformaría en la víctima de la fatalidad que la Totalidad utilizaría para controlar a la mujer.
En ese caso, había virtualmente un cero por ciento de probabilidades de que Spock volviera a ver a ninguno de los dos.
Spock descendió al entramado inferior de ramas, pues sentía que estaba lo bastante cerca como para captar una pista. Sería mejor que llegara primero. Interceptara a Sola. Interrumpiera. Ella sería mucho menos vulnerable al uso de Spock como rehén, y él estaba mejor preparado para sobrevivir ante la Totalidad. Él avanzaba con más cuidado, pues no quería que un peligro lo detuviera en ese momento. Afortunadamente, como vulcaniano estaba razonablemente bien preparado incluso para sobrevivir en aquel lugar.
Spock se detuvo. En el suelo de la selva que tenía debajo, vio el cadáver de un animal de grandes proporciones. Al parecer, le había dado muerte una lanza de color azul. Medio descendió y medio se dejó caer junto a la bestia, cosa bastante fácil en una gravedad inferior a la de Vulcano.
La lanza era una tosca caña de una planta parecida al bambú, y supo quién la había utilizado.
Spock se volvió al oír un ruido detrás de sí, y se halló ante una criatura muy grande, erecta, parecida al hombre..., cubierta por lustroso pelo negro con las puntas plateadas. Medía la mitad más que él y su peso era seis veces superior. Por la estructura de los dientes que le mostraba, era carnívoro.
Parecía un equivalente local semiinteligente de antropoide gigantesco, tal vez similar al legendario yeti de la Tierra, pero aquí con pinceladas de oso de las cavernas con dientes de sable.
Spock consideró que según todas las probabilidades era gregario y también cazaba en grupo.
Probablemente se había precipitado un poco al valorar sus capacidades para sobrevivir en aquel planeta, decidió el vulcaniano.
Luego, el hombre–bestia le atacó.


Kirk se apartó de Sola con una repentina sensación de aguda inquietud..., peligro, alguna alarma urgente...
De pronto, vio la misma sensación en los ojos de ella. Él había visto el comunicador que Sola llevaba consigo. –Llama a la nave –le pidió–. Asegúrate de que Spock no ha sido transportado aquí abajo.
Ella negó con la cabeza.
–El comunicador no funciona aquí. Pero además... Spock fue transportado al planeta un instante después que tú... para proporcionarme una alternativa.
De pronto, él se encontró de pie.
–¡Entonces está ahí fuera! Ella avanzó hacia la salida.
–No tenía ninguna posibilidad de encontrarlo, una vez dedicada a buscarte a ti. Habría sido perjudicial para nosotros.
–Tendrías que haber ido tras él –replicó Kirk.
Ella se limitó a mirarlo, y vio lo que le había costado la elección hecha... y que la interrupción de ese momento podría ahora costarle la propia vida.
–Quédate aquí –le pidió, y se alejó precipitadamente por entre los árboles.
Él sabía que probablemente ella estaba en lo correcto al pedirle que no se moviera. No estaba en la mejor de las formas físicas, y era demasiado lento avanzando por los árboles. Podía perderse o ser presa de otro predador con demasiada facilidad.
Pero tenía la sensación de que Spock se encontraba en peligro de muerte. Ella le había dejado la pistola fásica con el cinturón, en la cavidad del árbol. Kirk lo cogió.
Pero él sabía que todo eso era racionalización, en gran parte. Habría salido con las manos vacías.
Avanzó por entre los árboles intentando seguir la silueta que desaparecía o, al menos, la dirección de ella..., aunque tenía la impresión de poder hallar por sí mismo el lugar de la acción.
Algo lo había apuntado como si fuese una flecha...


Sola llegó a tiempo de ver que Spock derribaba a uno de los hombres–cazadores jaspeados de plata con el pinzamiento nervioso vulcaniano.
Estaba atrapado en el abrazo de una fuerza que podría haber partido incluso una columna vertebral vulcaniana, antes de poder alcanzar el punto nervioso. El antropoide cayó como fulminado.
Pero su grupo salió de entre la maleza y comenzó a rodear al vulcaniano.
Apoyó un pie sobre el cuerpo caído del macho y probó el truco de Sola de proyectar un mensaje psiónico de triunfo y fortaleza, una especie de primitivo Yo–soy–Spock, yomando–aquí.
El grupo de antropoides se detuvo. Luego, uno de los machos jóvenes salió y se dispuso a luchar con el vulcaniano. El reto del macho joven era al menos más asequible que la alternativa: un ataque en masa por parte del grupo. Si Spock conseguía enfrentarse con ellos de uno en uno, podría al menos retrasar el resultado.
Sin embargo, no tenía posibilidades de ganar contra el más veloz y fuerte antropoide joven.
Sola vio –y sintió a nivel psiónico– que ni una sola fibra del ser de Spock, ni una sola esencia ni emanación psiónica, reconocía la posibilidad de la derrota.
Eso, en sí mismo, era un poderoso disuasor. Había una ligerísima posibilidad, débil pero concebible, de que el antropoide se sintiera amenazado y se retirase. Sus mentes primitivas no deberían ser capaces de enfrentarse con ese hombre selecto, que en apariencia no sentía miedo, perteneciente a otro mundo. Algunas cosas trascienden los límites de las especies e incluso de los mundos.
El solo espiral de pulsera de ella no era arma suficiente contra el ataque concentrado de aquel numeroso grupo.
Entonces, uno de los machos jóvenes se burló, instando al desafiante a que atacara, en sus sonidos preidiomáticos, cuestionando la valentía y virilidad del otro.
El que había lanzado el reto replicó con un insulto a las burlas y cargó contra Spock. El vulcaniano reaccionó ante el avance saltando a un lado del antropoide que lo embestía, con la intención de colocarse a sus espaldas. Pero el adversario era rápido y joven, y lo superaba en estatura, peso y alcance. Lo atrapó en medio del aire con una larga manozarpa y lo envió rodando a estrellarse contra un árbol.
En ese momento, Sola saltó al suelo, ante Spock, en el centro del grupo de antropoides. Eso cambió la naturaleza del conflicto de choque entre machos a caza–de–enemigo–comestible. Una de las hembras de más edad fue la primera en avanzar hacia ella, y luego todos los demás comenzaron a acercarse.
–Sal de aquí –le gruñó Spock.
Pero ella hizo chasquear el espiral para desmayar al macho joven que estaba acercándose a Spock, y luego a la hembra de más edad. Ésta última se desplomó contra ella y estuvo a punto de derribarla.
Luego el grupo realizó una carga organizada, y ella se puso a intentar derribarlos con el espiral. Podía sentir a Spock, detrás de ella, apartando a los atacantes con las manos, los pies, los pinzamientos nerviosos.
Por un momento deseó haberse traído la pistola fásica, pero no podía dejar a Kirk desarmado ni permitir que la acompañase.
Entonces oyó algo proveniente de los árboles y vio que Kirk, de pie sobre una rama, estaba intentando disparar con la pistola fásica. Al parecer, no les estaría permitida más que un arma. La pistola fásica no disparaba.
–¡Quédese ahí! –le gritó Sola a Kirk.
Sintió que el vulcaniano volvía la cabeza, veía a Kirk y decía:
–¡Deténgase!
Pero ya era demasiado tarde. Kirk había llevado consigo la cachiporra de caoba, y con ella en la mano saltó al centro de la refriega y se lanzó entre un animal y Sola. La cachiporra era un arma imposiblemente inadecuada contra los enormes antropoides, pero él la blandía como si no lo supiera o no le importase.
Sola se encontró con que el espiral de pulsera se agitaba con una inspirada precisión que ella no podría haber logrado por un esfuerzo de voluntad. Tejió una repentina red protectora en torno al vulnerable e insufriblemente osado compañero de nupcias elegido. ¿O lo hacía en torno a sus dos elegidos? Porque en aquel momento volvía a sentir la atracción de Spock.
En cualquier caso, los antropoides sintieron de pronto una terrible unidad entre los tres seres extraños. El primer macho extraño redobló sus esfuerzos y entrelazó las manos para golpear con ellas como si fuera una porra. El macho más pequeño apuntaba con su cachiporra a los puntos vulnerables. La extraña hembra era una posesa.
Los antropoides se retiraron de forma repentina, arrastrando a sus heridos y desmayados lejos del trío.
Pasado un largo momento, el calvero quedó en calma. En el centro del mismo aún se erguían tres figuras. Luego dos de ellas se volvieron hacia la tercera.
–Te dije que te quedaras en el hueco del árbol –dijo Sola.
–Y yo –agregó Spock–, que permaneciera al margen de esta pelea.
Kirk suspiró, y pareció sentirse profundamente agotado, pero impenitente. No pudo reprimir del todo una sonrisa al ver a Spock, vivo.
–Pues... denúncieme –le dijo.
Sola vio que el vulcaniano se sentía gravemente tentado de optar por una forma algo menos civilizada de manejar aquella ilógica en particular. O quizás ella estaba simplemente proyectando su propia tentación.
–Podrías haberte matado, dos veces, cuando venías hacia aquí –declaró–, pero posiblemente habría tenido alguna pequeña excusa el acudir con la pistola fásica. No tiene ninguna el haber saltado aquí abajo cuando viste que no disparaba. En el mejor de los casos nos proporcionaste más que proteger y más con lo que distraernos. Tú eres muchísimo más vulnerable que un vulcaniano, no estás entrenado para esto, e ibas armado con sólo una ramita, que un antropoide cachorro podría haberte arrebatado.
Él se puso serio y la miró directamente.
–Eso es completamente cierto. ¿Y cómo podía no hacerlo? ¿Qué habríais esperado que hiciera después con el resto de mi vida? –Luego sonrió–. Además, habrás advertido que me protegisteis los dos con tanta eficacia que ganasteis.
Por primera vez, ella guardó silencio. Sí, lo había advertido. Y también advirtió que esa ilógica tendría que haberla hecho volverse hacia la grata cordura vulcaniana. De hecho, eso había conseguido. Pero se sorprendió al darse cuenta de que también había un poderoso elemento en ella que amaba esa cualidad del humano, por peligrosa o ilógica que fuese. Había una profunda inclinación primitiva hacia el hombre que se arrojaba entre su pareja y el predador. No era una característica de supervivencia... para el hombre; lo era para su compañera y su descendencia...



24

Spock notó que se había establecido algo diferente entre los otros dos, pero era incapaz de determinar su exacta naturaleza.
Su conjetura no cuadraba con la dolorosa tensión que percibía en Sola. A menos que la situación peligrosa por la que había pasado hubiese interrumpido algo.
–Yo recomendaría que nos alejáramos de la vecindad inmediata –propuso. Aún había agitación entre los matorrales, y el efecto del arma de Sola era de duración incierta.
–De acuerdo, señor Spock –dijo Kirk, y miró con un aire algo dubitativo hacia los árboles, los cuales no ofrecían de momento ninguna ruta fácil de acceso para él. Había uno o dos puntos por los que podían intentar trepar un vulcaniano vigoroso o una zarana entrenada. Spock se dio cuenta de que a pesar de que Kirk había llegado por las ramas de los árboles, caminaba cojeando, cosa que transformaría cada paso en un riesgo.
Sola estaba inspeccionando el terreno con la misma perspectiva.
–Es imposible el desplazamiento por el suelo. Todos los predadores que hayan podido olfatear u oír nuestras tres batallas por separado, convergerán en este área. Y dentro de pocos momentos oscurecerá, y no podremos viajar en absoluto..., al menos hasta la salida de la luna. Tenemos que llegar a un lugar seguro.
–¿Dónde? –preguntó Kirk.
–Donde estábamos antes –replicó ella, y Spock vio que el humano parecía sobresaltarse un poco.
–¿Allí? –preguntó.
–La serpiente arborícola, al menos en Zaran, no vuelve a una madriguera que ha perdido. Ni suelen acercarse a ella otros predadores. Cualquier cosa que haya vencido a un dragón de los árboles se supone que es formidable.
Spock le echó una mirada a su san Jorge particular, ahora un poco sucio, e intentó visualizar aquel histórico enfrentamiento del humano con un dragón al que incluso otros predadores del planeta respetaban.
Kirk sacudió la cabeza.
–No fui yo, señor Spock. Ella fue... la formidable.
Spock señaló el cadáver de la criatura felina úrsida que tenía clavada la caña de bambú azul.
–¿Tampoco eso fue obra suya?
Kirk se encogió de hombros, con un gesto que admitía haberlo hecho él.
–La necesidad fue su madre, señor Spock. Pongámonos en marcha. –Hizo un gesto para indicarle a Spock que podía prestarle apoyo para que subiera a los árboles. Pero Spock pudo saltar y cogerse a un asidero; al cabo de un instante estaba en lo alto y se inclinaba para subir al humano. Sola los cubrió desde el suelo, y luego saltó también para aceptar la ayuda de Spock.
Durante un momento, mientras él la subía, los ojos de ambos se encontraron, y él se sorprendió al percibir que no existía ningún muro entre ellos, que no estaba silenciada la vibración transmisora de comunicación que había comenzado a formarse entre ambos. ¿Era posible, entonces, que no hubiese tenido lugar una unión? Pero en ese caso, él debía continuar temiendo por la vida de ella.
Dejó la pregunta a un lado mientras se alejaban. Sola abrió la marcha, escogiendo puntos de apoyo que fueran lo más seguros posible para Kirk con su tobillo dañado. Spock cubrió la retaguardia, y permaneció lo bastante cerca del capitán como para cogerlo rápidamente si el tobillo le fallaba.
Kirk apretó los dientes y avanzó.
Antes de que llegaran a su punto de destino, cayó la repentina noche de los trópicos, y el planeta se volvió tan negro como Vulcano cuando no brillaba la Luna. En aquel lugar, la espesa selva obstruía incluso la luz de las estrellas.
Sola retrocedió para guiar ahora a Kirk, paso a paso. Para el humano aquello tenía que ser tan oscuro como el interior de una cámarahermética. La mujer zarana debía de tener una ligera capacidad de visión. Spock se las arreglaba.
Luego Sola se detuvo. Por primera vez se arriesgó a utilizar el espiral de energía que llevaba en la muñeca, como fuente de luz. Destelló brevemente e iluminó un nido tejido con ramas y un gran hueco en el gigantesco tronco de un árbol. Ambos estaban vacíos.
Se oyó un rugido proveniente del suelo. Spock miró hacia abajo y vio un inconfundible dragón, grande, que no podía compararse con los dragones de Berengaria.
Sólo su gruesa cola era del tamaño de una anaconda terrícola, de aproximadamente unos siete metros y medio de largo. Su cuello medía casi lo mismo. Podría haberlos alcanzado desde el suelo.
Spock se preparó para el ataque, pero Sola envió otro destello de su arma en dirección a la bestia, sin tocarla. Resultó evidente que había aprendido la lección, porque retrocedió, silbando desoladamente. El silbido era debido quizás a gases digestivos, y Spock vio de pronto el chisporroteo de una carga eléctrica que salía de la boca del dragón, quizás algo parecido a las anguilas eléctricas de la Tierra o los grandes pájaros–anguila de Regulus.
El gas se encendió y salió disparado hacia ellos como por efecto de un lanzallamas. Spock se movió para cubrir a los otros dos, pero Sola volvió a lanzar su espiral de energía al tiempo que esquivaba la llamarada.
El fuego cesó. Spock se volvió a la luz de unas pequeñas ramas que ardían, y vio que la serpiente–dragón escupe–fuego sacudía su enorme cabeza y se alejaba. Spock se acercó y partió las ramas ardientes del nido, las llevó a la boca del hueco, y encontró un saliente de madera viva que no ardería rápidamente. Sobre la misma dejó las ramas encendidas para construir una pequeña hoguera.
–Al parecer, nuestra posición ya ha sido suficientemente anunciada –comentó–. No veo nada malo en tener una hoguera, y podría ofrecernos un poco de protección.
Había una cierta satisfacción primitiva en compartir un fuego de campamento después de los peligros con que se habían encontrado solos y en conjunto. Y en los ojos de los otros vio la apreciación de eso al dominar y traer él el fuego.
Pero ése no era un fuego que Spock pudiese compartir. Para él estaba bastante claro que Sola había hecho su elección y que Kirk la había aceptado. La casualidad de una interrupción debida al peligro no podía ser considerada un argumento de peso. El imponer su presencia bien podía costarle a ella la vida. Spock sentía una tensión no resuelta que aumentaba hacia la sobrecarga fisiológica.
Tendió una mano y cogió la pistola fásica inservible que Kirk había llevado de vuelta al hueco.
–Si me lo permiten –dijo Spock–, examinaré la pistola fásica y haré guardia.
Se volvió sin dar tiempo a una réplica y avanzó, rígido, hasta el extremo más alejado del nido del dragón, con una antorcha que se llevó y apuntaló como hoguera y luz solitaria. Comenzó a examinar la pistola fásica, enfocando en ella toda su concentración y haciendo caso omiso de las voces bajas que le llegaban desde el hueco.
Tras unos momentos oyó pasos a sus espaldas. No miró hacia atrás pero supo de quién se trataba.
–¿No irá a «alejarse en medio de la noche» , señor Spock?
Spock levantó la mirada y Kirk se sentó junto a él.
–Estoy intentando reparar una pistola fásica y haciendo guardia. Supongo que me llevará algún tiempo.
–Spock –dijo Kirk–, ella fue tras de mí porque yo no tenía ni la más mínima probabilidad de sobrevivir. Ella contaba con que usted sí podría hacerlo.
Spock se encogió de hombros.
–Ésa era la única elección lógica –replicó–, como yo intenté transmitirle. Sin embargo, el motivo de la elección no altera la elección en sí. –Miró a Kirk–. Ni para ella, ni para usted. Ni yo voy a cambiarla. Ahora, vaya junto a ella.
Kirk negó con la cabeza.
–Jim –dijo Spock–, una vez yo le dije que la mujer a la que usted amaba, Edith Keeler, tenía que morir... por el destino de la galaxia. Yo no vi otra solución, pero fue usted quien tuvo que vivir con la decisión, y con la pérdida. No quiero verle perder a alguien otra vez.
Kirk guardó silencio durante un largo instante.
–Entonces es que lo sabe. O lo ha adivinado. Al menos... yo adiviné, cuando ella me encontró, que era también su vida lo que estaba en juego. Por eso...
–No necesita darme explicaciones.
–¡Yo decidiré lo que necesito, maldición! Y en este preciso instante lo que necesito es que usted regrese a la cueva y luche por ella. Puede que luego le tire de sus elegantes orejas vulcanianas, si tengo que hacerlo. Pero no me escogerá a mí porque sea el que tiene necesidad de que lo rescaten, o porque la Totalidad haya pulsado alguna cuerda.
–Usted fue el elegido desde el principio –replicó Spock.
Kirk se encogió de hombros.
–Ella no le conocía a usted. Spock, Sola está en peligro, y si yo pensara que soy el único medio para salvarla, cosa que me sucedió antes, lo haría. Pero ahora no creo que vaya a funcionar. Ella sintió... incluso en ese momento... que usted estaba en un aprieto.
–Eso no prueba nada.
–Lógica, Spock. Si danzamos al son de la Totalidad, si yo me uno con ella... o incluso si lo hiciera usted... ellos llegarían a controlarla. Spock, ¿hay alguna posibilidad de salvación en el hecho de que nosotros tres... seamos tres, de verdad?
Spock lo miró con atención.
–Desconocido, capitán. Los datos son insuficientes. Kirk tendió una mano y le presentó el comunicador a Spock.
–¿Debo suponer que es pedirle demasiado que vuelva a poner esto en funcionamiento?
Spock lo inspeccionó, cedió a la tentación.
–Considerando que esta vez carecemos incluso de cuchillos de piedra y garras de oso, posiblemente, sí.
Kirk sonrió.
–Me temo que siempre estoy pidiendo demasiado de usted. Ahora, regrese a la cueva.
El vulcaniano se puso de pie sin pronunciar una sola palabra, y le obedeció.

