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Las tres leyes robóticas 1. Un robot no debe dañar a un ser humano o, por su inacción, dejar que un ser humano sufra daño. 2. Un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto cuando estas órdenes están en oposición con la primera Ley. 3. Un robot debe proteger su propia existencia, hasta donde esta protección no esté en conflicto con la primera o segunda Leyes. Manual de Robótica 1 edición, año 2058

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domingo, 28 de noviembre de 2010

Huérfanos de la Hélice --- Dan Simmons



Huérfanos de la Hélice
Dan Simmons

La gran gironave efectuaba el transporte desde el espacio Hawking hasta la doble luz roja y blanca de una cercana binaria. Mientras las 684.300 personas de la Hélice del Espectro de Amoiete dormían su profundo sueño criogénico, cinco IA a cargo de la nave conferenciaban. Se habían encontrado con un fenómeno inusual, y aunque cuatro de las cinco se habían mostrado de acuerdo en considerarlo lo suficientemente importante como para sacar a la enorme gironave del espacio Hawking c-plus, hubo un vivo debate —que prosiguió durante varios microsegundos— acerca de qué hacer a continuación.
La propia gironave parecía hermosa a la distante luz de las dos estrellas, una luz blanca y roja bañando su piel de un kilómetro de largo, con la luz de estrellas destellando en las tres mil vainas ambientales de sueño profundo, los grupos de treinta vainas en cada uno del centenar de ejes de giro girando tan rápidamente que los brazos eran como la borrosidad de grandes palas de ventilador superponiéndose, mientras las tres mil vainas en sí parecían ser una única y destellante gema brillando con luz roja y blanca. Los aeneanos habían adaptado la nave de tal modo que los ejes de las ruedas giratorias en el largo eje central de la nave estaban ligeramente inclinados en ángulo: los primeros treinta brazos giratorios inclinados hacia atrás, el segundo eje con sus más largos brazos de treinta vainas inclinados hacia adelante, de tal modo que las vainas de sueño profundo se entrecruzaban con sólo microsegundos de separación, cuajando en una sólida masa confusa que hacía que la nave, en pleno giro, se pareciera exactamente a lo que su nombre implicaba: Hélice. Un observador que la viera desde algunos cientos de kilómetros de distancia vería algo parecido a una girante doble hélice humana de ADN reflejando la luz de los dos soles emparejados.
Las cinco IA decidieron que lo mejor sería retraer las girantes vainas. Primero los grandes ejes cambiaron su orientación hasta que la brillante hélice se convirtió en una serie de tres mil brazos giratorios que disminuían su velocidad, cada uno con una vaina ovoide en su punta visible a través del cada vez menor movimiento. Luego los brazos de las vainas se detuvieron y se retrayeron hacia la larga nave, y cada vaina de sueño profundo encajó en un alojamiento cóncavo en el casco como un huevo siendo colocado cuidadosamente en un contenedor.
La Hélice, ya no parecida a su nombre sino más bien a una larga y esbelta flecha con sus centros de mando en la bulbosa cabeza triangular y el impulsor Hawking y los grandes motores de fusión abultando su otro extremo, aplicó ocho capas de revestimiento sobre los alojados brazos giratorios y las vainas. Todas las IA votaron decelerar hacia la estrella blanca G8 bajo unas conservadoras cuatrocientas gravedades y extender el campo de contención a clase veinte. No había ninguna amenaza visible en ningún sistema de la binaria, pero la gigante roja en el sistema más distante estaba —como debía— expeliendo enormes cantidades de polvo y restos estelares. La IA que se sentía muy orgullosa de sus habilidades de navegación y su cautela advirtió que la trayectoria de entrada hacia la estrella G8 debería mantenerse muy alejada del punto L del límite de Roche debido a las masivas ondas de choque de la heliosfera en aquel lugar, y todas cinco IA empezaron a elaborar un rumbo de deceleración al sistema G8 que evitara lo peor del torbellino heliosférico. Podían enfrentarse fácilmente a la radiación de las ondas de choque allí utilizando incluso un campo de contención de clase tres, pero con 684.300 seres humanos a bordo y a su cuidado, ninguna de las IA quería correr el menor riesgo.
Su siguiente decisión fue unánime e inevitable. Dada la razón para la desviación y la deceleración al interior del sistema G8, deberían despertar a los humanos. Saigyõ, la IA a cargo de las listas de personal, relación de guardias, perfiles psicológicos, y que había convertido en su misión el conocer a fondo cada uno de los 684.300 hombres, mujeres y niños, se tomó varios segundos para revisar la lista antes de decidir sobre las nueve personas a las que despertar.

Dem Lia despertó sin nada de la sorda migraña que se sentía en las unidades de fuga criogénica antiguas. Se sentía descansada y en plena forma cuando se sentó en su litera de sueño profundo, con el brazo de la unidad ofreciéndole el tradicional vaso de zumo de naranja.
¿Emergencia? —preguntó, con la voz no más ronca o tensa que después de una buena noche de sueño.
Nada que amenace la nave o la misión —dijo Saigyõ, la IA—. Una anomalía interesante. Una antigua transmisión de radio procedente de un sistema que puede ser una posible fuente de reavituallamiento. No hay problemas de ningún tipo en el funcionamiento de la nave o los sistemas de soporte vital. Todo está bien. La nave no corre ningún peligro.
¿A qué distancia estamos del último sistema que comprobamos? —preguntó Dem Lia, mientras terminaba el zumo de naranja y se ponía el mono con su banda verde esmeralda en el brazo izquierdo y en su turbante. Su gente había llevado tradicionalmente túnicas del desierto, cada túnica del color del Espectro Amoiete que las diferentes familias habían decidido honrar, las túnicas eran poco prácticas en el viaje espacial, donde la gravedad cero era un entorno frecuente.
Seis mil trescientos años luz —dijo Saigyõ. Dem Lia se contuvo de parpadear.
¿Cuántos años desde el último despertar? —dijo con voz suave—. ¿Cuantos años en tiempo de viaje total de la nave? ¿Cuántos años en deuda temporal del viaje total?
Nueve años de la nave y ciento dos años de deuda temporal desde el último despertar —dijo Saigyõ—. Viaje total de la nave, treinta y seis años. Total de deuda temporal del viaje relativo al espacio humano, cuatrocientos un años, tres meses, una semana, cinco días.
Dem Lia se frotó el cuello.
¿A cuántos de nosotros has despertado?
A nueve.
Dem Lia asintió, dejó de perder tiempo charlando con la IA, miró a su alrededor sólo una vez a los doscientos y pico sarcófagos sellados donde su familia y amigos seguían durmiendo, y tomó la cinta principal hacia la cubierta de mando, donde se estarían reuniendo los otros ocho.

Los aeneanos habían seguido la petición de la gente de la Hélice del Espectro de Amoiete de construir la cubierta de mando como el puente de una antigua nave antorcha o algún buque marítimo de Vieja Tierra, pre-Hégira. La cubierta estaba orientada en dirección hacia abajo, y Dem Lia se sintió complacida de observar en el viaje a la cubierta de mando que el campo de contención de la nave se mantenía a una firme g. El puente en sí tenía unos veinticinco metros de ancho y contenía las estaciones de enlace de mando para los distintos especialistas, así como una mesa central —redonda, por supuesto— donde se estaban reuniendo los despertados, bebiendo café y gastándose las habituales bromas acerca de los sueños del sueño profundo criogénico. A todo alrededor del gran hemisferio de la cubierta de mando, amplias ventanas se abrían al espacio: Dem Lia se detuvo un minuto para contemplar la extraña disposición de las estrellas, la vista hacia atrás de la aparentemente infinita longitud de la propia Hélice, donde fuertes filtros disminuían el brillo de la llama de fusión de la cola que ahora alcanzaba ocho kilómetros hacia su destino..., y al sistema binario en sí, una pequeña estrella blanca y una gigante roja, ambas claramente visibles. Las ventanas no eran en realidad ventanas, por supuesto; las imágenes holográficas podían cambiarse y aumentar o disminuir su tamaño u opacificarse en cualquier instante, pero por ahora la ilusión era perfecta.
Dem Lia dirigió su atención a las ocho personas junto a la mesa. Las había conocido a todas durante los dos años de entrenamiento en la nave con los aeneanos, pero no conocía bien a ninguna de ellas. Todas habían formado parte del selecto grupo de menos de mil elegidos para posible despertar durante el tránsito. Comprobó el color de sus bandas mientras se presentaban por encima del café.
Cuatro hombres, cinco mujeres. Una de las otras mujeres lucía también el verde esmeralda, lo cual significaba que Dem Lia no sabía si el mando recaería en ella o en la otra mujer más joven. Por supuesto, en cualquier caso el consenso determinaría eso, pero puesto que la banda verde esmeralda del poema y sociedad de la Hélice del Espectro de Amoiete significaba resonancia con la naturaleza, habilidad en el mando, confort con la tecnología y la conservación de las formas de vida en peligro —y todos los 684.300 refugiados de la Amoiete podían ser considerados formas de vida en peligro tan lejos del espacio humano—, se suponía que en despertares inusuales los verdes eran votados para el mando en general. Además de la otra verde —una mujer joven, pelirroja, llamada Res Sandre— había: un hombre de banda roja, Patek Georg Dem Mio; una joven mujer de banda blanca llamada Den Soa, a la que Dem Lia conocía de las simulaciones diplomáticas; un hombre de banda ébano llamado Jon Mikail Dem Alem; una mujer ya mayor de banda amarilla llamada Oam Rai, a la que Dem Lia recordaba por sobresalir en las operaciones de sistemas de la nave; un hombre de banda azul y pelo blanco llamado Peter Delen Dem Tae, cuyo entrenamiento primario era en psicología; una atractiva mujer de banda violeta —casi con toda seguridad escogida para astronomía— llamada Kem Loi; y un hombre de banda naranja —su médico, con el que Dem Lia había hablado en varias ocasiones—, Samel Ria Jem Ali, conocido por todos como Dr. Sam.
Tras las presentaciones hubo un silencio. El grupo miró por las ventanas hacia el sistema binario, con la estrella blanca G8 casi perdida en el resplandor de la formidable cola de fusión de la Hélice.
Finalmente el rojo, Patek Georg, dijo:
Muy bien, nave. Explícate.
La calmada voz de Saigyõ brotó por los omnipresentes altavoces.
Nos estábamos acercando al tiempo de empezar a buscar mundos de características terrestres cuando los sensores y la astronomía se interesaron en este sistema.
¿Un sistema binario? —dijo Kem Loi, la violeta—. Ciertamente no en el sistema de la gigante roja. —La gente de la Hélice del Espectro de Amoiete había sido muy específica acerca del mundo que deseaba que su nave encontrara para ellos: un sol G2, un mundo tipo terrestre que fuera al menos un 9 en la vieja escala Solmev, océanos azules, temperaturas agradables..., en otras palabras, un paraíso. Tenían cientos de miles de años luz y miles de años para buscarlo. Estaban convencidos de encontrarlo.
No quedan mundos en el sistema de la gigante roja —admitió afablemente Saigyõ, la IA—. Estimamos que el sistema era una estrella enana G2 blancoamarilla...
Un Sol —murmuró Peter Delen, el azul, sentado a la derecha de Dem Lia.
Sí —dijo Saigyõ— Muy parecida al sol de Vieja Tierra. Estimamos que se volvió inestable en la secuencia principal del estadio de quemar el hidrógeno hará unos tres millones y medio de años estándar y luego se expandió a su fase de gigante roja y se tragó cualquier planeta que hubiera en su sistema.
¿Cuántas UA se extiende la gigante? —preguntó Res Sandre, la otra verde.
Aproximadamente una punto tres —dijo la IA.
¿Y no hay planetas exteriores? —quiso saber Kem Loi. Los violetas en la Hélice estaban dedicados a estructuras complejas, el ajedrez, el amor de los más complejos aspectos de las relaciones humanas, y la astronomía—. Parece que tendrían que haber quedado algunos gigantes gaseosos o mundos rocosos si sólo se expandió un poco más allá de lo que era la órbita de Vieja Tierra o de Hyperion.
Quizá los mundos exteriores eran planetoides muy pequeños que fueron empujados hacia fuera por la constante presión de las partículas pesadas —dijo Patek Georg, el pragmático de banda roja.
Quizá no se formaron mundos en este sistema —dijo Den Soa, la diplomática de banda blanca. Su voz era triste—. Al menos en ese caso no se destruyó ninguna vida cuando el sol se convirtió en gigante roja.
Saigyõ —dijo Dem Lia—, ¿por que estamos decelerando hacia esa estrella blanca? ¿Podemos ver las especificaciones, por favor?
Imágenes, trayectorias y columnas de datos aparecieron sobre la mesa.
¿Qué es eso? —dijo la mujer mayor de la banda amarilla, Oam Rai.
Un anillo bosque éxter —dijo Jon Mikail Dem Alem—. Todo este camino. Todos estos años. Y alguna antigua nave simiente éxter de la Hégira nos ha ganado en eso.
¿Nos ha ganado en qué? —preguntó Res Sandre, la otra verde—. ¿No hay planetas en este sistema tampoco, Saigyõ?
No, señora —dijo la IA.
¿Estabas pensando en renovar su anillo bosque? —quiso saber Dem Lia. El plan había sido evitar todos los mundos o fortalezas aeneanos, Pax o éxter hallados a lo largo de su viaje lejos del espacio humano.
Este anillo bosque orbital es excepcionalmente abundante —dijo Saigyõ, la IA—, pero nuestra auténtica razón de despertaros e iniciar la deceleración dentro del sistema es que alguien que vive en o cerca del anillo está transmitiendo una señal de socorro en una banda código antigua de la Hegemonía. Es muy débil, pero la hemos captado desde una distancia de doscientos veintiocho años luz.
Eso les hizo hacer una pausa. La Hélice había sido lanzada unos ochenta años después del Momento Compartido aeneano, ese acontecimiento clave en la historia humana que había marcado el inicio de una nueva era para la mayor parte de la raza humana. Antes del Momento Compartido, la sociedad Pax manipulada por la Iglesia había controlado el espacio humano durante trescientos años. Esos éxters debían de haberse perdido toda la historia de Pax y probablemente la mayor parte de los mil años de historia de la Hegemonía que precedió a Pax. Además de eso, la deuda temporal de la Hélice añadía más de cuatrocientos años de viaje. Si esos éxters habían formado parte de la Hégira original de Vieja Tierra o de los Viejos Sistemas Vecinos en los primeros días de la Hegemonía, podían haber permanecido muy bien fuera de contacto con el resto de la raza humana durante mil quinientos años estándar o más.
Interesante —dijo Peter Delen Dem Tae, cuyo entrenamiento de banda azul incluía una profunda inmersión en la psicología y la antropología.
Saigyõ, pasa la señal de socorro, por favor —dijo Dem Lia.
Se produjeron una serie de siseos, pops y silbidos de estática con lo que podía ser muy bien una palabra electrónicamente filtrada. El acento era inglés primitivo de la Red Hegemónica.
¿Qué dice? —preguntó Dem Lia—. No puedo captarlo.
Ayúdennos —dijo Saigyõ. La voz de la IA estaba teñida con un acento asiático y normalmente sonaba ligeramente divertida, pero su tono era llano y serio ahora.
Los nueve alrededor de la mesa se miraron en silencio. Su objetivo había sido dejar el espacio aeneano humano y posthumano muy lejos tras ellos, permitiendo a su gente, la cultura de la Hélice del Espectro de Amoiete, perseguir sus propios fines, hallar su propio destino libres de la intervención aeneana. Pero los éxters eran sólo otra rama del linaje humano que intentaba determinar su propio camino evolutivo adaptándose al espacio, con sus aliados templarios viajando con ellos, utilizando sus secretos genéticos para desarrollar anillos bosque orbitales e incluso esferas de árboles estelares rodeando completamente sus soles.
¿Cuántos éxters estimas que viven en el anillo bosque orbital? —preguntó Den Soa, que con su entrenamiento blanco sería probablemente su representante diplomático si y cuando establecieran contacto.
Setecientos millones en el arco de treinta grados que podemos determinar en este lado del sol —dijo la IA—. Si han emigrado a todo o la mayor parte del anillo, podemos estimar evidentemente una población de varios miles de millones.
¿Algún signo de akerataeli o zeplenes? —preguntó Patek Georg. Todos los grandes anillos bosque y esferas de árboles estelares habían hecho esfuerzos de colaboración con esas dos razas alienígenas, que habían unido sus fuerzas con los éxters y los templarios durante la Caída de la Hegemonía.
Ninguno —dijo Saigyõ—. Pero quizá deseéis ver esta imagen remota del anillo en sí en la ventana central. Todavía estamos a sesenta y tres UA del anillo..., esto es una vista amplificada diez mil veces.
Todos se volvieron para mirar la ventana delantera, donde el anillo bosque parecía a tan sólo unos miles de kilómetros de distancia, con sus verdes hojas y sus ramas y entrelazados troncos amarillos y pardos curvándose fuera de su vista, con la estrella G8 ardiendo más allá.
Hay algo que no parece estar bien —dijo Dem Lia.
Ésta es la anomalía que se añadió a la urgencia de la señal de socorro y nos decidió a despertaros del sueño profundo —dijo Saigyõ, y su voz sonó de nuevo ligeramente divertida—. Este anillo bosque orbital no es una bioconstrucción éxter o templaria.
El doctor Samel Ria Kem Ali silbó suavemente.
Un anillo bosque de construcción alienígena. Pero con éxters de ascendencia humana viviendo en él.
Y hay algo más que hemos descubierto desde que entramos en el sistema —dijo Saigyõ. De pronto la ventana izquierda se llenó con una vista de una máquina, una nave espacial, tan enorme y desmañada que casi desafiaba toda descripción. Había una imagen de la Hélice sobreimpuesta en el fondo de la pantalla para proporcionar la escala. La Hélice tenía un kilómetro de largo. La base de esta otra espacionave era al menos mil veces más larga. El monstruo era enorme y ancho, bulboso y feo, negro como el carbón e insectoide, ostentando los peores rasgos tanto de la evolución orgánica como de la fabricación industrial. Centrado en la parte delantera había lo que parecía ser una boca con dientes de acero, una tosca abertura flanqueada con una al parecer interminable serie de mandíbulas y rotas hojas y rotores afilados como navajas.
Parece como la navaja de Dios —dijo Patek Georg Dem Mio, con la fría ironía ligeramente cortada por un apenas perceptible temblor en su voz.
La navaja de Dios, mi culo —dijo Jon Mikail Dem Alem suavemente. Como ébano, una de sus especialidades era los sistemas de soporte vital, y había crecido cuidando de las enormes granjas de Vitus-Gray-Balianus B—. Eso es una trilladora del infierno.
¿Dónde está? —empezó a preguntar Dem Lia, pero Saigyõ ya había presentado un holo mostrando su trayectoria de deceleración hacia el anillo bosque. La obscena nave-máquina avanzaba desde un lugar por encima de la eclíptica, estaba a unas veintiocho UA delante de ellos, deceleraba rápidamente pero no tan agresivamente como la Hélice, y se encaminaba directamente hacia el anillo bosque éxter. La trayectoria era clara: a su actual ritmo de deceleración, la máquina interceptaría directamente el anillo en nueve días estándar.
Ésta puede ser la causa de la señal de socorro —dijo secamente la otra verde, Res Sandre.
Si viniera hacia mí y hacia mi mundo, yo gritaría tan fuerte que me oiríais a doscientos veintiocho años luz de distancia sin siquiera una radio —dijo la joven banda blanca, Den Soa.
Si empezamos a recibir esta débil señal a unos doscientos veintiocho años luz de distancia —dijo Patek Georg—, eso significa que o bien esa cosa ha estado decelerando muy lentamente dentro del sistema o...
Ya estaba ahí antes —dijo Dem Lia. Ordenó a la IA que opacificara las ventanas y la despidió—. ¿Debemos asignar roles; deberes, prioridades, y tomamos las decisiones iniciales? —preguntó en voz baja.
Los otros ocho alrededor de la mesa asintieron sobriamente.

