Harry Harrison
Lejos en el futuro, descubrieron una
nueva ley natural: lo que va hacia arriba debe volverse circular. Incluso
Hautamaki llegó en circulo a la idea.
I
Hautamaki había hecho aterrizar la nave en un trozo de roca
recubierto de cascotes, en un señalado y viejo flujo de lava en el lado
incorrecto del glaciar. Tjond había pensado, pero sólo para sí, que podían
haber aterrizado más cerca; pero Hautamaki era el capitán de la nave y tomaba
todas las decisiones. Otra vez, se podía haber quedado en la nave. Nadie la
había forzado a que se uniera a este horrendo trepar a lo largo del hielo
agrietado. Pero, por supuesto, el quedarse atrás estaba fuera de discusión.
Había una señal de radio de algún tipo allí —en este planeta
deshabitado— enviando chillidos y crujidos en una docena de frecuencias. Ella tenía
que estar allí cuando lo encontraran.
Gulyas la ayudó a sobrepasar un lugar difícil y ella le
recompensó con un rápido beso en su mejilla quemada por el viento.
Era demasiado esperar que eso podría ser cualquier otra cosa que
una señal de radio humana, aunque su nave se suponía que estaba cubriendo un
área inexplorada. Aun así había una levísima posibilidad de que otros pudieran
haber construido esa baliza. El pensamiento de que pudiera no estar en el
momento de un descubrimiento de ese tipo era insoportable. ¿Durante cuánto
tiempo había estado la humanidad buscando, durante cuántas oscuras centurias?
Ella tenía que descansar, no estaba acostumbrada a este tipo de
esfuerzo físico. Estaba atada a la cuerda entre los dos hombres, y cuando se
detenía todos se detenían. Hautamaki se detuvo y miró cuando sintió el indeciso
tirón en la cuerda, la miró fijamente y no dijo nada. Su cuerpo lo decía todo
por él, arrogante, alto, musculoso, bronceado y desnudo bajo el transparente
traje de atmósfera. El estaba respirando suave y normalmente, y su rostro nunca
cambiaba de expresión mientras miraba el desesperado movimiento de su pecho.
¡Hautamaki! ¿Qué clase de hombre eres, Hautamaki, para ignorar a una mujer con
tal mirada agónica?
Para Hautamaki fue la cosa más dura que había tenido que hacer
jamás. Cuando los dos extraños habían caminado por la extendida lengua de la
rampa de subida a la nave, se había sentido violado.
Esta era su nave, suya y de Kiiskinen. Pero Kiiskinen estaba
muerto y el niño que ellos deseaban tener también estaba muerto. Muerto antes
de haber nacido, antes de ser concebido. Muerto porque Kiiskinen se había ido y
Hautamaki jamás desearía un niño otra vez. Y aun así había trabajo que hacer;
habían completado escasamente la mitad de su recorrido cuando el accidente
había ocurrido. Regresar a la base de salida hubiese sido un gasto demasiado
pródigo de combustible y tiempo, por lo que él había llamado pidiendo
instrucciones... y éste había sido el resultado. Un nuevo equipo de
reconocimiento, inexperto y tosco.
Ellos dos estaban esperando su primera tarea; lo cual
significaba que al menos tenían el entrenamiento, aunque no la experiencia.
Físicamente realizarían el trabajo que era necesario hacer. No había que
preocuparse acerca de eso. Pero ellos eran un equipo y él sólo era la mitad de
uno: y la soledad podía ser una cosa terrible.
Podía haberles dado la bienvenida si Kiiskinen hubiese estado
allí. Ahora los aborrecía.
El hombre vino primero, extendiendo su mano.
—Soy Gulyas, como sabe, y ella es mi esposa, Tjond. —Hizo un
gesto por sobre el hombro y sonrió con la mano aún extendida.
—Bien venidos a bordo de mi nave —dijo Hautamaki, y unió sus
manos en su espalda. Si aquel tonto no sabía nada acerca de las costumbres
sociales de los Hombres, él no era quien le iba a enseñar.
—Lo lamento. He olvidado que no intercambian saludos con las
manos ni tocan a los extraños. —Aún sonriendo, Gulyas se hizo a un lado para
dejar lugar a que su mujer entrara en la nave.
—¿Cómo está usted, capitán? —dijo Tjond. Entonces sus ojos se
agrandaron y se sonrojó, cuando vio por vez primera que él estaba
completamente desnudo.
—Les enseñaré sus alojamientos —dijo Hautamaki, girándose y
alejándose, sabiendo que ellos le seguirían. ¡Una mujer! El las había visto
antes en varios planetas, incluso había hablado con ellas, pero nunca había creído
que algún día tendría una de ellas en su nave. ¡Qué feas eran, con sus
henchidos cuerpos! No había que preguntarse por qué en los otros mundos todas
usaban ropas, para esconder esas lamentables protuberancias y el exceso de
grasa debajo.
—¡Ni siquiera llevaba zapatos! —exclamó Tjond indignada,
mientras que él cerraba la puerta. Gulyas se rió.
¾¿Desde
cuándo te ha preocupado la desnudez? No parecía preocuparte durante tus
vacaciones en Hie. Y ya sabías cuáles eran las costumbres de los Hombres.
—Eso era diferente. Todos estaban vestidos, o desnudos; es
igual. Pero esto, ¡es casi indecente!
—La indecencia de un hombre es la decencia de otro.
—Estoy segura de que no podrías decir eso tres veces más rápido.
—No tiene importancia, de todas formas es verdad. Cuando te
desenvuelvas delante de él, probablemente pensarás que nosotros estamos
socialmente tan equivocados como a ti te parece que él lo está.
—No lo pienso, ¡lo sé! —dijo ella, poniéndose de puntillas para
alcanzar su oreja con sus pequeños dientes, tan blancos y perfectamente
delineados como granos de arroz—. ¿Cuánto hace que nos hemos casado?
—Seis días, diecinueve horas y algunos extraños minutos.
—Sólo extraños porque no me has besado en tan terrible y largo
tiempo.
El sonrió a su pequeña y encantadora figura, pasó su mano por la
tibia firmeza de su cráneo sin cabello y hacia abajo por su derecho cuerpo,
tocando los sobresalientes y casi vestigiales capullos de sus senos.
