HEMOS LLEGADO
Francisco Lezcano Lezcano
I
El doctor Aticus apagó las luces de la sala. Cerró los ojos para acostumbrarse a la penumbra. Cuando los objetos se hicieron visibles avanzó hacia la gran cristalera que daba al jardín. Llegó a ella y, girando media vuelta la manilla, abrió sus puertas de par en par. La noche era maravillosa. Sobre el cielo despejado la luna parecía a punto de estallar en diamantes. Una agradable brisa transportaba de un lado a otro esas mariposas de perfume que se sueñan y el delicado sonido que nace entre las hojas. Aticus entornó los párpados, a la vez que aspiraba hondamente aquella atmósfera límpida y poética. Salió a la terraza. Los grillos cesaron sus serenatas al sentir el crujido de los pasos del hombre y el fru-frú de sus calzones. Aticus buscó apoyo en la baranda. A lo lejos, el mar recordaba, hacía imaginar, una llanura de arrugado papel de estaño; la infinita envoltura de un colosal bombón...
El doctor se acomodó en la raída tumbona y puso todos sus sentidos atentos a los tenues y misteriosos murmullos emitidos por el cuidado vergel que arropaba a su residencia de retiro.
La placentera música entramada por ese aire que se desliza tobogán abajo de los tallos, y es soporte de los noctámbulos insectos sin reposo en tierra, fue laxando la conciencia y la musculatura del agotado doctor. La luna se le hizo borrosa, algo tembloroso diluyéndose en un océano; se iba con el crujido de las ramas. Quedó dormido...
II
Sin ruido, la pompa gelatinosa, tan grande como un balón de fútbol, cayó despacio desde un árbol. Rebotó con elástica suavidad sobre el suelo y, dando lentos botes, fue a parar junto a los pies de Aticus, donde quedó detenida. Cierta parte de la masa esférica abrióse como una vacuola de infusorio, expulsando siete u ocho diminutas esferas fluorescentes; se diría una reproducción por división múltiple, ese proceso donde el núcleo celular, segmentándose en varios, se rodea del citoplasma de la madre para salir. Si la yema de un huevo pudiera fragmentarse y luego, envuelto cada trozo en clara y cáscara, salir, atravesar la capa externa, dando origen a varios huevos de menor tamaño, éste sería un caso de partición múltiple.
Las bolas hijas, muy parecidas a un ojo humano, quedaron flotantes, agrupadas a treinta centímetros del suelo, hasta que, como arrastradas por una desconocida corriente, desaparecieron en direcciones opuestas. El rostro del doctor quedó iluminado por la delicada luz verdosa del recién llegado fofo objeto que le sobrevolaba.
III
Aticus despertó sintiendo un fuerte dolor de cabeza y bastante atolondrado; aún martilleado por los ecos de una desagradable pesadilla. Entre bostezos, se puso en pie. Arriba la luna le decía que una hora había transcurrido. Se colocó la mano sobre la frente para intentar calmar el martirio que le palpitaba hasta las sienes, y así se tropezó con su raro bulto inexplicable...
Mientras pensaba si podría habérselo hecho casualmente durante el sueño, cruzó la sala y llegó al baño donde, después de encender la luz, se miró en el espejo. No pudo frenar el espontáneo grito de miedo y sobresalto que nació en su garganta al verse entre ceja y ceja un tercer ojo, desorbitado y grande, que le miraba autónomo, con insistencia. Instintivamente hizo ademán de quitárselo, de borrar, de arrancar aquello, pero sintió el mismo dolor que si hubiese intentado extraerse algo propio.
Una voz en el psiquis le repetía lo mismo que durante la pesadilla...
—Por favor, doctor. Sea razonable. Es nuestro medio de contacto..., es...
El corazón de Aticus saltó con tanta violencia que el sonido de sus latidos creó ecos entre las piezas del baño. Convencido de que aún continuaba dormido, abrió todo el grifo de agua fría, metiendo acto seguido la nuca bajo el chorro y sosteniéndola allí aunque el líquido le corría por la espalda, empapándole la camisa y los pantalones. Mientras se restregaba la cara sentía al tacto que el cúmulo carnoso continuaba en su puesto elegido, pero, a pesar de la palpable prueba, prefirió repetirse interiormente que estaba padeciendo un tipo de autosugestión. Levantó el rostro despacio y con miedo de vérselo en el espejo. Cerró los ojos y, trincado con fuerza al lavamanos, los abrió de golpe. La protuberancia, algo más contraída por efectos del baño, continuaba entre sus cejas.
—Llamaré a mi colega Vilmagem para que me examine. Quizás he probado, sin darme cuenta, alguna droga nueva durante los experimentos que he realizado esta tarde en el sótano, y tengo el siquismo alterado.
Cerró la puerta del baño casi al mismo tiempo que pronunciaba la última de las palabras. Se detuvo al venirle la idea de llamar antes a dos de los auxiliares que estaban descansando en el piso superior de la residencia. Pero después de pensarlo bien se decidió por la primera iniciativa, y fue de prisa hacia el teléfono colocado sobre una mesita al final del pasillo. Casi lo había alcanzado cuando un auxiliar le surgió enfrente. Aticus bajó la cabeza para ocultar su defecto, pero el auxiliar, aunque de refilón, ya había visto el chichón blanco y negro que sobresalía entre sus ojos.
—¿Se ha caído usted? Tiene un golpe en la frente. ¿Necesita ayuda?...
—No, no es un golpe...
—Entonces, ¿está usted enfermo?
—Tampoco; váyase... Bueno, no, quédese... Sí, estoy enfermo...
—¿...?
Aticus cogió el teléfono y marcó un número...
—¡No se quede así! —le gritó al auxiliar, que se había embobado y le miraba boquiabierto.
