TRASPLANTE EXPERIMENTAL
Francisco Lezcano Lezcano
I
Amuk se despertó cuando la luz que penetraba a raudales por las ventanas de las rocas le dio de lleno en el rostro y el calorcillo de media mañana se le extendió sobre el cuerpo. Abrió los ojos: al ver los lechos vacíos comprendió que ninguno de sus hermanos estaba ya en casa. Y comprendió también hasta qué punto el sueño le había tenido apresado; esto le fastidió, más por sus padres, a los que procuraba dar siempre una cariñosa y prolongada caricia cuando salían temprano para el trabajo; pero sus padres le estaban tratando con excesivo mimo desde que había ingresado en los grupos superiores de Sabiduría: le alimentaban mejor y preferían verle dormir largas horas, aun a sabiendas de lo mucho que le agradaba la despedida y hacer de subpadre cuidando de sus hermanos. Amuk saltó del lecho y mientras se vestía supuso que todos estarían afuera buscando alimento. Aspiró con deleite una gran bocanada de la límpida atmósfera amoniacal que penetraba por los respiraderos del techo, y dilató los pliegues de su garganta para terminar de desperezarse; luego, dando un suave salto, cruzó, ligero como una pompa, sobre el cuenco donde su madre solía poner cada cien ciclos una docena o más de dorados huevos. Salió por una hendidura. En efecto: en el exterior se encontraban sus dos docenas de hermanos menores flotando plácidamente o jugueteando unos con otros. Sus físicos, añiles y fusiformes, destelleaban. Todos chillaban felices y excitados. En el aire los blancos copos que servían de alimento, traídos por el viento, formaban artísticos remolinos. Amuk se proyectó sobre dos buenos bocados que flotaban a su derecha y los engulló con apetito. A continuación se unió al divertido juego de sus hermanos. Estarían jugando hasta el regreso de sus padres. Llegarían muy cansados de trabajar en la cuadrícula de Almutak, donde contribuían con sus esfuerzos a construir una nueva ciudad cerca del río, según aconsejaban a menudo las visiones del Gran Sabio. Él y sus hermanos se habían ofrecido repetidas veces para la magna obra, pero todavía eran demasiado pequeños y débiles para realizar labores de fuerza. Ni siquiera les permitían alejarse de la casa. Sólo podían hacerlo cada tres días camino de la escuela, donde el Gran Sabio enseñaba los secretos de la vida y de la muerte...
II
Berman miró con su único ojo compuesto a Borman. —Acabamos de entrar en la órbita del planetoide elegido para el experimento —le dijo.
—De acuerdo —respondió el Jefe Borman, sin soltar los controladores—. Ahora estabilice la nave sobre la zona que se ha premarcado para la Operación.
—¿Cree usted que este animal se adaptará? —indagó Berman mientras pulsaba los doscientos botones correspondientes a las maniobras de estabilización y anclaje.
—Espero que sí. Aunque a mí me parece un bicho bastante estúpido.
—Los científicos cada vez nos exigen misiones más disparatadas.
—Es seguro que no serán tan absurdas como a nosotros se nos antoja. Tendrán muy buenas razones para actuar así con este bicho traído del satélite Akra.
—¿Pensarán fundar alguna colonia en este planeta de atmósfera amoniacal?
—¡Yo qué sé!... Ande, ordene al cerebro electrónico lo que debe hacer y comunique a los robots que introduzcan al animal en el expulsor para lanzarlo hacia su meta.
III
En el interior del cilindro, el ser del satélite Akra abrió los ojos. Cuando se dio cuenta de que los horribles escarabajos secuestradores le habían encerrado en un tubo de acero, volvió a interrogarse por enésima vez, lleno de terror, qué pretenderían hacer con él. Intentó moverse sin poder conseguirlo, porque todos sus músculos se hallaban bajo los efectos de una droga paralizante. Agudizó el oído: su presunto féretro vibraba, pero no se escuchaba nada.
—¡Oh, Bulbu de las Cavernas Blancas, apiádate de mí! —gimió. De nuevo las imágenes últimas de su memoria le llegaron con toda nitidez. Recordó que una fuerza extraña le había apresado cuando andaba de regreso a su hogar por la carretera principal de Iván, después el vacío y la negrura, más tarde aquel horrible encierro y su gran congoja al pensar en sus mujeres y los niños. Estarían llorando. Andarían buscándole. Nadie sabría jamás cómo fue posible su desaparición. ¿Quién podría suponer que unos repulsivos entes de negro cuerpo y rojiza pupila le tenían secuestrado?... Repentinamente comenzó de nuevo a sentir mucho sueño y una rara sensación por todo el cuerpo que agudizaba su parálisis muscular. ¿Pensaban probar su resistencia? ¿Pensaban matarlo? Intentó oponerse, pero el sueño se apoderó de él...
