Las corrientes del espacio
Isaac Asimov
Prólogo
Un año antes
El hombre de Tierra tomó una decisión. Había sido lento en
tomarla y desarrollarla, pero por fin llegó.
Habían transcurrido ya semanas desde que sintió por última
vez la reconfortante cubierta de su nave y el frío y
negro manto del espacio que la envolvía. Inicialmente había
tenido intención de hacer un rápido informe a la
oficina central del Centro Analítico del Espacio
Interestelar y retirarse rápidamente al espacio, pero había sido
retenido allá.
Era casi como una prisión. Se sirvió el té y miró al hombre
que tenía delante por encima de la mesa.
-No voy a quedarme más tiempo -dijo.
El otro tomó también su decisión. Había sido lento en
tomarla y desarrollarla, pero por fin llegó. Necesitaría
tiempo, mucho más tiempo. La respuesta a las primeras cartas
había sido nula. Por el resultado obtenido lo
mismo hubieran podido caer en una estrella.
No dieron ni mejor ni peor resultado del que esperaba, pero
era sólo el primer movimiento.
Era indudable que mientras se produjesen los siguientes no
podía permitir que el hombre de Tierra se pusiese
fuera de su alcance. Acarició la regla negra que llevaba en
el bolsillo.
-No aprecias lo delicado del problema -dijo.
-¿Qué delicadeza puede haber en la destrucción de un
planeta? -dijo el hombre de Tierra-. Quiero que radies los
detalles de todo esto a Sark; a todo el mundo del planeta.
-No podemos hacer eso. Ya sabes que significaría él
-No podemos hacer eso. Ya sabes que significaría el pánico.
-Al principio dijiste que lo harías.
-Lo he pensado mejor y no es práctico.
-El representante del CAEI no ha llegado -dijo el hombre de
Tierra volviendo a su segunda preocupación.
-Lo sé. Están preparando el procedimiento indicado para
estos momentos críticos. Un día o dos.
-¡Otro día o dos! ¡Siempre un día o dos! ¿Tan ocupados están
que no pueden dedicarme un momento? ¡Ni
siquiera han visto mis cálculos!
-Me he ofrecido a llevárselos y no quieres.
-Sigo sin querer. O vienen ellos a mí o voy yo a ellos. ¡Me
parece que no me crees! -añadió violentamente-. ¿No
crees que Florina será destruida?
-Te creo.
-No. Sé que no. Veo que no. Me estás adulando. No puedes
comprender mis datos. No eres un analista
espacial. No creo que seas siquiera lo que dices ser. ¿Quién
eres?
-Te estás excitando.
-Sí, es verdad. ¿Es acaso sorprendente? ¿O es que estás
pensando: «Pobre hombre, el espacio ha podido con
él...»? Crees que estoy loco.
-¡Qué tontería!
-¡Seguro, lo crees! Por eso quiero ver a los del CAEI.
Sabrán si estoy loco o no. Lo sabrán...
El otro le recordó su decisión.
-Ahora no te sientes bien -le dijo-. Voy a ayudarte.
-¡No! -exclamó el hombre de Tierra histéricamente-. ¡Porque
voy a marcharme! Si quieres detenerme, mátame.
Pero no te atreverás. La sangre de la población de un mundo
entero caería sobre tus manos si me matases.
El otro empezó a gritar también para hacerse oír.
-¡No te mataré! ¡Escúchame, no te mataré! ¡No hay necesidad
de matarte!
-¿Me vas a atar? -preguntó el hombre de Tierra ¿Me vas a
mantener aquí? ¿Es esto lo que piensas? ¿Y qué
harán cuando el CAEI empiece a buscarme? Tengo que mandar
informes regularmente, ya lo sabes.
-El Centro sabe que conmigo están seguros.
-¿Sí? No sé si saben siquiera que he llegado al planeta.
¡Habrán recibido mi mensaje original!
El hombre de Tierra estaba agitado.
Sentía sus miembros rígidos. El otro se levantó. Veía
claramente que ya era hora de tomar su decisión. Avanzó
lentamente hacia la larga mesa donde estaba sentado el hombre
de Tierra. Sacó su negra regla del bolsillo y
con voz suave, dijo:
-Será por tu propio bien.
-Es una prueba psíquica -graznó el hombre de Tierra con voz
turbada. Trató de levantarse pero sus brazos y
piernas apenas temblaban.
-¡Drogado! -dijo entre sus dientes, que castañeaban.
-¡Drogado! -asintió el otro-. Ahora escucha. No te haré
daño. Te es difícil entender la verdadera delicadeza del
asunto mientras estás tan excitado. Te quitaré sólo la
excitación. Sólo la excitación.
El hombre de Tierra no podía ya hablar. Permanecía sentado
allí. Sólo podía pensar de una manera turbia, Gran
Espacio, me han drogado... Quería gritar, chillar, correr,
pero no podía. El otro estaba delante de él, mirándole.
El hombre de Tierra levantó la vista. Sus ojos podían
moverse todavía.
La prueba psíquica era de autocontención. Los alambres
tenían que quedar simplemente fijados en los lugares
apropiados del cráneo. El hombre de Tierra miraba, presa de
pánico, hasta que los músculos de sus ojos se
helaron. No sintió el pinchazo cuando las delgadas agujas
atravesaron piel y carne para ponerse en contacto
con las suturas de los huesos de su cráneo.
En el silencio de su cerebro gritaba, gritaba... ¡ No, no
puedes comprenderlo! Es un planeta lleno de gente. No
puedes correr riesgos con centenares de millones de seres
vivos...
Las palabras de su interlocutor llegaban a él tenues y
lejanas, como oídas a través de un túnel azotado por el
viento.
-No te haré daño. Dentro de una hora te encontrarás bien,
realmente bien. Te reirás de todo esto conmigo.
El hombre de Tierra sintió una tenue vibración en su cráneo,
y después también eso se desvaneció.
La oscuridad se espesó a su alrededor. Una parte de ella no
volvió a levantarse jamás. Incluso las partes más
leves necesitaron un año para recuperarse.
El expósito
Rik dejó a un lado su alimentador y se puso en pie de un
salto. Temblaba con tanta fuerza que tuvo que
apoyarse contra la desnuda pared de un blanco de leche.
-¡ Recuerdo! -gritó.
Todos le miraron y el confuso murmullo de los hombres comiendo
se desvaneció. Los ojos de todos los rostros
diferentemente afeitados o indiferentemente imberbes se
fijaron en los suyos bajo la imperfecta luz blanca de las
paredes. Los ojos no reflejaban mucho interés, sino sólo la
atención refleja atraída por el inesperado grito.
-¡Recuerdo mi trabajo! ¡Tengo un trabajo! -gritó Rik
nuevamente.
-¡Cállate! -gritó alguien. Y alguien más añadió:
-¡Siéntate!
Los rostros se apartaron y el murmullo de las conversaciones
se reanudó. Rik miró sin expresión hacia la mesa
y oyó la observación: «Rik está loco», y vio los hombros
encogerse. Vio un dedo dibujar una espiral en la sien de
uno de ellos. Pero todo aquello no quería decir nada para
él. Nada llegó a su cerebro.
Volvió a sentarse lentamente. De nuevo cogió su alimentador,
una especie de cuchara de bordes agudos y
pequeñas puntas que se proyectaban desde la curva delantera
del fondo y que podía, por lo tanto, con la misma
perfección cortar, vaciar o pinchar. Para un obrero de los
molinos bastaba. Le dio media vuelta y miró sin verlo el
número grabado en el mango. No tenía por qué mirarlo. Lo
sabía de memoria. Todos los demás tenían númeroregistro,
como él, pero los demás tenían nombre además. El no. Le
llamaban Rik porque recordaba el ruido que
producían los molinos, y a menudo le llamaban también «Rik
el Loco».
Pero quizás ahora iría recordando más y más. Era la primera
vez desde que había venido al molino que había
recordado algo anterior al principio. ¡Si pensase con
fuerza...! ¡Si pensase con todo su pensamiento!
Al principio no tenía apetito; no tenía el menor apetito Con
un gesto arrojó su tenedor al montón de carne
gelatinosa y legumbres que tenía delante, apartó el plato y
ocultó sus ojos en la palma de las manos. Sus dedos
se hundieron en la cabellera y trató dolorosamente de seguir
el rastro de su pensamiento en el pozo del cual
había extraído una sola idea; una idea fangosa,
indescifrable.
Después rompió en lágrimas, en el momento en que la campana
anunciaba el final de la rápida comida.
Cuando aquella tarde salió del molino vio a Valona March
delante de él. Al principio apenas si la advirtió, por lo
menos individualmente. Sólo se dio cuenta cuando oyó unos
pasos acompasándose con los suyos. Se detuvo y
la miró. Su cabello era entre rubio y castaño y lo llevaba
peinado en dos grandes trenzas que sujetaba con
agujas consistentes en pequeñas piedras verdes magnetizadas.
Eran agujas baratas y tenían un aspecto
bastante deteriorado. Llevaba un simple traje de algodón que
era todo lo que necesitaba en aquel clima suave,
como Rik no necesitaba tampoco más que una camisa abierta y
sin mangas y unos pantalones de algodón.
-He oído decir que había pasado algo durante el almuerzo
-dijo ella.
Tenía la voz vibrante y campesina que era de esperar en
ella. La voz de Rik era ligeramente nasal y acentuaba
las vocales. Se reían de él por este defecto y trataban de
imitarlo, pero Valona le decía que aquello era debido a
la ignorancia general.
-No ha pasado nada, Valona -murmuró Rik.
-He oído decir que habías dicho que recordabas algo
-insistió ella-. ¿Es verdad, Rik?
También ella le llamaba Rik. No había otra manera de
llamarle. Él mismo no podía recordar su verdadero
nombre. Bastante lo había intentado desesperadamente,
ayudado por Valona. Un día Valona había encontrado
una vieja lista de teléfonos y le había leído los primeros
nombres. Ninguno le había parecido conocido. La miró
fijamente a la cara y dijo:
-Tendré que dejar el molino.
Valona frunció el ceño y su rostro ancho y protuberante en
los pómulos pareció turbado.
-No creo que puedas. No estaría bien. -Tengo que averiguar
algo más.
-No creo que lo consigas -dijo Valona lamiéndose los labios.
Rik se volvió. Conocía la preocupación de Valona por ser
sincera. Le había conseguido el empleo en el molino,
en primer lugar. No tenía ninguna experiencia en la
maquinaria de un molino; o quizá la tenía, pero no la
recordaba. En todo caso, Lona había insistido en que era
demasiado pequeño para un trabajo manual y habían
aceptado darle un empleo técnico sin cargo. Antes, durante
los días de pesadilla en que apenas podía producir
sonidos y no sabía siquiera para qué era la comida, ella le
había cuidado y alimentado. Le había mantenido en
vida.
-Tengo que hacerlo -insistió él. -¿Otra vez las jaquecas,
Rik?
-No; recuerdo realmente algo. Recuerdo cuál era mi oficio
antes. ¡Antes!
No estaba muy seguro de querérselo decir. Miró a lo lejos.
El cálido y agradable sol estaba bastante por encima
del horizonte. Las monótonas hileras de cubículos de los
obreros que se extendían alrededor de los molinos
eran desagradables de ver, pero Rik sabía que en cuanto
llegasen a lo alto de la loma el campo se extendería
delante de ellos con toda su belleza de oro y escarlata.
Le gustaba ver los campos. Desde la primera vez aquella
visión le había gustado y calmado. Aun antes de que
supiese que los colores eran oro y escarlata, antes de que
supiese que existían unas cosas que se llamaban
colores, antes de que pudiese expresar su placer de una
forma superior a un vago mugido, sus jaquecas se
desvanecían en la distancia de los campos. En aquellos días
Valona solía alquilar un scooter diamagnético y lo
sacaba del pueblo cada día que tenían libre. Así se alejaban
a un pie del suelo, meciéndose en la acolchonada
suavidad del campo antimagnético, hasta que se encontraban a
millas y millas de toda habitación humana y sólo
sentían el viento contra su rostro embalsamado con el
perfume de las flores silvestres.
.Entonces se sentaban al lado del camino, rodeados de color
y perfume, colocando entre ellos un paquete de
comida mientras el sol iba bajando y llegaba la hora de
regresar. Rik se sintió impresionado por el recuerdo.
-Vamos a los campos, Lona -dijo. -Es tarde.
-Por favor, sólo salir de la población.
Buscó en el pequeño portamonedas que llevaba dentro del
cinturón de cuero azul, único lujo vestimentario que
se permitía.
-Vamos a pie -dijo Rik cogiéndola del brazo.
En media hora dejaron el camino principal para seguir otro
ondulado y sin polvo, cubierto de arena. Entre ellos
reinaba un pesado silencio y Valona sentía un cierto temor
ya conocido apoderándose de ella. No tenía palabras
para expresarle sus sentimientos hacia él, de manera que no
lo había intentado nunca.
¿Qué ocurriría si la dejaba? Era un pobre hombre no más alto
que ella y que pesaba menos. Desde muchos
puntos de vista era todavía como un muchacho indefenso. Pero
antes de que sus ideas desaparecieran de su
mente debía ser educado. Un hombre importante, muy educado.
Valona no había tenido nunca más educación que leer y
escribir y la tecnología escolar suficiente para hacer
funcionar la maquinaria de los molinos, pero sabía lo
suficiente para comprender que no todo el mundo tenía
conocimientos -tan limitados. Allí estaba Towman, por
ejemplo, cuyos vastos conocimientos eran tan útiles a
todos. Algunas veces venían directivos a hacer alguna
inspección. No los había visto nunca de cerca, pero una
vez, durante unas vacaciones, visitó la ciudad y vio grupos
de seres increíblemente bellos a distancia.
Accidentalmente se permitía a los molineros escuchar cómo
sonaba la gente educada. Hablaban de una manera
diferente, más fluida, con palabras más largas y sonidos más
suaves. Rik iba hablando así cada vez más a
medida que su memoria renacía.
Lona se había asustado al oír sus primeras palabras.
Vinieron tan súbitamente después de tanto hablar de
jaquecas... Cuando ella trató de corregirlo, no quiso
cambiar.
Incluso entonces tuvo miedo de que recordase demasiado y
quisiera dejarla. No era más que Valona March, La
llamaban la Gran Lona. No se había casado nunca. Ni se
casaría. Una muchacha fuerte, de pies grandes y
manos enrojecidas por el trabajo no podía dejar de mirar a
los hombres con cierto resentimiento cuando no le
hacían caso los días de descanso o cuando se celebraba algún
festejo. Era demasiado grande para bromear y
juguetear con ellos.
No tendría nunca un chiquillo al cual mecer y mimar. Las
demás muchachas los tenían, una tras otra, ya ella
sólo le quedaba soñar algo rojizo y sin dientes, y unos ojos
redondos y fijos, con los puños cerrados, una boca
de goma...
-¿Cuándo tendrás un hijo, Lona? No le quedaba otro camino
que marcharse. Pero cuando conoció a Rik era
como un chiquillo. Había que alimentarlo y cuidarlo, sacarlo
al sol, acunarlo hasta dormirse cuando le daban las
jaquecas, Los chiquillos corrían tras ella, riéndose.
Gritaban: «Lona tiene novio. La Gran Lona tiene un novio
idiota».
Más tarde, cuando Rik pudo andar solo (Lona se había,
sentido tan orgullosa el día que dio el primer paso como
si tuviese un año en lugar de tener más de treinta) y salió,
sin ser acompañado, a las calles de la población, los
chiquillos corrieron en torno a él, chillando, gritándole y
burlándose de él al ver a un hombre taparse los ojos de
miedo y temblar, contestándoles sólo con aullidos. Docenas
de veces Lona había salido de su casa para
arremeter contra ellos, chillándoles, agitando sus grandes
puños.
Incluso los mayores temían aquellos puños. Una vez derribó a
su jefe de sección de un solo puñetazo, la
primera vez que trajo a Rik al molino por una alusión
indecente referente a ellos que había oído. El comité de
trabajo le había impuesto una multa de una semana de trabajo
y hubiera podido mandarla comparecer ante el
tribunal de la Directiva a no ser por la intervención del
jefe de talleres y el argumento de que había habido
provocación.
Quería, por lo tanto, detener el proceso del recuerdo de
Rik. Sabía que no tenía nada que ofrecerle; era
egoísmo por su parte querer que siguiese siendo incapaz y
desmemoriado para siempre. Pero era porque había
hasta entonces dependido de ella tan completamente. Es que
temía volver a la soledad.
-¿Estás seguro de que recuerdas, Rik? -le preguntó. -Sí.
Se detuvieron allí, en los campos, con el sol añadiendo su
rojizo resplandor a cuanto los rodeaba. La suave y
perfumada brisa no tardaría en levantarse y los cuadros de
la trama de los canales empezaban a enrojecer.
-Puedo confiar en mis recuerdos a medida que vuelven a mí,
Lona -dijo-. Ya lo sabes. No me enseñaste tú a
hablar, por 'ejemplo. Recordé las palabras solo. ¿No es
verdad? ¿No es verdad?
-Sí -dijo ella con repugnancia. -"Recuerdo incluso las
veces que me llevabas al campo antes de que pudiese
hablar. Iba recordando constantemente cosas. Ayer recordé
que una vez cogiste una mariposa para mí. La
mantuviste cerrada en tu mano y me hiciste poner el ojo
entre tu pulgar y tu índice para que pudiese ver su
abrigo anaranjado y púrpura en la oscuridad. Yo me reí y
traté de meter a la fuerza mi mano dentro de las tuyas
para cogerla, de manera que voló y me quedé llorando. En
aquel momento no sabía que fuese una mariposa.
Yo no sabía nada acerca de ella, pero ahora lo veo todo muy
claro. No me has hablado nunca de esto, ¿verdad,
Lona?
Lona movió la cabeza.
-Pero ocurrió, ¿verdad? Recuerdo lo que ocurrió, ¿no es
cierto?
-Sí, Rik.
-Y ahora recuerdo algo más de mí..., de antes. Tiene que
haber habido un antes, Lona, sentía un peso en el
corazón. Era un «antes» diferente, nada parecido al ahora
que estaba viviendo. Tenía que haber sido en otro
mundo. Lona lo sabía porque una palabra que no había
recordado era Rik. Había tenido necesidad de enseñarla
la palabra que indicaba la cosa más importante del mundo de
Florina.
-¿Qué es lo que recuerdas? -preguntó ella.
