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Las tres leyes robóticas 1. Un robot no debe dañar a un ser humano o, por su inacción, dejar que un ser humano sufra daño. 2. Un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto cuando estas órdenes están en oposición con la primera Ley. 3. Un robot debe proteger su propia existencia, hasta donde esta protección no esté en conflicto con la primera o segunda Leyes. Manual de Robótica 1 edición, año 2058

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domingo, 5 de diciembre de 2010

SUCEDIÓ MAÑANA Robert Bloch



SUCEDIÓ MAÑANA

Robert Bloch

PREFACIO

Quiero decir unas palabras sobre esta historia. Contiene una trama que estuve a punto de no escribir.
Hace mucho tiempo que deseaba escribir un relato de este tipo, pero me sentí desanimado por la lectura continua de lo que ofrece hoy en día la ciencia ficción. Me imaginaba a un editor diciendo: "Este asunto está descartado. La destrucción del mundo, ¿en dónde está su heroína, su desviación en la trama?"
A esto se oponía mi sincero deseo de realizar esta tarea.
De manera que he aquí mi historia sobre la rebeldía de las máquinas. La idea no es nueva y la estructura de la trama es bastante simple, pero representa un anhelo que he tenido, el de escribir realmente una historia que señale lo que les sucedería a los hombres si las máquinas se rebelaran.
Hay docenas de historias de este tipo que se han escrito a propósito, alrededor de esta idea; pero siempre alrededor de ella. El autor intentó escribir sobre este tema, pero era demasiado fuerte. Invariablemente se perdían detalles reales en unos cuantos párrafos: "Nueva York primero, y después Londres, quedaron ahogados por las máquinas." ¿Comprenden a qué me refiero? Generalizan excesivamente y luego la trama es arrastrada entre los pies; aparecerán un villano y una heroína, y el héroe que salvará al mundo en el último minuto.
Es por esto que digo que nunca se ha relatado la historia verdadera de una rebelión, con el recuento diario de lo que le sucede a la gente común y corriente en un mundo enloquecido. Esta es la historia que voy a relatar aquí. Sé que soy algo pretencioso, ya que la historia requiere a un H.G. Wells y es por eso por lo que la mayoría de los tescritores han temido escribirla; pero era necesario hacerlo. Yo también me vi tentado en varias ocasiones a utilizar varios medios pera introducir una trama artificial.
Luego comerendí que la potencia yacía en relatar con sencillez la verdadera historia detallada, el cumplimiento inexorable del destino del hombre. De manera que la escribí en esta forma, con sencillez. Si tiene la aprobación del editor, bien, si no, tómenla como un pecado literario por el que estoy agradecido de haberlo cometido.