Para un extranjero, para alguien de fuera de la cultura de la Hélice del Espectro, los siguientes cinco minutos hubieran resultado muy difíciles de seguir. El consenso total se alcanzó antes de los primeros dos minutos, pero sólo una pequeña parte de la discusión se efectuó a través del habla. La combinación de gestos con la mano, lenguaje corporal, frases taquigráficas y silenciosos asentimientos de cabeza que había evolucionado a lo largo de siglos de una cultura decidida a tomar decisiones a través del consenso funcionó bien allí. Los padres y abuelos de aquellas personas sabían la necesidad de ordenar estructura y disciplina: medio millón de los suyos habían muerto en la corta pero terrible guerra con los residuos de Pax en Vitus-Gray-Balianus B, y luego otros cien mil cuando los vándalos Pax que huían saquearon su sistema unos treinta años más tarde. Pero estaban decididos a elegir el mando a través del consenso y luego tomar tantas decisiones como fuera posible a través del mismo medio.
En los dos primeros minutos se asignaron las misiones y se trató de las sutilezas en torno a los distintos deberes.
Dem Lia estaría al mando. Su voto pasaría por encima del consenso siempre que fuera necesario. La otra verde, Res Sandre, prefirió ocuparse de propulsión e ingeniería, trabajando con la reticente IA llamada Basho.
El banda roja, Patek Georg, sin que nadie se sorprendiera por ello, aceptó el puesto de oficial jefe de seguridad, tanto para las formidables defensas de la nave como durante cualquier contacto con los éxters. Sólo Dem Lia podía pasar por encima de sus decisiones en el uso del armamento de la nave.
La joven banda blanca, Den Soa, estaría a cargo de comunicaciones y diplomacia, pero pidió que Peter Delen Dem Tae aceptara compartir la responsabilidad con ella, y éste aceptó. La preparación de Peter en psicología incluía exobiopsicología teórica.
El Dr. Sam monitorizaría la salud de todo el mundo a bordo y estudiaría la biología evolutiva de los éxters y templarios si se producía el contacto.
Su banda ébano, Jon Mikail Dem Alem, asumió el mando de los sistemas de soporte vital, revisando y controlando los sistemas de la Hélice junto con la IA adecuada pero también preparando los ambientes necesarios si debían recibir a los éxters a bordo de la nave.
Oam Rai, el más viejo de los nueve y el maestro de ajedrez de la nave, aceptó coordinar los sistemas generales de la nave y ser el principal consejero de Dem Lia a medida que se desarrollaran los acontecimientos.
Kem Loi, la astrónoma, aceptó la responsabilidad de todos los sensores de largo alcance, pero estaba obviamente ansiosa por usar su tiempo libre para estudiar el sistema binario.
¿Ha observado alguien a qué se parece nuestra vieja amiga blanca de ahí delante? —preguntó.
A Tau Ceti —dijo Res Sandre sin vacilar.
Kem Loi asintió.
Y hemos visto la anomalía en la ubicación del anillo bosque.
Todo el mundo la había visto. Los éxters preferían estrellas tipo G2, donde podían desarrollar sus bosques orbitales aproximadamente a una UA del sol. Este anillo rodeaba su estrella a tan sólo 0,36 UA de ella.
Casi la misma distancia que Tau Ceti Centro de su sol —murmuró Patek Georg. TC2, como era conocido desde hacía más de mil años, había sido en su tiempo el mundo central y la capital de la Hegemonía. Luego se había convertido en un mundo marginal bajo Pax hasta que un cardenal de la Iglesia en ese mundo intentó un golpe de estado contra el acosado papa durante los últimos días de Pax. La mayoría de las ciudades reconstruidas habían sido arrasadas entonces. Cuando la Hélice abandonó el espacio humano ochenta años después de esa guerra, los aeneanos estaban repoblando y repopularizando la antigua capital, reconstruyendo hermosas estructuras clásicas y convirtiendo esencialmente las ruinas en una nueva Arcadia. Para los aeneanos.
Dadas y aceptadas las asignaciones, el grupo discutió la opción de despertar a sus miembros familiares más inmediatos del sueño criogénico. Puesto que las familias de la Hélice del Espectro consistían en matrimonios tríada —o bien un hombre y dos mujeres o viceversa—, y puesto que la mayoría tenían hijos a bordo, era un tema complicado. Jon Mikail planteó las consideraciones de soporte vital —que eran menores—, pero todo el mundo estuvo de acuerdo en que complicaría la toma de decisiones con la familia despierta sólo como pasajeros. Se acordó dejarlos en sueño profundo, con la única excepción del esposo y esposa de Den Soa. La joven diplomática de banda blanca admitió que se sentiría insegura sin sus dos amores con ella, y el grupo aceptó esta excepción a su decisión, con la gentil sugerencia de que los compañeros despertados se mantuvieran fuera de la cubierta de mando a menos que hubiera alguna razón importante por la que debieran estar allí. Den Soa aceptó de inmediato. Saigyõ fue avisado, e inmediatamente empezó a despertar al compañero y compañera de Den Soa. No tenían hijos.
Entonces se planteó el tema central.
¿Vamos a decelerar realmente hasta este anillo y mezclarnos en los problemas de esos éxters? —preguntó Patek Georg—. Suponiendo que su señal de socorro tenga todavía algún significado.
Siguen emitiéndola en las viejas longitudes de onda —dijo Den Soa, que había estado trasteando en el sistema de comunicaciones de la nave. La joven de pelo rubio miró a algo en su visión virtual—. Y esa máquina monstruo todavía se encamina hacia ellos.
Pero tenemos que recordar —dijo el hombre de la banda roja— que nuestra meta era evitar el contacto con puestos de avanzada humanos que pudieran plantear problemas en nuestro camino fuera del espacio conocido.
Res Sandre, la verde ahora a cargo de ingeniería, sonrió.
Supongo que creamos ese plan general acerca de evitar elementos Pax o éxter o aeneanos sin tener en cuenta que podíamos encontrarnos con humanos, o antiguos humanos, a unos ocho mil años luz fuera de la esfera conocida del espacio humano.
Eso puede significar todavía problemas para todo el mundo —dijo Patek Georg.
Todos comprendían el auténtico significado de la afirmación del jefe de seguridad de banda roja. Los rojos en la Hélice del Espectro se dedicaban al valor físico, las convicciones políticas y la pasión por el arte, pero también eran entrenados en profundidad en la compasión hacia las demás cosas vivas. Los otros ocho comprendían que cuando decía que el contacto podía significar problemas para "todo el mundo" se refería no sólo a las 684.291 almas dormidas a bordo de la nave, sino también a los propios éxters y templarios. Esos huérfanos de Vieja Tierra, este grupo autoevolutivo de la estirpe humana, había permanecido más allá de la historia y de los límites humanos durante al menos un milenio, quizá mucho más tiempo. Incluso el más breve contacto podía causar problemas a la propia cultura éxter.
Iremos y veremos si podemos ayudar..., y al mismo tiempo cargaremos nuevas provisiones, si es posible —dijo Dem Lia, con tono amistoso pero definitivo—. Saigyõ, a nuestra mayor cifra de deceleración sin poner en tensión los campos internos de contención, ¿cuánto tiempo nos tomará llegar a un punto de cita a unos cinco mil kilómetros del anillo bosque?
Treinta y siete horas —dijo la IA.
Lo cual nos sitúa ahí siete días y algo más antes que esa horrible máquina —dijo Oam Rai.
Infiernos —dijo el Dr. Sam—, esa máquina puede ser algo que construyeron los propios éxters para transbordarlos a través de los campos de choque de la heliosfera hasta el sistema de la gigante roja. Una especie de feo tranvía.
No lo creo —dijo la joven Den Soa, sin captar la ironía del viejo.
Bueno, los éxters han reparado en nosotros —dijo Patek Georg, que estaba conectado sensorialmente al nexo de su sistema—. Saigyõ, tráenos de nuevo las ventanas, por favor. Un poco de aumento, como antes.
De pronto la estancia se llenó con la luz de las estrellas y la luz del sol y la luz reflejada del trenzado anillo del bosque orbital, que se parecía enormemente a Jack y la planta de judías gigante, curvándose fuera de la vista alrededor de la brillante estrella blanca. Sólo que ahora se había añadido algo más al cuadro.
¿Esto es en tiempo real? —susurró Dem Lia.
Sí —dijo Saigyõ—. Los éxters han estado evidentemente observando nuestra cola de fusión cuando hemos entrado al sistema. Ahora acuden a nuestro encuentro.
Miles —decenas de miles— de oscilantes bandas de luz habían abandonado el anillo bosque y se movían como brillantes luciérnagas o radiantes telarañas que se alejaban del trenzado de enormes hojas, corteza y atmósfera. Los miles de motas de luz se encaminaban fuera del sistema, hacia la Hélice.
Por favor, ¿puedes ampliar un poco más la imagen? —pidió Dem Lia.
Le había hablado a Saigyõ, pero fue Kem Loi, que se había conectado ya a la red óptica de la nave, quien actuó.
Mariposas de luz. Alas de cien, doscientos, quinientos kilómetros de ancho atrapando el viento solar y cabalgando las líneas magnéticas que brotaban de la pequeña y brillante estrella. Pero no decenas de miles de alados ángeles o demonios de luz, sino cientos de miles. Como mínimo, cientos de miles.
Esperemos que sean amistosos —dijo Patek Georg.
Esperemos que todavía podamos comunicarnos con ellos —susurró la joven Den Soa—. Quiero decir..., pueden haber forzado su propia evolución en cualquier dirección en los últimos mil quinientos años.
Dem Lia golpeó suavemente con su mano sobre la mesa, pero con la fuerza suficiente como para ser oída.
Sugiero que dejemos de especular y desear por el momento y nos preparemos para esta cita dentro de... —Hizo una pausa.
Veintisiete horas y ocho minutos si los éxters siguen dirigiéndose hacia fuera del sistema a nuestro encuentro —dijo rápidamente Saigyõ.
Res Sandre —indicó suavemente Dem Lia—, ¿por qué tú y tu IA de propulsión no os ocupáis de aseguraros de que nuestra última deceleración sea lo suficientemente suave como para no freír unas cuantas toneladas de esos miles de éxters que acuden a recibirnos? Sería un mal principio para un encuentro diplomático.
Si vienen con intenciones hostiles —dijo Patek Georg—, el impulsor de fusión será una de nuestras armas más poderosas contra...
Dem Lia le interrumpió. Su voz era suave pero no aceptaba ningún argumento.
Ninguna palabra de guerra con esta civilización éxter hasta que tengamos claros sus motivos. Patek, puedes revisar todos los sistemas defensivos de la nave, pero no tendremos ninguna otra discusión de grupo sobre acciones ofensivas hasta que tú y yo hayamos hablado en privado.
Patek Georg asintió con la cabeza.
¿Hay alguna otra pregunta o comentario? —preguntó Dem Lia. No había ninguno.
Los nueve se levantaron de la mesa y se dedicaron a sus tareas.