Ante esta pregunta la excitación de Rik pareció desvanecerse
súbitamente. Se echó atrás.
-No tiene gran sentido, Lona. Es únicamente que sé que antes
tenía un oficio y sé cuál era. Por lo menos, en
cierto modo.
-¿Qué era?
-Analizaba. Nada.
Lona se volvió rápidamente hacia él, mirándole a los ojos,
Durante un momento le puso la palma de la mano
sobre la frente hasta que él se apartó irritado.
-¿No tienes jaqueca otra vez, verdad, Rik? -dijo Lona-, Hace
semanas que no has tenido ninguna.
-Estoy bien. No sigas molestándome.
Ella apartó la vista y Rik añadió en el acto:
-No es que me molestes, Lona. Es sólo que me siento bien y
no quiero que te preocupes.
-¿Qué quiere decir «analizar», Rik? -dijo ella animándose.
Rik sabía palabras que ella ignoraba. Se sentía muy
humilde al pensar cuán educado debía haber sido en otro
tiempo.
-Quiere decir, quiere decir..., «separar aparte».
¿Comprendes? Como tú separarías o pondrías aparte un
seleccionador para saber por qué el rayo de alineación está
fuera de la fila.
-Sí, Rik, pero ¿cómo puede uno tener el oficio de «analizar
Nada»? ¡Con N mayúscula!
-¿No es lo mismo? -Ya se acercaba. Ya empezaba a parecerle
estúpida. Pronto la echaría, cansado de ella.
-No, desde luego, no -dijo Rik con un profundo suspiro-.
Temo no podértelo explicar; sin embargo, es todo
cuanto recuerdo de esto. Pero debía ser un oficio muy
importante. Por lo menos así lo parece. Yo no podía
haber sido un criminal.
Valona le miró. Jamás 'le hubiera dicho esto. Se había dicho
que sólo por su propia protección lo había
convertido, pero ahora se daba cuenta de que lo había
realmente mantenido estrechamente atado a ella.
Fue cuando por primera vez empezó a hablar. Fue tan rápido
que la había asustado. No se había atrevido
siquiera a hablar de ello al Edil. El primer día que tuvo
desocupado retiró cinco créditos de su libreta de seguro -
no habría nunca ningún hombre que los reclamase como dote,
de manera que no tenía importancia y llevó a Rik
a un médico de la ciudad. Tenía el nombre y dirección
apuntados en un trozo de papel, pero aun así necesitó
dos espantosas horas para encontrar el camino indicado a
través de los inmensos pilares que sostenían Ciudad
Alta al sol.
Lona insistió en asistir a la visita y el doctor hizo toda
clase de cosas espantosas con extraños instrumentos.
Cuando puso la cabeza de Rik entre dos objetos de metal y
los hizo brillar como una mosca de luz de noche,
Lona se puso de pie de un salto intentando hacerle parar. El
doctor llamó a dos hombres que se la llevaron fuera
a rastras, luchando denodadamente.
Media hora después el doctor salió y se acercó a ella,
frunciendo el ceño. Ella no se encontraba a gusto con él
porque no era Señor, pese a que tuviese un despacho en
Ciudad Baja, pero sus ojos eran amables, suaves,
incluso amables. Se estaba enjugando las manos con una
toalla que arrojó a una cesta de ropa sucia, pese a
que a ella le pareció completamente limpia.
-¿Cuándo conoció usted a este hombre? Le preguntó. Ella le
explicó las circunstancias cautelosamente,
reduciéndolo todo a lo más esencial y apartando toda mención
al Edil y los patrulleros.
-¿Entonces no sabe usted nada de él? Antes de esto, nada
dijo moviendo la cabeza. Este hombre ha sido
sometido a una prueba psíquica dijo el doctor-. ¿Sabe usted
lo que es esto?
Al principio había movido nuevamente la cabeza, pero
después, en un tenue susurro, dijo:
-¿Es lo que se hace con la gente loca, doctor?
-Y con los criminales. Se hace para cambiar la mentalidad
por su propio bien. Da a los cerebros mayor salud, o
cambia la parte de ellos que les hace querer robar y matar.
¿Comprende?
Comprendía. Se puso de color rojo ladrillo y dijo
-Rik no ha robado nunca ni ha hecho daño a nadie.
-¿Le llama usted Rik? Parecía hacerle gracia-. Ahora
escuche; ¿cómo sabe usted lo que hacía antes de que
usted lo encontrase? Por el estado actual de su cerebro es
difícil decirlo. La prueba fue completa y brutal. Es
imposible decir qué cantidad mental ha quedado
permanentemente suprimida y cuál se ha perdido
temporalmente a consecuencia del shock. Quiero decir que una
parte de su inteligencia volverá a él, con el
habla, con el transcurso del tiempo, pero no toda. Hay que
mantenerle en observación.
-No, no... Va a estar conmigo. Lo he estado cuidando ya muy
bien, doctor .
El doctor frunció el ceño y su voz se suavizó ligeramente.
-En fin, pensaba en usted, muchacha. No todo lo malo que
pudiese haber en él tiene que haber desaparecido de
su mente. No querrá usted que algún día le aga daño...
En aquel momento una enfermera sacó a Rik. La enfermera iba
haciendo pequeños ruiditos para tranquilizarle,
como se hace con un chiquillo. Rik se llevó una mano a la
cabeza y permaneció mirando en el vacío hasta que
sus ojos se posaron sobre Valona; después, levantó las manos
y débilmente dijo:
-Lona...
Ella saltó a su lado y apoyó su cabeza sobre el hombro,
sosteniéndola con fuerza.
-Jamás sería capaz de hacerme daño, doctor -dijo. -Es
necesario dar cuenta de su caso, desde luego -dijo el
doctor, pensativo-. No sé cómo pudo huir de las autoridades
en el estado en que debía encontrarse.
-¿Quiere decir que se lo va a llevar, doctor? -Así lo temo.
-Por favor, doctor, no lo haga. -Retorcía el pañuelo en el
cual guardaba las cinco monedas de sus economías-.
Tome esto, doctor. Yo cuidaré muy bien de él. No le hará
daño a nadie...
-Es usted una obrera de los molinos, ¿no? -dijo el doctor
mirando las monedas en su mano.
Valona asintió.
-¿Cuánto gana usted por semana? -Dos créditos, punto, ocho.
El doctor volvió a poner las monedas en la palma de la mano
de la muchacha y la mantuvo estrechamente
cerrada,
-Tome esto, muchacha. No vale nada. Valona las aceptó,
extrañada.
-¿No va a decirle nada a nadie, doctor? Pero él respondió:
-Temo tener que hacerlo; lo siento. Es la ley.
Regresó al pueblo alocadamente, guiando a ciegas,
agarrándose a Rik desesperadamente. La semana
siguiente en la emisora de la hipervisión se dio la noticia
de la muerte de un doctor en un accidente de
giroscopio durante la corta avería de uno de los
transmisores de energía de tránsito local. El nombre era
conocido y aquella noche en su habitación Valona lo comparó
con el que tenía escrito en un trozo de papel. Era
el mismo.
Estaba apenada, porque había sido muy bueno. Le había dado
su nombre otro obrero de los molinos como
hombre de gran bondad con los obreros y los había salvado de
casos graves, y cuando el caso grave se había
presentado fue bueno con ella también. Y sin embargo, su
alegría ahogó su dolor. No había tenido tiempo de
notificar el caso de Rik. Por lo menos nadie vendría al
pueblo a hacer averiguaciones.
Más tarde, cuando el entendimiento de Rik mejoró, le explicó
lo que el doctor había dicho, de manera que podía
seguir en el pueblo con toda seguridad.
Rik la estaba sacudiendo y Valona abandonó sus sueños. -¿Es
que no me oyes? -le decía-. No podía ser un
criminal si tenía un cargo importante.
-¿No puedes haber cometido algún crimen? -empezó ella
vacilante-. Aunque hubieses sido un gran hombre,
hubiera sido posible. Incluso...
-Estoy seguro de que no. Pero ¿no comprendes que tengo que
averiguarlo a fin de que los demás puedan estar
seguros? No hay otro camino. Tengo que abandonar el molino,
y el pueblo, y averiguar algo más acerca de mí.
-¡Rik! -exclamó ella sintiendo crecer su pánico-. ¡Puede ser
peligroso! ¿Para qué? Incluso si analizabas Nada...
¿Por qué es tan importante saber algo más acerca de eso?
-A causa de lo otro que recuerdo. -¿Qué más recuerdas?
-No quiero decírtelo... -susurró.
-¡Tienes que decírselo a alguien¡ ¡Puedes olvidarlo de
nuevo!
-Tienes razón -dijo él cogiéndola del brazo-. No se lo dirás
a nadie más, ¿verdad, Lona? ¿Serás sólo mi
segunda memoria en caso de que lo olvidase?
-Palabra, Rik.
Rik miró a su alrededor. El mundo era muy bello. Valona le
había dicho que a algunas millas encima de Ciudad
Alta había un enorme letrero brillante que decía: «De todos
los Planetas de la Galaxia, Florina es el Más Bello».
Y cuando miraba a su alrededor le era fácil creerlo. -Es una
cosa terrible de recordar, pero cuando lo recuerdo,
lo recuerdo perfectamente. Me ha ocurrido esta tarde.
.¿Y...?
Rik la estaba mirando horrorizado.
-Todos los habitantes del mundo van a morir. Todos los
habitantes de Florina.
El Edil
Myrlyn Terens estaba sacando un libro-film de su sitio
cuando sonó el timbre de la puerta. Las duras facciones
de su rostro indicaban un profundo pensamiento, pero en el
acto se desvanecieron, apareciendo una expresión
más usual de ligera precaución. Apartó sus pensamientos con
un gesto de la mano y exclamó:
-¡Un momento! Volvió a dejar el film en su sitio y apretó el
contacto que permitía a la sección móvil volver a su
sitio sin distinguirse del resto de la pared. Para los
simples obreros y trabajadores de los molinos, con quienes
trataba, era un cierto orgullo que uno de ellos, por
nacimiento por lo menos, poseyese films. Realzaba, por un
tenue reflejo, la constante monotonía que cubría sus mentes.
Y sin embargo no hubiera mostrado sus films
abiertamente.
Verlos hubiera estropeado las cosas. Hubiera enmudecido sus
no demasiado articuladas lenguas. Podían
vanagloriarse de los libros de su Edil, pero la exhibición
ante sus ojos hubiera hecho que Terens se pareciese
demasiado a un Noble.
Desde luego, también estaban los Nobles. No era probable que
alguno de ellos fuese a hacerle una vista oficial
a su casa, pero si entrase uno de ellos allí, una hilera de
films a la vista hubiera resultado imprudente. Era un
Edil y la costumbre le daba ciertos privilegios, pero no
hubiera sido cuerdo abusar de ellos.
-¡Voy enseguida! -exclamó de nuevo.
Esta vez se dirigió hacia la puerta abrochándose parte de su
túnica. Incluso su indumentaria era Noble. Algunas
veces llegaba casi a olvidar que había nacido en Florina.
Valona March estaba en el umbral. Dobló las rodillas e
inclinó la cabeza en un respetuoso saludo. Terens abrió
la puerta de par en par .
-Entre, Valona. Siéntese. Debe ser ya pasado el toque de
queda. Espero que las patrullas no la hayan visto.
-No lo creo, Edil.
-Bien, esperémoslo. Tiene usted un mal informe, ¿sabe? -Sí,
Edil. Le estoy muy agradecida por lo que ha hecho
usted por mí en el pasado.
-No tiene importancia. Siéntese. ¿Quiere comer o beber algo?
-No, gracias, Edil. He comido ya.
Se sentó, se echó atrás en su sillón y movió la cabeza. Era
de buena educación entre los habitantes ofrecerse
refrescos. Era de mala educación aceptarlos. Terens lo
sabía. No insistió.
-¿Qué ocurre, Valona? ¿Otra vez Rik? -preguntó.
Valona asintió, pero pareció incapaz de dar más
explicaciones.
-¿Le pasa algo en el molino?
-No, Edil.
-¿Otra vez las jaquecas?
-No, Edil.
Terens esperó, agudizando la intensidad de su mirada. -Bien,
Valona, no pretenderá usted que adivine lo que le
pasa. Hable, o no podré ayudarla. Necesita usted alguna
ayuda, supongo...
-Sí, Edil -dijo. Y entonces estalló-. ¿Cómo puedo decírselo,
Edil? ¡Si casi parece cosa de locos!
Terens tuvo la tentación de acariciar su hombro, pero sabía
que ella sentiría un estremecimiento a su contacto.
Permanecía sentada con sus grandes manos ocultas, como era
su costumbre, en su traje. Se fijó en que sus
gruesos dedos se entrelazaban y retorcían.
-Sea lo que sea, la escucharé -dijo él.
-¿Recuerda, Edil, el día que vine a verle y le hablé del
doctor y de lo que había dicho?
-Sí, muy bien, Valona. Y le dije a usted parcialmente que no
tenía que hacer nunca más una cosa así sin
consultarme. ¿Lo recuerda?
Valona abrió los ojos. No necesitaba estímulos para lamentar
su error.
-¡Y no volveré a hacerlo nunca más! Edil. Es sólo porque
quiero recordarle que me dijo usted que haría cuanto
fuese necesario por ayudarme a conservar a Rik...
-Y lo haré, Valona. Bien, entonces, ¿es que las patrullas
han preguntado por él?
-¡Oh, no, Edil! ¿Cree que pueden?
-Estoy seguro de que no -dijo, empezando a perder la
paciencia-. Venga, Valona, dígame ya lo que pasa.
-Edil, dice que quiere dejarme -dijo ella entornando los
ojos-. Quiero que se lo impida.
-¿Y por qué quiere dejarla?
-Dice que está recordando cosas...
El interés apareció en el rostro de Terens. Se inclinó hacia
delante y estuvo a punto de coger su mano.
-¿Recordando cosas? ¿Qué cosas?
Terens recordaba el día en que habían encontrado a Rik.
Había visto un grupo de muchachos jóvenes reunidos
cerca de uno de los canales de riego en las afueras del
pueblo. Lanzaron sus estridentes voces para llamarle.
-¡Edil! ¡Edil! -¿Qué pasa, Rasie? -preguntó al llegar
corriendo. Se había propuesto conocer los nombres de
todos los muchachos cuando venía a la ciudad. Rasie parecía
contrariado.
-Mire allí, Edil -dijo.
Señalaba algo blanco que se retorcía y era Rik. Los demás
chiquillos le daba a gritos confusas explicaciones.
Terens consiguió entender que estaban jugando a un juego que
comportaba correr, esconderse y perseguirse.
Le explicaban apasionadamente el nombre del juego, cómo se
jugaba, el momento en que había sido
interrumpido, con una ligera discusión adicional acerca de
cuál era el bando que estaba «ganando». Todo eso
no tenía importancia, desde luego.
Rasie, un muchacho moreno de doce años, había oído sollozar
y se acercó cautelosamente. Esperaba
encontrar algún animal, quizás una rata de los campos que
hubiera resultado una buena caza y encontró a Rik.
Todos los muchachos se encontraban en un estado de entre
fascinación y asco ante la extraña visión. Era un
ser humano casi desnudo, con la barbilla húmeda de baba,
gimiendo y gritando débilmente, agitando con
desaliento brazos y piernas. Unos ojos azules y vagos
parecían brotar de su rostro cubierto por una pelusa
parda. Por un instante sus ojos parecieron fijarse en los de
Terens y levantando lentamente el pulgar se lo metió
en la boca.
-¡Mire, mire, Edil, se chupa el dedo! -gritó uno de los
muchachos.
El grito hizo estremecerse a la extraña figura. Su rostro se
puso colorado y se contorsionó. Se oía un leve
gemido no acompañado de lágrimas, pero el dedo seguía donde
estaba. Aparecía rojo y húmedo en contraste
con el resto de la pringosa mano. Terens trató de salir de
su propio asombro ante la visión.
-Bueno, bueno muchachos; estáis corriendo por aquí y vais a
pisotear e campo de trigo. Estáis estropeando la
cosecha y ya sabéis lo que significa como os pesquen. Seguid
vuestro camino y no digáis nada de todo esto. Y
oye, Rasie, corre a casa de Jencus y que venga enseguida.
Jencus era lo más parecido a un doctor que la población
disponía. Había pasado algún tiempo haciendo el
aprendizaje con un verdadero doctor de la ciudad y debido a
esto había sido relevado de todo trabajo en las
granjas o los molinos. La cosa no salió del todo mal. Sabía
tomar la temperatura, poner inyecciones, recetar
píldoras y, lo más importante, podía decir cuándo algún
trastorno era suficientemente importante para merecer
un viaje al hospital de la ciudad. Sin este apoyo
semiprofesional, los alcanzados por meningitis espinal o
apendicitis aguda hubieran sufrido atrozmente pero, en
general, por poco tiempo. Tal como era, los capataces
murmuraban y acusaban a Jencus, de todas las formas posibles
menos con palabras, de ser cómplice de una
superchería.
Jencus ayudó a Terens a subir al enfermo en un scooter y,
tan disimuladamente como fue posible, lo llevaron a
la ciudad.
Juntos lo lavaron de toda la suciedad y porquería que se
había acumulado sobre su cuerpo. Con el cabello no
había nada que hacer. Jencus lo afeitó de pies a cabeza y lo
reconoció lo mejor que supo.
-No veo infección alguna, Edil -dijo Jencus-. Ha sido
alimentado. Las costillas no salen mucho. No sé qué hacer
con él. ¿Cómo supone que llegó hasta allí, Edil?
Hizo la pregunta en el tono pesimista del que no cree que
Terens pudiese tener contestación a nada. Terens lo
aceptó filosóficamente. Cuando una población ha perdido el
Edil a que estaba acostumbrada durante cincuenta
años, el Edil joven que lo sustituye tiene que resignarse a
un período de desconfianza y recelo.
-No lo sé, desde luego -dijo Terens.
-No puede andar. No puede dar un paso, sabe usted. Habrá que
meterlo aquí. Por lo que puedo juzgar, lo
mismo podría ser un chiquillo. Parece haber perdido las
facultades mentales.
-¿Hay alguna enfermedad que produzca estos efectos? -Que yo
sepa no. La perturbación mental podría
producirlo, pero no veo nada que lo justifique. Será cosa de
mandarle a la ciudad. ¿Había visto usted ya algún
otro caso, Edil?
-Llevo sólo un mes aquí -dijo Terens sonriendo amablemente.