25


Kirk observaba trabajar al vulcaniano, como lo había hecho en tantas otras misiones, con el rostro inclinado sobre el trabajo delicado... «Estoy intentando construir circuitos de memoria con cuchillos de piedra y garras de oso», le había dicho Spock a Edith Keeler.
Ahora volvía a existir el argumento de la necesidad de la galaxia. Kirk estaba quizá más cansado de lo que suponía. Ese día había sentido la atracción del vínculo, fuerte y dulce, más que el de la carne, y esta vez no prohibido para él por algún abismo sobre el que no podía tenderse un puente. La mujer que tenía delante pertenecía a su mundo y a su tiempo, vivía según sus propios términos, jugaba en su equipo como agente autónoma.
La unión entre ellos haría que Sola lo convirtiera a él en una víctima de la fatalidad a la que no podía perder, y sin duda los pondría a ambos a merced de la Totalidad. Muy bien podría despertar los poderes de ella de una forma que desencadenaría la Unidad por toda la galaxia. Pero en un momento dado, Kirk estuvo casi dispuesto a arriesgarse a eso, y percibió que la resistencia de ella también se había tensado hasta el punto de lo insoportable. Incluso en ese momento veía en el rostro de Sola que la atracción del vínculo era poderosa. Ella podría haberse arriesgado a todos los otros peligros.
Fue una consideración más personal la que realmente los contuvo hasta que la interrupción los salvó de tener que admitir que había una objeción inalterable. Esa objeción tenía nombre, y ese nombre era Spock.
–¿Spock? –dijo Kirk.
El vulcaniano levantó la cabeza y lo miró a los ojos, y Kirk vio que al vulcaniano no se le había escapado nada del interior de la cueva del árbol, la destrozada chaqueta de la enfermería que había quedado atrás y el cinturón de Sola. En los ojos del vulcaniano no había acusación, sino mera comprensión.
–La Totalidad –comenzó cautelosamente Kirk– ha dado por supuesto que la conclusión necesaria de la caza nupcial no podía ser resistida ni diferida, y que tenía que conducir inevitablemente al vínculo. Eso fue un error.
–¿De veras? –preguntó Spock, como si estuvieran hablando de un punto de curiosidad científica.
–De verdad –contestó Kirk con firmeza–. Error número dos, Soljenov pensó que podría obligarla a escoger. No ha podido. Había razones prácticas por las que necesariamente iría tras de mí, si quería conservarnos con vida a ambos.
–Ése fue –comentó Spock– el mensaje que yo intenté transmitirle.
Sola levantó la cabeza.
–Tu mensaje llegó hasta mí, Spock. Con mucha claridad. Yo no podría haber acudido a tu lado con el cadáver de él. –Miró al vulcaniano a los ojos–. Ni él a tu lado con el mío. Ésa habría sido la única alternativa de él.
–Eso supongo yo –replicó el vulcaniano.
–¡Lo supone! –exclamó Kirk, asombrado.
Spock se encogió levemente de hombros.
–Uno no puede fomentar semejante proceso fisiológico y psiónico hasta un punto semejante y no ofrecer una culminación, sin que exista un riesgo grave, quizá fatal. –Se volvió a mirar a Sola–. Incluso ahora, si has evitado el necesario final de la unión, sospecho que estás en peligro.
–Si lo estoy, tengo que estarlo –contestó ella–. No puedo escoger. Hoy, cuando fui llamada a la caza... me sentí llamada en dos direcciones. Y todavía me siento así.
Spock guardó silencio durante un largo momento.
–Eso es algo que quería saber.
«También yo», pensó Kirk, pero no lo expresó en voz alta. En alguna parte, el plan que había estado ocurriéndosele a trozos, comenzó a reunirse en uno solo. No habría funcionado, ni siquiera para Spock, si ella no hubiese sentido esa llamada. Y aquella tarde, Kirk llegó a pensar que no la había sentido.
A un nivel primitivo sintió el repentino y cegador deseo de que no fuese así. Se obligó a volver a lo que tenía que ser su principal objetivo.
–Spock, lo que les dije hoy, a los dos, sigue en pie.
–Comenzó a moverse hacia la entrada de la cueva–. Yo haré la primera guardia.
Un brazo de Spock le cerró el paso.
–Ni soy frágil ni tengo necesidad de ayuda. Ni usted pasará más allá de esta entrada.
Kirk le miró con un cierto asombro. No podía recordar cuándo, si acaso alguna vez, el vulcaniano le había hablado en ese tono.
–Tampoco yo –declaró Sola, y Kirk percibió que él tenía dificultades con ambos.
–Para que conste –agregó él con bastante frialdad–, tampoco yo. –Durante un momento pensó en intentar pasar más allá del brazo del vulcaniano, pero cambió de opinión–. Señor Spock –dijo en tono de mando–, ¿qué hay del comunicador...?
Spock lo sopesó en la otra mano.
–Funciona perfectamente, capitán, y sospecho que no ha dejado de hacerlo en ningún momento. Si ahora no podemos ponernos en contacto con la Enterprise, y yo no detecto ningún campo de energía que esté bloqueándonos, tendremos que concluir que la nave..., o al menos su red de comunicaciones..., ha caído en manos enemigas.
Spock pulsó el control del comunicador al hacerle Kirk un gesto de asentimiento.
–Spock a la Enterprise. Adelante, por favor.
No obtuvo respuesta. Spock consultó las lecturas.
–No hay ningún campo energético. La Enterprise no responde... porque no puede.
Kirk miró con inquietud hacia la entrada de la cueva. ¡Tenían su nave! El corazón de la misma, al menos. Y él se encontraba allí, indefenso. Estaba seguro de que sus dos compañeros no lo dejarían alejarse en solitario, aunque pudiera convencerse a sí mismo de que intentarlo era algo diferente del suicidio.
–¿Cuánto falta para que salga la Luna? –le preguntó a Sola.
Fue Spock quien le respondió.
–Aproximadamente, dos horas y trece minutos.
Sola avanzó hacia la salida de la cueva.
–Yo he traído un generador de campo energético. Si funciona, no necesitaremos hacer guardia.
Pulsó el control y, en efecto, el campo energético subió y quedó rielando ante la entrada, dejando fuera cualquier peligro animal o humanoide. Era mejor que un thorn boma.
–De acuerdo –dijo Kirk–. Descansaremos durante un par de horas. A la larga, nos beneficiará.
Se sentía a punto de caer rendido. Los otros dos no tenían un aspecto mucho mejor, pero cada uno de ellos había estado ese día muy cerca de la muerte. Kirk sospechaba que Sola aún lo estaba. Y todos ellos probablemente estarían mucho más cerca de la muerte antes de que la noche tocara a su fin.
–No veo que tengamos otra alternativa –comentó Kirkque no sea un asalto directo al cráter. La Totalidad tiene bastante interés en nosotros. Es muy posible que Soljenov nos deje incluso entrar.
De hecho, Kirk estaba seguro de que era a él, más que a nadie, a quien quería el poder que residía en la montaña, y el capitán esperaba que si se acercaba lo bastante, se apoderarían de él. Luego podría hacer un pacto por la galaxia... y por dos almas.
Entretanto, los tres habían conseguido un peculiar sitio de descanso en el interior del árbol; había una extraña clase de consuelo en la presencia de los otros dos, incluso durante esas breves horas. Kirk se tendió para intentar descansar.

26


DIARIO DEL CAPITÁN, Enterprise, suplemento. Ingeniero jefe Montgomery Scott temporalmente al mando. El capitán Kirk y el primer oficial Spock, junto con la zarana... eh... Sola Thane, continúan desaparecidos. Comunicaciones informa de que no ha habido contacto, a pesar del hecho de que Sola Thane estaba equipada con un transmisor. Los sondeos de la superficie del planeta realizados con los sensores son incapaces de distinguir las lecturas de las formas de vida de los tres, a causa del nivel extremadamente elevado de actividad biológica de fondo.
No disponemos de ningún medio para detectar o combatir la posesión de la tripulación de la Enterprise por parte de la Totalidad zarana o la Unidad del embajador Gailbraith. Personalmente, no estoy demasiado seguro de cuál es peor.
Por mi parte, creo que me encuentro libre de las dos, pero no estoy seguro de nadie más. Tal vez ni siquiera lo estoy de mí mismo. El doctor McCoy cree que existe un período de latencia durante el cual ni siquiera la víctima sabe o recuerda que han tomado posesión de ella. Las víctimas continúan actuando y pensando como antes, pero sus acciones pueden servir a la Totalidad de forma inconsciente, o les queda un blanco durante el momento en que les han hecho realizar algo.
Si eso fuese verdad, podría suceder que yo estuviera al mando de una nave de alienígenas que llevan todos los rostros de la familia.

M Coy entró en el puente a tiempo de oír el último dictado de Scott para el diario. Vio que Scott se volvía a mirarle con una ligera expresión de cautelosa especulación que decía: «¿Es usted uno de ellos?».
Luego Scott le hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.
–¿Algún progreso? –preguntó.
McCoy advirtió que Scott ni siquiera utilizaba su nombre.
El médico negó con la cabeza.
–Tiene razón, Scotty. Yo podría ser Uno. O podría no serlo. Entre tanto, tal vez he ganado un poco de tiempo para los dos. ¿Hay alguna noticia sobre Kirk? ¿Spock? ¿Ella? –Vio que Scott negaba con la cabeza–. ¿O sobre la fortaleza de la Totalidad?
Scott suspiró.
–Es una bonita pieza de ingeniería. Como no volemos el planeta... o al menos hagamos entrar en erupción al volcán, yo diría que es inexpugnable...
–¿Y qué sucedería si hiciera entrar en erupción al volcán?
Scott se encogió de hombros.
–Por lo que sabemos, el capitán está sentado sobre él. 0... dentro de él. Yo diría que la Totalidad dispondrá de un mecanismo auxiliar de huida. Transportador... y posiblemente una nave. Si los atacamos, es más que probable que un momento después los tengamos por todo el puente... si no lo están ya. –Se volvió y recorrió el puente con los ojos. Uhura estaba sentada ante el puesto de comunicaciones, con su aspecto oscuramente hermoso de siempre. Pero ¿era Una? Las comunicaciones serían uno de los principales objetivos.
McCoy miró a Scotty, que también podía ser Uno.
–Scotty –dijo con un tono lleno de intención–, voy a bajar. Si esos tres... o cualquiera de ellos... están con vida ahí abajo, antes o después acabarán por aparecer en el volcán. Y sabe Dios en qué estado se encontrarán. No pienso perderme eso.
–Y dígame, ¿con qué cuenta para que lo mantenga a usted con vida, doctor?
McCoy lo miró a los ojos.
–Voy a llevarme a Gailbraith. Y al señor Dobius.
–¿Qué? –exclamó Scotty–. Es probable que Gailbraith lo atrape para la Unidad en cuanto le ponga la vista encima. Y usted sabe con toda seguridad que Dobius ha sido poseído por Gailbraith y por la Totalidad. Aunque cómo esperan ellos que piense con dos cabezas, no lo sé.
–De eso se trata, Scotty. Es el único sobre el que puedo tener una seguridad razonable de que no está controlado completamente por la Totalidad. Mientras esté controlado por sí mismo o por Gailbraith, yo estaré a salvo. Y si necesitáramos hacer contacto con la Totalidad, probablemente sería a través de él. Por otra parte, es el candidato más seguro para sobrevivir ahí abajo.
–No me gusta, Leonard –declaró Scott.
–No se preocupe por mí, señor Scott –le dijo McCoy–. Según los cálculos de Gailbraith, en menos de dos horas la Totalidad tendrá el control absoluto de la Enterprise.
–Doctor –declaró Scotty–, tendrán que pasar por encima de mi cadáver.
–Eso –gruñó McCoy– es lo que temo.

27


Ala luz de la luna, viajaron por los árboles. La Luna, casi llena y dos veces superior al tamaño aparente del satélite de la Tierra, arrojaba un respetable resplandor blanco azulado. Muchos de los árboles y flores también relumbraban en blanco azulado bajo aquella luz, iluminándoles el camino como si avanzaran por una noche de diamante.
Delante tenían el ominoso fulgor de oro rojizo del cráter activo.
Las dos cosas eran espectacularmente hermosas y peligrosas. En la selva, enormes árboles de orquídeas abrían flores fulgentes del tamaño de un hombre. En otros lugares veían diminutas florecillas perfectas del tamaño de una uña... que abundaban por millones.
Todo eso no era inocente. Kirk vio una que estaba seguro de que era el equivalente local de lo que en Estados Unidos llamaban «Trampa de Venus para moscas».* Pero la planta que tenía ante los ojos era de un tamaño suficiente como para atrapar un gato–oso o un hombre. Había estado a punto de meterse en sus fauces, un momento antes. Sola lo cogió y apartó a un lado.
–¿Esto es como tu planeta natal? –le preguntó él. Ella se echó a reír.
–Como las zonas salvajes, sí. Hemos creado algunas zonas como parques en las que los niños pueden aprender sin peligro. Pero, al igual que en Vulcano, no hay seguridad que no resida en el conocimiento adquirido a muy corta edad.

* Dionaea muscipulata: Planta carnívora de los pantanos de Carolina, que tiene dos valvas con filamentos en los bordes, los cuales, cuando son excitados por un insecto, hacen que se cierren las valvas. (N. de la T.)