Unas insomnes veinticuatro horas largas más tarde, Dem Lia permanecía de pie erguida en una estatura divina en el sistema de la enana blanca, con la G8 ardiendo a sólo unos pocos metros de sus hombros. El trenzado árbol mundo estaba tan cerca que hubiera podido adelantar una mano y tocarlo, rodearlo con su mano de tamaño divino, mientras al nivel de su pecho los cientos de miles de rielantes alas de luz convergían sobre la Hélice, cuya cola de deceleración se había reducido a la nada. Dem Lia permanecía de pie sobre la nada, sus pies firmemente plantados en el negro espacio, el anillo bosque alienígena aproximadamente al nivel de su cintura, las estrellas una enorme esfera de constelaciones y bruma galáctica esparcidas muy arriba, a su alrededor y más allá de ella.
De pronto Saigyõ se le unió. El monje del siglo X adoptó su habitual pose virreal: con las piernas cruzadas, flotando plácidamente justo por encima del plano de la eclíptica, a unos pocos metros respetuosos de Dem Lia. No llevaba camisa e iba descalzo, y su redondeado vientre añadía un toque a los buenos sentimientos que emanaban de su redondo rostro, sus ojos rasgados y sus rojizas mejillas.
Los éxters vuelan tan hermosamente en el viento solar —murmuró Dem Lia. Saigyõ asintió.
Observarás, sin embargo, que en realidad practican el surf sobre las ondas de choque, cabalgando a lo largo de las líneas de los campos magnéticos. Eso les proporciona esos sorprendentes estallidos de velocidad.
Me lo habían dicho, pero no lo había visto —dijo Dem Lia—. ¿Puedes...?
Al instante el sistema solar en el que se hallaban se convirtió en un laberinto de líneas de campo magnético que brotaban de la estrella blanca G8, curvándose al principio y luego volviéndose rectas y regularmente espaciadas como una barrera de lanzas láser. La exhibición mostró su elaborado esquema de líneas del campo magnético en rojo. Las líneas azules mostraban los incontables senderos de los rayos cósmicos fluyendo hacia el sistema desde toda la galaxia, alineándose con las líneas del campo magnético e intentando formar su camino en espiral por entre las líneas del campo como agitantes salmones abriéndose camino corriente arriba para desovar en el vientre de la estrella. Dem Lia observó que las líneas del campo magnético que brotaban tanto del polo norte como del polo sur del sol se retorcían y doblaban sobre sí mismas, desviando así más ondas cósmicas que de otro modo hubieran llegado fácilmente a las lisas líneas del campo polar. Dem Lia cambió de metáforas, y pensó en los espermatozoides abriéndose camino luchando hacia un resplandeciente óvulo, y siendo arrojados a un lado por un perverso viento solar y oleadas de ondas magnéticas, aniquilados por ondas de choque que les azotaban a lo largo de las líneas del campo como si alguien hubiera sacudido fuertemente un alambre o restallado un látigo.
Es tormentoso —dijo Dem Lia, viendo el rumbo de tantos de los éxters que rodaban y se deslizaban y cabalgaban a lo largo de aquellos frentes de choque de iones, campos magnéticos y rayos cósmicos, manteniendo sus posiciones con alas de resplandecientes campos de fuerza de energía mientras el viento solar se propagaba primero hacia adelante y luego hacia atrás a lo largo de las líneas del campo magnético, y finalmente coronando las ondas de choque hacia adelante de nuevo a medida que más rápidos estallidos de viento solar se estrellaban contra las ondas más lentas delante de él, creando tsunamis temporales que rodaban hacia fuera del sistema y luego fluían hacia atrás como una pesada resaca retrocediendo hacia la llameante playa del sol G8.
Los éxters manejaban esta confusión de geometrías, las líneas rojas del campo magnético, las líneas amarillas de los iones, las líneas azules de los rayos cósmicos, y el rodante espectro de los frentes de choque que se estrellaban con aparente facilidad. Dem Lia miró una vez hacia fuera, hacia donde la heliosfera de la gigante roja chocaba con la hirviente heliosfera de aquella brillante estrella G8, y la tormenta de luz y colores en aquel lugar le recordó un fosforescente océano de múltiples tonos estrellándose contra los riscos de un igualmente multicolor y poderoso continente de bullente energía. Un lugar agitado.
Volvamos al display regular —dijo Dem Lia, y al instante las estrellas y el anillo bosque y los aleteantes éxters y la Hélice en plena frenada estuvieron de vuelta..., los dos últimos completamente fuera de escala para mostrarlos claramente.
Saigyõ —dijo Dem Lia—, por favor invita a todas las demás IA aquí ahora.
El sonriente monje alzó unas delgadas cejas.
¿Todas ellas aquí a la vez?
Sí.
Aparecieron pronto, pero no al instante, cada figura solidificándose en su presencia virtual un segundo o dos antes de la siguiente.
Primero apareció lady Murasaki, más baja aún que la diminuta Dem Lia, el estilo de su túnica y su quimono de tres mil años de antigüedad cortó el aliento de la comandante en funciones. Qué belleza dio por sentada Vieja Tierra, pensó Dem Lia. Lady Murasaki inclinó educadamente la cabeza y deslizó sus pequeñas manos en las mangas de su túnica: Su rostro estaba pintado casi blanco, sus labios y ojos fuertemente perfilados, y su largo cabello negro estaba peinado tan elaboradamente que Dem Lia —que había llevado el pelo corto la mayor parte de su vida— ni siquiera pudo llegar a imaginar el trabajo de pinzas, horquillas, peinado, trenzado, moldeado y lavado de una masa como aquélla.
Ikkyû cruzó confiado el vacío espacio al otro lado de la Hélice virtual un segundo más tarde. Esta IA había elegido la vieja personalidad del hacía mucho tiempo muerto poeta zen: Ikkyû parecía tener unos setenta años, más alto que la mayoría de los japoneses, completamente calvo, con arrugas de preocupación en su frente y líneas de risa alrededor de sus brillantes ojos. Antes de que se iniciara el vuelo, Dem Lia había usado los bancos de historia de la nave para leer acerca del monje, poeta, músico y calígrafo del siglo XV: parecía que cuando el Ikkyû histórico había cumplido los setenta años, se había enamorado de un cantante ciego cuarenta años más joven que él y había escandalizado a los monjes más jóvenes cuando trasladó a su amor al templo para que viviera con él. A Dem Lia le gustaba Ikkyû.
Basho apareció a continuación. El gran experto en haiku decidió aparecer como un delgado y alto campesino japonés del siglo XVII, con el sombrero cónico y los chanclos de su profesión. Siempre tenía algo de tierra debajo de sus uñas.
Ryõkan penetró graciosamente en el círculo. Llevaba un hermoso atuendo de un azul sorprendente ribeteado en oro. Su pelo era largo y atado en una cola.
Os he pedido a todos que estuvierais aquí a la vez debido a la complicada naturaleza de esta cita con los éxters —dijo Dem Lia firmemente—. Tengo entendido por el diario de a bordo que uno de vosotros se opuso a trasladarnos del espacio Hawking para responder a esta llamada de socorro.
Fui yo —dijo Basho, hablando en moderno inglés post-Pax, pero con una voz tan rasposa y gutural como el gruñido de un samurai.
¿Por qué? —quiso saber Dem Lia.
Basho hizo un gesto con una larga y delgada mano.
Las prioridades de programación que acordamos no cubren este acontecimiento específico. Creí que ofrecía un potencial de peligro demasiado grande y demasiado poco beneficio en nuestro auténtico objetivo de hallar un mundo colonia.
Dem Lia hizo un gesto hacia los enjambres de éxters que se acercaban a la nave. Ahora estaban tan sólo a unos pocos miles de kilómetros. Habían estado emitiendo sus pacíficas intenciones a través de las viejas longitudes de onda durante más de un día estándar.
¿Todavía crees que es demasiado arriesgado? —preguntó a la alta IA.
Sí —dijo Basho.
Dem Lia asintió, con el ceño ligeramente fruncido. Siempre era inquietante cuando las IA mostraban su disconformidad en un tema importante, pero por eso precisamente los aeneanos las habían dejado autónomas tras la descomposición del TecnoNúcleo. Y por eso eran cinco a la hora de votar.
El resto de vosotras obviamente vio que el riesgo era aceptable.
Lady Murasaki respondió con su voz baja y reservada, casi un suspiro.
Lo vimos como una excelente posibilidad de reaprovisionamos de nuevos alimentos y agua, mientras que las implicaciones culturales eran más para que vosotros ponderarais y actuarais que para que nosotros decidiéramos. Por supuesto, no habíamos detectado la enorme nave espacial en el sistema antes de trasladamos fuera del espacio Hawking. Quizás hubiera afectado nuestra decisión.
Ésta es una cultura humana-éxter, casi con toda seguridad con una apreciable población templaria, que no ha tenido ningún contacto con el universo humano exterior desde los primeros días de la Hegemonía, si es que lo tuvo entonces —dijo Ikkyû con gran entusiasmo—. Puede que sean el puesto de avanzada más alejado de la antigua Hégira. De toda la humanidad. Una maravillosa oportunidad de aprender.
Dem Lia asintió impaciente.
Dentro de unas pocas horas estableceremos contacto. Habéis oído su mensaje por radio..., dicen que desean saludarnos y hablar, y nosotros hemos sido educados en nuestra respuesta. Nuestros dialectos no son tan distintos como para que el traductor no pueda manejarlos en una conversación cara a cara. Pero, ¿cómo podemos saber si vienen realmente en paz?
Ryõkan carraspeó.
Habría que recordar que, durante más de mil años, las llamadas Guerras con los Éxters fueron provocadas primero por la Hegemonía y luego por Pax. Los asentamientos originales éxter en el espacio profundo eran lugares pacíficos, y esta distante colonia no debió de experimentar en absoluto el conflicto.
Saigyõ rió quedamente en su confortable percha sobre la nada.
También habría que recordar que durante las actuales guerras de Pax con los éxter, esos pacíficos humanos adaptados al espacio aprendieron para defenderse a construir y usar naves antorcha, impulsores Hawking modificados, armas de plasma, e incluso algunos impulsores Pax Gedeón capturados. —Agitó su brazo desnudo—. Hemos escaneado cada uno de esos éxters que vienen, y ninguno lleva ningún arma..., ni siquiera una lanza de madera.
Dem Lia asintió.
Kem Loi me ha mostrado pruebas astronómicas que sugieren que su nave simiente anclada se vio separada del anillo y resultó destruida hace mucho tiempo, posiblemente sólo unos pocos años o meses después de su llegada. Este sistema carece de asteroides, y la nube de Oort se halla dispersa mucho más allá de su alcance. Es concebible que no dispongan de metales ni de ninguna capacidad industrial.
Señora —dijo Basho, con aspecto preocupado—, ¿cómo podemos saber eso? Los éxters han modificado su cuerpo lo suficiente como para generar alas de campos de fuerza que pueden extenderse a lo largo de cientos de kilómetros. Si se acercan lo suficiente a la nave, teóricamente pueden usar el efecto plasma combinado de esas alas para intentar romper los campos de contención y atacar la nave.
Golpeados a muerte por las alas de los ángeles —meditó Dem Lia suavemente—. Una irónica manera de morir.
Las IA no dijeron nada.
¿Quién trabaja más directamente con Patek Georg Dem Mio en las estrategias de defensa? —preguntó Dem Lia en medio del silencio.
Yo —dijo Ryõkan.
Dem Lia ya lo sabía, pero pese a todo pensó: Gracias a Dios que no es Basho. Patek Georg era demasiado paranoico para formar parte del interfaz IA-humano en esta especialidad.
¿Cuáles van a ser las recomendaciones de Patek cuando nos reunamos dentro de unos pocos minutos? —preguntó bruscamente Dem Lia a Ryõkan.
La IA dudó sólo el más ligero de los instantes perceptibles. Las IA comprendían tanto la discreción como la lealtad al humano con quien trabajaban, en su especialidad, pero también comprendían los imperativos del papel del comandante elegido en la nave.
Patek Georg va a recomendar una extensión de cien kilómetros del campo de contención externo clase veinte —dijo Ryõkan suavemente—. Con todas las armas de energía en stand by y preapuntadas a los trescientos nueve mil doscientos cinco éxters que se acercan.
Las cejas de Dem Lia se alzaron unos milímetros.
¿Y cuánto tiempo necesitarán nuestros sistemas para lanzar más de tres cientos mil disparos contra esos blancos? —preguntó suavemente.
Dos coma seis segundos —dijo Ryõkan.
Dem Lia sacudió la cabeza.
Ryõkan, por favor dile a Patek Georg que tú y yo hemos hablado y que deseo el campo de contención no a una distancia de cien kilómetros, sino mantenido a un firme un kilómetro de la nave. Puede seguir siendo un campo clase veinte: los éxters pueden ver su fuerza, y eso es bueno. Pero los sistemas de armas de la nave no apuntarán a los éxters esta vez. Presumiblemente puedan ver también nuestros escáneres de blanco. Ryõkan, tú y Patek Georg podéis realizar todas las simulaciones del combate que creáis necesarias para sentiros seguros, pero sin desviar ningún poder a las armas de energía y sin apuntar a ningún blanco hasta que yo dé la orden.
Ryõkan inclinó la cabeza. Basho restregó sus chanclos virtuales contra un invisible suelo pero no dijo nada.
Lady Murasaki agitó a medias un abanico delante de su rostro.
Confías —dijo en voz baja.
Dem Lia no sonrió.
No totalmente. Nunca totalmente. Ryõkan, quiero que tú y Patek Georg elaboréis el sistema del campo de contención de modo que si alguna vez un éxter intenta abrir brecha en él con plasma enfocado de sus alas solares, el campo de contención salte a clase treinta y cinco de emergencia y se expanda al instante a quinientos kilómetros.
Ryõkan asintió. Ikkyû sonrió ligeramente y dijo:
Eso significará una cabalgada muy rápida para una gran masa de éxters, señora. Sus sistemas personales de energía puede que no sigan conteniendo sus sistemas de soporte vital bajo un shock tan grande, y seguro que no decelerarán durante media UA o más.
Dem Lia asintió.
Ése es su problema. No creo que lleguemos a eso. Gracias a todos por hablar conmigo.
Las seis figuras humanas desaparecieron con un parpadeo.

