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Las tres leyes robóticas 1. Un robot no debe dañar a un ser humano o, por su inacción, dejar que un ser humano sufra daño. 2. Un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto cuando estas órdenes están en oposición con la primera Ley. 3. Un robot debe proteger su propia existencia, hasta donde esta protección no esté en conflicto con la primera o segunda Leyes. Manual de Robótica 1 edición, año 2058

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domingo, 25 de julio de 2010

La última respuesta --- Isaac Asimov


La última respuesta
Isaac Asimov

--
Murray Templeton tenía cuarenta y cinco años, estaba en la flor de su vida, y
todas las partes de su cuerpo funcionaban en perfecto orden excepto algunas
porciones clave de sus arterias coronarias, pero eso era suficiente.
El dolor vino de pronto, ascendió hasta un punto intolerable, y luego descendió
progresivamente. Pudo sentir que su respiración se relajaba, y una especie de
bendita paz lo invadió.
No hay placer como la ausencia de dolor... inmediatamente después del dolor.
Murray sintió una ligereza casi aturdidora, como si estuviera elevándose en el aire
v flotando.
Abrió los ojos, y notó con distante regocijo que los demás que ocupaban la
habitación estaban aún agitados. Se hallaba en el laboratorio cuando el dolor le
había golpeado, casi sin advertencia, y cuando se había tambaleado había oído
gritos de sorpresa de los demás antes de que todo se desvaneciera en una
abrumadora agonía.
Ahora, con el dolor desaparecido, los demás estaban aún yendo de un lado para
otro, aún ansiosos, aún apiñándose en torno a su cuerpo caído...
...que, se dio cuenta de pronto, estaba tendido boca abajo.
Estaba ahí en el suelo, brazos y piernas abiertos, el rostro contorsionado. Y
estaba ahí de pie, en paz, observando.
Pensó: ¡milagro! Los chiflados de la vida después de la vida tenían razón.
Y aunque aquella era una forma humillante de morir para un físico ateo, apenas
sintió una ligera sorpresa, y ninguna alteración de la paz en la cual se hallaba
inmerso.
Pensó: debe de haber algún ángel –o algo– viniendo a por mí.
La escena terrestre estaba desvaneciéndose. La oscuridad iba invadiendo su
conciencia, y lejos, en la distancia, como un último vislumbre, había una figura de
luz, vagamente humana en su forma, y radiando calor.
Murray pensó: vaya broma, estoy yendo al Cielo.
Mientras pensaba esto, la luz se desvaneció pero el calor siguió. No hubo
disminución en la paz, pese a que en todo el Universo tan sólo quedaba él... y la
Voz.
La Voz dijo:
–He hecho esto tan a menudo, y sin embargo aún tengo la capacidad de sentirme
complacido con el éxito.
Murray sintió deseos de decir algo, pero no era consciente de poseer una boca,
lengua o cuerdas vocales. Pese a todo, intentó emitir un sonido. Intentó, sin boca,
susurrar palabras, o respirarlas, o simplemente impulsarlas fuera con una
contracción de... lo que fuera.
Y brotaron. Oyó su propia voz, completamente reconocible, y sus propias
palabras, infinitamente claras.
Murray preguntó:
–¿Es esto el Cielo?
La Voz le respondió:
–Este no es ningún lugar, tal como tú entiendes la palabra «lugar».
Murray se sintió azarado.
–Perdón si sueno como un estúpido, pero ¿tú eres Dios?
Sin cambiar de entonación o estropear de ninguna forma la perfección del sonido,
la Voz consiguió sonar divertida.
–Es extraño que siempre se me pregunte eso, por supuesto en un número infinito
de formas. No hay ninguna respuesta que yo pueda dar y que tú puedas
comprender. Yo soy..., lo cual es todo lo que puedo decir que sea significativo y
que tú puedas cubrir con cualquier palabra o concepto que prefieras.
–¿Y qué soy yo? –preguntó Murray–. ¿Un alma? ¿O también soy tan sólo una
existencia personificada?
Intentó no sonar sarcástico, pero tuvo la impresión de que fracasaba. Entonces
pensó fugazmente en añadir un «Vuestra Gracia» o «Santísimo» o algo para
contrarrestar el sarcasmo, y no pudo conseguir decidirse a hacerlo pese a que por
primera vez en su existencia especuló con la posibilidad de ser castigado por su
insolencia –¿o pecado?– con el Infierno, o lo que se le correspondiera.
La Voz no sonó ofendida.
–Tú eres fácil de explicar... incluso para ti. Puedes llamarte a ti mismo un alma si
eso te complace, pero lo que realmente eres es un nexo de fuerzas
electromagnéticas, dispuestas de tal modo que todas las interconexiones e
interrelaciones son exactamente imitativas de aquellas de tu cerebro en tu
Universo–existencia... hasta el más mínimo detalle. De tal modo que posees tu
capacidad de pensamiento, tus recuerdos, tu personalidad. Y te sigue pareciendo
que tú eres tú.
Murray se dio cuenta de su propia incredulidad.
–Quieres decir que la esencia de mi cerebro es permanente.
–En absoluto. No hay nada en ti que sea permanente, excepto lo que yo elija
hacer permanente. Yo formé el nexo. Yo lo construí mientras tú tenías existencia
física, y lo ajusté al momento en el cual la existencia fallara.
La Voz parecía claramente complacida consigo misma, y tras una momentánea
pausa prosiguió:
–Una intrincada pero absolutamente precisa construcción. Por supuesto, puedo
hacer lo mismo con cualquier ser humano de tu mundo, pero prefiero no hacerlo.
Hay un cierto placer en la selección.
–Entonces eliges a muy pocos.
–Realmente muy pocos.
–¿Y qué ocurre con el resto?
–¡El olvido! Oh, por supuesto, tú imaginas el Infierno.
Murray hubiera enrojecido de haber tenido la capacidad de hacerlo.
–No –dijo–. Eso queda fuera de cuestión. Sin embargo, jamás hubiera creído ser
tan virtuoso como para atraer tu atención como uno de los Elegidos.
–¿Virtuoso? Ah..., entiendo lo que quieres decir. Es fastidioso tener que forzar mi
pensamiento a descender lo bastante como para permear el vuestro. No, no te he
elegido por tu capacidad para el pensamiento, como he elegido a otros, a
cuatrillones, de entre todas las especies inteligentes del Universo.
Murray se sintió repentinamente curioso, el hábito de toda una vida.
–¿Los eliges a todos por ti mismo, o hay otros como tú? –preguntó.
Por un fugaz momento, Murray creyó adivinar una reacción de impaciencia ante
aquello, pero cuando la Voz llegó de nuevo no había emoción en ella.
–El si hay o no otros es algo irrelevante para ti. Este Universo es mío, y sólo mío.
Es mi invención, mi construcción, destinado sólo para mis propósitos.
–Y sin embargo, con cuatrillones de nexos que has formado, ¿pierdes tu tiempo
conmigo? ¿Tan importante soy?
–No eres en absoluto importante –dijo la Voz–. También estoy con los demás en
una forma que, para tu percepción, parecería simultánea.
–¿Y sin embargo eres uno?
De nuevo un asomo de diversión. La Voz dijo:
–Buscas atraparme en una contradicción. Si tú fueras una ameba que puede
considerarse individualidad únicamente en conexión con las células individuales, y
tuvieras que preguntarle a un cachalote, hecho por más de treinta cuatrillones de
células, si era uno o muchos, ¿cómo podría responder el cachalote de modo que
fuera comprensible para la ameba?
–Pensaría en ello –dijo Murray secamente–. Puede hacerse comprensible.
–Exacto. Esa es tu función. Pensarás.
–¿Con qué fin? Tú ya lo sabes todo, supongo.
–Aunque lo supiera todo –dijo la Voz–, no podría saber que lo sé todo.
–Eso suena un poco como filosofía oriental –dijo Murray–, algo que suena
profundo precisamente porque carece de significado.
–Prometes –dijo la Voz–. Respondes a mi paradoja con una paradoja... excepto
que la mía no es una paradoja. Considera. Existo eternamente, pero ¿qué significa
eso? Significa que no puedo recordar haber surgido a la existencia. Si pudiera
recordarlo, entonces no hubiera existido eternamente. Si no puedo recordar haber
surgido a la existencia, entonces hay al menos una cosa, la naturaleza de mí
mismo empezando a existir, que no sé.
»Además, aunque lo que yo sé es infinito, también resulta cierto que lo que queda
por conocer es igualmente infinito, ¿y cómo puedo estar seguro de que ambos
infinitos son iguales? La cualidad infinita del conocimiento potencial puede ser
infinitamente más grande que la infinitud de mi actual conocimiento. He aquí un
ejemplo simple: si yo supiera todos los números enteros pares, conocería un
número infinito de datos, y sin embargo no conocería ni un solo número entero
impar.
–Pero los números enteros impares pueden ser derivados –dijo Murray–. Si
divides cada número entero par de toda la serie infinita por dos, tendrás otra serie
infinita que contendrá en ella la serie infinita de números enteros impares.
–Has captado la idea –dijo la Voz–. Me siento complacido. Tu tarea será encontrar
otras vías como esta, mucho más difíciles, de lo conocido a lo aún no conocido.
Tienes tus recuerdos. Recordarás todos los datos que hayas recogido o aprendido
alguna vez, o que posees o que podrás deducir de esos datos. Si es necesario,
podrás aprender los datos adicionales que consideres pertinentes para los
problemas que tú mismo te plantees.
–¿No puedes hacer todo eso por ti mismo?
–Puedo –dijo la Voz–, pero es más interesante de esta forma. Construí el Universo
a fin de tener más datos con los que enfrentarme. Inserté en él el principio de la
incertidumbre, la entropía, y otros factores de azar, a fin de hacer que el conjunto
no resultara instantáneamente obvio. Ha funcionado bien, y me ha divertido
durante toda su existencia.
»Luego introduje complejidades que produjeron primero la vida y luego la
inteligencia, y la utilicé como fuente para un equipo de investigación, no porque
necesitara su ayuda, sino porque introduciría un nuevo factor de azar. Descubrí
que no podía predecir la siguiente pieza interesante de conocimiento conseguida,
de dónde procedía, por qué medios se derivaba.
–¿Ha ocurrido eso alguna vez? –preguntó Murray.
–Por supuesto. Nunca pasa un siglo sin que aparezca algún detalle interesante en
algún lugar.
–¿Algo en lo que tú hubieras podido pensar por ti mismo, pero que aún no habías
hecho?
–Sí.
–¿Crees realmente que hay una posibilidad de que yo te complazca de esa
forma? –preguntó Murray.
–¿En el próximo siglo? Virtualmente no. A largo plazo, sin embargo, tu éxito es
seguro, puesto que estarás dedicado eternamente a ello.
–¿Estaré pensando durante toda la eternidad? ¿Para siempre?
–Sí.
–¿Con qué fin?
–Ya te lo he dicho. Para descubrir nuevo conocimiento.
–Pero más allá de eso. ¿Con qué fin debo descubrir nuevo conocimiento?
–Eso es lo que hiciste en tu vida ligada al Universo. ¿Cuál era tu finalidad
entonces?
–Conseguir un mejor conocimiento que sólo yo podía conseguir –contestó Murray–
. Recibir el aprecio de mis compañeros. Sentir la satisfacción del éxito sabiendo
que disponía tan sólo de un tiempo limitado para alcanzarlo. Ahora sólo podría
conseguir lo que puedes conseguir tú mismo si lo desearas con un mínimo
esfuerzo. Tú no puedes reconocer mis méritos; tu puedes únicamente divertirte. Y
no hay ningún mérito ni satisfacción en un éxito cuando dispongo de toda la
eternidad para conseguirlo.
–¿Y no consideras el pensamiento y los descubrimientos valiosos por sí mismos?
–preguntó la Voz–. ¿No encuentras que es innecesario requerir otro fin?
–Para un tiempo limitado, sí. No para toda la eternidad.
–Entiendo tu punto de vista. Sin embargo, no tienes elección.
–Tú dices que tengo que pensar. Pero no puedes obligarme a hacerlo.
–No pienso obligarte directamente –dijo la Voz–. No necesito hacerlo. Puesto que
no tienes nada que hacer excepto pensar, pensarás. No sabes cómo no pensar.
–Entonces me proporcionaré yo mismo una meta. Me inventaré una finalidad.
–Por supuesto, puedes hacerlo –dijo la Voz, tolerante.
–Ya he encontrado una finalidad.
–¿Puedo saber cuál es?
–Ya la conoces. Sé que no estamos hablando de la forma habitual. Tú ajustas mi
nexo de tal forma que yo creo oírte y creo estar hablando, pero tú me transfieres
los pensamientos y recoges directamente los míos. Y cuando mi nexo cambia con
mis pensamientos, tú eres inmediatamente consciente de ellos y no necesitas mi
transmisión voluntaria.
–Estás sorprendentemente en lo cierto –admitió la Voz–. Eso me complace. Pero
también me complace que me digas tus pensamientos voluntariamente.
–Entonces te los diré. La finalidad de mi pensamiento será descubrir una forma de
interrumpir este nexo mío que tú has creado. No deseo pensar para ninguna
finalidad útil excepto divertirte. No deseo pensar eternamente para divertirte. No
deseo existir eternamente para divertirte. Todo mi pensamiento irá dirigido hacia
terminar con el nexo. Eso me divertirá a mí.
–No tengo ninguna objeción a eso –dijo la Voz–. Incluso el pensamiento
concentrado acerca de cómo terminar tu propia existencia puede dar como
resultado, pese a ti mismo, algo nuevo e interesante. Y, por supuesto, si tienes
éxito en ese intento de suicidio no habrás conseguido nada, puesto que
instantáneamente puedo reconstruirte y en una forma tal que haga imposible
repetir tu método de suicidio. Y si tú encuentras otra forma aún más sutil de
interrumpir tu existencia, te reconstruiré con esa posibilidad también eliminada, y
así sucesivamente. Puede ser un juego interesante, pero pese a todo seguirás
existiendo eternamente. Esta es mi voluntad.
Murray sintió un estremecimiento, pero sus palabras brotaron con una perfecta
calma.
–¿Estoy pues en el Infierno, después de todo? Tú has dado a entender que no
existe ninguno, pero si esto fuera el Infierno tú podrías estar mintiendo como parte
del juego del Infierno.