—Eres hermosa —dijo él; luego la besó.
II
Una vez que hubieron atravesado el glaciar, la caminata fue más
fácil sobre la compacta nieve. En una hora habían alcanzado la base de la
cúspide rocosa. Se extendía sobre ellos contra el verdusco cielo, negro y con
grietas. Tjond dejó que sus ojos viajaran hacia arriba en toda su longitud y.
deseó poder gritar.
—¡Es demasiado alto! Es imposible trepar. Con el trineo
especial podríamos subir.
—Hemos discutido eso antes —dijo Hautamaki, mirando a Gulyas
como hacía siempre cuando le hablaba a ella—. No traeré ninguna fuente de
radiación cerca del aparato antes de que determinemos de qué se trata. Nada
hemos podido sacar de nuestra fotografía aérea, exceptuando que parecía ser una
máquina sin vigilancia de alguna clase. Yo treparé primero. Vosotros podéis
seguirme. No es difícil en este tipo de roca.
No era difícil..., era de todo punto de vista imposible. Ella
trepó y cayó y no pudo subir mucho por la cuerda. Al final desató la cuerda.
Tan pronto como los dos hombres hubieron subido por encima de ella, se lamentó
desesperanzadamente con la cara entre las manos. Gulyas debió de haberla oído,
o sabría cómo se debería de sentir ella al verse dejada atrás, porque la llamó.
—Te echaré una cuerda tan pronto como llegue a la cima, con un
lazo al final. Deslízalo sobre tus brazos y te subiré.
Estaba segura de que él no sería capaz de hacerlo, pero aun así
tenía que intentarlo. El emisor... ¡podía no ser de fabricación humana!
La cuerda le cortaba en el cuerpo y, sorprendentemente, él pudo
izarla hacia arriba. Ella hizo lo .posible para no moverse y balancearse por el
risco: luego, Gulyas se acercaba a ella para ayudarla. Hautamaki estaba
sosteniendo la cuerda... y ella supo que era la fuerza de esos poderosos
brazos, y no los de su marido, los que la habían elevado tan rápidamente.
—Hautamaki, gracias por...
—Examinaremos el aparato ahora —dijo él, interrumpiéndola y
mirando a Gulyas mientras hablaba—. Ambos os quedaréis aquí con mi paquete. No
os aproximéis, excepto si se os ordena.
Se giró sobre sus talones y, resueltamente, con grandes
zancadas, se alejó hacia el afloramiento en el cual se encontraba la máquina. A
no más de un paso de ella se detuvo y se apoyó sobre una rodilla; su cuerpo se
ocultaba en su mayor parte de la vista, y se mantuvo durante largos minutos en
esta posición agachada.
—¿Qué es lo que está haciendo? —susurró Tjond, cogiéndose
fuertemente al brazo de Gulyas—. ¿Qué es? ¿Qué es lo que ve?
—¡Venid aquí! —dijo Hautamaki, poniéndose de pie. Había una nota
de emoción en su voz que ellos nunca habían escuchado antes. Corrieron,
deslizándose en la roca de hielo cristalizado, deteniéndose sólo ante la
barrera de sus brazos extendidos—. ¿Qué haremos con ello? —preguntó Hautamaki,
sin quitar los ojos de la achaparrada máquina fija en la roca enfrente de
ellos.
Había una estructura central, una media esfera de un metal
amarillento que se sujetaba fuertemente a la roca, su borde inferior se
ajustaba a las irregularidades que había debajo. Desde aquí se proyectaban
gruesos y cortos brazos del mismo material, dispuestos alrededor de la
circunferencia cercana a la base. En cada brazo había una corta longitud de
metal, cada una de las cuales tenía diferentes formas, pero todas estaban
apuntando hacia los cielos como dedos indagadores. Un cable grueso como un
brazo emergía de un lado del hemisferio y se arrastraba hacia un saliente de la
roca más arriba. Allí, repentinamente, se enderezaba y se mantenía derecho,
elevándose en el aire sobre sus cabezas. Gulyas apuntó hacia él.
—No tengo idea de para qué sirven las otras partes, pero
apostaría que ésa es la antena que nos ha estado enviando las señales que hemos
captado cuando hemos entrado en el sistema.
—Podría ser —admitió Hautamaki—. Pero ¿qué hay acerca del resto?
—Una de esas cosas que apuntan hacia el cielo parece como un
pequeño telescopio —dijo Tjond—. Realmente, creo que lo es.
Hautamaki dio un grito de enojo y se acercó hacia ella cuando
ella se arrodillaba en el suelo, pero ya era demasiado tarde. Puso un ojo al
final de un tubo y cerró el otro ojo y trató de ver.
—¡Sí, es un telescopio! —Abrió el otro ojo y examinó el cielo—.
Puedo ver el borde de esas nubes claramente.
Gulyas la apartó, pero no había ningún peligro. Era un
telescopio, como ella había dicho, nada más. Se turnaron para mirar a través de
él. Fue Hautamaki quien se dio cuenta de que se estaba moviendo lentamente.
—En ese caso, todos los otros se deben de estar moviendo, ya que
son paralelos —dijo Gulyas, apuntando hacia los ingenios metálicos que poseía
cada brazo.
Uno de ellos tenía un ocular no distinto del de un telescopio,
pero cuando miró por él sólo había oscuridad.
—No puedo ver nada a través de él —dijo.
—Quizá tú no estabas pensado para que vieras
—dijo Hautamaki, rascándose su mandíbula mientras miraba
fijamente la extraña máquina; luego se alejó para rebuscar en su paquete. Cogió
un comprobador de radiaciones múltiples de su caja portadora y lo mantuvo
frente al ocular a través del cual, Gulyas había estado intentando ver—.
Radiación infrarroja solamente. Todo lo demás es eliminado.
Otra de las cosas semejantes a tubos servía para enfocar rayos
ultravioletas, mientras que un enrejado de platos metálicos concentraba las
Ondas de radio. Fue Tjond la que expresó lo que todos pensaban.
—Si hemos mirado a través de un telescopio..., ¡quizá todas
estas cosas sean telescopios también! Sólo que hechos para ojos extraños, como
si las criaturas que los construyeron no supieran quién o qué vendría aquí, e
hicieran telescopios de todas clases trabajando en todos los tipos de
longitudes de onda. ¡La búsqueda ha terminado! Nosotros..., la humanidad...,
¡no estamos solos en el universo, después de todo!
