LOS INTERMEDIOS
Francisco Lezcano Lezcano
I
El viejo policía Andrés Castaño se quedó mirando fijamente al descamisado que continuaba impasible, sentado al otro lado de la mesa, sobre la silla metálica bajo un foco de luz amarillenta... Su aspecto físico apenas había variado desde la última vez que se lo trajeron, cinco años atrás, a raíz de las octavillas lanzadas en favor de la igualdad, a millares durante la visita anual veinticinco del Gran Subdirector de Gobierno... Con aquello nada tuvo que ver el popular Intermedio, pero la Brigada le consideraba peligroso y aprovechó la ocasión para hacerle expediente. Entonces la Brigada de Control Ambiental hizo un tremendo ridículo. Ahora le habían detenido al frente de una manifestación. Aunque de no haberlo visto habrían actuado de la misma forma: necesitaban justificarse ante los superiores. Lo importante, como primera medida, era detener a muchos para poder engrosar numerosas carpetas destinadas luego a los iracundos y tajantes jefes del Nuevo Orden... Encontrar sospechosos y sacarlos arbitrariamente de sus casas no era difícil. Los miedosos, los ingenuos, los tímidos, los..., colaboraban siempre, directa o indirectamente, en las ilegales detenciones camufladas de suaves retenciones...
—¿Cómo te llamas? —exigió con académica severidad.
—¿No lo sabe usted de sobra?
La habitación acondicionada para palizas e interrogatorios quedó durante unos segundos saturada de agitados latidos de corazón.
—Pero deseo escucharlo otra vez —insistió sonriendo según la consigna ordenada desde arriba, necesaria ante el giro dado por los acontecimientos internacionales.
El sonido de varias respiraciones profundas se tragó al sordo bombeo cardíaco.
—Me llamo 5.000 A-N.
El policía estalló en carcajadas; algo así como una cristalera destrozada, chirridos de frenos mal engrasados y risas de hiena.
—¡5.000 A-N!, ¡como la matrícula de mi neumoauto! —Entre las sacudidas de su hilaridad aprovechó una aspiración para pulsar el botón de la fonoescritora.
—¿Dónde naciste?
La respiración y los latidos volvieron a ocupar todo el volumen del recinto.
—Nací en la sala 40 de la Clínica Hospital Martín.
"Padre: Probeta azul 7x. Madre: Matriz 448.
Andrés Castaño comunicó los datos a la máquina que copiaba al dictado. Y cuando el clic del automático indicó el fin del último renglón, agregó entre dientes:
—¡Probeta azul!, ¡lo mismo que cualquier mermelada en un tarro!
Los ojos del detenido crecieron de tamaño. Se hicieron grandes como su odio. Pero el policía no se arredró frente a la fuerza de aquellas pupilas; al contrario, creyó llegado el instante propicio para una mayor insistencia.
—¿Religión?... ¡Ah!, ustedes carecen de alma humana. Disculpe; ha sido una pregunta de rutina...
El interrogado apretó las manos sobre los brazos del asiento para no hacer movimientos bruscos o exaltados: "La ley podría sentirse amenazada o agredida. Y para hacerse respetar, la ley le golpearía en la medida que considerase preciso..."
—¿Es cierto que pertenece al Movimiento Rebelde de Unificación?
—Sí, es cierto. Luchar por la igualdad de derechos no es delito.
El tono de las frases trajo al recuerdo del policía la imagen de unos pilares de hormigón armado.
—¡Ahí está el error! No se quieren conformar con su estado intermedio entre el hombre y el androide. No quieren convencerse de que reaccionan como máquinas de carne y hueso. Incluso que hacen cosas más propias de monstruos o de artilugios electrónicos. Son metódicos y fríos como robots. No pueden, por tanto, gozar de las mismas prerrogativas que los seres normales. Ustedes son cobayas de laboratorio, para auxiliar a los naturales a imagen y semejanza de Dios.
—Eso piensan y desean los retrógrados y oportunistas... La esclavitud fue liquidada hace siglos. Los negros ganaron la batalla de la libertad... Ahora, en plena era espacial, es absurdo este racismo a ultranza...
—Usted es otro de los convencidos de mesianismo. Los tipos de su hechura, sean hombres u homínidos, están perfectamente definidos en nuestro manual de sicología criminal...
—Más se supone usted mesías que yo...
—Aunque he sido fabricado en un tarro... Aunque mi madre es una fría máquina de acero y cristal que de mujer sólo tiene los ovarios, y mi padre humano no existe, ¡YO SOY UN HOMBRE!...