Él tuvo una imagen de ella, como niña muy pequeña, moviéndose entre los peligros que ahora los rodeaban... y volvió momentáneamente la cabeza para encontrarse con que Spock debía estar pensando más o menos lo mismo. Era probable que el vulcaniano, que había sobrevivido al Kaswan a la edad de siete años, comprendiera a aquella muchacha mejor que él.
Pero, por otra parte, Kirk comprendía demasiado bien a una mujer que era agente autónoma.
Durante ese instante, se movieron suspendidos en el tiempo, los tres juntos, sin ninguna decisión que tomar ni pérdida alguna que contemplar. Kirk se sorprendió a sí mismo con el vagaroso deseo de que pudiera ser siempre así.
Pero no era posible.
Delante tenían el amenazador, malevolente abismo del gigantesco cráter. Muy bien podría haber sido el abismo del infierno.
De una forma algo confusa –tal vez a causa de su anterior experiencia con la Unidad de Gailbraith–, Kirk podía percibir a la Totalidad, aguardándolo.
Aquél no era más que el puesto avanzado de una entidad mental que se extendía por todo el espacio de Zaran y abarcaba millones de mentes. Ahora podía sentir una especie de pirámide, que se mantenía unida por la ciencia psiónica y las mujeres vinculadas de por vida a una pareja, pertenecientes a la especie de Sola. Se trataba de una pirámide que la necesitaba a ella en su ápice... y el control de su compañero de pareja para controlarla a ella. Pero si Sola no se unía con él –o no podía, a causa de la fuerza contraria ejercida por Spock–, tal vez podría conseguirse que la Totalidad se conformara con un capitán de nave estelar, cosa que también quería.
–Entraré yo –dijo Kirk, cuando llegaron al pie del gigantesco cráter. Una de las laderas había sido cortada en forma de risco vertical, donde se había realizado una obra maestra de ingeniería para absorber la enorme energía geotérmica del volcán activo. Sin realizar ningún esfuerzo serio, la Totalidad podía ahora movilizar mucho más que la energía de una nave estelar. No habría forma de penetrar por la fuerza en aquella ciudadela–. Ellos me quieren a mí –continuó Kirk–. Es obvio que se han tomado bastantes molestias para conseguirme. A mí no me harán daño. Hablaré con ellos. En la galaxia hay la cantidad suficiente de gente que probaría de buen grado la Unidad, como para que la conquista resulte innecesaria.
Calló, al ver una resuelta resistencia en los otros dos.
–Si alguien va a entrar solo –declaró Spock–, tengo que ser yo, capitán. Es algo demostrable que usted no tiene defensa alguna contra la Unidad. Y usted es el principal objetivo tanto de la Unidad de Gailbraith como de la de Soljenov. No ofrecen ninguna garantía de que no le harán daño, y el «hablar» es probable que resulte poco eficaz como arma. Su problema no será entrar, sino salir. El nuestro es no entregarlo a usted como rehén. ¿Supone que ninguno de nosotros entraría tras usted?
Kirk suspiró.
–Eso es lo que me ha contenido hasta ahora. Pero no servirá de nada. La Enterprise está en juego, y con ella toda la galaxia. La nave puede ser utilizada para acabar con los incorregibles que se resistan a la Totalidad de Zaran. Millones de vidas. Podría convertirse en el puesto avanzado para apoderarse de otras naves. Podría ser utilizada en nuestro nombre, valiéndose de nuestra tripulación, para desacreditar a la Federación. Podrían provocarse guerras y la Totalidad quedaría en situación de recoger los despojos. En vida nuestra, la Totalidad podría propagarse por la galaxia como un cáncer. Posiblemente, la Totalidad podría conseguir sus objetivos incluso sin Sola, si dispusiera de la Enterprise. Ante eso, tenemos que dejar a un lado las cuestiones personales. Yo soy el más capacitado para entrar, y estoy al mando. Los dos permanecerán aquí.
Se volvió para alejarse, pero una mano de Sola se apoyó en uno de sus hombros, y cuando él se volvió a mirarla, los ojos de ella se clavaron en los suyos.
–No –dijo la mujer.
–¿Simplemente... «no»? –preguntó Kirk, sorprendido.
–Correcto.
–¿Usted, con qué ejército? –le preguntó él; si en sus labios había un asomo de sonrisa, él no se divertía.
Ella no miró a Spock del todo.
–Recordará, capitán Kirk –comentó ella–, que su nave y su personal fueron puestos a mi disposición.
–Acordamos que no llegaríamos al punto que le hiciera utilizar esa autoridad.
Ella asintió con la cabeza.
–Hemos fracasado.
–Yo no tengo nave –replicó él con seriedad–. Tenemos que suponer que la Enterprise está bajo el control del enemigo. Como no se produzca un milagro, que será mejor que hagamos nosotros, caeremos todos con casi total seguridad bajo el control alienígena. Somos tres seres individuales, abandonados aquí, posiblemente para siempre, y las reglas que son aplicables a un agente autónomo y a un capitán de nave estelar no pueden tener ninguna fuerza real en este sitio.
–No. –Ella se volvió a mirar a Spock–. Escuchadme. Ésta es mi misión y mi deber. Yo sé cómo hacerlo. No podré llevarlo a cabo si me lo impiden unos rehenes a los que no puedo perder... y que están decididos a ponerse en manos del enemigo. Ahora que todos hemos llegado hasta aquí, Spock, el favor que puedes hacerme es marcharte, llevártelo a él a un lugar seguro y despedirte de mí.
Spock comenzó a negar con la cabeza pero ella lo detuvo.
–Lógica, Spock –le dijo–. Yo soy la experta galáctica en la lucha contra la Totalidad. Tenéis que dejarme que realice mis funciones. Si yo fuera un hombre, o perteneciera a una especie completamente incompatible con la tuya, no me detendrías. No puedes convertir lo que los tres somos, el uno para el otro, en la fuente de destrucción de lo que somos.
El vulcaniano la miró, luego a Kirk, y un pensamiento le transformó el rostro.
–No. Pero posiblemente lo que somos el uno para el otro es la única arma de que disponemos.
Ahora le llegó el turno a Kirk y Sola mirar fijamente al vulcaniano.
–La Totalidad contaba con obligarla a elegir –prosiguió Spock–. Si ella no lo hacía, si no podía, tendrían que trazar un nuevo plan. En un plan improvisado siempre tiene que haber un fallo. Debemos entrar todos juntos.
Tras un largo momento, Sola se volvió hacia Kirk.
–Spock tiene razón. Es a mí a quien corresponde entrar a enfrentarme con la prueba; pero vosotros sois su esencia de la prueba. No puedo excluiros ni dejaros.
Kirk asintió con la cabeza, pero guardó silencio respecto a lo que pensaba hacer en el interior. Puede que Spock tuviera razón respecto a que su calidad de tres era la mejor arma que tenían.
0... podía ser el más grave peligro para los tres.
Lo más probable era que fuese ambas cosas...
Dieron media vuelta y buscaron un camino de entrada al cráter del infierno.

28


Soljenov afinó el buscador de esencias. Le mostró las holoauras de las esencias de los tres objetivos, luego disminuyó los colores brillantes hasta un fondo psiónico apenas perceptible, y se concentró en las imágenes visuales tridimensionales de los tres.
Pero el análisis del aura hecho por la cámara Kirlian –él continuaba prefiriendo el antiguo término de la Tierra para denominarla– había mostrado que el aura de la mujer estaba llena de conflicto y de una insoportable sobrecarga fisiológica. Si no la obligaban a escoger pronto, podría muy bien consumirse o destruirse.
Soljenov pulsó un botón para abrir la puerta que había en la cara del risco.
Los tres se encaminaron hacia ella.
–«¿No quiere entrar en mi salón?» –citó Kirk–. Vamos.


Kirk se rezagó al llegar a una bifurcación del corredor.
–Examinen ese ramal –ordenó, y Spock avanzó con Sola delante del capitán.
En el último segundo, Kirk tomó la otra bifurcación y avanzó por ella con rapidez y en silencio, pasó ante un par de corredores laterales y luego siguió otro. Encontró un espacio detrás de una instalación de maquinaria, tras la cual podía ocultarse.
Al cabo de un momento oyó que lo buscaban. ¿Oyó? Sentía virtualmente la concentración de ambos y un trasfondo de enojo. No podía culparlos. Era verdad que la mayor fuerza de los tres residía en estar juntos; pero ninguno de los otros dos le permitiría llevar a cabo lo que tenía que hacer.
Contuvo la respiración, pero estaba casi seguro de que el sentido de la caza nupcial por el que Sola lo había seguido anteriormente, se encontraba desbaratado ahora por la presencia de Spock. Y el sentido que Spock había empleado para seguirlos a ambos tenía que haberlo llevado hasta Sola, y ahora tenía que estar aún más dirigido hacia ella. Así lo esperaba Kirk.
Pasaron ante él y se detuvieron al alcance de la voz. Por una de las raras veces, oyó una palabra de imprecación vulcaniana, y vio que la zarana estaba completamente de acuerdo con ella.
–La búsqueda aleatoria es inútil –comentó Sola–. He perdido la pista nupcial y no podré recuperarla en tu presencia o proximidad.
–Tenemos que separarnos.
Ella profirió un sonido breve, que no llegaba a la risa.
–No hay suficiente distancia, señor Spock. Tal vez no la hay en toda la galaxia.
Por un momento, se miraron el uno al otro. Luego, ella dijo:
–Hay un solo lugar al que él puede acudir finalmente: junto a Soljenov. Y tenemos que encontrarnos con él allí. Pero antes tengo que hacer lo que creía que había de llevarme a Zaran. Puesto que Soljenov ha convertido esto en un campo de batalla, lo haré. Ven.
–¿De qué se trata? –le preguntó Spock.
Ella levantó los ojos hacia él.
–La Tierra tiene una historia de un hombre fuerte despojado de su fuerza mediante un engaño, el cual la recobró para derribar un templo sobre la cabeza de sus enemigos... y sobre sí mismo. Si no me equivoco, Spock, estoy a punto de repetir el acto de Sansón..., aunque intentaré no correr su misma suerte.
Dio media vuelta y Spock la siguió pasillo abajo.
A Kirk le hizo falta recurrir a todas sus fuerzas para no ir tras ellos. Fuera cual fuese la maniobra que ella estaba a punto de llevar a cabo, tenía todas las garantías de ser algo peligroso hasta el punto de la temeridad. Sola estaba desafiando a una fuerza mental que incluía millones de mentes... y una fuerza física que podía aniquilarla en un instante. Spock podía serle de alguna ayuda ante ambas cosas, pero ni siquiera el vulcaniano equivalía a un ejército. Y no podía contarse con que la mujer no se zafara de Spock en un determinado momento con el fin de protegerlo, y continuara en solitario.
Iba a enfrentarse con lo imposible...
Kirk reprimió el impulso de seguirlos, y se alejó en la dirección contraria. No se le ocurrió que lo mismo podía decirse de él...
McCoy llegó con Dobius y Gailbraith al pie de la cara escarpada del volcán. Las unidades geotérmicas parecían una gigantesca escultura de iridio, una construcción de brillante metal hecha por un dios niño, descuidadamente pegada a la ladera del cráter.
McCoy vio la cara del señor Dobius.
–Si pueden hacer esto –declaró el taniano–, a lo mejor sí que tienen algo.
McCoy asintió.
–Consiguieron tener, entre otras cosas, su persona, señor Dobius, o la mitad de usted, en cualquier caso. Y a estas alturas es muy probable que tengan a su capitán y su primer oficial. ¿Puede hallar un camino de entrada?
Dobius hizo una mueca.
–Me esforzaré, doctor. –Pareció consultar algún vago sentido interno. Su rostro se alteró con una expresión tensa que McCoy había observado en él una o dos veces desde la posesión. Se colocó la pistola fásica al alcance de la mano derecha, y McCoy supo que su cerebro izquierdo lo dominaba. Era la mitad que había presentado el modelo de la Totalidad.
McCoy retrocedió hasta colocarse junto a Gailbraith.
–¿Puede usted recuperar el control cuando sea necesario?
Gailbraith se encogió de hombros.
–Eso está por ver. Nos encontramos en el punto focal de una inmensa Totalidad..., en el vértice de un cono mental que tiene su base en Zaran..., de decenas de millones de mentes. Mi Unidad es un pequeño núcleo de mentes presentes, y una tenue dispersión de mentes escogidas que se hallan en los Planetas del núcleo de la Federación. Mi hipótesis es que una Unidad selecta es más poderosa que una Unidad basada parcialmente en la imposición. Pero eso puede ser simplemente una hipótesis sobre la naturaleza de la virtud. Dicha hipótesis podría no tener base en la realidad.
–¿Quiere decir –preguntó McCoy– que el universo no está necesariamente de parte de los buenos?
–Precisamente, doctor. Peor aún, el universo, e incluso los participantes, a veces tienen un poco de dificultad para determinar quiénes son las fuerzas del bien... y al menos quiénes son el futuro. La virtud ha triunfado..., en ocasiones. También lo ha hecho, al menos durante un tiempo, el mal. Y a veces resulta difícil determinar si lo nuevo es erróneo... o sólo diferente.
McCoy gruñó.
–Reconozco eso por lo que respecta a su novedad, embajador. Por lo que yo sé, hasta el comienzo de esta lucha no había reclutado usted a nadie por la fuerza. Y supongo que desde entonces ha estado usted oponiendo resistencia a la Totalidad. Pero no le reconoceré esa mera «diferencia» a la Totalidad. La fuerza es la fuerza.
–¿Qué fuerza supone usted que creó el primer animal multicelular viable, doctor? ¿Qué sucedería si la Totalidad, correcta o errónea, fuese el único catalizador que pudiera llevar la Unidad a la galaxia?
–En ese caso, será mejor que no sea llevada –declaró McCoy–. Solía ser «mi país, correcto o erróneo», luego «mi planeta», «mi imperio»..., lo que fuera. «Mi Totalidad» no hace que sea más correcta... ni menos errónea.
Gailbraith se volvió hacia él y le hizo una leve reverencia.
–Lo felicito, doctor. Ahora veo por qué es usted amigo del capitán, además de médico de su nave.
McCoy hizo una mueca.
–Gailbraith, será mejor que me lo traiga de vuelta..., a él y a todos los demás..., o no habrá visto nada hasta ahora. Siguieron a Dobius en torno a un saliente de la maquinaria, y llegaron a una puerta abierta en la pared del risco. –Tiene aspecto de invitación grabada –comentó McCoy. Gailbraith parecía interesado.
–La pregunta, doctor, es ¿a qué nos invitan?
–0... ¿a quién invitan? –preguntó McCoy. Se agachó para examinar el suelo. En las cenizas volcánicas que tenían bajo los pies, había tres juegos de pisadas: unas de botas blandas, otra de unos pies largos y finos con botas de Flota Estelar, y otra de zapatillas hechas jirones.
McCoy se enderezó.
–A todos nosotros, al parecer.
–Traspuso la puerta con paso firme...
Soljenov observaba el avance de los tres con cierta satisfacción. Esencialmente, seguían el programa previsto.
La relación del vulcaniano con la mujer al nivel observado no había sido predicha; pero una vez vista, tenía la calidad de lo inevitable.
Uno ajustaba, por tanto, la prueba de resistencia al metal que iba a ser puesto a prueba... o templado.
Kirk avanzó por los corredores hasta ver lo que pensó que sería una unidad de vigilancia.
–Soljenov –dijo, mirando a la misma–, tengo algo que usted quiere. Negociaré con usted de uno a uno.
Soljenov tardó sólo un momento en responder, confirmando así la hipótesis de Kirk de que había estado observándolos desde el principio.
–Eso será más probablemente de uno a Unidad, capitán. Difícilmente podrá ser una contienda en un nivel de igualdad.
–Me arriesgaré a ello. Déjelos marchar.
Soljenov se echó a reír.
–Eso podría ser el precio final..., no un tema de apertura de las negociaciones. Mi salón está disponible, capitán. Entre.
Soljenov pulsó un botón de transportador y el capitán de la Enterprise se disolvió y volvió a formarse ante él, con unas ropas que la selva había reducido a jirones.
A pocos hombres les estaba dado tener un aspecto impresionante en esas condiciones. Le estaba dado al que tenía delante.
–Así pues –dijo Soljenov–, es usted el elegido de ella.
–No. No ha hecho ninguna elección.
–Habría sucedido, de no ser por una interrupción accidental.
Soljenov observó cómo el otro se daba cuenta del poder de observación que tenía que implicar lo que acababa de decirle, pero el capitán se limitó a apretar las mandíbulas.
–Si su conocimiento llega hasta ese punto, sabe también que no fue una elección hecha libremente, sino un asunto de vida o muerte. Pero aun así, no sé si hubiera llevado a la unión. Tenemos nuestras razones para resistir. No nos tomamos a bien lo de ser peones en el juego de usted.
Soljenov se echó a reír.
–No. Es verdad. Dos caballeros... y una reina. Su «razón» de orejas puntiagudas es interesante, por cierto.
La única reacción del hombre fue mirarlo con impaciencia.
–Usted tiene mi nave. Yo quiero que me la devuelva.
Y deje a mi amigo y a Sola en libertad.
–Así que... usted ha venido a verme, solo. ¿Para hacerme una oferta?
–Al menos para hablar de manera sensata. Usted no se puede haber marchado de la Tierra cuando lo hizo, sin conocer los horrores de la conquista por la fuerza. Sin embargo, se dedicó a imponerla sobre Zaran, y ahora sobre la galaxia. ¿Por qué?
–Yo no le explico mis razones a una ameba.
Kirk negó con la cabeza.
–Usted intenta explicarle algo a ésta que tiene delante, o no me habría traído hasta aquí.
–Pues no, capitán. Yo sólo intento apoderarme de usted.
Su oferta es valiente, pero innecesaria. Tengo el poder. Una vez más, el hombre se limitó a mirarlo con aquel impresionante valor.
–Puede que así sea –replicó–, y yo lo sabía al entrar. Pero no creo que vaya a ser fácil de absorber... o digerir. Me permito decir que necesita llegar a algunos acuerdos conmigo.
Soljenov se encogió de hombros.
–No. Pero por un propósito personal, responderé a sus preguntas. Una vez me rebelé contra la fuerza que vi que se utilizaba en los antiguos imperios de la Tierra. Por esa rebelión, se hizo necesario que nosotros abandonáramos la Tierra. Yo, un amigo, un grupo pequeño. Tras el largo sueño, llegamos a Zaran, y ese planeta nos acogió de buen grado. Nosotros llevábamos tecnología material, Zaran ya poseía una tecnología psico–psiónica y ecológica. Durante un tiempo fue un matrimonio perfecto. Luego, nosotros descubrimos las posibilidades de la verdadera pertenencia a la Unidad, la Totalidad. A la larga, ésa es la única respuesta para los horrores en los que hemos estado hundiendo a poblaciones enteras: conquista, guerra, campos de concentración, genocidio.
Kirk lo miró con incredulidad.
–¿Sostiene usted que la conquista de la Totalidad es una «respuesta» a la conquista?
–Capitán, le aseguro que es la única respuesta. Hay una ocasional resistencia mental breve antes de que los más tercos se unan a la Totalidad. Una vez dentro, la mayoría acepta sus placeres y poderes. Es una respuesta duradera a la soledad, el aislamiento, la impotencia, la enfermedad, la vejez... e incluso la muerte.
–Al precio de la individualidad, la grandeza, el genio, la pasión, el amor.
–¿Destruye la pasión, capitán... o tan siquiera el amor? Usted no lo sabrá hasta que sea Uno. ¿No se le ha ocurrido que ésa sería la solución para su peculiar problema inmediato? En la Totalidad, capitán, ninguno de ustedes tendría que sacrificarse ni perder.
Kirk no replicó. Luego, dijo:
–Muy bien. Incluso eso se me ha ocurrido. Pero no funcionaría y no funcionará. Sola y Spock tienen que marchar en libertad. Al igual que mi nave.
–Ya ve, capitán, que ese pensamiento puede llegar a ocurrírsele incluso a usted. Antes o después, se le ocurrirá a la galaxia. Usted saboreó la Unidad de Gailbraith... y sólo su amigo vulcaniano fue capaz de hacerlo regresar. ¿Duda, entonces, del poder de la Unidad? ¿O de que la Totalidad pronto se habrá apoderado de la galaxia, y llevará a ella, por fin, la paz? Eso, capitán, bien merece un poco de incomodidad inicial para las amebas... o que se manche mi alma, si de eso se trata.
–Entonces, usted cree que mancha su alma.
–Si es así, lo sobrellevaré.
–No –dijo Kirk–. Ese tipo de paz no vale la pena. Y ese argumento, que uno tiene que romper los huevos para hacer una tortilla, o las amebas para hacer una Unidad, ha sido presentado por todos los dictadores, todos los totalitarios desde Hitler y Stalin, hasta aquellos contra los que usted luchó, hasta el coronel Green y todos los demás. Pero los seres inteligentes no son huevos... ni amebas... y cuando se rompen, se pierde algo irreemplazable y se hace algo que no tiene perdón. Soljenov, ¿no se da cuenta de que acaba de presentar el mismo argumento de sus antiguos enemigos?
–Ellos no tenían ninguna realidad de Unidad. Yo sí.
–Sí. Y ésta es, para su gente, tan poderosa y atractiva como usted dice. Quizá lo es para casi todo el mundo en el momento oportuno y de la forma adecuada. Sí, yo sentí la atracción. Y usted puede poseer a aquellos que se unan voluntariamente a usted. Eso nadie se lo discute. Que exista la Unidad de Gailbraith, y la suya, e incontables otras... y que se sumen a la grata diversidad de la galaxia. Sin embargo, deje marchar a los que la rechacen.
Soljenov negó con la cabeza.
–Usted no lo entiende, capitán. Ése fue también mi primer pensamiento. Pero los seres individuales ven la Unidad como una amenaza intolerable, y comenzarán a destruirla en su infancia si se les permite hacerlo. Y una pluralidad de Unidades podría resultar más peligrosa que la pluralidad de seres individuales. ¿Supone usted que mi voluntad y la de Gailbraith no se enfrentarán nunca por propósitos opuestos? Ya han comenzado a hacerlo así. Por usted y su nave. ¿Qué sucederá respecto a la galaxia? No. Tiene que existir una sola respuesta... y una sola Unidad. La Totalidad. Cualquier otra cosa significará el caos. Capitán, ya estoy harto del caos.
–No conseguirá que termine el caos hasta que no abandone la fuerza.
Soljenov lo cortó en seco.
–No estoy aquí para recibir lecciones de una ameba. Exponga su oferta.
–Mi nave, Sola, Spock, la Unidad de Gailbraith y la resistencia zarana deben quedar en libertad. Yo entraré en la Totalidad, y usted y yo determinaremos esto, durante todo el tiempo que haga falta.
Soljenov se puso a reír.
–¿Lo quiere todo? ¿A cambio de su sola persona? No se subestime usted, capitán.
Kirk se encogió de hombros.
–Usted organizó esto, a través de Gailbraith, para traerme hasta aquí. No acabo de saber por qué. Tal vez yo soy la antítesis de usted, el caso que sentará precedente, su símbolo. De cualquier forma, usted me ha puesto un precio, y yo le hago una oferta en los únicos términos que me son posibles.
–Lo consideraré, capitán. Más tarde.
–Más tarde podría no continuar en pie.
–Más tarde podría tenerlos a los tres.
–Gailbraith dijo que usted estaba organizando una prueba –dijo Kirk–. ¿Por qué? Una prueba significa que tiene algo que averiguar.
–Eso es perspicaz, capitán. Mi creencia es que la necesidad de Unidad no impulsa al universo a estar de acuerdo. Mi propósito requiere la intervención de Sola. Ella es el punto culminante de la línea de mujeres zaranas que puede ampliar el alcance de la unidad total más allá de Zaran. Si yo demuestro que eso es posible, obtengo un medio que la Unidad de los escogidos no ha descubierto. Los de la clase de Gailbraith tienen un alcance limitado. Si yo suprimo esos límites, él reconocerá la validez del método y se unirá a mí. Entonces, nada podrá detener a la Totalidad.
–Sola no se unirá a usted.
Soljenov sonrió.
–Se equivoca en lo esencial, capitán. Siempre será posible controlar a Sola, si ella se une a una pareja. Sin embargo, en varias ocasiones se le ha ofrecido todo lo que Zaran, e incluso otras especies, pueden ofrecer, sin resultado.
Kirk frunció el entrecejo.
–Todo lo que Zaran podía ofrecer. ¿Incluye eso a usted?
Soljenov guardó silencio durante un momento.
–Sí, capitán, así es.
–¿Y usted... la amaba?
–Capitán, no hablaré de eso con usted. Digamos que yo la necesitaba... para mis propósitos.
–Y no la pudo hacer cambiar de postura.
Se produjo otro instante de silencio.
–Podrá conseguirse, antes o después, capitán. He buscado la palanca por toda la galaxia, y no he encontrado una, sino dos.
–El señor Spock no es una herramienta que usted pueda utilizar, Soljenov. Usted no lo esperaba... ni el hecho de que Sola le amase, ni él a ella. Si su teoría está errada, tiene que dejarlos marchar.
–Por el contrario, capitán. Creo probable que la atracción de la dualidad dejará en libertad los poderes de Sola como no podría hacerlo ningún amor único. Y tal vez cuando a ella se le haga imposible... –Soljenov apartó la mirada–. Es bastante duro para usted y su amigo vulcaniano, capitán. Lo lamento, pero no puedo prescindir de ustedes. La siguiente fase de la prueba está a punto de comenzar.
–Tiene razón –dijo Kirk en voz baja, y extendió un brazo para propinarle a Soljenov, en el hombro, un golpe de canto con la mano.
Fue como si el borde de la mano hubiese hecho impacto sobre la Totalidad en pleno.
Soljenov sólo se volvió a mirarlo. Entonces, durante un instante, Kirk vio algo en los ojos del corpulento hombre que supo que era letal: el conocimiento de que Soljenov había optado por una alternativa mediante la cual él, con todo su poder, era incapaz de despertar en Sola lo que una sola ameba individual sí podía. De hecho, lo que podían despertar dos amebas individuales, incluyendo a un vulcaniano que se suponía que ignoraba el significado del amor.
Luego las manos de Soljenov se cerraron sobre Kirk, haciendo una presa que también parecía tener la energía de la Totalidad en pleno, o quizá la fuerza del propio hombre...