—No debemos sacar conclusiones apresuradas
—dijo Hautamaki, pero el tono de su voz desmentía sus palabras.
—¿Por qué no? —gritó Gulyas, abrazando a su esposa en un rapto
de emoción—. ¿ Por qué no hemos de ser nosotros los que encontremos a los
alienígenas? ¡Si existen, después de todo sabíamos que nos cruzaríamos con
ellos alguna vez! La galaxia es inmensa, pero finita. Mira y encontrarás. ¿No
es eso lo que te dicen cuando entras en la academia?
—Aún no tenemos una evidencia concreta —dijo Hautamaki, tratando
de que su propio entusiasmo, que crecía por momentos, no se evidenciara. Era el
jefe, debía ser el abogado del diablo—. Este ingenio puede ser de fabricación
humana.
—Punto uno —dijo Gulyas, levantando un dedo—. No se parece a
nada que nosotros hayamos visto antes. En segundo lugar, está hecho de una
aleación desconocida. Y en tercer lugar, está en una sección del espacio que,
por lo que sabemos, nunca antes ha sido visitada. Estamos a siglos-luz del
sistema habitado más cercano, y naves que hayan podido hacer este tipo de viaje
y regresar son de descubrimiento relativamente reciente...
—Y aquí hay una evidencia real..., ¡sin ningún trabajo de
adivinación! —gritó Tjond, y ellos corrieron hacia la mujer.
Ella había seguido el pesado cable que luego se transformaba en
el aéreo. En la base, en donde se engrosaba y se apretaba a la roca, había una
serie de caracteres grabados. Debía de haber cientos de ellos, elevándose desde
el nivel del suelo hasta sobre sus cabezas, cada uno de ellos claro y distinto.
—Esos signos no son humanos —dijo Tjond, triunfalmente—. No
tienen ni el más ligero parecido con cualquiera de los caracteres escritos de
los idiomas conocidos por el hombre. ¡Son nuevos!
—¿Cómo puedes estar segura? —dijo Hautamaki, olvidándose de sí
mismo lo suficiente como para dirigirse a ella directamente.
—Lo sé, capitán, porque es mi especialidad. He sido entrenada en
filología comparada y especializada en abiciología, la historia de los
alfabetos. Es, probablemente, la única ciencia que está en contacto con la
Tierra.
—Imposible.
—No, vayamos lentamente. La Tierra debe de estar a mitad de
camino en torno a la circunferencia de la galaxia desde el punto en el que nos
encontramos ahora. Si recuerdo correctamente, una comunicación de ida y vuelta
tardaría unos cuatrocientos años. La abiciología es un estudio que sólo puede
crecer en las franjas exteriores; tratamos con un núcleo de factores inalterables.
Los viejos alfabetos de la Tierra son parte de la historia y no pueden ser
cambiados. Los he estudiado todos, cada carácter y cada detalle, y he observado
sus mutaciones a través de los milenios. Se puede observar que no importa cómo
los alfabetos son modificados o cambiados, siempre retendrán elementos de sus
progenitores. Esta es la letra «L» de la forma en que ha sido adoptada para un
proceso de computación. —La grabó en la roca con la punta de su
cuchillo, luego grabó otro signo ondulante cerca del anterior—. Y ésta es la lamedh
hebrea, en la que se puede observar la misma forma esencial. El hebreo es
un proto-alfabeto, tan antiguo que es casi increíble. Y aun así se conserva la
figura del ángulo recto. Pero estos caracteres..., no hay nada en ellos
que yo haya visto antes.
El silencio se extendió mientras Hautamaki la miraba, la
estudiaba como si la verdad o la falsedad de sus palabras debiera estar escrita
de alguna forma en su rostro. Luego, sonrió.
—Aceptaré tu palabra sobre ello. Estoy seguro de que conoces tu
campo muy bien. —El se alejó hacia su paquete y comenzó a sacar más y más
instrumentos de pruebas.
—Has visto eso —murmuró Tjond en el oído de su marido—, me ha sonreído.
—Tonterías. Es probablemente el primer rictus de una
avanzada congelación debida al intenso frío.
Hautamaki había colgado un peso del tubo del telescopio y estaba
tomando el tiempo de su movimiento sobre el suelo.
—Gulyas, ¿recuerdas el período de rotación del planeta?
—preguntó.
—A grandes rasgos eran unas dieciocho horas estándar. La
computación no era exacta. ¿Por qué?
—Eso es lo suficientemente correcto. Estamos a unos 85 grados de
latitud norte, lo cual está de acuerdo con el ángulo de esos brazos rígidos,
mientras que el movimiento de estas esferas...
—Neutraliza la rotación del planeta, moviéndose a la misma
velocidad, pero en la dirección opuesta. ¡Por supuesto! Debería haberlo visto.
—¿De qué estáis hablando? —preguntó Tjond.
—Apuntan al mismo lugar en el cielo todo el tiempo —dijo
Gulyas—. A una estrella.
—Podría ser otro planeta de este sistema —ayo Hautamaki; luego
movió la cabeza—. No, no hay ningún motivo para ello. Es algo de fuera. Lo
sabremos después de que oscurezca.
Estaban cómodos en los trajes de atmósfera y tenían suficiente
agua y comida. La máquina fue fotografiada y estudiada desde cada ángulo, y
teorizaron sobre su posible fuente de energía. Las horas fueron pasando hasta
que anocheció. Había algunas nubes, pero desaparecieron antes de que se pusiera
el sol. Cuando la primera estrella apareció en el cielo que se oscurecía,
Hautamaki se dobló sobre el ocular del telescopio.
—Sólo cielo. Está demasiado claro aún. Pero hay alguna especie
de brillante red que está apareciendo en el campo, cinco líneas delgadas
radiadas de afuera adentro, desde la circunferencia exterior. En lugar de
cruzarse desaparecen a medida que llegan al centro.
—Pero señalarán la estrella que sea en el centro del campo...
¿sin oscurecerla?
—Sí. Las estrellas están apareciendo ahora.