Capítulo I

EL MUNDO ENLOQUECIDO

Las dificultades comenzaron con el reloj despertador.
Comenzó a sonar en el estómago de Dick Sheldon.
Al menos, esto fue lo que Sheldon pensó al principio, luego cambió de posición y se convenció de que la maldita cosa repiqueteaba en algún lugar de su cabeza.
La razón vino a su rescate. Había estado bebiendo la noche anterior, era cierto; pero sin duda alguna no había llegado al punto de tragarse un reloj despertador.
No, el ruido debería provenir del reloj que está en el buró, cerca de la cama.
Sheldon extendió la mano delgada lentamente de debajo de las cobijas y la colocó sobre el buró, palpando, como si sus dedos fueran los tentáculos vacilantes de un pulpo ciego, hasta que resbalaron sobre la superficie metálica del despertador, asieron la perilla sobresaliente de la alarma y lo apagaron.
"Por fin", pensó al hacerlo; pero el timbre siguió repiqueteando.
Desesperado, Sheldon abrió los ojos y se sentó. Luego, furioso y sin pensarlo, extendió el brazo y cogió el maldito aparato, arrancó literalmente la perilla al pasarla al lado marcado como "apagado".
La alarma siguió sonando.
Con la furia que le producía la jaqueca, Dick Sheldon lanzó la manta hacia un lado, asiendo el reloj con la mano derecha y se puso en pie. Luego lo lanzó contra el suelo al tiempo que murmuraba palabras apropiadas al momento.
El despertador se deshizo en medio de ruidos metálicos. Sheldon se quedó mirándolo con disgusto reflejado en el rostro.
-¡Éste es mi día! -murmuró sarcásticamente.
Sus ojos recorrieron los confines del pequeño departamento y se encontraron con otro fenómeno extraño: la luz.
Era evidente que había estado tomando la noche anterior, cuando llegó se había echado sobre la cama y había dejado las luces encendidas.
Se tambaleó hasta llegar al interruptor y sus dedos tuvieron que tentalear nuevamente hasta encontrarlo y presionarlo hacia el lado "apagado". El interruptor produjo un chasquido.
Pero las luces continuaron brillando.
Sheldon volvió a tocarlo, pero la luz siguió proyectándose.
Luego volvió a pensar en lo que acababa de decir y exclamó:
-¡Santo Dios!
Lo que pasaba era que todavía estaba algo mareado: los nervios lo estaban engañando. Bien, existía una cura para eso, una cura drástica. Era algo desesperado, pero el único camino posible.
Sheldon se estremeció y caminó hacia el baño. Lleno de decisión utilizó los dedos nuevamente, esta vez para abrir la llave del agua fría.
Metió la cabeza, que le ardía, bajo la regadera de agua helada, la mantuvo ahí hasta que su propia carne emitió un dolor en forma de protesta. Luego la sacó para alcanzar la toalla, dejando mojado el tapete del baño.
Así estaba mejor.
Sheldon volvió y cerró la llave del agua.
Pero el agua siguió corriendo.
Trató de cerrarla nuevamente haciendo girar con fuerza la perilla y sintió que se movía, pero el agua siguió corriendo alegremente.
-¡Santo...! -murmuré Sheldon y se dio por vencido.
Seguramente era otra vez ese maldito casero. Le diría claramente lo que pensaba cuando bajara.
"No, eso tendrá que esperar hasta esta noche." Echó un vistazo a su reloj de pulsera y recordó la vieja historia, tenía que apresurarse o llegaría tarde a la oficina.
Después de todo, ¿cómo podrían sacar un periódico decente sin los bábiles servicios de Richard Sheldon, ese joven y brillante periodista?
Sheldon conocía la respuesta a esa pregunta, sabía que eran muy capaces de sacar el periódico sin sus brillantes y juveniles servicios.
Le convenía llegar a la oficina antes de que decidieran esto por sí solos.
Se vistió rápidamente, se puso el sombrero y observó su rostro delgado y cansado en el espejo. Luego hizo un gesto, el ruido del agua que seguía corriendo se escuchaba todavía.
Fue nuevamente al baño e hizo el último intento. La perilla giraba libremente en ambas direcciones, pero el agua no cesaba de caer con la misma intensidad. Era posible que inundara el apartamento antes de la noche.
Bueno, pues que lo inunde.
Volvió al cuarto, recogió su billetera y abrió la puerta. Apagó automáticamente las luces, el interruptor sonó, pero éstas siguieron brillando.
-Aquí es donde todo empezó -dijo y cerró la puerta tras él.
Sacó las llaves del auto antes de haber llegado a media escalera, y luego recordó que lo habla dejado en el estacionamiento de Tony's la noche anterior; habla tenido que tomar un taxi para que lo llevara a casa.
Ni modo, eso significaba que tendría que tomar un tranvía. Esto representaba un retraso más y, por ende, no podría desayunar.
Muy bien, de manera que este era otro de esos días.
Sheldon se dirigió hacia la esquina.
La pesadez de cabesa había desaparecido y su angustia era ahora más mental que física, ya que Sheldon tenía un odio extraño hacia los tranvías.
-¡Tranvías! -habla llegado a exclamar durante el curso de una noche de borrachera-. ¿Qué es el tranvía sino el símbolo mismo de la civilización? Ruido, luces y barras en las ventanas.
Sí, un monstruo mecánico, una prisión metálica en la que los humanos permanecían atrapados mientras se encaminaban a destinos poco agradables.
Sheldon tenía algo de filósofo, aunque también algo de idiota, lo cual no era ninguna ayuda; de todas maneras seguía odiando a los tranvías.
Al llegar a la esquina gimió; ahí estaban, un pequeño grupo de ovejas cerca de la señal de parada, esperando tonta y pacientemente. Aguardaban a que llegara el ruidoso monstruo de hierro, que abriera sus fauces y los tragara para después lanzarlos a la esclavitud diaria. Y no sólo era eso, sino que todavía tenían que pagar dinero por este privilegio.
Todos ellos, los viejos y los jóvenes, los hombres y las mujeres, miraban esperanzados hacia la izquierda. Esa era la dirección por la que vendría el tranvía. Observaban los rieles vacíos en una especie de ansiedad soñolienta, como si verdaderamente desearan que llegara el tranvía, como si los alegrara su llegada y esperasen que sus miradas de concentración apresurarían ese instante.
Dick Sheldon acarició una idea loca durante un instante: ¡quizá el tranvía no llegaría esta mañana! Quizá algo saldría mal y saltaría de los rieles o se rehusaría a moverse. Algo tan sencillo, algo que un pequeño defecto mecánico podía lograr. Como el reloj que no dejaba de sonar, o el interruptor de las luces, o la llave del agua.
¡Qué gran momento sería ese! Este pequeño grupo de esclavos de oficina liberados finalmente y para siempre de su dependencia mecánica de medios mecánicos. ¡Que caminaran al trabajo como hombres libres en lugar de ir parados y amontonados como cautivos en el Hoyo Negro de Calcuta, mientras una concha metálica de rejas y maloliente los arrastrara por las calles!
Sí, ¿y si el tranvía no viniera? ¿Y si la carreta de hierro no funcionara? Un ruido metálico arrancó a Sheldon de sus fantasías.
El tranvia se acercaba.
Los pequeños y humildes pasajeros se amontonaron cerca de los rieles, como si se reunieran para celebrar un rito ceremonial de bienvenida. Iban a ser presentados a Su Majestad La Máquina. Primero las doncellas hermosas y jóvenes, las estenógrafas; luego las matronas, después los hombres en buenas condiciones físicas y por último los ancianos. ¡Todo era tan ordenado, con un aire de tanta santidad!
El tranvía se acercó ruidosamente y luego se detuvo, pero no se abrió la puerta.
El conductor estaba ocupado en jalar las palancas; la multitud comenzó a murmurar y él enrojeció. Se escuchó un ruido y finalmente se puso en pie, se acercó a la puerta y trató de empujarla con la pierna. La puerta se abrió hacia afuera y los pasajeros pudieron abordar el tranvía.
Sheldon sonrió. Casi, casi..., ¡pero no del todo!
Luego respiró profundamente y se introdujo en la multitud. Tres minutos más tarde estaba parado como una sardina sobre su cola en el centro del tranvía. 
La enorme lata siguió rodando y alguien timbró para bajar.
Sheldon se sostuvo con mayor fuerza para resistir el alto repentino del tranvía. Pero nada sucedió. Siguieron de largo en la esquina y no se detuvieron en absoluto. 
El timbre sonó con furia y firmeza.
El conductor se había equivocado, alguien tendría que caminar dos calles más esta mañana; pero el tranvía se detendría ahora...
Pero tampoco se detuvo, sino que siguió adelante.
Una mujer gimió:
-¡Conductor, quiero bajar!
El conductor se volvió y miró a la gente.
-Lo siento, señora, el control está atorado; lo compondré en un minuto...; los frenos de aire no funcionan...
El timbre sonó de nuevo, pero el tranvia siguió su camino en medio de ruidos.
Sheldon sintió un repentino aumento de velocidad, parecía como si se moviera independientemente.
Sintió que el corazón le daba un vuelco, ¿y si su idea descabellada se hubiera convertido en realidad? ¿Y si el tranvía no se depuviera? ¿Y si por alguna coincidencia perversa siguiera caminando eternamente, llevando a estos mortales indefensos, sin detenerse, a través de las calles? ¿Y si fuera una especie de Barco Fantasma de los rieles?
Rió quedamente, pero los demás pasajeros no estaban riendo precisamente. Se escucharon casi todos los timbres que sonaban, para después convertirse en un sonido continuo y único.
-¡Ya está bien! -gritó el conductor perdiendo la paciencia-. ¡Por amor del cielo, amigos!... Voy a detenerme en cuanto componga esto.
Pero los timbres no dejaron de sonar: estaban atorados y Sheldon lo sabía, lo estaban al igual que su reloj despertador, sus luces y la llave del agua de su casa. Como los frenos del tranvía, los timbres, las llaves..., todo estaba descompuesto.
¿Qué significaba esto? ¿Había sucedido realmente algo? No, no podía ser, porque..., bueno, sólo porque era imposible, esa era la razón. Cualquier niño sabe eso.
Pero los pasajeros no estaban de acuerdo. Pensaron que sí podía suceder, estaban gritando y maldiciendo en esos instantes a una sola voz que se fue haciendo más fuerte, hasta sobrepasar incluso al timbre ensordecedor.
-¡Deténgase! ¡Déjenos salir... ¿Qué sucede, conductor?... ¡Voy a acusarlo por esto... ¡Quiero salir!
El conductor golpeaba y tiraba de los controles, abrió la ventana, pero el tranvía seguía velozmente su camino. Alguien comenzó a gritar y los pasajeros que eran sacudidos de un lado a otro comenzaron a angustiarse.
El conductor sacó la mano por la ventana y tiró del cordón de, la corriente. Se vio un relámpago, un cortocircuito y se escucharon unos cuantos gritos más; finalmente, el tranvía se detuvo.
A Sheldon le pareció que en las lamentaciones se reflejaba algo de rebelión.
Luego la multitud, presa del pánico, lo arrastró hacia adelante y salió del tranvia.
Sheldon se encontró a una calle de su oficina.
Caminó esa distancia con una sonrisa, mientras pensaba que esa experiencia había sido algo novedoso. Durante un momento le pareció como si los sueños se volviesen realidad.
No hizo caso de los mirones que estaban en la banqueta, sino que entró al edificio y se dirigió a los ascensores.
-Buenos días, señor Sheldon.
-Buenos días, Jake.
Jake cerró la puerta del ascensor y comenzó a elevarse.
Y subió..., y subió..., y subió...
-¡Eh, al octavo piso, Jake!
-¡Está atorado!
-¡Deténlo, idiota!
El "idiota" presionó el botón de paradas de enaergencia, pero el ascensor siguió subiendo.
-¡Oh..., oh!
Llegaron al último piso y Sheldon estaba tratando de abrir la puerta del piso... ¡Iban a estrellarse! El ascensor aumentaba de velocidad y se movía por sí mismo, sin ningún control; seguía su camino de ascenso, elevándose cada vez más y llevándolos a...
¡Pum!
Sheldon sintió que la sangre le golpeaba con furia en las sienes cuando sintió que el ascensor descendía violentamente.
Primero hacia arriba y ahora hacia abajo, a una velocidad increíble. Jake murmuraba, de una manera completamente desorientado, al mismo tiempo que intentaba lograr algo oprimiendo botones. Luego el ascensor se detuvo violenta y ruidosamente.
-Estamos en el sótano -murmuró Jake-; apenas lo logramos, señor Sheldon; es mejor que utilice las escaleras.
-Por supuesto, eso es lo que voy a hacer.
Sheldon corrió por las escaleras lo más rápidamente posible, mientras una idea jugueteaba en su mente.
Esta es una historia que he encontrado..., una gran historia...
Atravesó la oficina exterior entre hileras de escritorios y llegó hasta la puerta, en donde se leía: Lou Avery - Redactor, y la abrió.
La cabecilla calva que recordaba un ave, de Lou Avery, se inclinó interrogativamente cuando lo vio entrar. Sus pequeños ojos se entrecerraron y luego se puso de pie rápidamente para acercarse a Sheldon.
-Llegaste tarde, pero no tengo tiempo para despedirte. Algo está sucediendo y te necesito.
-Creo que tengo una buena historia, jefe... -comenzó a decir Sheldon.
-Crees que tienes una historia, ¿eh? ¡Conque crees que tienes una historia en el momento en que el caos más enorme del año gira en derredor nuestro! -farfulló Avery-. Yo soy el que tengo una historia, el relato más enloquecedor de que se tenga memoria -sus ojillos estaban resplandecientes-. Escucha, cerebro de mosquito, a ver si esto te cabe en la cabeza. Hace una hora, a las ocho de la mañana, el mundo enloqueció en cierta forma. 
El corazón de Sheldon dio un brinco, sabía lo que estaba por comunicarle.
-Se suponía que el Siglo Veinte llegaría a las ocho y diez, pero no ha llegado. Está en Pennsylvania y se encamina al oeste. Regresó a los patios y volvió a salir en una aguja de cambio. Nadie sabe quién la movió ni por qué el tren no se detiene... ¡Se trata de una escapatoria! -Avery golpeteó el escritorio-. Hay tres aviones que deben aterrizar en el aeropuerto y que siguen volando en círculos sobre los Grandes Lagos, no pueden descender.
"El Albania tampoco ancló esta mañana. Está fuera de sonido y se dirige hacia el Sur. Aquí está el telegrama que envió el capitán; no puede detenerlo.
"la compañía de gas informa que no pueden desconectarlo. La compañía de luz nos dice que todos los focos están encendidos. El departamento de hidráulica ha recibido cincuenta llamadas telefónicas en las que se informa de inundaciones; las llaves no cortan el agua."
Cada una de las cosas que iba enumerando las subrayaba con ligeros golpecitos del lápiz contra el escritorio.
-La compañía de tranvías informa que todas las líneas han tenido problemas. Hubo un choque en el tren subterráneo en la calle 108. Los trenes no se detienen y los ascensores de las oficinas están fuera de control.
"El Teatro Imperio llamó y dijo que la película ha estado corriendo durante toda la noche y que no pueden apagar el proyector ni el aparato que la enrolla automáticamente.
"Todo el personal anda por la ciudad; he aislado todas las llamadas que se están recibiendo. Todas se refieren a lo mismo, ¿comprendes? Dicen que el mundo ha enloquecido."
-Esa es ni más ni menos mi historia -murmuró Sheldon.
-¡Ya lo creo que la es! -Avery caminó a la ventana y miró hacia abajo-. Algo está sucediendo allá afuera, algo espantoso, como si el infierno se hubiera desatado. Podemos informar sobre ello, pero eso no es todo lo que deseamos -el redactor dio media vuelta sobre el tacón-. ¡Lo que quiero saber es por qué está pasando!
-¿Llamó a la Fundación Rockefeller? ¿A las universidades?
-Naturalmente, ellos no saben nada, quizá tenga algo que ver con las manchas solares, algo que afecte a las leyes mecánicas. Están investigando, pero se sienten anonadados, eso es evidente. Hay una multitud de locos que no deja de llamar; afirman que es el fin del mundo o cosa por el estilo.
-¿Y qué hay de Krane? -sugirió Sheldon.
Avery se volvió.
-Puede ser que quiera declarar algo.
La puerta se abrió y un mensajero entró apresuradamente para dejar caer una hoja de papel. Tras de él llegó Pete Hendriks, el impresor en jefe.
-Aquí está su extra -anunció débilmente el muchacho, mientras la profunda voz de Hendriks la ahogaba.
-Sí, ahí está su maldita extra -gruñó-. Y vale más que saque otra inmediatamente, Avery.
-¿Por qué lo dice?
-Quiero decir que acabo de terminar el tiro, pero las prensas no pueden detenerse, están atascadas, ¿me escucha? Vale más ponerles más papel y usarlas. Tenemos que hacer eso, o bien, deberemos cortar la línea... -Hendriks perdió el control y su voz se quebró al seguir hablando-: Pero, ¿qué es lo que sucede, jefe? No entiendo nada de esto, ni la forma en que siguen funcionando. También el ascensor se ha descompuesto. ¿Qué está pasando?
-Vaya nuevamente abajo -dijo Avery con brusquedad-. Siga en su puesto y tendrá otra extra. No haga ningún corte ni nada imprevisto, simplemente esté listo. 
Guió a Hendriks y al muchacho fuera de la oficina y cerró la puerta.
-¿Lo ves?
Dick Sheldon asintió con un movimiento de cabeza.
-Es mejor que vayas a hacer lo que sugeriste: encuentra a Krane, Andrew Krane, ¿no es eso? Él nos dirá algo, siempre dice algo bueno. ¿Sabes en dónde se encuentra?
Sheldon asintió y abrió la puerta.
Avery gruñó:
-Ah, sí, lo olvidaba -su cabeza, que recordaba a la de un ave, se volvió a otro lado-. Ten cuidado, hijo, ¿lo harás? No se puede estar seguro de lo que pueda suceder allá. Todo está fuera de control y es necesario tener mucho cuidado. Estamos enfrentándonos a algo, todos nosotros, y esto es algo nuevo, poderoso y terrible...; es como si fuera otro mundo.