Jencus era un hombre rollizo. Tenía todo el aspecto de haber
nacido así y, si a esta constitución natural se le
añade el efecto de una vida sedentaria, no era sorprendente
que tuviese la tendencia de apoyar siempre sus
breves frases con el inútil gesto de secarse la brillante
frente con un pañuelo rojo.
-No sé qué decir exactamente a los patrulleros -dijo. Los
patrulleros llegaron, desde luego. Era imposible
evitarlo. Los chiquillos se lo dijeron a sus padres; los
padres se lo dijeron a otros. La vida de la ciudad era
bastante tranquila. Incluso un hecho como aquél era digno de
que se contase con todas las combinaciones
posibles entre narrador y narrado. Y ante esta narración,
era imposible que los patrulleros no se enterasen.
Los patrulleros, así llamados, eran miembros de la Patrulla
Floriana. No eran indígenas de Florina y, por otra
parte, no eran tampoco compatriotas de los Nobles del
planeta Sark. Eran simples mercenarios con los cuales
se podía contar para mantener el orden a cambio de la paga
que recibían sin dejarse jamás arrastrar por una
simpatía, mala consejera, hacia los florinianos por lazos de
sangre o cuna.
Acudieron dos de ellos acompañados por uno de los capataces
del molino, en pleno uso de su limitada
autoridad.
Los patrulleros se mostraban contrariados e indiferentes. Un
enajenado idiota podía formar parte del trabajo
cotidiano pero difícilmente podía provocar interés. Uno de
ellos le dijo al capataz:
-¿Cuánto tiempo necesitas para hacer una identificación?
¿Quién es este hombre?
-No le he visto en mi vida -dijo el capataz moviendo la
cabeza enérgicamente-. No es de por aquí.
-¿Llevaba papeles encima? -le preguntó un patrullero a
Jencus.
-No. No llevaba más que unos harapos. Los he quemado para
evitar la infección.
-¿y qué le pasa?
-Ha perdido el juicio. Eso es todo lo que puedo ver. En
aquel momento Terens se llevó a los patrulleros aparte.
Puesto que estaban contrariados serían manejables. El
patrullero que había estado haciendo preguntas dejó su
libretita y dijo:
-Bien, no vale siquiera la pena de dar parte. No tiene nada
que ver con nosotros. Líbrense de él como puedan.
Y se marcharon.
El capataz se quedó. Era un hombre pecoso, de cabello rojo y
un gran bigote hirsuto. Llevaba cinco años de
capataz de rígidos principios, lo cual quería decir que la
responsabilidad del exacto cumplimiento de los
reglamentos pesaba sobre él.
-Bien -dijo-. Y ¿qué vamos a hacer con todo esto? La gente
está tan ocupada hablando que nadie trabaja.
-Mandarlo al hospital de la ciudad, me parece; es lo único
que se puede hacer -dijo Jencus agitando
afanosamente su pañuelo-. No puedo hacer nada.
-¡A la Ciudad! -dijo el capataz preocupado-. ¿Y quién va a
pagar? ¿Quién se hará cargo de las tarifas? No es
uno de los nuestros, ¿verdad?
-Que yo sepa, no -dijo Jencus.
-Entonces, ¿Por qué tenemos que pagar? Averigüen a quién
pertenece. ¡Qué pague su ciudad!
-¿Y cómo quiere que lo averigüemos? ¡Dígamelo!
El capataz reflexionó. Su lengua comenzó a juguetear con la
frondosa vegetación de su labio superior .
-Entonces limitémonos a librarnos de él. Como ha dicho el
patrullero.
-¡Oiga! -interrumpió Terens-. ¿Qué quiere decir con eso?
-Lo mismo podría estar muerto -dijo el capataz-, Sería un
favor"
-¡No se puede matar a una persona viva!
-Entonces diga usted qué se puede hacer.
-¿Y quién quiere que se haga cargo? ¿Lo aceptaría usted?
Terens pasó por alto la actitud abiertamente insolente,
-Tengo otras cosas que hacer.
-Como todo el mundo. No puedo dejar que nadie olvide el
trabajo del molino para ocuparse de este pobre
chiflado.
Terens lanzó un suspiro, y con rencor dijo:
-Vamos a ver, capataz, seamos razonables. Si hace usted que
uno de sus hombres se ocupe de este pobre
infeliz hablaré en su favor a los Nobles, de lo contrario
diré solamente que no veo ninguna razón por la cual no
podía ocuparse de él.
El capataz reflexionó. El Edil llevaba allí sólo un mes pero
había intervenido ya en asuntos de personal que
llevaban en la ciudad toda su vida. Sin embargo, tenía
apoyos entre los Nobles y no convenía enfrentarse con él
mucho tiempo:
-Pero ¿quién va a aceptarlo? -dijo. Una horrible sospecha se
apoderó de él-. ¡Yo no puedo! Tengo tres chiquillos
y mi mujer está enferma.
-No le he insinuado que lo hiciese. Terens miró hacia la
ventana. Una vez los patrulleros se marcharon, la
muchedumbre se acumuló, cada vez más numerosa, frente a la
casa del Edil. La mayoría era gente joven,
demasiado jóvenes para ser obreros; otros eran mozos de
labranza de las granjas próximas. Algunos eran
obreros de los molinos que no estaban de turno.
Terens vio a una muchacha gruesa a un lado de la
muchedumbre. Durante el mes transcurrido la había
observado varias veces. Era fuerte, competente y
trabajadora. Bajo su expresión desdichada se ocultaban
buenos sentimientos. Si hubiese sido un hombre hubiera
podido ser nombrado instructor de ediles. Pero era una
mujer; sus padres habían muerto y se veía claramente que
había que descartar en ella el interés romántico. Era
una muchacha solitaria, en una palabra, y que seguiría
siéndolo.
-¿Y ésta? -preguntó. El capataz la miró y soltó un rugido.
-¡ Maldita sea, tendría que estar trabajando!
-Bien. ¿Cómo se llama?
-Es Valona March.
-Muy bien. Ahora la recuerdo. Llámela.
Un momento después Terens se había convertido en el tutor
oficioso de la pareja. Hizo cuanto pudo por tener
raciones suplementarias para ella, cupones extra de ropa y
cuan tu era necesario para permitir a dos adultos
(uno de ellos no inscrito) vivir con los ingresos de uno.
Fue el instrumento que consiguió obtener un aprendizaje
para Rik en los molinos de Florina. Intervino para evitar un
mayor castigo de Valona cuando su disputa con el
jefe de sección. La muerte del doctor de la ciudad hizo
innecesario intentar una acción más enérgica que la que
se había adoptado, pero hubiera estado dispuesto a ello. .
Era natural que Valona acudiese a él en todas sus
tribulaciones y ahora él estaba esperando a que contestase
su pregunta.
Valona seguía vacilando.
-Dice que todos los habitantes del mundo morirán -dijo
finalmente.
-¿Dijo qué? -preguntó Terens al parecer asombrado. -Dice que
no lo sabe. Recuerda sólo que antes era,
sabe usted, así, como es. Y dice recordar que desempeñaba un
importante cargo, pero no entiendo qué es.
-¿Cómo lo describe?
-Dice que...que analizaba Nada, N mayúscula.
Valona esperó un momento y se apresuró a explicar: -Analizar
quiere decir poner las cosas aparte como...
-Sé lo que quiere decir, muchacha.
-¿Sabe lo que quiere decir, Edil? -dijo la muchacha
mirándole asombrada.
-Quizá, Valona.
-Pero, Edil, ¿puede alguien hacer algo con Nada?
-¿Cómo, Valona? -dijo Terens poniéndose de pie y sonriendo-.
¿No sabes que todo en toda la Galaxia es en
gran parte Nada?
Ningún destello de comprensión brilló en la mente de Valona
pero aceptó el hecho. El Edil era un hombre muy
educado. Con un súbito arranque de orgullo tuvo la súbita
sensación de que Rik era más instruido todavía.
-Ven dijo Terens, tendiéndole la mano-. ¿Dónde está Rik?
-En casa. Durmiendo.
-Muy bien. Te llevo allí. ¿Quieres que los patrulleros te
encuentren por la calle sola?
Por la noche la población parecía desprovista de vida. Las
luces de la calle que partía en dos zonas las casas de
los obreros relucían sin resplandor. En el aire había
síntomas de lluvia, pero sólo de aquella lluvia caliente y
ligera que caía casi cada noche. No había necesidad de tomar
precauciones especiales.
Valona no se había encontrado nunca tan tarde por las calles
y estaba asustada. Trataba de evitar el sonido de
sus pasos, mientras escuchaba temerosa oír el distante eco
de los patrulleros.
-Deja ya de andar de puntillas, Valona -dijo Terens-. Voy
contigo.
Su voz resonó con fuerza y Valona se estremeció; Apretó el
paso respondiendo a su exigencia.
Cuando entraron en la cabaña de Valona estaba tan oscura
como todo lo demás. Terens había nacido y le
habían educado en una cabaña como aquélla y, pese a que
desde entonces había vivido en Sark y ahora
ocupaba una casa con tres habitaciones yagua corriente,
sentía aún cierta nostalgia de lo vacío del interior. Una
habitación era todo lo que se necesitaba: una cama, una
cómoda, dos sillas, un suelo liso y brillante de cemento,
y un orinal en una esquina.
No había necesidad de cocina puesto que todas las comidas se
hacían en el molino, ni de un cuarto de baño,
puesto que había una hilera de duchas comunes que corría
detrás de las casas. En aquel suave e invariable
clima las ventanas no estaban adaptadas contra el viento y
la lluvia. Las cuatro paredes estaban horadadas por
aberturas y las vigas del techo eran suficiente protección
contra las lloviznas de Las noches sin viento:
A la tenue luz de un encendedor de mano Terens observó que
uno de los rincones de la estancia estaba oculto
por un deteriorado biombo. Recordaba habérselo proporcionado
a Valona cuando Rik había dejado de ser un
chiquillo y no era todavía un hombre. Oía la respiración
acompasada de un durmiente detrás de él.
-Despiértalo, Valona -dijo, señalando hacia el rincón.
-¡Rik, Rik, muchacho! -dijo Valona, golpeando el biombo.
Se oyó un ligero gemido.
-Soy Lona... -Dieron la vuelta al biombo, y Terens enfocó la
luz del encendedor sobre su rostro y después sobre
el de Rik.
Éste levantó un brazo, protegiéndose contra el resplandor.
-¿Qué ocurre?
Terens se sentó en el borde de la cama. Rik dormía en la
plancha original de la cabaña. Le había conseguido un
lecho al principio, pero se lo había guardado para ella.
-Rik -dijo-. Valona dice que empiezas a recordar cosas...
-Si, Edil. -Rik era siempre muy humilde ante el Edil, que
era el hombre más importante que había visto. Incluso
el superintendente del molino era respetuoso con el Edil:
Rik repitió os fragmentos de ideas que había reunido
durante el día.
-¿Has recordado algo más desde que se lo dijiste a Valona?
-le preguntó Terens.
-Nada más, Edil.
Terens juntó los dedos de una mano con los de la otra. -Muy
bien, Rik. Vuélvete a dormir .
Valona salió con él de la casa. Hacía un esfuerzo para que
su rostro no se contorsionase apoyando una ruda
mano sobre sus ojos.
-¿Tendrá que dejarme, Edil?
Terens le cogió las manos y, gravemente, le dijo: -Tienes
que portarte como una mujer, Valona. Va a tener que
venir conmigo por algún tiempo, pero te lo volveré a traer.
-¿Y después?
-No sé. Tienes que comprenderlo, Valona. Hoy lo más
importante de este mundo es que averigüemos más
cosas sobre los recuerdos de Rik.
-¿Quiere decir que todo el mundo de Florina puede morir como
él dice? -estalló súbitamente Valona.
-No le digas esto jamás a nadie, Valona -dijo Terens
acentuando su presión en las manos-, o los patrulleros
pueden llevarse a Rik para siempre. Te lo digo en serio.
Terens dio media vuelta y se dirigió hacia su casa
pensativo, caminando lentamente, sin darse siquiera cuenta
de que sus manos temblaban. Trató en vano de dormirse y, al
cabo de una hora de esfuerzos, conectó el narcocampo.
Era uno de los pocos objetos de Sark que se había traído
cuando regresó. Era como un casquete de
fieltro negro. Ajustó los controles a cinco horas y
estableció contacto.
Tuvo tiempo de arrellanarse cómodamente en la cama antes de
que la acción del instrumento obrase sobre los
centros de la conciencia de su cerebro y le sumiese en un
profundo y apacible sueño.
La bibliotecaria
Dejaron el scooter diamagnético en un recinto situado fuera
de los límites de la ciudad. Los scooters eran raros
en la ciudad y Terens no experimentaba el menor deseo de
llamar innecesariamente la atención. Pensó durante
un momento con rabia en los de Ciudad Alta con sus coches
diamagnéticos terrestres y sus giróscopos de
antigravedad. Pero aquello era Ciudad Alta. Era diferente.
Rik esperó a que Terens cerrase el recinto y la sellase con
la presión digital. Iba vestido con un traje nuevo de
una sola pieza y se encontraba incómodo. Con cierto recelo
siguió al Edil bajo la primera de las estructuras altas
que en forma de puente soportaban Ciudad Alta.
En Florina todas las demás ciudades tenían nombre, pero ésta
era simplemente la «Ciudad». Los obreros y
campesinos que vivían en ella se consideraban afortunados
comparados con el resto del planeta. En la Ciudad
había mejores médicos y hospitales, más fábricas y más
almacenes de bebidas, incluso algunos
establecimientos de cierto lujo. Los mismos habitantes eran
en cierto modo menos entusiastas. Vivían a las
sombras de Ciudad Alta.
Ciudad Alta era exactamente la que el nombre indicaba,
porque la ciudad era noble, estaba rígidamente dividida
por una extensión horizontal de cincuenta millas cuadradas
de cemento apoyado sobre unos veinte mil pilares
con viguetas de acero. Abajo, en las sombras, estaban los
«indígenas». .Arriba, en el sol, estaban los Nobles.
Arriba, en Ciudad Alta, era difícil creer que el planeta
fuese Florina; La población era casi exclusivamente
sarkita, con un cierto número de patrulleros. Allí vivían,
literalmente hablando, las clases altas.
Terens conocía su camino. Andaba de prisa, evitando las
miradas de los transeúntes que vigilaban la
indumentaria de su Edil con una mezcla de envidia y
resentimiento. Las cortas piernas de Rik hacían su paso
menos digno. No recordaba gran cosa de su anterior y única
visita a la ciudad. Todo le parecía diferente. La
primera vez estaba nublado. Ahora el sol caía con fuerza
sobre la superficie de cemento poniendo más de
relieve el contraste entre el sol y las sombras. Siguieron
avanzando de una manera rítmica y casi hipnótica.
Los viejos estaban sentados en sillones de ruedas en las
franjas de luz, gozando del calor y moviéndose a,
medida que las franjas se movían. Algunas veces se quedaban
dormidos en la sombra, cabeceando, hasta que
el chirrido de las ruedas de algún otro sillón los
despertaba. Con frecuencia las madres casi bloqueaban las
franjas de luz con los cochecitos de sus hijos.
-Y ahora, Rik, mantente firme, vamos a subir -dijo Terens.
Se encontraba delante de una estructura que llenaba el
espacio entre cuatro pilares que formaban cuadrado y el
suelo de Ciudad Alta.
-Tengo miedo -dijo Rik. Rik supuso que era la estructura.
Era un ascensor que llevaba al nivel superior. Eran
necesarios, desde luego. La producción estaba abajo, pero el
consumo era arriba. Los productos químicos
básicos, las primeras materias alimenticias se consumían en
Ciudad Baja, pero los objetos de plástico refinados
y la comida de mejor calidad eran géneros de Ciudad Alta. El
exceso de población se esparcía hacia abajo;
doncellas, jardineros, chóferes, obreros de la construcción
eran empleados arriba.
Terens no escuchó la reflexión temerosa de Rik. Estaba
asombrado de que su propio corazón latiese con tanta
violencia. No de miedo, desde luego. Más bien de
satisfacción al pensar que iba arriba. Pisaría aquel sagrado
suelo de asfalto... Como Edil podía hacerlo. Desde luego,
seguía no siendo más que un indígena floriano entre
los Nobles, pero era Edil y podía pisar el suelo de cemento
cuando quisiera.
Se detuvo, hizo una honda aspiración y llamó al ascensor con
un gesto, Odiaba a los de arriba, pero era inútil
pensar en odios. Había pasado muchos años en Sark, el centro
y lugar de educación de los Nobles. No iría a
olvidar ahora lo que había aprendido a soportar en silencio.
Sobre todo ahora.
Oyó el zumbido del ascensor que bajaba y la entrada se
detuvo delante de él. El indígena que lo operaba les
miró contrariado.
-¿Sólo dos personas?
-Sólo dos -respondió Terens, entrando seguido de Rik. El
operador no hizo nada por cerrar las puertas del
ascensor.
-Me parece que hubiera podido esperar la subida de las dos.
No voy a subir y bajar ex profeso por dos personas.
-Escupió cuidadosamente, asegurándose de que manchaba el
suelo del piso bajo y no el de su ascensor-.
¿Dónde están sus billetes de empleo? -prosiguió.
-Soy Edil-dijo Terens-. ¿No lo ve usted por mi traje? -Los
trajes no significan nada. Oiga, ¿cree que me voy a
jugar este puesto porque quizás haya pescado este uniforme
en alguna parte? ¿Dónde está su carnet?
Sin decir una palabra más, Terens exhibió el carnet que los
naturales tenían que llevar encima en toda ocasión;
número de registro, certificado de empleo, recibos de
impuestos. El operador lo miró rápidamente.
-Bueno, a lo mejor ha pescado esto también, pero no es
asunto mío. Lo tiene y listos, por más que Edil me
parece un nombre un poco raro para un indígena, a mi modo de
ver. ¿y el otro?
-Está a mi cargo. ¿Puede venir conmigo o voy a por un
patrullero a que haga cumplir las reglas?
Era lo último que Terens hubiera deseado, pero formuló la
amenaza con visible arrogancia.
-Muy bien, no vale la pena enfadarse.
El ascensor se cerró y con una sacudida emprendió fa subida
mientras el operador seguía refunfuñando entre
dientes.