–En ese caso –dijo la Voz–, ¿de qué serviría asegurarte que no estás en el
Infierno? Sin embargo, te lo aseguro. No hay aquí ni Cielo ni Infierno. Sólo existo
yo.
–Considera entonces que mis pensamientos pueden resultarte inútiles –dijo
Murray–. Si vengo a ti sin nada útil, ¿no será mejor para ti el... desarmarme, y no
tomarte más molestias conmigo?
–¿Como una recompensa? ¿Deseas el Nirvana como premio al fracaso, y
pretendes asegurarme ese fracaso? No hay trato aquí. No fracasarás. Con una
eternidad ante ti, no puedes evitar el tener al menos un pensamiento interesante,
por mucho que tú intentes lo contrario.
–Entonces crearé otra finalidad para mí. No intentaré destruirme. Estableceré
como meta el humillarte. Pensaré en algo en lo que no solamente no hayas
pensado nunca, sino en lo que nunca puedas llegar a pensar. Pensaré en la última
respuesta, la respuesta definitiva, más allá de la cual no existe más conocimiento.
–No comprendes la naturaleza del infinito –dijo la Voz–. Puede que haya cosas
que aún no me haya molestado en conocer. No puede haber nada que yo no
pueda conocer.
–No puedes saber tu principio –dijo Murray pensativamente–. Tú mismo lo has
dicho. Por lo tanto no puedes saber tampoco tu final. Muy bien. Esa será mi meta,
y esa será la última respuesta. No me destruiré a mí mismo. Te destruiré a ti... si
tú no me destruyes a mí primero.
–¡Ah! –exclamó la Voz–. Has llegado a eso mucho antes de lo normal. Empezaba
a preocuparme de que te tomara tanto tiempo. ¿Sabes?, no hay nadie de esos
que tengo conmigo en esta existencia de perfecto y eterno pensamiento que no
tenga la ambición de destruirme. Es imposible.
–Tengo toda la eternidad para pensar en una forma de hacerlo –dijo Murray.
–Entonces intenta pensar en ello –dijo la Voz en tono neutro. Y desapareció.
Pero Murray tenía ahora su finalidad, y se sentía contento.
Porque, ¿qué podía desear cualquier Entidad, consciente de la existencia
eterna..., excepto un fin?
¿Para qué otra cosa había estado buscando la Voz a lo largo de incontables miles
de millones de años? ¿Y para qué otra razón había sido creada la inteligencia y
reservados algunos especímenes para ponerlos a trabajar, excepto para ayudar
en esa gran búsqueda? Y Murray pretendía ser él, y sólo él, quien tuviera éxito.
Cuidadosamente, y con la emoción de la finalidad, Murray empezó a pensar.
Tenía mucho tiempo para ello.

La Última Pregunta -- Isaac Asimov


La Última Pregunta
Isaac Asimov

--
La última pregunta se formuló por primera vez, medio en broma, el 21 de mayo de
2061, en momentos en que la humanidad (también por primera vez) se bañó en
luz. La pregunta llegó como resultado de una apuesta por cinco dólares hecha
entre dos hombres que bebían cerveza, y sucedió de esta manera:
Alexander Adell y Bertram Lupov eran dos de los fieles asistentes de Multivac.
Dentro de las dimensiones de lo humano sabían qué era lo que pasaba detrás del
rostro frío, parpadeante e intermitentemente luminoso -kilómetros y kilómetros de
rostro- de la gigantesca computadora. Al menos tenían una vaga noción del plan
general de circuitos y retransmirores que desde hacía mucho tiempo habían
superado toda posibilidad de ser dominados por una sola persona.
Multivac se autoajustaba y autocorregía. Así tenía que ser, porque nada que fuera
humano podía ajustarla y corregirla con la rapidez suficiente o siquiera con la
eficacia suficiente. De manera que Adell y Lupov atendían al monstruoso gigante
sólo en forma ligera y superficial, pero lo hacían tan bien como podría hacerlo
cualquier otro hombre. La alimentaban con información, adaptaban las preguntas
a sus necesidades y traducían las respuestas que aparecían. Por cierto, ellos, y
todos los demás asistentes tenían pleno derecho a compartir la gloria de Multivac.
Durante décadas, Multivac ayudó a diseñar naves y a trazar las trayectorias que
permitieron al hombre llegar a la Luna, a Marte y a Venus, pero después de eso,
los pobres recursos de la Tierra ya no pudieron serles de utilidad a las naves. Se
necesitaba demasiada energía para los viajes largos y pese a que la Tierra
explotaba su carbón y uranio con creciente eficacia había una cantidad limitada de
ambos.
Pero lentamente, Multivac aprendió lo suficiente como para responder a las
preguntas más complejas en forma más profunda, y el 14 de mayo de 2061 lo que
hasta ese momento era teoría se convirtió en realidad.
La energía del Sol fue almacenada, modificada y utilizada directamente en todo el
planeta. Cesó en todas partes el hábito de quemar carbón y fisionar uranio y toda
la Tierra se conectó con una pequeña estación -de un kilómetro y medio de
diámetro- que circundaba el planeta a mitad de distancia de la Luna, para
funcionar con rayos invisibles de energía solar.
Siete días no habían alcanzado para empañar la gloria del acontecimiento, y Adell
y Lupov finalmente lograron escapar de la celebración pública, para refugiarse
donde nadie pensaría en buscarlos: en las desiertas cámaras subterráneas, donde
se veían partes del poderoso cuerpo enterrado de Multivac. Sin asistentes, ociosa,
clasificando datos con clicks satisfechos y perezosos, Multivac también se había
ganado sus vacaciones y los asistentes la respetaban y originalmente no tenían
intención de perturbarla.
Se habían llevado una botella, y su única preocupación en ese momento era
relajarse y disfrutar de la bebida.
- Es asombroso, cuando uno lo piensa -dijo Adell. En su rostro ancho se veían
huellas de cansancio, y removió lentamente la bebida con una varilla de vidrio,
observando el movimiento de los cubos de hielo en su interior. - Toda la energía
que podremos usar de ahora en adelante, gratis. Suficiente energía, si
quisiéramos emplearla, como para derretir a toda la Tierra y convertirla en una
enorme gota de hierro líquido impuro, y no echar de menos la energía empleada.
Toda la energía que podremos usar por siempre y siempre y siempre.
Lupov ladeó la cabeza. Tenía el hábito de hacerlo cuando quería oponerse a lo
que oía, y en ese momento quería oponerse; en parte porque había tenido que
llevar el hielo y los vasos.
- No para siempre -dijo.
- Ah, vamos, prácticamente para siempre. Hasta que el Sol se apague, Bert.
- Entonces no es para siempre.
- Muy bien, entonces. Durante miles de millones de años. Veinte mil millones, tal
vez. ¿Estás satisfecho?
Lupov se pasó los dedos por los escasos cabellos como para asegurarse de que
todavía le quedaban algunos y tomó un pequeño sorbo de su bebida.
- Veinte mil millones de años no es 'para siempre'.
- Bien, pero superará nuestra época ¿verdad?
- También la superarán el carbón y el uranio.
- De acuerdo, pero ahora podemos conectar cada nave espacial individualmente
con la Estación Solar, y hacer que vaya y regrese de Plutón un millón de veces sin
que tengamos que preocuparnos por el combustible. No puedes hacer eso con
carbón y uranio. Pregúntale a Multivac, si no me crees.
- No necesito preguntarle a Multivac. Lo sé. - Entonces deja de quitarle méritos a
lo que Multivac ha hecho por nosotros -dijo Adell, malhumorado-. Se portó muy
bien.
- ¿Quién dice que no? Lo que yo sostengo es que el Sol no durará eternamente.
Eso es todo lo que digo. Estamos a salvo por veinte mil millones de años, pero ¿y
luego? -Lupov apuntó con un dedo tembloroso al otro. - Y no me digas que nos
conectaremos con otro Sol.
Durante un rato hubo silencio. Adell se llevaba la copa a los labios sólo de vez en
cuando, y los ojos de Lupov se cerraron lentamente. Descansaron.
De pronto Lupov abrió los ojos.
- Piensas que nos conectaremos con otro Sol cuando el nuestro muera, ¿verdad?
- No estoy pensando nada.
- Seguro que estás pensando. Eres malo en lógica, ése es tu problema. Eres
como ese tipo del cuento a quien lo soprendió un chaparrón, corrió a refugiarse en
un monte y se paró bajo un árbol. No se preocupaba porque pensaba que cuando
un árbol estuviera totalmente mojado, simplemente iría a guarecerse bajo otro.
- Entiendo -dijo Adell-, no grites. Cuando el Sol muera, las otras estrellas habrán
muerto también.
- Por supuesto -murmuró Lupov-. Todo comenzó con la explosión cósmica original,
fuera lo que fuese, y todo terminará cuando todas las estrellas se extingan.
Algunas se agotan antes que otras. Por Dios, los gigantes no durarán cien
millones de años. El Sol durará veinte mil millones de años y tal vez las enanas
durarán cien mil millones por mejores que sean. Pero en un trillón de años
estaremos a oscuras. La entropía tiene que incrementarse al máximo, eso es todo.
- Sé todo lo que hay que saber sobre la entropía -dijo Adell, tocado en su amor
propio.
- ¡Qué vas a saber!
- Sé tanto como tú.
- Entonces sabes que todo se extinguirá algún día.
- Muy bien. ¿Quién dice que no?
- Tú, grandísimo tonto. Dijiste que teníamos toda la energía que necesitábamos,
para siempre. Dijiste 'para siempre'.
Esa vez le tocó a Adell oponerse.
- Tal vez podamos reconstruir las cosas algún día.
- Nunca.
- ¿Por qué no? Algún día.
- Nunca.
- Pregúntale a Multivac.
- Pregúntale tú a Multivac. Te desafío. Te apuesto cinco dólares a que no es
posible.
Adell estaba lo suficientemente borracho como para intentarlo y lo suficientemente
sobrio como para traducir los símbolos y operaciones necesarias para formular la
pregunta que, en palabras, podría haber correspondido a esto: ¿Podrá la
humanidad algún día, sin el gasto neto de energía, devolver al Sol toda su
juventud aún después que haya muerto de viejo?
O tal vez podría reducirse a una pregunta más simple, como ésta: ¿Cómo puede
disminuirse masivamente la cantidad neta de entropía del universo?
Multivac enmudeció. Los lentos resplandores oscuros cesaron, los clicks distantes
de los transmisores terminaron.
Entonces, mientras los asustados técnicos sentían que ya no podían contener más
el aliento, el teletipo adjunto a la computadora cobró vida repentinamente.
Aparecieron cinco palabras impresas: DATOS INSUFICIENTES PARA
RESPUESTA ESCLARECEDORA.
- No hay apuesta -murmuró Lupov. Salieron apresuradamente.
A la mañana siguiente, los dos, con dolor de cabeza y la boca pastosa, habían
olvidado el incidente.
Jerrodd, Jerrodine y Jerrodette I y II observaban la imagen estrellada en el
visiplato mientras completaban el pasaje por el hiperespacio en un lapso fuera de
las dimensiones del tiempo. Inmediatamente, el uniforme de polvo de estrellas dio
paso al predominio de un único disco de mármol, brillante, centrado.
- Es X-23 - dijo Jerrodd con confianza. Sus manos delgadas se entrelazaron con
fuerza detrás de su espalda y los nudillos se pusieron blancos.
Las pequeñas Jerrodettes, niñas ambas, habían experimentado el pasaje por el
hiperespacio por primera vez en su vida. Contuvieron sus risas y se persiguieron
locamente alrededor de la madre, gritando:
- Hemos llegado a X-23... hemos llegado a X-23... hemos llegado a X-23... hemos
llegado...
- Tranquilas, niñas -dijo rápidamente Jerrodine-. ¿Estás seguro, Jerrodd?
- ¿De qué hay que estar seguro? -preguntó Jerrodd, echando una mirada al tubo
de metal justo debajo del techo, que ocupaba toda la longitud de la habitación y
desaparecía a través de la pared en cada extremo. Tenía la misma longitud que la
nave.
Jerrodd sabía poquísimo sobre el grueso tubo de metal excepto que se llamaba
Microvac, que uno le hacía preguntas si lo deseaba; que aunque uno no se las
hiciera de todas maneras cumplía con su tarea de conducir la nave hacia un
destino prefijado, de abastecerla de energía desde alguna de las diversas
estaciones de Energía Subgaláctica y de computar las ecuaciones para los saltos
hiperespaciales.
Jerrodd y su familia no tenían otra cosa que hacer sino esperar y vivir en los
cómodos sectores residenciales de la nave.
Cierta vez alguien le había dicho a Jerrodd, que el 'ac' al final de 'Microvac' quería
decir 'computadora análoga' en inglés antiguo, pero estaba a punto de olvidar
incluso eso.
Los ojos de Jerrodine estaban húmedos cuando miró el visiplato.
- No puedo evitarlo. Me siento extraña al salir de la Tierra.
- ¿Por qué, caramba? -preguntó Jerrodd-. No teníamos nada allí. En X-23
tendremos todo. No estarás sola. No serás una pionera. Ya hay un millón de
personas en ese planeta. Por Dios, nuestros bisnietos tendrán que buscar nuevos
mundos porque llegará el día en que X-23 estará superpoblado. -Luego agregó,
despues de una pausa reflexiva: - Te aseguro que es una suerte que las
computadoras hayan desarrollado viajes interestelares, considerando el ritmo al
que aumenta la raza.
- Lo sé, lo sé -respondió Jerrodine con tristeza.
Jerrodette I dijo de inmediato:
- Nuestra Microvac es la mejor Microvac del mundo.
- Eso creo yo también -repuso Jerrodd, desordenándole el pelo.
Era realmente una sensación muy agradable tener una Microvac propia y Jerrodd
estaba contento de ser parte de su generación y no de otra. En la juventud de su
padre las únicas computadoras eran unas enormes máquinas que ocupaban un
espacio de ciento cincuenta kilómetros cuadrados. Sólo había una por planeta. Se
llamaban ACs Planetarias. Durante mil años habían crecido constantemente en
tamaño y luego, de pronto, llegó el refinamiento. En lugar de transistores hubo
válvulas moleculares, de manera que hasta la AC Planetaria más grande podía
colocarse en una nave espacial y ocupar sólo la mitad del espacio disponible.