Era una estrella de una magnitud siete, aislada cerca del borde
de la galaxia. Parecía un lugar común en todos los aspectos, excepto por el
hecho de que estaba aislada sin vecinos cercanos incluso en términos estelares:
Se turnaron para mirarla, marcándola de forma que no hubiera error posible.
—¿Iremos allí? —preguntó Tjond, aunque era una afirmación más
que una pregunta.
—Por supuesto —respondió Hautamaki.
III
Tan pronto como la nave llegó a la atmósfera, Hautamaki envió un
mensaje a la estación más próxima. Mientras esperaban estudiaron el material que
tenían.
Con cada resultado que obtenían crecía el entusiasmo. El metal
no era más duro que algunas de las aleaciones que usaban ellos, pero su
composición era completamente diferente y el proceso de fabricación también era
desconocido, ya que había hecho las moléculas de la superficie más densas. Los
caracteres no tenían ningún parecido con ningún alfabeto terrestre o humano. Y
la estrella a la que apuntaban los instrumentos estaba más allá de los límites
de la exploración galáctica.
Cuando llegó el mensaje, señal registrada, hicieron
saltar la nave al momento hacia el curso cuidadosamente computado. Las
instrucciones recibidas eran de investigarlo todo, informar de todo, y esto era
lo que estaban haciendo. Teniendo registrados sus movimientos planeados estaban
libres. Ellos, ellos, iban a hacer el primer contacto con una raza
extraña; ya habían hecho contacto con uno de sus artefactos. No importaba lo
que sucediera luego, el honor sin lugar a dudas era de ellos. La siguiente
comida se tornó naturalmente en una celebración, y Hautamaki se suavizó lo
suficiente como para permitirles otros intoxicantes como el vino. Los
resultados fueron casi desastrosos.
—¡Un brindis! —gritó Tjond, parándose y tambaleándose sólo un
poco—. ¡Por la Tierra y la humanidad, que ya no está sola!
—No está ya sola —repitieron, y el rostro de Hautamaki perdió
parte de la alegría de la fiesta, que había ganado con anterioridad.
—Os pido que me acompañéis en un brindis —dijo él—, por alguien
que vosotros nunca habéis conocido, y que debería estar aquí para compartir
esto con nosotros.
—Por Kiiskinen —dijo Gulyas. Había leído los registros y conocía
la tragedia que aún estaba fresca en los pensamientos de Hautamaki.
—Gracias. Por Kiiskinen. —Bebieron.
—Desearía que hubiésemos podido conocerle —dijo Tjond, un poco
de femenina curiosidad estaba haciéndole cosquillas.
—Un hombre excelente —dijo Hautamaki; parecía ansioso de hablar
ahora que el asunto había sido mencionado por vez primera después del
accidente—. Uno de los más exquisitos. Estuvimos doce años en esta nave.
—¿Teníais... niños? —preguntó Tjond.
—Tu curiosidad no es adecuada —reconvino Gulyas a su esposa—.
Creo que sería mejor que nos fuéramos.
Hautamaki levantó la mano.
—Por favor. Entiendo vuestro natural interés. Nosotros, los Hombres,
sólo hemos poblado una docena de planetas y supongo que nuestras costumbres son
curiosas para vosotros; aún estamos en minoría. Pero si hay alguna preocupación
es sólo vuestra. ¿Estáis preocupados por ser bisexuales? ¿Besarías a tu esposa
en público?
—Es un placer —dijo Gulyas, y lo hizo.
—Entonces entendéis lo que quiero decir. Nosotros sentimos de la
misma manera y a veces actuamos igual, aunque nuestra sociedad sea monosexual.
Fue un resultado natural de la ectogénesis.
—No natural —dijo Tjond, con un asomo de rubor en las mejillas—.
La ectogénesis necesita un óvulo fértil. Los óvulos provienen de las hembras;
una sociedad ectogenética lógicamente debería de ser una sociedad de hembras. Y
una sociedad de sólo machos es innatural.
—Todo lo que hacemos está falto de naturalidad —le dijo
Hautamaki, aparentemente tranquilo—. El hombre es el resultado del medio
ambiente cambiante. Cada persona que viva alejada de la Tierra está viviendo en
un ambiente «no natural». La ectogénesis en estos términos no es más rara que
vivir, como hacemos ahora, en un casco de metal dentro de una manifestación
irreal del espacio-tiempo. Que esta ectogénesis combine el plasma del germen de
dos células de machos en lugar de que sean un huevo y un espermatozoide no
tiene más relevancia que tus senos rudimentarios.
—Estás siendo insultante —dijo ella, ruborizándose.
—No lo intento. Han perdido sus funciones, por lo tanto son
degenerativos. Vosotros los bisexuales sois tan poco naturales como nosotros
los Hombres. Ninguna de las dos opciones es viable en el medio ambiente
antinatural que hemos creado.
La excitación provocada por el reciente descubrimiento aún les
poseía, y quizá los estimulantes y el enojo habían bajado el poder de control
sobre sí misma de Tjond.
—¿Cómo te atreves a llamarme antinatural? Tú...
—¡Te olvidas de ti, mujer! —explotó Hautamaki, echando fuera las
palabras, y poniéndose de pie de un salto—. Esperas penetrar en los detalles
íntimos de mi vida y te sientes insultada cuando menciono alguno de tus propios
tabúes. ¡Los Hombres están mejor sin tu especie! —Tomó un profundo y tembloroso
aliento, se giró y dejó la habitación.
Tjond se mantuvo en sus alojamientos durante casi una semana
después de esa tarde. Trabajaba en sus análisis de los caracteres y Gulyas le
traía las comidas. Hautamaki no mencionaba lo sucedido, y cortaba a Gulyas
cuando éste trataba de disculpar a su mujer. Pero no protestó cuando ella
apareció nuevamente en la sección de los controles, aunque volvió a su primera
costumbre de hablar sólo a Gulyas, nunca dirigiéndose a ella directamente.
—¿Realmente quiere que vaya? —preguntó Tjond, cerrando sus
tenacillas sobre un pequeño y singular cabello que estorbaba la marfileña
perfección de su frente y de su cráneo. Se lo quitó y se tocó su entrecejo—.