La cita fue pacífica y eficiente.
La primera cuestión que los éxters habían radiado a la Hélice veinte horas antes había sido:
¿Son ustedes Pax?
Esto había sobresaltado al principio a Dem Lia y a los demás. Su suposición era que aquella gente había permanecido fuera de contacto con el espacio humano desde mucho antes del ascenso de Pax. Luego el ébano, Jon Mikail Dem Alem, dijo:
El Momento Compartido. Tiene que haber sido el Momento Compartido.
Los nueve se miraron en silencio ante aquello. Todos comprendían que el "Momento Compartido" de Aenea durante su tortura y asesinato por Pax y el TecnoNúcleo había sido compartido por todos los seres humanos en el espacio humano, una resonancia gestalt a lo largo del Vacío que Vincula que había transmitido los pensamientos y memorias y conocimientos de la agonizante mujer a lo largo de esos hilos del entramado cuántico del universo que existían para resonar empáticamente, uniendo por un breve momento a todo el mundo originario del linaje humano de Vieja Tierra. Pero, ¿ahí fuera? ¿A tantos miles de años luz de distancia?
Dem Lia se dio cuenta de pronto de lo estúpido que era aquel pensamiento. El Momento Compartido de Aenea de hacía casi cinco siglos debió de haberse propagado por todas partes en el universo a lo largo del entramado cuántico del Vacío que Vincula, alcanzando razas alienígenas y culturas tan distantes que eran inalcanzables para cualquier tecnología o viaje o comunicación humanos al tiempo que añadía la primera voz humana autoconsciente a la conversación empática que se había estado produciendo entre especies sintientes y sensitivas durante casi doce mil millones de años. La mayoría de esas especies se habían extinguido hacía mucho tiempo o habían evolucionado más allá de su forma original, le habían dicho los aeneanos a Dem Lia, pero sus memorias empáticas todavía resonaban en el Vacío que Vincula.
Por supuesto, los éxters habían experimentado el Momento Compartido hacía quinientos años.
No, no somos Pax —había radiado de vuelta la Hélice a los trescientos mil y pico éxters que se acercaban—. Pax resultó esencialmente destruida hace cuatrocientos años estándar.
¿Tienen seguidores de Aenea a bordo? —llegó el siguiente mensaje éxter.
Dem Lia y los demás suspiraron. Tal vez esos éxters hubieran permanecido aguardando desesperadamente un mensajero aeneano, un profeta, alguien que les trajera el sacramento del ADN de Aenea a fin de que ellos también pudieran convertirse en aeneanos.
No —había radiado de vuelta la Hélice—. No hay seguidores de Aenea. —Había intentado explicar la Hélice del Espectro de Amoiete y cómo los aeneanos les habían ayudado a construir y adaptar esta nave para su largo viaje.
Tras un momento de silencio, los éxter habían radiado:
¿Hay alguien a bordo que haya conocido a Aenea o a su amor, Raul Endymion?
Otra vez los nueve se habían mirado inexpresivamente. Saigyõ, que había permanecido sentado con las piernas cruzadas en el suelo a una cierta distancia de la mesa de conferencias, dijo:
Nadie a bordo conoció a Aenea. —Lo dijo suavemente—. De la familia Espectro que ocultó y ayudó a Raul Endymion cuando estaba enfermo en Vitus-Gray-Balianus B, dos de los miembros del matrimonio resultaron muertos en la guerra con Pax aquí: una de las madres, Dem Ria, y el padre biológico, Alem Mikail Dem Alem. Su hijo de esta tríada, un muchacho llamado Bin Ria Dem Loa Alem, fue muerto también en el bombardeo Pax. La hija de Alem Mikail de un anterior matrimonio tríada desapareció y se la considera presuntamente muerta. La mujer superviviente de la tríada, Dem Loa, tomó el sacramento y se convirtió en aeneana no muchas semanas después del Momento Compartido. Se teleyectó lejos de Vitus-Gray-Balianus B y nunca regresó.
Dem Lia y los demás aguardaron, sabiendo que la IA no se habría extendido tanto si no hubiera algo más en la historia.
Saigyõ asintió.
Resulta que la hija adolescente, Ces Ambre, presuntamente muerta en la masacre de civiles de la Hélice del Espectro en la base Pax Bombasino, había sido embarcada en realidad fuera del planeta con más de un millar de otros niños y adultos jóvenes. Iban a ser educados en el mundo fortaleza final Pax de Santa Teresa como cristianos Pax nacidos de nuevo. Ces Ambre recibió el cruciforme y fue adoctrinada allí por un cuadro de guardias religiosos durante nueve años antes de que el mundo fuera liberado por los aeneanos y Dem Loa supiera que su hija todavía estaba con vida.
¿Se reunieron? —preguntó la joven Den Soa, la atractiva diplomática. Había lágrimas en sus ojos—. ¿Se liberó Ces Ambre del cruciforme?
Hubo una reunión —dijo Saigyõ—. Dem Loa partió hacia allí tan pronto como supo que su hija estaba viva. Ces Ambre eligió hacer que los aeneanos extirparan el cruciforme, pero informó que no aceptaba el sacramento del ADN de Aenea de su madrastra tríada para convertirse ella también en aeneana. Su dossier dice que quiso regresar a Vitus-Gray-Balianus B para ver los restos de la cultura de la cual había sido secuestrada. Siguió viviendo y trabajando allí como maestra durante casi sesenta años estándar. Adoptó la banda azul de su anterior familia.
Sufrió el cruciforme pero decidió no convertirse en aeneana —murmuró Kem Loi, la astrónoma, como si fuera algo imposible de creer.
Está a bordo en sueño profundo —dijo Dem Lia.
Sí —admitió Saigyõ.
¿Qué edad tenía cuando embarcó? —preguntó Patek Georg.
Noventa y cinco años estándar —dijo la IA. Sonrió—. Pero como todos nosotros, tuvo el beneficio de la medicina aeneana en los años antes de la partida. Su aspecto físico y sus capacidades mentales son los de una mujer recién cumplidos los sesenta.
Dem Lia se frotó la mejilla.
Saigyõ, por favor, despierta a la ciudadana Ces Ambre. Den Soa, ¿puedes estar allí cuando despierte y explicarle la situación antes de que los éxters se reúnan con nosotros? Parecen más interesados en alguien que conoció al esposo de Aenea que en averiguar algo sobre la Hélice del Espectro.
Futuro esposo en ese punto del tiempo —corrigió el ébano, Jon Mikail, que era un tanto pedante—. Raul Endymion todavía no se había casado con Aenea en el momento de su corta estancia en Vitus-Gray-Balianus B.
Me sentiré privilegiada de estar con Ces Ambre hasta que nos reunamos con los éxters —dijo Den Soa con una brillante sonrisa.

Mientras la gran masa de éxters mantenía su distancia —quinientos kilómetros—, los tres embajadores fueron traídos a bordo. Se había acordado por radio que los tres podrían soportar un décimo de la gravedad normal sin incomodidad, de modo que la encantadora burbuja del solárium justo a popa y encima de la cubierta de mando ajustó su campo de contención a ese nivel, y se adaptaron las sillas y la iluminación adecuadas. Toda la gente de la Hélice pensó que sería más sencillo conversar con al menos un cierto sentido del arriba y el abajo. Den Soa añadió que los éxters podrían sentirse como en casa entre todo el verdor de allí. La nave adaptó sin problemas una esclusa de aire en la parte superior de la gran burbuja solárium, y los que aguardaban contemplaron la lenta aproximación de dos éxters alados y una forma más pequeña que era arrastrada en un traje espacial transparente. Los éxters que respiraban aire en el anillo respiraban un 100 por cien de oxígeno, de modo que la nave había tomado buen cuidado a la hora de acomodarlos en el solárium. Dem Lia se dio cuenta de que se sentía ligeramente eufórica mientras los invitados éxters entraban y les eran mostradas sus sillas especialmente adaptadas para ellos, y se preguntó si era el O2 puro o sólo la novedad de las circunstancias.
Una vez instalados en sus sillas, los éxters parecieron estudiar a sus cinco contrapartidas de la Hélice del Espectro: Dem Lia, Den Soa, Patek Georg, el psicólogo Peter Delen Dem Tae y Ces Ambre, una atractiva mujer de pelo corto y blanco, que mantenía las manos cuidadosamente cruzadas sobre su regazo. La antigua maestra había insistido en vestir su túnica completa y su cogulla azul, pero unas cuantas tiras de estictita cosidas en lugares estratégicos impedían que el atuendo ondulara a cada movimiento o se hinchara sobre el suelo.
La delegación éxter era un interesante surtido de tipos. A la izquierda, en la más elaboradamente construida silla de baja g, había un éxter auténticamente adaptado al espacio. Presentado como Jinete Lejano, tenía casi cuatro metros de altura —haciendo que Dem Lia pareciera más baja todavía de lo que era; la gente de la Hélice del Espectro siempre había sido en general baja y robusta, no a causa de siglos en planetas de alta gravedad, sino debido a la genética de sus fundadores—, y el éxter adaptado al espacio distaba mucho de parecer humano en muchos otros sentidos. Brazos y piernas eran simplemente añadidos largos y aracnoides a un delgado torso. Los dedos del hombre podían tener muy bien veinte centímetros de largo. Cada centímetro cuadrado de su cuerpo —al parecer casi desnudo bajo la capa de compresión refrigeradora del sudor pegada a la piel— estaba cubierto por un campo de fuerza autogenerado, en realidad una intensificación de la habitual aura corporal humana, que lo mantenía vivo en el más absoluto vacío. Las crestas encima y debajo de sus hombros eran dispositivos permanentes para extender sus alas de campo de fuerza para atrapar el viento solar y los campos magnéticos. El rostro de Jinete Lejano había sido genéticamente alterado hasta muy lejos a partir de su base humana: los ojos eran negras rendijas detrás de bulbosas membranas nictitantes; no tenía orejas sino una especie de rejillas a los lados de su cabeza que sugerían un receptor de radio; su boca era la más fina de las rendijas, carente de labios..., se comunicaba a través de glándulas radiotransmisoras en su cuello.
La delegación de la Hélice del Espectro había sido consciente de la adaptación de este éxter, y todos llevaban un sutil audífono que, además de captar las radiotransmisiones de Jinete Lejano, les permitía comunicarse con sus IA en una banda de seguridad.
El segundo éxter estaba sólo parcialmente adaptado al espacio, pero era claramente más humano. De tres metros de altura, era delgado y aracnoide, pero carecía de campo de fuerza ectoplásmico en su piel, sus ojos y rostro eran delgados y reciamente estructurados, no tenía pelo..., y hablaba el inglés primitivo de la Red con muy poco acento. Fue presentado como el Jefe Delegado e historiador Keel Redt, y era evidente que era el portavoz elegido del grupo, si no su líder real.
A la izquierda del Jefe Delegado había una templaria, una mujer joven con el cráneo sin pelo, fina estructura ósea, rasgos vagamente asiáticos, y los grandes ojos comunes a los templarios en todas partes, llevando la tradicional túnica y capucha pardas. Se presentó como la Auténtica Voz del Árbol Reta Kasteen, y su voz era suave y extrañamente musical.
Cuando el contingente de la Hélice del Espectro se hubo presentado, Dem Lia observó que los dos éxter y la templaria miraban fijamente a Ces Ambre, y sonrió agradablemente.
¿Cómo es que habéis llegado hasta tan lejos en una nave así? —preguntó el Jefe Delegado Keel Redt.
Dem Lia explicó su decisión de iniciar una nueva colonia de la Hélice del Espectro de Amoiete lejos del espacio aeneano y humano. Hubo la inevitable pregunta acerca de los orígenes de la cultura de la Hélice del Espectro de Amoiete, y Dem Lia les contó la historia de una forma tan sucinta como le fue posible.
Así que, si he comprendido correctamente —dijo Auténtica Voz del Árbol Reta Kasteen, la templaria—, toda vuestra estructura social se basa en una ópera, una obra de entretenimiento, que se representó una sola vez, hace más de seis mil años estándar.
No toda la estructura social —respondió Den Soa a su contrapartida templaria—. Las culturas crecen y se adaptan a condiciones cambiantes e imperativos, por supuesto. Pero el fundamento básico filosófico y la estructura de nuestra cultura estaba contenida en esa única representación a través del artista filósofo-compositor-poeta-holístico Halpul Amoiete.
¿Y qué pensó este... poeta... de que se erigiera una sociedad alrededor de su única ópera multimedia? —preguntó el jefe Delegado.
Era una pregunta delicada, pero Dem Lia se limitó a sonreír y dijo:
Nunca lo sabremos. El ciudadano Amoiete murió en un accidente de escalada justo un mes después de que fuera representada la obra. Las primeras comunidades de la Hélice del Espectro no aparecieron hasta después de otros veinte años estándar.
¿Adoráis a ese hombre? —preguntó el jefe Delegado Keel Redt. Fue Ces Ambre quien respondió.
No. Nadie de la gente de la Hélice del Espectro ha deificado nunca a Halpul Amoiete, aunque hayamos tomado su nombre como parte de nuestra sociedad. Sin embargo, respetamos e intentamos vivir de acuerdo con los valores y metas hacia el potencial humano que comunicó en su arte a través de esa única y extraordinaria representación de la Hélice del Espectro.
El jefe Delegado asintió como si se sintiera satisfecho.
La suave voz de Saigyõ susurró al oído de Dem Lia:
Están radiando tanto en visual como en audio en una banda coherente muy compacta que está siendo recogida por los éxter de fuera y retransmitida al anillo bosque.
Dem Lia contempló a los tres personajes sentados frente a ella, y finalmente descansó su mirada en Jinete Lejano, el éxter completamente adaptado al espacio. Sus ojos humanos eran esencialmente invisibles detrás de las membranas nictitantes polarizadas parecidas a unas gafas protectoras que le daban un aspecto casi insectoide. Saigyõ había seguido la mirada de Dem Lia, y su voz susurró de nuevo en su oído:
Sí. Él es el que transmite.
Dem Lia unió sus dedos en pirámide y se tocó los labios, para ocultar mejor su subvocalización.
¿Grabas su transmisión?
Sí, por supuesto —dijo Saigyõ—. Muy primitiva. Están radiando sólo el vídeo y el audio de esta reunión, sin subcanales de datos ni emisiones de vuelta ni de los éxter cerca de nosotros ni del anillo bosque.
Dem Lia asintió aún más ligeramente. Puesto que la Hélice estaba efectuando una holocobertura completa de aquella reunión, incluidos estudio de infrarrojos, análisis de resonancia magnética de funciones cerebrales y una docena de otras funciones ocultas pero intrusivas, difícilmente podía culpar a los éxter por registrar el encuentro. De pronto sus mejillas enrojecieron. Infrarrojos. Escáneres físicos de banda estrecha. Neuro-IRM remoto. Ciertamente el éxter plenamente adaptado al espacio podía ver las sondas..., el hombre, si todavía seguía siendo hombre, vivía en un entorno donde podía ver el viento solar, sentir las líneas del campo magnético y seguir los iones individuales e incluso los rayos cósmicos mientras fluían por encima y por debajo y a través de él en el vacío. Dem Lia subvocalizó:
Corta todos nuestros sensores del solárium excepto las holocámaras.
El silencio de Saigyõ fue su asentimiento.
Dem Lia observó que Jinete Lejano parpadeaba de pronto como si alguien hubiera apagado unas luces destellantes que habían estado vibrando en sus ojos. El éxter miró entonces a Dem Lia y asintió ligeramente. El extraño hueco de una boca, sellada del mundo por la capa del campo de fuerza y el plasma ectodérmico transparente, se retorció en lo que la mujer del Espectro pensó que podía ser una sonrisa.
Era la joven templaria, Reta Kasteen, la que estaba hablando:
...así que pueden ver que pasamos a través de lo que se estaba convirtiendo en la Red de Mundos y abandonamos el espacio humano hacia la época en la que se estaba estableciendo la Hegemonía. Partimos del sistema de Centauro algún tiempo después de que terminara la Hégira original. Periódicamente, nuestra nave simiente se dejaba caer en el espacio real, los templarios se nos unieron desde el Bosquecillo de Dios en nuestro camino de salida, así que teníamos noticias periódicas y ocasionalmente información de primera mano de en qué se estaba convirtiendo la sociedad interestelar de la Red de Mundos. Seguimos hacia fuera.
¿Por qué hasta tan lejos? —preguntó Patek Georg. El jefe Delegado respondió:
Muy simplemente, la nave funcionó mal. Nos mantuvo en fuga criogénica profunda durante siglos mientras su programación ignoraba sistemas potenciales para un mundo árbol orbital. Finalmente, cuando la nave se dio cuenta de su error, mil doscientos de nosotros habían muerto ya en sus vainas jamás diseñadas para un viaje tan largo; se sumió en el pánico y empezó a salir del espacio Hawking en cada sistema, hallando el habitual surtido de estrellas que no podían sostener nuestro anillo árbol de desarrollo templario o que eran mortíferas para los éxter. Sabemos por los registros de la nave que casi nos instaló en un sistema binario consistente en un agujero negro que estaba engullendo a su vecina gigante roja.
El disco de acreción debió de ser todo un espectáculo digno de contemplar —dijo Den Soa con una débil sonrisa.
El jefe Delegado exhibió su propia sonrisa de delgados labios.
Sí, en las semanas o meses de que habríamos dispuesto antes de que nos matara. En vez de ello, utilizando el resto de su poder de razonamiento, la nave hizo un salto más y halló la solución perfecta: este sistema doble, con la heliosfera de la estrella blanca en la que nosotros los éxter podíamos vivir, y un anillo árbol ya construido.
¿Cuándo fue eso? —preguntó Dem Lia.
Hace mil doscientos treinta y pico de años estándar —radió Jinete Lejano.
La templaria se inclinó hacia adelante y prosiguió la historia.
Lo primero que descubrimos fue que este anillo bosque no tenía nada que ver con la biogenética que habíamos desarrollado en el Bosquecillo de Dios para construir nuestros hermosos y secretos árboles estelares. Este ADN era tan alienígena en su alineación y función que cualquier intento de manipularlo hubiera matado todo el anillo bosque.
Podían haber iniciado su propio anillo bosque en y alrededor del alienígena —dijo Ces Ambre—. O intentar una esfera de árbol estelar como han hecho otros éxters.
La Auténtica Voz del Árbol Reta Kasteen asintió.
Acabábamos de empezar a intentar eso..., y diversificar los centros de crecimiento protogénico a sólo unos pocos cientos de kilómetros de donde habíamos aparcado la nave simiente en las hojas y ramas del anillo alienígena, cuando... —Hizo una pausa como si buscara las palabras adecuadas.
Llegó el Destructor —radió Jinete Lejano.
¿El Destructor es la nave que observamos aproximarse a vuestro anillo ahora? —preguntó Patek Georg.
La misma nave —radió Jinete Lejano. Pareció que escupía las dos sílabas de la última palabra.
El mismo monstruo del infierno —añadió el jefe Delegado.
Destruyó vuestra nave simiente —dijo Dem Lia. Así que era por eso que los éxters parecían no poseer metales y por qué no había ningún anillo bosque de desarrollo templario entrelazado con el alienígena.
Jinete Lejano sacudió la cabeza.
Devoró la nave simiente, junto con más de veintiocho mil kilómetros del propio anillo árbol, cada hoja, fruta, vaina de oxígeno, zarcillo de agua..., incluso los centros de crecimiento protogénico.
Por aquellos días éramos muchos menos éxters puramente adaptados al espacio —dijo Reta Kasteen—. Los adaptados intentaron salvar a los otros, pero murieron muchos miles en aquella primera visita del Destructor..., el Devorador..., la Máquina. Evidentemente tenemos muchos nombres para él.
La Nave del Infierno —dijo el Jefe Delegado, y Dem Lia se dio cuenta de que casi con toda seguridad hablaba literalmente, como si se hubiera desarrollado una religión a partir del odio hacia aquella máquina.
¿Cuán a menudo viene? —preguntó Den Soa.
Cada cincuenta y siete años —dijo la templaria—. Exactamente.
¿Del sistema de la gigante roja? —preguntó Den Soa.
Sí —radió Jinete Lejano—. De la estrella del infierno.
Si conocéis su trayectoria —dijo Dem Lia—, ¿no podéis saber con la suficiente antelación las secciones de vuestro anillo bosque que... devastará, devorará? ¿No podríais simplemente no colonizar, o al menos evacuar, esas zonas? Después de todo, la mayor parte del anillo árbol ha de estar despoblado..., el área superficial del anillo tiene que ser igual a más de medio millón de Viejas Tierras o Hyperiones.
El jefe Delegado Keel Redt exhibió de nuevo su delgada sonrisa.
A partir de ahora, y durante siete u ocho días estándar, el Destructor, pese a toda su masa, no sólo completará su ciclo de deceleración, sino que llevará a cabo complicadas maniobras que lo llevarán a alguna parte poblada del anillo. Siempre a un área poblada. Hace ciento cuatro años, su trayectoria final lo llevó a una masa de vainas de O2 donde más de veinte millones de éxters aún no plenamente adaptados al espacio habían construido sus hogares, completos con tubos de viaje, puentes, torres, plataformas del tamaño de ciudades y vainas de soporte vital desarrolladas artificialmente que llevaban construyéndose desde hacía más de seiscientos años estándar.
Todo destruido —dijo Auténtica Voz del Árbol Reta Kasteen con pesar en su voz—. Devorado. Cosechado.
¿Hubo muchas pérdidas de vidas? —preguntó Dem Lia con voz muy baja. Jinete lejano sacudió la cabeza y radió:
Millones de éxter plenamente adaptados al espacio consiguieron evacuar a los respiradores de oxígeno. Murieron algo menos de cien.
¿Habéis intentado comunicaros con... la máquina? —preguntó Peter Denle Dem Tae.
Durante siglos —dijo Reta Kasteen, con la voz temblorosa por la emoción—. Hemos usado radio, haces coherentes, máser, los pocos holotransmisores que aún tenemos, la gente de Jinete Lejano ha usado incluso los campos de sus alas, a miles, para lanzar mensajes en sencillo código matemático.
Los cinco miembros de la Hélice del Espectro de Amoiete aguardaron.
Nada —dijo el jefe Delegado con voz llana—. Viene, elige su sección poblada del anillo, y la devora. Nunca hemos recibido una respuesta.
Creemos que es completamente automática y muy antigua —dijo Reta Kasteen—. Quizá tenga millones de años. Funciona todavía según el programa desarrollado cuando fue construido el anillo alienígena. Cosecha esas enormes secciones del anillo, miembros, ramas, túbulos con millones de litros de agua manufacturada por el anillo árbol..., luego regresa al sistema de la estrella roja y, tras una pausa, vuelve de nuevo.
Solíamos creer que quedaba todavía un mundo en ese sistema de la estrella roja —radió Jinete Lejano—. Un planeta que permanece constantemente oculto de nosotros al otro lado de ese maligno sol. Un mundo que construyó este anillo como su fuente de alimento, probablemente antes de que su G2 se convirtiera en una gigante, y que continúa cosechándolo pese a la miseria que nos causa. Ya no lo creemos. No existe tal planeta. Ahora creemos que el Destructor actúa solo, movido por un antiguo programa ciego, cosechando secciones del anillo y destruyendo nuestros asentamientos sin ninguna razón. Quienes fueran que vivieron en ese sistema de la enana roja se marcharon hace mucho tiempo.
Dem Lia deseó que Kem Loi, su astrónoma, estuviera allí. Sabía que estaba en la cubierta de mando, observando.
No vimos ningún planeta durante nuestra aproximación a este sistema binario —dijo la comandante de banda verde—. Parece altamente improbable que ningún mundo capaz de contener vida haya sobrevivido a la transición de la estrella G2 a una gigante roja.
Sin embargo, el Destructor pasa muy cerca de esa terrible estrella roja en cada uno de sus viajes —dijo el Jefe Delegado éxter—. Quizás todavía quede alguna especie de entorno artificial, un hábitat en el espacio, algún asteroide hueco. Un entorno que necesita de este anillo de planetas para que sus habitantes sobrevivan. Pero eso no disculpa la carnicería.
Si tenían la capacidad de construir esta máquina, pudieron simplemente huir de ese sistema cuando la G2 alcanzó su punto crítico —murmuró Patek Georg. El banda roja miró a Jinete Lejano—. ¿Habéis intentado destruir la máquina?
La sonrisa sin labios debajo del ectocampo se extendió como la boca de un lagarto en el extraño rostro de Jinete Lejano.
Muchas veces. Decenas de miles de auténticos éxters han muerto. La máquina posee una defensa energética que nos convierte en cenizas aproximadamente a cien mil kilómetros de distancia.
Eso podría ser una simple defensa contra meteoritos —dijo Dem Lia.
La sonrisa de Jinete Lejano se hizo más amplia aún hasta parecer auténticamente terrible.
Si es así, es un dispositivo asesino muy eficiente. Mi padre murió en el último intento de ataque.
¿Habéis intentado viajar hasta el sistema de la estrella roja? —preguntó.
Peter Delen.
No disponemos de ninguna espacionave —respondió la templaria.
¿En vuestras propias alas solares entonces? —preguntó Peter, efectuando evidentemente para sí mismo los cálculos matemáticos de lo que tomaría aquel viaje, ida y vuelta. Años —décadas a las velocidades que permitía una vela solar—, pero dentro de las expectativas de vida de un éxter.
Jinete Lejano hizo un movimiento cortante horizontal con su mano de alargados dedos.
La turbulencia de la heliosfera es demasiado grande. Pero lo hemos intentado cientos de veces: expediciones de decenas de miembros parten, y nadie o sólo unos pocos regresan. Mi hermano murió en uno de esos intentos hace seis de vuestros años estándar.
Y el propio Jinete Lejano resultó terriblemente herido —dijo Reta Kasteen suavemente—. Sesenta y ocho de los mejores surcadores del espacio profundo partieron..., regresaron sólo dos. Se necesitó todo lo que nos queda de nuestra ciencia médica para salvar la vida de Jinete Lejano, y eso significó para él dos años de recuperación en una vaina nutriente.
Dem Lia carraspeó.
¿Qué queréis que hagamos?
Los dos éxters y la templaria se inclinaron hacia adelante. El Jefe Delegado Keel Redt habló por todos ellos.
Si, como creéis, como nosotros estamos convencidos, no hay ningún mundo habitado en el sistema de la gigante roja, matad al Destructor ahora. Aniquilad la máquina cosechadora. Salvadnos del azote sin mente, obsoleto y persistente. Os recompensaremos tan abundantemente como podamos: alimentos, fruta, tanta agua como necesitéis para vuestro viaje, técnicas genéticas avanzadas, nuestro conocimiento de los sistemas cercanos, cualquier cosa.
Los miembros de la Hélice del Espectro se miraron unos a otros. Finalmente Dem Lia dijo:
Si estáis cómodos aquí, nosotros cuatro nos disculparemos unos momentos para discutir esto. A Ces Ambre le encantará quedarse con vosotros para hablar si así lo deseáis.
El jefe Delegado hizo un gesto con sus dos largos brazos y sus enormes manos.
Estamos completamente cómodos. Y nos sentimos más que encantados de tener esta oportunidad de hablar con la venerable M. Ambre..., la mujer que vio al esposo de Aenea.
Dem Lia observó que la joven templaria, Reta Kasteen, parecía visiblemente emocionada ante la perspectiva.
Y entonces nos comunicaréis vuestra decisión, ¿verdad? —radió Jinete Lejano; su cerúleo cuerpo, los grandes escudos de sus ojos y su fisiología alienígena causaron en Dem Lia un ligero escalofrío. Era una criatura que se alimentaba de luz, sorbía la energía suficiente para desplegar unas alas solares electromagnéticas de cientos de kilómetros de ancho, reciclaba su propio aire, desechos y agua, y vivía en un entorno de frío, calor, radiación y vacío absolutos. La humanidad había recorrido un largo camino desde los primeros homínidos de África, allá en Vieja Tierra.
Y si decimos no, pensó Dem Lia, trescientos mil y pico de éxter adaptados al espacio como él pueden descender sobre nuestra gironave como los furiosos hawaianos aventando su ira sobre el capitán James Cook cuando los sorprendió arrancando los clavos del casco de su barco. El buen capitán terminó no sólo muerto horriblemente, sino que su cuerpo fue eviscerado, quemado y hervido en pequeños pedazos. Tan pronto como hubo pensado esto, Dem Lia rectificó. Aquellos éxters no iban a atacar a la Hélice. Toda su intuición se lo decía. Y si lo hicieran, pensó, nuestras armas los vaporizarán en dos coma seis segundos. Se sintió culpable y ligeramente asqueada ante sus propios pensamientos mientras decía adiós y bajaba en el ascensor a la cubierta de mando con los otros tres.