Jerrodd se sentía eufórico siempre que pensaba que su propia Microvac personal
era muchísimo más compleja que la antigua y primitiva Multivac que por primera
vez había domado al Sol, y casi tan complicada como una AC Planetaria de la
Tierra (la más grande) que por primera vez resolvió el problema del viaje
hiperespacial e hizo posibles los viajes a las estrellas. - Tantas estrellas, tantos
planetas -suspiró Jerrodine, inmersa en sus propios pensamientos-. Supongo que
las familias seguirán emigrando siempre a nuevos planetas, tal como lo hacemos
nosotros ahora.
- No siempre -respondió Jerrodd, con una sonrisa-. Todo esto terminará algún día,
pero no antes de que pasen billones de años. Muchos billones. Hasta las estrellas
se extinguen, ¿sabes? Tendrá que aumentar la entropía.
- ¿Qué es la entropía, papá? -preguntó Jerrodette II con voz aguda.
- Entropía, querida, es sólo una palabra que significa la cantidad de desgaste del
universo. Todo se desgasta, como sabrás, por ejemplo tu pequeño robot walkietalkie,
¿recuerdas?
- ¿No puedes ponerle una nueva unidad de energía, como a mi robot?
- Las estrellas son unidades de energía, querida. Una vez que se extinguen, ya no
hay más unidades de energía.
Jerrodette I lanzó un chillido de inmediato.
- No las dejes, papá. No permitas que las estrellas se extingan.
- Mira lo que has hecho -susurró Jerrodine, exasperada. - ¿Cómo podía saber que
iba a asustarla? -respondió Jerrodd también en un susurro.
- Pregúntale a la Microvac -gimió Jerrodette I-. Pregúntale cómo volver a encender
las estrellas.
- Vamos -dijo Jerrodine-. Con eso se tranquilizarán. -(Jerrodette II ya se estaba
echando a llorar, también).
Jerrodd se encogió de hombros.
- Ya está bien, queridas. Le preguntaré a Microvac. No se preocupen, ella nos lo
dirá.
Le preguntó a la Microvac, y agregó rápidamente:
- Imprimir la respuesta.
Jerrodd retiró la delgada cinta de celufilm y dijo alegremente: - Miren, la Microvac
dice que se ocupará de todo cuando llegue el momento, y que no se preocupen.
Jerrodine dijo:
- Y ahora, niñas, es hora de acostarse. Pronto estaremos en nuestro nuevo hogar.
Jerrodd leyó las palabras en el celufilm nuevamente antes de destruirlo:
DATOS INSUFICIENTES PARA RESPUESTA ESCLARECEDORA.
Se encogió de hombros y miró el visiplato. El X-23 estaba cerca.
VJ-23X de Lameth miró las negras profundidades del mapa tridimensional en
pequeña escala de la Galaxia y dijo:
- ¿No será una ridiculez que nos preocupe tanto la cuestión?
MQ-17J de Nicron sacudió la cabeza.
- Creo que no. Sabes que la Galaxia estará llena en cinco años con el actual ritmo
de expansión.
Los dos parecían jóvenes de poco más de veinte años. Ambos eran altos y de
formas perfectas.
- Sin embargo, dijo VJ-23X- me resisto a presentar un informe pesimista al
Consejo Galáctico.
- Yo no pensaría en presentar ningún otro tipo de informe. Tenemos que
inquietarlos un poco. No hay otro remedio.
VJ-23X suspiró.
- El espacio es infinito. Hay cien billones de galaxias disponibles.
- Cien billones no es infinito, y cada vez se hace menos infinito. ¡Piénsalo! Hace
veinte mil años, la humanidad resolvió por primera vez el problema de utilizar
energía estelar, y algunos siglos después se hicieron posibles los viajes
interestelares. A la humanidad le llevó un millón de años llenar un pequeño mundo
y luego sólo quince mil años llenar el resto de la Galaxia. Ahora la población se
duplica cada diez años...
VJ-23X lo interrumpió.
- Eso debemos agradecérselo a la inmnortalidad.
- Muy bien. La inmortalidad existe y debemos considerarla. Admito que esta
inmortalidad tiene su lado complicado. La galáctica AC nos ha solucionado
muchos problemas, pero al resolver el problema de evitar la vejez y la muerte,
anuló todas las otras cuestiones.
- Sin embargo no creo que desees abandonar la vida.
- En absoluto -saltó MQ-17J, y luego se suavizó de inmediato-. No todavía. No soy
tan viejo. ¿Cuántos años tienes tú?
- Doscientos veintitrés. ¿Y tú?
- Yo todavía no tengo doscientos. Pero, volvamos a lo que decía. La población se
duplica cada diez años. Una vez que se llene esta galaxia, habremos llenado otra
en diez años. Diez años más y habremos llenado dos más. Otra década, cuatro
más. En cien años, habremos llenado mil galaxias; en mil años, un millón de
galaxias. En diez mil años, todo el universo conocido. Y entonces, ¿qué?
VJ-23X dijo:
- Como problema paralelo, está el del transporte. Me pregunto cuántas unidades
de energía solar se necesitarán para trasladar galaxias de individuos de una
galaxia a la siguiente.
- Muy buena observación. La humanidad ya consume dos unidades de energía
solar por año.
- La mayor parte de esta energía se desperdicia. Al fin y al cabo, nuestra propia
galaxia sola gasta mil unidades de energía solar por año, y nosotros solamente
usamos dos de ellas.
- De acuerdo, pero aún con una eficiencia de un cien por ciento, sólo podemos
postergar el final. Nuestras necesidades energéticas crecen en progresión
geométrica, y a un ritmo mayor que nuestra población. Nos quedaremos sin
energía todavía más rápido que sin galaxias. Muy buena observación. Muy, muy
buena observación.
- Simplemente tendremos que construir nuevas estrellas con gas interestelar.
- ¿O con calor disipado? -preguntó MQ-17J, con tono sarcástico.
- Puede haber alguna forma de revertir la entropía. Tenemos que preguntárselo a
la Galáctica AC.
VJ-23X no hablaba realmente en serio, pero MQ-17J sacó su contacto AC del
bolsillo y lo colocó sobre la mesa frente a él.
- No me faltan ganas -dijo-. Es algo que la raza humana tendrá que enfrentar
algún día.
Miró sombríamente su pequeño contacto AC. Era un objeto de apenas cinco
centímetros cúbicos, nada en sí mismo, pero estaba conectado a través del
hiperespacio con la gran Galáctica AC que servía a toda la humanidad y, a su vez
era parte integral suya.
MQ-17J hizo una pausa para preguntarse si algún día, en su vida inmortal, llegaría
a ver la Galáctica AC. Era un pequeño mundo propio, una telaraña de rayos de
energía que contenía la materia dentro de la cual las oleadas de los planos medios
ocupaban el lugar de las antiguas y pesadas válvulas moleculares. Sin embargo, a
pesar de esos funcionamientos subetéreos, se sabía que la Galáctica AC tenía mil
diez metros de ancho.
Repentinamente, MQ-17J preguntó a su contacto AC:
- ¿Es posible revertir la entropía?
VJ-23X, sobresaltado, dijo de inmediato:
- Ah, mira, realmente yo no quise decir que tenías que preguntar eso.
- ¿Por qué no?
- Los dos sabemos que la entropía no puede revertirse. No puedes volver a
convertir el humo y las cenizas en un árbol.
- ¿Hay árboles en tu mundo? -preguntó MQ-17J.
El sonido de la Galáctica AC los sobresaltó y les hizo guardar silencio. Se oyó su
voz fina y hermosa en el contacto AC en el escritorio. Dijo:
DATOS INSUFICIENTES PARA RESPUESTA ESCLARECEDORA.
VJ-23X dijo:
- ¡Ves!
Entonces los dos hombres volvieron a la pregunta del informe que tenían que
hacer para el Consejo Galáctico.
La mente de Zee Prime abarcó la nueva galaxia con un leve interés en los
incontables racimos de estrellas que la poblaban. Nunca había visto eso antes.
¿Alguna vez las vería todas? Tantas estrellas, cada una con su carga de
humanidad... una carga que era casi un peso muerto. Cada vez más, la verdadera
esencia del hombre había que encontrarla allá afuera, en el espacio.
¡En las mentes, no en los cuerpos! Los cuerpos inmortales permanecían en los
planetas, suspendidos sobre los eones. A veces despertaban a una actividad
material pero eso era cada vez más raro. Pocos individuos nuevos nacían para
unirse a la multitud increíblemente poderosa, pero, ¿qué importaba? Había poco
lugar en el universo para nuevos individuos.
Zee Prime despertó de su ensoñación al encontrarse con los sutiles manojos de
otra mente.
- Soy Zee Prime. ¿Y tú?
- Soy Dee Sub Wun. ¿Tu galaxia?
- Sólo la llamamos Galaxia. ¿Y tú?
- Llamamos de la misma manera a la nuestra. Todos los hombres llaman Galaxia
a su galaxia, y nada más. ¿Por qué será?
- Porque todas las galaxias son iguales.
- No todas. En una galaxia en particular debe de haberse originado la raza
humana. Eso la hace diferente.
Zee Prime dijo:
- ¿En cuál?
- No sabría decirte. La Universal AC debe estar enterada.
- ¿Se lo preguntamos? De pronto tengo curiosidad por saberlo.
Las percepciones de Zee Prime se ampliaron hasta que las galaxias mismas se
encogieron y se convirtieron en un polvo nuevo, más difuso, sobre un fondo
mucho más grande. Tantos cientos de billones de galaxias, cada una con sus
seres inmortales, todas llevando su carga de inteligencias, con mentes que
vagaban libremente por el espacio. Y sin embargo una de ellas era única entre
todas por ser la Galaxia original. Una de ellas tenía en su pasado vago y distante,
un período en que había sido la única galaxia poblada por el hombre.
Zee Prime se consumía de curiosidad por ver esa galaxia y gritó:
- ¡Universal AC! ¿En qué galaxia se originó el hombre?
La Universal AC oyó, porque en todos los mundos tenía listos sus receptores, y
cada receptor conducía por el hiperespacio a algún punto desconocido donde la
Universal AC se mantenía independiente.
ee Prime sólo sabía de un hombre cuyos pensamientos habían penetrado a
distancia sensible de la Universal AC, y sólo informó sobre un globo brillante, de
sesenta centímetros de diámetro, difícil de ver.
- ¿Pero cómo puede ser eso toda la Universal AC? -había preguntado Zee Prime.
La mayor parte -fue la respuesta- está en el hiperespacio. No puedo imaginarme
en qué forma está allí.
Nadie podía imaginarlo, porque hacía mucho que había pasado el día- y eso Zee
Prime lo sabía- en que algún hombre tuvo parte en construir la Universal AC. Cada
Universal AC diseñaba y construía a su sucesora. Cada una, durante su existencia
de un millón de años o más, acumulaba la información necesaria como para
construir una sucesora mejor, más intrincada, más capaz en la cual dejar
sumergido y almacenado su propio acopio de información e individualidad.
La Universal AC interrumpió los pensamientos erráticos de Zee Prime, no con
palabras, sino con directivas. La mentalidad de Zee Prime fue dirigida hacia un
difuso mar de Galaxias donde una en particular se agrandaba hasta convertirse en
estrellas.
Llegó un pensamiento, infinitamente distante, pero infinitamente claro.
ÉSTA ES LA GALAXIA ORIGINAL DEL HOMBRE.
Pero era igual, al fin y al cabo, igual que cualquier otra, y Zee Prime resopló de
desilusión.
Dee Sub Wun, cuya mente había acompañado a Zee Prime, dijo de pronto:
- ¿Y una de estas estrellas es la estrella original del hombre?
La Universal AC respondió:
LA ESTRELLA ORIGINAL DEL HOMBRE SE HA HECHO NOVA. ES UNA
ENANA BLANCA.
- ¿Los hombres que la habitaban murieron? -preguntó Zee Prime, sobresaltado y
sin pensar.
La Universal AC respondió:
COMO SUCEDE EN ESTOS CASOS UN NUEVO MUNDO PARA SUS
CUERPOS FÍSICOS FUE CONSTRUIDO EN EL TIEMPO.
- Sí, por supuesto -dijo Zee Prime, pero aún así lo invadió una sensación de
pérdida. Su mente dejó de centrarse en la Galaxia original del hombre, y le
permitió volver y perderse en pequeños puntos nebulosos. No quería volver a
verla.
Dee Sub Wun dijo:
- ¿Qué sucede?
- Las estrellas están muriendo. La estrella original ha muerto.
- Todas deben morir. ¿Por qué no?
- Pero cuando toda la energía se haya agotado, nuestros cuerpos finalmente
morirán, y tú y yo con ellos.
- Llevará billones de años.
- No quiero que suceda, ni siquiera dentro de billones de años. ¡Universal AC!
¿Cómo puede evitarse que las estrellas mueran?
Dee Sub Wun dijo, divertido:
- Estás preguntando cómo podría revertirse la dirección de la entropía.
Y la Universal AC respondió:
TODAVÍA HAY DATOS INSUFICIENTES PARA UNA RESPUESTA
ESCLARECEDORA.
Los pensamientos de Zee Prime volaron a su propia galaxia. Dejó de pensar en
Dee Sub Wun, cuyo cuerpo podría estar esperando en una galaxia a un trillón de
años luz de distancia, o en la estrella siguiente a la de Zee Prime. No importaba.
Con aire desdichado, Zee Prime comenzó a recoger hidrógeno interestelar con el
cual construir una pequeña estrella propia. Si las estrellas debían morir alguna
vez, al menos podrían construirse algunas.
El Hombre, mentalmente, era uno solo, y estaba conformado por un trillón de
trillones de cuerpos sin edad, cada uno en su lugar, cada uno descansando,
tranquilo e incorruptible, cada uno cuidado por autómatas perfectos, igualmente
incorruptibles, mientras las mentes de todos los cuerpos se fusionaban libremente
entre sí, sin distinción.
El Hombre dijo:
- El universo está muriendo.
El Hombre miró a su alrededor a las galaxias cada vez más oscuras. Las estrellas
gigantes, muy gastadoras, se habían ido hace rato, habían vuelto a lo más oscuro
de la oscuridad del pasado distante. Casi todas las estrellas eran enanas blancas,
que finalmente se desvanecían.
Se habían creado nuevas estrellas con el polvo que había entre ellas, algunas por
procesos naturales, otras por el Hombre mismo, y también se estaban apagando.