Terens sonrió porque sabía que aquello era inevitable. Los
que trabajaban directamente para los Nobles
estaban encantados de identificarse con los gobernantes y
disimular su inferioridad real con una estricta
observancia de las reglas de segregación, una actitud
arrogante ante sus compañeros. Era para los «de arriba»
para quienes I{)s demás florinianos reservaban su odio,
junto con un cierto temor que sentían ante los Nobles.
La distancia en vertical era sólo de treinta pies, pero la
puerta volvió a abrirse ante un nuevo mundo. Como las
ciudades indígenas de Sark, Ciudad Alta tenía una tendencia
a la variedad de colores. Los edificios, ya
destinados a viviendas o a centros oficiales, eran un
complicado mosaico de colores que de cerca formaba una
amalgama sin significado, pero a la distancia de cien yardas
adquiría una suave mezcla de matices que se
fundían según el punto de vista.
-Ven, Rik -dijo Terens.
Rik estaba mirando con los ojos abiertos. i Nada vivo ni que
creciese! Sólo piedra y color en enormes masas.
Jamás creyó que las casas pudieran ser tan grandes. Algo
impresionó momentáneamente su cerebro... durante
un segundo aquellas dimensiones no fueron tan extrañas... y
la memoria volvió a cerrarse. Pasó un coche a toda
velocidad.
-¿Son éstos Nobles? -preguntó. No había tiempo más que para
dirigirles una mirada. El cabello corto, camisas
con anchas mangas sedosas de colores que iban del azul al
violeta, pantalones de aspecto aterciopelado y
medias que brillaban como si hubiesen sido tejidas con un
delgado hilo de cobre. No perdieron el tiempo en
dirigir una sola mirada a Rik y Terens.
-Jóvenes -dijo Terens. No los había visto nunca tan cerca
desde que salió de Sark. En Sark ya eran
desagradables, pero por lo menos estaban en su sitio. Los
ángeles no se adaptaban, aquí, a treinta pies del
infierno. De nuevo hizo un esfuerzo por sofocar un inútil
estremecimiento de odio.
Un dos plazas pasó silbando ante ellos. Era un nuevo modelo
con controles de aire. En aquel momento
avanzaba a dos pulgadas sobre la superficie con su plano
fondo reluciente formando ángulo para cortar la
resistencia del aire, lo cual bastaba para producir el
silbido que significaba «patrulleros}}.
Eran corpulentos, como todos los patrulleros; de ancho
rostro, cabello negro y lacio, de tez ligeramente oscura.
Para los indígenas todos los patrulleros eran iguales. El
tétrico negro de sus uniformes, realzado por la plata de
las hebillas estratégicamente colocadas y los botones de
adorno, anulaban la importancia del rostro y
aumentaban todavía la semejanza entre ellos.
Un patrullero llevaba los controles. El otro saltó
ligeramente a tierra.
-¡Carnet! -dijo. Lo miró mecánicamente un momento y se la
devolvió a Terens-. ¿Qué hace usted aquí?
-Pensaba consultar al librero. Es mi privilegio.
-¿Y éste? -dijo el patrullero volviéndose hacia Rik. -Yo...
-empezó Rik.
-Es mi ayudante -dijo Terens. -No tiene privilegios de Edil.
-Respondo por él.
-Allá usted -dijo el patrullero encogiéndose de hombros-.
Los Ediles tienen privilegios, pero no son nobles.
Recuérdelo.
-Bien, gracias. A propósito, ¿podría usted indicarme la
biblioteca?
El patrullero se la indicó, utilizando para ello et cañón de
una pistola del calibre de una aguja. Desde aquel
ángulo la biblioteca era una mancha de bermellón brillante
que se oscurecía hasta el escarlata oscuro en los
pisos más altos. A medida que se acercaba, el escarlata fue
bajando.
-¡Qué feo es eso! -dijo Rik con súbita violencia. Terens le
dirigió una rápida mirada de sorpresa. Estaba
acostumbrado a ver todo aquello en Sark, pero también él
encontraba la ornamentación de Ciudad Alta un poco
vulgar. Ciudad Alta era más Sark que el propio Sark. En Sark
no todos los hombres eran aristócratas. Había
incluso sarkitas pobres, algunos apenas en mejor situación
que los florinianos corrientes. Aquí sólo existía la
punta de la pirámide, y la biblioteca lo demostraba.
Era mayor que todo Sark, mucho mayor que lo que ciudad Alta
requería, lo cual demostraba la ventaja del
trabajo barato. Terens se detuvo en la rampa que llevaba a
la entrada principal. El color de la rampa daba la
impresión de escalones, lo cual desconcertó ligeramente a
Rik, pero dando a la biblioteca el debido aire de
arcaísmo que tradicionalmente acompañaba a las estructuras
académicas.
La sala principal era vasta, fría y todo menos vacía. El
bibliotecario, que se encontraba detrás del único pupitre,
parecía un guisante arrugado en una vaina -hinchada. Levantó
la vista y se incorporó a medias.
-Soy un Edil -se apresuró a decirle-. Privilegios
especiales. Respondo de este indígena-. Tenía los papeles en
regla y se los puso delante de la vista.
El bibliotecario se sentó y los miró fijamente. Cogió una
ficha de metal de una ranura y se la tendió a Terens. El
Edil apoyó con fuerza su pulgar sobre ella y se la devolvió.
El bibliotecario la metió en otra ranura donde relució
brevemente ante una tenue luz violeta.
-Sala -dijo.
-Gracias.
Las estancias del segundo piso tenían aquella helada falta
de personalidad que tienen los eslabones de una
interminable cadena. Algunas estaban llenas, las puertas de
glasita, esmeriladas y opacas. La mayoría, no.
-Dos cuatro dos -dijo Rik con voz áspera y vibrante.
-¿Qué te pasa, Rik?
-No sé. Estoy muy excitado.
-¿Habías estado ya en alguna biblioteca?
-No lo sé.
Terens puso su pulgar en el disco redondo de aluminio que
cinco minutos antes había sido sensibilizado con su
impresión digital. La puerta de cristal transparente se
abrió y volvió a cerrarse silenciosamente una vez hubieron
entrado y, como si hubiesen bajado sobre ella una cortina,
se volvió opaca.
La habitación tenía casi cuatro metros cuadrados, sin
ventanas ni adornos. Estaba iluminada por una luz difusa
que caía del techo y ventilada por aire inyectado a presión.
Lo único que contenía era un pupitre que se iba de
pared a pared y un banquillo sin respaldo entre él y la
puerta. Sobre el pupitre había tres «lectores». Su cara
delantera de cristal esmerilado se inclinaba en un ángulo de
treinta grados. Delante de cada uno de ellos había
varias esferas de control.
-¿Sabes qué es esto? -dijo Terens tendiendo su mano hacia
uno de los. lectores.
Rik se sentó también.
-¿Libros? -preguntó con ansia.
-Bien -dijo Terens, al parecer incierto-. Esto es una
biblioteca, de manera que tu suposición no quiere decir gran
cosa. ¿Sabes cómo manejar un lector?
-No, no lo creo, Edil.
-¿Seguro? Piensa un poco...
Rik trató valientemente de hacerlo. -Lo siento, Edil.
-Entonces, te enseñaré. ¡Mira! Primero, ¿ves?, aquí hay un
botón, hasta la «E», y apretaremos a fondo.
Lo hizo así y en el acto ocurrieron varias cosas. El cristal
estaba esmerilado, adquirió vida y apareció sobre él
algo impreso. Era negro sobre amarillo y la luz del techo
fue disminuyendo.
La larga lista del material catalogado por orden alfabético
fue apareciendo por títulos, autores, materias,
números de catálogos y se detuvo en el número que indicaba
la enciclopedia. Súbitamente, Rik exclamó:
-Aprietas los números y las letras de los libros que quieres
en. estos botones y aparecen en la pantalla.
Terens se volvió hacia él.
-¿Cómo lo sabes? ¿Lo recuerdas?
-Quizá sí. No lo sé. Me parece lo natural. -Bien; llámalo
una suposición inteligente.
Apretó una combinación letra-número. La luz del cristal se
apagó y volvió a brillar. Decía: «Enciclopedia de Sark,
Volumen , Sol-Spec».
-Mira, Rik -dijo Terens-, no quiero meter ideas en tu
cerebro; de manera que no te diré lo que pienso. Quiero
solamente que recorras este volumen y te detengas delante de
algo que te parezca conocido. ¿Comprendes?
-Sí.
-Bien. Ahora toma tu tiempo.
Los minutos pasaron. Súbitamente Rik hizo una aspiración e
hizo retroceder las agujas de la esfera. Cuando se
detuvo leyó lo marcado y pareció satisfecho.
-¿Recuerdas ahora? ¿No es una suposición? ¿Recuerdas?
Rik movió vigorosamente la cabeza.
-Me ha venido así, Edil, súbitamente.
Era el artículo sobre el análisis del Espacio.
-Sé lo que dice -dijo Rik-. Ya verás, ya verás.
Le costaba respirar normalmente y Terens por su parte,
estaba igualmente excitado.
-Mira -dijo Rik-, siempre tienen esta parte.
Leyó en voz alta vacilante, pero con mucha mayor efi.
ciencia de la que podía esperarse por las varías lecciones
de lectura que Valona le había dado. El artículo decía:
«No es sorprendente que el analista del Espacio sea por
temperamento un individuo introvertido y, con mucha
frecuencia, mal ajustado. Consagrar la mayor parte de la
vida de un adulto al solitario registro del terrible vacío
que existe entre las estrellas es más de lo que se le puede
pedir a un hombre enteramente normal. Quizá
dándose en cierto modo cuenta de ello, el Instituto de
Análisis Especial ha adoptado como un slogan oficial la
hasta cierto punto extravagante declaración: '"
Analizamos la Nada".»
Rik terminó casi con un estremecimiento.
-¿Entiendes que
leemos? -preguntó Terens. Él le miró con ojos relucientes.
-Dice: «Analizamos la Nada». Esto es lo que recuerdo. Yo era
uno de ellos.
-¿Eres un analista del Espacio?
-¡Si! -exclamó. Después, bajando la voz, añadió-: Me duele la
cabeza.
-¿Porque recuerdas?
-Supongo que sí. -Levantó la vista frunciendo la frente-.
Tengo que recordar más. Hay peligro. ¡Un tremendo
peligro! No sé qué hacer...
-La biblioteca está a tu disposición, Rik -dijo Terens,
observándole atentamente y pesando sus palabras-. Usa tú
mismo el catálogo y busca algunos textos sobre el análisis
del Espacio. A ver dónde te lleva.
Rik se arrojó sobre el «lector». Se estremecía visiblemente.
Terens se apartó para dejarle espacio.
-¿Qué hay del Tratado de instrumentación analítica espacial,
de Wrijt? ¿Aparece indicado?
-Eso es cosa tuya, Rik.
Rik apretó e! número del catálogo y la pantalla se puso en
funcionamiento. Dijo: «Consultar Bibliotecaria para
Libro en Cuestión».
Terens tendió rápidamente la mano y neutralizó la pantalla.
-Es mejor buscar otro libro, Rik -dijo.
-Pero... -Rik vacilaba pero obedeció la orden. Otro estudio
del catálogo dio a elegir la Composición del espacio,
de Enning.
La pantalla indicó nuevamente la conveniencia de consultar a
la bibliotecaria.
-¡Maldita sea! -dijo Terens, apagando nuevamente la
pantalla.
-¿Qué pasa? -preguntó Rik.
-Nada, nada... -dijo Terens-. No tengas miedo, Rik; sólo que
no veo...
Detrás de la reja al lado del mecanismo lector había un
pequeño altavoz. La tenue y dúctil voz de la bibliotecaria
salió de él y les heló a los dos.
-¡Sala ! ¿Hay alguien en la sala ?
-¿Qué quiere? -respondió Terens secamente.
-¿Qué libro es el que quiere? -preguntó la voz.
-Ninguno, gracias. Probamos solamente el lector .
Hubo una pausa como si se procediese a alguna invisible
consulta. Después, en un tono más seco y ácido
todavía, la voz dijo:
-El registro señala una solicitud de lectura del Tratado de
instrumentación analítica espacial, de Wrijt, y
Composición del espacio, de Enning. ¿Es correcto?
-Apretábamos números al azar .
-¿Puedo preguntarles la razón de desear estos libros?
-preguntó inexorablemente la voz.
-Le digo a usted que no los queremos... y ahora, basta.
-Estas últimas palabras las dijo con violencia Rik, que
había empezado a gemir.
De nuevo hubo una pausa, y la voz insistió:
-Si quieren ustedes bajar aquí, podrán tener acceso a los
libros. Están en un depósito reservado y tendrán
ustedes que llenar una hoja.
-Vamos -dijo Terens, tendiéndole una mano a Rik.
-Quizá hemos infringido una regla -se lamentó Rik.
-Qué tontería, Rik. Vámonos.
Nadie les detuvo.
-No, ya lo veremos otro rato.
Terens se apresuraba, obligando a Rik a seguirle. Salió al
vestíbulo principal. La bibliotecaria levantó la vista.
-¡Oiga! ¡Oiga! ¡Un momento!... -dijo levantándose y saliendo
de su pupitre.
Tampoco les detuvieron esta vez.
Es decir, hasta que se interpuso un patrullero.
-Tenemos muchísima prisa, muchachos...
La bibliotecaria, jadeante, se puso delante de ellos.
-Son ustedes del , ¿verdad?
-Oiga -dijo Terens con firmeza-. ¿y por qué nos detiene?
-¿Han preguntado por ciertos libros? Quisiéramos
proporcionárselos .
-Es demasiado tarde. Otra vez. ¿Es que no entiende que no
quiero los libros? Mañana volveré. ,
-La biblioteca -,-dijo la muchacha cortésmente trata siempre
de dar satisfacción a los lectores. Los libros estarán
a su disposición en un momento -añadió con dos manchitas
rojas que aparecieron en sus pómulos. Dio media
vuelta, saliendo precipitadamente por una puertecilla que se
abrió al acercársele.
-Si no le importa... -dijo Terens dirigiéndose al
patrullero.
Pero el patrullero levantó un látigo neurónico de una
longitud moderada, que podía usarse como una excelente
cachiporra o como arma de larga distancia cuyo poder era
paralizante
-Oiga, muchacho -dijo-, ¿por qué no se sienta usted aquí
tranquilamente y espera a que esta dama regrese? Me
parece lo más cortés, además.
El patrullero no era joven ni delgado. Parecía estar cerca
de la edad del retiro y terminaba probablemente su
tiempo de servicio vegetando como guarda de la biblioteca,
pero iba armado, y la jovialidad que se pintaba en su
arrugado rostro tenía un escaso sello de sinceridad.
La frente de Terens estaba húmeda y sentía el sudor correr
por su espina dorsal. Había por lo visto subestimado
la situación. Estaba seguro de su propio análisis del
asunto, de todo. y no obstante, así estaba la cosa. No
hubiera debido ser tan imprudente. Era su maldito deseo de
invadir Ciudad Alta, de recorrer los pasillos de la
biblioteca como si fuese un sarkita.
Durante un desesperado momento estuvo tentado de atacar el
patrullero, pero después, inesperadamente, no
tuvo necesidad.
Al principio fue como un destello. El patrullero empezó a
volverse un poco demasiado tarde. Las lentas
reacciones de la edad le traicionaron. El látigo de nervio
de buey le fue arrancado de las manos y antes de que
pudiese hacer más que iniciar un ronco grito, fue alcanzado
en la sien. Cayó al suelo.
Rik gritaba con deleite y Terens exclamó:
-¡Valona! ¡Por todos los demonios de Sark, Valona!
El rebelde
Terens reaccionó casi en el acto.
-¡Fuera! ¡Pronto! -dijo, echando a andar.
Por un momento sintió el impulso de arrastrar el cuerpo del
inconsciente patrullero a la sombra de los pilares
que bordeaban el vestíbulo principal, pero era obvio que no
tenía tiempo.
Salieron a la rampa cuando el sol de la tarde caldeaba y
daba brillantez al mundo que les rodeaba. Los colores
de Ciudad Alta tenían un matiz anaranjado.
-¡Venga! -dijo Valona con ansia.
Pero Terens la cogió por el brazo. Sonreía, pero su voz era
dura y baja.
-No corras. Anda con naturalidad y sígueme. Sujeta a Rik. No
le dejes correr .
Dieron algunos pasos con la sensación de estar caminando
sobre algo pegajoso. ¿Había ruido detrás de ellos
en la biblioteca? ¿O era su imaginación? Terens no se
atrevía a volverse.
-Entremos aquí -dijo.
El letrero indicador de la acera relucía bajo la luz de la
tarde. No podía competir con el sol de Florina. Decía:
«Entrada a la Ambulancia».
Entraron por una puerta lateral y siguieron entre unas paredes
increíblemente blancas. Sobre el material
aséptico de las paredes se veían algunas bombillas de una
materia desconocida. Una mujer de uniforme los
contemplaba desde lejos y no vaciló, frunció el ceño al
verles acercarse. Terens no la esperó. Dio media vuelta,
siguió otro corredor y después otro. Pasaron junto a otras
mujeres de uniforme y Terens podía darse cuenta de
la perplejidad que suscitaba. Era un hecho sin precedentes
ver indígenas rondando sin compañía por los pisos
altos del hospital. ¿Qué había que hacer?
.Eventualmente, desde luego, serían detenidos. Así, pues, el
corazón de Terens latió con más fuerza cuando vio
una puerta que decía: «A la Sección Indígena». El ascensor
estaba a su nivel. Metió en él a Rik ya Valona y el
zumbido del artefacto al arrancar fue la sensación más
deliciosa del día.
En la Ciudad había tres clases de edificios. La mayoría eran
edificios bajos, construidos enteramente en el nivel
bajo. Alojamientos de obreros y trabajadores, generalmente
de tres pisos. Fábricas, panaderías, oficinas. Otros
eran edificios altos; domicilios de los sarkitas, teatros,
la biblioteca, arenas para deportes. Pero unos pocos eran
dobles, con pisos y entradas abajo y arriba; las estaciones
de patrulleros, por ejemplo, y los hospitales.
Era, pues, posible trasladarse de Ciudad Baja a Ciudad Alta
utilizando uno de los hospitales a fin de evitar los
grandes ascensores de carga con sus lentas ascensiones y sus
poco amables operadores. Para un indígena,
hacerlo era completamente ilegal, desde luego, pero el
delito era un acicate más para el culpable del delito de
haber agredido a un patrullero.