Capítulo II

NINGUNA TEORÍA SOBRE EL HORROR

Los silbatos seguían aullando cuando Sheldon salió a la calle. Parecía como si de miles de gargantas metálicas se elevara un grito potente y gozoso de victoria.
Se oían también otros ruidos, aullidos de gargantas humanas, gemidos de pánico, y todo esto con razón. 
Se quedó mirando a la multitud que llenaba las aceras, porque el miedo reinaba en las calles.
Sheldon vio a los automóviles que pasaban veloces, a sesenta, ochenta y noventa kilómetros por hora. El rostro de los conductores estaba impregnado de horror; iban sentados, maniobrando los volantes, que no obedecían ya.
Sheldon comenzó a correr calle abajo, empujando a un lado a los asombrados observadores que estaban en la banqueta.
Vio el hotel de apartamentos que estaba más adelante. En el pizarrón del vestíbulo encontró el número del departamento de Krane, el 92. No timbró, ya que eso era inútil, tampoco buscó el ascensor, sino que cruzó el vestíbulo desierto y llegó a las escaleras, por las que subió. 
Llegó al noveno piso, dio vuelta y caminó por el pasillo hasta que llegó a una puerta oscura. Ahí estaba otro timbre, pero tocó con la mano.
-¡Pase!
Era una voz profunda que tenía algo extraño.
Luego comprendió lo que le había parecido extraño: la voz era tranquila y recordó que no había oído ninguna voz calmada ese día.
Abrió la puerta y entró a una sala amplia. En el extremo opuesto se encontraba un hombre alto frente a las amplias ventanas.
-¿El señor Krane?
-A sus órdenes.
-Soy Richard Sheldon, del Morning Press.
-Encantado.
La silueta giró lentamente, Sheldon vio cara a cara a Andrew Krane y se fijó en sus ojos café profundos, algo separados. El cuerpo atlético y el corte de sardo en el pelo gris le parecieron extrañamente incongruentes.
Pero ese era un día apropiado para las incongruencias.
Sheldon sonrió.
-Supongo que se imagina a qué vine.
Krane sonrió a su vez.
-Me imagino que desea alguna declaración.
-Eso es.
Krane sonrió.
-De acuerdo con la creencia general, todos los científicos deben tener una teoría sobre todas las cosas; pero me temo que voy a tener que decepcionario, señor Sheldon; no tengo ninguna teoría que ofrecerle.
-Pero debe imaginarse algo, si ha estado observando... Vamos, hable, me interesa mucho.
La sonrisa desapareció del rostro de Krane cuando se sentó. Sus ojos se quedaron mirando fijamente a la alfombra.
-He estado parado aquí durante horas, obseraando, viendo los movimientos de las máquinas.
"Todo está en movimiento. Todos los dispositivos mecánicos están acelerando su movimaiento y aumentando su potencia. ¿Ha observado que casi todas las cosas anormales que se han presentado se caracterizan por el hecho de que las maquinarias ya no pueden detenerse?
"No se pueden detener. Parece ser como si una extensa y nueva forma de energía se hubiera apoderado de todas las máquinas. Incluso podría llamársele una especie de vida.
Y Krane continuó en tono monótono.
-No tengo ninguna teoría. Quizá sean las manchas solares, la energía magnética o posiblemente una transmutación de la energía eléctrica. Pero, ¿qué importa que nombre podamos darle? Está presente y eso es todo.
"Hay una nueva energía que afecta nuestras maquinarias; un tipo nuevo de potencia que afecta ciertas combinaciones mecanizadas y artificiales de materia inorgánica creadas para servir a la humanidad.
"Voy a hablar con claridad. Las máquinas tienen vida, puede ser que esto sea absurdo o puede que no lo sea, el cuerpo es ahora una máquina, una máquina con vida propia; elementos que se han mezclado para dar movimiento y animación. ¿Qué fuerza es la que actúa sobre ellos? ¿Es energía eléctrica la vida? ¿Es el alma? 
"Todo lo que sabemos es que hay una chispa que anima a las maquinarias que denominamos cuerpo y las transforma en seres vivos. ¿Es posible que una chispa semejante haya activado ahora a nuestros aparatos mecánicos?"
-Eso es poco probable -murmuró Sheldon.
-Pero, ¿no parece ser así? ¿Y no parecen muy poco probables las cosas que están sucediendo en la calle? Porque las máquinas se están moviendo ahora independientemente, ya sean las eléctricas, las impulsadas por motores, las de impulsión mecánica por palancas y otras semejantes. ¡Todas se mueven independientemente, como si estuviesen vivas!
Krane se puso nuevamente en pie.
-Ya le dije que no tengo ninguna explicación que dar, lo único que siento ahora es temor.
-¿Qué quiere decir?
Krane hizo como si no hubiera escuchado la pregunta. Hablaba con la pared o consigo mismo.
-Primero hicimos las maquinarias para que nos transportaran, luego hicimos más máquinas para construir otras máquinas y llenamos al mundo con ellas. Máquinas que se mueven, que hablan, que producen, que destruyen, que caminan, corren y vuelan, que se arrastran, perforan y pelean. Máquinas que suman e imprimen, que escuchan y sienten.
"Somos aproximadamente dos mil millones de seres humanos; pero, ¿cuál es la población de las máquinas? Eso es lo que me preocupa... ¿En qué proporción son más numerosas que nosotros?"
-¿Qué quiere decir?
-¿Sabe que esto podría perfectamente ser una evolución? -preguntó Krane-. Una evolución que se desarrolla en mutaciones rápidas y no en progresos lentos. La vida puede evolucionar rápidamente en lugar de hacerlo en forma gradual. Si es asi, todas las máquinas están adquiriendo vida propia al mismo tiempo. Una vez vivas buscarán un lugar apropiado para ellas en este mundo; ya no como esclavas, y eso ya lo han demostrado completamente. De manera que es una evolución y después..., ¡una revolución!
-¿Cree que se volverán en contra nuestra?
Por primera vez pareció escuchar una de las preguntas de Sheldon.
-Me temo que ya lo han hecho. ¿Qué es entonces ese incesante movimiento, si no la primera expresión de una rebelión?
-Pero, indudablemente, no puede pensar que son inteligentes.
-¿Y quién puede saberlo? ¿Quién sabe lo que realmente constituye la inteligencia? ¿Qué es el cerebro? ¿Una esponja gris? ¿No es acaso la chispa, la energía interna, la que constituye el objetivo? Llámese instinto, conciencia, etcétera, la ubicamos vagamente en nuestros cráneos, pero, ¿quién puede decir que no existe en otras formas? Quizá la inteligencia de la máquina es de un tipo diferente, una especie de inteligencia colectiva. 
"Si es así, este ir y venir sin objetivo se convertirá rápidamente en una acción directa. Tendrá un plan y un patrón de movimiento.
-No hablemos de un hombre con los resultados de una borrachera -contestó Sheldon, se puso de pie y caminó hacia la radio-. ¿Le molesta?
-Enciéndalo, quizá ahora escuchemos alguna noticia.
Y sí las escucharon. Conforme el aparato se calentaba, la voz incoherente del locutor respiraba fuertemente mientras lanzaba una serie de frases sin sentido.
-...informan que se ha declarado un estado de emergencia nacional. Un boletín de Norfolk, Virginia, acaba de llegar e informa que hay desórdenes en los terrenos de la marina. Empire City... el presidente ha ordenado... Art Goodman y los chicos tocarán ahora con heno Abbott puercos abajo un medio punto quinta entrada Clair de Lune jaja mis amigos letras rojas sobre ésta es la nacional que le informa ahora cajas de fantasma sabe...
Sheldon apagó la radio, pero ésta siguió funcionando.
Las voces políglotas resonaron tan repentinamente entre las palabras del anunciador, tan ilógicas e incoherentes, a la vez que potentes, que les aturdieron los sentidos durante unos instantes.
Krane se puso en pie.
-Ya sucedió -murmuró-. Esta es la segunda etapa. Las máquinas no sólo están funcionando, sino que están empezando a actuar..., ¡independientemente!
-Son voces de los programas de ayer -susurró Sheldon; tomó a Krane por el brazo-. Tiene que venir conmigo a hablar con el jefe, Lou Avery. Lo pondremos en la siguiente edición, todas sus ideas, absolutamente todas. Tendremos que trabajar de prisa...
-Es inútil -murmuró Krane.
-Apresúrese, hay una salida. Encontraremos una solución antes de que esto empeore.
-Muy bien.
Los dos hombres se dirigieron a la puerta mientras que a sus espaldas la radio seguía vociferando:
-...vitaminas naturales informaron que dos están perdidos ahora le llevarán a sintonice el asesinato de mañana envíe sólo diez centavos y la diferencia...
Sheldon sonrió forzadamente mientras la voz enloquecida de la radio anunciaba un adiós en tono burlón.