Las enanas blancas aún podían chocar entre ellas, y de las poderosas fuerzas así
liberadas se construirían nuevas estrellas, pero una sola estrella por cada mil
estrellas enanas blancas destruidas, y también éstas llegarían a su fin.
El Hombre dijo:
- Cuidadosamente administrada y bajo la dirección de la Cósmica AC, la energía
que todavía queda en todo el universo, puede durar billones de años. Pero aún así
eventualmente todo llegará a su fin. Por mejor que se la administre, por más que
se la racione, la energía gastada desaparece y no puede ser repuesta. La entropía
aumenta continuamente.
El Hombre dijo:
- ¿Es posible no revertir la entropía? Preguntémosle a la Cósmica AC.
La AC los rodeó pero no en el espacio. Ni un solo fragmento de ella estaba en el
espacio. Estaba en el hiperespacio y hecha de algo que no era materia ni energía.
La pregunta sobre su tamaño y su naturaleza ya no tenía sentido comprensible
para el Hombre.
- Cósmica AC -dijo el Hombre- ¿cómo puede revertirse la entropía?
La Cósmica AC dijo:
LOS DATOS SON TODAVÍA INSUFICIENTES PARA UNA RESPUESTA
ESCLARECEDORA.
El Hombre ordenó: - Recoge datos adicionales.
La Cósmica AC dijo:
LO HARÉ. HACE CIENTOS DE BILLONES DE AÑOS QUE LO HAGO. MIS
PREDECESORES Y YO HEMOS ESCUCHADO MUCHAS VECES ESTA
PREGUNTA. TODOS LOS DATOS QUE TENGO SIGUEN SIENDO
INSUFICIENTES.
- ¿Llegará el momento -preguntó el Hombre- en que los datos sean suficientes o el
problema es insoluble en todas las circunstancias concebibles?
La Cósmica AC respondió:
NINGÚN PROBLEMA ES INSOLUBLE EN TODAS LAS CIRCUNSTANCIAS
CONCEBIBLES.
El Hombre preguntó:
- ¿Cuándo tendrás suficientes datos como para responder a la pregunta?
La Cósmica AC respondió:
LOS DATOS SON TODAVÍA INSUFICIENTES PARA UNA RESPUESTA
ESCLARECEDORA.
- ¿Seguirás trabajando en eso? -preguntó el Hombre.
La Cósmica AC respondió:
- SÍ. El Hombre dijo:
- Esperaremos.
Las estrellas y las galaxias murieron y se convirtieron en polvo, y el espacio se
volvió negro después de tres trillones de años de desgaste.
Uno por uno, el Hombre se fusionó con la AC, cada cuerpo físico perdió su
identidad mental en forma tal que no era una pérdida sino una ganancia.
La última mente del Hombre hizo una pausa antes de la fusión, contemplando un
espacio que sólo incluía la borra de la última estrella oscura y nada aparte de esa
materia increíblemente delgada, agitada al azar por los restos de un calor que se
gastaba, asintóticamente, hasta llegar al cero absoluto.
El Hombre dijo:
- AC, ¿es éste el final? ¿Este caos no puede ser revertido al universo una vez
más? ¿Esto no puede hacerse?
AC respondió:
LOS DATOS SON TODAVÍA INSUFICIENTES PARA UNA RESPUESTA
ESCLARECEDORA.
La última mente del Hombre se fusionó y sólo AC existió en el hiperespacio.
La materia y la energía se agotaron y con ellas el espacio y el tiempo. Hasta AC
existía solamente para la última pregunta que nunca había sido respondida desde
la época en que dos técnicos en computación medio alcoholizados, tres trillones
de años antes, formularon la pregunta en la computadora que era para AC mucho
menos de lo que para un hombre el Hombre.
Todas las otras preguntas habían sido contestadas, y hasta que esa última
pregunta fuera respondida también, AC no podría liberar su conciencia.
Todos los datos recogidos habían llegado al fin. No quedaba nada para recoger.
Pero toda la información reunida todavía tenía que ser completamente
correlacionada y unida en todas sus posibles relaciones.
Se dedicó un intervalo sin tiempo a hacer esto.
Y sucedió que AC aprendió cómo revertir la dirección de la entropía.
Pero no había ningún Hombre a quien AC pudiera dar una respuesta a la última
pregunta. No había materia. La respuesta -por demostración- se ocuparía de eso
también.
Durante otro intervalo sin tiempo, AC pensó en la mejor forma de hacerlo.
Cuidadosamente, AC organizó el programa.
La conciencia de AC abarcó todo lo que alguna vez había sido un universo y
pensó en lo que en ese momento era el caos.
Paso a paso, había que hacerlo.
Y AC dijo:
¡HÁGASE LA LUZ!
Y la luz se hizo...

LA CLAVE -- ISAAC ASIMOV

Isaac Asimov
LA CLAVE

--
Karl Jennings sabía que iba a morir. Le quedaban pocas horas de vida y tenía
mucho que hacer.
Sin comunicaciones era imposible escapar de esa sentencia de muerte en la Luna.
Aun en la Tierra había parajes donde, sin una radio a mano, un hombre podía
llegar a morir al no contar con la ayuda del prójimo, sin el corazón del prójimo para
compadecerlo, sin siquiera los ojos del prójimo para descubrir su cadáver. En la
Luna, casi todos los parajes eran así.
Los terrícolas sabían que él se encontraba allí, desde luego. Jennings formaba
parte de una expedición geológica; mejor dicho, de una expedición selenológica.
Era extraño cómo su mente habituada a la Tierra insistía en el prefijo «geo».
Se devanó los sesos sin dejar de trabajar. Aunque estaba agonizando, aún sentía
esa artificiosa lucidez. Miró en torno angustiosamente. No había nada que ver. Se
hallaba en la eterna sombra del interior norte de la pared del cráter, una negrura
sólo mitigada por el parpadeo intermitente de la linterna. Jennings mantenía esa
intermitencia en parte porque no quería agotar la fuente energética antes de morir
y en parte porque no quería arriesgarse a ser visto.
A la izquierda, hacia el sur a lo largo del cercano horizonte lunar, brillaba una
blanca astilla de luz solar. Más allá del horizonte se extendía el invisible borde del
cráter. El sol no se elevaba a suficiente altura como para iluminar el suelo que él
pisaba. Al menos, Jennings estaba a salvo de la radiación.
Cavó metódica, pero torpemente, enfundado en el traje espacial. Le dolía
espantosamente el costado.
El polvo y la roca partida no cobraban esa apariencia de «castillo de cuento de
hadas», característica de las partes de la superficie lunar expuestas a la
alternativa de luz y sombra, calor y frío. Allí, en el frío continuo, el lento
desmoronamiento de la pared del cráter había apilado escombros finos en una
masa heterogénea. No sería fácil distinguir el lugar donde estaba cavando.
Calculó mal la irregularidad de la oscura superficie y un puñado de fragmentos
polvorientos se le escapó de las manos. Las partículas cayeron con lentitud lunar,
pero aparentando celeridad, pues no había aire que ofreciera resistencia y las
dispersara en una bruma polvorienta.
Jennings encendió la linterna un instante y apartó de un puntapié una roca
escabrosa.
No tenía mucho tiempo. Cavó a mayor profundidad.
Si cavaba un poco más, lograría meter el dispositivo en el hoyo y taparlo. Strauss
no debía hallarlo.
¡Strauss!
El otro miembro del equipo. Socio en el descubrimiento. Socio en la fama.
Si Strauss hubiera querido quedarse sólo con la fama, Jennings quizá lo habría
permitido. El descubrimiento era más importante que la fama individual. Pero
Strauss quería mucho más, codiciaba algo que Jennings impediría a toda costa.
Estaba dispuesto a morir con tal de impedirlo.
Y se estaba muriendo.
La habían hallado juntos. Strauss se encontró la nave; mejor dicho, los restos de
la nave; mejor aún, lo que quizá fueran los restos de algo análogo a una nave.
- Metal - dijo Strauss, recogiendo un objeto mellado y amorfo.
Sus ojos y su rostro apenas se distinguían a través del grueso cristal de plomo del
visor, pero su voz áspera sonó con claridad en la radio del traje. Jennings se
acercó dando botes ingrávidos desde su posición a ochocientos metros.
- ¡Qué raro! - comentó -. No hay metal suelto en la Luna.
- No debería haberlo. Pero ya sabes que no se ha explorado más del uno por
ciento de la superficie lunar. Quién sabe qué puede haber en ella.
Jennings asintió con la cabeza y extendió su mano enguantada para coger el
objeto.
Era cierto que en la Luna podía hallarse cualquier cosa. Esa era la primera
expedición selenográfica financiada con fondos privados. Hasta entonces, sólo se
habían realizado proyectos gubernamentales con diversos objetivos. Como signo
del avance de la era del espacio, la Sociedad Geológica financiaba el envío de dos
hombres a la Luna para que realizaran únicamente estudios selenológicos.
- Parece como si hubiera tenido una superficie pulida - observó Strauss.
- Tienes razón. Tal vez haya mas.
Hallaron tres fragmentos mas; dos de tamaño ínfimo y el tercero, un objeto
irregular que mostraba rastros de una unión.
- Llevémoslos a la nave
Se subieron al pequeño deslizador para regresar a la nave madre. Una vez a
bordo, se quitaron los trajes, algo que Jennings siempre hacía con satisfacción. Se
rascó enérgicamente las costillas y se frotó las mejillas hasta que la tez clara se le
pobló de manchas rojas.
Strauss prescindió de esas delicadezas y se puso a trabajar. El rayo láser picoteó
en el metal, y el vapor se registró en el espectrógrafo: Titanio y acero
esencialmente, con vestigios de cobalto y de molibdeno.
- Artificial, sin duda - determinó Strauss -. Su rostro de rasgos gruesos estaba
huraño y duro como siempre. No se inmutaba, aunque el corazón de Jennings
palpitaba con más fuerza.
- Y sin duda esto merece fuego artificiales - bromeó Jennings, llevado por la
excitación.
Había puesto énfasis en el término «artificiales». para indicar que era un juego de
palabras. Pero Strauss lo fulminó con una mirada distanciadota que cortó de raíz
cualquier intento de seguir con los retruécanos.
Jennings suspiró. Nunca podía contenerse. Recordaba que en la universidad...
Bien, no tenía importancia. Que Strauss conservara la calma si quería, pero ese
descubrimiento merecía festejarse con el mejor retruécano del mundo.
Se preguntó si Strauss comprendería el significado de aquel hallazgo.
Sabía muy poco sobre Strauss, salvo lo de su reputación selenológica. Había leído
los artículos de Strauss y suponía que él había leído los suyos. Aunque tal vez se
hubieran cruzado sus caminos en la época universitaria, nunca se habían
conocido hasta que ambos se presentaron como voluntarios para esa misión y
fueron seleccionados.
En la semana de viaje, Jennings reparó incómodamente en la figura corpulenta de
Strauss, en su cabello claro y sus ojos azules, en su modo de mover las
prominentes mandíbulas cuando comía. Jennings, de físico mucho más menudo,
que también tenía ojos azules y cuyo cabello era más oscuro, se amilanaba ante
la arrolladora energía de Strauss.
- No está documentado que ninguna nave haya descendido en esta parte de la
Luna - dijo Jennings -. Y ninguna se ha estrellado.
- Si formara parte de una nave, sería liso y lustroso. Esto está erosionado.
Teniendo en cuenta que no hay atmósfera, eso significa una exposición de
muchos años al bombardeo de los micrometeoros.
Strauss si comprendía el significado del hallazgo.
- ¡Este artefacto no es de creación humana! - exclamó Jennings, exultante -.
Criaturas extraterrestres han visitado la Luna. Quién sabe hace cuánto tiempo.
- Quién sabe - convino Strauss.
- En el informe...
- Espera. Habrá tiempo para hacer un informe cuando tengamos algo de qué
informar -. Si era una nave, sin duda hallaremos algo más.
Pero no tenía sentido ponerse a buscar en ese momento. Habían trabajado
durante horas, y era momento de comer y descansar. Lo mejor sería abordar la
tarea frescos y consagrarle varias horas. Se pusieron de acuerdo tácitamente.
La Tierra estaba baja sobre el horizonte oriental, casi llena, brillante y estriada de
azul. Jennings la contempló mientras comían y experimentó, como de costumbre,
una intensa añoranza.
- Parece muy tranquila - comentó -, pero hay seis mil millones de personas
trabajando en ella.
Strauss abandonó sus cavilaciones para replicar:
- ¡Seis mil millones de personas destruyéndola!
Jennings frunció el ceño.
- No serás un ultra, ¿eh?
- ¿De qué demonios estás hablando?
Jennings se sonrojó. El rubor siempre se le notaba en la tez clara, que se ponía
rosada ante cualquier arrebato emocional. Le resultaba tremendamente
embarazoso.
Siguió comiendo sin decir nada.
Hacía una generación que la población de la Tierra se mantenía igual. No se podía
tolerar un nuevo incremento. Todos lo admitían. Incluso había quienes afirmaban
que la falta de incremento era insuficiente, que sería necesario reducir la
población. Jennings simpatizaba con ese punto de vista. La Tierra estaba siendo
devorada por una población humana excesiva.
¿Pero cómo lograr el descenso de la población? ¿Al azar, alentando a la gente a
reducir la tasa de natalidad a su aire? En los últimos tiempos se elevaba un clamor
que no sólo exigía un descenso demográfico, sino un descenso selectivo: la
supervivencia del más apto, para la cual quienes se consideraban a sí mismos los
más aptos escogían los criterios de aptitud.
Creo que lo he insultado, pensó Jennings.
Luego, cuando estaba a punto de quedarse dormido, se le ocurrió de repente que
no sabía nada sobre el carácter de Strauss. ¿Y si se proponía ponerse a buscar él
solo para adjudicarse todo el mérito del...?
Abrió los ojos alarmado, pero Strauss respiraba entrecortadamente y pronto
empezó a roncar.
Pasaron tres días buscando más fragmentos. Hallaron algunos. Hallaron más que
eso. Hallaron una zona reluciente con la diminuta fosforescencia de las bacterias
lunares. Esas bacterias eran bastante comunes, pero en ninguna parte se había
descubierto una concentración tan grande como para causar un fulgor visible.
Un ser orgánico, o sus restos, debió de estar aquí alguna vez - observó Strauss -.