Salieron por el nivel inferior. El esmalte aséptico de las
paredes seguía allí, pero tenía un aspecto menos
ligeramente opaco, como si lo hubiesen Limpiado con menor
frecuencia. Los bancos que se alineaban a lo largo
de las paredes de Ciudad Alta habían desaparecido. La
mayoría de ellos estaban en una sala de espera llena de
hombres y mujeres cansados y. temerosos. Un solo ayudante
trataba de poner orden en aquel zafarrancho,
consiguiendo pobres resultados.
La enfermera estaba hablando con un pobre viejo que doblaba
y desdoblaba la rodillera de su raído pantalón y
contestaba sus preguntas con tono plañidero.
-¿De qué se queja usted, exactamente?.. ¿Desde cuándo estos
dolores?. ¿Ha estado usted ya en algún
hospital? Bien, escuche; no pretenderán ustedes venir a
molestarnos por cualquier tontería. Siéntese y el doctor
le verá y le dará alguna medicina.
Con voz aguda gritó:
-¡El siguiente!y murmuró algo en voz baja.
Terens, Valona y Rik salían cautelosamente de entre la
muchedumbre. Valona, como si la presencia de sus
compatriotas florianos hubiese liberado su lengua de la
parálisis, susurraba tensamente.
-Tenía que venir, Edil. Estaba tan inquieta por Rik. Creía que
no volvería a traérmelo y...
-¿Cómo has subido a Ciudad Alta? preguntó Terens mientras se
abría paso entre los indígenas.
-Les seguí y vi que tomaban el gran ascensor. Cuando volvió
a bajar dije que iba con ustedes y me subió
-¿Así, por las buenas? -Tuve que sacudirle un poco.
-¡Diablos de Sark...! -gruñó Terens. -Tuve que hacerlo -
explicó Lona, plañidera-. Después vi a los patrulleros
señalándoles un edificio. Esperé a que se hubiesen
marchado y fui allá también. Pero no me atrevía a entrar. No
hubiera sabido qué decir, de manera que me
escondí como pude hasta que les vi volver a salir con el
-¡Eh, ustedes, aquí! -gritó la aguda voz impaciente de la:
enfermera. Ahora estaba de pie y el duro golpear de su
estilete de metal sobre la superficie de su pupitre reducía
a la tumultuosa muchedumbre a un jadeante silencio.
-¡Eh, estos que quieren marcharse, vengan aquí! No se puede
salir sin ser visitado. Nada de evasiones del
trabajo con falsas enfermedades.
¡Vengan aquí!
Pero los tres estaban ya fuera en las sombras de Ciudad
Baja. En torno a ellos se percibían los olores y ruidos
de lo que los sarkitas llamaban el «Barrio Indígena» y la
Ciudad Alta era nuevamente tan sólo un techo para
ellos. Pero por muy aliviados que Valona y Rik pudiesen
sentirse al estar ya fuera de la oprimen te riqueza del
ambiente sarkita, Terens no sentía aliviarse su ansiedad.
Habían ido demasiado lejos y por consiguiente podían
no encontrar ya seguridad en ninguna parte.
Esta idea cruzaba todavía su turbulento cerebro cuando Rik
gritó:
-¡Mirad!
Terens sintió que se le secaba la garganta. Era quizá la
visión más aterradora que los habitantes de Ciudad Baja
podían ver. Por una de las aberturas de Ciudad Alta podía:
ver flotar una especie de pájaro gigante. Tapaba el
sol y aumentaba la amenazadora oscuridad de esta parte de la
Ciudad. Pero no era un pájaro. Era una de las
naves armadas de los patrulleros.
Los indígenas gritaban y empezaron a correr. Podían no tener
ninguna razón específica de temor, pero de todos
modos corrían. Un hombre que seguía el mismo camino que el
vehículo se echó a un lado con desgana. Había
estado corriendo por alguna razón particular cuando la
sombra le alcanzó. Miró a su alrededor, como una roca
en la calma del desierto. Era de media estatura, pero de una
amplitud de hombros casi grotesca. Una de las
mangas de su túnica estaba desgarrada de arriba abajo,
mostrando un brazo como el muslo de otro hombre.
Terens vacilaba y Rik y Valona no podían hacer nada sin él.
La incertidumbre de Terens había llegado a un
grado casi febril. Si huían, ¿dónde podrían ir? Si se
quedaban donde estaban, ¿qué podrían hacer? Era posible
que los patrulleros anduviesen detrás de alguien más, pero
con un patrullero sin conocimiento en el vestíbulo de
la biblioteca las probabilidades de salvación eran escasas.
El hombre ancho se acercaba a un trote corto. Se detuvo un
momento al pasar por su lado, como inseguro de lo
que tenía que hacer. En un tono completamente natural, dijo:
-Panadería de Khorow, segundo izquierda, más allá de la
lavandería, y retrocedió corriendo.
-¡Venid! -dijo Terens.
Sudaba copiosamente al correr. A través del terrible tumulto
oía las órdenes bruscas que salían con naturalidad
de las gargantas de loS patrulleros. Dirigió una mirada por
encima de su hombro. Media docena de ellos se
apeaban del vehículo abriéndose en abanico. No les pasaría
nada, lo sabía. Con aquel maldito uniforme de Edil
era tan importante como uno de loS pilares que soportaban
Ciudad Alta.
Dos de los patrulleros corrían en dirección a ellos. No
sabía si le habían visto o no, pero no tenía importancia.
Ambos chocaron con el hombre que acababa de dirigirse a
Terens. Los tres estaban suficientemente próximos
para oír el aullido del hombre y las brutales maldiciones de
los patrulleros. Terens hizo dar la vuelta a la esquina
a Rik y Valona.
La panadería de Khorow podía reconocerse por el nombre
escrito en un letrero luminoso tubular en diferentes
lugares y el agradable olor que se filtraba por la puerta
abierta. Bastaba con entrar, yeso fue lo que hicieron.
Un hombre de edad les miró desde la habitación interior , en
la cual podían ver el resplandor de la harina
oscurecida en los hornos de rayos. No tuvo ocasión de
preguntarles qué deseaban.
-Un hombre gordo... -empezó Terens. Abría los brazos a fin
de dar a entender qué quería decir, cuando fuera
empezaron a oírse los gritos de: « ¡Patrulleros!
¡Patrulleros! »
-¡Por aquí! ¡Pronto! -dijo el hombre con voz ronca.
-¿Aquí dentro? -dijo Terens echándose atrás.
-Esto es falso -dijo el hombre. Primero Rik, después Valona
y por fin Terens se metieron por la puerta del horno.
Se produjo un leve chasquido en la pared posterior del horno
y se abrió girando sobre sus goznes superiores. La
empujaron y se encontraron en una diminuta habitación
tenuemente iluminada.
Esperaron. La ventilación era mala y el olor del pan
aumentaba el hambre sin satisfacerla. Valona estaba
mirando a Rik acariciándole la mano de cuando en cuando. Rik
la miraba también sin expresión. Alguna que
otra vez pasaba la mano por el rostro encarnado de la muchacha.
-Edil... -empezó Valona.
-¡Ahora no, por favor, Valona! -susurró Terens. Se pasó el
dorso de la mano por la frente y trató de ver los
nudillos en la penumbra. Se oyó un chasquido, aumentado por
el estrecho confinamiento de su escondrijo.
Terens se puso rígido, y sin casi darse cuenta cerró con
fuerza los puños.
Era el hombrecillo ancho que metía sus inmensos hombros por
el intersticio. Casi no cabían. Miró a Terens y
sonrió.
-¡Vamos, hombre! No es momento de luchar.
Terens miró sus puños y los dejó caer.
El hombrecillo estaba visiblemente en peor estado que cuando
lo habían visto la primera vez. Su camisa era
casi inexistente en la espalda y un cardenal reciente con su
irisación roja y purpúrea marcaba su pómulo
derecho. Sus ojos, ya pequeños, eran casi invisibles entre
los dos párpados superior e inferior.
-Se han detenido a registrar -dijo-. Si tienen hambre, el
precio aquí no es ninguna tontería, pero hay tanto como
quieran. ¿Qué les parece?
En la Ciudad era ya de noche. En Ciudad Alta había luces que
iluminaban el cielo a lo largo de muchas millas,
pero en Ciudad Baja reinaba una tétrica oscuridad. Las
sombras rodeaban la ilegal panadería ocultando las
luces del interior una vez pasado el toque de queda.
Rik se sintió mejor cuando hubo comido algo caliente. Sus
dolores de cabeza empezaron a disminuir. Fijó su
mirada en la sien del hombrecillo ancho.
-¿Le han hecho daño, señor? -preguntó tímidamente.
-Un poco -dijo el otro-, pero no tiene importancia.
En mi negocio ocurre todos los días.
Se echó a reír mostrando unos grandes dientes.
-Tuvieron que reconocer que no había hecho otra cosa que
ponerme en su camino mientras iban buscando a
alguien más. El sistema más sencillo de quitarse un indígena
de en medio...
Su mano se levantó, sosteniendo un arma invisible,
apuntando.
Rik retrocedió y Valona protegió su rostro con un brazo. El
hombrecillo se echó atrás, chupando sus dientes
para extraerles partículas de comida.
-Soy Matt Khorow -dijo-, pero me llaman sólo el Panadero.
¿Quiénes sois vosotros, muchachos?
-Pues... -dijo Terens vacilando.
-Ya os veo venir -dijo el Panadero-. Lo que no sé si herirá
a nadie. Quizá sí, quizá sí. Aparte de esto, podéis
tener confianza en mí. Os he salvado de los patrulleros,
¿no?
-Sí, gracias. -A Terens le era difícil dar cordialidad a su
voz, y añadió-: ¿Cómo has adivinado que andaban
detrás de nosotros? Había mucha gente corriendo...
-Ninguno de los demás ponía la cara que poníais vosotros
-dijo el hombrecillo sonriendo-. Las vuestras podían
removerse y ser utilizadas como cal.
Terens trató de sonreír a su vez, pero le fue difícil
conseguirlo.
-Te juro que no sé por qué has arriesgado tu vida
salvándonos, pero gracias de todos modos. No es que baste
con decir «gracias...», desde luego, pero de momento veo
difícil hacer algo más.
-No tenéis que hacer nada -dijo el Panadero apoyando sus
anchos hombros contra la pared-. Lo hago tan a
menudo como puedo. No es nada personal. Si los patrulleros
andan detrás de alguien hago lo que puedo por él.
Odio a los patrulleros.
-¿Y no tienes disgustos? -preguntó Valona.
-¡Seguro! Mira eso. -Puso su dedo en la sien lesionada-.
Pero no creerás que esto va a detenerme, espero. Para
eso construí este falso horno. Así los patrulleros no pueden
pescarme y hacerme cosas demasiado feas.
En los anchos ojos de Valona brillaba el terror y la
fascinación.
-¿Por qué no? -prosiguió el Panadero-. ¿Sabes cuántos nobles
hay en Florina? Diez mil. ¿Sabes cuántos
patrulleros? Quizá veinte mil, y nosotros, los indígenas,
somos cinco millones. Si nos juntásemos todos contra
ellos... -hizo chasquear los dedos.
-Nos juntaríamos contra pistolas de aguja y cañones
explosivos, Panadero -dijo Terens.
-Sí -respondió el Panadero-. Tendríamos que tener algunos
nosotros también. Vosotros, Ediles, habéis vivido
demasiado cerca de los Nobles. Les tenéis miedo.
El mundo de Valona se volvía hoy cabeza abajo. Aquel hombre
luchaba contra los patrulleros y hablaba sin la
menor desconfianza con el Edil. Cuando Rik la sujetó por la
mano, ella se liberó amablemente y le dijo que
durmiese. Apenas le miró. Quería oír lo que decía aquel
hombre, este seguía diciendo:
-Incluso con pistolas-aguja y cañones, la única forma que
tienen los nobles de mantener Florina en su poder es
con la ayuda de cien Ediles.
Terens pareció ofenderse, pero el Panadero prosiguió:
-Por ejemplo, tú. Bonitas ropas. Limpias. Elegantes. Debes
tener además una linda residencia, supongo, con
libros films, coche privado y nada de toque de queda. Puedes
incluso ir a la Ciudad Alta si quieres. Los nobles
no hacen esto por nada...
Terens no se sentía en situación de perder la calma. -Bien
-dijo-. ¿Qué quieres que hagamos los Ediles?
¿Empezar a luchar contra los patrulleros? ¿De qué serviría?
Reconozco que hago cumplir los reglamentos en la
ciudad, pero les evito también disgustos. Trato de
ayudarlos, hasta donde la ley lo permite. ¿No es ya algo eso?
Algún día...
-¡Ah, algún día...! ¿Quién puede esperar ese algún día?
Cuándo tú y yo estemos muertos, ¿qué nos importará
quién gobierne Florina? Para nosotros, quiero decir.
-En primer lugar -dijo Terens-, odio a los Nobles más que
tú. Sin embargo... -se detuvo, sonrojándose.
-Sigue -dijo el Panadero riendo-. Dilo otra vez. No te
delataré porque odies a los Nobles. ¿Qué habías hecho
para tener a los patrulleros detrás de ti?
Terens permanecía silencioso.
-Podría adivinarlo -dijo el Panadero-. Cuando los
patrulleros cayeron sobre mí estaban muy molestos. Molestos
personalmente, quiero decir, no porque algún Noble les
dijese que tenían que estarlo. Los conozco y puedo
decirlo. De manera que calculo que sólo puede haber ocurrido
una cosa. Has debido atacar a algún patrullero. O
le has matado, quizá.
Terens seguía silencioso. El Panadero no había perdido su
tono divertido.
-Bien está permanecer tranquilo, pero hay una cosa que se
llama ser demasiado cauteloso, Edil. Vas a necesitar
ayuda. Saben quién eres.
-No la saben -dijo Terens precipitadamente.
-Tienen que haber visto tu carnet en Ciudad Alta. -¿Quién ha
dicho que estaba en Ciudad Alta?
-Una suposición. Apostaría a que estabas.
-Vieron mi carnet, pero no la suficiente para leer mi
nombre.
-Lo suficiente para saber que eras un Edil. Lo único que
tienen que hacer es buscar un Edil ausente de su
ciudad o uno que no pueda explicar lo que ha hecho hoy. Los
telégrafos de todo Florina deben estar
probablemente funcionando ya. Me parece que estás en mala
situación.
-Quizá sí.
-Ya sabes que no hay quizá que valga. ¿Necesitas ayuda?
Hablaban en voz baja. Rik se había acurrucado en
un rincón y dormía. Los ojos de Valona iban siguiendo a los
de los dos que hablaban.
-No, gracias. Ya saldré de ésta -dijo Terens.
El Panadero volvió a echarse a reír tranquilamente.
-Sería interesante saber cómo. No me mires de arriba a abajo
porque no tenga educación. Tengo otras cosas.
Mira, pasa la noche pensando en esto. Quizá decidas que
necesitas ayuda.
Valona permanecía en la oscuridad con los ojos abiertos. Su
cama consistía en una manta echada en el suelo,
pero era casi tan buena como las camas a que estaba
acostumbrada. Rik estaba profundamente dormido sobre
otra manta en el rincón opuesto. Dormía siempre
profundamente en días de excitación, una vez se le habían
pasado las jaquecas.
Terens había rechazado una cama y el Panadero se había
echado a reír (se reía de todo, al parecer), apagó la
luz y le dijo que le daba la bienvenida en la oscuridad.
Valona seguía con los ojos abiertos. El sueño se había
alejado de ella. ¿Volvería a dormir alguna vez? ¡Había
derribado al suelo a un patrullero de un puñetazo!
Sin saber por qué, estaba pensando en su padre y su madre.
Su mente estaba muy turbia. Había hecho cuanto estuvo en su
mano por olvidarlos durante los años
transcurridos. Pero ahora recordaba el susurro de sus
conversaciones en voz baja, por la noche, cuando la
creían dormida. Recordaba la gente que venía en la
oscuridad.
Una noche vinieron los patrulleros y le hicieron unas
preguntas que ella no entendía pero trataba de contestar .
Después de aquello no volvió a ver a sus padres. Se habían
marchado, le dijeron, y al día siguiente la pusieron a
trabajar cuando los demás chiquillos de su edad tenían
todavía dos años por delante para jugar. La gente la
miraba cuando ella pasaba y los demás chiquillos no podían
jugar con ella aunque hubiese terminado la hora del
trabajo. Aprendió a vivir para sí misma. Aprendió a no
hablar. La llamaban la «Gran Lona» y se reían de ella y
decían que era medio imbécil.
¿Por qué la conversación de aquella noche le habría
recordado a sus padres?
-Valona... La voz estaba tan cerca que el soplo agitó su
cabello y tan apagada que casi no la oyó. Sintió una
tensión, en parte de miedo, en parte de embarazo. No tenía
más que una sábana sobre su cuerpo desnudo.
Era el Edil.
-No digas nada -dijo-. Escucha nada más. Voy a marcharme. La
puerta no está cerrada. Pero volveré. ¿Me
oyes? ¿Me entiendes?
Buscó a tientas y cogió la mano de Terens y la estrechó con
los dedos. Terens quedó satisfecho.
-Y vigila a Rik. No lo pierdas de vista. Y, Valona...
-Hubo una larga pausa y después prosiguió-: No te fíes mucho
de este Panadero. No sé nada de él. ¿Me
entiendes?
Se oyó un leve ruido, un chasquido leve todavía más lejano,
y estuvo fuera. Valona se incorporó apoyándose
sobre un codo, pero aparte la respiración de Rik y la suya
todo estaba en silencio.
Apretó sus párpados en la oscuridad, y haciendo un esfuerzo
trató de pensar. ¿Por qué habría el Edil, que lo
sabía todo, dicho aquello del Panadero que odiaba a los
patrulleros y les había salvado? Sólo se le ocurría una
cosa. Los había encontrado cuando las cosas se ponían tan
negras y había obrado rápidamente, salvándolos.
Era casi como si hubiese sido una cosa arreglada o el
Panadero hubiese estado allí esperando a ver qué
pasaba.
Movió la cabeza. Todo aquello parecía muy extraño. Si no
hubiese sido por lo que le había dicho el Edil no
hubiera pensado nunca en todo aquello.
El silencio se hizo añicos por una fuerte voz y una
despreocupada pregunta.
-¿Hola? ¿Estás todavía aquí?
Se estremeció al posarse sobre ella un rayo de luz.