Capítulo III

LAS MÁQUINAS AVANZAN

Las calles estaban llenas de refugiados, refugiados de las oficinas, los talleres, las casas, ya que ni unas ni otros eran seguros. Los ascensores, las forjas y las estufas habían dejado de ser servidores para convertirse en extraños y enemigos. La gente que llenaba las calles estaba desposeída.
Caminaban sin rumbo fijo una vez que había desaparecido la primera impresión. Lo único que quedaba era la tensión y un pánico creciente. No existía ningún precedente que indicara qué acción debían tomar, ni había nadie que se animara a dirigirlos. ¿Quién podía dirigirlos, a dónde y contra qué?
Krane y Sheldon, que seguían su camino, parecían ser las dos únicas personas que seguían un destino preciso en medio de la multitud, el resto se mantenía observando en las calles. Había unos cuantos policías que caminaban al azar, pero ninguno de ellos intentaba dar órdenes, ni trataba de ocultar la desesperación que se reflejaba en sus ojos, una desesperación sentida universalmente.
Un nuevo elemento había entrado en escena.
Los silbatos seguían aullando y los autos continuaban pasando veloces, pero a los silbatos se agregaba un tono más, un sonido semejante a un chirrido. Las bocinas de los autos sonaban y algunos de los autos que pasaban velozmente iban sin conductor.
-¡Mire! -Sheldon tomó a Krane por el brazo.
Por la avenida se acercaba un carro de bomberos sonando y ululando. Parecía el infierno mismo sobre ruedas y sin un conductor o un bombero que lo guiara. Los automóviles se dispersaron en todas direcciones, como si lo hubieran oído acercarse.
La gente se echó hacia atrás para protegerse en los umbrales.
Estaban atemorizados, ¿pero de qué?
Sheldon no soltó el brazo del físico y ambos se echaron a correr. Quería alejarse de esta escena callejera, olvidarse de la realidad que no estaba preparado para encarar. Queria regresar a la oficina, al periódico, en donde todo era orden y rutina. Deseaba encontrarse nuevamente entre el consuelo de los rostros familiares y los deberes cotidianos.
Pero cuando finalmente subieron por la escalera y llegaron a las oficinas exteriores, no encontraron a ninguno de los rostros familiares. O más bien, los rostros conocidos no presentaban sus expresiones familiares. Ahí, como en la calle, encontraron temor, desesperación e histeria. Había voces que murmuraban entre sí, era inútil hablar con los demás, nadie conocía las respuestas.
También lo rutinario había desaparecido. Todos permanecían de pie, las estenógrafas, los redactores, los chicos del departamento de deportes, las oficinistas, los reporteros, los correctores..., limitándose a observar. De pronto todos se habían democratizado por la acción del terror.
Veían cómo sus máquinas funcionaban, estas damas y caballeros del intrépido Cuarto Estado. Miraban cómo sus máquinas de escribir, sobre los escritorios, tecleaban alegremente sin que ninguna mano impulsara sus teclados.
Increíble, grotesco..., pero lo grotesco y lo horrible son aliados..., y esto era horrible.
Fue Krane quien expresó este pensamiento.
-Es la definición que Arthur Machen hizo del mal verdadero -susurró-. Cuando una rosa comienza a cantar de pronto.
-¡Al diablo con eso! -Lou Avery salió apresurado de su oficina particular, de un solo salto-. ¡El mundo ha enloquecido y usted se queda ahí parado, hablando como un tonto!
Sheldon sonrió. Al menos quedaba algo a lo que podía aferrarse: Lou Avery no había perdido el valor.
-¡Sheldon! -exclamó el redactor-. ¡Deshágase de ese idiota y dígame lo que haya dicho Krane!
-Éste es Krane -contestó Sheldon.
-¡Excelente! Venga aquí inmediatamente.
La puerta de la oficina se cerró tras de ellos y permanecieron en un silencio relativo.
-¿Sucedió algo mientras estuve fuera? -preguntó Sheldon.
-¡Ya lo creo, hijo! -y Avery señaló a un montón de papeles que estaban desordenados sobre su escrltorio-. Las cosas están sucediendo rápidamente..., demasiado rápidamente.
"No es algo local, hemos recibido despachos de la AP de Londres, Río y Singapur.
"Lo que está sucediendo en esta ciudad también es terrible. Los hornos están ardiendo e iniciando incendios. Hay problemas en las estaciones de bomberos: no han podido sacar los camiones. Envié a Donovan al Palacio Municipal para que intente obtener una entrevista con el Presidente.
"Hay demasiados accidentes extraños, demasiados... -Avery guardó silencio mientras su mano tomaba el lápiz y comenzaba a golpearlo contra el escritorio-. Y eso no es todo. La radio se ha descompuesto, me imagino que ya saben eso. Supongo que lo que sigue es el teletipo. La compañía de teléfonos ha anulado todas las llamadas en el interior de la ciudad, pero no ha dado ninguna razón para ello. Tengo a Aggie en el escritorio de allá afuera tratando de comunicarse con Washington."
-¿Con Washington? Nosotros escuchamos un anuncio sobre un estado nacional de emergencia cuando la radio comenzó a fallar -interpuso Krane.
-Sí, a eso iba. Eso es lo que anunciaron, así como algo sobre desórdenes en las propiedades de la marina, pero yo tengo datos reales y no son nada halagüeños -siguió dando golpecitos con el lápiz-. Están desapareciendo cañones y tanques de los arsenales de la marina y del ejército. Ha habido unidades motorizadas que han penetrado en los almacenes de Fort Dix. También han estado despegando aviones -Avery sonrió con desgano-. ¿Pueden creer que sea yo quien está diciendo estas cosas? Pero lo juro, eso es lo que han reportado... ¡aviones y tanques que se escapan! ¡Ya lo creo que es una emergencia!, aunque no podemos poner eso en el periódico, ¿no es verdad?
La puerta se abrió y nuevamente entró Pete Hendricks. Traía en la mano un periódico. Lo extendió, con el rostro vuelto a un lado. Avery le arrebató la copia recién impresa de la mano que temblaba visiblemente.
-¿Es la última extra? ¡Excelente! -un instante después su voz se elevó, arrebatada e indignada-: Por todos los...
Sheldon y Krane se pusieron a su espalda y leyeron sobre su hombro:
"Descomposturas mecánicas trastornan la ciudad", anunciaba el encabezado.
Debajo de él, en una sola columna de doce cuadratines, se relataba la historia que anunciaba.
Leyeron las primeras líneas:
-Lo sorprendente de este día de abajo peligro conductores aconsejó control de hornos emergencia pla pla Lodan cazFortettttsten ha haDbooootGla ezplazazak; klkkkk .10 Ha prevalllllha...
Hendrícks fue el primero en hablar, aunque su voz era apenas audible.
-Nosotros la empezamos, las prensas no pueden detenerse, pero fuimos nosotros quienes las pusimos en marcha. Lo hicimos correctamente, Louis Fisher está muerto, lo alcanzaron. Fue entonces cuando los camiones de carga se lanzaron; luego nosotros nos encerramos y ellos trataron de arrancar las puertas, Louis está muerto. Nosotros las pusimos en marcha, no podían detenerse, pero imprimieron disparates. ¿Lo ven? Imprimieron disparates..., y no voy a decirles lo que le pasó a Arch. Las prensas no se detuvieron ni siquiera entonces, siguieron triturando y la redacción está toda enrojecida..., ¡está toda roja! ¡Se los estoy diciendo!
Avery no lo escuchó, no lo vio cómo salió tropezando; siguió con los ojos fijos sobre el revoltijo impreso en el periódico. Luego el lápiz comenzó a golpear rítmicamente una vez más.
-Ya saben lo que esto significa -susurró-. Las máquinas de escribir, los teletipos y los teléfonos se han descompuesto; lo mismo que las prensas y la radio. Esto significa que todas las líneas de comunicación han sido anuladas.
"¿Lo entienden? Estamos aislados en este mundo, todos nosotros. Aislados y sin comunicaciones. Supongo que la oficina de correos tampoco funciona. Las máquinas franqueadoras descompuestas; sin autos para la repartición de la correspondencia, ni trenes, ni aviones. Estamos aislados y comienza la batalla -Avery se puso en pie y en vez de golpear el escritorio con el lápiz comenzó a hacerlo con el puño-. ¡Pero, por todos los santos! ¡Podemos intentar hacer algo! -murmuró-. Voy a utilizar una prensa manual si es necesario. Tenemos que sacar una edición para advertírselo a la gente."
-¿Advertirle qué? -preguntó Sheldon.
-Para decirles por qué deben destruir las cosas, a las máquinas; que deben desconectar todos los alambres, cortar los cables, apagar todas las fuentes de energía, eléctrica o motora. Que deben vaciar todas las bombas de gasolina antes de que los automóviles puedan usarlas, y que desinflen las llantas.
"¡Todavía queda algo de tiempo! Esas cosas... no pueden haberse organizado todavía, andan corriendo como locas, pero no han iniciado ninguna ofensiva.
"¡Si tan sólo tuviéramos alguna orden de Washington! ¡Maldita sea! Le dije a Aggie desde hace media hora que se comunicara -Avery oprimió el timbre con firmeza-. La comunicación interna debe estar muerta también -gruñó.
Pero no lo estaba.
Una voz metálica sacudió la caja negra. Estaba compuesta de sílabas inteligibles, o más bien, por la repetición de una sílaba, pero el tono era ultravocal. La repetición mecánica del sonido era dura, rasposa y sin sentido. La voz repetía una y otra vez en forma incesante:
-¡Ja ja, jaja. Ja ja. Ja ja, jaja!
-¡Aggie!
Avery abrió violentamente la puerta de la oficina y se encontró con que la Oficina exterior estaba vacía. 
-¡Grandísimos imbéciles! ¡Hendricks debe habérselo dicho y todos escaparon!
Los escritorios permanecían abandonados. Las máquinas de escribir tenían las teclas enredadas después del movimiento errático de que habían sido presas. Los teléfonos estaban enmudecidos. Avery caminó por entre los escritorios solitarios hacia el conmutador.
Una chica estaba sentada ahí, con los codos recargados y los auriculares puestos sobre las orejas.
-¡Aggie! ¡Despierta!
Avery la sacudió.
La chica se inclinó hacia un lado y después quedó colgando, inerte, como si fuera un títere sostenido por las cuerdas de los auriculares. Éstos estaban presionados firmemente contra la cabeza..., demasiado firmemente encajados. Por debajo de las orejas corría un hilillo rojo.
-¡Le destrozaron el cráneo! -susurró Avery-. ¡La mantuvieron ahí y le destrozaron el cráneo hasta matarla!
Krane suspiró:
-Entonces ha sucedido. Es demasiado tarde para tomar cualquier medida...; en el propósito encontraron su organización. Ya no se dejarán destruir porque se han lanzado a destruirnos.
Los dedos agitados de Avery tocaron el conmutador. En el silencio de la oficina resonó un chillido agudo, metálico:
-¡Ja jaja. Ja ja ja ja. Jaja ja!