29


En un cruce de uno de los corredores, marcado con la letra griega psi, Sola detuvo a Spock. –Tú sólo puedes llegar hasta aquí.
–¿De veras? –preguntó el vulcaniano, y ella vio que la terquedad de todo Vulcano se apoderaba del rostro de Spock–. ¿En qué basas esa conclusión?
–Éste es un centro focal de la Totalidad –replicó Sola–. Más allá de este punto no se puede funcionar como unidad semiindependiente. Aquí, los poderes de las mujeres zaranas están concentrados en un dispositivo físico–psiónico que permite el control total de todos los que entran. Mediante el contacto de mente a mente, es detectada la más ligera intención de actuar fuera de las exigencias de la Totalidad, y recibe un castigo inmediato. La obediencia es recompensada. Recompensa y castigo son psiónicamente transmitidos directamente a los centros del dolor y el placer cerebrales. Es como si una señal eléctrica estimulara el dolor y el placer directos.
La boca de Spock estaba tensa.
–Eso ha sido hecho mediante la estimulación eléctrica directa..., mucho antes de que Soljenov abandonara la Tierra, en el siglo veinte. Las ratas pulsaban una palanca para obtener placer directo, y hacían caso omiso de la comida, el sueño, el sexo, hasta que morían de inanición.
Sola asintió con la cabeza.
–Nadie ha roto un control de un centro focal. Se los utiliza cuando es necesaria una seguridad o una obediencia totales. En las naves. En las instalaciones vitales. En la batalla. Los hombres prefieren marchar al interior de las fauces de la muerte antes que enfrentarse con el dolor directo. Y el placer directo es, en cualquier caso, más insidioso.
»Señor Spock, imagínate a la Enterprise controlada por una obscenidad de esta clase. Imagínate al capitán, también controlado. Tú, concebiblemente, morirías antes que ser absorbido. Él, no. Y tal vez tampoco tú, sabiendo a quién abandonarás y a qué suerte. –Ella echó los hombros hacia atrás–. Esto tiene que acabar aquí, Spock, y yo debo terminar con ello. Si yo consigo romper el control psiónico, puede que algunos de los que me vean hacerlo también lo intenten. Las mujeres zaranas podrían quedar en libertad. Algún zarano podría unir sus manos a las mías para destruir este lugar.
–Podría –dijo Spock–. Hasta ese momento, las manos de todos los hombres estarán en contra de ti..., además de todas las mentes de la Totalidad.
Ella asintió con la cabeza.
–Spock, se trata de un método de control desarrollado y probado con ratas. Hay un fallo en esa teoría.
Él alzó una ceja interrogativa.
–Un hombre –explicó ella– no es una rata. Yo tampoco lo soy.
Durante un momento, los ojos de él aprobaron lo que acababa de decir.
–Estoy de acuerdo. Muy bien. Entremos juntos.
Ella negó con la cabeza.
–Ni siquiera las disciplinas de Vulcano son una protección en este caso. Como hombre, tú eres aún más vulnerable. Como hombre hacia el que yo me siento atraída, convertirás en imposible el que yo lo consiga. Utilizarán eso en mi contra desde el primer instante. Lo que puedes hacer por mí es quedarte aquí fuera, como cuerda de salvación, para que yo sepa que tengo que conseguir regresar aquí, a tu lado. Nada más podría hacerme salir.
–¿Nadie más? –le preguntó Spock.
Ella lo miró a los ojos.
–Él. Pero ellos pueden utilizarlo contra mí en cualquier caso. Si eso sucediera, tú serías la única ancla... para ambos.
Él guardó silencio durante el espacio de varios latidos de corazón. Ella vio el total vacío de la teoría vulcaniana surgir y hundirse tras los ojos de Spock, y luego él se rehízo según una arquitectura que era puramente propia.
–Si yo no fuera un vulcaniano –dijo Spock–, tal vez te diría cuánto necesito ahora ser un auténtico vulcaniano.
–Ésa es otra cosa no vulcaniana que has conseguido muy bien, señor Spock.
–Sola se estiró y le rozó los labios con los suyos–. Si yo no regreso en treinta minutos, Spock, búscalo y salid de la montaña. No me busquéis ni esperéis. Las cámaras interiores de las cuevas de los árboles puede que sobrevivan.
–No nos marcharemos sin ti.
Los ojos de ella se endurecieron.
–Lo haréis, o responderéis ante mí. Yo me las arreglaré por mis propios medios.
–¿Podría vivir... sabiendo que has mentido?
«Sí, señor Spock», dijo. Pero en voz alta mintió sin reservas, incluso en el nivel sin palabras que existía entre ambos.
–Si no regreso, será porque he fracasado, y no correré ningún gran peligro. La Totalidad tiene un lugar útil para mí. Vete.
Luego dio media vuelta y se alejó, sin darle más oportunidad de protestar, o detectar la mentira.


Spock la observó mientras se alejaba por el corredor, con la cabeza alta, y sólo le contuvo el saber el uso que ellos podían hacer de su persona en contra de ella.
Ni siquiera de eso estaba seguro. Disponía de las disciplinas de Vulcano. Recurrió a lo más profundo de sí, a la manera de todo lo que le habían enseñado o había aprendido alguna vez, convocando la fuerza de Vulcano contra todo lo que allí conspiraba para erosionarla. «Yo soy Vulcano. Yo tengo el control. »
Vio que Sola se estremecía, como abofeteada por fuerzas invisibles. Avanzó hasta sentir el campo psiónico, como una entidad palpable. Podía tocarlo con las manos. Apoyó las palmas contra esa entidad, las metió dentro, y dejó que su mente la examinara, con cautela.
«Entidad, una entidad. Sí. Millones en Una. Ahora la Una era consciente del diminuto Uno femenino que había acudido a desafiarla, y del alienígena que tendía las manos e intentaba enviarle su propia fuerza.»
En un repentino cambio de perspectiva, Spock miró a través de los ojos de Sola, consciente tanto de sí mismo como de la batalla interior de ella. Sola se movía a fuerza de voluntad. Los zarcillos de la Unidad se extendían insidiosamente para penetrar en su mente, para alcanzar los centros nerviosos de su cerebro. Ninguna coraza resistiría ante ellos, y la mujer lo sabía desde el principio. La resistencia retrasaba el efecto completo, pero no lo impedía.
Spock sintió, abruptamente, que los zarcillos que se tendían hacia el centro del dolor directo eran como ella los había descrito, pero aún más espantosos de lo que él había imaginado.
Sin embargo, eran los zarcillos que buscaban los centros de placer los que resultaban muchísimo más insidiosos de lo que él había llegado a concebir. Buscaban todos los exquisitos centros del ser, todas las sensaciones, todo el goce, todo el deleite jamás conocidos o deseados, o que estaban más allá de lo que había osado desear. Luego vio que no era meramente físico lo que buscaban. En alguna parte del interior estaba aquel centro reservado mediante el cual la mujer zarana se ligaba a la Unidad más que otras especies, y por la cual, Sola, con su herencia y el entrenamiento recibido fuera del planeta, se vincularía a ella de una forma no conocida por otras mujeres zaranas.
Ahora, Spock podía sentir ese centro de vínculo, abierto y vulnerable, estirado por la atracción de dos anhelos, cosa para la que no había sido hecho. En ese momento, el tener el corazón dividido era la debilidad de ella, la debilidad para la cual nunca se había entrenado, que nunca podría haber esperado. Se había acorazado contra todas las tentaciones corrientes, y su diablo particular había encontrado al único hombre, la única tentación contra la que ella no estaba inmunizada... y luego, por suerte o inadvertencia, había hallado al vulcaniano que nunca esperó ser la segunda tentación de ella.
Spock acudió en su ayuda por instinto, para ofrecerle un poco de protección para esa vulnerabilidad, arrojando su propia resistencia contra los zarcillos que penetraban en la mente de ella para examinarla.
Los zarcillos se detuvieron... y luego la gran Unidad que estaba detrás de ellos percibió la mente vulcaniana y emitió un zarcillo electrificador para explorarla. De pronto, Spock sintió que penetraba muy al fondo en su propia mente, hacia el centro vulcaniano que también era el centro de la unión, también abierto y vulnerable ahora.
En un momento quedaría establecida entre ellos la conexión eléctrica... bajo el control de la Totalidad.
Spock se arrojó físicamente hacia atrás para apartarse del campo. Era lo único que podía hacer. Sintió que la conexión se rompía en el último instante, con una violencia que lo derribó al suelo y lo dejó solo dentro de su propio cuerpo.
Vio que Sola, allá lejos, pasillo abajo, caía de rodillas. Luego, pasado un largo rato, la mujer levantó la cabeza. La volvió para mirar a Spock, y él no vio reproche alguno en sus ojos, como si ella supiera que el vulcaniano había tenido que probarlo. Ahora ambos lo sabían: él no podía estar con ella en ese intento.
Sola se puso de pie y desapareció tras un recodo.
Spock se levantó lentamente. La violencia de la contradicción todavía tiraba de él. Tenía prohibido sentir lo que, de hecho, sentía. Y esta vez no podía encubrirlo ni negarlo, o simplemente vivir con ello, como había hecho con otros sentimientos prohibidos durante todos aquellos años.
Tampoco podía permitir ese sentimiento.
Volvió a aplicar la disciplina de control, a pesar de lo poco que le sirvió. Y esta vez se dispuso a buscar a Kirk. Spock no podía estar con Sola, pero había puesto a prueba el poder con que ella iba a enfrentarse. Si éste era utilizado contra Kirk, o si Kirk era utilizado contra ella... no habría ninguna esperanza, a menos que Spock lograra encontrarlo.
Spock avanzó por el corredor, entrando en aquel estado en el que se movía casi por encima de la dirección de su propia voluntad, siguiendo el instinto que en una o dos ocasiones le había permitido encontrar lo que necesitaba.
La búsqueda daba por supuesto que Kirk aún no había sido absorbido, ni se había entregado, a la Totalidad.
Era una suposición sin pruebas, se advirtió severamente Spock a sí mismo. Sabía demasiado bien cuál era el pacto que habría intentado hacer Kirk, por su nave y por las dos vidas que pensaba que pondría en libertad.
Spock se permitió esperar que el humano pudiese captar la fuerza del enojo vulcaniano desde donde estaba...