La comunicación se hizo en el aparato.
—Oiga..., ¿eres tú, Vilmagem?
—Sí... ¿Quién me llama?
—Aticus...
—¿Qué diablos te ocurre?
—Estoy enfermo.
—Debe ser cosa grave cuando me llamas a las tres de la mañana.
—Yo no sé si es grave. Lo supongo. Aunque ahora estoy más convencido que antes de lo peor.
—¿Ahora? ¿Por qué?
—Porque tenía la esperanza de estar padeciendo una alucinación, pero me he cruzado con mi ayudante Stefan y su reacción ha cambiado mi idea.
—Pero ¿qué tienes?
—No lo sé... Otro ojo. Algo me ha nacido entre las cejas...
—Será un ántrax, un tumor sin importancia..., un lobanillo.
—No..., nada de eso habla... Yo escucho voces...
Un largo silencio se hizo al otro lado de la línea. Luego, la voz de Vilmagem volvió a llegar, extrañamente paternal.
—Tranquilo, Aticus... Voy en seguida... No te preocupes de esas voces...
—¡Pero, oye! ¿Por qué me hablas así? —le interrumpió Aticus indignado. Y agarrando violentamente de un brazo a su auxiliar—: Stefan está aquí. ¡Pregúntale!
—No... Me basta con tu palabra.
—No, ¡no te basta! —Y casi le incrustó el teléfono en una oreja al desconcertado Stefan—. ¡Stefan, dígale lo que ve! —ordenó fuera de sí—. ¡Dígaselo! —Y señalaba el bulto.
—Señor... Otro ojo...
—No le oigo, Stefan... Repita...
—Parece otro ojo, señor... Aunque, bien mirado...
—¡Diablos! —exclamó Vilmagem cortando de golpe la comunicación.
IV
Aticus se removió en el sillón.
—¿Quieres estarte quieto? —preguntó, exigente y nervioso—. ¿Cómo voy a saber, si no, qué demonios es esta porquería?
—No me la toques; me duele y me habla...
Vilmagem le lanzó una dura mirada de incredulidad y reproche.
—¡Deja de repetir esa tontería!
—No lo es... Esta cosa ha llegado de un planeta llamado Almuniak.
—¡Está bien! —Alargó el brazo para acercar más la luz de la lámpara—. Aticus, creo que debes acompañarme a una clínica... Esto es muy extraño... Allí hay especialistas y otros instrumentos de observación...
—¡No es extraño!... Te he explicado más de diez veces que se trata de...
—Bueno, bueno... Levántate... En la clínica te observaremos entre varios, y sea lo que sea daremos con ello... Sabremos qué clase de razón es la tuya.
V
Siete caras consternadas le rodeaban. Rostros de científicos intrigados ante un enigma, ante una protuberancia que si bien habían dictaminado como semejante a un ojo, nada tenía que ver con órganos de tal tipo, y menos aún con lo conocido. Era un intocable promontorio, luminiscente por instantes, que al menor movimiento de aproximación hacia él influía en Aticus, produciéndole agudos dolores generales, aunque se le aplicara un aerosol del más enérgico anestésico local. Ni siquiera le habían podido inyectar.
Aticus trataba con desesperación de que sus palabras fueran tenidas en consideración.
—Esto no es de mí. Ha llegado del espacio. Dice que se incrustó tanto en mi organismo que ahora no puede zafarse para demostrarlo. Pero que pronto llegarán más.
Las palabras de Aticus cayeron en vacío, pues fue levantado de la cama y trasladado casi con camisa de fuerza a la sala quirúrgica.
—¡Esto me grita que no lo hagan!... ¡Esperen a los demás!
Nadie le prestaba atención. Aticus sólo veía a su alrededor blancas batas y rostros iluminados por una sonrisa de conmiseración y afecto. Comprendió que le miraban como a cualquier loco.
Casi con violencia le colocaron la mascarilla de anestésico.
—¡No extirpen! ¡Lo van a matar!
El gas llegó hasta sus fosas nasales.
—Lo van aaaa..., a...
VI
—Bisturí —pidió Vilmagem. Una mano enguantada se lo acercó. —Vamos —musitó, dándose ánimos.
Justo en el instante de ir a cortar, Aticus se incorporó como impulsado por un tremendo muelle, al mismo tiempo que de un manotazo desviaba el brazo del cirujano. Aticus parecía dormido, pero sus gritos y sus ademanes eran a la vez propios de un despierto.
—¡Anestesista! ¿Está usted imbécil? —Pero si yo...
Aticus volvió a quedar tendido. Al caer de plano con brusquedad su ojo adicional, el ántrax, la forma incógnita, saltó hacia delante contra la cara de Vilmagem, ocupando un puesto en su frente. Las enfermeras gritaron asustadas y los hombres retrocedieron. Un ruido de vidrios rotos atrajo la atención de todos hacia los tragaluces y miradores. El pánico se hizo mayor al ver ocho o más "ojos" atravesando los cristales como piedras lanzadas y que iniciaban una rauda persecución volando tras los ocupantes de la sala de cirugía. Uno a uno, en los pasillos, en el jardín, fueron atrapados por la frente, quedando convertidos en raros humanos de aspecto triocular.
—Hemos llegado —les gritaban unas desconocidas voces interiores.
—¡Socorro! ¡Socorro!...
Pero la demanda resultaba inútil, porque los "ojos cerebro" habían sido creados para buscar por sí mismos la base donde hacerse simbióticos. Llevaban demasiado tiempo vagando. Al fin, allí, el trabajo de la Gran Mente de Almuniak estaba ya completo. Ahora comenzaban ellos en favor de aquellas inteligencias miedosas y primitivas...
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