—Se cree un hombre..., ¡ja!, ¡ja!, ¡ja!..., un hombre... ¡y ni siquiera puede reproducirse por la vía normal!
II
Comenzaron a llegar como un río que no se puede frenar, como un plasma gris eruptivo. Miles y miles de Intermedios, hombres y mujeres.
—¡Igualdad! ¡Igualdad! ¡Igualdad! —rugía el desbordamiento con una voz monótona, machacona y enervante, todos convergiendo hacia el edificio de Gobernación y Control. La masa se convertía cada vez en más sólida. Era como un extralimitado Kraken creándose a sí mismo.
—¡Igualdad! ¡Igualdad! ¡Igualdad! —Y tomaban asiento formando circunferencias concéntricas, sólidas, soldadas, con el centro común de la construcción de piedra, donde padecía el símbolo de los Intermedios bajo la presa del tigre resentido, con alas de mariposa y capa de armiño, que era Andrés Castaño.
El tráfico quedó interrumpido; más bien engullido por aquel protestante y exigente pulpo de carne humana que entre los gases urticantes esparcidos desde neumoplataformas se replegaba psíquicamente consiguiendo no sentir, y entre los lacrimógenos retenía indefinidamente la respiración para no toser, y sus ojos parecían vitrificarse, demostrando de pronto efectividad colectiva y lo mucho que se habían menospreciado aquellas cualidades consideradas habilidades circenses de seres experimentales.
A la vista de que la manifestación se extendía como una incontrolable ameba, la orden fue tajante.
—¡El ejército! ¡Que traigan al ejército!
Un anillo de caucho, acero y hombres, surgió desde los cuarteles periféricos hacia la urbe, rodeando a los Intermedios concentrados, inmóviles, enlazados brazo con brazo, codo con codo.
Desde los cuatro puntos cardinales los jefes militares se afanaban en vano por hacerse oír gritando, megáfono en mano, perentorias órdenes de evacuación, y barruntos de sanciones como sablazos de inquina. La respuesta era siempre la misma.
—¡Igualdad! ¡Igualdad! ¡Igualdad!
Vibraba en el aire, con ala de oración o frase de rito durante una conjuración. Casi parecía haberse hecho sólida nube de tormenta. Con el cerco, no pudo continuar creciendo, pero su espíritu se hizo más fuerte.
Los tanques avanzaron para intimidar. La tropa, con la bayoneta calada, y los cañones como índices de la muerte, señalaban desde las colinas adyacentes.
Los militares comprendían que todo aquello, si no se hacía efectivo, era un inútil alarde de fuerza. Pero los dirigentes temían dar el paso violento, que en otros tiempos ya hubieran puesto en el andar, porque el país pasaba por una brutal crisis político-económica, sólo salvable si conseguían convencer al exterior de que realmente se obraba dentro de los valores humanos juzgados respetables.
Después de extensas deliberaciones secretas se decidió hacer un juicio al detenido, responsabilizarle de los hechos y dar con él un escarmiento...
III
De día y de noche...
Tres soles y tres lunas...
Se había improvisado un campo de concentración en las afueras, donde los Intermedios eran encerrados masivamente. No oponían resistencia, ni colaboraban, parecían fardos. Tenían que ser trasladados a rastras hasta los cercos de alambres y allí quedaban como paquetes sin dueño... Una labor agotadora e interminable...
El caos crecía por momentos. La bolsa de cotizaciones saltó. Pérdidas económicas por paros industriales. Un bloque enérgico que cerraba el paso a la actividad. Aunque tenían siempre vereda abierta en aquel océano compacto, las enfermeras, los médicos y los sacerdotes...
—¡Igualdad! ¡Igualdad! ¡Igualdad!
Ya no eran miles de Intermedios, pues centenares de Hombres Naturales que participaban de sus puntos de vista habían engrosado las filas.
Al cuarto día un grupo de helicópteros arrojó sobre los manifestantes miles de cuartillas que anunciaban la ley marcial y el fusilamiento del considerado promotor del levantamiento.
IV
—¡Fuego!
Bajo el impacto de las balas el joven cayó de espaldas como si hubiese recibido una coz en mitad del pecho, dando casi una vuelta de campana en el aire y mostrando una fracción de segundo el gastado fondo de sus pantalones. Se contrajo convulsivamente un par de veces y en seguida quedó rígido, con grandes manchas rojas repartidas por la camisa.