30

Sola se encaró con el joven vigilante de la puerta. –Lléveme a su centro –le pidió.
El hombre era dorado y rubio..., muy joven y muy serio. Surgió del interior de algún control interno, que poseía la Totalidad, para mirarla con sus propios ojos. Eran unos ojos graves, gris azulado que, en otras circunstancias, habrían aceptado la responsabilidad de sus propios actos; intentaba hacerlo incluso en ese lugar.
–No la esperaba aquí –le dijo–. ¿Cuál es su misión?
Ella le sonrió a los graves ojos jóvenes.
–Se lo diré en seguida. ¿Cómo se llama?
El joven pareció haber olvidado cómo oír esa pregunta. Pero el hecho de que ella se lo preguntara, le hizo recordar otro tiempo y otra vida en los que había sido importante. Y supo que la pregunta de ella volvía a convertirle en importante. La pregunta daba cuenta de lo que ella veía en él, no como una unidad sino como una entidad especial, un hombre.
–Argunov –replicó.
Una advertencia le enturbió los ojos, como si la Totalidad percibiera que aquella unidad estaba a punto de fallar. Él la apartó de sí y miró a la mujer directamente a los ojos.
–¿Cómo se llama? –consiguió decir.
–Sola Thane –replicó, y vio que los ojos de él se animaban durante un instante.
–¿Aquí? –inquirió él.
Entonces el dolor lo acometió, derribándolo al suelo. También la buscó a ella, pero los zarcillos que la sondeaban no se encontraban aún completamente instalados, y ella pudo apretar los dientes y arrodillarse para sujetar al joven por los hombros.
Pasado un rato, lo peor del dolor cedió, y él levantó la mirada hasta los ojos de ella.
–Usted se ha enfrentado con el dolor –dijo, atónito–. Y... me ha sostenido.
Ella se puso de pie y le tendió una mano para ayudarle a que se levantara.
–Y usted –replicó Sola– conocía mi nombre, incluso aquí dentro. Venga, Argunov.
Él lo debatió consigo mismo.
–Tengo que conocer sus propósitos.
–Para demostrar que es real lo que quise decir al preguntarle su nombre.
–No tengo poder para ayudarle –declaró él–, pero mi función es llevar a la inesperada a mi central. Así lo haré.
Ella dejó que sus propios ojos acusaran recibo de lo que él quería decir.
–Eso es lo único que pido.
El muchacho avanzó con ella por los corredores, recobrando por el momento el paso fácil y confiado de su varonil juventud. Era un descendiente de humanos, advirtió ella, nacido en Zaran de los conquistadores del planeta, pero que ahora encontraba que la Totalidad resultaba un hogar incómodo.
Era por los Argunov por los que ella había regresado, abandonando la Flota Estelar y las estrellas.
Ahora sentía el sólido núcleo del centro focal de la Totalidad que concentraba su resistencia sobre ella, hasta que el campo psiónico fue como una espesa melaza que frenaba los movimientos de ambos. Los zarcillos que la sondeaban penetraron más profundamente en la mente de Sola, y ella supo que ya no escaparía de lo peor que el dolor –o el placer– podían hacerle.
Luego el corredor se abrió en una enorme bóveda de lava, que ahora era un panel de maquinaria y actividad de obreros controlados que la servían.
En el centro de la misma se erguía una mujer zarana. Era tan alta como Sola, esbelta y fuerte, pero en su cabello comenzaba a aparecer el blanco dorado de la edad avanzada.
Sus ojos dorado verdosos parecían más viejos que su pelo.
En el espeso campo psiónico del centro focal, Sola pudo sentir el lazo que ataba a la mujer a aquel lugar. En otra época se había resistido a los humanos, luego había amado a uno... y llegado a creer en la Totalidad, en la Unidad. Tal vez todavía creía en la meta de la misma. Lo que ella creyese se había vuelto irrelevante. Su pareja era de la Totalidad, y estaba en poder de ésta.
–Traigo a la desconocida –le dijo Argunov.
Los ojos de la zarana madura no admitieron nada.
–Te has molestado en averiguar el nombre de la desconocida, vigilante –declaró.
Argunov la miró a los ojos.
–Es verdad. Ella se ha molestado en averiguar el mío.
–Eso no es una mera molestia, vigilante –replicó el centro zarano–. Es una violación del espíritu del Uno. Tu servicio no requiere la distinción de un nombre. –Se volvió a mirar a Sola–. Tu nombre me es conocido, y es el de una traidora. Has traído aquí a seres de otros mundos, y tu intención es destruir a la Totalidad que sirve a tu pueblo.
–Mi intención, Z'Ehlah –replicó Sola–, es conseguir la libertad de mi pueblo. Si eso es traición, eres muy dueña de sacar el mejor partido de ello. He venido hasta aquí, al centro de tu poder. La traición no puede vivir aquí. Yo sí puedo.
–Así que también conoces mi nombre, So'lathane. En ese caso, sabrás que yo me opondré a ti. Puedes vivir aquí sólo como Una.
–Yo sé que tú defiendes a tu pareja, Z'Ehlah. Pero lo haces a costa de los Argunov, y ahora de la galaxia. No te apoderarás de más naves. Y dejarás en libertad a la Enterprise. También yo conozco la defensa de la pareja.
–¿De cuál de las parejas? –le preguntó Z'Ehlah–. Intentas caminar en dos direcciones. Es la fórmula de la caída.
–Entonces, caeré –replicó Sola–. Pero arrastraré todo esto conmigo. –Hizo un gesto que abarcó toda la instalación. Luego se volvió hacia Argunov–. Argunov, tú conocías mi nombre antes de que yo llegase. Estás furioso con la Totalidad. ¿Por qué nunca has hecho ningún movimiento contra ella?
Argunov se irguió.
–He creído, o intentado creer, que la Unidad era correcta, o al menos necesaria. Y en los momentos en los que no podía creerlo... sabía que no tenía posibilidad de resistencia.
Sola se volvió entonces a mirar fijamente a Z'Ehlah.
–No voy a preguntarte por qué. Conozco el porqué. No voy a pedirte que te eches a un lado. Pero tengo que pasar a través de ti.
Más allá de Z'Ehlah estaba el panel de control de las unidades geotérmicas.
–En ese caso, eso es lo que vas a tener que hacer –replicó la mujer zarana.
Z'Ehlah se preparó, a nivel físico y psiónico. Sola podía sentir la fuerza que corría por la mujer zarana, y pudo ver la fina banda dorada de electrodos casi oculta por la melena blanca dorada de la misma. Tenía que concentrar el poder de emisión para amplificar la capacidad zarana de unión destinada a reunir al grupo de caza. Ahora cazaba naves... y almas. E iba a la caza del alma de So'lathane de Zaran.
Sola sintió que Z'Ehlah reunía la fuerza de incontables mentes y la dirigía contra ella en un golpe de potencia aplastante.
Sola lo recibió, no como si no la hubiese afectado, sino como si no pudiese importar que la afectara. Ella sabía desde el principio que llegaría ese momento, la prueba absoluta contra el dolor directo, y ahora había llegado...


Kirk cayó de rodillas como fulminado, con el cuerpo transformado de pronto en una masa de dolor. Era todo cuanto podía hacer para no gritar. No estaba seguro de que no fuese a hacerlo... ni de que no lo hubiese hecho.
Soljenov se inclinó y lo puso de pie con brutalidad.
–¿Todavía desea unirse en pareja con una zarana?
Kirk no contestó. Ahora sabía que era el dolor de Sola el que estaba sintiendo. Ella se moría... No, era peor aún, porque esa agonía mortal podía ser prolongada por toda la eternidad, y nunca interrumpida.
–¡Déjela marchar! –susurró con aspereza.
Soljenov le dedicó una amarga sonrisa.
–Ella ha desafiado a la Totalidad. Se espera que veamos el error del camino emprendido y desistamos. No vamos a hacerlo, capitán. Ahora participará usted en un pequeño experimento de incorruptibilidad de almas. Si hay almas incorruptibles.
Aferró a Kirk por un brazo y lo empujó por los corredores hacia el interior del cráter.

Spock se desplomó contra la pared. El dolor era una sobrecarga incluso para su capacidad vulcaniana de control. Intentó enviarle a Sola su control, pero sabía que nada podía alcanzarla. Ésa era la lucha de ella, en solitario.
Y en algún lugar delante de sí, claramente ahora, como a través de un circuito de tres canales, sintió a Kirk, también atrapado en la transferencia de la prueba de fuego de Sola.
Spock avanzó mientras aún tenía la dirección.


Argunov avanzó y sujetó a Sola cuando caía. La abrazó contra sí y la sujetó como si pudiera absorber el dolor de ella con su propio cuerpo.
No pudo, y el centro ni siquiera desvió fuerzas para enviarle su merecido castigo. Ya llegaría. Vio que otros vigilantes, obreros, ensambladores, se volvían a mirarlo como si hubiese perdido la cordura... y a ella como si jamás la hubiese tenido.
Percibieron, en el espeso campo psiónico, un titánico esfuerzo destinado a poseer la mente de So'lathane. Z'Ehlah no se rendiría. No podía hacerlo.
Pero tampoco podía hacerlo Sola.
Al estar tan cerca, Argunov sentía incluso los finos hilos de contacto que se extendían hasta los dos hombres de otros mundos. Por un instante, sintió una punzada de feroz posesividad, como si deseara retenerla incluso en contra de esa atracción.
Pero eran esos hilos los que anclaban a la mujer.
–Entrégate –le exigió Z'Ehlah en silencio.
Nadie hablaba ni de viva voz ni mentalmente bajo el castigo. Uno se entregaba, entregándose. No había alternativa. Argunov sintió que la cabeza de Sola, caída, se levantaba lentamente.
–No –replicó.
Argunov sintió el asombro de Z'Ehlah. La resistencia no era posible. Y la fuerza del castigo ya había llegado a un nivel que no podía aumentarse. En cuestión de segundos se acumularía hasta el punto del shock irresistible y la muerte...
–Déjela marchar –dijo Kirk con voz ronca–. Tómeme a mí.
Proveniente de alguna parte, sintió un «¡No! » dicho en una voz mental que conocía. ¡Spock! Entonces, estaba vivo, cerca. Kirk intentó advertirle que se mantuviera alejado.
«¡Soljenov! –dijo la voz mental–. Un vulcaniano se pone a su disposición para desafiarlo. Déjelos marchar a ambos.»
Soljenov se echó a reír.
–¡Qué nobleza!
–Ella está muriendo –susurró Kirk. Él mismo se mantenía en pie mediante la testarudez... y la mano de Soljenov.
Soljenov se encogió de hombros.
–Ése no es mi plan.
Kirk sintió que la orden era transmitida... y de pronto su dolor cesó, de forma tan abrupta que él se desplomó con alivio.