El ser murió, pero sus microorganismos no y, al final, lo consumieron.
- Y quizá se propagaron - añadió Jennings -. Tal vez ése sea el origen de las
bacterias lunares. Quizá no sean nativas, sino el resultado de una contaminación...
de hace milenios.
- También funciona en sentido contrario. Como estas bacterias son esencialmente
diferentes de cualquier microorganismo terrícola, las criaturas de quienes fueron
parásitas, si tal es el caso, también debían de ser esencialmente distintas. Otro
indicio de una presencia extraterrestre.
El camino terminaba en la pared de un pequeño cráter.
- Es una inmensa tarea de excavación - suspiró Jennings -. Será mejor que
informemos y que nos manden ayuda.
- No - dijo sombríamente Strauss -. Tal vez esa ayuda no se justifique. El cráter se
pudo haber formado un millón de años después de que la nave se estrellara.
- ¿Quieres decir que entonces se vaporizó todo y sólo habría quedado esto que
hemos encontrado? - Strauss asintió con la cabeza y Jennings añadió -: Probemos
suerte de todos modos. Podemos cavar un poco. Si trazamos una línea a través
de los lugares donde hemos hallado algo y continuamos...
Strauss trabajaba con desgano, así que fue Jennings quien hizo el verdadero
hallazgo. Sin duda eso contaba. Aunque Strauss hubiera hallado el primer
fragmento metálico, Jennings había hallado el dispositivo.
Era un artefacto hundido un metro bajo una roca irregular que al caer había abierto
una cavidad en la superficie lunar. Durante un millón de años, la cavidad había
protegido el artefacto de la radiación, de los micrometeoros y de los cambios de
temperatura, de modo que permanecía intacto.
Jennings lo bautizó como el Dispositivo. No se parecía a ningún instrumento que
él conociera, pero ¿por qué iba a parecerse?
- No veo asperezas - dijo -. Quizá no esté roto.
- Pero quizá falten piezas.
- Quizá, pero no parece haber partes móviles. Es una pieza entera, extrañamente
irregular. Es lo que necesitamos. Una pieza de metal gastado o una zona rica en
bacterias sirven sólo para hacer deducciones y para mantener disputas. Pero esto
es algo fantástico, un dispositivo de evidente origen extraterrestre. - Lo habían
apoyado en la mesa y ambos lo observaban muy serios -. Presentemos un informe
preliminar.
- ¡No! - rugió Strauss -. ¡Claro que no!
- ¿Por qué no?
- Porque si lo hacemos se transformará en un proyecto de la Sociedad. Esto se
llenará de intrusos y cuando terminen no seremos ni siquiera una nota a pie de
página. ¡No! - Adoptó una expresión taimada -. Vamos a hacer todo lo que
podamos y a sacar el mayor provecho posible antes de que lleguen esas arpías.
Jennings lo pensó. Tampoco él quería perder la fama que se merecía. Pero aun
así...
- No sé si quiero correr el riesgo, Strauss. - Sintió el impulso de llamarlo por el
nombre de pila, pero se contuvo -. Mira, no es correcto esperar. Si esto es de
origen extraterrestre, tiene que ser de otro sistema solar. No hay sitio en este
sistema solar, aparte de la Tierra, que pueda albergar una forma de vida
avanzada.
- Eso no está demostrado - gruñó Strauss -. ¿Pero qué hay con ello, suponiendo
que tengas razón?
- Eso significaría que las criaturas de la nave dominaban el viaje interestelar y, por
lo tanto, estaban tecnológicamente más avanzadas que nosotros. Quién sabe lo
que el Dispositivo puede decirnos sobre su avanzada tecnología. Quizá sea la
clave de... quién sabe qué. Podría ser la clave de una revolución científica.
- Devaneos románticos. Si es producto de una tecnología mucho más avanzada
que la nuestra, no aprenderemos nada de ella. Resucita a Einstein y muéstrale
una microprotodistorsión. No sabría cómo interpretarla.
- No tenemos la certeza de que no aprenderemos nada.
- Aun así, ¿qué? ¿Qué tiene de malo una pequeña demora? ¿Qué tiene de malo
asegurarnos el mérito? ¿Qué tiene de malo asegurarnos una participación, que no
nos dejen excluidos?
- Pero Strauss... - Jennings se sintió conmovido casi hasta las lágrimas en su afán
de comunicar la importancia que él atribuía al Dispositivo -. Imagínate que nos
estrelláramos con él. Imagínate que no lográramos regresar a la Tierra. No
podemos poner en peligro esta cosa. - La acarició, casi como si estuviera
enamorado de ella -. Deberíamos informar sobre ella y pedir que envíen naves
para buscarla. Es demasiado preciosa para...
En medio de tanta intensidad emocional, el Dispositivo pareció entibiarse bajo su
mano. Una parte de la superficie, semioculta por un reborde de metal, emitió un
fulgor fosforescente.
Jennings apartó la mano con un gesto espasmódico y el Dispositivo se oscureció.
Pero era suficiente; el momento habla sido infinitamente revelador.
- Fue como si se abriera una ventana en tu cráneo - jadeó Jennings -. Pude ver tu
mente.
- Yo leí la tuya, o la experimenté, o entré en ella, o lo que sea.
Tocó el dispositivo con actitud fría y distante, pero no ocurrió nada.
- Eres un ultra - lo acusó Jennings -. Cuando toqué esto... - Lo tocó de nuevo -.
Vuelve a ocurrir. Lo veo. ¿Estás loco? ¿De veras crees que es humanamente
aceptable condenar a casi toda la raza humana a la extinción y destruir la
versatilidad y la variedad de la especie?
De nuevo apartó la mano, asqueado por las revelaciones, y de nuevo el
Dispositivo se oscureció. Una vez más, Strauss lo tocó con reservas y no ocurrió
nada.
- No empecemos a discutir, por el amor de Dios - dijo Strauss -. Esto es un
aparato de comunicación, un amplificador telepático. ¿Por qué no? Las células
cerebrales tienen potencial eléctrico. El pensamiento puede considerarse un
campo ondulatorio electromagnético de microintensidades...
Jennings se apartó. No quería hablar con Strauss.
- Pasaremos un informe de inmediato. Me importa un bledo la fama. Puedes
quedarte con ella. Yo sólo quiero que esto esté fuera de nuestras manos.
Por un instante, Strauss permaneció tenso. Luego, se relajó.
- Es más que un comunicador. Responde a la emoción y la amplifica.
- ¿De qué estás hablando?
- Ha funcionado dos veces cuando lo tocaste ahora, aunque lo estuviste
manipulando todo el día sin efecto visible. Y no reacciona cuando yo lo toco.
- ¿Y bien?
- Se activó cuando estabas en un estado de alta tensión emocional. Supongo que
eso es lo que requiere para reaccionar. Y cuando desvariabas sobre los ultras
hace un instante, me sentí igual que tú por un momento.
- Te sentiste como debías.
- Escúchame, ¿estás seguro de tener razón? Cualquier hombre pensante sabe
que la Tierra estaría mejor con una población de mil millones que con seis mil
millones. Si usáramos la automatización al máximo, algo que ahora las masas nos
impiden, podríamos tener una Tierra totalmente eficaz y viable con una población
de sólo cinco millones, por ejemplo. Escúchame, Jennings. No te vayas, hombre. -
Suavizó el tono de su voz, en un esfuerzo por conquistarlo con argumentos
razonables - Pero no podemos reducir la población democráticamente, ya lo
sabes. No se trata del impulso sexual, pues los dispositivos intrauterinos
resolvieron hace tiempo el control de la natalidad. Es una cuestión de
nacionalismo. Cada grupo étnico quiere que los demás sean los primeros en
reducir su población, y yo estoy de acuerdo con ellos. Quiero que mi grupo étnico,
nuestro grupo étnico, prevalezca. Quiero que la Tierra la herede una élite, lo cual
significa hombres como nosotros. Somos los seres humanos verdaderos, y esa
horda de simios que nos contiene nos está destruyendo a todos. De cualquier
forma, están condenados; ¿por qué no salvarnos nosotros?
- No - rechazó con firmeza Jennings -. Ningún grupo tiene el monopolio de la
humanidad. Tus cinco millones de reflejos idénticos, atrapados en una humanidad
privada de variedad y versatilidad, se morirían de aburrimiento, y se lo habrían
ganado a pulso.
- Sensiblerías, Jennings. Tú no lo crees. Nuestros tontos humanitaristas te han
enseñado a creerlo. Mira, este artefacto es justo lo que necesitamos - Aunque no
podamos construir otros ni comprender cómo funcionan, éste sería suficiente. Si
pudiéramos controlar o guiar la mente de ciertos hombres, poco a poco
impondríamos nuestro punto de vista en el mundo. Ya tenemos una organización.
Lo sabes si has visto mi mente. Está mejor motivada y estructurada que cualquier
otra organización de la Tierra. A diario nos vienen los mejores cerebros de la
humanidad, ¿por qué no tú? Este instrumento es una clave, pero no sólo para
obtener más conocimiento; es una clave para la solución final de los problemas
humanos. ¡Únete a nosotros!
Había hablado con un apasionamiento que Jennings le desconocía. Apoyó la
mano en el Dispositivo, que parpadeó un par de segundos y se apagó.
Jennings sonrió sin humor. Entendía lo ocurrido. Strauss había intentado agudizar
su intensidad emocional para activar el Dispositivo y había fallado.
- No puedes activarlo - le dijo -. Eres un superhombre, un maestro del
autodominio, y no puedes dejarte llevar, ¿verdad?
Cogió con manos trémulas el Dispositivo, que se encendió de inmediato.
- Entonces, actívalo tú. Gana renombre por salvar a la humanidad.
- Jamás - replicó Jennings, sofocado por la emoción -. Pasaré el informe ahora.
- No. - Strauss tomó un cuchillo de la mesa - Tiene punta y filo suficientes.
- Un comentario incisivo - observó Jennings, consciente de su retruécano a pesar
de la tensión del momento -. Entiendo tus planes. Con el Dispositivo puedes
convencer a cualquiera de que nunca existí. Puedes lograr una victoria ultra.
Strauss movió varias veces la cabeza en sentido afirmativo.
- Me lees la mente a la perfección.
- Pero no lo lograrás - susurró Jennings -. No, mientras yo tenga esto.
Lo inmovilizó con su voluntad. Strauss se movió desmañadamente y se detuvo.
Empuñaba el cuchillo con firmeza y le temblaba el brazo, pero no podía hacerlo
avanzar. Ambos sudaban profusamente.
- No puedes... mantenerlo así... todo el día - se esforzó Strauss, hablando entre
dientes.
Jennings lo percibía con claridad, pero no contaba con palabras para describirlo.
Era como retener a un animal escurridizo y de enorme fuerza, un animal que no
cesaba de contorsionarse. Tenía que concentrarse en esa sensación de
inmovilidad.
No estaba familiarizado con el Dispositivo. No sabía utilizarlo hábilmente. Era
como pedirle a alguien que nunca hubiera visto una espada que la empuñara con
la destreza de un mosquetero.
- Exacto - le dijo Strauss, siguiéndole los pensamientos, y avanzó un paso con
esfuerzo.
Jennings sabía que no podría oponer resistencia a la firme determinación de
Strauss. Ambos lo sabían. Pero estaba el deslizador. Debía irse de allí con el
Dispositivo.
Sólo que Jennings no tenía secretos. Strauss le vio el pensamiento y procuró
interponerse entre él y el deslizador.
Jennings redobló sus esfuerzos. No inmovilidad, sino inconsciencia. Duerme,
Strauss, pensó desesperadamente. ¡Duerme!
Strauss cayó de rodillas, apretando con fuerza los párpados.
Con el corazón desbocado, Jennings corrió hacia delante. Si pudiera golpearlo con
algo, arrebatarle el cuchillo...
Y como sus pensamientos habían dejado de concentrarse en el sueño Strauss lo
agarró por un tobillo y tiró de él con brusquedad.
Y no lo dudó un momento. En cuanto Jennings cayó al suelo, subió y bajó la mano
que empuñaba el cuchillo. Jennings sintió un dolor agudo, y una llamarada de
miedo y desesperación le invadió la mente.
Ese arrebato emocional elevó el parpadeo del Dispositivo a un fogonazo. Strauss
aflojó la mano y Jennings lanzó unos incoherentes y silenciosos gritos de temor y
rabia con la mente.
Strauss se derrumbó, con el rostro demudado.
Jennings se levantó con esfuerzo y retrocedió. No se atrevía a hacer nada, salvo
concentrarse en mantener la inconsciencia del otro. Todo intento de acción
violenta le restaría fuerza mental, lo privaría de una vacilante y torpe fuerza mental
que no podría dedicar a un uso efectivo.
Fue hacia el deslizador. A bordo habría un traje, y vendajes...
El deslizador no estaba pensado para viajes largos, y tampoco Jennings resistiría
un viaje largo. Tenía el flanco derecho empapado de sangre a pesar de los
vendajes. El interior del traje estaba endurecido por la sangre seca
No había señales de la nave, pero sin duda llegaría tarde o temprano. Tenía
mayor potencia y detectores que captarían la nube de la concentración de cargas
que dejaban los reactores iónicos del deslizador.
Había intentado comunicarse por radio con Estación Luna, pero aun no llegaba
respuesta y Jennings optó por callar. Las señales sólo harían que Strauss lo
localizara.
Podía tratar de llegar a Estación Luna, pero no creía que pudiera lograrlo. Strauss
lo detectaría antes. O moriría y se estrellaría antes. No llegaría. Tendría que
ocultar el Dispositivo, ponerlo a buen recaudo y, luego, enfilar hacia Estación
Luna.
El Dispositivo...
No estaba seguro de tener razón. Podía acabar con la raza humana, pero era
infinitamente valioso. ¿Debía destruirlo del todo? Era el único vestigio de una vida
inteligente no humana. Albergaba los secretos de una tecnología avanzada, se
trataba del instrumento de una ciencia mental avanzada. A pesar del peligro, había
que tener en cuenta el valor, el valor potencial.
No, debía ocultarlo para que alguien lo hallara de nuevo, pero sólo los moderados
del Gobierno. Nunca los ultras.
El deslizador descendió por el borde norte del cráter. Jennings lo conocía y podía
sepultar el Dispositivo allí. Si luego no lograba llegar a Estación Luna, tendría que
alejarse del escondrijo para no delatarlo con su presencia. Y debería dejar alguna
clave de su paradero.