Lentamente levantó, estirándola, la sábana hasta su cuello.
La luz se apartó.
No tenía necesidad de preguntar la identidad del que había
hablado. Su cuadrada figura se destacaba
levemente en la penumbra que formaba el rayo de luz.
-Creía que te habías marchado con él -dijo el Panadero.
-¿Quién? -preguntó Valona débilmente.
-El Edil. Ya sabes que se ha marchado. No pierdas tiempo
fingiendo.
-Volverá.
-¿Dijo que volvería? Si lo ha dicho, se equivoca. Los
patrulleros le pescarán. No es muy inteligente este Edil, de
lo contrario hubiera sabido cuándo se deja abierta una
puerta a propósito. ¿Proyectas marcharte también?
-Esperaré al Edil -respondió Valona.
-Como quieras. Será una larga espera. Puedes marcharte
cuando te plazca.
El rayo de luz de su lámpara cruzó la habitación y se fijó
en el pálido y largo rostro de Rik. Sus párpados se
contrajeron automáticamente al impacto de la luz, pero
siguió durmiendo. La voz del Panadero parecía
pensativa.
-Pero, de todos modos, deja a éste aquí. ¿Me entiendes,
supongo? La puerta está abierta para ti, pero no para
él.
-No es más que un infeliz desgraciado... -dijo Valona con
terror en su voz.
-¿Sí? Pues yo colecciono infelices desgraciados, y éste se
queda aquí. ¡Recuérdalo!
El rayo de luz no se apartaba del rostro dormido de Rik.
El científico
Hacía un año que el doctor Selim Junz estaba impaciente, pero
el tiempo no le acostumbra a uno a la paciencia.
Más bien al revés. Sin embargo, el año le había enseñado que
con el Servicio Civil Sarkita no hay que tener
prisa; tanto más cuanto los funcionarios civiles eran en su
mayoría florinianos trasplantados y, por consiguiente,
terriblemente puntillosos con su dignidad.
Una vez le había preguntado al viejo Abel, embajador de
Trantor que había vivido en Sark lo suficiente para que
las suelas de sus zapatos echasen raíces en el suelo, por
qué los sarkitas permitían que sus departamentos
gubernamentales fuesen regidos por el pueblo que tan
profundamente despreciaban.
Abel había guiñado el ojo mirando un vaso de vino verde.
-Política, Junz, política -le había dicho-. Es una
cuestión de genética práctica llevada a cabo con una lógica
sarkita. Estos sarkitas, en sí mismos, forman un
mundo pequeño, insignificante, y sólo son importantes en
cuanto dominan esta inagotable mina de oro que es
Florina. y así, cada año, llevan la flor y nata de la
juventud de sus campos y ciudades a Sark para su
entrenamiento. Los mediocres se quedan para llenar sus hojas
y formularios y los verdaderamente inteligentes
regresan a Florina para actuar como gobernantes de las
ciudades. Son los llamados Ediles u Hombres de la
Ciudad.
El; doctor Junz era ante todo un espacio-analista. No
acababa de ver la utilidad de todo aquello y así se lo dijo.
Abelle señaló con su grueso dedo índice y el reflejo verde
del vaso tocó el borde de su uña y despidió unos
destellos grises y amarillentos.
-No serviría usted nunca para administrador -dijo-. No me
pida recomendaciones. Mire, los elementos más
inteligentes de Florina están ganados de todo corazón a la
causa de Sark, ya que, mientras sirven en Sark, se
les trata admirablemente, pero, si le vuelven la espalda, lo
mejor que pueden esperar es volver a la existencia
floriniana, lo cual no es muy bueno, amigo mío, no es muy
bueno.
Bebió el vino de un trago y prosiguió:
-Es más, ni los Ediles ni los ayudantes clericales de Sark
pueden procrear sin perder sus posiciones. Incluso con
hembras de Florina. El cruce con sarkitas está, desde luego,
fuera del caso. De esta forma, lo mejor de la
generación de Florina va siendo gradualmente retirado de la
circulación de manera que en breve Florina no será
más que montones de leña y depósitos de agua.
-Se van a quedar cortos de funcionarios a este paso, ¿no?
-Eso es asunto del futuro.
El doctor Junz estaba sentado ahora en una de las antesalas
exteriores del Departamento de Asuntos
Florinianos y esperaba con impaciencia a que se le
permitiese franquear las lentas barreras, mientras los
subalternos florinianos seguían interminablemente sumergidos
en el caos burocrático.
Un anciano floriniano, consumido en el servicio, se puso en
pie delante de él.
-¿El doctor Junz?
-Yo mismo.
-Venga conmigo.
Un número, apareciendo en una pantalla, hubiera sido
igualmente eficaz para llamarle y un canal fluorescente
en el aire igualmente eficaz para guiarle, pero cuando la
mano del hombre es barata, no hay necesidad de
substituirla. El doctor Junz juzgaba la «mano del hombre»
correctamente. No había visto una mujer en una
oficina del gobierno de Sark. Las mujeres de Florina se
quedaban en su planeta, a excepción de algunas
empleadas como servicio doméstico, ya las que les estaba
igualmente prohibido procrear, y las mujeres sarkitas
estaban, como había dicho Abel, fuera del caso.
Un gesto le invitó a sentarse en un sillón delante de la
mesa del funcionario que representaba al Subsecretario.
El doctor Junz sabía que podía ocasionalmente encontrar y
conocer socialmente al Subsecretario e incluso al
Secretario de Asuntos Florinianos, que tendrían que ser,
naturalmente, sarkitas, pero no los vería nunca aquí, en
su departamento.
Estaba sentado, todavía impaciente, por lo menos cerca de la
meta.
El funcionario estaba examinando minuciosamente su
expediente, volviendo cada hoja codificada con la misma
atención que si contuviese todos los secretos del universo.
El hombre era joven, recientemente graduado, quizá,
y como todos los florinianos, muy blanco de piel y cabello.
El doctor Junz sentía una emoción atávica. Era oriundo de
Libair .
Algunos de los jóvenes antropólogos radicales acariciaban la
idea de que los hombres de los mundos como
Libair , por ejemplo, habían salido de una evolución
independiente, si bien convergente. Los viejos rechazaban
amargamente toda idea de evolución que transformase
diferentes especies hasta el punto en que el cruce de
razas fuese posible, como con toda seguridad lo era entre
todos los mundos de la Galaxia. Insistían en que en el
planeta original, fuese el que fuese, la humanidad había
sido ya fraccionada en subgrupos de diferentes
pigmentaciones.
Esta teoría no hacía más que situar el problema en un
momento de tiempo anterior y no contestaba nada, de
manera que el doctor Junz no encontraba ninguna explicación
satisfactoria. y no obstante, incluso ahora, se
encontraba algunas veces pensando en el problema. Por una
causa desconocida las leyendas del pasado del
conflicto habían permanecido en los mundos sombríos. Los
mitos de Libair, por ejemplo, hablaban de tiempos
de guerra entre hombres de diferente pigmentación, y el
mismo descubrimiento de Libair se debió a un grupo de
hombres oscuros que huían de la derrota en una batalla.
Cuando el doctor Linz salió de Libair para ingresar en el
Instituto Arturiano de Tecnología Espacial y más tarde
asumió su profesión, las viejas historias de hadas habían
sido olvidadas. Desde entonces, sólo una vez sintió
cierta extrañeza. En el curso de sus actividades había
estado en uno de aquellos antiguos mundos del Sector de
Centauro; uno de aquellos mundos cuya historia puede
contarse por milenios y cuyo lenguaje era tan arcaico
.que su dialecto podría haber sido el perdido y mítico
inglés. Tenía una palabra especial para designar a los
hombres de piel oscura.
¿y por qué tenía que haber una palabra especial para
designar el hombre de piel oscura? No había ninguna
palabra especial para designar al hombre de ojos azules, y
de orejas grandes, o de cabello rizado. No había...
La voz indiferente del funcionario le arrancó de sus sueños.
-No, no recientemente.
-Sigue usted buscando un analista del espacio que
desapareció...-el funcionario consultó varios papeles hace
once meses y trece días.
-Exacto.
-Durante todo ese tiempo -añadió el funcionario con aquella
voz seca de la cual parecía que hubiese exprimido
todo el jugo -no ha habido rastro del desaparecido ni prueba
de que se hallase en algún lugar del territorio
Sarkita.
-Se le localizó por última vez en el espacio cerca de Sark
-dijo el científico.
El empleado levantó la vista, fijó por un instante sus
pálidos ojos en el doctor Junz, y los volvió a bajar.
-Es posible que sea así, pero no hay pruebas de su presencia
en Sark.
¡No había pruebas! El doctor Junz apretó los labios. Era lo
que el Centro Analítico del Espacio Interestelar
llevaba meses diciéndole obstinadamente.
«No hay pruebas, doctor Junz. Nos parece que podría usted
emplear mejor el tiempo, doctor Junz. El Centro se
ocupará de que continúen las investigaciones, doctor Junz.»
Lo que en realidad querían decir, era: «¡No nos haga gastar
más dinero, doctor Junz!»
La cosa había empezado, como el funcionario le había
precisado exactamente, hacía once meses y trece días
de Tiempo Medio Interestelar (el funcionario no sería, desde
luego, culpable de utilizar el tiempo local para una
cosa de este género ). Dos días antes de que él aterrizase
en Sark en lo que tenía que ser misión rutinaria de
inspección de los centros oficiales de este planeta, pero
que tenía que resultar... bien, lo que tenía que resultar
fue lo que resultó.
Le recibió el representante local del CAEI, un activo joven
que quedó clavado en el recuerdo del doctor Junz
principalmente por el hecho de que mascaba incesantemente
algún elástico de la industria química de Sark.
La inspección había casi terminado y el activo joven sentía
algo clavado en un espacio intermolar cuando dijo:
-Un mensaje de uno de los inspectores de campo, doctor.
Probablemente sin importancia. Ya los conoce usted.
Era la expresión usual en estos casos, «Ya los conoce
usted.» El doctor Junz levantó la vista con un instantáneo
destello de indignación. Estaba a punto de decir que hacía
quince años también él había sido "inspector de
campo» cuando recordó que al cabo de tres meses había sido
incapaz de soportarlo por más tiempo. Pero ese
resto de cólera le hizo leer el mensaje con mayor atención.
Decía así: «Ruego mantenga línea clave Central Cuartel
General CAE! para mensaje detallado asunto gran
importancia. Toda Galaxia afectada. Aterrizo por mínima
trayectoria».
El agente estaba de buen humor. Sus mandíbulas habían
reanudado su rítmico movimiento y dijo:
-¡Imagínese, doctor! «Toda la Galaxia afectada.» No está
mal, incluso para un inspector de campo. Lo he
llamado para ver si podía sacar algo en claro de todo esto,
pero chochea. Insiste en decir que todos los seres
humanos de Florina están en peligro. Ya lo sabe, quinientos
millones de vidas en la balanza. Me suena un poco
psicopático. De manera que, francamente, no quisiera
entendérmelas solo con él cuando aterrice. ¿Qué
aconseja usted?
-¿Tiene usted una trascripción de su mensaje? -dijo el
doctor Junz.
-Sí, doctor. -Pasó algunos minutos buscando y finalmente
sacó un hilo de plata.
El doctor lo puso en el lector y una vez hubo funcionado,
dijo, frunciendo el ceño:
-Esto es una copia, ¿verdad?
-He mandado el original al Centro de Transportes
Extraplanetarios de aquí, de Sark. Me ha parecido que era
mejor fuesen a buscarle al campo de aterrizaje con una
ambulancia. Probablemente está muy mal.
El doctor Junz sintió el impulso de estar de acuerdo con el
agitado joven. Cuando los analistas aislados en las
profundidades del espacio sucumben a su trabajo, las
reacciones psicopáticas suelen ser muy violentas.
-Pero, espere... por lo que dice parece que no ha aterrizado
todavía -dijo.
-Supongo que sí, pero nadie me ha llamado para decírmelo
-dijo el agente, al parecer sorprendido.
-Bien, llame a Transportes y pida detalles. Psicopáticos o
no, los detalles deben figurar en nuestros ficheros.
El analista del espacio fue a informarse nuevamente durante
los últimos minutos antes de marcharse. Tenía
otros asuntos de qué ocuparse en otros mundos y llevaba
cierta prisa. Casi en el umbral dijo, volviendo la
cabeza:
-¿Qué hay del inspector de campo? -¡Ah, sí, quería
decírselo! Transportes no ha oído hablar de él. Ha mandado
toda la potencia de energía de su motor hiperatómico y dice
que su nave no está en el espacio próximo. Debe
haber cambiado de opinión sobre lo de aterrizar .
El doctor Junz decidió aplazar su marcha veinticuatro horas.
Al día siguiente fue al Centro de Transportes
Interplanetarios de Sark City, capital del planeta. Allí
vio, por primera vez, a toda la burocracia floriniana, que le
miró moviendo la cabeza. Habían recibido un mensaje
referente al próximo aterrizaje del analista del CAEI, pero
no había aterrizado ninguna nave.
El doctor insistió en que la cosa era importante. El hombre
estaba enfermo. ¿No había recibido una copia de su
conversación con el agente del CAEI? Le miraron con los ojos
abiertos de par en par. ¿Copia? No se encontró a
nadie que recordase haberla recibido. Sentían infinito que
el hombre estuviese enfermo, pero ni había aterrizado
ninguna nave del CAEI ni ninguna de ellas se encontraba en
el próximo espacio.
El doctor regresó a su hotel pensativo. Abandonó la idea de
marcharse. Llamó a la recepción y se hizo trasladar
a otra habitación más apropiada para su intensa ocupación.
Después fijó una cita con Ludigan Abel, embajador
de Trantor.
Pasó el día siguiente leyendo libros sobre la historia de
Sark y, cuando llegó la hora de la cita con Abel, su
corazón redoblaba con un latido de odio. La cosa no iba a
ser fácil, lo sabía.
El anciano embajador le recibió con toda ceremonia, le
estrechó efusivamente la mano, puso en funcionamiento
su barman mecánico y no le permitió hablar de cosas serias
antes de las dos primeras copas. Junz aprovechó la
oportunidad para charlar sobre asuntos de menor importancia,
se informó acerca del Servicio Civil de Florina y
recibió la exposición de la gen ética práctica de Sark. Su
odio aumentó.
Junz siempre recordaría a Abel como lo había visto ese día.
Unos ojos profundamente hundidos bajo unas cejas
blancas extraordinariamente pobladas, una nariz aguileña que
se sumergía periódicamente en su vaso de vino,
unas mejillas hundidas que acentuaban la delgadez de su
rostro y de su cuerpo y un dedo levantado que parecía
dirigir una música inaudible. Junz empezó a exponerle el
caso con una lacónica economía de palabras. Abelle
escuchaba atentamente y sin la menor interrupción. Cuando
Junz hubo terminado, el embajador se limpió los
labios cuidadosamente y dijo:
-¿Conocía usted a ese hombre que ha desaparecido?
-No.
-¿Ni se habían encontrado nunca?
-Nuestros inspectores de campo son hombres que difícilmente
se encuentran.
-¿Había sufrido ya alguna otra alucinación?
-Es la primera, según el fichero central del CAEI... si es
una alucinación.
-¿Sí...? -el embajador no parecía comprender-. ¿y por qué ha
venido usted a verme a mí? -preguntó.
-En busca de ayuda.
-Es obvio... Pero ¿en qué forma? ¿Qué puedo hacer yo?
-Déjeme que se lo explique. El Centro Sarkita de
Transportes Extraplanetarios ha buscado en el espacio
próximo el tipo de energía de los motores de la nave de
nuestro hombre y no hay signos de él. En esto no mentirían.
No diré que los sarkitas estén por encima de la
mentira, pero están por encima de la mentira inútil, y saben
que puedo comprobarlo en el espacio de dos o tres
horas.
-En efecto. ¿Qué más?
-Hay dos casos en que el rastreo del tipo de energía falla.
Una, cuando la nave no está en el próximo espacio,
porque ha aterrizado en un planeta. No puedo creer que
nuestro hombre haya saltado. Si sus declaraciones
acerca de la importancia del peligro que amenaza Florina y
la Galaxia son alucinaciones de un megalómano,
nada le impediría venir a Sark a comunicarlas. No hubiera
cambiado de idea marchándose. Tengo quince años
de experiencia en estas cosas. Si, por casualidad, sus
declaraciones eran cuerdas y reales, el asunto sería, con
toda seguridad, demasiado serio para que cambiase de idea y abandonase
el espacio próximo.
El viejo trantoriano levantó un dedo y lo movió
pausadamente.
-Su conclusión en este caso es que está en Sark.
-Exactamente. Una vez más, no hay más que dos alternativas.
Primera, si está bajo influencia de una psicosis,
puede haber aterrizado en otro lugar del planeta distinto de
los puertos espaciales reconocidos. Puede andar
errante por cualquier sitio, amnésico, enfermo... Son cosas
bastante inusitadas incluso entre los hombres del
espacio, pero han ocurrido algunas veces. En estos casos,
los ataques son generalmente temporales. Cuando
pasan, la víctima empieza a recordar detalles de su trabajo
antes del menor recuerdo personal. Después de
todo, la misión del analista del espacio es su vida. Con
mucha frecuencia el amnésico es detenido porque anda
errante por una biblioteca pública buscando referencias al
análisis del espacio.
-Comprendo. Entonces quiere usted que arregle una cita con
el Gremio de Bibliotecarios para que le comunique
en el acto esta situación.
-No, porque no preveo ninguna perturbación en este sentido.
Quisiera pedir que se hiciese una reserva de
ciertas obras sobre el análisis del espacio y que todo aquel
que las pidiese, fuera de los que pueden probar que
son indígenas sarkianos, fuese detenido e interrogado.
Estarán de acuerdo en ello porque sabrán que este plan
no dará ningún resultado.
-¿Por qué no?
-Porque -respondió Junz hablando apresuradamente, presa de
un acceso de furia temblorosa estoy seguro de
que nuestro hombre aterrizó en el aeropuerto de Sark tal
como lo había proyectado y, cuerdo o psicótico, fue
encarcelado y probablemente muerto por las autoridades de
Sark.
Abel dejó sobre la mesa un vaso casi vacío.
-¿Está usted bromeando?
-¿Tengo aspecto de bromear? ¿Qué me ha dicho usted hace
apenas media hora acerca de Sark? Su vida, su
prosperidad y su poderío dependen de su dominio de Florina.