31

Sola se irguió en los brazos del joven. Argunov la había sujetado, y ahora ella sentía que el castigo estaba a punto de caer sobre él. –No –dijo, casi sin voz–. Hagas lo que hagas, tienes que hacérmelo sólo a mí.
–No será así –replicó Z'Ehlah–. Tus dos hombres están contigo.
Sola levantó la cabeza.
–Ya lo sé. Limita esta prueba solamente a mí. Z'Ehlah negó con la cabeza.
–Ésa no es mi elección, sino la tuya. Y tú la has hecho. –No –replicó Sola–. Yo no he elegido. Z'Ehlah la miró casi con asombro.
–¿Es posible que no lo sepas? Estás intentando elegirlos a ambos.
–Eso es biológicamente imposible –contestó Sola–. Soy una zarana.
–Es imposible, y podría arrastraros a los tres a la destrucción, pero es lo que tú intentas.
Sola se concentró en poder apartarse de Argunov y moverse.
–Gracias –le dijo al muchacho, y por un instante se concentró en la cara de él, tal vez como recordatorio de otros rostros. Ante sí tenía uno que podría llegar a comandar una nave estelar, algún día, y que jamás iba a hacerlo a menos que ella le demostrase ahora cómo obtener la libertad. Avanzó hacia Z'Ehlah.
Z'Ehlah retrocedió apenas, no rindiéndose sino dejándole espacio.
–Debes saber –le advirtió– que el dolor directo no es más que dolor. Los rebeldes han desafiado al dolor, incluso hasta la muerte, antes de ahora. Es el placer lo que resulta insoportable e irresistible. Haré que lo desees por encima de cualquier otro placer. No puedes escapar de él.
Sola levantó la cabeza.
–Sí que puedo. Yo... he conocido el verdadero placer.
Ella supo en ese momento que sólo los acontecimientos de ese día le permitían decir eso, y que sólo esos recuerdos la harían superar la prueba.
Durante un momento, Sola vio algo en los ojos de Z'Ehlah que podría haber sido pesar, evocación de cosas pasadas. ¿Había existido un tiempo en el que la realidad de su pareja estuvo por encima de cualquier cosa que pudiera ofrecer la Totalidad? Sola dio un paso adelante y el centro zarano reunió todas las fuerzas del punto focal para llevar a cabo la última defensa.
Luego el poder atravesó, candente, la mente de la mujer en una abrasadora capa de llamas, un éxtasis tan intenso que se parecía al dolor. Los zarcillos penetraron profundamente, incluso al interior de su centro de unión. Y contra el falso placer ella sólo podía invocar la realidad. «¡Spock! », se dijo, y luego, por primera vez se permitió pronunciar el nombre: « ¡Jim! ».
Pero aparentemente había perdido el hilo de contacto mental. Sólo podía llamar en su ayuda a los recuerdos. E incluso éstos parecían desvanecerse ante el abrumador asalto neurológico del placer directo. Ella sólo tenía que permitirlo, y el estado culminante que un ser inteligente tiene la suerte de alcanzar por momentos en toda su vida podría ser suyo siempre que lo invocara o mereciese. Podía comprender a la rata que no dejaba de pulsar la palanca del placer.
Sintió que su cuerpo se estremecía a causa de alguna espantosa enfermedad neurológica, un estado de perlesía, de parálisis en el que sólo podía permanecer de pie... detenida y derrotada.
Sintió que Argunov la sujetaba por los hombros, percibió su joven desesperación. Durante un momento, había creído en ella.
Sola invocó el rostro del muchacho ante sus ojos cegados, y luego otra cara, vulcaniana..., ojos vulcanianos, brazos vulcanianos...
Sola abrió los ojos y dio un paso adelante. Se movía como la víctima de una apoplejía que aprendía a caminar, moviéndose por encima y más allá de los mensajes de un cerebro asolado. Pero se movía.
«¡Jim! » Ojos humanos. Labios humanos, y el sabor de la lucha de él con dragones que arrojaban fuego, y sus propios demonios de celos... y sacrificio.
Sola avanzaba.
Ahora veía a Z'Ehlah, casi paralizada por el esfuerzo realizado para detenerla, y por el pavor casi metafísico que decía que Sola no podía hacer eso. Porque si podía, entonces quizá Z'Ehlah habría tenido la posibilidad de quebrantar el control mucho tiempo atrás. Su pareja habría quedado en libertad...
Sola avanzó repentinamente más allá de la conmocionada Z'Ehlah, en un solo impulso, y alcanzó el panel de control. Lanzó su mano hacia abajo por los interruptores para desconectar los neutralizadores de seguridad, y luego desconectó el panel.
Oyó el zumbido de un transportador zarano a sus espaldas.
Estaba justo a punto de tocar la palanca de color púrpura que constituía la principal sobrecarga energética, cuando una mano cayó sobre ella y la apartó bruscamente del panel.
Era Soljenov.
–Has ido más rápido de lo que yo pensaba, querida mía –le dijo con tono tirante. Tendió una mano para deshacer la peor parte de los daños causados.
El joven Argunov se abalanzó pasando por su lado y tiró de la palanca púrpura.
Saltaron llamas, y algo tronó repentina y ominosamente dentro del cráter. La mitad de las luces aumentaron al máximo y luego se apagaron. El suelo se sacudió.
Soljenov se volvió a mirar al joven vigilante, atónito. Entonces, él mismo concentró una lacerante intensidad de placer directo sobre Argunov. El muchacho se puso rígido y comenzó a desplomarse, pero Sola se encontró de pronto junto a él, sujetándolo por los hombros y mirándole a los ojos.
–¡Argunov! –exclamó–. Vamos. Rómpelo.
Lentamente, los ojos gris azulado se fijaron en ella. Argunov luchó para moverse y la perlesía se apoderó de él. El muchacho temblaba bajo las manos de Sola. Luego sus ojos se encendieron con un salvaje estallido de furia ante un largo cautiverio que de pronto comprendió que lo dominaba por su propia sumisión.
Dio un paso adelante, hasta quedar casi en brazos de Sola, y ella lo sostuvo durante un instante y luego se volvió con él para encararse con Soljenov.
Podía sentir el asombro que se propagaba en ondas por el centro focal de la Totalidad. Por primera vez, las unidades habían visto que alguien desafiaba a la Unidad. Había una joven mujer zarana inclinada sobre un panel de comunicaciones cercano. De pronto, se enderezó y avanzó hacia Argunov y Sola.
Z'Ehlah se recobró para orientar la señal de placer hacia la joven técnica en comunicaciones. La muchacha miró directamente a Sola mientras el temblor casi conseguía derribarla..., pero continuó avanzando.
Sola observó a Soljenov, pero él no parecía tan preocupado como era de esperar. En realidad, daba la impresión de tener su presa en las manos.
De pronto, el suelo se sacudió y se abrió una grieta en el piso, que escupió calor y un ominoso vapor.
Soljenov parecía casi complacido.
–He terminado con esta instalación, querida mía... y con todos los que no estén conmigo. Voy a llevarme la nave estelar. Tú misma te has puesto un tiempo límite para resolver un determinado problema.
Avanzó hasta el panel de comunicaciones y pulsó algunos interruptores.
El holoespacio que había encima de la consola se llenó con siluetas de tamaño natural. Luego se retiró para mostrar que cada una de ellas se encontraba en cornisas separadas por una grieta demasiado ancha como para cubrirla de un salto... y por el lento manar de la lava que erosionaba ambas repisas.
La silueta humana estaba sólo parcialmente consciente. Pero el vulcaniano tenía plena consciencia... de su propia impotencia. No podía llegar hasta el humano; y si hubiera querido escapar en solitario, su camino de retirada estaba bloqueado por el campo psiónico del centro focal de la Totalidad. Ni siquiera Spock, y mucho menos Kirk, podrían haberlo atravesado sin ayuda.
Y dentro de minutos las cornisas se derrumbarían en la lava... si otro terremoto no los arrastraba antes.
–Ahí lo tienes, pues, querida mía –dijo Soljenov–. Puedes salvar a uno de ellos, pero sólo a uno, porque sólo podrás conseguirlo mediante el vínculo con uno de ellos. Unida a él, podrás hacerle atravesar con vida el campo focal. No lo conseguirás de ninguna otra forma.
Ella no se detuvo a escucharle. Echó a correr. El campo de la Totalidad no podía detenerla ahora, y ella tenía el hilo de la dirección, dos hilos.
No estaban muy lejos, pero fue el viaje más largo que había realizado. Corría a saltos por los irrespirables pasadizos sin aire, que humeaban con vapor y azufre como los abismos del infierno humano... o de algunas partes del planeta natal del vulcaniano.
Pero aquello era el infierno. Ella tenía consciencia de que no había salvación, para ninguno de ellos. Al cabo de un momento llegó a una tercera cornisa, emplazada casi directamente entre ellos dos; el flujo de lava saltaba alrededor de la mujer, casi a sus pies.
Kirk ya había recobrado el conocimiento, y ella fue lo primero que vio.
–¡Sola, márchate de aquí! –Estaba casi desnudo y parecía que lo habían arrastrado por la selva.
Luego advirtió la dirección de la otra mirada de ella, volvió la cabeza por encima del hombro y vio a Spock. Profirió una sola imprecación, corta y seca.
–Sácalo a él –dijo Spock–. Kirk puede llegar hasta allí a través de esa cornisa cuando te hayas unido con él.
Spock señaló una estrechísima cornisa que quedaba de un corredor derrumbado, con algunos asideros en lo alto, que un hombre vigoroso podría recorrer sin ninguna interferencia y con toda la ayuda que pudiese conseguir. Lo mismo hubiera dado que estuviera separada de Kirk por una muralla. De hecho, lo estaba. En el momento en que avanzara hacia ella, sería golpeado por el campo focal de la Totalidad.
Si él estuviera unido a Sola, ella podría, tal vez, protegerlo lo bastante como para que lo consiguiera. No podía proteger a ambos. Spock no lo había señalado, pero ella vio el conducto que se combaba entre la cornisa de Spock y llegaba a unos cuatro metros y medio de la suya. Si era capaz de soportar el peso del vulcaniano y él no hacía ningún movimiento en falso, cabía la posibilidad de que él consiguiera avanzar cuidadosamente por el conducto y dar un salto que lo llevara junto a ella. Pero el campo focal también lo golpearía a él, antes de que hubiese avanzado dos pasos.
Kirk también lo vio.
–Spock puede llegar hasta allí por el conducto. Llévatelo primero a él. –El capitán gateó hacia el borde de su cornisa... y golpeó contra el campo. Entonces comprendió. Se echó hacia atrás para salir del campo, y la miró–. Así que... esto es el fin. –Sus ojos se entrecerraron–. Lo que Spock acaba de decir... ¿significa que podrías sacarlo de aquí si te unieras con él?
Ella le dirigió una mirada desolada.
–Sólo puedo sacar a uno de vosotros, o intentar hacerlo. Sólo a uno. Mediante la unión.
–En ese caso, tiene que ser Spock –replicó Kirk, de inmediato.
–No puede ser –lo contradijo Spock–. Eso lo dejamos establecido hace mucho tiempo. –Miró a Sola–. Tienes que tomarlo a él y salir de aquí. Mientras tú ocupas la atención del campo focal, yo tendré la posibilidad de moverme por mis propios poderes vulcanianos. Vete.
Era un buen intento, y una refutación en sí misma de la leyenda de que los vulcanianos no podían mentir. Ella no discutió de inmediato el tema. Si escogía a Kirk, la creencia de él en aquella mentira era la única posibilidad que ella tendría de hacerlo salir.
–El señor Spock –dijo Kirk– está mintiendo con toda su vulcaniana boca. No resultará. No pienso moverme. Pero si ustedes dos se largan de aquí a tiempo, yo podría tener una buena oportunidad. –Se volvió a mirar al vulcaniano–. Señor Spock, saldrá usted de aquí inmediatamente por los medios de que disponga, sin discusión. Es una orden.
Spock lo miró durante lo que pareció un largo rato.
–No puedo obedecer, capitán –declaró–. Algunas cosas trascienden la disciplina del servicio.
Sola miró de uno a otro. Ahora la decisión estaba en las manos de ella. Debía escoger... con decisión.
Entonces supo que no podía escoger. Habría cambiado su lugar con cualquiera de los dos con tal de no tener que escoger. Y si no escogía, ambos iban a morir. Y ella con los dos hombres, porque no se marcharía.
Sin embargo, no había forma de elegir. Extraviados retazos de memoria continuaban llegando a su mente: la primera visión de Kirk en el calvero, su rostro blanco y su aspecto de continuar insistiendo... y aquella repentina tensión que surgió en él al enterarse de qué, y quién era ella... Kirk que regresaba desde la misma muerte en la nave exploradora, porque ella no quería dejarlo marchar... Kirk que la enviaba de vuelta para que soltara las cadenas y espantara a los buitres hasta que Spock quedara verdaderamente en libertad... Kirk en la cueva que el dragón tenía en el árbol... Kirk que saltaba junto a ellos en medio de los antropoides de tres metros de estatura, con su insignificante cachiporra... yendo al encuentro del leopardo. Y Kirk... entrando allí para ofrecerse a la Totalidad a cambio de que su amigo fuera libre y feliz, con la mujer a la que él amaba...
Pero ahí estaba Spock. También ella lo había visto arrastrando cadenas, roca, buitres y todo, y lo había visto liberarse, aunque sólo durante un momento. En ese momento había estado abierto y vulnerable, y en las manos de ella. Y no se había refugiado tras la gran muralla de Vulcano para marcharse a morir en silencio al enfrentarse con la contradicción. Se había lanzado de cabeza hacia la misma, y hacia ella. Y Spock no se había olvidado ni por un momento de Kirk y del precio que éste había estado dispuesto a pagar por la libertad de él.
De repente se dio cuenta de que no había forma alguna de elegir entre dos hombres semejantes. Cualquier elección traicionaría los valores del otro. Peor aún, aquel al que ella no escogiera sabría que no lo había elegido. Y el que eligiese la odiaría por la muerte de su otra mitad.
No obstante, negarse a escoger era traicionarlos a ambos.
Tendría que elegir... ahora. Y hacerlo rápidamente, antes de que el elegido pudiera impedírselo...
Entonces una voz le habló en la mente.
–Así pues, percibes la dificultad del problema.
–Era Soljenov.
–Sí –replicó ella en silencio.
Entonces, la figura de él se formó ante Sola, en un holograma sólo para ella. Kirk y Spock no podían verlo ni oírlo.
Soljenov rió en silencio.
–Éste es el verdadero dilema del diablo, querida mía. Tú habías pensado que Gailbraith era tu diablo personal. Estabas equivocada. Soy yo. ¿Qué estarías dispuesta a pagar para que ellos jamás conocieran tu elección... porque no tuvieras que hacerla?
Ella sintió que la garganta se le contraía.
–¿Qué me pides?
–Más que tu alma.