¿Te has dado cuenta de que realmente tiene cejas? Justo aquí, grandes y
sombreadas cosas como un atavismo. Incluso tiene cabello en la base de su
cráneo. Desagradable. Apuesto a que los Hombres entresacan sus genes para la
calidad de hirsuto, no puede ser un accidente. No me has contestado. ¿Pidió que
yo estuviera allí?
—Nunca me das la oportunidad de que conteste
—le dijo Gulyas, suavizando sus palabras con una sonrisa—. No ha
pedido por ti por tu nombre. Eso sería esperar demasiado. Pero él dijo que
habría una reunión de toda la tripulación a las diecinueve horas.
Ella puso un toque de rosado maquillaje en los lóbulos de sus
orejas y en su nariz; luego cerró bruscamente su caja de cosméticos.
—Estoy lista, si tú lo estás. ¿Iremos a ver qué es lo que quiere
el capitán?
—En veinte horas saldremos del salto espacial
—les dijo Hautamaki cuando se reunieron en la sección de
control—. Hay una buena posibilidad de que encontremos a la gente, los
alienígenas, que han construido el aparato. Antes de que probemos lo contrario,
supondremos que son pacíficos. ¿Bien, Gulyas?
—Capitán, ha habido una gran controversia con respecto a las
hipotéticas intenciones de cualquier raza que pueda ser encontrada. No ha
habido acuerdo real...
—Eso no importa. Soy el capitán. Las evidencias hasta ahora
indican que la raza está buscando contacto y no conquista. Yo lo veo de esta
manera. Nosotros tenemos una vieja y rica cultura; por lo tanto, mientras hemos
estado buscando otra forma de vida inteligente hemos estado explorando y
registrando en naves de este tipo. Pero una cultura más pobre puede tener un
número de naves escaso para este tipo de exploración. De ahí la razón de los
aparatos. Muchos de ellos pueden ser fácilmente distribuidos por una sola nave
sobre una gran área del espacio. Sin duda alguna debe de haber otros.. Todos
ellos sirven para llamar la atención hacia una estrella en particular, un punto
de encuentro de algún tipo.
—Eso no prueba intenciones pacíficas. Puede ser una trampa.
—Lo dudo. Hay muchas formas mejores de satisfacer deseos de
guerra que la de poner elaboradas trampas como ésta. Pienso que sus
intenciones son pacíficas, y ése es el único factor que importa. Hasta que les
encontremos cualquier acción estará, basada en suposiciones. De ahí que ya haya
desechado todo el armamento de la nave..,
—¿Has qué?
—...Y te pido que abandones todo el armamento personal que
puedas tener.
—Estás arriesgando nuestras vidas, sin siquiera consultarlo con
nosotros —dijo Tjond, enojada
—No es así —contestó, sin mirarla—. Has arriesgado tu vida
cuando has entrado en el servicio y prestado el juramento. Obedecerás mis
instrucciones. Todas las armas aquí dentro de una hora; quiero la nave limpia
antes de que salgamos. Nos reuniremos con los extraños armados sólo con nuestra
humanidad... Puedes pensar que los Hombres van desnudos por alguna perversa
razón, pero eso es incorrecto.
Hemos descartado las ropas como estorbos para una total
compenetración con nuestro medio ambiente; es tanto una acción práctica como
simbólica.
—¿No estarás sugiriendo que nosotros nos quitemos
nuestras ropas, o sí? —preguntó Tjond, aún enojada.
—No. Haced como os parezca. Sólo estoy tratando de explicar mis
razones para que de alguna forma mantengamos una unidad de acción cuando nos
encontremos con las criaturas inteligentes que construyeron el aparato. La
Inspección sabe que estamos aquí. Si no regresamos, un posterior equipo de
contacto estará protegido con todo el armamento de muerte que posee la humanidad.
Por lo tanto, les daremos a nuestros alienígenas todas las oportunidades de que
nos maten.,., si es eso lo que tienen planeado. La retribución llegará. Si no
tienen intenciones guerreras haremos un contacto pacífico. Eso, en sí mismo, es
una razón suficiente como para arriesgar la vida de uno cien veces. No tengo
que explicaros la monumental importancia de este contacto.
La tensión creció a medida que el tiempo de la salida se
acercaba. Las armas cortas, cargas explosivas, venenos del laboratorio —incluso
los largos cuchillos de la cocina— hacía ya tiempo que habían sido eliminados.
Estaban los tres en el área de control cuando sonó la campanada y salieron de
regreso en el espacio normal. Allí, en el borde de la galaxia, la mayoría de
las estrellas estaban concentradas en un lado. Hacia adelante yacía un pozo de
negrura con sólo una estrella brillando.
—Esa es —dijo Gulyas, balanceando hacia atrás el analizador
espectral—, pero no estamos lo suficientemente cerca como para obtener una
observación clara. ¿Vamos a dar otro salto ahora?
¾No
—dijo Hautamaki—. Quiero hacer algunas observaciones mediante los aparatos.
Las sensitivas pantallas comenzaron a resplandecer tan pronto
como la presión cesó, oscureciéndose lentamente. Había ocasionales explosiones
de luz en su superficie cuando escasas moléculas de aire golpeaban; luego, esto
desapareció. La pantalla delantera se hundió en la oscuridad del espacio
exterior y en su centro apareció la imagen de la estrella.
—¡Es imposible! —se asombró Tjond desde el asiento del
observador detrás de ellos.
—No es imposible —dijo Hautamaki—. Sólo es imposible que tenga
un origen natural. Su existencia prueba que ¡o que vemos ha sido construido.
Procederemos.
La imagen de la estrella se quemaba irrealmente. La estrella
misma en el centro era suficientemente normal..., pero ¿cómo explicar los tres
anillos entrelazados que la circundaban? Tenían las dimensiones de las órbitas
planetarias. Incluso si eran tan tenues como la cola de un cometa, su
construcción demostraba un increíble progreso. ¿Y cuál podría ser el
significado de las luces coloreadas de los anillos, aparentemente orbitando
como enormes electrones?
La pantalla centelleó y la imagen desapareció.
—Sólo puede ser una baliza —dijo Hautamaki, quitándose el
casco—. Está ahí para llamar la atención, al igual que el emisor que nos llevó
hacia el último planeta. ¿Qué raza con la capacidad de construir naves
interestelares podría resistir la atracción de una cosa como ésta?