Le pareció que pensaba con increíble lucidez. ¿Era la influencia del Dispositivo?
¿Estimulaba su pensamiento y lo guiaba hacia el mensaje perfecto? ¿O era la
alucinación insensata de un moribundo? No lo sabía, pero no tenía otra opción.
Debía intentarlo.
Pues Karl Jennings sabia que iba a morir. Le quedaban pocas horas de vida y
tenía mucho que hacer.
H. Seton Davenport, de la División Estadounidense del Departamento Terrícola de
Investigaciones, se frotó con aire ausente la cicatriz de la mejilla izquierda.
- Sé que los ultras son peligrosos, señor.
El jefe de división, M.T. Ashley, miró a Davenport con los ojos entrecerrados. El
gesto de sus mejillas enjutas denotaba su desaprobación. Como había jurado una
vez más que dejaría de fumar, buscó a tientas una goma de mascar, la
desenvolvió, la estrujó y se la metió en la boca. Se estaba volviendo viejo y
malhumorado, y su bigote corto y gris raspaba cuando se lo frotaba con los
nudillos.
- No sabe hasta qué punto son peligrosos, y me pregunto si alguien lo sabe. Son
pocos, pero gozan de influencia entre los poderosos, que están muy dispuestos a
considerarse la elite. Nadie sabe con certeza quienes ni cuántos son.
- ¿Ni siquiera el Departamento?
- El Departamento está atado de manos. Más aún, ni siquiera nosotros estamos
libres de esa mancha. ¿Lo está usted?
Davenport frunció el ceño.
- Yo no soy ultra.
- No he dicho que lo fuera. Le pregunto que si está libre de esa mancha ¿Ha
pensado en lo sucedido en la Tierra en los dos últimos siglos? ¿Nunca ha
pensado que una moderada disminución demográfica sería algo positivo? ¿Nunca
ha pensado que sería maravilloso liberarse de los poco inteligentes, de los
incapaces, de los insensibles y dejar el resto? Porque yo lo he pensado, qué
diablos.
- Si, me acuso de haberlo pensado alguna vez. Pero una cosa es expresar un
deseo y otra muy distinta planificar un proyecto práctico de acción hitleriana.
- El deseo no está tan lejos del acto como usted cree. Convénzase de que el
objetivo tiene importancia, de que el peligro es bastante grande, y los medios se
volverán cada vez menos objetables. De cualquier modo, ahora que ha terminado
ese asunto de Estambul, le pondré al corriente de esto. Lo de Estambul no fue
nada en comparación. ¿Conoce al agente Ferrant?
- ¿El que desapareció? No personalmente.
- Bien, pues hace dos meses se localizó una nave abandonada en la superficie
lunar. Realizaba una investigación selenográfica, financiada con fondos privados.
La Sociedad Geológica Rusoamericana, que patrocinaba el vuelo, informó de que
la nave no se había comunicado. Una búsqueda de rutina la localizó sin mayores
inconvenientes, a una razonable distancia del lugar desde donde transmitió su
último informe. La nave no estaba dañada, pero el deslizador había desaparecido,
junto con uno de los tripulantes, Karl Jennings. El otro hombre, James Strauss,
estaba vivo, pero deliraba. No mostraba lesiones físicas, pero estaba loco de
remate. Todavía lo está, y eso es importante.
- ¿Por qué? - preguntó Davenport.
- Porque el equipo médico que lo examinó halló anomalías neuroquimicas y
neuroeléctricas sin precedentes. Nunca han visto un caso semejante. Nada
humano pudo provocarlo.
Una sonrisa fugaz cruzó el rostro grave de Davenport.
- ¿Sospecha usted de invasores extraterrestres?
- Quizá - contestó el otro, sin sonreír en absoluto -. Pero permítame continuar. Una
búsqueda rutinaria por las cercanías de la nave no reveló indicios del deslizador.
Luego, Estación Luna comunicó que había recibido señales débiles de origen
incierto. Supuestamente procedían de la margen occidental de Mare Imbrium, pero
no estaban seguros de que fueran de origen humano y no creían que hubiera
naves en las cercanías. Ignoraron las señales. Pensando en el deslizador, sin
embargo, la partida de búsqueda se dirigió hacia Imbrium y lo localizó. Jennings
estaba a bordo, muerto. Una puñalada en el costado. Es sorprendente que lograra
sobrevivir tanto tiempo. Mientras tanto, los médicos estaban cada vez más
desconcertados por los delirios de Strauss. Se pusieron en contacto con el
Departamento y nuestros dos agentes lunares llegaron a la nave. Uno de ellos era
Ferrant. Estudió las grabaciones de esos delirios. No tenía sentido hacerle
preguntas, pues no había modo, ni hay, de comunicarse con Strauss. Existe una
alta muralla entre el universo y él, y tal vez sea para siempre. Sin embargo, sus
delirios, a pesar de las redundancias y las incoherencias, pueden tener cierto
sentido. Ferrant lo ordenó todo, como un rompecabezas. Al parecer, Strauss y
Jennings hallaron un objeto que consideraron antiguo y no humano, un artefacto
de una nave que se estrelló hace milenios. Parece ser que podía alterar la mente
humana.
- ¿Y alteró la mente de Strauss? ¿Es eso?
- Exacto. Strauss era un ultra (podemos decir «era» porque está vivo sólo
técnicamente) y Jennings no quiso entregarle el objeto. Y por buenas razones. En
sus delirios, Strauss habló de usarlo para provocar el autoexterminio, como él lo
llamó, de los indeseables. Quería conseguir una población final e ideal de cinco
millones. Hubo una lucha, en la cual Jennings, aparentemente, se valió de ese
artefacto, pero Strauss tenía un cuchillo. Cuando Jennings se marchó iba herido, y
la mente de Strauss estaba destruida.
- ¿Y dónde está el objeto?
- El agente Ferrant actuó con decisión. Registró de nuevo la nave y sus
inmediaciones. No había rastros de nada que no fuera una formación lunar natural
o un evidente producto de la tecnología humana. No encontró nada que pudiera
ser el artefacto. Luego, investigó el deslizador y sus inmediaciones. Nada.
- ¿No pudieron los miembros del primer equipo de investigación, que no
sospechaban nada, haberse llevado algo?
- Juraron que no, y no hay razones para sospechar que mintieran. Posteriormente,
el compañero de Ferrant...
- ¿Quién era?
- Gorbansky.
- Lo conozco. Hemos trabajado juntos.
- En efecto. ¿Qué piensa de él?
- Es honesto y capaz.
- De acuerdo. Gorbansky encontró algo. No un artefacto extraterrestre, sino algo
humano y de lo más corriente. Era una tarjeta blanca común, con una inscripción,
insertada en el dedo medio del guante derecho. Supuestamente, Jennings la
escribió antes de su muerte, así que, supuestamente, representaba la clave del
escondrijo.
- ¿Hay razones para pensar que lo escondió?
- Ya he dicho que no lo encontramos en ninguna parte.
- Pero pudo haberlo destruido, pensando que era peligroso dejarlo intacto.
- Es muy dudoso. Si aceptamos la conversación que hemos reconstruido a partir
de los delirios de Strauss, y Ferrant logró una reconstrucción que parece ser casi
literal, Jennings pensaba que ese artefacto era de importancia decisiva para la
humanidad. Lo denominó la «clave de una increíble revolución científica». No
destruiría algo así. Simplemente lo ocultaría de los ultras y trataría de informar de
su paradero al Gobierno. De lo contrario, ¿por qué iba a dejar una clave del
paradero?
Davenport sacudió la cabeza.
- Está usted en un círculo vicioso, señor. Dice que dejó una clave porque usted
cree que hay un objeto oculto, y cree que hay un objeto oculto porque dejó una
clave.
- Lo admito. Todo es dudoso. ¿Los delirios de Strauss significan algo? ¿La
reconstrucción de Ferrant es válida? ¿La pista de Jennings es realmente una
pista? ¿Existe un artefacto, ese Dispositivo, como lo llamaba Jennings? No tiene
sentido hacerse preguntas. Ahora debemos actuar sobre el supuesto de que el
Dispositivo existe y hay que encontrarlo.
- ¿Porque Ferrant ha desaparecido?
- Exacto.
- ¿Secuestrado por los ultras?
- En absoluto. La tarjeta desapareció con él.
- Oh..., entiendo.
- Hace tiempo que sospechamos que Ferrant es un ultra encubierto. Y no es el
único sospechoso dentro del Departamento. Las pruebas no bastaban para actuar
abiertamente; no podemos basarnos en meras sospechas, porque pondría el
Departamento patas arriba. Ferrant estaba bajo vigilancia.
- ¿Por parte de quién?
- De Gorbansky. Este había filmado la tarjeta y envió la reproducción al cuartel
general terrícola, admitiendo que la consideraba sólo un objeto curioso y la
adjuntaba al informe por mero afán de cumplir con la rutina habitual. Ferrant, el
mis inteligente de los dos, me parece a mí, entendió de que se trataba y actuó en
consecuencia. Lo hizo a un alto precio, pues se ha delatado y destruye así su
futura utilidad para los ultras; pero es posible que esa futura utilidad no sea
necesaria. Si los ultras controlan el Dispositivo...
- Tal vez Ferrant ya lo tenga.
- Recuerde que se encontraba bajo vigilancia. Gorbansky jura que el Dispositivo
no estaba en ninguna parte.
- Gorbansky no fue capaz de impedir que Ferrant se marchara con la tarjeta. Tal
vez tampoco logró evitar que localizara el Dispositivo.
Ashley tamborileó sobre el escritorio, con un ritmo inquieto y desigual.
- Prefiero no pensar eso. Si encontramos a Ferrant, podremos averiguar cuánto
daño ha causado; hasta entonces, debemos buscar el Dispositivo. Si Jennings lo
ocultó, seguramente intentó alejarse del escondrijo, pues de lo contrario ¿para qué
iba a dejar una pista? No debe de estar en las cercanías.
- Tal vez no vivió el tiempo suficiente para alejarse. Ashley volvió a tamborilear.
- El deslizador mostraba indicios de haber emprendido un vuelo largo y acelerado
y de haber acabado estrellándose. Eso concuerda con la idea de que Jennings
procuraba alejarse todo lo posible del escondrijo.
- ¿Se sabe de qué dirección venía?
- Si, pero no nos sirve de mucho. Por lo que indican las toberas laterales, estuvo
efectuando deliberadamente virajes y cambios de dirección.
Davenport suspiró.
- Supongo que tendrá una copia de la tarjeta.
- En efecto. Aquí está.
Le entregó un duplicado. Davenport lo estudió unos instantes. Era así:
- No le veo ningún significado a esto - comentó Davenport.
- Tampoco yo se lo veía al principio, y tampoco vieron nada las primeras personas
con las que consulté. Pero piense un poco. Jennings debía de creer que Strauss lo
perseguía; tal vez no supiera que había quedado fuera de combate para siempre.
Además, temía que algún ultra lo encontrara antes que un moderado. No se
atrevía a dejar una pista demasiado clara. - El jefe de división dio unos golpecitos
con el dedo sobre la copia de la tarjeta -. Esto debe de representar una clave de
difícil comprensión en apariencia, pero lo suficientemente clara para alguien
dotado de ingenio.
- ¿Podemos estar seguros de eso? - preguntó Davenport, escéptico -. A fin de
cuentas, era un hombre moribundo y que se sentía atemorizado, y tal vez estaba
sometido al influjo de ese objeto. Puede ser que no pensara de un modo lúcido y
ni siquiera humano. Por ejemplo, ¿por qué no intentó llegar a la Estación Luna?
Terminó a casi media circunferencia de distancia. ¿Estaba demasiado alterado
para pensar claramente? ¿Demasiado paranoico para confiar siquiera en la
Estación? Sin embargo, trató de comunicarse, pues la Estación captó las señales.
Lo que quiero decir es que esta tarjeta, que no parece tener sentido, en efecto no
tiene sentido.
Ashley meneó de lado a lado la cabeza solemnemente, como si fuera una
campana.
- Estaba atemorizado, si. Y supongo que no disponía de la presencia de ánimo
suficiente para llegar a la Estación Lunar. Sólo quería correr y escapar. Aun así,
esto tiene algún sentido. Todo encaja demasiado bien. Cada anotación tiene un
sentido, y también el conjunto
- ¿Cuál es ese sentido?
- Notará usted que hay siete puntos en el lado izquierdo y dos en el derecho.
Veamos primero el lado izquierdo. El tercero parece un signo de igual. ¿Un signo
de igual significa algo para usted, algo en particular?
- Una ecuación algebraica.
- Eso es general. ¿Algo en particular?
- No.
- Supongamos que lo consideramos un par de líneas paralelas.
- ¿El quinto postulado de Euclides? - aventuró Davenport.
- ¡Bien! En la Luna hay un cráter llamado Euclides, en homenaje al matemático
griego.
Davenport asintió con la cabeza.
- Ahora veo por dónde va usted. En cuanto a F/A, eso es fuerza dividida por
aceleración, la definición de la masa en la segunda ley del movimiento de
Newton...
- Si, y en la Luna también hay un cráter llamado Newton.
- Si, pero aguarde. La anotación inferior es el símbolo astronómico del planeta
Urano y no hay ningún cráter ni ningún otro objeto lunar que se llame Urano.
- Tiene usted razón. Pero Urano fue descubierto por William Herschel y la H que
forma parte del símbolo astronómico es la inicial de su nombre. Y ocurre que en la
Luna hay un cráter llamado Herschel; tres, en realidad, pues uno es por Caroline
Herschel, hermana del astrónomo, y otro por John Herschel, su hijo.
Davenport reflexionó un momento y dijo:
- PC/2. Presión por la mitad de la velocidad de la luz. No conozco esa ecuación.
- Pruebe con cráteres. Pruebe con la P de Ptolomeo y con la C de Copérnico.
- ¿Y buscar un punto intermedio? ¿Eso podría significar un punto a medio camino
entre Ptolomeo y Copernico.
- Me defrauda usted, Davenport - ironizó Ashley -. Pensé que conocía mejor la
historia de la astronomía. Ptolomeo planteaba una imagen geocéntrica del sistema
solar, con la Tierra en el centro, mientras que Copérnico presentaba una imagen
heliocéntrica, con el Sol en el centro. Un astrónomo buscó una solución
intermedia, a medio camino entre Ptolomeo y Copernico...