Capítulo IV

MUERTE SOBRE RUEDAS

-Estamos haciendo todo lo que podemos -el jefe extendió las manos regordetas en un gesto de impotencia para luego unirlas en otro de resolución que en ese mo mento no pareció melodramático-. Tengo a todos mis hombres afuera, con la orden de establecer un grupo de cinco comisarios-emisarios que nos mantengan informados aquí. Hay oficinistas afuera que están corroborando todos los informes que nos llegan.
"Estamos dando todos los datos que podemos; se están celebrando reuniones en las oficinas de la Legión y en los cuarteles y oficinas de la Guardia Nacional. La Cruz Roja está cooperando también con nosotros, al igual que el Departamento de Bomberos. No tienen nada con qué trabajar y, hasta ahora, los incendios son locales. Estoy preparando listas y mapas."
-¿Cuál es el plan? -preguntó Avery.
-Tan pronto como tenga los suficientes hombres, nos pondremos en marcha. El primer objetivo será apoderarnos de las fuentes de energía. Por supuesto, encontraremos oposición, pero tendremos que destruir todas las máquinas, oficiales y no oficiales.
"Luego quiero una brigada de tiradores, de preferencia con revólveres. No quiero tener que recurrir a los rifles. Tenemos que apoderarnos de los automóviles, ya que ahora están atacando por las banquetas también."
Sheldon asintió con un movimiento de cabeza.
-Vimos a un pelotón que salía del estacionamiento cuando bajamos; se veían muy decididos.
Las manos regordetas se elevaron indecisas.
-No sé qué acción tomar después de esto, ¿quién podría decir qué es lo mejor? Supongo que sería conveniente establecer trabajos de brigada de casa en casa. Destruir primeramente todas las tomas de electricidad, luego las estufas, las tuberías. Claro, todo esto representará el pánico, y más tarde epidemias; pero o aceptamos este riesgo o pereceremos, esa es mi opinión.
-Asígnenos algún trabajo -sugirió Avery.
-Déjeme ver -el índice achatado del jefe recorrió la lista que tenia sobre el escritorio-. Aquí hay algo, en la terminal de autobuses. En el garaje hay casi una docena de unidades transcontinentales, revisadas y listas para ponerse en marcha -garrapateó el domicilio-. Su trabajo será evitar que salgan. Consiga algunas barras en la oficina de abastecimiento que está al final del corredor. Vea si puede reunir algunos hombres por el camino. Entre y desinfle las llantas, destruya los radiadores si no puede llegar hasta los motores. Procure, a toda costa, que las malditas unidades no lleguen a la calle; y luego hágase cargo del lugar e infórmeme inmediatamente. ¡Buena suerte!
-¡Ya lo creo que la necesitamos!
Fue Krane el que expresó este pensamiento cinco minutos más tarde, cuando los tres hombres se detuvieron un instante en la entrada, preparándose para salir a la calle.
Había anochecido y la oscuridad era un aliado más para intensificar la locura. La multitud era barrida por olas de pánico mientras era observada por la mirada parpadeante y errática de los semáforos y las múltiples retinas brillantes de los anuncios de neón. Las luces parpadeaban a una velocidad anormal y la multitud se apresuraba al ritmo acelerado de un carrete de película que hubiera perdido todo control.
Sheldon y sus dos compañeros se pusieron las barras metálicas al hombro y caminaron rápidamente. El espectáculo que ofrecían era incongruente: Sheldon, esbelto; Avery, pequeño y regordete, y Krane, de pelo cano, que marchaban calle abajo, con las barras reposando en los hombros.
Pero nadie parecía percatarse de ello y a nadie parecía importarle. La gente había dejado de ver si los demás estaban ocupados en observar a las cosas.
Las cosas hacían resonar bocinas y rechinar ruedas, tenían luces brillantes y cegadoras, se arrastraban por las calles mientras sus motores ronroneaban suavemente...; luego se adelantaban velozmente, como motores acelerados al máximo. Había cosas que husmeaban en los callejones y saltaban sobre cualquiera que pasara; cosas que corrían hacia adelante y hacia atrás y que hacían caso omiso de los cruces y las banquetas.
El ruido era ensordecedor: bocinas, engranes y rugidos de motores que se elevaban en un clamor incesante realzado por choques peligrosos cuando los autos se lanzaban hacia adelante para estrellarse contra las tiendas o abatirse sobre escaleras y puentes.
Los habitantes, que estaban amenazados por esta inundación mecánica, luchaban por tratar de no quedar aplastados bajo ellos.
-¿Por qué no se meten a sus casas? -preguntó Krane.
-¿Y perecer quemados por sus estufas? ¿Y que los hornos los carbonicen en sus lechos? -contestó Avery-. Vengan por aquí, parece que por aquí está mejor.
El callejón estaba oscuro. Lo recorrieron rápidamente y al salir a la siguiente calle se detuvieron, indecisos. 
-No podemos atravesar -exclamó Avery-. Hay demasiados automóviles.
Un nuevo grupo de autos salió del extremo más lejano de la calle, precedido por las siluetas veloces de las gentes que huían de ellos. Shelton se quedó mirando los motores sonrientes de los sedanes flanqueados por un malévolo auto de carreras. Frente a ellos apareció un camión de carga que había escapado.
Se produjo una confusión de cuerpos metálicos entrelazados y ruedas que giraban. Del montón de autos se elevaron gemidos que casi expresaban dolor.
-Ahora podemos cruzar -dijo Sheldon-. Síganme.
Los tres se lanzaron hacia la entrada del callejón que quedaba un poco más adelante y lo lograron. 
-Sólo nos queda una calle -dijo Avery indicando la hoja del domicilio.
Se apresuraron más todavía y a la salida del callejón se encontraron nuevamente con luces y ruidos.
-¡Ahí está!
Al otro lado de la calle estaba el edificio enorme y gris de la terminal de autobuses. Al otro lado estaba uno más que no estaba iluminado, en sus enormes puertas dobles estaba escrito el nombre del garaje en cuestión. El abultamiento de las puertas y el estruendo de las baterías les reveló que estaban luchando por abrirlas desde dentro. 
-Son los autobuses -murmuró Avery.
-Necesitamos ayuda -declaró Sheldon-. ¿Recuerdan que nos dijeron que reuniéramos a algunos hombres?
-Veamos a esa multitud -dijo Avery.
La multitud estaba del otro lado de la calle, amontonada dentro de la seguridad relativa que les ofrecía el edificio de la terminal de autobuses, dejando la avenida desierta a los automóviles que pasaban.
-Vayamos allá -dijo Avery.
Dieron un salto repentino atrás al ver venir una camioneta por la banqueta.
-No nos vio -murmuró Krane; luego hizo una pausa y frunció el ceño-. Estoy comenzando a sentirlo -confesó.
Avery no estaba escuchando, estaba mirando fijamente a la camioneta.
-Se está deteniendo -dijo-. Debe habérsele terminado la gasolina.
El motor tosió y produjo sonidos ahogados en medio del clamor general.
-Es cierto -dijo Sheldon.
Avery los condujo hasta la camioneta.
-Quizá haya dentro algo que podamos usar -y con la barra de hierro golpeó la puerta de atrás, que se abrió al quedar roto el candado. Subió a la plataforma de carga y de pronto comenzó a reír-. ¡Es justo lo que necesitábamos! -les comunicó-. Es loza de vidrio. 
-¿Loza de vidrio?
-Por supuesto; me había estado preguntando cómo podríamos mantener libre esta zona si íbamos a iniciar un ataque contra el garaje. Esta es la solución: diseminaremos todos estos vidrios por la calle, bloquearemos ambos extremos y cualquier auto que penetre tendrá problemas con las llantas; si los autobuses salen, tendrán el mismo problema.
Trabajaron rápidamente y entre los tres llevaron cargas enormes de vasos y candelabros; abrieron bultos de loza y vaciaron todo su contenido. Afortunadamente no pasó ningún automóvil mientras efectuaban esta tarea.
-¡Listo! -dijo Avery, radiante de satisfacción-. Ahora vayamos adentro, a reunir algunos hombres.
El interior de la estación de autobuses era el vivo caos. Alguien había ideado destrozar el sistema de altavoces, pero la babel de voces se elevaba potente y la multitud se agitaba incesantemente.
Sheldon vio a los conductores tocados con gorras rojas, maldiciendo, pasajeros abandonados y temerosos que se mezclaban con un grupo que recorría las calles..., niños en edad escolar, mujeres con paquetes, dos camareras y media docena de vagos borrachos, así como un grupo de hombres de negocios aterrados, una anciana con muletas y un empleado de una tienda que vestía todavía el uniforme.
-Primeramente tratemos de imponer algo de orden.
Avery se abrió camino con los codos hasta llegar a las bancas que estaban cerca de la pared. Subió a una de ellas y se puso en pie, quedando encima de las cabezas de la multitud. Levantó la barra metálica y la dejó caer sobre el enrejado que estaba a sus espaldas. El ruido hizo que las cabezas se volvieran en su dirección y se produjo un silencio repentino.
-¡Escuchen, por favor! -comenz. El Departamento de Policía me envió para hacerme cargo de este lugar. Hay un trabajo que debemos hacer y necesitamos su ayuda.
-¡Cuidado, ya saben que estamos aquí!
-¡Al diablo con eso! ¿Qué podemos hacer? -exclamó una voz que salió de cerca de la cantina.
Avery dirigió su contestación a los rostros atemorizados que tenía delante.
-Podemos hacer algo si ustedes están dispuestos a cooperar. Todos desean irse a casa, ¿no es así? ¿Quieren ayudarnos a destruir esas máquinas? -la respuesta fue un murmullo confuso, pero Avery continuó-: Bien, entonces, síganme.
-¿Allá afuera? -preguntó la voz burlona-. ¿Cree que estamos locos? Esas máquinas nos destrozarán.
El murmullo se hizo mayor, pero Avery golpeó la barra con más fuerza para restablecer el silencio.
-Las máquinas no podrán entrar a esta calle, hemos tomado ya las medidas necesarias. Pusimos vidrios rotos por todos lados, llegan hasta la rodilla y hay suficientes para reventar cualquier llanta.
"Ahora quiero algunos hombres que deseen ayudar. Mientras están sentados por ahí lamentándose sobre peligros imaginarios, hay otro muy real que está a punto de desencadenarse frente a sus propios ojos."
-¿Sí? ¿En dónde? ¿A qué se refiere?
La barra de hierro describió una curva hacia adelante y seíaaló hacia las ventanas de la estación que daban al garaje.
-Hay una docena de autobuses dentro de ese lugar que tratan de tumbar las puertas. Entiendan esto bien, no se trata de automóviles, sino de autobuses. Son unidades transcontinentales, lo suficientemente grandes para hacer polvo estas ventanas y penetrar a este edificio, y a menos que los detengamos, ¡lo harán! -Avery hizo una pausa. El murmullo de respuesta adquirió un tono de decisión. Avery sonrió-. He aquí lo que quiero que hagan. Todos los hombres pueden ayudar. Vayan algunos de ustedes a esas paredes, verán dos hachas para incendios, cójanlas y comiencen a destrozar esas bancas. No queremos pedazos grandes; pártanlas de tal manera que sólo queden astillas. Lo que necesitamos son las bases de hierro que están a los lados.
"Luego estén listos para seguirme; vamos a entrar al garaje por esas ventanas y vamos a destrozar las llantas y los radiadores."
-¡Bravo! la voz del borracho habla cambiado de opinión.
-¡Vamos!... ¡Les enseñaremos a esas máquinas malditas quiénes son los amos! -gritó el empleado de la tienda.
En seguida todos se movilizaron, Avery le habla dado a la multitud algo que le hacía falta: un dirigente, un propósito y una dirección. La respuesta hizo que Sheldon se sintiera extrañamente orgulloso mientras supervisaba las operaciones desde la parte superior de una banca.
Estos pequeños seres humanos, tan débiles e inútiles como se les veía en las calles, cuando estaban perdidos en la corriente estruendosa de los autos..., conservaban algo todavía...: una chispa de creatividad, el genio de la organización. Ellos y otros como ellos habían construido esta ciudad, habían diseñado las máquinas que ahora se habían vuelto en contra suya. Posiblemente, entre esos hombres existía la suficiente decisión y capacidad para derrotar a las hordas que los atacaban.
Si el jefe había enviado a su personal a la ciudad, ahora el problema no sería tan grave; la gente lucharía si sólo se les decía lo que tenían que hacer.
Las máquinas tenían la potencia y destruirían; pero no podrían organizarse.
Para empezar, destruirían esos autobuses.
Los tres se encaminaron por el patio de la terminal, eran veintidós hombres en total, veintidós hombres contra doce autobuses. Al menos los superaban en número.
Sheldon puso a Avery sobre sus hombros para que estrellara una de las ventanas altas del garaje. Los demás estaban haciendo lo mismo a lo largo de la pared. 
El vidrio resonó y se abrieron boquetes negros. Del interior del garaje se escucharon golpes y rugidos constantes. Los motores se habían vuelto a ese lado, moviendo sus gigantescos cuerpos y lanzándose ciegamente contra la pesada puerta de acero de la parte delantera. Sus bocinas aullaban fuertemente.
-¡Espere un momento! -exclamó Sheldon-. Avery, no pensará ir adentro, ¿verdad?
-Por supuesto.
-¿Quiere subir en la oscuridad a esos autobuses? ¡Lo matarán!
-Alguien tiene que poner el ejemplo. Necesito una docena de hombres allá adentro y no irán a menos que yo vaya primero.
Avery se soltó, se deslizó por la orilla y en un momento los otros lo siguieron por las otras ventanas. Krane y Sheldon treparon también y este último trató de ver en la oscuridad.
El ruido había aumentado. No se podía ver nada, pero sabía que los hombres corrían entre los camiones golpeando ciegamente a las ruedas y a las llantas. Escuchó el murmullo de los furiosos tubos de escape y la explosión de vidrios rotos. Una voz exclamó: 
-¡Cuidado..., se han dado cuenta de que estamos aquí!
Se oyó un rugido. Un autobús se había lanzado contra ellos.
-¡Auxilio! ¡Estoy en un rincón, ayúdenme..., alguien...! ¡Ay!
Se escuchó un trueno ensordecedor.
Sheldon se preparó para saltar hacia abajo, en donde, en la oscuridad enloquecedora, los hombres y las maquinas luchaban ciegamente para destruirse.
-¡Avery! -llamó-. ¡Espéreme!
Luego escuchó algo. Sobre el tumulto que reinaba abajo logró discernir el sonido.
El zumbido, el gemido y el ronroneo furioso de los cielos.
-¡Aviones! -gritó-. ¡El gobierno ha enviado aviones!


Arriba, en el resplandor que emitía la ciudad, quince siluetas descendían dibujando espirales. Sheldon sonrió. 
-Estamos salvados -murmuró.
Krane sacudió la cabeza.
-¿Recuerda lo que oímos? Los aviones despegaron solos de los campos y de los arsenales desaparecieron cañones y tanques... ¡Santo cielo!
Se volvieron simultáneamente.
Calle arriba, a la izquierda, los monstruos rodaban. Las orugas gigantes de hierro que pulverizaban todo lo que se oponía a su paso.
-¡Tanques! -murmuró Krane-. Vienen a...
Pero no pudo terminar la frase.
Pareció que el infierno se había desatado en un estallido de llamas y humo. Los aeroplanos bajaron en picada, los tanques se lanzaron a la carga en un esfuerzo titánico; los cañones disparaban y se sacudían, y detrás de ellos se escuchó una tremenda explosión que derrumbó la puerta del garaje.
-¡Busque a Avery! -gimió Krane-. Ya se han organizado, es inútil tratar de detenerlas. ¡Esta es la guerra!
A Sheldon esto le pareció como si todo lo anteriormente vivido no hubiera sido más que un débil preludio de ese momento.
Los aviones bajaban en picada, las ametralladoras se revolvían para acribillar la calle y luego volvían a elevarse para descender una vez más. Los tanques disparaban desde sus torretas y de la garganta humana de la ciudad se elevó un gemido.
Los gritos eran ensordecedores y aparecieron hombres de todas partes que trataban inútilmente de escapar de la carnicería. Por doquier se oían cañonazos y disparos de fusil que producían ecos y más ecos, y con ellos, aullidos de terror.
Era un bombardeo..., la invasión..., con un objetivo único...: la vida humana..., todas las vidas humanas.
Sheldon no pensó en esto en forma consciente. Conscientemente estaba encogido sobre una barda, ocultándose de las balas que silbaban. En su consciente, era un próspero redactor que estaba en el marco de una ventana mientras que un autobús pasaba. Luego, él y Avery se arrastraron para salir al mismo tiempo que un estallido volaba la puerta del garaje y los autobuses se lanzaban hacia afuera.
Después, su consciente se perdió. Sheldon se convirtió en un cuerpo, un cuerpo que corria por las calles llameantes, que se escondía en los quicios cuando los aviones descendían y que era seguido por otras dos siluetas que corrían salvajemente en medio de un delirio increíble.