El Oficial se aproximó...
—¡Idiotas! ¡Ni uno le ha dado en la cabeza!
Luego puso su oído sobre el corazón del ajusticiado para comprobar si la víscera se había detenido.
—Bien, no le funciona. Tampoco respira...
Ya se había incorporado para avisar al médico encargado de certificar la muerte, cuando le pareció ver algo ilógico en el fusilado.
—No puede ser... ¿...?...
Una de las venas gruesas y la distendida arteria del cuello estaban latiendo.
—¡Esto no puede ser!
Fue llamado el doctor rápidamente, pero no supo qué certificar ante un fusilado muerto y vivo a un mismo tiempo.
—A la enfermería con él. Avisen al Coronel, para que ordene la inmediata presencia de un especialista en homínidos.
V
El Coronel levantó los ojos del informe militar y examinó con la mirada al científico Jesús Sabinal.
—Siéntese. Y dígame...
—...Ustedes se han precipitado. Debieron pedir informes al hospital de origen. Ese Intermedio es distinto a la mayoría porque corresponde a una nueva serie experimental...
—¿A una nueva serie?...
—Hum..., si no estuviese abolido el tiro de gracia en la nuca, no le estaría molestando a usted en este instante, ni perdiendo mi tiempo...
—Cierto...
—Él no tiene corazón, ni estómago, y los pulmones sólo le sirven para hablar. El riego sanguíneo y la oxigenación lo realiza la maquinaria adosada en la cavidad torácica y pulmonar. Se alimenta a través de válvulas situadas en las axilas, pero le basta con inyectarse cada cuatro o cinco meses; se lo permite su metabolismo adaptado... Lo único que le ocurre en estos instantes al pobre muchacho es que ha perdido el conocimiento por el golpe recibido y la sangre derramada... Así que si desea usted volverlo a fusilar, sin pérdidas de tiempo, espere a que lo repare y apunten después al cráneo.
—No me agrada su ironía, doctor.
—Disculpe, señor...
VI
No se supo de qué manera, ni fue posible evitarlo, pero lo ocurrido en el paredón corrió de boca a oído como una mancha de gasolina extendiéndose sobre el agua. En respuesta los Intermedios se drogaron uno tras otro, quedando inmersos en una integral catalepsia que agravó los problemas y la confusión.
El ruido oceánico de ¡igualdad!, ¡igualdad!, dejó de oírse, pero aquel silencio era aún más aplastante.
Nunca la dictadura se había encontrado con una situación tan embarazosa...
Al fin se reunió el Consejo Superior.
Los robots no funcionaban sin la dirección de los androides. Los Intermedios ponían en marcha y conducían a los androides. Y la organización social del Nuevo Orden se derrumbaría sin estos pilares. Era demasiado tarde para rectificar el error de, por comodidad, haber confiado tantas cosas a los Intermedios...
VII
El joven fusilado ya tenía camisa nueva y dos transistores sustituidos bajo las costillas flotantes. Su estado era inmejorable...
El Consejo Superior le escuchaba.
—Punto número cien y último: "PEDIMOS UNA REPRESENTACIÓN PERMANENTE DE NACIONES UNIDAS EN EL PAÍS QUE GARANTICE Y VIGILE EL CUMPLIMIENTO DE NUESTROS DERECHOS HUMANOS."
—Se acepta...
VIII
Afuera el kraken se iba despertando y diluyendo. El cerco de acero, caucho y Hombres Naturales volvía a sus cuarteles subterráneos como las hormigas cuando pierden el rastro fórmico que les señala el camino.
Arriba los globocópteros iban llegando con los representantes de la Unión de las Naciones.
Andrés Castaño se desangraba en la bañera de su casa, con un voluntario corte en la muñeca. Absurdo. Pero se había dado muerte.
Los grandes titulares de prensa pregonaban:
"EL NUEVO ORDEN, SIEMPRE DISPUESTO A LA MEJORÍA DE SU PUEBLO, APRUEBA PROPUESTAS PARA PULIR LA ESTRUCTURA DE NUESTRO SISTEMA"...
El Registro Civil inscribió en la primera página al ex fusilado 5.000 A-N...: Sr. Lazaron Intermedio... Edad 45 años.
No todo el mundo estaba conforme. Pero poco a poco... Ya se sabe que las ruedas con buen eje duran y cogen velocidad.
Otra vez las palomas volaban tranquilas por los parques...
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