- ¡Tycho Brahe!
- Correcto. Y el cráter Tycho es el rasgo más conspicuo de la superficie lunar.
- De acuerdo. Veamos el resto. C - C es un modo corriente de indicar un tipo
común de enlace químico. Enlace se dice bond en inglés, y creo que hay un cráter
llamado Bond.
- Sí, en honor del astrónomo americano W.C. Bond.
- Y la primera anotación, XY2... XYY, una equis y dos íes griegas... ¡Ya está!
Alfonso X. Era el astrónomo español medieval Alfonso el Sabio. El cráter
Alphonsus.
- Muy bien. ¿Qué es SU?
- Eso me desconcierta, señor.
- Le daré una teoría. Significa «Soviet Union». Unión Soviética era el antiguo
nombre de la Región Rusa. La Unión Soviética fue el primer país que confeccionó
un mapa del otro lado de la Luna, y quizás allí haya un cráter. Tsiolkovsky, por
ejemplo. Como ve, cada símbolo de la izquierda parece representar un cráter:
Alphonsus, Tycho, Euclides, Newton, Tsiolkovsky, Bond, Herschel.
- ¿Y los símbolos de la derecha?
- Eso está absolutamente claro. El círculo dividido en cuatro es el símbolo
astronómico de la Tierra. La flecha que lo señala indica que la Tierra debe estar
directamente encima.
- ¡Ah! - exclamó Davenport -. ¡El Sinus Medii, la Bahía Media, sobre cuyo cenit
está perpetuamente la Tierra! No es un cráter, así que está en el lado derecho, al
margen de los demás símbolos.
- Exactamente. Se puede atribuir un sentido a todas las anotaciones, de modo que
es muy probable que esto no sea algo sin sentido y que procure indicarnos algo.
¿Pero qué? Hasta ahora tenemos siete cráteres y otro lugar. ¿Qué significa? Es
de suponer que el Dispositivo puede estar en un solo lugar.
- Bien. Un cráter puede ser un sitio enorme. Aunque supongamos que él usó el
lado de la sombra, para evitar la radiación solar, puede haber muchísimos
kilómetros que examinar en cada caso. Imaginemos que la flecha que señalaba el
símbolo de la Tierra define el cráter donde ocultó el Dispositivo, el lugar desde
donde la Tierra puede ser vista más cerca del cenit.
- Hemos pensado en ello. Delimita una zona e identifica siete cráteres, la
extremidad meridional de los que están al norte del ecuador lunar y la extremidad
septentrional de los que están al sur. Pero ¿cuál de los siete?
Davenport frunció el ceño. Hasta el momento no se le había ocurrido nada que no
se le hubiese ocurrido antes a alguien.
- ¡Regístrelos todos! - exclamó.
Ashley se rió con desgana.
- No hemos hecho otra cosa en las últimas semanas.
- ¿Y qué han encontrado?
- Nada. No hemos encontrado nada. Pero seguimos buscando.
- Es evidente que interpretamos mal uno de los símbolos.
- ¡Obviamente!
- Usted mismo dijo que había tres cráteres llamados Herschel. El símbolo SU, si
significa Unión Soviética y, por lo tanto, la otra cara de la Luna, puede representar
cualquier cráter del otro lado. Lomonosov, Jules Berreen, Joliot-Curie, cualquiera.
Más aún, el símbolo de la Tierra podría representar el cráter Atlas, a quien se
representa sosteniendo la Tierra, en algunas versiones del mito. La flecha podría
representar la Muralla Recta.
- Sin duda, Davenport. Pero aunque lleguemos a la interpretación correcta del
símbolo correcto ¿cómo la distinguimos de las interpretaciones erróneas, o de las
interpretaciones correctas de los símbolos erróneos? En esta tarjeta tiene que
haber algo que nos brinde un dato tan claro que podamos distinguir la clave real
de todas las claves falsas. Hemos fracasado y necesitamos una mente nueva,
Davenport. ¿Usted qué ve aquí?
- Le diré lo que podríamos hacer - masculló Davenport -. Podemos consultar a
alguien que yo... ¡Oh, cielos!
Ashley procuró dominar su entusiasmo.
- ¿Qué ve?
Davenport notó que le temblaba la mano. Confió en que no le temblaran los labios.
- Dígame, ¿ha investigado el pasado de Jennings?
- Por supuesto.
- ¿Dónde estudió?
- En la Universidad del Este.
Davenport sintió un arrebato de alegría, pero se contuvo. Eso no era suficiente.
- ¿Siguió un curso de extraterrología?
- Claro que si. Eso es lo normal para conseguir el título de geología.
- Pues bien, ¿sabe usted quién enseña extraterrología en la Universidad del Este?
Ashley chascó los dedos.
- ¡Ese excéntrico! ¿Cómo se llama...? Wendell Urth.
- Exacto, un excéntrico que es un hombre brillante a su manera; un excéntrico que
ha actuado como asesor para el Departamento en varias ocasiones y siempre ha
resuelto los problemas; un excéntrico al que yo iba a sugerir que consultáramos y
resulta que la propia tarjeta nos está diciendo que lo hagamos. Una flecha que
señala el símbolo de la Tierra. Un retruécano que podría significar «Id a Urth»,
escrito por un hombre que fue alumno de Urth y seguramente le conocía.
Ashley miró la tarjeta.
- Vaya, es posible. ¿Pero qué podría decirnos Urth que no veamos nosotros?
Davenport respondió, con una paciencia cortés:
- Sugiero que se lo preguntemos, señor.
Ashley miró en torno con curiosidad y medio asustado. Tenía la sensación de
hallarse en una exótica tienda, oscura y peligrosa, y de que en cualquier momento
podría atacarlo un demonio chillón.
La iluminación era escasa y abundaban las sombras. Las paredes parecían
distantes y estaban revestidas de librofilmes, desde el suelo hasta el techo. En un
rincón había una lente galáctica tridimensional y, detrás de ella, montones de
mapas estelares que apenas se vislumbraban.
En otro rincón se veía un mapa de la Luna, aunque quizá fuera un mapa de Marte.
Sólo el escritorio del centro se hallaba bien iluminado por una lámpara de rayos
finos. Estaba atiborrado de papeles y libros impresos. Había un pequeño proyector
con película, y un anticuado reloj esférico producía un zumbido suavemente
alegre.
Costaba recordar que era por la tarde y que en el exterior el sol dominaba en el
cielo. En ese lugar reinaba una noche eterna.
No se veían ventanas, y la clara presencia del aire acondicionado no le evitaba a
Ashley cierta sensación de claustrofobia.
Se acercó más a Davenport, quien parecía insensible a lo desagradable de
aquella situación.
- Llegará en seguida, señor - murmuró Davenport.
- ¿Siempre es así?
- Siempre. Nunca sale de aquí, por lo que yo sé, excepto para atravesar el campus
y dictar sus clases.
- ¡Caballeros, caballeros! - se oyó una aguda voz de tenor -. Me alegra mucho
verles. Son ustedes muy amables al visitarme.
Un hombrecillo rechoncho salió de otra habitación, abandonando las sombras y
emergiendo a la luz.
Les sonrió, ajustándose sus gafas gruesas y redondas. Cuando apartó los dedos,
las gafas quedaron precariamente suspendidas en la redonda punta de su
pequeña nariz.
- Soy Wendell Urth - se presentó.
La barba puntiaguda y gris en la regordeta barbilla no contribuía a realzar la
escasa dignidad del rostro risueño y del rechoncho torso elipsoide.
- ¡Caballeros! Son muy amables al visitarme - repitió, tras dejarse caer en una
silla, de la que sus piernas quedaron colgando, con las puntas de los zapatos a
dos o tres centímetros del suelo - Tal vez el señor Davenport recuerde que para
mí es importante permanecer aquí. No me agrada viajar, excepto a pie, y con dar
un paseo por el campus tengo suficiente.
Asheley lo miró desconcertado, de pie, y a su vez Urth lo observó con creciente
desconcierto. Sacó un pañuelo y se limpió las gafas, se las volvió a poner y dijo:
- Ah, ya sé cuál es el problema. Necesitan sillas. Sí. Bien, pues cójanlas. Si hay
cosas encima, quítenlas. Quítenlas. Siéntense, por favor.
Davenport quitó los libros de una silla y los dejó en el suelo. Empujó la silla hacia
Ashley y levantó un cráneo humano de otra silla y lo dejó aún con más cuidado
sobre el escritorio de Urth. La mandíbula, que no estaba sujeta con firmeza, se
entreabrió durante el traslado y quedó torcida.
- No importa - dijo afablemente Urth -, no se estropeará. Cuéntenme a qué han
venido, caballeros.
Davenport aguardó un instante a que hablara Ashley, pero tomo con gusto la
iniciativa al ver que su jefe guardaba silencio.
- Profesor Urth, ¿recuerda a un alumno llamado Jennings, Karl Jennings?
Urth dejó de sonreír mientras se esforzaba por recordar. Sus ojillos saltones
parpadearon.
- No - respondió finalmente -. No en este momento.
- Se graduó en geología. Estudió extraterrología con usted hace algunos años.
Aquí tengo su fotografía, por si le sirve de ayuda.
Urth estudio la fotografía con miope concentración, pero seguía dudando.
Davenport continuó:
- Dejó un mensaje críptico, que constituye la clave de un asunto de gran
importancia. Hasta ahora no logramos interpretarlo satisfactoriamente, pero sí
hemos deducido algo, y es que nos indica que acudamos a usted.
- ¿De veras? Que interesante! ¿Con qué propósito deben acudir a mí?
- Supuestamente, para que nos ayude a interpretar el mensaje.
- ¿Puedo verlo?
Ashley le pasó el papel a Wendell Urth. El extraterrologo lo miró sin fijarse mucho,
le dio la vuelta y se quedó un momento contemplando el dorso en blanco.
- ¿Dónde dice que acudan a mi?
Ashley se quedó sorprendido, pero Davenport se apresuró a intervenir:
- La flecha que apunta al símbolo de la Tierra. Parece claro.
- Parece claro que es una flecha que apunta al símbolo del planeta Tierra.
Supongo que podría significar literalmente «id a la Tierra», si esto se hubiese
encontrado en otro mundo.
- Se encontró en la Luna, profesor Urth, y podría significar eso. Sin embargo, la
referencia a usted nos pareció evidente, una vez que averiguamos que Jennings
había sido alumno suyo.
- ¿Siguió un curso de extraterrología en esta universidad?
- En efecto.
- ¿En qué año, señor Davenport?
- En el 18.
- Ah. El acertijo está resuelto.
- ¿Se refiere al significado del mensaje? - preguntó Davenport.
- No, no. El mensaje no significa nada para mi. Me refiero al acertijo de por qué no
me acordaba de él, pero lo recuerdo ahora. Era un sujeto muy discreto, ansioso,
tímido y modesto; una persona nada fácil de recordar. - Golpeó el mensaje con el
dedo -. Sin esto, nunca me hubiera acordado.
- ¿Por qué la tarjeta cambia las cosas? - quiso saber Davenport.
- La referencia a mí es un retruécano entre mi apellido y el nombre del planeta
Tierra. Es poco sutil, pero así era Jennings. Le encantaban los juegos de palabras.
- Lo único que recuerdo de él son sus intentos de crear retruécanos. A mí me
encantan, pero los de Jennings eran muy malos. O vergonzosamente obvios,
como en este caso. Carecía de talento para los retruécanos, pero le gustaban
tanto...
- Todo el mensaje es una especie de retruécano, profesor - interrumpió Ashley -.
Al menos, eso es lo que creemos, y concuerda con lo que dice usted.
- ¡Ah! - Urth se ajustó las gafas y miró nuevamente la tarjeta y los símbolos.
Frunció sus carnosos labios y dijo jovialmente -: Pues no lo entiendo.
- En ese caso... - dijo Ashley, cerrando las manos.
- Pero si ustedes me explican de qué se trata - continuó Urth -, quizá signifique
algo.
- ¿Puedo contárselo, señor? - preguntó Davenport -. Creo que este hombre es
digno de confianza y... podría ayudarnos.
- Adelante - masculló Ashley -. A estas alturas, ¿qué podemos perder?
Davenport resumió la historia con frases precisas y telegráficas, mientras Urth
escuchaba moviendo sus dedos rechonchos sobre el escritorio blanco, como si
barriera invisibles cenizas de tabaco. Al final de la narración, alzó las piernas y las
cruzó, como un afable Buda.
Cuando Davenport hubo terminado, Urth reflexionó un momento.
- ¿Tienen una trascripción de la conversación reconstruida por Ferrant?
- La tenemos - asintió Davenport -. ¿Quiere verla?
- Por favor.
Urth coloco la tira de microfilme en un visor y la examinó deprisa, moviendo los
labios. Luego, señaló la reproducción del mensaje críptico.
¿Y ustedes dicen que ésta es la clave del asunto, la pista crucial?
- Eso creemos, profesor.
- Pero no es el original, sino una reproducción.
- En efecto.
- El original desapareció con ese hombre, Ferrant, y ustedes creen que está en
manos de los ultras.
- Posiblemente.
Urth sacudió la cabeza con aire preocupado.
- Es de sobras conocido que no simpatizo con los ultras. Los combatiría por todos
los medios, así que no deseo que parezca que me echo atrás; pero... ¿cómo
saber con certeza que existe ese objeto que altera las mentes? Solo tenemos los
delirios de un psicópata y dudosas deducciones a partir de la copia de un
misterioso conjunto de signos que quizá no signifiquen nada.
- Si, profesor. pero no podemos correr riesgos.
- ¿Qué certeza hay de que esta copia sea exacta? ¿Y si en el original hay algo
que aquí falta, algo que clarifica el mensaje, algo sin lo cual el mensaje resulta
indescifrable?
- Estamos seguros de que la copia es exacta.
- ¿Que me dicen del reverso? No hay nada en el dorso de esta copia. ¿Qué me
dicen del reverso del original?
- El agente que hizo la copia nos informó de que la otra cara estaba en blanco.
- Los hombres pueden cometer errores.
- No tenemos razones para pensar que se equivocó y debemos partir del supuesto
de que no se equivocó. Al menos, mientras no recobremos el original.
- Entonces, ¿toda interpretación de este mensaje se debe hacer a partir de lo que
vemos aquí?
- Eso creemos. Estamos casi seguros - respondió Davenport, con creciente
abatimiento.