El apartamento de Krane era un santuario. Cuando menos lo fue desde el momento en que acabaron con la radio, cerraron las puertas de la cocina y el baño y cortaron el cordón del telefono. El cordón se había lanzado contra ellos como una víbora amenazadora; pero lograron desbarataria.
-Tomen asiento, descansen un momento -sugirió Krane-. Logré sacar esto de la cocina antes de que cerráramos. Supongo que tienen hambre -y señaló hacia varios alimentos que estaban amontonados sobre la mesa-. Creo que tengo un poco de whisky -y buscó en el gabinete de la pared.
Luego se sentaron en la espaciosa sala, trío extrañamente conjuntado que comía en medio de un cataclismo. Las ventanas cerradas ahogaban un poco el tumulto de la calle, pero de vez en cuando las vidrieras se sacudían ligeramente.
Krane se levantó y con una sonrisa nerviosa cerró las persianas.
-Eso debe ser un verdadero infierno -comentó-. ¿Quieren otro whisky, caballeros?
Se sentaron nuevamente, pero no se quedaron callados. Era mejor hablar, era preferible ahogar el zumbido lejano y débil.
Sheldon se sirvió otra copa.
-Tenemos que hacer planes, algún tipo de planes -sugirió-. Esos aviones y tanques están tratando de respaldar a las máq... -se detuvo y sonrió amargamente-. No quiero ni siquiera pronunciar esa palabra -confesó-. Pero es necesario que hagamos algo, debemos tratar de alejarnos de la ciudad, apartarnos de estos edificios, antes de que se organicen verdaderamente al grado de que nadie pueda escapar.
-Es cierto -Avery se puso de pie- Estamos sentados aquí conversando mientras que todo el mundo está siendo destrozado a nuestro alrededor. ¡Organicémonos! -se volvió hacia Krane y preguntó-: ¿Qué dice usted? 
Los ojos de Krane vacilaron.
-No lo sé -dijo-. No sé si tiene algún sentido que luchemos en contra de... ellas. Me parece que, de alguna manera, esto es inevitable. ¿No lo comprenden? Este no es ya nuestro mundo, les pertenece a ellas. ¿Quieren volver a la calle otra vez? ¿Desean ver otra vez esos aviones que descienden y a los tanques que se acercan rodando? ¿Quieren que los autos los persigan y que tengan ustedes que esconderse como una rata en su madriguera? Porque al fin de cuentas nos encontrarán..., eso deben saberlo ya. Lo encontrarán a usted y a mí, y a todos nosotros..., y cuando lo hagan... -las luces del apartamento parpadearon y se apagaron. La voz de Krane se elevó histérica-. ¿Lo ven? Nos están venciendo.
-¡Pamplinas! -dijo Avery burlonamente-. Eso significa que algunos de los hombres llegaron a las fuentes de energía.
-¿Lo cree usted?
Krane fue hasta la ventana, abrió las cortinas y levantó el vidrio.
-Lo han logrado -murmuró-. Han logrado organizarse, ¿no lo ven? Ahora tienen menos facilidades en la oscuridad, están prosperando.
Los tres hombres miraron hacia la oscuridad que era completa. Más allá, por debajo de ellos los límites de la ciudad estaban hundidos en una noche profunda.
-Negra como la boca de un lobo -susurró Krane.
Un toquido agitado los interrumpió.
-¿Puede llegar a la puerta? -preguntó Avery.
Krane permaneció de pie indeciso en la oscuridad.
-¿Iré a abrir? -preguntó.
-Sería mejor indagar quién es -contestó Avery.
-O qué es -dijo Krane.
Sheldon fue el que tropezando llegó a la puerta, buscó la perilla y abrió hacia la claridad mortecina del corredor. En el umbral se encontraba una silueta aterrada.
-Señor Krane..., ¿está aquí?
-Sí -le respondió el físico desde la otra parte de la habitación.
-Soy yo, Duncan, del piso de arriba. Aunque debo advertirle que los ascensores...
-¿Sí?
-¡Están subiendo cosas arriba! Carritos y algunas otras cosas del sótano. Esos montacargas de hierro están subiéndolas. Van de apartamento en apartamento tratando de derribar las puertas. Ahora están arriba, les estoy avisando a todos para que tengan tiempo de huír. Es mejor que se apresuren, se mueven sumamente aprisa!
El hombre siguió por el corredor y tocó en la síguiente puerta.
-¡Paul Revere! -rió Sheldon.
-No es gracioso -gruñó Avery-. Sabe bien lo que eso significa, están aprendiendo rápidamente. Ahora van de piso en piso buscándonos en nuestras propias casas.
-¿Nuestras casas? -se burló Krane-. Ahora son sus casas; sí, son de ellas. Son las dueñas de las calles, de los edificios, de la ciudad. ¡Les digo que ya no podemos escapar, nos encontrarán, nos buscarán hasta en el último hoyo! Se han organizado, están cooperando...
-Sí, ¡y en tanto se queda usted ahí sentado, llorando! -el tono de Avery era brusco-. Venga, vamos.
-¿Adónde? ¿Y cómo?
-Aquí mismo. ¿Hay un hacha de incendios en este corredor?
-¿Qué piensa hacer?
Sheldon y Krane siguieron al hombrecito. Tentalearon por las paredes en la oscuridad del corredor y finalmente Avery encontró una caja de vidrio, levantó el puño y se escuchó un tintineo.
-Excelente, encontré el hacha.
-Pero...
Avery se volvió guiándose por la pared interna.
-Aquí está la puerta del ascensor. Sheldon, ayúdame a abrirla.
-Pero el ascensor debe estar arriba.
-Lo sé, voy a cortar los cables, ¿comprendes? Quiero que el ascensor caiga para que los carros manuales no puedan bajar, los aislaremos allá arriba.
-No se pueden ver los cables -objetó Krane-. Se caerá por el hueco.
-Yo estoy bien. Escucha, Sheldon, sujétame por la cintura. Voy a inclinarme un poco, creo que acabo de tocar el de la izquierda con el hacha.
La voz ahogada de Avery produjo un eco en el cubo del ascensor y Sheldon se sujetó de la orilla del piso mientras que sostenía a su compañero por el cuello.
-Con cuidado, con cuidado. ¡Ya está!
Meció el hacha y golpeó. Se escuchó un sonido y repitió el golpe.
-¡Está cediendo!
Nuevamente, Avery respiró profundamente al impulsar el hacha.
-Una vez más.
Arriba se escuchó un ruido potente, golpearon unas puertas y se oyó un zumbido.
-Avery..., se han dado cuenta... ¡Van a bajar! 
-Sólo una vez más.
-!Avery! -el zumbido aumentó hasta convertirse en un rugido. El hacha cortó el cable y lo separó con un chasquido. Sheldon sacó a su compañero en el instante en que el cuarto negro era lanzado hacia abajo. Pero era demasiado tarde.
El ascensor, al caer, cogió a Avery por la cabeza y los hombros, se inclinó silenciosamente hacia adelante y un instante después pasaba violentamente llevándose debajo su cuerpo.
Abajo se oyó una explosión, el chirrido del metal retorcido y deformado..., y luego, silencio.
Sin pronunciar una palabra, Krane y Sheldon volvieron tambaleantes al apartamento, cerraron la puerta y lenta y metódicamente comenzaron a empujar los muebles y a colocarlos delante de ella.
Estaban levantando una barricada.


Capítulo V

¡AMOS METALICOS!