Gulyas estaba alimentando el computador con las correcciones del
curso.
—Es desconcertante —dijo—. Con la habilidad física de construir
estas cosas, ¿por qué no habrán construido una flota espacial para salir e
intentar establecer contactos, en lugar de intentar traerlos aquí?
—Espero poder contestar esa pregunta lo antes posible. Aunque
probablemente la respuesta esté en cualquier cosa que componga la psicología
alienígena. Para su manera de pensar, quizá sea ésta la manera más obvia. Y
tendréis que admitir que ha funcionado.
IV
Esta vez, cuando hicieron la transición del salto espacial, los
resplandecientes anillos de luz llenaban las pantallas delanteras. Los
receptores de radio estaban funcionando, buscando automáticamente las
longitudes de onda.
Irrumpieron produciendo sonidos en un gran número de bandas
simultáneamente. Gulyas bajó el volumen.
— Es el mismo tipo de emisión que recibíamos desde el anterior
emisor — dijo —. Muy directo. Todas las transmisiones provienen de ese dorado
planetoide, o lo que sea. Es grande, pero no parece tener las dimensiones de un
planeta.
— Estamos en camino — le dijo Hautamaki —. Tomaré los controles,
ve si puedes conseguir alguna imagen en los circuitos de vídeo.
— Sólo interferencia. Pero estoy enviando una señal, una visión
de esta cabina. Si tienen el equipo correcto serán capaces de analizar nuestra
señal y compararla... ¡Mira, la pantalla está cambiando! Están trabajando de
prisa.
En la pantalla de visión estaban formándose ondas de color.
Luego apareció una imagen, primero borrosa, luego más clara. Tjond la enfocó y
la hizo claramente visible. Los dos hombres la miraron fijamente. Detrás de
ellos, Tjond abrió la boca con asombro.
—¡Por lo menos no son serpientes o insectos, agradezcamos eso a
la fortuna!
El ser en la pantalla les estaba mirando con la misma
intensidad. No había forma de estimar su tamaño relativo, pero seguramente era
humanoide. Tres largos dedos, fuertemente unidos por una membrana, con un
pulgar oponible. Sólo la parte superior de su figura era visible, y ésta estaba
cubierta por ropas, por lo que no se veían más detalles anatómicos. Pero la
cara del ser se mantenía clara en la pantalla, de color dorado, sin cabellos,
con grandes y casi circulares ojos. Su nariz, si hubiese sido humana, habría
parecido rota, desparramada sobre su cara, las aletas de forma acampanada. Esto
y el partido labio superior, le daba una horrible apariencia a los ojos
humanos.
Pero esta vara de medición no debía ser aplicada. Según los
estándares alienígenos podía ser hermosa.
—S'bb'thik —dijo la criatura.
La voz era de tono agudo y parecía chillar.
—Igualmente, te doy la bienvenida —dijo Hautamaki—. Ambos
hablamos idiomas y aprenderemos a entendernos mutuamente. Venimos en son de
paz.
—Quizá nosotros vengamos en son de paz, pero no puedo decir lo
mismo de esos alienígenas —interrumpió Gulyas—. Mira la pantalla tres.
Esta mostraba una agrandada visión de una cosa emplazada en el
planetoide al que se estaban acercando. Un grupo de oscuros edificios se
elevaban de la dorada superficie, coronados por un bosque de antenas y
artefactos aéreos. Formando anillos alrededor del edificio había estructuras
circulares montadas sobre achaparrados ingenios tubulares que parecían pesados
soportes de armas. La similitud se incrementaba por el hecho de que los
numerosos emplazamientos habían rotado. Los abiertos orificios estaban
rastreando la nave que se acercaba.
—Estoy disminuyendo rápidamente la velocidad de nuestro
acercamiento —dijo Hautamaki, apretando los botones de control en una rápida
secuencia—. Pon el plato de repetición aquí y enciende una visión amplificada
de esas armas. Averiguaremos sus intenciones rápidamente.
Una vez que el movimiento relativo de la nave con respecto al
dorado planetoide había sido detenido, Hautamaki se giró y señaló la pantalla
de repetición, lentamente haciendo hincapié en la imagen de las armas. Luego se
golpeó a sí mismo en el pecho y levantó sus manos frente a sí, los dedos muy
abiertos y vacíos. El alienígena había observado su mudo espectáculo con sus
brillantes ojos dorados.
Movió su cabeza de un lado a otro y repitió el gesto de
Hautamaki, golpeándose a sí mismo en el pecho con su largo dedo central y luego
apuntando a la pantalla.
—Ha entendido al momento —dijo Gulyas—. Esas armas están desviándose,
hundiéndose fuera de la vista.
—Continuaremos nuestro acercamiento. ¿Estás registrando esto?
—Vista, sonido, lecturas completas de cada instrumento. Hemos
estado grabando desde el primer momento que hemos visto la estrella,
alimentando las cintas en la bóveda blindada, como has ordenado. Me pregunto
cuál será el próximo paso.
—Ellos ya lo han dado... Mira.
La imagen del alienígena se alejó de la pantalla y trajo lo que
parecía ser una esfera de metal que sostenía suavemente en la mano. Desde la
esfera se proyectaba un saliente en forma de pipa de metal con una palanca a
mitad de camino de su longitud. Cuando el alienígena presionó la palanca,
oyeron un siseo.
—Un tanque de gas —dijo Gulyas—. Me pregunto qué significará.
No..., no es gas. Debe de ser un aspirador. Mira, la pipa está succionando esos
granos en la mesa. —El alienígena mantuvo la palanca presionada hasta que se
detuvo el siseo.
—Ingenioso —dijo Hautamaki—. Ahora sabemos que hay una muestra
de su atmósfera dentro del tanque.
No había ninguna propulsión mecánica visible, pero la esfera
llegó precipitadamente hacia la nave. La esfera se detuvo, justo fuera de la
nave y claramente visible desde las pantallas de visión, fluctuando en un
pequeño arco.
—Algún tipo de rayo de fuerza —dijo Hautamaki—, aunque no se
registra nada en los instrumentos del casco. Esa es una cosa que me gustaría
aprender a hacer. Voy a abrir la puerta exterior de la escotilla mayor.