¿Lo viste —dijo Auténtica Voz del Árbol Reta Kasteen un poco sin aliento— al esposo de Aenea?
Ces Ambre sonrió.
Yo tenía catorce años estándar. Fue hace mucho tiempo. Él viajaba de mundo en mundo vía teleyectores y permaneció unos pocos días en la casa de la tríada de mis padres porque estaba enfermo, una piedra en el riñón, y entonces los soldados de Pax lo arrestaron hasta que pudieran enviar a alguien para interrogarle. Mis padres lo ayudaron a escapar. Fueron unos pocos días, hace muchos años. —Sonrió de nuevo—. Y por aquel entonces no era el esposo de Aenea, recuerdo. Todavía no había tomado el sacramento de su ADN, ni siquiera se daba cuenta de lo que la sangre y las enseñanzas de ella podían hacer por la raza humana.
Pero tú le viste —presionó el jefe Delegado Keel Redt.
Sí. Estaba sumido en un delirio de dolor la mayor parte del tiempo y esposado a la cama de mis padres por los soldados de Pax.
Reta Kasteen se inclinó más hacia adelante.
¿Tenía alguna especie de... aura... a su alrededor?
Oh, sí —dijo Ces Ambre con una risita—. Hasta que mis padres lo bañaron con una esponja. Había estado viajando durante muchos días.
Los dos éxters y la templaria parecieron echarse un poco hacia atrás, decepcionados.
Ces Ambre se inclinó hacia adelante y tocó la rodilla de la mujer templaria.
Me disculpo por no ser seria, sé el importante papel que tuvo Raul Endymion en vuestra historia..., pero ocurrió hace mucho tiempo, había mucha confusión, y por aquel entonces en Vitus-Gray-Balianus B yo era una adolescente rebelde que deseaba abandonar la comunidad de la Hélice y aceptar el cruciforme en alguna ciudad Pax cercana.
Los otros tres se echaron ahora visiblemente hacia atrás. Los dos rostros que eran legibles registraron la impresión.
¿Deseabas aceptar ese... ese... parásito en tu cuerpo?
Como parte del Momento Compartido de Aenea, cada humano, en todas partes, había visto —había conocido, había captado su pleno gestalt— la realidad detrás del "cruciforme de la inmortalidad", una masa parasitaria de nódulos de IA creando un TecnoNúcleo en el espacio real, usando las neuronas y las sinapsis de cada cuerpo anfitrión de cualquier forma que deseara, usándolo a menudo de formas más creativas matando al anfitrión humano y utilizando la red neuronal enlazada cuando era más creativa, durante esos segundos finales de disolución neural antes de la muerte. Luego la Iglesia usaría la tecnología del TecnoNúcleo para resucitar el cuerpo humano con el parásito cruciforme del Núcleo haciéndose cada vez más fuerte y más entramado a cada muerte y resurrección.
Ces Ambre se encogió de hombros.
Por aquel entonces representaba la inmortalidad. Y una posibilidad de salir de nuestro pequeño pueblo polvoriento y unirme al mundo real..., Pax.
Los tres diplomáticos éxters sólo pudieron mirarla fijamente.
Ces Ambre alzó la mano a la parte superior de su ropa y la abrió lo suficiente para mostrarles la base de su garganta y el inicio de una cicatriz allá donde el cruciforme había sido extirpado por los aeneanos.
Fui secuestrada a uno de los mundos Pax que quedaban y puesta bajo el cruciforme durante nueve años —dijo, tan bajo que su voz apenas llegó a los tres diplomáticos—. Y la mayor parte de ese tiempo fue después del Momento Compartido de Aenea..., tras la absoluta revelación del plan del Núcleo de esclavizarnos con esas despreciables cosas.
La Auténtica Voz del Árbol Reta Kasteen tomó la mano de Ces Ambre entre las suyas.
Pero te negaste a convertirte en aeneana cuando fuiste liberada. Te uniste a lo que quedaba de tu propia antigua cultura.
Ces Ambre sonrió. Había lágrimas en sus ojos, unos ojos que de pronto parecieron mucho más viejos.
Sí. Creí que le debía eso a mi gente..., por desertar de ella en tiempo de crisis. Alguien tenía que llevar adelante la cultura de la Hélice del Espectro. Habíamos perdido tanto en las guerras. Perdimos más incluso cuando los aeneanos nos dieron la opción de unirnos a ellos. Resulta difícil negarse a convertirse en algo parecido a un dios.
Jinete Lejano dejó escapar un gruñido que sonó como intensa estática.
Éste es nuestro mayor miedo después del Destructor. No hay nadie vivo ahora en el anillo bosque que experimentara el Momento Compartido, excepto los detalles de él, los gloriosos atisbos de empatía y los poderes vinculantes del Vacío que Vincula, el conocimiento de Aenea de que muchos de los aeneanos serían capaces de teleyectarse, libremente, a cualquier parte del universo. Bien, la Iglesia de Aenea ha crecido aquí hasta que al menos una cuarta parte de nuestra población cedería su herencia éxter o templaria y se convertiría en aeneana en un segundo.
Ces Ambre se frotó la mejilla y sonrió de nuevo.
Entonces es evidente que ningún aeneano ha visitado este sistema. Y tenéis que recordar que Aenea insistió en que no hubiera "Iglesia de Aenea", ni veneración o beatificación o adoración. Ese fue el más importante de sus pensamientos durante el Momento Compartido.
Lo sabemos —dijo Reta Kasteen—. Pero en ausencia de elección y conocimiento, las culturas se vuelven a menudo hacia la religión. Y la posibilidad de que hubiera un aeneano a bordo con vosotros fue una de las razones por las que recibimos la llegada de vuestra gran nave con tanto entusiasmo y ansiedad.
Los aeneanos no llegan con nave espacial —dijo Ces Ambre suavemente.
Los tres asintieron.
Cuando y si el día llega alguna vez —radió Jinete Lejano—, corresponderá a la conciencia individual de cada éxter y templario decidir. En cuanto a mí, siempre cabalgaré las grandes olas del viento solar.
Dem Lia y los otros tres regresaron,
Hemos decidido ayudar —dijo—. Pero tenemos que apresuramos.