¿Qué me han demostrado mis lecturas durante
estas últimas veinticuatro horas? Que los campos de kyrt de
Florina son la riqueza de Sark. y aquí nos
encontramos con un hombre que, cuerdo o psicótico, no tiene
importancia, proclama que algo de importancia
galáctica ha puesto en peligro la vida de todos los
habitantes de Florina. Fíjese en la trascripción de la última
conversación de este hombre.
Abel cogió el alambre de plata que Junz le había arrojado al
regazo al entrar y aceptó el aparato lector que le
tendía. El hilo se desarrolló lentamente mientras los ojos
vagos de Abel iban animándose.
-No es muy informativo -dijo.
-Desde luego, no. Dice que hay un peligro. Dice que el
peligro es urgente, Pero no hubiera debido ser nunca
mandado a los sarkitas. Aunque el hombre esté equivocado,
¿puede el gobierno sarkita permitir la radiación de
cualquier locura, admitiendo que sea una locura lo que tenga
en la cabeza y esparcirla por toda la Galaxia?
Dejando aparte el pánico que podría suscitarse en Florina,
la interferencia con la producción de kyrt, se da el
hecho de que toda la sucia combinación de las relaciones
políticas Florina-Sark quedaría expuesta a la vista de
toda la Galaxia. Considere además que les bastaría suprimir
un hombre para evitar todo esto; puesto que yo no
puedo intentar acción alguna por la sola trascripción, y lo
saben. ¿Se detendría Sark ante un asesinato en este
caso? Un mundo basado en experimentos gen éticos como el que
usted describe no vacilaría.
-¿Y qué quiere usted que yo haga? No estoy todavía muy
seguro, debo confesarlo -dijo Abel, al parecer
inconmovible.
-Descubrir si lo han matado -dijo Junz severo-. Debe usted
tener una organización de espionaje aquí. ¡Oh, no
finjamos...! Llevo el tiempo suficiente rondando por la
Galaxia para haber pasado mi adolescencia política.
Llegue usted al fondo del asunto mientras yo distraigo su
atención con mis negociaciones bibliotecarias. y una
vez haya usted descubierto quiénes son los asesinos, quiero
que Trantor se ocupe de que nunca más un
gobierno de la Galaxia se imagine que puede matar a un
hombre del CAEI y quedar impune.
y aquí había terminado su primera entrevista con AbeI.
Junz tenía razón en una cosa. Los funcionarios sarkitas
cooperaban e incluso simpatizaban con cuanto hacía
referencia a los arreglos bibliotecarios. Pero no parecía
tener razón en nada más. Pasaron los meses y los
agentes de Abel no consiguieron encontrar rastro del
desaparecido en Sark, ni. vivo ni muerto.
Durante once meses la situación no cambió y Junz empezó a
mostrarse dispuesto a abandonar la partida. Casi
decidió esperar sólo hasta el doceavo mes y no más. y
entonces la ruptura se produjo, pero no por parte de
Abel, sino por el casi olvidado hombre de paja que él mismo
había puesto el) acción. Llegó a él una
comunicación de la Biblioteca Pública de Sark y Junz se
encontró un día sentado delante de un funcionario civil
floriniano en el Centro de Asuntos Florinianos.
El funcionario completó su composición mental del asunto.
Había vuelto la última página.
-Y ahora, ¿qué puedo hacer por usted? -preguntó levantando
la vista.
-Ayer a las , de la tarde -dijo Junz con precisión-, fui
informado de que la Biblioteca Pública de Sark tenía a
mi disposición un hombre que había intentado consultar dos
textos sobre análisis espacial y que no era un
indígena sarkita, No he sabido nada más de la biblioteca
desde entonces.
Continuó llevando la voz, para cortar en seco algún
comentario iniciado por el empleado.
-Un telenoticiario recibido mediante un instrumento público
propiedad del hotel donde me hospedo¡ y fechado a
las , de ayer tarde, afirma que un miembro de la Patrulla de
Florina había sido dejado sin sentido en la
sección floriniana de la Biblioteca Pública de Sark y que
tres florinianos, presuntos autores del atentado, eran
perseguidos. Este boletín no se repitió en los posteriores
noticiarios radiados. No me cabe la menor duda –
prosiguió de que las dos informaciones están relacionadas.
No dudo de que el hombre que busco está ahora en
manos de los patrulleros. He pedido autorización para ir a
Florina y me ha sido denegada. He mandado por sub
éter a Florina la petición de que el hombre en cuestión sea
enviado a Sark y no he recibido contestación. Vengo
al Centro de Asuntos Florinianos a pedir que se actúe en
este sentido. O yo voy allá o a él lo mandan aquí. ,
-El gobierno de Sark -dijo el oficial con voz descolorida no
puede aceptar ultimátums de los funcionarios del
CAEI. He sido advertido por mis superiores de que
probablemente me interrogaría usted sobre estos
particulares, y he recibido instrucción sobre los hechos que
debo comunicarle a usted. El hombre que fue
sorprendido consultando los textos reservados, con sus dos
compañeros, un Edil y una mujer floriniana,
cometieron, en efecto, la agresión a que se ha referido
usted, y fueron perseguidos por las patrullas. Pero no
fueron, sin embargo, capturados.
Una amarga decepción se pintó en el rostro de Junz. No trató
de ocultarla.
-¿Han huido?
-No exactamente. Fueron localizados en una panadería de un
tal Matt Khorow.
-¿Y se les permitió seguir allí? -dijo el doctor abriendo
los ojos.
-¿Ha conferenciado usted recientemente con Su Excelencia
Ludigan Abel?
-¿Qué tiene esto que ver con...?
-Estamos informados de que ha sido usted visto con
frecuencia en la Embajada de Trantor.
-No he visto al embajador desde hace una semana.
-Entonces le aconsejo que le vea. Hemos permitido que
los criminales siguiesen en la tienda de Khorow, e
inofensivos, por el respeto debido a nuestras delicadas
relaciones interestelares con Trantor. Tengo instrucciones
de decirle a usted, si me parece necesario, que
Khorow, como seguramente no le sorprenderá saber -y aquí el
blanco rostro adquirió una inusitada expresión de
burla-, es muy conocido en el Departamento de Seguridad como
agente de Trantor.
El embajador
Faltaban todavía diez horas para que Junz tuviese su
entrevista con el funcionario cuando Terens salió de la
panadería de Khorow.
Avanzando a buen paso por las calles de la ciudad, pasaba la
mano por las ásperas superficies de las cabañas
de los trabajadores al pasar. A excepción de la pálida luz
que se filtraba desde la Ciudad Alta, se encontraba en
una oscuridad total. La única luz que podía verse en Ciudad
Baja era el resplandor opalino de las linternas de los
patrulleros que circulaban en grupos de dos o tres.
Al oír unos pasos lejanos que se aproximaban, Terens se
metió en una calle polvorienta, ya que incluso de
noche los riegos de Florina difícilmente podían penetrar en
las oscuras regiones inferiores aI cementoide.
Aparecieron unas luces, pasaron y desaparecieron cien metros
más abajo.
Durante toda la noche las patrullas estuvieron circulando.
Les bastaba con eso, circular. El miedo que inspiraban
era suficiente para mantener el orden sin el menor alarde de
fuerza. Sin luces en la ciudad, la oscuridad hubiera
podido servir de manto para numerosos seres humanos
errantes, pero incluso sin los patrulleros como lejana
amenaza, este peligro hubiera podido descartarse. Los
almacenes de comida y los talleres estaban bien
guardados; el lujo de Ciudad Alta era inasequible; y robarse
unos a los otros, explotar la miseria del semejante,
hubiera sido claramente fútil.
Lo que se hubiera considerado delito en otros mundos, era
prácticamente inexistente aquí, en la oscuridad. Los
pobres estaban fácilmente a mano pero no había nada que
sacar de ellos y los ricos estaban fuera de alcance.
Terens siguió avanzando, y al pasar por debajo de una de las
aberturas del cementoide superior no pudo menos
que levantar la vista.
i Fuera de alcance! ¿Estaban realmente fuera de alcance?
¿Cuántos cambios de actitud respecto a los Nobles
de Sark había experimentado durante su vida? De chiquillo no
había sido más que un chiquillo. Los patrulleros
eran unos monstruos vestidos de plata y negro, de los cuales
se huía, hubiese uno hecho algo malo o no. Los
Nobles eran superhombres legendarios y míticos, inmensamente
ricos, que vivían en un paraíso conocido por
Sark y velaban atenta y celosamente por el bienestar de la
estúpida población masculina y femenina de Florina.
Cada día en la escuela tenía que repetir: « ¡Que el espíritu
de la Galaxia vele por los Nobles como ellos velan
por nosotros! »
Sí, pensaba ahora, ¡ exacto! , j exacto! Que el espíritu
fuese para ellos lo que ellos para nosotros. Ni más ni
menos. Sus puños se cerraron en las sombras.
Cuando tenía diez años había escrito un ensayo en el colegio
sobre lo que imaginaba debía ser la vida en Sark.
Era una obra de pura imaginación creativa destinada a
revelar sus condiciones de escritor. Recordaba muy
poco, sólo un fragmento en realidad. En él describía a los
Nobles reuniéndose cada mañana en un amplio
vestíbulo pintado de colores como los de la flor del kyrt,
de pie bajo el esplendor de veinte pies de altura
discutiendo sobre los pecados de los florinianos y meditando
sombríamente acerca de la triste necesidad de
volverlos a la virtud.
El maestro había quedado muy satisfecho ya final de curso,
cuando los demás discípulos de ambos sexos
Siguieron sus cortas lecciones de lectura, escritura y
moral, él fue ascendido a una clase superior donde
empezó a aprender aritmética, galactografía, e historia
sarkita. A los dieciséis años le llevaron a Sark.
Podía recordar todavía la grandiosidad del día y se
estremecía aún al evocarlo. Sólo esa idea le avergonzaba.
Terens se acercaba a los arrabales de la ciudad. Algún que
otro soplo de brisa llevaba hasta él el fuerte olor
nocturno de las flores de kyrt. Se encontraría durante
algunos minutos todavía en la relativa seguridad del
campo abierto donde no había guardias regulares de
patrulleros y donde, a través de los barrancos
desgarrados, volvería a ver las estrellas. E incluso la
estrella de luz dura y amarillenta que era el sol de Sark.
Había sido su sol durante la mitad de su vida. Cuando por
primera vez lo vio a través de la portilla de la nave del
espacio, apenas más que una estrella, como una canica de una
insoportable brillantez, sintió deseos de caer de
rodillas. La idea de que se estaba aproximando al paraíso
alejaba incluso el paralizante terror de aquel primer
vuelo a través del espacio.
Aterrizó en aquel paraíso y fue entregado a un viejo
floriniano que se ocupó de que fuese debidamente bañado y
vestido. Lo llevaban hacia un gran edificio cuando por el
camino el anciano guía se inclinó profundamente ante
una figura que pasaba.
-¡Saluda! -dijo en voz baja el anciano al joven Terens.
-¿Quién era? -preguntó Terens confuso, después de haber
obedecido.
-¡Un Noble, ignorante campesino!
-¿Eh? ¿Un Noble?
Se detuvo en seco donde estaba y hubo que insistir para
hacerle continuar su camino. Era la primera vez que
veía a un Noble. Nada de veinte pies de altura, sino un
hombre como los demás hombres. Otros muchachos
florinianos podrían haberse recuperado de su desilusión,
pero Terens no.
En él se había producido un cambio interno, permanente.
Durante toda su educación, durante todos sus
profundos estudios, jamás olvidó que los Nobles eran
hombres. Durante diez años estudió, y cuando no
estudiaba, ni comía, ni dormía, aprendía a ser útil de mil
maneras diferentes. Aprendió a llevar mensajes y
varias cestas de papeles, a hacer una profunda inclinación
cuando pasaba un Noble ya volverse
respetuosamente de cara a la pared cuando pasaba una mujer
noble. Durante cinco años más trabajó en el
Servicio Civil, mandado como de costumbre de un puesto a
otro a fin de poner más eficazmente a prueba sus
capacidades en una gran variedad de condiciones. Una vez
recibió la visita de un rollizo floriniano que le brindó
su amistad con una sonrisa, dándole gentilmente golpecitos
en el hombro y le preguntó qué opinaba de los
Nobles. Terens refrenó sus deseos de dar media vuelta y
echar a correr. Se preguntó si sus sentimientos no
estarían impresos con alguna misteriosa clave en las líneas
de su frente. Movió la cabeza y murmuró una serie
de trivialidades sobre la gentileza de los nobles. Pero el
hombrecito rollizo avanzó los labios y dijo:
-No piensas eso. Ven a este sitio esta noche -y le dio una
tarjeta que se arrugó y abrasó a los pocos minutos.
Terens fue. Tenía miedo, pero sentía curiosidad. Allí
encontró amigos suyos que le miraron con el secreto
pintado en los ojos y compartieron más tarde su trabajo con
vacías miradas de indiferencia. Escuchó lo que
decían y descubrió que muchos de ellos parecían creer lo que
él a su vez había acumulado en su mente y creía
con toda sinceridad ser de su propia creación y de la de
nadie más.
Aprendió que algunos por lo menos de los florinianos
consideraban a los Nobles como unos villanos brutos que
ordenaban Florina por sus riquezas y su propio interés,
mientras los pobres indígenas sucumbían en la
ignorancia y la pobreza. Aprendió que se acercaba el momento
en que se produciría un gigantesco alzamiento
contra Sark y todo el lujo de Florina caería en manos de sus
legítimos dueños.
-¿Cómo? -preguntó Terens. Lo preguntó una y otra vez.
Después de todo eran los Nobles y los patrulleros
quienes tenían las armas.
Y le hablaron de Trantor, del gigantesco mundo que se había
hinchado durante los últimos siglos hasta formar
parte de él la mitad de los mundos habitados de la Galaxia.
Trantor, decían, destruiría a Sark con la ayuda de
Florina.
Pero, se decía Terens, primero a sí mismo, y después se lo
decía a los demás, si Trantor era tan grande y
Florina tan pequeño, ¿por qué Trantor no sustituiría a Sark
como más vasto y más tiránico dueño? Si era el
único camino, era preferible soportar a Sark. Era mejor un
dueño conocido que un dueño por conocer.
Se rieron de él y le despreciaron, amenazando su vida si
decía una palabra de lo que había oído. Pero algún
tiempo después fue observando que uno tras otro todos los
que formaban la conspiración iban desapareciendo
hasta que sólo quedó el primer individuo rollizo.
Algunas veces lo veía susurrar misteriosas palabras a algún
conocido, pero no hubiera sido prudente advertir a
la presunta víctima que le ofrecían una tentación para
ponerle a prueba. Que buscase él mismo la calidad, como
la había buscado Terens.
Terens había pasado algún tiempo en el Departamento de
Seguridad, cosa que muy pocos florinianos podían
esperar conseguir. Fue una corta estancia, porque el poder
concedido a un funcionario de Seguridad era tal que
el tiempo pasado en su ejercicio era siempre más corto que
el pasado en cualquier otro servicio,
Pero en él Terens descubrió, con cierta sorpresa, que había
realmente una conspiración que sofocar. Los
hombres y las mujeres de Florina se reunían clandestinamente
y tramaban una rebelión. Generalmente eran
subrepticiamente apoyados por el dinero de Trantor. Algunas
veces los presuntos rebeldes llegaban a creer que
Florina podía triunfar sin ayuda ajena.
Terens meditaba sobre todo esto. Hablaba poco, observaba una
conducta correcta, pero sus pensamientos
estaban en desorden. Odiaba a los Nobles, en parte porque no
tenían veinte pies de altura, en parte porque no
podía mirar a sus mujeres y también porque había servido a
algunos con la cabeza baja, y encontró que pese a
toda su arrogancia no eran más que unas criaturas idiotas no
mejor educadas que él mismo y generalmente
mucho menos inteligentes.
y sin embargo, ¿qué alternativa le quedaba a aquella
esclavitud personal suya? Cambiar la estúpida Nobleza
Sarkita por el Imperialismo Trantoriano era inútil. Esperar
que los campesinos florinianos hiciesen algo por
cuenta propia era sencillamente una locura. Por lo tanto, no
había salida.
Este era el problema que ocupaba su mente desde hacía muchos
años, como estudiante, como modesto
funcionario y como Edil.
y entonces se había producido aquella inesperada serie de
circunstancias que pusieron en sus manos una
inesperada respuesta en la persona de aspecto insignificante
que había sido en un tiempo analista del espacio y
ahora balbuceaba algo acerca del peligro que corrían todos
los habitantes, hombres y mujeres de Florina.
Terens estaba ya en campo abierto donde la lluvia de la
noche cesaba ya y las estrellas brillaban húmedas entre
las nubes. Lanzó un profundo suspiro pensando en el kyrt que
era el tesoro de Florina ya la vez su melancolía.
No se hacía ilusiones. Ya no era Edil. No era siquiera un
campesino floriniano libre. Era un criminal en fuga, un
fugitivo que tenía que ocultarse.
Y no obstante en su mente ardía algo. Durante las últimas
veinticuatro horas había tenido en sus manos el arma
más poderosa que se pudiese soñar contra Sark. Sabía que Rik
recordaba correctamente que había sido antes
analista del espacio, que había sufrido la prueba psíquica
del vaciado de cerebro; y que recordaba algo
verdadero, horrible y poderoso.
Estaba seguro de ello. Y ahora Rik estaba en manos de un
hombre que fingía ser un patriota floriniano pero era
en realidad un agente trantoriano.
Terens sintió la amargura de su cólera en el fondo de la
garganta. Desde luego el panadero aquel era un agente
de Trantor. No había tenido la menor duda desde el primer
momento. ¿Qué otro habitante de Ciudad Baja
hubiera dispuesto del capital suficiente para construir un
falso horno de radar?
No podía dejar que Rik cayese en manos del agente de
Trantor. Estaba dispuesto a correr riesgos sin límites,
¿qué importancia tenían los riesgos? Había incurrido ya en
la condena a pena de muerte...
En un rincón del cielo había una vaga claridad. Esperaría a
que amaneciese. Las diferentes estaciones
patrulleras debían tener su 'identificación, desde luego,
pero quizá tardasen algún tiempo en registrar su
aparición.
Y durante pocos minutos sería aún Edil. Aquello le daba el
poder de hacer algo que incluso ahora, incluso
ahora..., no se atrevía a permitir a su mente pensar en
ello...