Tan pronto como la puerta se abrió la esfera se precipitó y
desapareció de la vista y luego vieron a través del fonocaptor que había dentro
del cerrojo de aire que había caído suavemente dentro de la cubierta. Hautamaki
cerró la puerta y señaló a Gulyas,
—Coge un par de guantes aislantes y lleva e! tanque al
laboratorio. Pasa el contenido a través de los procedimientos de examen
habituales para comprobar la atmósfera planetaria. Tan pronto como hayas tenido
las muestras, vacía el tanque y llénalo con nuestro propio aire, luego lánzalo
a través de la compuerta.
Los analizadores trabajaban con la muestra de aire alienígena, y
presumiblemente ellos estaban haciendo lo mismo con el tanque de aire de la
nave. Los análisis eran rutinarios y rápidos, el informe apareció en forma de
código en el panel de control.
—Irrespirable —dijo Gulyas—, al menos para nosotros. Parece que
hay suficiente oxígeno, más que suficiente, pero cualquiera de esos compuestos sulfurosos
abriría agujeros en nuestros pulmones. Deben de tener un metabolismo muy recio
para inhalar una mezcla de ese tipo. Una cosa es cierta: nunca competiremos por
los mismos mundos...
—¡Mirad! La figura está cambiando —dijo Tjond, llamando la
atención de ellos nuevamente hacia la pantalla visora.
El alienígena había desaparecido y el punto de visión parecía
estar en el espacio encima de la superficie del planetoide. Un bulto
transparente en su superficie llenaba la pantalla, y mientras observaban el alienígena
entró en él desde abajo. La escena cambió otra vez, y luego estaban viendo al
alienígena desde dentro de la cámara con paredes claras. El alienígena se
acercó al foco, pero antes de llegar a él se detuvo y se inclinó sobre lo que
parecía ser aire fino.
—Hay una pared transparente que divide el domo por la mitad
—dijo Gulyas—. Estoy comenzando a coger la idea.
El foco se alejó del alienígena, giró alrededor hacía la
dirección opuesta en la cual había una abertura cortada en el claro material de
la pared. La puerta estaba abierta en el vacío del espacio.
—Eso es suficientemente obvio —dijo Hautamaki, levantándose—. La
pared central debe de ser hermética, por lo tanto puede ser usada como
habitación de conferencias. Iré. Manteneos registrándolo todo.
—Tiene todo el aspecto de una trampa —
Hautamaki se rió, era la primera vez que le oían hacerlo,
mientras se ponía el traje de presión.
—¡Una trampa! ¿Crees que se hubieran tomado tantas molestias
para atraparme? Tal presunción es ridícula. Y si fuera una trampa..., ¿piensas
que es posible mantenerse alejado de ella?
Se empujó a sí mismo, alejándose de la nave. Su vestida figura flotaba
alejándose, volviéndose más y más pequeña.
Silenciosamente, acercándose el uno al otro sin siquiera darse
cuenta de ello, observaron el encuentro en la pantalla. Vieron a Hautamaki
entrando suavemente a través de la puerta abierta hasta que sus pies tocaron el
suelo. Se giró para ver que la puerta se cerraba, mientras que de la radio
oyeron un siseo, muy débil al principio, luego más y más alto.
—Suena como si estuvieran presurizando la habitación —dijo
Gulyas. Hautamaki asintió.
—Sí, lo puedo sentir ahora, y hay una lectura en el indicador
exterior de presión. Tan pronto como alcance una presión normal me quitaré el
casco.
Tjond comenzó a protestar, pero se detuvo cuando su marido
comenzó a levantar la mano advirtiéndola. Esta era una decisión de Hautamaki.
—Parece perfectamente respirable —dijo Hautamaki—, aunque tiene
cierto olor metálico.
Dejó el casco a un lado y comenzó a quitarse el traje. El
alienígena estaba de pie ante la división y Hautamaki caminó hasta que se
encontraron frente a frente, casi de la misma estatura. El alienígena presionó
su mano llanamente contra la pared transparente y el humano puso la mano sobre
el mismo lugar. Se encontraron, tan cerca como pudieron, separados tan sólo por
un centímetro de sustancia. Sus ojos se unieron y se miraron durante largo
tiempo, tratando de leer intenciones, tratando de comunicarse. El alienígena se
giró primero, caminando hacia una mesa cargada de objetos. Cogió el más cercano
y se lo mostró a Hautamaki para que lo viera.
Hautamaki se dio cuenta, por primera vez, de que también tenía
una mesa en su lado de la división. Parecía poseer los mismos objetos que la
otra mesa, y el primero de ellos era un trozo de piedra ordinaria. Lo cogió.
—Piedra —dijo, luego se giró hacia el foco de televisión y hacia
los invisibles observadores en la nave—. Parece que lo primero será una lección
de lenguaje. Es obvio. Haced que sea registrado aparte. Luego podemos programar
el computador para hacer la traducción mecánica en caso de que ellos no lo
estén haciendo.
La lección de lenguaje progresó lentamente una vez que las
reservas de simples nombres con referencias físicas habían sido agotadas. Se
mostraron películas, obviamente preparadas con anterioridad, mostrando acciones
simples, y poco a poco verbos y los tiempos verbales fueron intercambiados. El
alienígena no hacía ninguna tentativa de aprender su idioma, sólo trabajaba
para lograr una mayor exactitud de identidad entre las palabras. También ellos
estaban grabando. Mientras que la lección de idioma progresaba, el ceño de
Gulyas se frunció, y comenzó a tomar notas, luego una lista que comprobó.
Finalmente interrumpió la lección.
—Hautamaki..., esto es importante. Averigua si ellos sólo están
acumulando un vocabulario o si están también alimentando un MT con este
material.
La respuesta vino del propio alienígena. Movió su cabeza hacia
los lados, como si estuviera escuchando una voz lejana, luego habló a través de
un ingenio en forma de taza al final del cable. Un momento más tarde, la voz de
Hautamaki habló, sin tono, ya que cada palabra había sido grabada
separadamente.
—Yo hablo a través de una máquina... Hablo mi habla..., una
máquina habla vuestro hablar a vosotros... Soy Liem..., necesitamos más palabras
en la máquina antes de que hablemos bien.