No había forma alguna en el universo de que Dem Lia o cualquiera de los otro ochos humanos o ninguna de las cinco IA estuvieran dispuestos a arriesgar la Hélice en una confrontación directa con el Destructor o el Cosechador o como demonios desearan los éxters llamar a su némesis. No era por un capricho de la ingeniería que las tres mil vainas de soporte vital que contenían los 684.300 pioneros de la Hélice del Espectro en profundo sueño criogénico tuvieran forma ovoide. Esta cultura tenía todos sus huevos en un mismo cesto —literalmente—, y no iban a enviar ese cesto a la batalla. Basho y algunas de las otras IA estaban preocupadas ya por la proximidad de la avanzante nave cosechadora. Las batallas espaciales podían lucharse fácilmente a través de veintiocho UA de distancia, mientras que los láseres tradicionales, o lanzas, o armas de haces de partículas, necesitarían más de ciento noventa y seis minutos para cubrir esa distancia. La Hegemonía, Pax y las naves éxters habían desarrollado todas ellas misiles hipercinéticos capaces de saltar dentro y fuera del espacio Hawking. Las naves podían resultar destruidas antes de que el radar pudiera anunciar la presencia del misil que avanzaba contra ellas. Puesto que esta "cosechadora" se arrastraba hacia su destino a velocidad sublumínica, parecía poco probable que llevara armamento C-plus, pero "poco probable" es una palabra que ha desbaratado los planes y los destinos de los señores de la guerra desde tiempos inmemoriales.
A petición de los ingenieros de la Hélice del Espectro, los aeneanos habían reconstruido la Hélice para que fuera realmente modular. Cuando alcanzara su planeta utópico alrededor de su perfecta estrella, algunas secciones se liberarían por sí mismas para convertirse en sondas y aparatos aéreos y vehículos terrestres y sumergibles y estaciones espaciales. Cada una de las tres mil vainas individuales podía aterrizar e iniciar por sí misma una colonia, aunque los planes eran agrupar cuidadosamente los lugares de aterrizaje tras mucho estudio del nuevo mundo. Cuando la Hélice hubiera terminado de desplegar y posar sobre la superficie sus vainas y sus módulos y sus sondas y sus lanzaderas y la cubierta de mando y el núcleo central de fusión, poco quedaría en órbita excepto las unidades del enorme impulsor Hawking con los programas de mantenimiento y los robots para mantenerlas en perfectas condiciones durante siglos, si no milenios.
Utilizaremos la sonda exploradora del sistema para investigar este Destructor —dijo Dem Lia. Era uno de los módulos más pequeños, adaptado más al puro vacío que a la entrada atmosférica, aunque era capaz de cierta morfogénesis. Pero comparado con la mayoría de los subcomponentes pacíficos de la Hélice, la sonda estaba armada hasta los dientes.
¿Podemos acompañaros? —dijo el Jefe Delegado Keel Redt—. Nadie de nuestra raza se ha acercado a más de un centenar de miles de kilómetros de la máquina y ha sobrevivido.
Por supuesto —dijo Dem Lia—. La sonda es lo bastante grande como para contener a treinta o cuarenta de nosotros, y sólo vamos a ir tres de nuestra nave. Mantendremos el campo de contención interno a un décimo de una g y adaptaremos los asientos en consecuencia.

La sonda era más parecida a una de las antiguas naves antorcha de combate que a ninguna otra cosa, y aceleró a 250 gravedades hacia la máquina que avanzaba, con los campos de contención internos en redundancia infinita, los campos externos alzados a su máximo de clase doce. Dem Lia pilotaba. Den Sea intentaba comunicarse con la gigantesca nave a través de todos los medios disponibles, enviando mensajes de paz por todas las bandas, desde la primitiva radio hasta los estallidos modulados de taquiones. Ninguna respuesta. Patek Georg Dem Mio estaba ocupado con los umbilicales virtuales defensa/contraataque de su litera. Los pasajeros estaban sentados en la parte de atrás de la compacta cubierta de mando de la sonda y aguardaban. Saigyõ había decidido acompañarles, y su enorme holo permanecía sentado con el pecho desnudo y las piernas cruzadas sobre una plataforma cerca de la ventanilla principal. Dem Lia se aseguró de mantener su trayectoria apuntada no directamente a la monstruosidad, contando con la posibilidad de que sólo contara con defensas antimeteoritos: si mantenían sus actuales coordenadas, pasarían a decenas de miles de kilómetros de distancia de la nave por encima del plano de la eclíptica.
Su radar ha empezado a rastreamos —dijo Patek Georg cuando estaban a seiscientos mil kilómetros de distancia y decelerando—. Radar pasivo. Nada de armas. No parece estarnos sondeando con nada excepto el simple radar. No tendrá idea de si hay o no formas de vida a bordo de nuestra sonda.
Dem Lia asintió.
Saigyõ —dijo en voz baja—, a doscientos mil kilómetros, por favor varía nuestras coordenadas a un curso de intercepción con la cosa. —El rechoncho monje asintió.
Un poco más tarde, los impulsores de la sonda y los motores principales cambiaron de sonido, el campo estelar giró, y la imagen de la enorme máquina llenó la ventanilla principal. La visión aumentó de tamaño como si estuvieran tan sólo a quinientos kilómetros de la nave espacial. La cosa era increíblemente desgarbada, construida sólo para el vacío, con un frente de dientes de metal y hojas rotatorias construidas como alojamientos mandibulares, el resto parecido a los restos de un viejo hábitat espacial al que se le hubieran añadido descuidadamente sección tras sección a lo largo de los milenios y luego recubierto todo con verrugas, ampollas, sacos bulbosos, tumores y filamentos.
Distancia, ciento ochenta y tres mil kilómetros y acercándonos —dijo Patek Georg.
Mirad lo ennegrecida que está —susurró Den Soa.
Y desgastada —radió Jinete Lejano—. Ninguno de nosotros la habíamos visto nunca desde tan cerca. Observad las capas de cráteres a través de los densos depósitos de carbón. Es como una antigua luna negra que haya sido golpeada una y otra vez por diminutos meteoritos.
Pero reparada —comentó el jefe Delegado hoscamente—. Funciona.
Distancia ciento veinte mil kilómetros y acercándonos —dijo Patek Georg—. Al radar de búsqueda acaba de añadírsele el radar de adquisición.
¿Medidas defensivas? —preguntó Dem Lia con voz tranquila. Fue Saigyõ quien respondió.
Campo clase doce en su lugar e infinitamente redundante. Deflectores CPB activados. Contramisiles hipercinéticos preparados. Campos de plasma al máximo. Contramisiles armados y bajo control positivo. —Esto significaba simplemente que tanto Dem Lia como Patek Georg tendrían que dar la orden para lanzarlos o, si los pasajeros resultaban muertos, debería hacerlo Saigyõ.
Distancia ciento cinco mil kilómetros y acercándonos —dijo Patek Georg—. Vector delta relativo cayendo a cien metros por segundo. Otros tres radares de adquisición en funcionamiento.
¿Alguna otra transmisión? —preguntó Dem Lia con voz tensa.
Negativo —dijo Den Soa en su consola virtual—. La máquina parece ciega y tonta excepto el primitivo radar. Absolutamente ninguna señal de vida a bordo. Las comunicaciones internas muestran que tiene... inteligencia... pero no auténtica IA. Lo más probable es que sean ordenadores. Muchas series de ordenadores físicos.
¡Ordenadores físicos! —exclamó Dem Lia, impresionada—. ¿Quieres decir silicio..., chips..., tecnología al nivel de la edad de piedra?
O justo un poco por encima —confirmó Den Soa en su consola—, estamos recogiendo lecturas de memoria magnética de burbujas, pero nada superior.
Cien mil kilómetros... —empezó Patek Georg, y luego se interrumpió—. La máquina nos está disparando.
Los campos de contención exteriores destellaron durante menos de un segundo.
Una docena de CPB y dos toscas lanzas láser —dijo Patek Georg desde su ventajoso punto de vista—. Todo muy débil. Un campo de clase uno hubiera podido contenerlos con facilidad.
El campo de contención destelló de nuevo.
La misma combinación —informó Patek—. Nivel de energía ligeramente inferior.
Otros destellos.
Niveles inferiores de nuevo —dijo Patek—. Creo que nos está lanzando todo lo que tiene y gastando toda su energía haciéndolo. Casi con toda seguridad es una defensa contra meteoritos.
No nos confiemos demasiado —dijo Dem Lia—. Veamos todas sus defensas.
Den Soa pareció impresionada.
¿Vas a atacarla?
Vamos a ver si podemos atacarla —dijo Dem Lia—. Patek, Saigyõ, por favor apuntad una lanza a la esquina superior de esa protuberancia de ahí... —Señaló con su estilo láser una ennegrecida proyección llena de cráteres en forma de dedo que podía ser muy bien un radiador de dos kilómetros de altura—. Y un misil hipercinético...
¡Comandante! —protestó Den Soa.
Dem Lia miró a la joven y se llevó un dedo a los labios.
Un hipercinético con la cabeza de combate de plasma retirada, apuntado al borde delantero inferior de la máquina, justo ahí donde se halla el labio de esa abertura.
Patek Georg repitió la orden a la IA. Las coordenadas del blanco fueron exhibidas y confirmadas.
El CPB golpeó casi al instante, vaporizando un agujero de setenta metros en la aleta del radiador.
Alzó un campo de clase cero coma seis —informó Patek Georg—. Ése parece ser su límite superior de defensa.
El misil hipercinético penetró el campo de contención como una bala a través de mantequilla y golpeó un instante más tarde, estallando a través de sesenta metros de ennegrecido metal y desgarrando el orificio de alimentación frontal de la máquina cosechadora. Todo el mundo a bordo observó el silencioso impacto y el casi hipnotizante girar del metal vaporizado expandiéndose a partir el lugar del impacto y el chorro de restos que brotó de la herida. La enorme máquina no respondió.
Si hubiéramos dejado la cabeza de combate —murmuró Dem Lia— y apuntado a su barriga, en estos momentos tendríamos un millar de kilómetros de máquina cosechadora en plena explosión.
El Jefe Delegado Keel Redt se inclinó hacia adelante en su asiento. Pese al décimo de gravedad, todos los sillones tenían sistemas de contención. El suyo se activó ahora.
Por favor —dijo el éxter, debatiéndose ligeramente contra arneses y cojines de aire—. Matadla ahora. Acabad con ella.
Dem Lia se volvió para mirar a los dos éxter y a la templaria.
Todavía no —dijo—. Primero tenemos que regresar a la Hélice.
Perderemos más valioso tiempo —radió Jinete Lejano, con tono inescrutable.
Sí —dijo Dem Lia—. Pero todavía tenemos más de seis días estándar antes de que empiece a cosechar.
La sonda aceleró alejándose del ennegrecido monstruo lleno de cráteres y, ahora, con una reciente cicatriz.

Entonces, ¿no lo destruiréis? —preguntó el jefe Delegado mientras la sonda aceleraba de vuelta a la Hélice.
No ahora —respondió Dem Lia—. Puede que todavía sirva a algún propósito para la raza que lo construyó.
La joven templaria parecía a punto de echarse a llorar.
Pero vuestros propios instrumentos, mucho más sofisticados que nuestros telescopios, os han revelado que no hay mundos en el sistema de la gigante roja.
Dem Lia asintió.
Sin embargo, vosotros mismos habéis mencionado la posibilidad de hábitats espaciales, ciudades en órbita, asteroides huecos..., nuestra investigación no ha sido ni cuidadosa ni completa. Nuestra nave lo único que pretendía era entrar en vuestro sistema estelar con el máximo de seguridad, no efectuar una cuidadosa investigación del sistema de la gigante roja.
A cambio de una posibilidad tan pequeña —dijo el jefe Delegado éxter con voz llana y dura—, ¿estáis dispuestos a arriesgar a tantos de nosotros?
La voz de Saigyõ susurró suavemente en el circuito subaudio de Dem Lia.
Las IA han estado analizando escenarios de varios millones de éxter utilizando sus alas solares en un ataque concentrado contra la Hélice.
Dem Lia aguardó, sin dejar de mirar al Jefe Delegado.
La nave podría derrotarlos —terminó la IA—, pero hay alguna posibilidad real de daños.
Dem Lia se dirigió al Jefe Delegado.
Vamos a llevar a la Hélice al sistema de la gigante roja. Los tres sois bienvenidos si deseáis acompañarnos.
¿Cuánto tiempo empleará el viaje en su totalidad? —quiso saber Jinete Lejano.
Dem Lia miró a Saigyõ.
Nueve días bajo máximo impulso de fusión —dijo la IA—. Eso sin contar el tiempo que podamos entretenernos en el sistema hurgando en todos los asteroides o campos de restos en busca de formas de vida.
Los dos éxters sacudieron la cabeza. Reta Kasteen bajó más su capucha, cubriéndose los ojos.
Hay otra posibilidad —dijo Dem Lia. Señaló a Saigyõ hacia la Hélice, que ahora llenaba la ventanilla principal. Miles de éxters se apartaron agitando sus alas de energía cuando la sonda deceleró suavemente a través del campo de contención de la nave y se alineó para amarrar.