La aurora llegó silenciosamente, demasiado silenciosamente, ya que la quietud y la calma que reinaban en la ciudad eran sinónimo de muerte.
Los dos hombres estaban sentados a un lado de la mesa con los rostros cenizos, como si no tuvieran una chispa de vida.
-¿Por qué? -murmuró Sheldon-. ¡Si sólo supiéramos por qué! ¿Qué propósito podrian tener al destruirnos?
-Está sucediendo -contestó Krane encogiéndose de hombros-. Llámele evolución, una evolución inevitable. El destino del hombre es morir; este mundo que construímos con tanto orgullo estaba destinado a las máquinas, no a los hombres.
Krane se puso en pie sonriendo.
-¿O será para el hombre? -continuó diciendo-. Es posible que haya alguna clave. Sí, puede ser..., y creo que sé por qué.
Se dirigió a la puerta y comenzó a quitar los muebles que habían amontonado.
-¡Krane...! ¿Qué está haciendo?
-Espere..., se me ha ocurrido una idea, quizá sea una revelación. Acuéstese, Sheldon, descanse un poco. Aquí estará seguro hasta que regrese, creo que para entonces le tendré algunas noticias, espero que sí.
La alta silueta del hombre se deslizó silenciosamente fuera de la habitación.
El periodista se acostó en el sofá..., ¡estaba tan suave! Seria mejor que cerrara los ojos un momento, todo estaba en silencio. En silencio...
Instantes después la quietud quedó turbada por una serie de sonidos ahogados... Sheldon estaba roncando. 
Nunca supo cuánto tiempo había dormido. Cuando despertó vio que era el atardecer y que Krane estaba en la habitación. Cuando Sheldon se sentó, el rostro blancuzco lo observaba con una sonrisa curiosa.
-¿Ya despertó? ¡Muy bien! ¡Le tengo noticias, noticias maravillosas!
-¿Qué sucedió? ¿Lograron organizarse finalmente? ¿Están destruyendo a las máquinas?
-Le aseguro que lo que sucede es totalmente lo contrario. La resistencia humana está casi en su último nivel. Ellas..., las máquinas..., han realizado un trabajo sorprendente al derrotar al enemigo.
-¿Enemigo?
-Bueno, digamos que podemos aplicarle este término. Después de todo, es mejor que seamos realistas respecto a este asunto. Las máquinas están al mando y no podemos negar ese hecho. Dicen que en unos cuantos días no habrá ni la más pequeña oportunidad de que el hombre sobreviva.
-¿Ellas dicen? ¿Quiénes ellas?
La sonrisa de Krane se hizo más profunda.
-He estado conversando con ellas, Sheldon. Es por eso que salí..., para hablar con ellas..., para negociar.
-¿Está usted loco?
-Estoy en mí sano juicio, se lo aseguro. En mi sano juicio y estoy siendo realista, por eso es que me decidí a hacerlo.
Krane camínó hasta la ventana y luego se volvió.
-Después de todo, lo importante es que usted y yo deseamos vivir, ¿no es cierto? Y creí que podíamos ofrecerles una propuesta, una especie de arreglo favorable en el que pudieran interesarse. Estaba en lo correcto.
-Pero no lo comprendo... ¿Dice que habló con ellas?
-Sí, por teléfono, por supuesto. Esa fue la idea que se me ocurrió, el teléfono debe ser ahora un dispositivo de escucha con vida mecánica. También es capaz de responder utilizando vibraciones de sonidos que quedaron previamente atrapadas dentro de su alcance. Algo así como la forma en que la radio reproduce las distorsiones de programas anteriores.
"Fui al teléfono que estaba abajo, los alambres no estaban cortados, de manera que pude hacer la llamada. Al principio sólo timbró, luego gritó; pero yo seguí insistiendo. Luego pude hablar con... ellas.
"No me respondieron inmediatamente, por lo que volví a expresar mi proposición. La voz, que en realidad no era una voz, sólo un zumbido formado por palabras y formas fonéticas seleccionadas rápidamente y al azar, dijo que aunque no podía hablar por las demás, le parecía que era una proposición aceptable.
"Le dije que saldría a poner en ejecución mi plan, que luego la llamaría y le preguntaría qué habían decidido. Así lo hice y cuando regresé aquí, el teléfono dijo que sí. De manera que ahora estamos tranquilos, ¡usted y yo! Como le dije, debemos ser realistas. Las máquinas están triunfando, en realidad, ya lo han hecho. Dentro de muy pocas horas la raza humana será incapaz de reaccionar en absoluto. 
"¡Ah!, lo sé, los granjeros, los campesinos, los primitivos podrán sobrevivir durante algún tiempo; pero no durante mucho. Porque las máquinas los buscarán, no importa si se trata de hacerlo en montañas, selvas o valles, los buscarán por todas partes. Nadie podrá luchar más. 
"Sólo quedarán las máquinas. Luego principiará el verdadero problema. Traté de descubrir qué planes tienen, si es que los tienen. El teléfono fue muy suspicaz a esto, no quiso decirme nada. Hablé sobre el futuro, sobre el tipo de mundo que les quedaría a las máquinas. ¡Que pensaran en los peligros que una sola tormenta podía acarrearles si los enmohecía! ¿Quién construiría nuevas máquinas y repararía las partes usadas? ¿Quién les proporcionaría las materias primas? Nos necesitan a nosotros."
-¿Y luego? -murmuró Sheldon, pero presentía lo que le iba a decir, lo leyó en los ojos huidizos y en la sonrisa avergonzada.
-Y luego les hice mi proposición: que nos dejaran vivir a usted y a mí, junto con un grupo que yo seleccionaría. Sobreviviriamos y actuaríamos... como custodios, podríamos decir, o como guardianes.
-¡Como sirvientes, dirá!
-¿Por qué se fija en meras palabras, Sheldon? Muy bien, seríamos sirvientes, si así quiere llamarle a eso la verdad, sirvientes de las máquinas; pero sobreviviríamos. No nos matarán entonces. ¡Piense en la potencia que podríamos controlar! -Krane golpeó la mesa con el puño-. Le dije a Duncan, el de arriba, y a otra docena de hombres más. Están de acuerdo conmigo, los envié abajo a esperar. Quedé en telefonear en unos momentos para darles la decisión final, después nos podemos poner a trabajar -hizo una pausa y se adaró la garganta-. Por supuesto, esto no será muy agradable al principio.
-¿Qué quiere decir?
-Es que..., bien..., tuve que hacer ciertas concesiones respecto a la iniciación de nuestro trabajo. Verá, nunca estaremos totalmente seguros, ninguno de nosotros, hasta que el resto del... enemigo... sea exterminado. De manera que creí necesario sugerir que quizá podríamos organizar a las máquinas para apresurar el proceso de eliminación. Esa es una de las ciáusulas de nuestro acuerdo.
Sheldon lo miró incrédulamente.
-¡Asesino!
-Las palabras carecen de sentido ahora, Sheldon -de pronto el tono de su voz se alteró y se redujo a un murmullo febril-. Quizá sea eso; pero, Sheldon, si tan sólo pudiera ver lo que está sucediendo abajo. Yo estuve afuera todo el día y, ¡si viera lo que he visto! Los cuerpos están encimados en altos montones, ¡muy altos, Sheldon! Están rastreando por todas las casas y los edificios de oficinas. Los tanques son algo espantoso y los automóviles siguen corriendo. No hay barricadas que los detengan. Hay un incendio en el centro que debe haber matado por lo menos a cien mil gentes, y todavia no se ha consumido.
"¡Si tan sólo pudiera verlos corriendo sin tener un lugar adónde ir! O si pudiera oír sus gritos cuando las patrullas se acercan, ¿sabe?, las patrullas tienen ametralladoras.
"Eso es todo, Sheldon. Podemos triunfar, no nos queda otra salida -Krane se acercó a la puerta-. ¡Contésteme! Allá abajo están esperando mi llamada y yo le estoy suplicando que venga con nosotros. Si no lo hace, lo matarán como a los demás."
Sheldon sacudió la cabeza negativamente.
Krane se encogió de hombros, levantó la mano para coger la perilla de la puerta y la abrió bruscamente. Debió baber intuido la respuesta de Sheldon y había previsto un plan para ello.
En el umbral de la puerta estaba un montacargas esperando.
Luego se lanzó sobre él.
Sheldon vio cómo se acercaba con todas sus fuerzas sobre las ruedas de hierro que zumbaban y alzando los brazos de carga. Dio un salto para engancharlo contra la pared.
Sheldon saltó hacia un lado y el montacargas lo siguió. Alcanzó a ver el rostro histérico de Krane que permanecía al lado de la puerta.
-¡Acaba con él! -gritó Krane; aterrado, Sheldon comprendió que se dirigía al montacargas, como si estuviera hablando con otro ser humano.
Sheldon dio un salto bacía el sofá, el montacargas dio la vuelta y avanzó rápidamente. Rezumbó sobre su cabeza moviéndose incesantemente en su persecución. 
Sheldon se buscó en el saco. Era extraño, no lo había usado desde que el jefe se lo dio la noche anterior en el almacén. No le ayudaría contra el montacargas.
Pero contra el enemigo sonriente que estaba en el umbral...
-¡Sheldon..., deténgase..., no lo haga!
Krane lo vio en su mano.
Pero Sheldon no hizo caso, apuntó el revólver y disparó una bala hacia la frente de Krane.
Es decir, esa era su intención; pero el montacargas al chocar contra el sofá lo lanzó hacia un lado.
El disparo salió hacia otro lado y el revólver saltó de la mano de Sheldon.
Brincó justo a tiempo en el instante en que el montacargas chocaba nuevamente contra el sofá caído, al tratar de llegar a la puerta. Krane se detuvo, recogió el revólver y gritó en dirección del monstruo ruidoso.
-¡Mátelo! ¡Vamos, acabe con él!
El montacargas obedeció, el periodista cogió a Krane por la muñeca y luchó con él mientras las ruedas de acero se acercaban hacia ellos. Krane le puso la pistola sobre el pecho.
Luego movió los dedos.
Con un gemido, Sheldon lanzó su cuerpo hacia adelante. Krane resbaló y cayó directamente entre las ruedas del montacargas.
Las ruedas pasaron sin detenerse sobre el cuerpo que se retorcía. Y mientras Sheldon corría sollozando por el pasillo, las ruedas siguieron girando teñidas de rojo. 


El periodista recordaba muy poco de la forma en que escapó en medio del caos. Dos veces se hizo pasar por muercito cuando las patrullas de tanques pasaron por la calle por la que él huía. Comió en algún momento, tendido bajo un carro volcado; pero casi lo único que hizo fue correr.
Corrió por las calles desiertas jadeando al pasar por entre casas incendiadas, escondiéndose tras los anuncios cuando los autos pasaban cerca..., alejándose del horrible delirio.
Había cuerpos por todas partes, formas dispersas que yacían sobre las aceras, las cunetas, arrodillados en los umbrales o colgando inertes sobre las cercas.
De algunos edificios se escuchaba todavia el eco de voces y sobre ellos resaltaba el ronroneo triturador y los rugidos de los perseguidores.
Las máquinas iban ahora de casa en casa, y en esos lugares lo que quedaba de la humanidad proseguía su lucha.
Sheldon siguió corriendo. Esas vivencias volvían en forma de relámpagos; pero entre unas y otras todo estaba oscurecido por el pánico.
Para cuando llegó al río, ya no lograba razonar. Nadó automáticamente, se tuvo que hundir dos veces cuando vio aparecer sobre las aguas negras a un bote. 
Cuando llegó a la otra orilla, Sheldon siguió corriendo.
Continuó hasta que cayó al lado de un camino, totalmente exhausto. Cuando despertó empezó nuevamente a correr.
Fue así como perdió todo sentido del tiempo, así y con la fiebre. Debió haber estado enfermo durante días en una granja abandonada. Nunca supo cómo había logrado bombear agua y cuidarse.
Cuando se recuperó estaba débil, aunque no tanto que no recordara las precauciones que debía tomar. Mantuvo las luces apagadas y nunca salió; sus oídos escuchaban con suma atención a cualquier ruido de máquinas que pudieran pasar por el camino. Una tarde se acercaron unos camiones de carga y él se escondió en el desván. No lo molestaron durante todas las horas que estuvieron allí; sabía que algo habla pasado por la casa porque las escaleras posteriores habían sido destruidas y había grasa en el piso del corredor.
Pero después de eso, tuvo una especie de recaída que duró varias semanas. Físicamente estaba bien, mató y comió gallinas, y logró escurrirse en las noches para regar un jardín de verduras. Pero no podía razonar correctamente.
No salió de la granja durante varías semanas. Por una razón u otra había perdido su curíosidad, no buscó vecinos ni intentó descubrir lo que había sucedido con los habitantes de ese lugar. ¿Para qué hacerlo? De todas maneras, ya conocía la respuesta.
Cuando llegó el otoño logró controlarse por fin. Tendría que encararse de nuevo a la realidad y pensar en el futuro.
Fue entonces cuando decidió regresar sigflosamente a la ciudad para echar un vistazo.
Había observado una ausencia total de tráfico durante varias semanas atrás, tanto en el camino como en el cielo. No había autos ni aviones, nada que rodara, volara o se arrastrara.
Quizá algo había sucedido; quizá las máquinas se habían agotado. Posiblemente las tormentas las hablan enmohecido y, puesto que no podían autorrepararse, volver a cargarse o aceitarse...
De cualquier manera, era algo que debía investigar. Quizá había algunos otros supervivientes. Por supuesto, debía haber algunos..., muchos quizá, hombres y mujeres que hubiesen tenido tanta suerte como él.
De manera que Sheldon regresó.