McCoy luchaba con una febril sensación de Unidad. Había obtenido aquello por lo que pactó, con creces.
Habían llegado a un punto a partir del cual ni McCoy ni Dobius podían continuar. Se encontraron con un campo psiónico que no registraban los escáneres de McCoy, pero que a él le daba retortijones, fuera lo que fuere eso. En este caso, sus piernas se negaban a moverse.
También lo hacían las largas piernas del señor Dobius. Estaban inmovilizadas en algún punto entre el cerebro derecho y el izquierdo. El enorme taniano se atascó y se quedó atontado.
Puede que Gailbraith hubiese podido entrar en el campo, pero se detuvo por ellos.
–Usted tenía que experimentar la Unidad –le dijo a McCoy–. Ha llegado el momento.
Tendió una mano y tocó el rostro de McCoy, y el médico apretó las mandíbulas y no luchó.
–Sáquelos de ahí –dijo.
–Primero tenemos que entrar... a través del señor Dobius –replicó Gailbraith.
Entonces su mente avanzó y disolvió la consciencia de McCoy en los bordes de la Unidad. Era algo aterrorizador, pero no desagradable. Descubrió que podía mirar por los ojos de Gailbraith, sentir el voluminoso cuerpo del hombre, captar su atención a un propósito. Luego se reunió con McCoy y ambos miraron a través de uno de los ojos del señor Dobius. Tenían que encontrarse en la mitad del cerebro que controlaba la Unidad de Gailbraith.
Luego se desplazaron a la otra mitad, y McCoy supo de pronto que se encontraban dentro de la Totalidad. Sintió un enorme flujo de fuerza mental... y luego percibió súbitos remolinos, torrentes, confusión, e incluso rebelión.
La Totalidad era un tumulto. Y sabía, en cada una de sus células individuales, que el volcán estaba entrando en erupción. Pero las células eran mantenidas en sus puestos por Soljenov.
Seguidamente, de forma abrupta, se encontraron en la perspectiva de Soljenov. Parecía estar flotando en el aire por encima de un torrente de fuego... delante de Sola Thane, que se encontraba de pie en una cornisa por encima de la lava ardiente.
Entonces, Soljenov advirtió la presencia de Gailbraith y compañía. Soljenov giró sobre sí y su perspectiva holográfica con él, hasta que McCoy pudo ver a través de los ojos del hombre. A los dos hombres atrapados en cornisas separadas: Kirk y Spock. Soljenov pareció hablarles en voz alta; y McCoy captó un destello de pensamiento con el cual ordenaba que se buscara un holograma de Gailbraith, McCoy y Dobius, a través de los monitores, y se lo proyectara ante el suyo propio. En cuestión de momentos, mientras hablaba, ya estaba hecho, y McCoy vio que Kirk, Sola y Spock lo veían a él en el nuevo holograma. El médico aún podía sentir vagamente los pensamientos de Gailbraith y de su Unidad, así como los de Soljenov, pero ahora también parecía ver con sus propios ojos.
–Como podrán advertir, Gailbraith, doctor y acompañante –les comentó Soljenov–, se ha preparado una prueba. La única forma de salvar a cualquiera de los hombres es que Sola se una con uno de ellos y, en cualquiera de los dos casos, yo tendré entonces mi mujer vinculada para utilizarla como arma..., la culminación de la línea Z de la descendencia de las mujeres zaranas, unida poderosamente con un hombre en una elección de vida o muerte. Con Sola Thane, embajador Gailbraith, la Unidad llega a la galaxia en vida de nosotros dos. La guerra acaba. Todas las preocupaciones de los seres individuales se convierten en antiguas y vacías. La galaxia se vuelve nueva..., el terreno de actividad de una nueva vida multicelular.
–Eso será en el caso de que yo me una con usted –replicó Gailbraith–. En caso contrario, se convierte en una contienda por la supervivencia de la vida multicelular más capacitada. Eso llevará la evolución aún más lejos, quizás. O creará una lucha de titanes que conseguirá que todas las guerras de los seres individuales parezcan insignificantes e incruentas.
Soljenov le dedicó una sonrisa torva.
–Precisamente. Esa guerra de titanes haría que la batalla de Armagedón
[1] pareciese un acontecimiento preliminar. No puede establecerse ningún compromiso, Gailbraith. Su hermosa visión de una pluralidad de Unidades no daría resultado. Debe existir una sola entidad total. A la larga, tendrá que ser galáctica; y sólo la Totalidad, con el poder final que le entregará Sola Thane, puede convertirse en esa entidad.
–¿Por qué? –preguntó Kirk, de pronto, desde la repisa en que se hallaba. Tenía una palidez de cera que a McCoy no le gustó, pero Kirk sacó de alguna parte la fuerza necesaria para aquel estallido de pensamiento apasionado que en otras ocasiones había cambiado las cosas para ellos–. ¿Por qué la pluralidad y la diversidad tendrían que significar enemistad? Incluso nosotros, los seres individuales, hemos conocido la amistad, el amor..., una unidad que no tiene por qué significar Unidad. Para nosotros, al menos, la Unidad significa el final de la única entidad, la deshumanización, la despersonalización, la pérdida de identidad. Pero nuestro tipo de unidad... –hizo un gesto hacia Sola y Spock– es un tributo a la identidad individual, a la diferencia. No existe amor, pasión, amistad, ni elección personal última que no dependa de ese único e irreemplazable Uno. Es lo que nosotros echaremos de menos en la Unidad, y el motivo de que hayamos luchado contra ella con nuestras propias vidas. Pero ¿por qué dos Unidades distintas no deberían comenzar a hallar eso mismo la una en la otra? ¿Qué podría evitar que existiera una relación de amistad entre las entidades únicas de Unidad..., amistad, quizás incluso afecto?
–El poder lo evita –replicó Soljenov–. Una entidad crece o muere.
–Los bebés y los niños crecen –declaró Kirk–. Los adultos... aman.
Soljenov se encogió de hombros.
–Puede que usted tenga la suerte de ser un adulto de su especie, capitán. Yo soy un bebé de la mía. El adulto de mi especie no es conocido aún. ¿Puede la oruga concebir una imagen de la mariposa? Sin embargo, la oruga tiene que tejer su capullo. Y yo debo tejer el mío. –Miró a Sola–. Estamos apartándonos del tema. No nos queda mucho tiempo, y ellos... –indicó a Kirk y Spock– tienen todavía menos. ¿Tu decisión?
–Sola –dijo Kirk con tono de urgencia–, no hagas ningún pacto. Llévate a Spock. Yo estaré bien.
Ella se volvió hacia Kirk.
–¿Qué pacto harías tú entonces, y con quién? No. Si rechazo a Soljenov, os dejaría morir. Y si hiciera lo que tú quieres, ¿quedaría algo para los restantes dos de nosotros?
–Tienes razón –replicó Spock–. Llévate al capitán. Yo conseguiré salir por mis propios medios.
–¿Y «podría vivir, sabiendo que has mentido», Spock? –replicó Sola, como si se tratara de una cita conocida por ambos.
Los ojos de Spock se volvieron fríos.
–Si es necesario. Pero vive. Sácalo de aquí. Ella se volvió a mirar a Soljenov. –No voy a elegir entre ellos dos –le dijo.
–En ese caso, escoges la muerte de ambos –replicó Soljenov–, o aceptas mis condiciones.
–Yo... –comenzó Sola.
–¡No! –tronó Kirk–. Soljenov, usted quiere un alma. De acuerdo. Ha encontrado mi precio. No le prometo que no vaya a luchar contra usted desde el interior, pero me tendrá donde quiere tenerme. Me convertiré en parte de la Totalidad, o de la Unidad de Gailbraith... y tal vez en el puente que las una a ambas. Sospecho que eso podría influir sobre Gailbraith para que se una a usted. Mi nave, Sola y Spock tienen que quedar en libertad..., tanto si lo quieren como si no.
Soljenov sonrió.
–Interesante, capitán. ¿Cree usted que su alma es tan valiosa para mí?
–Sí –fue la réplica de Kirk.
–Gailbraith –preguntó Soljenov–, ¿es verdad que usted aceptaría de buen grado al capitán como un puente entre nosotros?
–Posiblemente –contestó Gailbraith–. Si primero se convierte en parte de mi Unidad.
–¿Y si luego usted no se une conmigo? –inquirió Soljenov.
–Tengo planteada una pregunta –replicó Gailbraith–. Cuando haya sido contestada, le contaré de qué se trata... y le haré saber mi decisión.
Soljenov se echó a reír.
–Cuando yo haya obtenido respuesta a una pregunta propia, y en caso de que acepte al capitán como la mejor oferta... puede que se lo deje a usted.
Spock se volvió a mirar a Kirk a través de la ancha grieta que los separaba; los ojos del vulcaniano eran duros.
–Yo no necesito ni acepto sacrificios.
Kirk lo miró directamente a los ojos.
–Yo no estoy haciendo ninguno. Le he tomado un cierto gusto a la unidad. O la Unidad. Es una solución elegante para un problema insoluble por otros medios, Spock. Los tres hemos luchado con el problema sin hallarle solución. No la hay dentro de nuestros parámetros normales. Yo no puedo quitársela... ni verla con usted. Yo no puedo abandonar. Usted no puede. Ella tampoco. Punto muerto. Pero nada se gana sin pagar un precio. Yo pondré en libertad a la nave y me concentraré en el asunto de la Unidad. No creo que la Totalidad pueda continuar por el camino que lleva ahora si yo estoy dentro. Y de esa forma... yo no estaré solo. Tampoco lo estará usted.
Spock avanzó hasta el borde de su cornisa.
–Al primer intento de poner en práctica semejante decisión, Jim –declaró llanamente–, la convertiré en una solución sin efecto. –Bajó los ojos hacia la lava que corría más abajo.
–¡Spock! –chilló Kirk.
–Esa opción está cerrada –se apresuró a decir Sola, avanzando hasta el borde de su propia repisa–. Soljenov, ninguno de los dos puede ser tuyo. –Ella alzó la cabeza y McCoy supo que recordaría esa imagen para siempre–. Ni... míos –acabó.
–Sola... –dijo Spock.
Era la primera vez que McCoy recordaba haber oído a Spock pronunciar ese nombre. Y se preguntó si sería la última...
–Los dos tienen su misión y su camino en la vida –declaró Sola–, y yo tengo los míos. Nuestros caminos se han cruzado, y ahora deben volver a separarse. Yo no podría quedarme... con uno solo de ellos. Ni regalarle a uno el cadáver del otro. Desde el principio he sabido que no podía haber vida posible para dos de nosotros... pasando por encima del sufrimiento del tercero. Me quedaré contigo, Soljenov, no como arma unida a una pareja, sino con la capacidad de unión ahora excitada. Ése será mi problema. Y tal vez... el tuyo. Dejarás que la Enterprise se marche, y permitirás partir a los Argunov y las Z'Ehlah. Luego tú y yo discutiremos sobre la forma de nuestro adulto, hasta que la mariposa esté preparada para salir de la crisálida.
–¡No! –dijo Kirk.
Pero McCoy se preguntó si todos ellos habían percibido el presagio de fatalidad. ¿Era la forma de manifestarse de la mentira de Sola respecto a que no le sucedería nada malo? ¿O Sola había visto, en realidad, que los dos amigos de McCoy no podían ser de ella? No uno de ellos, tampoco cualquiera de ellos... ni, y que Dios los ayudara a todos, ciertamente no los dos a la vez.
–Sola –declaró Kirk–, tú no vas a... «alejarte en la noche». Tú, más que nadie, te has ganado una suerte mejor que ésa.
Sola sonrió.
–He recibido algo mejor que eso durante este día, de vosotros dos. Eso permanecerá conmigo para siempre. Tendrá que hacerlo. –Se volvió para mirar a Spock–. Hubo una premisa que no comprobamos, señor Spock; y si yo perteneciera a la especie del capitán, y no nos encontráramos ahora ante una prueba, tal vez la comprobaría. Pero en mi especie la respuesta es biológica.
–¿De qué premisa se trata? –inquirió Spock.
Durante un momento, los ojos de Sola Thane se encendieron con una especie de triunfo.
–La premisa de la monogamia, señor Spock.
McCoy vio que Kirk y Spock intercambiaban miradas aturdidas que él no pudo interpretar del todo.
Luego, en el silencio que iba espesándose, Sola miró a Soljenov.
–Ahora, sácalos de aquí.
Los ojos de Soljenov se endurecieron.
–Ésas no eran mis condiciones –le contestó–, y eso no responderá a la pregunta de Gailbraith... ¿verdad, Gailbraith?
–No –replicó el interpelado–. No lo hará.
–En el nombre de Dios, ¿cuál es su pregunta? –estalló McCoy, mientras oía en su propia voz el sonido de la exasperación... y del terror. A ninguno de ellos le quedaba mucho tiempo.
–Yo no la planteo en el nombre de Dios, doctor –le contestó Gailbraith–, sino en el mío propio. Mi pregunta ha sido siempre: unidad versus Unidad. Si, como el capitán afirma, existe un poder de amor individual que no puede ser alcanzado ni igualado por la Unidad..., entonces yo debo mantener al menos una Unidad separada y debemos incluso aprender a amar. Pero si el amor no tiene el poder que él sostiene, entonces será mejor que aceptemos la Totalidad de Soljenov... porque nada inferior a ella evitará el caos. –Sacudió la cabeza–. Pero las meras ofertas de sacrificio no son bastante. La pregunta del amor no puede ser respondida aquí.
–Sí que puede –dijo Soljenov con tono tajante, y miró a Sola–. Aceptaré tu contraoferta, con una condición. Si ese amor que tú profesas es lo bastante fuerte, y si realmente no existe entre dos de vosotros sino entre los tres, si tu unidad es más fuerte que mi Unidad, hay sólo una forma de demostrarlo. Sácalos a los dos de aquí con vida, sin unirte finalmente con ninguno. Si puedes hacer eso, los dejaré marchar, con su nave y sus almas... Sí, incluso a tus Argunov... si ellos deciden marcharse. Luego, tú y yo discutiremos sobre el adulto.
Sola miró la inquietante grieta que se abría sobre el abismo. McCoy vio la delgada tubería por la cual Spock podía intentar cruzar hasta ella, si no hubiera campos psiónicos debilitadores... y si Spock fuera medio mono, medio acróbata, y estuviera completamente loco. Los puntos de apoyo para pies y manos por los que Kirk podía intentarlo, parecían aún más peligrosos. McCoy podía sentir el campo psiónico de la Totalidad, espeso como la goma, que avanzaba ahora para concentrarse en los dos hombres que estaban en las cornisas con... ¿qué era eso? ¿Una especie de placer directo? Vio que el efecto golpeaba al vulcaniano, casi como un dolor; de alguna forma, McCoy podía incluso sentir la naturaleza del efecto en los arremolinados campos de la Unidad: un feroz zarcillo que sondeaba los centros cerebrales del placer, y luego penetraba con violencia en los centros neurológicos reservados para las uniones de por vida. Esos centros de vínculo podían ser fuertes en el vulcaniano. Pero McCoy también los percibió sorprendentemente fuertes en Kirk. En las repetidas ocasiones en que Kirk había perdido a alguien, lo sostuvo el deber para con su nave estelar, sus amigos, la alternativa que le proporcionaban las estrellas. Pero para su amor por la mujer que se lo complementaba perfectamente, que los complementaba a ambos, ni siquiera el antídoto de la nave y las estrellas bastaba. Los dos hombres estaban ahora abiertos y vulnerables, y McCoy sintió que Spock se ponía rígido a causa de la resistencia que oponía mientras los zarcillos sondeaban profundamente su cerebro hasta los centros que pertenecían al placer y lo duradero. El vulcaniano comenzó a temblar de manera incontrolable, a la vez que se balanceaba al borde de la cornisa. Entonces Sola llegó hasta el vulcaniano con lo que fuera que hubiese utilizado para unirse con él. «Somos uno solo, Spock. »
No obstante, McCoy sintió que ella no había cortado el hilo de conexión que también la unía a Kirk. También el capitán se estremeció con el mismo efecto. Cayó de rodillas, pero le habló al vulcaniano con tono de urgencia, encontrando aliento para hacerlo.
–Spock, vaya hacia ella. Ahora. Somos uno solo. Ellos no nos quebrantarán, Spock. A ninguno de nosotros. Usted se moverá, y yo también. Tenía razón. Se trata de nosotros... tres.
Spock consiguió levantar la cabeza y mirar a Kirk.
–Es una orden, señor Spock –susurró Kirk–. Necesito... su ayuda.
Spock avanzó. McCoy esperaba no volver a ver nunca a un hombre moverse de esa forma... y nunca olvidar que había visto cómo aquél se movía ahora. El vulcaniano temblaba como si fuera presa de alguna grave enfermedad neurológica, pero fijó los ojos en Sola y dio un paso sobre el delgado y resbaladizo conducto. Spock se movía como si recurriera al poder de la mente por encima del cerebro, tendiendo un puente sobre el caos neurológico que tenía dentro, a fuerza de pura voluntad; como una víctima de la perlesía que estaba aprendiendo a caminar. Sin embargo, ahora también avanzaba por la fuerza de la voluntad de Sola, y tal vez incluso la de Kirk añadida a la propia de Spock.
McCoy no estaba del todo seguro de que Spock hubiera podido caminar por aquella fina tubería por sus propios medios, en uno de sus días buenos. Aunque uno nunca podía saber de qué sería capaz el vulcaniano en un momento de aprieto, especialmente cuando el aprieto estaba cerrándose sobre Kirk, entre otros.
Ahora, desde luego, no había forma alguna de que, bajo el asalto de la sonda mental, Spock pudiera caminar por aquel conducto que se balanceaba y hundía. Pero estaba haciéndolo. De alguna parte, apareció un muchacho rubio en la repisa de Sola, y la sujetó para anclarla al borde mientras ella le transmitía su fuerza a Spock. Kirk tenía aspecto de estar fundido en un circuito de tres canales. En el mejor de los casos, entre el final de la tubería y Sola, había un vacío que tenía aspecto de requerir un salto a la carrera.
Luego, cuando Spock había casi llegado al final del conducto, sus pies resbalaron sobre el mismo. Cayó.
Los ojos de McCoy quisieron cerrarse apretadamente, pero él vio que Spock se precipitaba hacia la lava. Entonces, de alguna forma, una de las manos del vulcaniano se aferró a la tubería, la cual descendió bajo su peso y volvió a su posición anterior. Cuando llegó al punto más alto del ascenso, Spock se balanceó hacia arriba y se lanzó en dirección a Sola..., tras lo cual se soltó para arrojarse a través de los cuatro metros y medio de espacio abierto sobre el abismo.
La mano de Sola cogió a Spock por las puntas de los dedos. Él estaba resbalando, a punto de volver a caer. Entonces consiguieron aferrarse el uno al otro, por pura necesidad, y Spock se cogió al borde de la repisa, subió y avanzó hacia el interior.
McCoy respiró.
Durante un momento, ambos se abrazaron al borde de la repisa. Después se apartaron y miraron a Kirk.
La cornisa en la que se encontraba el capitán estaba ya muy erosionada, y él mismo parecía al borde de su resistencia. McCoy no quería ni pensar en las repercusiones médicas de ese día sobre Kirk. Habría estado avanzando por simple y puro valor durante la mayor parte del mismo. Y no había forma de que ahora pudiese atravesar por aquel estrecho apoyo para pies y manos, con un calor que habría bastado para desmayar a un vulcaniano, mientras soportaba los terribles efectos del placer directo. McCoy podía sentir el efecto de esa energía desde la periferia del mismo, y conocía los antiguos experimentos realizados con animales. Aquel placer, continuado e insoportable, habría hecho que un animal se acurrucara y permaneciera con el placer hasta morir.
En los ojos de Kirk, McCoy vio la terrible fatiga y la seguridad de que Spock estaba ya completamente fuera de peligro. Si Kirk se dejaba ir, Sola y Spock estarían juntos. La Totalidad no tendría dominio alguno sobre ellos. Y él podía esperar que al fin podrían recobrarse y continuar.
–¡Jim! –lo llamó McCoy–. No lo crea. Ellos no lo conseguirían. Se trata de ustedes... tres.
McCoy vio que el capitán levantaba la cabeza y lo miraba. Entonces, Kirk gateó hasta el borde y de alguna forma consiguió deslizarse hasta el estrecho saliente.
Era un error. El control de Sola se había tensado hasta el punto de la ruptura al ayudar a Spock. McCoy podía sentir que había estado casi a punto de caer en la unión exclusiva de dos con Spock, excluyendo a Kirk. McCoy no veía cómo habría podido ella evitarlo, pero era la sentencia de muerte de Kirk. El capitán nunca lo conseguiría, enfrentado por el campo psiónico y la seducción del placer directo. Se quedó parado en el primer asidero, balanceándose sobre el fuego.
–Sola –dijo McCoy–. ¡Spock! Ustedes dos tienen que luchar, alcanzarlo. –No parecían capaces de apartarse del efecto que los atraía imperiosamente el uno hacia el otro–. Es inestable –declaró de pronto McCoy, en tono de imprecación–. Inherentemente inestable, el número tres.
Lentamente, Sola se volvió para mirar a McCoy. Sus leonados ojos tenían un aire abstraído, como si un plan o una desesperación estuviese formándose en ellos.
–¡No! –le contestó, pero el tono era desesperado. Intentó alcanzar a Kirk con la mente, pero ésta permaneció con Spock.
McCoy se maldijo por idiota. ¿Cómo podía esperarse que ella conociera a Spock como lo había conocido, en cuerpo y testaruda alma vulcaniana... y no se fundiera con él como una sola carne, una sola alma? ¿Y cómo podía Spock no corresponderle? «Y los dos serán una sola carne...» Tal vez eran siempre sólo dos personas las que podían considerarse mutuamente como el más preciado tesoro. Y por la naturaleza de la realidad, si había tres, alguien siempre tendría que llegar al punto de tener que elegir, una elección irrevocable...
Spock se movió de forma repentina, como para romper el dominio de algo que lo había capturado. Luego saltó al estrecho saliente y comenzó a avanzar hacia Kirk.
Algo pareció romperse entonces dentro de Sola, y ella intentó alcanzar mentalmente a Kirk..., a los dos. Una vez más, McCoy percibió un esfuerzo por restablecer el flujo de energía de tres canales. Kirk se estremeció e intentó avanzar centímetro a centímetro, también él como una víctima de la perlesía, mientras Spock se desplazaba hacia él desde el otro extremo.
Pero, de pronto, McCoy se dio cuenta de que tenía razón. Era concebible que los tres pudiesen superar ese momento. Pero ¿cómo podrían superar el hecho de que acababa de producirse una alternativa de vida o muerte, y que se producirían otras? En alguna parte se les presentaría otra elección que finalmente tendría que ser hecha, de manera irrevocable y en un instante, sin posibilidad de negarse a elegir.
Y muy bien podría ser ahora...

McCoy sufrió un violento cambio de perspectiva y se encontró con que era empujado corredor abajo por Gailbraith, el cual evidentemente quería llegar en persona a la escena de los acontecimientos..., no presenciarlos a través de un holograma.
McCoy sintió de pronto que Soljenov había tenido el mismo pensamiento y estaba avanzando.
Pero McCoy tenía el terrible temor de que todo hubiera concluido cuando ellos llegaran.



32

Kirk se aferraba al asidero y no podía moverse. Durante demasiados largos segundos se había encontrado solo, y sabía por qué... y un impulso lo había arrojado hacia la Unidad. Él no estorbaría lo que había entre los otros dos, con su soledad o su muerte. Sola estaba alcanzándolo ahora. Y Spock avanzaba hacia él. Pero ya era demasiado tarde.
Kirk se encontró con que su mente salía al encuentro, no de ellos ni de la Totalidad, sino de la Unidad de Gailbraith. Una vez casi le había parecido un paraíso, un hogar de reposo. Al menos estaba abierta a su elección, y no a costa de nadie...
–Venga.
Ahora era la voz mental de Gailbraith, que le respondía.
–Yo le ayudaré.
Sintió la fuerza sustentadora de Gailbraith que luchaba contra la fuerza de la Totalidad para protegerlo. Ahora sentía el tira y afloja de los titanes... por su posesión.
Y casi fue como si sintiera que el volcán se desencadenaba más a causa de eso. Tal vez era así. Los campos psiónicos eran poderosos. Intentaban arrancarle de la pared.
Sintió que Sola también intentaba sustentarlo, pero dentro de él había un enojo que no le permitía responderle. Él no la culpaba. No había nadie de la calidad de ella que no hubiera tenido que hacer lo que hizo, sentir lo que sentía, por Spock. Él mismo había querido ver a ese Spock, a esa Sola. Pero existía una parte de Kirk que había deseado que ella, al fin, le deseara sólo a él. Quizás había deseado incluso que el triángulo fuese... eterno.
Pero no lo sería.
Entonces, de forma súbita, Sola llegó hasta Kirk con un poder tal que él se vio obligado a responderle. Ella estaba allí para él, tan poderosamente como lo había estado para Spock, quitándole algún peso de encima. Él tendió una mano y descubrió que podía alcanzar otro asidero.
Abruptamente, sintió enojo también en ella.
–Te dije que no podía responder de lo que llegara a sentir por Spock desencadenado.
Él consiguió volver la cabeza para mirar a Spock. El vulcaniano avanzaba hacia él con un cuidado infinito..., mucho más del que había tenido al caminar por la tubería. La mente del vulcaniano le transmitió su fuerza, casi le colocó por propia voluntad los dedos y las puntas de los pies donde tenían que apoyarse.
Pero en él también había enojo.
–Ya le advertí contra el sacrificio –dijo el vulcaniano a través de los dientes apretados–. Especialmente contra éste.
Esta vez, Kirk no discutió. Spock había presentado su argumento terminante cuando estaba al borde de la cornisa. Y después, Kirk había desafiado el ultimátum de Spock y llamado a Gailbraith en su ayuda. Mientras que Spock había salido a buscarlo...
No podía haber discusión, decidió Kirk, respecto a quién debía estar furioso con quién.
Ahora podía sentir la atracción de la Unidad; Gailbraith estaba avanzando para alcanzarlo, adelantándose para guiar, proteger.
Allí había un universo nuevo para explorar, uno que él había descuidado, incluso desdeñado. Y tenía sus atractivos.
Incluso sabía que podía tender un puente sobre la grieta que separaba a ambos titanes. Gailbraith no se uniría a la Totalidad..., ciertamente no sin haber dejado algunas cosas claras con Soljenov. Soljenov no poseería los tres elementos que le eran necesarios para la conquista de la galaxia.
Se vería obligado a recortar sus ambiciones, tal vez incluso a discutirlas con Gailbraith–Kirk aunque tardara todo un milenio.
Puede que ésa fuera la única forma de salvar la nave –y la galaxia–, y puede que allí residiera su tarea.
Sola y Spock le alcanzaron, y el enojo había desaparecido; le instaban solamente a vivir... y a confiarse a la unidad de ellos, no a la Unidad.
Sobre el estrecho saliente, él giró la cabeza y vio la mano del vulcaniano tendida hacia él, para coger y guiar la mano del capitán hasta el siguiente asidero.
Estiró su mano al máximo, y los finos dedos del vulcaniano guiaron a los suyos hasta el próximo saliente.
–Señor Spock –murmuró–, es usted un bastión de fuerza y aliento.