Se reunieron en el solárium para decidir. Los diez humanos —la esposa y el esposo de Den Sea habían sido invitados a unirse a la votación, pero decidieron quedarse abajo en los aposentos de la tripulación—, las cinco IA y los tres representantes de la gente del anillo bosque. El haz transmisor de Jinete Lejano seguía enviando el vídeo y el audio de lo que ocurría a los trescientos mil éxters cercanos y a los miles de millones que aguardaban en la gran curva del anillo árbol más allá.
Ésta es la situación —dijo Dem Lia. El silencio en el solárium era muy denso—. Sabéis que la Hélice, nuestra nave, contiene un impulsor Hawking modificado por los aeneanos. Nuestro paso más rápido que la luz daña el entramado del Vacío que Vincula, pero miles de veces menos que las naves de la antigua Hegemonía o Pax. Los aeneanos nos facilitaron este viaje. —La baja mujer con la banda verde hizo una pausa y miró a los dos éxters y a la mujer templaría antes de continuar—: Podríamos alcanzar el sistema de la gigante roja en...
Cuatro horas para acelerar a velocidades relativistas, luego el salto —dijo Res Sandre—. Unas seis horas para decelerar dentro del sistema de la gigante roja. Dos días para investigar en busca de vida. Las mismas diez horas para regresar.
Lo cual, incluso aunque se produzcan algunos retrasos, puede traer de vuelta a la Hélice casi dos días antes de que el Destructor inicie su cosecha. Si no hay vida en el sistema de la gigante roja, usaremos la sonda para destruir el robot cosechador.
Pero... —dijo el Jefe Delegado Keel Redt con una sesgada sonrisa demasiado humana. Su rostro era hosco.
Pero es demasiado peligroso usar el impulsor Hawking en un sistema binario tan apiñado —dijo Dem Lia con voz llana—. Estos saltos a tan corta distancia ya suelen ser increíblemente arriesgados de todos modos, y dados los gases y los restos que derrama la gigante roja...
Exacto. Sería una locura. —Era Jinete Lejano emitiendo por su banda de radio—. Mi clan ha transmitido los conocimientos de ingeniería de generación en generación. Ningún comandante de ninguna nave simiente éxter efectuaría un salto en este sistema binario.
Auténtica Voz del Árbol Reta Kasteen estaba mirando los demás rostros de uno en uno.
Pero vosotros tenéis esos poderosos motores de fusión...
Dem Lia asintió.
Basho, ¿cuánto tiempo para investigar el sistema de la gigante roja utilizando el máximo impulso con nuestros motores de fusión?
Tres días y medio de tránsito al otro sistema —dijo la IA de hundidas mejillas—. Dos días para investigar. Tres y medio para volver.
¿No hay ninguna forma en que podamos acortar eso? —dijo Oam Rai, la amarilla—. ¿Reducir los márgenes de seguridad? ¿Forzar un poco los motores de fusión?
Los nueve días de viaje de ida y vuelta —respondió Saigyõ— están calculados ignorando todos los márgenes de seguridad y situando los motores de fusión a un ciento veinte por ciento de su capacidad. —Agitó tristemente su calva cabeza—. No, no puede hacerse.
Pero el impulsor Hawking... —dijo Dem Lia, y todo el mundo en la habitación pareció dejar de respirar excepto Jinete Lejano, que nunca había respirado en el sentido tradicional de la palabra. La comandante nombrada de la Hélice del Espectro se volvió hacia las IA.
¿Cuáles son las probabilidades de desastre si intentamos esto?
Lady Murasaki avanzó un paso.
Ambas traslaciones, dentro y fuera del espacio Hawking, estarán demasiado cerca del límite de Roche del sistema binario. Estimamos las probabilidades de destrucción total de la Hélice en un dos por ciento, de daño a algún aspecto de los sistemas de la nave en un ocho por ciento, y de daños específicos a la red de soporte vital de las vainas en un seis por ciento.
Dem Lia miró a los éxters y a la templaria.
Un seis por ciento de probabilidades de perder a centenares, miles, de nuestros familiares y amigos dormidos. A los que hemos jurado proteger hasta la llegada a nuestro destino. Un dos por ciento de posibilidades de que toda nuestra cultura muera en el intento.
Jinete Lejano asintió tristemente.
No sé qué maravillas han añadido vuestros amigos aeneanos a vuestro equipo —radió—, pero considero esas cifras demasiado conservadoras. Es un sistema binario imposible para el salto con un impulsor Hawking.
El silencio se prolongó. Finalmente Dem Lia dijo:
Nuestras opciones son destruir la máquina cosechadora por vosotros sin saber si hay alguna vida, quizá toda una especie, que dependa de ella en el sistema de la gigante roja, por improbable que pueda parecer en principio. Y no podemos hacer eso. Nuestro código moral nos lo impide.
La voz de Reta Kasteen era casi inaudible.
Lo comprendemos.
Dem Lia continuó:
Podemos viajar por medios convencionales e investigar el sistema. Esto significa que tendréis que sufrir los estragos de este Destructor una última vez, pero si no hay vida en el sistema de la gigante roja destruiremos la máquina cuando regresemos utilizando el impulsor de fusión.
Poco consuelo para los miles o millones que perderán sus hogares durante esta última visita del Destructor —dijo el Jefe Delegado Keel Redt.
Ningún consuelo —admitió Dem Lia.
Jinete Lejano se levantó con sus cuatro metros de altura, flotando ligeramente en el décimo de gravedad.
Éste no es vuestro problema —radió—. No hay ninguna razón por la que debáis arriesgar a nadie de vuestra gente. Os damos las gracias por tomar en consideración...
Dem Lia alzó una mano para detenerle a media emisión.
Vamos a votar ahora. Votaremos si saltar al sistema de la gigante roja con el impulsor Hawking y volver antes de que vuestro Destructor empiece a destruir. Si hay alguna raza alienígena allí, quizá podamos comunicarnos con ella en los dos días que tenemos de margen. Quizá puedan reprogramar su máquina. Todos hemos llegado al acuerdo de que las posibilidades en contra de que "devorara" accidentalmente vuestra nave simiente en su primer paso después de que desembarcarais son infinitesimales. El hecho de que coseche constantemente áreas que habéis colonizado, en un anillo árbol con un área superficial igual a medio millón de Hyperiones, sugiere que está programado para hacer precisamente esto, como si eliminara crecimientos anormales o pestes.
Los tres diplomáticos asintieron.
Entonces votaremos —dijo Dem Lia—. La decisión tendrá que ser unánime. Un voto "no" significa que no utilizaremos el impulsor Hawking.
Saigyõ había permanecido con las piernas cruzadas sobre la mesa, pero ahora se trasladó al lado de las otras cuatro IA, que estaban de pie.
Sólo para el registro —dijo el pequeño monje orondo—, las IA hemos votado cinco a cero contra intentar la maniobra con el impulsor Hawking.
Dem Lia asintió.
Anotado —dijo—. Pero sólo para el registro: para ese tipo de decisión el voto de las IA no cuenta. Sólo la gente de la Hélice del Espectro de Amoiete o sus representantes pueden determinar su propio destino. —Se volvió hacia los otros nueve humanos—. ¿Usamos el impulsor Hawking? ¿Sí o no? Nosotros diez deberemos dar cuenta a los otros miles de las consecuencias. ¿Ces Ambre?
Sí. —La mujer del atuendo azul parecía tan calmada como sus sorprendentemente claros y gentiles ojos.
¿Jon Mikail Dem Alem?
Sí —dijo el especialista ébano en soporte de vida con voz densa—. Sí.
¿Oam Rai?
La mujer de la banda amarilla dudó. Nadie a bordo conocía mejor los riesgos de los sistemas de la nave que ella. Un dos por ciento de posibilidades de destrucción debía de parecerle un azar obsceno. Se llevó los dedos a los labios.
Aquí estamos decidiendo por dos civilizaciones —dijo, hablando obviamente consigo misma—. Posiblemente por tres.
¿Oam Rai? —repitió Dem Lia.
Sí —dijo Oam Rai.
¿Kem Loi? —preguntó Dem Lia a la astrónoma.
Sí. —La voz de la joven tembló ligeramente.
¿Patek Georg Dem Mio?
El especialista banda roja de seguridad sonrió.
Sí. Como dice el antiguo proverbio, si no hay redaños no hay gloria.
Dem Lia se mostró irritada.
Estás hablando por 684.288 personas dormidas que puede que no opinen lo mismo.
La sonrisa de Patek Georg siguió en su lugar.
Mi voto es sí.
¿Dr. Samel Ria Kem Ali?
El médico parecía tan turbado como Patek seguro de sí mismo.
Debería decir..., hay tantas incógnitas... —Miró a su alrededor—. Sí —dijo—. Debemos estar seguros.
¿Peter Delen Dem Tae? —preguntó Dem Lia al psicólogo banda azul.
El viejo había estado mordisqueando un lápiz. Se lo quedó mirando, sonrió, lo depositó sobre la mesa.
Sí.
¿Res Sandre?
Por un segundo los ojos de la otra mujer con la banda verde parecieron mostrar desafío, casi furia. Dem Lia se preparó para el veto y la conferencia que iba a seguir.
Sí —dijo Res Sandre—. Creo que es un imperativo moral. Aquello dejaba a la más joven del grupo.
¿Den Soa? —preguntó Dem Lia.
La joven tuvo que carraspear fuertemente antes de poder hablar.
Sí. Vayamos a echar una mirada.
Todos los ojos se volvieron a la comandante nombrada.
Yo voto sí —dijo Dem Lia—. Saigyõ, prepárate para máxima aceleración hacia el punto de traslación con el impulsor Hawking. Kem Loi, tú y Res Sandre y Oam Rai ocupaos de calcular el punto óptimo de traslación hacia el interior para una búsqueda de vida por todo el sistema. Jefe Delegado Redt, Jinete Lejano, Auténtica Voz del Árbol Kasteen, si preferís aguardar detrás, prepararemos ahora la esclusa de aire. Si los tres deseáis venir, debemos partir inmediatamente.
El Jefe Delegado habló sin consultar a los otros.
Deseamos acompañaros, ciudadana Dem Lia.
Ella asintió.
Jinete Lejano, di a tu gente que despeje el camino. Giraremos en ángulo por encima del plano de la eclíptica hacia fuera, pero nuestra cola de fusión va a ser tan llameante como el aliento de un dragón.
El éxter plenamente adaptado para el espacio radió sus instrucciones.
Ya está hecho. Muchos quieren presenciar el espectáculo.
Dem Lia gruñó suavemente.
Espero que no sea un espectáculo mayor del que esperamos —dijo.

La Hélice efectuó el salto sin problemas, con sólo pequeñas alteraciones en unos pocos subsistemas de la nave. Examinaron el sistema a una distancia de tres UA de la superficie de la gigante roja. Habían estimado dos días, pero la investigación estaba terminada en menos de veinticuatro horas.
No había planetas ocultos, ni planetoides, ni asteroides huecos, ni cometas convertidos, ni hábitats espaciales artificiales..., ningún signo de vida en absoluto. Cuando la estrella G2 terminó su evolución a una gigante roja, hacía al menos tres millones de años, sus núcleos de helio empezaron a quemar sus propias cenizas en un segundo round de reacciones de fusión a alta temperatura en el corazón de la estrella mientras la fusión original del hidrógeno continuaba en un delgado cascarón muy lejos de aquel núcleo y todo el proceso creaba átomos de carbono y oxígeno que se añadían a la reacción y..., presto..., el renacimiento de corta vida de la estrella como una gigante roja. Era evidente que no había habido planetas exteriores ni gigantes de gas ni mundos rocosos más allá del alcance del nuevo sol rojo. Cualquier planeta interior había sido engullido entero por la estrella en expansión. Las emisiones de gas y polvo y las radiaciones pesadas habían limpiado el sistema solar de cualquier cosa más grande que los meteoritos de níquel y hierro.
Así pues —dijo Patek Georg—, eso es todo.
¿Debo autorizar a las IA a que inicien la aceleración completa hacia el punto de traslación de regreso? —preguntó Res Sandre.
Los diplomáticos éxters se habían trasladado a la cubierta de mando con sus sillones especializados. A nadie le importaba la gravedad de un décimo en el puente puesto que cada uno de los especialistas del Espectro de Amoiete —con la excepción de Ces Ambre— estaba anclado a un sillón de control y en contacto con la nave a toda una variedad de niveles. Los diplomáticos éxters habían guardado silencio durante la mayor parte de la búsqueda, y siguieron en silencio ahora cuando se volvieron para mirar a Dem Lia en su consola central.
La comandante elegida se golpeó el labio inferior con un nudillo.
Todavía no. —Su búsqueda los había llevado a todo alrededor de la gigante roja, y ahora estaban a menos de una UA de su hirviente superficie—. Saigyõ, ¿has mirado dentro de la estrella?
Sólo lo suficiente para tomar una muestra —llegó la afable voz de la IA—. Típica de una gigante roja en este estadio. La luminosidad solar es unas dos mil veces la de su compañera G8. Tomamos una muestra del núcleo..., ninguna sorpresa. Los núcleos de helio se hallan evidentemente unidos pese a su repulsión eléctrica mutua.
¿Cuál es su temperatura superficial? —quiso saber Dem Lia.
Aproximadamente tres mil grados Kelvin —llegó la respuesta de Saigyõ— Más o menos la mitad de la temperatura superficial que tenía cuando era un sol G2.
Oh, Dios mío —susurró la banda violeta, Kem Loi, desde su silla en la estación astronómica—. ¿Estás pensando...?
Radar profundo hacia la estrella, por favor —dijo Dem Lia.
Los holográficos aparecieron menos de veinte minutos más tarde, mientras la estrella giraba y ellos la orbitaban. Saigyõ dijo:
Un solo mundo rocoso. Todavía en órbita. Aproximadamente cuatro quintos del tamaño de Vieja Tierra. Evidencias de radar de fondos oceánicos y antiguos lechos de ríos.
Probablemente —dijo el Dr. Sam— era de tipo terrestre hasta que su sol en expansión hizo hervir sus mares y evaporó su atmósfera. Dios ayude a quienes fuera que vivieron allí.
¿A qué profundidad está de la troposfera del sol? —preguntó Dem Lia.
A menos de ciento cincuenta mil kilómetros —dijo Saigyõ.
Dem Lia asintió.
Eleva los campos de contención al máximo —dijo suavemente—. Vamos a visitarlo.

Es como nadar bajo la superficie de un mar rojo, pensó Dem Lia mientras se acercaban al rocoso mundo. Por encima de ellos, la atmósfera exterior de la estrella giraba y trazaba espirales, tornados de campos magnéticos se elevaban de las profundidades y se disipaban, y el campo de contención brillaba ya pese a los treinta cables de microfilamento que arrastraban a lo largo de ciento sesenta mil kilómetros para que actuaran como radiadores.
Durante una hora la Hélice permaneció a menos de veinte mil kilómetros de lo que quedaba de lo que hubiera podido ser muy bien en su tiempo Vieja Tierra o Hyperion. Varios sensores perforaron el rocoso mundo a través del girante lodo rojo.
Un mundo de ceniza —dijo Jon Mikail Dem Alem.
Un mundo de ceniza lleno de vida —dijo Kem Loi ante el nexus sensible primario. Llamó al holo del radar de profundidad—. Absolutamente acribillado. Océanos internos de agua. Al menos tres mil millones de entidades sintientes. No tengo la menor idea de si son humanoides, pero poseen máquinas, mecanismos de transporte, y colmenas como ciudades. Incluso puede verse el puerto de amarre donde sitúan su cosechadora cada cincuenta y siete años.
¿Pero todavía ningún contacto comprensible? —preguntó Dem Lia. La Hélice había estado transmitiendo mensajes matemáticos básicos en todas las anchuras de banda, espectros y tecnología de comunicaciones que poseía la nave, desde el radiomáser hasta la modulación de taquiones. Había habido alguna especie de emisión de respuesta.
Ondas de gravedad moduladas —explicó Ikkyû—. Pero no responden a nuestros mensajes matemáticos o geométricos. Captan nuestras señales electromagnéticas pero no las comprenden, y nosotros no podemos descifrar sus pulsos gravitónicos.
¿Cuánto tiempo para estudiar las modulaciones hasta que podamos hallar un alfabeto común? —preguntó Dem Lia.
El fruncido rostro de Ikkyû pareció apenado.
Semanas, como mínimo. Meses más probablemente. Quizás años. —La IA devolvió la decepcionada mirada de los humanos, éxters y templaria—. Lo siento —dijo, abriendo las manos—. La humanidad sólo ha contactado con dos razas sintientes alienígenas antes, y en ambos casos ellos hallaron la forma de comunicarse con nosotros. Esos... seres... son auténticamente alienígenas. Hay demasiados pocos referentes comunes.
No podemos permanecer aquí mucho más tiempo —dijo Res Sandre en su nexo de ingeniería—. Se están acercando poderosas tormentas magnéticas procedentes del núcleo. Y no podemos disipar el calor con la suficiente rapidez. Tenemos que irnos.
De pronto Ces Ambre, que tenía su silla pero no una estación con una misión determinada, se puso en pie, flotó un metro por encima del suelo en el décimo de g, gimió, y flotó lentamente hasta el suelo como desvanecida.
El Dr. Sam la alcanzó un segundo antes que Dem Lia y Den Soa.
Todos los demás, permaneced en vuestros puestos —dijo Dem Lia.
Ces Ambre abrió sus sorprendentes ojos azules.
Son tan diferentes. No son humanos en absoluto..., respiran oxígeno pero no como los émpatas seneschai..., modulares..., mentes múltiples..., tan fibrosas...
Dem Lia sujetó a la mujer.
¿Puedes comunicarte con ellos? —preguntó con urgencia—. ¿Envían imágenes?
Ces Ambre asintió débilmente.
Envíales la imagen de su máquina cosechadora y de los éxter —dijo Dem Lia con urgencia—. Muéstrales el daño que su máquina causa a los núcleos urbanos éxter. Muéstrales lo que son los éxter..., humanos..., sintientes. Que ocupan, pero no dañan el anillo bosque.
Ces Ambre asintió de nuevo y cerró los ojos. Un momento más tarde empezó a llorar.
Ellos..., lo lamentan..., tanto —susurró—. La máquina no les envía..., imágenes..., sólo la comida y el aire y el agua. Está programada..., como sugeriste, Dem Lia..., para eliminar infestaciones. Lamentan tanto..., tanto..., la pérdida de vidas éxters. Ofrecen el suicidio de..., de su especie..., si eso repara la destrucción.
No, no, no —dijo Dem Lia, apretando las manos de la llorosa mujer—. Diles que eso no será necesario. —La sujetó por los hombros—. Eso va a ser difícil, Ces Ambre, pero tienes que preguntarles si la cosechadora puede ser reprogramada. Enseñada a permanecer lejos de los asentamientos éxters.
Ces Ambre cerró los ojos durante varios minutos. En un momento determinado pareció como si hubiera dejado de respirar. Luego aquellos maravillosos ojos se abrieron mucho.
Pueden. Están enviando los datos de reprogramación.
Estamos recibiendo pulsos gravitónicos modulados —dijo Saigyõ—. Todavía no hay ninguna traducción posible.
No necesitamos traducción —dijo Dem Lia, inspirando profundamente. Ayudó a Ces Ambre a levantarse y a volver a su silla—. Simplemente tenemos que registrarlos y repetírselos al Destructor cuando hayamos vuelto. —Apretó de nuevo la mano de Ces Ambre—. ¿Puedes comunicarles nuestro agradecimiento y nuestro adiós?
La mujer sonrió.
Ya lo he hecho. Como mejor he podido.
Saigyõ —dijo Dem Lia—. Sácanos inmediatamente de aquí y acelera a toda velocidad hacia el punto de traslación.