Urth aún parecía preocupado.
- ¿Por qué no dejar el objeto donde está? Si ningún grupo lo encuentra, tanto
mejor. Desapruebo cualquier método de jugar con la mente y no me gustaría
contribuir a posibilitarlo.
Davenport acalló con un ademán a Ashley, al darse cuenta de que éste iba a
hablar, y dijo:
- Debo aclararle, profesor Urth, que el Dispositivo tiene otros aspectos.
Supongamos que una nación extraterrestre viajara a un planeta distante y primitivo
y dejara allí una radio antigua, y supongamos que los nativos de ese lugar
hubieran descubierto la corriente eléctrica, pero no el tubo de vacío. La población
podría entonces descubrir que, cuando se conecta la radio a una corriente, ciertos
objetos de vidrio de la radio se calientan y brillan, pero, como es lógico, no
recibirían sonidos inteligibles, si, en el mejor de los casos, únicamente zumbidos y
chisporroteos. Sin embargo, si dejaran caer la radio enchufada en una bañera, la
persona que estuviera en la bañera se electrocutaría. ¿La gente de ese planeta
hipotético debería llegar a la conclusión de que el objeto que estudian sólo sirve
para matar.
- Entiendo la analogía - admitió Urth -. Usted piensa que esa capacidad para
alterar las mentes a una función accesoria del Dispositivo.
- Estoy seguro de ello. Si fuéramos capaces de deducir su verdadera finalidad, la
tecnología terrícola podría dar un salto de siglos.
- Es decir que usted está de acuerdo con lo que dijo Jennings... - Consultó el
microfilme -. Quizá sea la clave de... quién sabe qué. Podría ser la clave de una
increíble revolución científica.
- Exacto.
- No obstante, altera las mentes y es infinitamente peligroso. Sea cual sea la
finalidad de la radio, lo cierto es que electrocuta.
- Por eso no podemos permitir que los ultras se hagan con ello.
- ¿Y el Gobierno?
- Debo señalar que la cautela tiene un limite razonable. Recuerde que la raza
humana siempre ha coqueteado con el peligro, desde el primer cuchillo de
pedernal de la Edad de Piedra; y, antes de eso, el primer garrote de madera
también podía matar. Se podían usar para someter a hombres más débiles a la
voluntad de los más fuertes, lo cual también es una forma de alterar las mentes.
Lo que cuenta, profesor, no es el Dispositivo mismo, por peligroso que sea en lo
abstracto, sino las intenciones de quien lo utiliza. Los ultras han manifestado su
intención de exterminar a más del noventa y nueve por ciento de la humanidad. El
Gobierno, sean cuales fueren los derechos de los hombres que lo integran, no
tiene esa intención.
- ¿Y qué intención tiene el Gobierno?
- Un estudio científico del Dispositivo. Incluso esa capacidad para alterar la mente
puede producir grandes beneficios. Usado con lucidez, podría enseñarnos algo
sobre el fundamento físico de las funciones mentales. Podríamos aprender a
corregir trastornos mentales o a curar a los ultras. La humanidad podría aprender
a desarrollar una mayor inteligencia.
- ¿Por qué voy a creer que semejante idealismo se llevará a la práctica?
- Yo si lo creo. Pero piénselo de este otro modo. Si nos ayuda, usted se arriesga a
enfrentarse a un posible desvío hacia el mal por parte del Gobierno; pero, si no lo
hace, se arriesga a enfrentarse al propósito indudablemente maligno de los ultras.
Urth asintió con la cabeza, pensativo.
- Quizá tenga razón. Aun así, debo pedirle un favor. Tengo una sobrina que siente
un gran afecto por mí. Siempre está contrariada porque me niego terminantemente
a incurrir en la locura de viajar. Afirma que no se dará por satisfecha hasta que
algún día la acompañe a Europa, a Carolina del Norte o a cualquier otro lugar
absurdo...
Ashley se inclinó hacia delante, desechando el gesto de Davenport.
- Profesor Urth, si usted nos ayuda a hallar el Dispositivo, y si éste funciona, le
aseguro que le ayudaremos a liberarse de su fobia hacia los viajes, para que
pueda ir con su sobrina a donde desee.
Urth abrió de pronto los ojos de par en par y miró salvajemente a su alrededor,
como sí estuviera acorralado.
- ¡NO! ¡No! ¡Jamás! - Bajó la voz y susurró roncamente -: Les explicaré la
naturaleza de mis honorarios. Si los ayudo, si ustedes recobran el Dispositivo y
aprenden a usarlo, si mi ayuda es conocida por el público, mi sobrina arremeterá
contra el Gobierno como una furia. Es una mujer tozuda y chillona, que recaudará
dinero y organizará manifestaciones. Nada la detendrá. Y, sin embargo, no deben
ceder ante ella jamás. Deben ustedes resistir todas las presiones. Quiero que me
dejen en paz, como estoy ahora. Eso es lo único que pido como retribución.
Ashley se sonrojó.
- Sí, por supuesto, si así lo desea.
- ¿Cuento con su palabra?
- Cuenta con mi palabra
- Recuérdelo, por favor. También confío en usted, señor Davenport.
- Será como usted desee - lo tranquilizó Davenport -. Y supongo que ahora nos
dará la interpretación de las anotaciones.
- ¿Las anotaciones? - preguntó Urth, concentrando la atención en la tarjeta -. ¿Se
refiere a estas marcas, XYZ y demás?
- Si. ¿Qué significan?
- No lo sé. Sus interpretaciones valen tanto como cualquier otra.
Ashely estalló:
- ¿Quiere decir que toda esa cháchara sobre su presunta ayuda no llevaba a
nada? ¿A qué vienen tantos rodeos?
Wendell Urth parecía confundido e intimidado.
- Me gustaría ayudarles.
- Pero no sabe qué significan las anotaciones.
- No..., no... Pero sé qué significa el mensaje.
- ¿Lo sabe? - gritó Davenport.
- Desde luego. El significado es transparente. Lo sospeché mientras usted me
contaba la historia. Y estuve seguro una vez que leí la reconstrucción de las
conversaciones entre Strauss y Jennings. Ustedes también lo comprenderían,
caballeros, con sólo que se detuvieran a pensar.
- ¡Oiga! - se impacientó Ashley -. ¡Usted ha dicho que no sabe qué significan las
anotaciones!
- Y no lo sé. Sólo sé qué significa el mensaje.
- ¿Qué es el mensaje si no está en las anotaciones? ¿Es el papel, por amor de
Dios?
- Si, en cierto sentido.
- ¿Tinta invisible o algo parecido?
- ¡No! ¿Por qué les cuesta tanto entenderlo, cuando están a punto?
Davenport se inclinó hacia Ashley.
- Señor, déjeme esto a mí, por favor.
Ashley resopló.
- Adelante.
- Profesor - dijo Davenport -, ¿quiere ofrecernos su análisis?
- ¡Ah! Bien, de acuerdo. - El menudo extraterrólogo se recostó en la silla y se
enjugó la frente húmeda con la manga -. Veamos el mensaje. Si ustedes aceptan
que el círculo dividido en cuatro y la flecha los dirigen hacia mí, eso nos deja siete
anotaciones. Si éstas se refieren a siete cráteres, por lo menos seis de ellos deben
de estar destinados a distraer la atención, pues el Dispositivo sólo puede estar en
un lugar. No contenía piezas móviles ni separables; era de una sola pieza.
Además, ninguna de esas anotaciones está clara. Se podría significar cualquier
sitio del otro lado de la luna, que es una superficie del tamaño de Suramérica.
PC/2 puede significar Tycho, como dice el señor Ashley, o «a medio camino entre
Ptolomeo y Copérnico», como pensó el señor Davenport, o «a medio camino entre
Platón y Cassini». XY2 podría significar Alphonsus, que es una interpretación muy
ingeniosa; pero podría también referirse a un sistema de coordenadas donde la
coordenada Y fuera el cuadrado de la coordenada X. Análogamente, C - C podría
significar Bond o «a medio camino entre Cassini y Copérnico». F/A podría
significar «Newton» o «a medio camino entre Fabricius y Arquímedes». En
síntesis, significan tanto que no significan nada. Aunque una de ellas significara
algo, no se la podría escoger entre las demás, así que lo más sensato es suponer
que son pistas falsas. Es necesario, pues, determinar qué parte del mensaje
carece de ambigüedades y está perfectamente clara. La respuesta sólo puede ser
que se trata de un mensaje, que es una pista para llegar a un escondrijo. Es la
única certeza que tenemos, ¿no es así?
Davenport asintió con la cabeza.
- Al menos, creemos estar seguros de ello.
- Bien. Ustedes han dicho que este mensaje es la clave de todo el asunto. Han
actuado como si fuera la pista decisiva. Jennings mismo se refirió al Dispositivo
como una clave. Si combinamos esta visión sería del asunto con la afición de
Jennings por los retruécanos, una afición que quizás agudizó el Dispositivo... Les
contaré una historia.
»En la segunda mitad del siglo dieciséis, había un jesuita alemán que vivía en
Roma. Era un matemático y astrónomo de renombre y ayudó al papa Gregorio XIII
a reformar el calendario en 1582, efectuando los enormes cálculos requeridos.
Este astrónomo admiraba a Copérnico, pero no aceptaba la versión rieliocéntrica
del sistema solar. Se aferraba a la vieja creencia de que la tierra era el centro del
universo.
»En 1650, casi cuarenta años después de la muerte de este matemático, otro
jesuita, el astrónomo italiano Giovanni Battista Riccioli, trazó un mapa de la Luna.
Denominó los cráteres con nombres de astrónomos del pasado y como él también
rechazaba a Copérnico, escogió los cráteres mayores y más y espectaculares
para aquellos que situaban la Tierra en el centro del universo: Ptolomeo, Hiparco,
Alfonso X, Tycho Brahe. Reservó el cráter de mayor tamaño que pudo hallar para
su predecesor, el jesuita alemán.
- Este cráter es sólo el segundo en tamaño visible desde la Tierra. El mayor es
Bailly, que está en el borde de la Luna y resulta difícil de ver desde la Tierra.
Riccioli lo ignoró, y su denominación proviene de un astrónomo que vivió un siglo
después y murió guillotinado durante la Revolución Francesa.
Ashley lo escuchaba con impaciencia.
- ¿Pero qué tiene que ver esto con el mensaje?
- Pues todo - contestó Urth, sorprendido -. ¿No dijeron ustedes que este mensaje
era la clave de todo el asunto? ¿No es la pista decisiva?
- Sí, desde luego.
- ¿Hay alguna duda de que nos enfrentamos a algo que es la clave de otra cosa?
- Pues no - respondió Ashley.
- Bien... El nombre del jesuita alemán de que hablaba es Christoph Klau. ¿Ven
ustedes el retruécano? Klau es clave.
La desilusión aflojó el cuerpo de Ashley.
- Eso es muy rebuscado - masculló.
- Profesor Urth - dijo ansiosamente Davenport -, no hay ningún lugar de la Luna
llamado Klau.
- Claro que no. De eso se trata. En aquella época de la historia, la segunda mitad
del siglo dieciséis, los eruditos europeos latinizaban sus nombres. Eso ocurrió con
Klau. En vez de la «U» alemana, usó la letra latina equivalente, la «V». Luego,
añadió el «ius» habitual en los nombres latinos y Christoph Klau pasó a ser
Christopher Clavius, y supongo que ustedes recuerdan ese cráter gigante que
llamamos Clavius.
- Pero... - comenzó Davenport.
- Sin peros. Sólo señalaré que la palabra latina clavis significa clave. ¿Ven ahora
ese retruécano doble y bilingüe? Klau, Clavis, clave. En toda su vida, Jennings
jamás habría logrado un retruécano doble y bilingüe sin el Dispositivo. Entonces
pudo hacerlo, y sospecho que tuvo una muerte triunfal, dadas las circunstancias. Y
les dijo que acudieran a mí porque sabía que yo recordaría su afición por los
retruécanos y porque sabía que a mi también me gustaban. - Los dos hombres del
Departamento lo miraban con los ojos desorbitados -. Sugiero que registren el
borde de Clavius, en ese punto donde la Tierra está más cerca del cenit.
Ashley se levantó
- ¿Dónde está su videoteléfono?
- En la habitación contigua.
Ashley salió disparado. Davenport se quedó con el profesor.
- ¿Está seguro? - le preguntó.
- Totalmente. Pero aunque me equivoque sospecho que no importa.
- ¿Qué es lo que no importa?
- Que lo encuentren o no. Pues si los ultras hallan el Dispositivo dudo que sean
capaces de usarlo.
- ¿Por qué lo dice?
- Ustedes me preguntaron que si Jennings había sido alumno mío, pero no me
preguntaron por Strauss, que también era geólogo. Fue alumno mío un año
después de Jennings. Lo recuerdo bien.
- ¿Sí?
- Un hombre desagradable, muy frío. La característica distintiva de los ultras. Son
gélidos, muy rígidos, muy seguros de sí mismos. No pueden sentirse identificados
con nadie, ya que, en ese caso, no hablarían de matar a miles de millones de
seres humanos. Sus únicas emociones son glaciales y egoístas, sentimientos que
no pueden franquear la distancia entre dos seres humanos.
- Creo que lo entiendo.
- Claro que lo entiende. La conversación reconstruida a partir de los delirios de
Strauss nos mostró que no podía manipular el Dispositivo. Carecía de intensidad
emocional, o de las emociones necesarias. Sospecho que lo mismo ocurre con
todos los ultras. Jennings, que no era un ultra, podía manipularlo. Cualquiera que
pudiera usar el Dispositivo seria incapaz de ser cruel a sangre fría. Podría atacar
por miedo, como Jennings atacó a Strauss, pero no por mero cálculo, como
Strauss atacó a Jennings. Para expresarlo de una manera trillada, creo que el
Dispositivo se puede activar mediante el amor, pero no mediante el odio; y los
ultras se caracterizan por odiar.
Davenport asintió con la cabeza.
- Espero que tenga razón. Pero, entonces... ¿por qué recela tanto del Gobierno, si
piensa que esos hombres no podrían manipular el Dispositivo?
Urth se encogió de hombros.
- Quería asegurarme de que ustedes podían racionalizar sin vacilaciones y ser
persuasivos ante una argumentación inesperada. A fin de cuentas, quizá tengan
que vérselas con mi sobrina.
FIN

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