33

McCoy, Gailbraith y Dobius llegaron a la cornisa de Sola sólo un instante después que Soljenov, y a tiempo de ver cómo Spock le tendía una mano a Kirk, y Kirk, tras un momento, la aceptaba.
En el campo psiónico, el cierre del circuito entre ellos tres fue casi visible, incluso para McCoy. Kirk avanzó, sujeto ahora a medias por la férrea mano de Spock. El saliente se estrechaba aún más hacia el final, y estaba desmoronado; el vulcaniano ya parecía sustentarse más por imaginación que por ninguna otra cosa.
Sola subió a un precario saliente para tenderles una mano, pero entonces Soljenov avanzó hacia la mujer y quedó bastante claro que había cambiado del nivel psiónico de lucha a uno más primitivo de enfrentamiento físico.
McCoy se interpuso en su camino.
Soljenov miró a través de McCoy como si éste no existiera, y pareció dispuesto a atravesarlo directamente..., cosa que, decidió McCoy, iba a tener que hacer.
Estaban a unos treinta centímetros del borde de la cornisa, y McCoy no era un contrincante digno del hombre que tenía delante, y mucho menos de la entidad multicelular que en realidad era. No obstante, Soljenov tendría que pasar por encima del cadáver de McCoy para alcanzar a Sola y los otros dos.
Luego, McCoy se sintió apartado a un lado, más o menos suavemente, por una fuerza que no podía siquiera comenzar a calcular.
Lo pusieron contra la comparativa seguridad de la pared, y su lugar fue ocupado por un embajador de la Federación.
Por primera vez, el pleno poder de Gailbraith se hizo sentir en McCoy, y el médico comprendió el significado de la nueva especie. Allí había un poder capaz de enfrentarse con el Soljenov Totalidad en los propios términos de éste, incluso allí, en su propio terreno.
Allí estaba el enfrentamiento de titanes que Soljenov había predicho. ¿Y si tuviera razón? ¿Y si dos o más entidades como ésas no pudieran existir por separado durante mucho tiempo, y la única solución fuera que se fundiesen en una sola Unidad?
¿Era ése el principio de la guerra que podía hacer que la batalla de Armagedón pareciese una excursión de escuela dominical?
–Mi pregunta ha sido respondida –declaró Gailbraith.
Soljenov se encaró con Gailbraith como si tuviera intención de atravesarlo también a él.
–Aquí no hay ninguna respuesta –contestó–. Solamente un capitán que ha escogido una vieja pauta ante una nueva. Sin embargo, se sintió tentado por su Unidad. Le felicito, aunque usted no haya encontrado la tentación adecuada, a pesar de todo.
Soljenov miró a los tres por encima de Gailbraith.
–Usted contempló la idea de entrar solo en la Unidad, capitán; pero en el fondo de su corazón sabía que Sola estaba en lo cierto. No existe solución alguna mediante la cual los dos puedan continuar amándola, o ella a ustedes, como seres individuales. La solución está en la Totalidad. Tenemos espacio incluso para ese amor... sin sacrificios. Ustedes creen que han escogido el amor y la amistad que sienten los unos por los otros. Lo que han escogido es la destrucción de esas cosas, a menos que vengan a mí, ahora.
Kirk y Spock avanzaban centímetro a centímetro por el saliente casi imaginario, y no les llegó respuesta de ellos en palabras, pero Sola habló sin volver la cabeza.
–Sí que nos hemos escogido los unos a los otros. La elección no se mide en el tiempo que tenemos o no tenemos. No se mide en absoluto. Si viviéramos durante un millar de años y no volviéramos a vernos nunca más, continuaría siendo nuestra elección.
–Así es como será –contestó Soljenov–. Según nuestro acuerdo, si ellos viven, tú vendrás conmigo.
Kirk se apartó bruscamente de la pared. Se desmoronó uno de los salientes que tenía bajo los pies, y él se hundió, sujeto sólo por la fuerza de Spock. Durante un determinado intervalo de tiempo que McCoy contó en siglos, ambos se balancearon sobre el abrupto abismo de lava. Sola avanzó centímetro a centímetro hacia ellos a lo largo de la saliente.
McCoy vio que Soljenov los miraba como si estuviese a punto de someterlos a una última prueba. Comenzó a avanzar hacia el trío, y Gailbraith lo detuvo. Se trabaron en lucha, fuerza contra fuerza, mente contra mente, con todo el poder de sus Muchos–en–Uno canalizado hacia el único punto de sus cuerpos forcejeantes, el crepitante contacto de los dos enormes campos psiónicos.
No había espacio para una pelea de verdad, pero McCoy se dio cuenta de que nunca había visto librar una guerra en un espacio tan pequeño.
–Ellos lo han conseguido –dijo Gailbraith a través de los dientes apretados–. Si el amor de los seres individuales puede sobrevivir a las pruebas a que los hemos sometido, e incluso las pruebas que no previmos, todavía tiene su lugar en la galaxia. Y... nosotros tenemos el nuestro. Tal vez incluso la mariposa puede aprender una lección de la ameba. No me fundiré con usted. Hay amistad, o guerra.
Soljenov no replicó, simplemente aumentó su esfuerzo contra él. Entonces, McCoy vio que Dobius avanzaba hacia Sola de una forma espasmódica peculiar, y se dio cuenta de que el cerebro dividido del taniano se había convertido en el campo de batalla entre Gailbraith y Soljenov.
Soljenov estaba moviendo a Dobius como si fuera una marioneta, y Gailbraith luchaba contra él por controlarlo. Sola sujetaba a Spock mientras éste luchaba para izar a Kirk. Si el enorme taniano lograba alcanzar al trío, podría ayudarlos... o hacerlos caer de la pared como cuentas ensartadas.
McCoy se puso en movimiento, pero llegaría demasiado tarde.
No estaba seguro de si Soljenov tenía intención de utilizar al taniano contra los otros tres.
Por primera vez, al médico se le ocurrió que en Soljenov podía existir un nivel primitivo que prefiriera ver a Sola muerta antes que dejarla marchar. ¿Por eso había provocado la situación?, se preguntó McCoy. El hombre era el núcleo de un nuevo superser, pero continuaba siendo un hombre que había estado trabado durante años en una lucha de titanes contra esa mujer. ¿Sería posible que él hubiese querido averiguar qué la atraería hacia un hombre? ¿O qué error o fallo fatal la separaba de él?
De pronto, McCoy se adelantó y miró a Soljenov a los ojos.
–Fuerza –dijo–. Usted ha cometido el mismo viejo error que lo alejó de la Tierra... y la única cosa que ella jamás podría aceptar. Deténgase. Si fuerza ahora esto, ella nunca perdonará... ni sobrevivirá.
McCoy no estaba seguro de haber llegado hasta Soljenov, pero al menos había cambiado un equilibrio de atención. El rostro de Gailbraith se puso rígido a causa de un esfuerzo supremo. Soljenov opuso resistencia... y el choque de las energías mentales pareció hacer que el volcán tronara de forma aún más ominosa. Y luego, el terrible esfuerzo que realizaba el señor Dobius para moverse en contra de su cerebro dividido, se hizo de pronto fácil y relajado.
–¡Capitán! –gritó, y trepó por asideros que sólo su gigantesco cuerpo podía alcanzar.
Dobius cogió a Sola y la sujetó mientras ella tiraba hacia ellos de un Spock que sostenía a un Kirk exhausto. Los hizo pasar más allá de sí, uno a uno, y al final ayudó a Spock, que llevaba a Kirk, a alcanzar terreno sólido.
Éste comenzó a sacudirse de inmediato. McCoy creyó sentir que el volcán se partía en dos.
Soljenov se separó de Gailbraith y retrocedió.
–Doctor –dijo finalmente–, meditaré su argumento; pero no admito su premisa. La vida multicelular no consideraba como fuerza el absorber a una ameba para convertirse en una nueva forma de vida. Yo tampoco lo considero fuerza. Sin embargo, ahora me doy cuenta de que algunas amebas son inadecuadas para mis propósitos. –Miró a Kirk y Spock–. Y que hay un cierto poder en... la elección... que estudiaré.
Soljenov avanzó hacia Sola, que se hallaba con Kirk y Spock.
–Ahora nos marcharemos –le dijo–. Al volcán le quedan quizá dos minutos para su destrucción. Los demás ya se han ido a la nave de escape. Cuando hayas cumplido con tu parte del pacto, esos cuatro podrán transportarse fuera de aquí.
Kirk tocó uno de los hombros de Sola y la volvió hacia sí.
–No te marches –le pidió.
Ella alzó la cabeza.
–Debo hacerlo.
Él la sujetó por los hombros.
–Tú ya has hecho bastante. Ahora mereces una recompensa. Nosotros... tres... acabamos de solucionar nuestro problema inmediato. Lo resolveremos del todo. Ven con nosotros.
Spock avanzó un paso, en silencio.
–Yo... estoy de acuerdo –declaró.
Ella sonrió, y McCoy vio que sus ojos tenían una expresión brillante y plena.
–Yo... no puedo. Le di a Soljenov mi palabra a cambio de vuestras vidas. Y mi trabajo no ha terminado. Si yo me marcho, la Enterprise quedará en libertad, al igual que los Argunov y las Z'Ehlah de mi pueblo. Y no creo que la conquista vaya a continuar en los planes de la Totalidad... cuando Soljenov y yo hayamos acabado de discutir la forma de su adulto.
Kirk se volvió a mirar a Soljenov.
–Prométale eso, ahora. No se oponga a la elección de ella.
Soljenov negó con la cabeza.
–Ella ha escogido... acompañarme. No ha terminado... con su trabajo ni con la Totalidad..., quizá ni siquiera conmigo. Además, no habría podido conseguir llevarlos a ustedes a través de la selva y del campo psiónico sin unirse irrevocablemente con uno de los dos.
Spock negó con la cabeza.
–No podía, por otras razones.
El vulcaniano la volvió hacia sí.
–No existe ningún problema insoluble, Sola. Yo no estoy herido por esto. Tampoco lo está Jim. Ninguna elección que tú hagas o dejes de hacer le hará daño a ninguno de nosotros tres. A menos que... tú te marches. También yo te pido que te quedes.
Ella tendió una mano y tomó la de Spock a la manera de los dedos emparejados, y la de Kirk en un simple apretón.
–Lo que hemos tenido, existirá... siempre. Pero debo detenerme aquí. Me marcho. No puedo echarme atrás. Me marcharé con la Totalidad, no al interior de la misma. Pero hay opciones que debo tener la libertad de hacer. –Miró a Soljenov durante un momento–. Y opciones que no puedo hacer. Mientras exista algún peligro, no puedo unirme a nadie para convertirme en el arma de otro... ni poner a nadie en peligro de convertirse en un rehén. Desde luego, no... –por un instante la voz se le ahogó en la garganta– dos rehenes.
Luego se puso muy erguida.
–No lo he dicho, y quiero decirlo antes de perder el derecho a hacerlo: te amo, Spock.
El vulcaniano comenzó a hablar, pero ella lo detuvo.
–No lo digas.
–Se volvió a mirar a Kirk–. Te amo, Jim, libremente y para siempre.
–Se inclinó hacia delante y le rozó los labios.
Él la abrazó contra sí, y durante un momento McCoy pensó que no la dejaría marchar.
Entonces, el volcán rugió y vomitó más lava al interior de la grieta.
Sola se apartó de Kirk, y McCoy no oyó su voz pero vio que sus labios decían: «Adiós». Se llevó una mano de Spock al rostro, y luego la soltó para volverse, ciegamente, hacia Soljenov.
El hombre presionó un control que tenía en el cinturón.
–Su comunicador funcionará ahora, vulcaniano –dijo por encima del ruido–. Les queda tal vez un minuto.
Cogió a Sola por un brazo y corrió con ella hacia la abertura del corredor. Ella se detuvo una vez para mirar atrás... a Kirk y Spock. Luego su mirada incluyó a McCoy por un instante.
–Gracias, doctor. Cuide de ellos por...
Pero el volcán ahogó la última palabra.
Luego continuó con Soljenov, y de pronto, ambos desaparecieron de la vista.
Durante un momento no hubo sino silencio, excepto por la amenaza del volcán.
Después, Kirk habló.
–El comunicador, señor Spock.
Spock asintió con la cabeza y lo utilizó.
–Spock a la Enterprise. Cinco para ser transportados... inmediatamente.
Se oyó el sonido de una interferencia lejana, y McCoy tuvo la seguridad de que no funcionaría y que los habían dejado allí para que murieran.
Unos segundos después se oyó la voz de Uhura.
–Sí, señor. Tenemos su señal. Transportando... ¡ahora!
McCoy vio que la lava explotaba y subía hacia la repisa... y oyó el atroz tronar de lo que tenía que ser la primera etapa de encendido de la nave de escape alimentada con energía termal.
Después de eso, el transportador se los llevó.



34

Kirk entró en el puente. Se movía con cierta dificultad pero no realizaba ningún esfuerzo. En alguna parte, el peso gris de la fatiga lo había abandonado... Ahora se sentía simplemente exhausto.
Al sentarse agradecido en su sillón de mando, no se molestó en ocultárselo al vulcaniano ni al médico que le pisaba los talones.
–Señor Spock, informe –pidió.
Spock se volvió de la terminal científica y lo miró.
–¿Sobre la nave? –preguntó.
–Desde luego que sobre la nave, señor Spock.
–La Enterprise vuelve a estar bajo nuestro control. Al parecer, Soljenov ha cumplido su palabra de dejar a nuestra gente en libertad. Gailbraith informa que están libres... y él ha dejado a los que había poseído como medida destinada a contrarrestar a Soljenov. El señor Dobius está ileso. La nave de escape salió sana y salva del volcán y partirá ahora hacia Zaran.
Las puertas del turboascensor se abrieron y Gailbraith salió por ellas.
–Embajador –dijo Kirk–, ¿qué planes tiene? ¿Tenemos que llevarlo a Zaran?
El embajador Gailbraith negó con la cabeza.
–Primero tengo intención de informar al consejo de la Federación... y a ciertos grupos de nuevos humanos y otras Unidades... acerca de los resultados de mi misión aquí, y sus consecuencias. Informaré que el tema de la elección es crucial para todas las entidades de ese tipo, y para la galaxia. También informaré al jefe de Estado Mayor de la Flota Estelar sobre el papel jugado por usted en el hecho de que yo llegara a esas conclusiones. Y le diré que la elección que hizo de su siervo Job fue... sabia. Incluso aunque no supiera que yo había arreglado las cosas para que la hiciera...
–Ya veo –dijo Kirk–. ¿Y ha considerado quién eligió al... señor Spock?
Gailbraith sonrió.
–Creo que tiene que haber sido el mismísimo diablo.
–Se puso serio–. Caballeros, les presento cualquier forma de condolencia que pueda ser apropiada. No había previsto que las cosas llegarían a... esto.
Kirk sintió que la mandíbula se le contraía.
–No. No lo previó. Pero deseaba utilizarme a mí, a nosotros, a mi nave..., a ella. Embajador, le agradezco su ayuda en asuntos cruciales. Aplaudo su decisión respecto al tema de la elección. Y me gustaría retorcerle el cuello personalmente. ¿Tiene la amabilidad de excusarnos, señor?
Gailbraith le dirigió una mirada de disculpa.
–Sí. Estaré deseando tratar con usted nuevamente, en circunstancias más propicias. –Giró sobre sus talones y abandonó el puente.
Kirk se retrepó con gesto cansado.
–Todavía existen los pájaros plateados de Vulcano –comentó Spock. Se trataba de la repetición de una oferta que le había hecho a Kirk, hacía mucho tiempo, cuando Kirk perdió a Edith Keeler: la propiedad curativa de Vulcano, un desierto para caminar, y los brillantes pájaros plateados...
–Gracias, señor Spock –replicó Kirk, pero negó con la cabeza–. Creo que... nuestra curación está aquí. Sea lo que hayamos perdido... No sé usted, Spock..., pero yo no lo desharía aunque pudiera, absolutamente nada de ello.
Spock guardó silencio durante un momento.
–Tampoco yo, Jim.
–La nave zarana está acelerando, capitán –informó Sulu–. Se han puesto en camino.
McCoy avanzó hasta detenerse cerca del respaldo del asiento de Kirk, y descansó momentáneamente una mano sobre un hombro del capitán.
Kirk siguió a la nave zarana con los ojos. Su impulso era ir tras ésta y luchar con la Totalidad con las manos desnudas o la mente desnuda..., traer de vuelta a Sola...
Sabía que iba a sentir ese impulso durante mucho tiempo; y sabía que ella había hecho su elección. ¿Habría decidido, como McCoy declaró en un momento dado, que el triángulo era inherentemente inestable? ¿Y sólo se había marchado para cumplir con la promesa que les había salvado la vida? ¿O por el deber y su misión? ¿O por todo eso a la vez, y por razones que tal vez él nunca llegaría a conocer...?
Ella se había marchado.
Él oiría su voz y recordaría la forma de lo que podría haber sido durante mucho tiempo; y, no obstante, no podía lamentar que hubiese llegado a sus vidas.
Miró a Spock, y le pareció que las cadenas y los buitres lo habían abandonado. El aire de control era ahora más profundo y más seguro. Y pensó que el vulcaniano nunca lamentaría tampoco aquel día.
Tal vez, algún día, tendrían que abordar de cabeza el asunto de la Unidad. Pero por el momento, Kirk se dedicaría a las amebas particulares que lo rodeaban. Y a los recuerdos de la que había llegado, y partido.
–Camino de casa, señor Sulu –dijo–. Factor hiperespacial tres. Adelante.



FIN

[1]Lugar en el que se librará la última batalla entre las fuerzas del bien y las del mal: Apocalipsis, 16:16. (N. de la T.)
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