La Hélice sobrevivió al salto desde el espacio Hawking de vuelta al sistema G8 sin ningún daño. El Destructor había alterado ya su trayectoria hacia las regiones pobladas del anillo bosque, pero Den Soa radió las grabaciones gravitónicas moduladas mientras todavía estaban decelerando, y la gigantesca cosechadora respondió con un indescifrable retumbar gravitónico y cambió obedientemente el rumbo hacia una remota y despoblada sección del anillo. Jinete Lejano utilizó su propio equipo de comunicación para mostrarles un holo del regocijo en las ciudades, plataformas, vainas, ramas y torres del anillo, luego cerró su equipo transmisor.
Se habían reunido en el solárium. Ninguna de las IA estaba presente o escuchaba, tan sólo los humanos, éxter y templaria sentados en círculo. Todos los ojos estaban fijos en Ces Ambre. Los ojos de la mujer estaban cerrados.
Den Soa dijo en voz muy baja:
Los seres... de ese mundo..., tuvieron que construir el anillo árbol antes de que su estrella se expandiera. Construyeron la astronave cosechadora. ¿Por qué simplemente... no se marcharon?
El planeta era... es... su hogar —susurró Ces Ambre, con los ojos aún fuertemente cerrados—. Como niños..., no querían abandonar su hogar... porque está oscuro ahí fuera. Muy oscuro... vacío. Quieren... su hogar. —La mujer abrió los ojos y sonrió lánguidamente.
¿Por qué no nos dijiste que eras aeneana? —preguntó suavemente Dem Lia.
Ces Ambre encajó resueltamente la mandíbula.
No soy aeneana. Mi madre, Dem Loa, me dio el sacramento de la sangre de Aenea, a través de la de ella, por supuesto, tras rescatarme del infierno de Santa Teresa. Pero decidí no usar las habilidades aeneanas. Decidí no seguir a los demás, sino permanecer con la Amoiete.
Pero te comunicaste telepáticamente con... —empezó a decir Patek Georg.
Ces Ambre negó con la cabeza e interrumpió rápidamente.
No es telepatía. Es... conectarse... con el Vacío que Vincula. Es oír el lenguaje de los muertos y de los vivos a través del tiempo y del espacio mediante pura empatía. Memorias que no son de uno. —La mujer de noventa y cinco años que parecía de mediana edad se llevó la mano a la frente—. Es tan agotador. Durante muchos años luché para no prestar atención a las voces..., para no unirme a las memorias. Por eso el sueño criogénico profundo es tan... relajante.
¿Y las otras habilidades aeneanas? —preguntó Dem Lia, con voz aún muy baja—. ¿Te teleyectas individualmente?
Ces Ambre negó con la cabeza, con su mano escudando todavía sus ojos.
No deseo aprender los secretos aeneanos —dijo. Su voz sonaba muy cansada.
Pero podrías si quisieras —dijo Den Soa con voz sorprendida—. Podrías dar un paso, teleyectarte, y estar de vuelta en Vitus-Gray-Balianus B o Hyperion o Centro Tau Ceti o Vieja Tierra en un segundo, ¿no?
Ces Ambre bajó su mano y miró fijamente a la otra mujer más joven.
Pero no lo haré.
¿Vas a continuar con nosotros en sueño profundo hasta nuestro destino? —preguntó la otra banda verde, Res Sandre—. ¿Hasta nuestra colonia final de la Hélice del Espectro?
Sí —dijo Ces Ambre. Aquella única palabra era una declaración y un desafío.
¿Cómo se lo diremos a los demás? —preguntó Jon Mikail Dem Alem—. Tener una aeneana..., una aeneana potencial..., en la colonia lo cambiará... todo.
Dem Lia se puso en pie.
En mis últimos momentos como vuestro comandante elegido por consenso, puedo hacer que esto sea una orden, ciudadanos. Sin embargo, voy a pedir una votación. Creo que Ces Ambre y sólo Ces Ambre debería tomar la decisión de si decirles o no al resto de nuestra familia de la Hélice del Espectro lo de su... don. En cualquier momento después de que alcancemos nuestro destino. —Miró directamente a Ces Ambre—. O nunca, si así lo decides.
Dem Lia se volvió para mirar uno a uno a los otros ocho.
Y nunca deberemos revelar el secreto. Sólo Ces Ambre tiene el derecho de decírselo a los demás. Aquellos que estén a favor de eso, que digan sí.
Fue unánime.
Dem Lia se volvió hacia los éxters y la templaria.
Saigyõ me asegura que nada de esto fue transmitido por vosotros.
Jinete Lejano asintió.
¿Y vuestros registros del contacto de Ces Ambre con los alienígenas a través del Vacío que Vincula?
Destruidos —emitió el éxter de cuatro metros de estatura.
Ces Ambre se acercó a los éxters.
Pero todavía deseáis algo de mi sangre..., algo del ADN sacramental de Aenea. Todavía deseáis la elección.
Las largas manos del Jefe Delegado Keel Redt estaban temblando.
No nos corresponde a nosotros decidir transmitir la información o dejar que el sacramento sea distribuido..., los Siete Consejos tendrán que reunirse en secreto..., la Iglesia de Aenea deberá ser consultada..., o... —Evidentemente el éxter sufría ante el pensamiento de millones o miles de millones de sus compañeros éxters abandonando el anillo bosque para siempre, teleyectándose hacia el espacio humano-aeneano o hacia alguna otra parte. Su universo nunca volvería a ser el mismo—. Pero nosotros tres no tenemos el derecho de rechazarlo por nadie.
Pero dudamos de pedir... —empezó a decir la Auténtica Voz del Árbol Reta Kasteen.
Ces Ambre sacudió la cabeza e hizo un gesto hacia el Dr. Samel. El médico tendió a la templaria una pequeña cantidad de sangre en un tubo de ensayo a prueba de golpes.
La extrajimos hace sólo un momento —dijo el doctor.
Vosotros debéis decidir —dijo Ces Ambre—. Ése es siempre el camino. Así es como hay que proceder siempre.
El Jefe Delegado Keel Redt contempló el tubo de ensayo durante un largo momento antes de tomarlo entre sus aún temblorosas manos y guardarlo cuidadosamente en una bolsa de seguridad en el campo de fuerza de su armadura éxter.
Será interesante ver lo que ocurre —dijo.
Dem Lia sonrió.
Ésta es la antigua forma de hacer las cosas de Vieja Tierra, ya sabéis. Es chino. "Que viváis tiempos interesantes."
Saigyõ abrió la escotilla estanca y los diplomáticos éxters se fueron, de vuelta al anillo bosque acompañados por los cientos de miles de otros seres de luz, orientando sus velas contra el viento solar, siguiendo las líneas magnéticas de fuerza como veleros de luz empujados por rápidas corrientes.
Si no os importa —dijo Ces Ambre con una sonrisa—, voy a volver a mi cápsula de sueño profundo y conectarlo. Han sido un largo par de días.

Los nueve despertados originalmente aguardaron hasta que la Hélice se trasladó con éxito al espacio Hawking antes de volver al sueño profundo. Cuando estaban todavía en el sistema G8, acelerando hacia arriba y hacia fuera de la eclíptica y el hermoso anillo bosque que ahora eclipsaba el pequeño sol blanco, Oam Rai señaló hacia la ventana de popa y dijo:
Mirad eso.
Los éxters habían salido para decir adiós. Varios miles de millones de alas de pura energía atrapaban la luz del sol.
Un día en el espacio Hawking conferenciando con las IA fue suficiente para establecer que la nave estaba en perfecta forma, los brazos giratorios y las vainas de sueño profundo funcionaban como debían, que habían vuelto a su rumbo, y que todo estaba bien. Uno por uno regresaron a sus cápsulas: primero Den Soa y sus parejas, luego los demás. Finalmente sólo quedó despierta Dem Lia, sentada en su cápsula segundos antes de ser cerrada.
Saigyõ —dijo, y era evidente por su tono que era una llamada.
El bajo y gordo monje budista apareció.
¿Sabías que Ces Ambre era aeneana, Saigyõ?
No, Dem Lia.
¿Cómo es posible? La nave tiene perfiles completos genéticos y médicos de cada uno de nosotros. Tenías que saberlo.
No, Dem Lia. Te aseguro que los perfiles médicos de la ciudadana Ces Ambre estaban dentro de los límites normales de la Hélice del Espectro. No había ningún signo de ADN aeneano posthumanidad. Ni ningún indicio en sus perfiles psíquicos.
Dem Lia frunció el ceño por un momento al holograma. Luego dijo:
¿Biorregistros falsificados, entonces? Ces Ambre o su madre pudieron haberlo hecho.
Sí, Dem Lia.
Apoyada aún sobre un codo, Dem Lia dijo:
Que tú sepas, que alguna de las IA sepa, ¿hay otros aeneanos a bordo de la Hélice, Saigyõ?
Que nosotros sepamos, no —dijo el orondo monje, con el rostro muy serio.
Dem Lia sonrió.
Aenea nos enseñó que la evolución tenía dirección y determinación —dijo en voz muy baja, más para sí misma que para la IA que escuchaba—. Habló de un día en el que todo el universo sería verde de vida. La diversidad, nos enseñó, es una de las mejores estrategias de la evolución.
Saigyõ asintió y no dijo nada.
Dem Lia se recostó en su almohada.
Consideramos a los aeneanos tan generosos por ayudarnos a preservar nuestra cultura, esta nave, la distante colonia. Apuesto a que los aeneanos han ayudado a un millar de pequeñas culturas a partir del espacio humano hacia lo desconocido. Desean la diversidad..., los éxter, los otros. Desean que muchos de nosotros transmitamos su don de divinidad.
Miró a la IA, pero el rostro del monje budista sólo reflejaba su ligera sonrisa habitual.
Buenas noches, Saigyõ. Cuida bien de la nave mientras dormimos. —Cerró la cubierta de la cápsula y la unidad inició el ciclo que la sumiría de nuevo en el profundo sueño criogénico.
Sí, Dem Lia —dijo el monje a la ahora dormida mujer.

La Hélice prosiguió su gran arco a través del espacio Hawking. Los brazos giratorios y las vainas de vida tejieron su compleja doble Hélice contra el flujo de falsos colores y pulsaciones tetradimensionales que habían reemplazado las estrellas.
Dentro de la nave, las IA habían desconectado el campo de contención de la gravedad y la atmósfera y las luces. La nave avanzaba en la oscuridad.
Luego, un día, unos tres meses después de abandonar el sistema binario, los ventiladores zumbaron, las luces parpadearon, y el campo de contención de la gravedad se activó. Todos los 684.300 colonos siguieron durmiendo.
De pronto aparecieron tres figuras en el pasillo principal, a medio camino entre el puente del centro de mando y los portales de acceso al primer anillo de los brazos de las vainas. La figura central tenía tres metros de altura, cuatro brazos, y su erizada armadura resplandecía cromada y llena de hojas. Sus ojos facetados brillaban rojos. Se mantuvo inmóvil allá donde había aparecido de pronto.
La figura de la izquierda era un hombre de mediana edad, de rizado pelo canoso, ojos oscuros y rasgos agradables. Estaba muy bronceado y llevaba una camisa de algodón azul, pantalones cortos verdes y sandalias. Asintió con la cabeza a la mujer y empezó a caminar hacia el centro de mando.
La mujer era más mayor, visiblemente vieja pese a las técnicas médicas aeneanas, y llevaba una sencilla túnica de impoluto color azul. Se dirigió al portal de acceso, tomó el ascensor hasta el tercer brazo giratorio, y siguió la pasarela hasta el interior del entorno a una g de la vaina. Se detuvo junto a una de las cápsulas, limpió el hielo y la condensación de la mirilla transparente del sarcófago monitorizado umbilicalmente.
Ces Ambre —murmuró Dem Loa, con sus dedos apoyados sobre el helado plástico a unos centímetros por encima de la mejilla de su hijastra tríada—. Duerme bien, querida. Duerme bien.
En la cubierta de mando, el hombre alto estaba de pie entre las IA virtuales.
Bienvenido, Petyr, hijo de Aenea y Endymion —dijo Saigyõ con una ligera inclinación de cabeza.
Gracias, Saigyõ. ¿Cómo estáis todos?
Le hablaron en términos más allá del lenguaje o las matemáticas. Petyr asintió, frunció ligeramente el ceño y tocó el hombro de Basho.
¿Hay demasiados conflictos en ti, Basho? ¿Desearías reconciliarlos?
El hombre alto con el sombrero cónico y los chanclos enlodados dijo:
Sí, por favor, Petyr.
El humano apretó el hombro de la IA en un abrazo amistoso. Ambos cerraron los ojos por un instante.
Cuando Petyr lo soltó, el saturnino Basho sonrió ampliamente.
Gracias, Petyr.
El humano se sentó en el borde de la mesa y dijo:
Veamos que tenemos delante.
Un holocubo de cuatro por cuatro metros apareció frente a ellos. Las estrellas eran reconocibles. El largo viaje de la Hélice fuera del espacio humano-aeneano estaba trazado en rojo. Su trayectoria proyectada seguía hacia adelante en puntos azules, que se extendían hacia el centro de la galaxia.
Petyr se puso en pie, tendió la mano hacia el interior del holocubo, y tocó una pequeña estrella justo a la derecha del rumbo proyectado de la Hélice, Al instante aquella sección se amplió.
Éste podría ser un sistema interesante para explorar —dijo el hombre con una confortable sonrisa—. Una hermosa estrella G2. El cuarto planeta se halla aproximadamente a siete coma seis en la antigua escala Solmev. Estaría más arriba, pero han evolucionado algunos virus muy desagradables y algunos animales muy feroces. Sí, muy feroces.
Seiscientos ochenta y cinco años luz —anotó Saigyõ—. Más cuarenta y tres años luz de corrección de rumbo. Pronto.
Petyr asintió.
Lady Murasaki agitó su abanico delante de su pintado rostro. Su sonrisa era provocativa.
¿Y cuando lleguemos, Petyr-san, los virus habrán desaparecido de algún modo?
El hombre alto se encogió de hombros.
La mayoría de ellos, mi dama. La mayoría de ellos. —Sonrió—. Pero los animales feroces todavía estarán allí. —Estrechó la mano a cada una de las IA—. Manteneos a salvo, amigos míos. Y mantened a salvo a nuestros amigos.
Petyr trotó de vuelta junto a la pesadilla de cromo y hojas de tres metros en el pasillo principal justo en el momento en que la suave túnica de Dem Loa susurraba sobre las enmoquetadas placas del suelo para reunirse con él.
¿Todo arreglado? —preguntó Petyr.
Dem Loa asintió.
El hijo de Aenea y Raul Endymion apoyó su mano contra el monstruo de pie entre ellos, depositando su palma plana al lado de un curvado cuerno de quince centímetro. Los tres desaparecieron sin el menor sonido.
La Hélice cerró su campo de contención de gravedad, almacenó su aire, desconectó sus luces interiores y siguió su camino en silencio, haciendo mientras tanto las más delicadas correcciones de rumbo.


FIN
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