Mucho tiempo después abrió los ojos y vio que el techo del cilindro tenía corrida una compuerta, y allá arriba se distinguía el cielo violeta. ¿Estaba ya en casa? ¿Para qué entonces todo aquello? Se incorporó con una gran sensación de agotamiento y miró furtivamente afuera. El paisaje, aunque familiar, le era totalmente desconocido. ¿Dónde se hallaba? Diose cuenta que a un lado del cilindro tenía algunas armas y otras cosas. Sí, le habían dejado un fusil adormecedor, cajas con medicamentos y utensilios para una larga permanencia en zona deshabitada. Nada de comida. Llegó a la conclusión de que el arma le sería de utilidad para supervivir con la caza y que con toda seguridad idéntico pensamiento bullía en la mente de los negros secuestradores. Inició una cautelosa exploración de los alrededores. No podía saber si se hallaba en su tierra. El sitio era muy parecido a Vilma. pero existían diferencias de proporción, allí todo parecía minúsculo. ¿Dónde estaría?... Pensó averiguarlo más tarde, ya que de momento lo más importante era cazar algo para comer... Llevaba quince círculos sin probar bocado. Tomó el arma y caminó procurando no hacer crujir demasiado el quebradizo terreno que se hundía bajo su séxtuple pisada. Al poco distinguió a lo lejos un grupo de Bibis muy parecidos a los de su tierra, aunque bastante más pequeños y con un color menos oscuro. Estaban flotando alegremente en el centro de un llano entre remolinos de blancos hongos. Experimentó una enorme alegría al descubrir tan buena comida. Sabía que los Bibis eran muy listos y desconfiados; por esto, se agachó para no ser descubierto, y dejó de caminar para arrastrarse como una culebra.
IV
Amuk se detuvo en el aire, bruscamente sobresaltado por un horrible presentimiento. Sus hermanos le rodearon, alarmados ante su actitud.
—¿Qué ocurre, Amuk?
—Hay una amenaza muy cerca, ¿no lo notáis?
—No, no sentimos nada.
—Sí..., claro..., sois demasiado pequeños...
—¿Pero qué hay?
—Ya os he dicho que una amenaza. Meteos en casa...
Todos y apresuradamente saltaron el espacio que les separaba del hogar. Penetraron con rapidez por las hendiduras bajas de las rocas y no pararon de huir hasta alcanzar el dormitorio. Amuk atendió un poco más para cerciorarse de que su sentido no le mentía. Entonces retrocedió hacia la casa sin dejar de captar el enorme peligro acechador.
V
—¿Qué hace ahora, Jefe Borman?
—Parece que se va adaptando mejor de lo que a primera vista supusimos. Por ahora ha comprendido la importancia de buscarse sustento por sí mismo. Se halla a punto de emplear su burdo lanzaobjetos narcóticos.
—¿Quiere decir que ya podemos retirarnos?
—Antes hemos de situar en órbita un satélite vigilador...
—¡Ah!
Berman y Borman cumplieron con los últimos tramos de lo programado. E inmediatamente, dando un enérgico impulso a su "salta-dimensión-comba-espacios", desaparecieron.
VI
El ser que había sido secuestrado chasqueó fastidiado la lengua cuando distinguió que los Bibis habíanse retirado a sus guaridas. Ahora la cosa sería más difícil. Tendría que aproximarse con toda clase de precauciones para tratar de abatir a alguno dentro de la misma cueva. Pero lo malo estaba en que las entradas eran excesivamente angostas para él. Avanzaría con sigilo y dando un amplio rodeo por si un Bibi más curioso que los otros se decidiera a salir.
VII
Amuk cargó con dos grandes dardos venenosos la gran ballesta de su padre; entretanto sus horrorizados hermanos ni se atrevían a salir de debajo de las camas. Él tenía que protegerlos del espantoso monstruo de largas patas que se les venía encima emitiendo radiaciones agresivas. El monstruo era enorme como una montaña. Amuk no estaba plenamente convencido de que la horrible cosa pudiera ser derrotada con dos simples dardos tóxicos. No obstante, apuntó en cuanto la gran cabezota verde ocupó casi toda la ventana.
VIII
El ser descubrió al Bibi, oculto tras una abertura circular, mirándole con ojos de espanto. Pensó que era pieza segura de cobrar. Alzó muy despacio la bola amarilla que sujetaba en una mano y apuntó con ella al mismo tiempo que pensaba en los del ojo rojo: a lo mejor los había juzgado mal, tal vez volverían a buscarle para volverlo junto a sus mujeres y a sus hijos...
IX
Amuk no esperó más. Apretó el gatillo de la ballesta y los dos dardos escaparon como centellas hacia su objetivo. El monstruo chilló horriblemente y se contorsionó cuando los proyectiles se le incrustaron en la verde cabezota, y al fin quedó muerto con una gran expresión de perplejidad. Todos los niños dejaron su escondite y huyeron, con Amuk al frente, en busca de sus padres.
X
Berman volvió a mirar a Borman y le dijo:
—¿Ha oído usted, Jefe Borman?
—¿El qué?
—El chasquido de aviso del Controlador Cuatro.
—No lo he oído. Acuda a ver qué dice.
Berman recorrió la media docena de metros que le separaban del Controlador que, al verle llegar, emitió un runruneo de saludo y expulsó por la ranura de su panel central una cuartilla con el informe. Berman se lo entregó a Borman, que reflejó bien a las claras con sus antenas el disgusto recibido:
—Esto quiere decir, amigo Berman, que el bicho era verdaderamente tonto. La máquina concreta que ha muerto herido por un ser inferior e insignificante. ¡Bah! Un viaje tan largo para nada. Regresemos...
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