El viaje de retorno lo hizo lentamente por un camino solitario. Ahora era imposible pedirle a alguien con el dedo un "aventón". Caminó despacio y su silueta solitaria era algo extraña vestida con el pantalón vaquero que había encontrado en un closet de la granja. Llevaba un saco a la espalda, la carga tradicional de la necesidad. Posiblemente tuviera que regresar a la granja, y si así era, tendría que recoger cerillas, velas, un cuchillo, pegamento; había hecho una lista, sintiéndose como un Robinson Crusoe.
No había ninguna señal de vida, ni siquiera había visto pájaros. Los campos parecían extraños, sin ganado que pastara en ellos. Ahora caminaba en una nueva pesadilla, un sueño de desolación.
En realidad, no lo comprendió hasta que vio la silueta de la ciudad en el horizonte, un horizonte extrañamente limpio. Entonces lo comprendió, entonces se elevó realmente la soledad hasta rodearlo por vez primera.
No había humo, ni ruido, ni luces, ni nada que se moviera. No había vida, y Sheldon se encontraba completamente solo.
Se dirigió al puente solitario caminando con lentitud; era casi inútil cruzarlo, sabía lo que encontraría. Las calles llenas de esqueletos, esqueletos de hombres y máquinas.
Había adivinado la verdad. Cuando vio la ciudad lo comprendió. Las máquinas habían destruido y luego habían sido destruidas. Era la idea de Krane: no podían sobrevivir sin quien las atendiera.
Algo apareció en el consciente de Sheldon. ¿De qué se trataba ahora? ¿Y suponiendo que él fuera el único superviviente? ¿El único hombre con vida?
Vivo en un mundo de muerte. Vivo en una tumba gigantesca que era la tierra.
Observó nuevamente la ciudad desde el otro lado del puente. ¿Para qué ir? ¿Para qué molestarse? ¿Qué importaba si él era el último? Por debajo del puente corría agua, era fresca y oscura.
Se acercó a la balaustrada del puente y miró hacin el agua. No quería ver la ciudad ni pensar en ella. 
-No salte.
Pero Sheldon saltó. Brincó hacia atrás asustado por ese sonido poco familiar; el de una voz..., una voz humana. 
Luego vio al hombre que estaba tendido con la cabeza recargada sobre el barandal. Era un hombre anciano, cansado, que tenía la barba gris y vestía andrajos; pero al ver su rostro arrugado y los ojos fatigados, el corazón de Sheldon dio un vuelco.
Estaba vivo, eso era lo extraño.
Sheldon se dirigió a él.
Una mano se elevó, una garra delgada y huesuda que se extendió por debajo de la manga deshilachada del saco raído.
Sheldon la estrechó.
-Qué extraño volver a estrechar una mano -susurró el anciano-. Eso es lo que más deseaba. Sentir la carne humana viva contra la mía.
Sheldon no respondió, algo se anudaba en su garganta.
El hombre rió de pronto, las carcajadas hicieron que le doliera la garganta.
-Supongo que es usted el doctor Livingstone -rió burlonamente.
El rostro de Sheldon sonrió con desgano.
-Soy Dick Sheldon, antiguamente con el Morning Press.
El anciano volvió a carcajearse.
-Sí, lo sé, lo reconocí.
-¿Me reconoció?
-Usted me hizo una entrevista una vez. Soy George Piedmont.
-Piedmont..., el banquero -Sheldon pronunció con incredulidad el nombre del semifabuloso multimillonario.
-No me mire de esa manera, es verdad; pero ahora ya nada importa, ¿no es cierto? Ya nada importa.
Sheldon tenía que hacerle una pregunta.
-¿Qué sucedió allá, en la ciudad?
El anciano se recargó nuevamente con expresión de dolor sobre el barandal del puente. Se puso en pie con lentitud y caminó un poco con la cabeza baja. La mano huesuda hizo un gesto en dirección de los rascacielos vacíos que se elevaban a la distancia.
-Todo ha concluido -murmuró-. No queda nada. Fueron recorriendo casa por casa.
-¿Pero qué están haciendo ahora?
Las carcajadas ahogadas se elevaron nuevamente mientras agitaba un dedo triunfalmente.
-¡Eso es lo mejor de todo, Sheldon! Los conquistadores se han convertido en conquistados. Así es como pude salir, porque en el mes pasado, las máquinas se han estado apagando.
"Algo les sucedió a los teléfonos y a las fuentes de energía eléctrica. Enredaron sus propias comunicaciones, la radio murió también al no tener a alguien que manejara los controles. Los automóviles gastaron toda la gasolina y el aceite, las fábricas están totalmente muertas; las tormentas han enmohecido y podrido el mecanismo que está en las calles. ¡Oh! Hay otros muertos en la ciudad además de los seres humanos, y esto es lo mismo en todo el mundo."
-¿Cómo logró escapar? -preguntó Sheldon-. Y usted precisamente.
El hombre volvió a reir.
-Eso es lo más inconcebible, ¿no lo cree? ¡Un multimillonario en andrajos! Yo estaba en el banco cuando se abrieron las cajas de seguridad y sonaron las alarmas contra robos, las cajas registradoras se abrieron y el suelo voló. Había cuarenta millones en las bóvedas, listos para que alguien se los llevara, pero, ¿quién quería dinero? 
"Y ahí estaba yo en el banco, totalmente solo. Por fortuna tengo buenas provisiones en el departamento de arriba. Las arrastré conmigo y me oculté en mi retiro." 
-¿Pero cómo logró escapar? -inquirió Sheldon. 
-Esa es la mejor broma de todas, ¿sabe lo que hice? Me llevé todas mis raciones y me encerré en una de las bóvedas del banco -las carcajadas de Piedmont se ahogaron en una serie de espasmos dolorosos-. Cuando salí todo había terminado. No pude soportar lo que veía y por eso me arrastré, para alejarme. No voy a durar mucho tiempo, lo sé.
Sheldon guardó silencio.
-Será el último hombre..., quizá. 
-¿Qué quiere decir?
-Acérquese -el cuerpo del hombre se puso rígido con el esfuerzo-. Voy a decirle algo, algo que noté cuando cruzaba el puente. ¡Vi que salía humo del otro lado del río!
-Entonces...
-No lo sé. Pudieran ser hombres, quizá un grupo. Pensé que intentaría llegar, pero ahora sé que es demasiado tarde. No obstante, usted puede intentarlo.
-Me quedaré aquí con usted.
Piedmont sonrió.
-Yo puedo cuidarme solo -susurró-. Déjeme resolver el problema a mi manera.
Sheldon vio demasiado tarde el movimiento de la mano. Píedmont debió haber estado sosteniendo la pistola en el interior del bolsillo durante todo ese momento. La explosión se escuchó repentinamente y el banquero barbado se desplomó. Sheldon se arrodilló mientras el banquero parpadeaba y abría los labios.
-¡Adiós, último hombre! Si se encuentra con alguien... sólo dígale..., hola...
Sheldon sintió que el corazón le daba un vuelco cuando vio el humo. Se elevaba como si fuera un faro negro que le apresurara a acercarse. Caminó con mayor rapidez.
La fábrica estaba situada sobre un pequeño promontorio. El maltratado letrero indicaba el nombre de Hollinsford's en la cerca de alambre que rodeaba los enormes edificios.
Probablemente se trataba de municiones, pero en su interior había vida, o algo vivo que había encendido una hoguera.
Traspuso la cerca abierta y entró en los patios. El patio de concreto estaba desierto. No había ninguna luz en los pequeños talleres y los cobertizos para herramientas, pero adelante se veía la sección principal, donde estaban las chimeneas que proyectaban el humo.
Sheldon se acercó al alféizar de la ventana.
Trepó lentamente mientras las vibraciones ahogadas que provenían del interior de la fábrica sacudían el hierro que estaba bajo sus pies. Se elevó hasta la parte superior abierta de una ventana, hizo una pausa y miró hacia adentro.
Sus ojos ansiosos vieron los dinamos zumbantes, oyó el traqueteo de las perforadoras y la banda central de una línea de ensamblaje. Había árboles de leva, engranes, pistones, grúas que hacían rodar montacargas y transportadores que se alejaban de los altos hornos.
Deseaba ver algún hombre que estuviera trabajando, pero no había ni uno solo.
Sólo eran máquinas que se movian y giraban interminablemente siguiendo un patrón indefinido.
¿Indefinido? No, ya que la línea de ensamblaje estaba funcionando. En las varillas reposaban cuerpos plateados resplandecientes que se movían haciendo descender palancas que ponían y apretaban pernos y que agregaban partes a las formas móviles.
Los ojos de Sheldon recorrieron el interior comprendiendo la horrible realidad. Las máquinas estaban trabajando..., ¡fabricando más máquinas!
Se había convertido en una realidad. Habían descubierto finalmente la forma de sobrevivir. La fuerza vital, la inteligencia que había impulsado su animación había encontrado un camino. Ahí estaba esa línea de producción fabricando los sirvientes mecánicos, los criados de plata, los robots.
No tenían brazos, ni piernas, ni cuello. No poseían rostro ni cabeza. ¿Qué necesita una máquina sin extremidades o características humanas?
En su parte superior tenían una gran cúpula con una saliente que se proyectaba, un inyector de aceite. Abajo, los dos pares de pinzas giratorias puestas sobre extensibles. Tenían pinzas para controlar los conductos de gasolina y aceite. Para apretar pernos, para colocar ribetes, para bombear, elevar y hacer fuerza de palanca. Eran cuerpos redondos en forma de barril que tenían su mecanismo protegido con acero recubierto, y abajo, bandas de tractor y otro juego de pinzas para trepar.
Ahora esas cosas estaban terminadas para que pudieran ir a resucitar a las enmohecidas, a las vacías y a las rotas. Era todo un ejército que se arrastraba hacia el mundo para restaurar el imperio de las máquinas. Un ejército para atender la trituración y el ruido sin sentido de una civilización mecánica e inútil.
Sheldon sintió que en su pecho crecía una ira indomable. Su consciente, su fuerza vital clamaba contra este sueño frío e impersonal del futuro, un mundo sin risa y sin llanto, sin amor ni conocimiento, sin metas e ideas. 
Tenía que detenerlos de algún modo; pero, ¿cómo?
Luego recordó algo, esta había sido una fábrica de municiones, de manera que debía haber dinamita por algún lado.
Si pudiera llegar a ella y regresar...
Sheldon descendió de la escalera muy silenciosa y cautelosamente.
Y encontró algo.
Era nitroglicerina, había grandes cantidades. Uno sería suficiente, además, no podía cargar más, era todo lo que podía subir por la escalera.
Se apresuró, llegó a la parte superior de la ventana, miró hacia adentro y sus manos mantuvieron apretado el recipiente contra su pecho.
Luego oyó algo, como si algo raspara debajo de él. Con los ojos llenos de terror, Sheldon vio a la cosa salir. Venía rodando por el patio con rapidez, brillando y deslizándose sobre las bandas que la impulsaban. Después llegó a la base de la escalera y se preparó, sacó las tenazas inferiores y el robot comenzó a trepar.
Sheldon comenzó a subir también, y al hacerlo observó de pronto que todo el ruido del interior había cesado. Se había producido un silencio amenazador que lo rodeaba como si fuera una nube pesada. La línea de ensamblaje había dejado de moverse y parecía que las máquinas estaban esperando.
Siguió subiendo y sobre el hombro vio que el robot que lo seguía lanzaba hacia arriba las extremidades de hierro.
Sheldon contuvo la respiración.
Por encima de él, mirándolo sobre la orilla del techo de la fábrica, estaba otra cabeza redonda que brillaba bajo el sol y que apuntaba hacia abajo la boquilla horrorosa, como si fuera una trompa. Su aspecto era bestial, parecía un ave de rapiña, se inclinaba hacia abajo extendiendo las pinzas.
Ahora sí lo habían acorralado. No había adónde volverse, uno arriba y el otro abajo.
En el cerebro de Sheldon, un millón de corrientes conscientes convergieron en un torrente desgarrador. El hombre había construido máquinas y éstas habían destruido al hombre; no había dinero que pudiera salvarlo. El poder de la prensa no podía ayudarlo, como tampoco podían hacerlo los cañones, ni el amor. El día del hombre había llegado a su fin y las máquinas reinarían debido a que no existía un arma que pudiera lanzarse en contra suya. 
¿Ningún arma?
Había una..., la vida. La última vida sobre la tierra, esa era la única arma que el hombre poseía.
Pasaron unos segundos, pero las pinzas de abajo se habían elevado y las de arriba se proyectaban hacia abajo buscando tocarlo.
Luego Sheldon se volvió sobre la escalera cogiendo firmemente el frasco de nitroglicerina contra el pecho, miró hacia abajo y sonrió.
Después saltó.
Sheldon no llegó jamás a oír la explosión. Su último pensamiento consciente, el último pensamiento consciente de un cerebro humano en la tierra, fue el de que su cuerpo rodaba una y otra vez. Giraba constantemente como la tierra lo hacía, sin parar, entre las estrellas, como un punto diminuto en la vasta maquinaria del cosmos infinito.


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