—Esto no puede esperar —dijo Gulyas—. Dile que queremos una
muestra de algunas de las células de sus cuerpos, cualquiera. Es complejo, pero
trata de hacérselo llegar.
Los alienígenas estuvieron de acuerdo. No pidieron un espécimen
a cambio, pero aceptaron uno. Un recipiente precintado trajo una tira congelada
de lo que parecía tejido muscular a la nave. Gulyas se dirigió hacia el
laboratorio.
—Hazte cargo de las grabaciones —le dijo a su esposa—. No creo
que esto tarde mucho.
No tardó mucho. Antes de una hora había regresado, llegando tan
silenciosamente que Tjond, intentando prestar atención a la lección de
lenguaje, no se dio cuenta que estaba allí hasta que se detuvo a su lado.
—Tu cara —dijo—. ¿Qué está mal? ¿Qué has descubierto?
El le sonrió secamente.
——Nada terrible, te lo aseguro. Pero las cosas son diferentes de
lo que habíamos pensado.
—¿Qué es? —preguntó Hautamaki desde la pantalla.
Había oído las voces de ellos y se había girado hacia el foco.
—¿Cómo va la lección de lenguaje? —preguntó Gulyas—. ¿Me puedes
entender, Liem?
—Sí —dijo el alienígena—. Casi todas las palabras están claras
ahora. Pero la máquina tiene una capacidad limitada de unos pocos miles de
palabras, por lo tanto mantén una conversación simple.
—Entiendo. Las cosas que quiero decir son simples. Primero una
pregunta. Tu gente, ¿proviene de algún planeta orbitando en alguna estrella
cercana?
—No. Hemos viajado un largo camino hasta esta estrella,
buscando. Mi mundo hogar está allí, entre esas estrellas de allí.
—No, vivimos en muchos mundos, pero todos nosotros somos hijos
de los hijos de los hijos de gente que vivía en el primer mundo hace muchísimo
tiempo.
—Nuestro pueblo también se ha establecido en muchos mundos, pero
todos procedemos de un mundo —le dijo Gulyas, luego miró el papel que tenía en
sus manos. Le sonrió al alienígena que estaba en la pantalla frente a él, pero
había algo terriblemente triste en su sonrisa—. Provenimos originariamente de
un planeta llamado Tierra. Ese es el lugar de donde vosotros provenís también.
Somos hermanos, Liem.
—¿Qué locura es ésta? —le gritó Hautamaki, su rostro enrojecido
y enojado—. Liem es humanoide, ¡no humano! ¡No puede respirar nuestro aire!
—¡No puede ser! —movió la cabeza asombrada Tjond—. Mírale, es
tan diferente... y el alfabeto..., ¿qué hay acerca de ello? No puedo estar
equivocada sobre eso.
—Sólo hay una posibilidad que no has tomado en cuenta, un
alfabeto totalmente independiente. Tú misma me has dicho que no hay la más leve
semejanza entre las ideografías chinas y las letras occidentales. Si el pueblo
de Liem sufrió un desastre cultural que les obligó a reinventar completamente
la escritura, tendrías ahí tu alfabeto alienígena. Con respecto a lo que
parecen..., considera los miles de siglos que han pasado desde que el hombre
dejó la Tierra y verás que las diferencias físicas son menores. Algunas son
naturales y otras pueden haber sido artificialmente creadas, pero el plasma del
germen no miente. Somos todos los hijos del hombre.
—Es posible —dijo Liem, hablando por vez primera—. Me han
informado de que nuestros biólogos han llegado a las mismas conclusiones.
Nuestras diferencias son menores que nuestras semejanzas. ¿Dónde está esta
Tierra de la que venís?
Hautamaki señaló el cielo encima de ellos, el abigarramiento
estelar de la Vía Láctea, brillante de estrellas.
—Allí lejos, al otro lado del corazón de la galaxia; en pocas
palabras, a mitad de camino alrededor del centro de la galaxia.
—El centro de la galaxia explica parcialmente lo ocurrido —dijo
Gulyas—. Tiene miles de años-luz de diámetro y cerca de 10.000 grados de
temperatura. Hemos explorado sus bordes. Ninguna nave puede penetrar o incluso
acercarse demasiado a causa del polvo de estrellas que lo circunda. Por eso nos
hemos extendido hacia afuera, lentamente, circulando por el borde de la
galaxia, alejándonos de la Tierra. Si nos hubiéramos detenido a pensar sobre
ello nos hubiéramos dado cuenta de que la humanidad se estaba moviendo también
hacia el otro lado, en la dirección opuesta alrededor de la rueda.
—Y alguna vez nos teníamos que reunir —dijo Liem—. Ahora os doy
la bienvenida, hermanos. Y estoy triste porque sé lo que eso significa.
—Estamos solos —dijo Hautamaki, mirando la masa de millones de
estrellas—. Hemos cerrado el círculo y nos hemos encontrado sólo a nosotros. La
galaxia es nuestra, pero estamos solos. —Se giró, sin darse cuenta que Liem, el
dorado alienígena, el hombre, se había girado al mismo tiempo de la misma
manera.
Quedaron de cara hacia afuera, mirando a la infinita profundidad
e infinita negrura del espacio intergaláctico, vacío de estrellas. Confusos y
distantes, había manchas de luz, microscópicos borrones sobre la oscuridad; no
eran estrellas, sino universos-islas, como aquel en cuyo perímetro estaban.
Estos dos seres eran diferentes en muchas formas: en el aire que
respiraban, el color de sus pieles, sus lenguajes, maneras, culturas. Eran tan
diferentes como la noche y el día; el flexible material de la humanidad había
sido tejido por los incontables siglos hasta que no se pudieron reconocer el
uno en el otro. Pero el tiempo, la distancia y la mutación no pudieron cambiar
una cosa; aún eran hombres, aún eran humanos.
—Entonces, es cierto —dijo Hautamaki—, estamos solos en la
galaxia.
Se miraron el uno al otro, luego miraron hacia afuera. En ese
momento midieron su humanidad bajo la misma regla y eran iguales.
Porque se habían vuelto al mismo tiempo y miraron hacia afuera,
hacia el espacio intergaláctico, hacia la infinitamente remota luz que era otra
isla galáctica.
—Será difícil llegar allí —dijo alguien.
Habían perdido una batalla. No había derrota.
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