Habían transcurrido diez horas desde la entrevista de Junz
con el funcionario cuando vio a Abel Ludigan
nuevamente.
El embajador recibió a Junz con su habitual cordialidad
superficial, esta vez con una definida y turbadora
sensación de culpabilidad. Durante su primera entrevista
hacía ya mucho tiempo (había transcurrido cerca de un
Año Srandard), no había prestado gran atención a la historia
que le referían per se. Su único pensamiento había
sido: «¿Puede esto ayudar a Trantor?» .
¡Trantor! Ésta era siempre su primera idea, y, sin embargo,
no pertenecía a la especie de idiotas capaces de
adorar un grupo de estrellas o el dorado emblema del sol y,
la nave que las fuerzas armadas de Trantor usaban.
En una palabra, no era un patriota en el sentido corriente
del término, y Trantor, como tal, no significaba nada
para él.
Pero adoraba la paz; tanto más cuanto iba envejeciendo y le
gustaba su vaso de vino, su atmósfera saturada de
música suave y perfumes, su siestecita por la tarde, y su
apacible espera de la muerte. Era como, a su manera
de ver, tenían que sentir todos los hombres; y no obstante
todos los hombres sufrían la guerra y la destrucción.
Morían helados en el vacío del espacio, convertidos en vapor
por una explosión atómica, hambrientos en un
planeta asediado y bombardeado. .
¿Cómo forzar, pues, la paz? No mediante la razón,
seguramente, ni por la educación. Si un hombre no era
capaz de pensar en la paz y en la guerra y elegir la primera
preferencia a la segunda, ¿qué otro argumento
podía persuadirle? ¿Qué condena de la guerra podía haber más
elocuente que la guerra misma? ¿Qué
tremenda acumulación de dialéctica podía llevar en sí la
décima parte de la fuerza de una sola nave destruida
con su cargamento de muerte?
Así pues, para terminar el mal empleo de la fuerza sólo
quedaba una solución, la fuerza misma.
Abel tenía un mapa de Trantor en su estudio diseñado para
mostrar la aplicación de esta fuerza. Era un ovoide
cristalino en el cual se habían insertado lentes galácticas
de tres dimensiones. Sus estrellas eran puntas de
polvo de diamante blanco, sus nebulosas manchas de luz o de
niebla negra, y en la profundidad central había
algunos puntos rojos que habían sido la República
Trantoriana.
No «eran», sino «habían sido». La república Trantoriana
había consistido sólo en cinco mundos, hacía
quinientos años.
Pero era un mapa histórico y mostraba la República en aquel
estado sólo cuando la esfera marcaba cero.
Adelantando la aguja un punto, la imagen de la Galaxia
aparecía tal como era cincuenta años después y una
corona de estrellas se enrojecía en el borde de Trantor.
En diez épocas, transcurría medio milenio y el rojo se
extendía como una mancha de sangre que se desparrama
hasta que más de la mitad de la Galaxia había caído en la
charca roja.
El rojo era un rojo sangre en un sentido no sólo fantástico.
Mientras la República Trantoriana se convertía en
Confederación Trantoriana e Imperio Trantoriano, su avance
había tenido lugar a través de una intrincada selva
de hombres aniquilados, de naves destruidas y mundos
desolados. Ya pesar de todo, Trantor había llegado a
ser fuerte y en su rojo interior reinaba la paz.
Ahora Trantor se estremecía en el borde de una nueva
conversión. De Imperio a Imperio Galáctico y entonces el
rojo absorberla todas las estrellas y reinaría una paz
universal. Pax Trantorica.
Era lo que Abel quería. Quinientos años, cuatrocientos años,
doscientos años antes, Abel hubiera visto a Trantor
como un desagradable nido de gente malvada, agresiva y
materialista, indiferente a los derechos de los demás,
imperfectamente democrática en sí misma pero muy dispuesta a
ver la menor esclavitud en los demás,
rencorosa sin finalidad. Pero ese tiempo había pasado.
No era Trantor sino el fin universal que Trantor
representaba. De manera que la pregunta: «¿Hasta dónde
apoyaría esto la paz en la Galaxia?», se convertía en:
«¿Hasta dónde apoyaría esto a Trantor?»
El mal estaba en que sobre este punto determinado no podía
tener certeza alguna. Para Junz la solución era
única y exclusivamente una: Trantor tenía que apoyar al CAEI
y castigar a Sark.
Esto podría ser posiblemente algo bueno, siempre que pudiese
probarse algo en contra de Sark. Posiblemente
no, ni aun en este caso. Ciertamente no, si nada podía
probarse. Pero en ningún caso Trantor podía actuar
violentamente. Toda la Galaxia podía ver que Trantor se
encontraba en el borde del dominio galáctico y cabía
todavía la posibilidad de que los planetas no-trantorianos
que quedaban se uniesen contra esto. Trantor podía
ganar incluso esta guerra, pero quizá no sin pagar un precio
que no haría de la victoria más que una humorística
palabra para designar la derrota.
Trantor no podía, por lo tanto, hacer ningún movimiento en
aquella fase final del juego. Abel tenía, por lo tanto,
que obrar lentamente, tendiendo su sutil red a través del
laberinto del Servicio Civil y el centelleo de la Nobleza
de Sark, empujando con una sonrisa y preguntando sin parecer
hacerlo. No olvidaba tampoco mantener los ojos
del servicio secreto trantoriano sobre el propio Junz, no
fuese que el colérico libariano causase en un momento
daños que Abel no podría reparar en un año.
Abel estaba asombrado por la persistente cólera del
libariano. Una vez le había preguntado: «¿Qué es lo que le
preocupa a usted?», pero en lugar del discurso que esperaba
sobre la integridad del CAEI y el deber de todos
de sostener el Centro como un instrumento, no de este mundo
o del de más allá, sino de toda la humanidad, se
había limitado a fruncir el ceño ya decir:
-Que en el fondo de todo esto están las relaciones entre
Sark y Florina. Quiero delatar estas relaciones y
destruirlas.
Abel sentía náuseas. Siempre, por todas partes, la eterna
preocupación de los mundos aislados que impedían,
una y otra vez, toda concentración inteligente sobre el
problema de la unidad de la Galaxia. Era indudable que
aquí y allá existían injusticias sociales. Era indudable que
a veces parecían imposibles de digerir, pero ¿quién
hubiera sido capaz de imaginar que estas injusticias podían
solucionarse a una escala menor que la galáctica?
En primer lugar, había que poner fin a la guerra ya la
rivalidad nacional y sólo entonces era posible ir contra las
miserias intestinas que, después de todo, tenían el
conflicto exterior como primera causa.
y Junz no era siquiera de Florina. No tenía siquiera esta
excusa para tener aquella cortedad de vista emocional.
-¿Qué representa Florina para usted? -le preguntó Abel.
Junz vaciló. Hizo una pausa y respondió:
-Advierto una analogía.
-Pero usted es de Libair... O por lo menos ésta es mi
impresión.
-Lo soy; pero en esto estriba la analogía. Ambos somos
extremos en una Galaxia media.
-¿Extremos? No le entiendo.
-En la pigmentación cutánea -dijo Junz-. Ellos son
naturalmente pálidos. Nosotros somos naturalmente oscuros.
Eso quiere decir algo. Nos une un lazo. Tenemos algo en
común. Me parece que nuestros antepasados
debieron sostener grandes conflictos por ser diferentes,
incluso por ser excluidos de la mayoría social. Nosotros
somos desgraciadamente blancos y oscuros, hermanos con una
diferencia.
Esta vez, con gran asombro de Abel Junz se detuvo. El tema
no volvió a tratarse nunca más.
Y ahora, al cabo de un año, sin la menor advertencia, sin
una previa intimación, en el preciso momento en que
podía esperarse quizá una solución pacífica de la tensa
situación, e incluso el mismo Junz daba síntomas de su
ardiente celo, todo estalló súbitamente.
El conflicto se encontró ante un Junz diferente, un Junz
cuyo rencor no estaba reservado a Sark, sino que
alcanzaba también a Abel.
-No es -decía Junz que me resienta del hecho de que sus
agentes anden detrás de mis talones. Es de suponer
que es usted cauteloso y no se puede fiar de nadie ni de
nada. Hasta aquí muy bien. Pero ¿por qué no fui
informado en cuanto localizó usted a su hombre?
La suave mano de Abel acariciaba la fina tela del brazo del
sillón.
-El asunto es complicado. Siempre complicado. Había
dispuesto que toda información procedente de un
investigador no autorizado referente a un asunto
espacio-analítico fuese comunicada a ciertos agentes míos, así
como a usted. Pensé incluso que podía usted necesitar
protección. Pero en Florina...
-Si -interrumpió Junz amargamente-. Fuimos unos locos al no
tener en cuenta eso. Pasamos casi un año
demostrando que podíamos encontrarlo en algún sitio de Sark.
Tenía que estar en Florina y en eso estuvimos
ciegos. En todo caso, ahora lo tenemos. O lo tiene usted, y
es de suponer que se arreglará que yo pueda verlo...
Abel no quiso contestar directamente. En su lugar, dijo:
-¿Dijo usted que le dijeron que este Khorow era un agente de
Trantor? -¿No loes? ¿Por qué mentirían? ¿O es
que están mal informados?
-Ni mienten, ni están mal informados. Hace diez años que es
agente nuestro y me preocupa que estén
enterados de ello. Esto hace que me pregunte qué más sabe de
nosotros y si no se tambalea toda nuestra
estructura, pero ¿no le hace a usted esto preguntarse por
qué le dijeron escuetamente que era uno de nuestros
agentes?
-Porque era la verdad, imagino, y para evitar, de una vez y
para siempre que siguiese importunándolos con
nuevas preguntas que sólo podían causar perturbaciones entre
nosotros y Trantor.
-La verdad es un método desacreditado entre diplomáticos.
Por otra parte. ¿qué mayores perturbaciones
pueden causarse ellos mismos que hacernos saber todo lo que
conocen acerca de nosotros, darnos la
oportunidad, antes de que sea demasiado tarde, de retirar
nuestra red averiada, zurcirla y tenderla nuevamente?
-Entonces conteste usted mismo su pregunta. -Yo diría que le
comunicaron a usted su conocimiento de la
verdadera identidad de Khorow como un rasgo de triunfo.
Sabían que el hecho de que lo supiesen no podía ya ni
favorecerles ni dañarles, puesto que yo supe desde hacía
doce horas que sabían que Khorow era uno de
nuestros hombres.
-Pero ¿cómo?
-Por la insinuación más imposible de error. Escuche. Hace
doce horas, Matt Khorow, agente de Trantor, fue
muerto por un agente de la patrulla de Florina. Los dos
florinianos que ocultaba en aquel momento, un hombre,
según todas las probabilidades el inspector de campo que
anda usted buscando, y una mujer, han huido, se han
desvanecido. Probablemente están en manos de los Nobles.
Junz lanzó un grito y se levantó de su asiento. Abel se
llevó un vaso a los labios con toda calma y dijo:
-Oficialmente, no puedo hacer nada. El muerto era un
floriniano y los dos desaparecidos, mientras no podamos
probar lo contrario, lo eran también. De manera que ya la
ve, nos ha ganado por la mano y ahora, encima, se
burlan de nosotros.
El patrullero
Rik vio cuándo mataron al Panadero. Lo vio derrumbarse sin
un grito, con el pecho destrozado y abrasado
echando humo bajo el silencioso ímpetu del explosivo. Fue
una visión que borró en él mucho de lo que había
precedido y casi todo lo que siguió.
Había el vago recuerdo de la primera aproximación del
patrullero, del lento pero intencionado gesto con que
sacó su arma. El Panadero había levantado la cabeza abriendo
los labios para decir una palabra que no tuvo
tiempo de formular. Una vez muerto, Rik sintió un chorro de
sangre afluir a sus oídos y el salvaje griterío de la
gente huyendo en todas direcciones como un río desbordado.
Durante un momento se borró el alivio que dos horas de sueño
habían producido en la mente de Rik. El
patrullero se había arrojado contra el grupo de hombres y
mujeres que aullaban como si fuesen un viscoso mar
de fango que había que atravesar. A Rik y Lona les cogió el
alud y les apartó. Había flujos y reflujos que
respondían a los movimientos de los vehículos de los
patrulleros que seguían avanzando. Valona arrastraba a
Rik hacia algún rincón de las afueras de la ciudad. Durante
algún tiempo fue el chiquillo asustado de ayer, no el
ya casi adulto de hoy. Aquella mañana había despertado en
medio de un alba gris que le hacía imposible ver en
aquella habitación sin ventanas en la que dormía. Durante
algunos minutos permaneció echado inspeccionando
su mente. Algo se había curado aquella noche; algo se había
conectado formando un todo. Llevaba ya dos días
a punto de que esto sucediese, desde aquel momento en que
empezó a «recordar». El proceso se completó el
día anterior. La entrada en Ciudad Alta y en la biblioteca,
la agresión contra el patrullero y la fuga que siguió, el
encuentro con el Panadero, todo había obrado como un
fermento. Las temblorosas fibras de su mente, desde
tan largo tiempo alteradas, habían sido estiradas, forzadas
a desplegar una dolorosa actividad, y ahora, después
del sueño, manifestaban una especie de débil latido.
Pensaba en el espacio y en as estrellas, en largas, largas
extensiones y en profundos silencios. Finalmente
volvió la cabeza y dijo:
-Lona...
Lona se despertó, incorporándose sobre un codo, y miró en su
dirección.
-¿Rik?
-Aquí estoy, Lona. -¿Estás bien?
-Sí... -No podía calmar su excitación-. Me siento bien,
Lona. ¡Escucha! Ahora recuerdo más cosas. Estaba en un
barco exactamente...
Pero ella no le escuchaba. Estaba poniéndose el traje y
dándole la espalda. Abrochó la parte delantera y se
puso el cinturón. Después se acercó a él.
-No quería dormir, Rik. He tratado de estar despierta.
-¿Ocurre algo? -preguntó Rik, sintiéndose contagiado por
su nerviosismo.
-¡Psss...! No hables tan alto. No ocurre nada.
-¿Dónde está el Edil?
-No está aquí. Ha... tenido que marcharse. ¿Por qué no te
vuelves a dormir, Rik?
Tendió un brazo hacia él en gesto de consuelo.
-Estoy bien -dijo él-. No quiero dormir. Quiero hablarle del
barco al Edil...
Pero el Edil no estaba allá y Lona no quería escucharla. Rik
se sometió y por primera vez sintió cierto rencor
contra Valona. Le trataba como si fuese un chiquillo y él
empezaba a sentirse como up hombre.
Una luz entró en la habitación y con ella la ancha figura
del Panadero. Rik lo miró entornando los ojos y quedó
un momento intimidado. No puso ninguna objeción cuando el
brazo de Valona rodeó sus hombros
reconfortándolo. Los gruesos labios del Panadero esbozaron
una sonrisa.
-Os habéis despertado temprano. Nadie contestó.
-Tanto mejor -continuó el panadero-. Tendréis que marcharos
hoy.
-¿No nos vas a entregar a los patrulleros? -preguntó Valona
con los labios secos.
Recordaba de qué manera había mirado a Rik una vez se hubo
marchado el Edil. Seguía mirando sólo a Rik.
-A los patrulleros, no, -dijo-. Las personas adecuadas han
sido informadas y estaréis en seguridad.
Salió, y cuando regresó; pocos instantes después, traía
comida, ropa y dos jofainas de agua. Las ropas eran
nuevas y parecían completamente extrañas. Estuvo mirándolos
mientras comieron, y dijo:
-Voy a daros nuevos nombres y nuevos pasados. Quiero que me
escuchéis y no lo olvidéis. No sois florianos,
¿comprendéis? Sois hermanos y venís del planeta Wotex.
Estabais visitando Florina...
Siguió explicando detalles, haciendo preguntas, escuchando
sus respuestas.
Rik estaba satisfecho de poder demostrar los progresos de su
memoria, de su capacidad de aprender, pero en
los ojos de Valona había una sombra de preocupación. El
Panadero no dejó de verlo. Dirigiéndose a la
muchacha, le dijo:
-Como me causes la menor molestia le mando a él solo y te
dejo atrás.
-No te causaré la menor molestia -dijo Valona retorciéndose
las manos espasmódicamente.
La mañana había avanzado ya cuando el Panadero se puso de
pie.
-¡Vamos! -dijo. Su último gesto fue meter plaquitas de cuero
negro en los bolsillos del pecho de todos.
Una vez fuera, Rik miró asombrado lo que podía ver de sí
mismo. No sabía que la indumentaria pudiese ser tan
complicada. El Panadero le había ayudado a vestirse, pero
¿quién le ayudaría a quitárselo? Valona no parecía
ya una campesina. Incluso sus piernas estaban cubiertas por
una materia delgada y sus zapatos estaban atados
a los tobillos de manera que tenía que balancearse
cautelosamente al andar.
Los transeúntes se detenían, juntándose, llamándose unos a
otros. La mayoría eran chiquillos, mujeres que iban
de compras y tipos errantes y desastrados. El Panadero no
parecía observar nada de todo esto. Llevaba un
grueso bastón que se encontraba de vez en cuando, como por
accidente, entre las piernas de los que se
acercaban demasiado.
Y entonces, cuando estaban sólo a cien metros de la
panadería y no habían doblado más que una esquina, la
parte más alejada de la muchedumbre pareció alborotarse y Rik
vio la figura negra y plata de un patrullero.
Así fue como ocurrió. El arma, la detonación, y de nuevo una
desesperada huida. ¿Existió acaso jamás un
tiempo en que el terror no se apoderase de él, en que la
sombra de un patrullero no siguiese sus pasos?
Se encontraron entre la suciedad de uno de los barrios
exteriores de la Ciudad. Valona jadeaba furiosamente; su
vestido nuevo tenía manchas de sudor.
-No puedo correr más -jadeó Rik.
-No tenemos más remedio.
-Me es imposible. Escucha. -Se echó atrás con firmeza para
resistir el tirón de la mano de la muchacha-.
¡Escúchame!
El miedo empezaba a alejarse de él.
-¿Por qué no seguimos adelante y hacemos lo que el Panadero
quería que hiciésemos? -preguntó.
-¿Cómo sabes lo que quería que hiciésemos? -dijo ella con
ansiedad.
Quería seguir adelante.
-Teníamos que fingir pertenecer a otro mundo y nos dio estas
ropas -dijo Rik excitado, sacando del bolsillo el
pequeño rectángulo, mirándolo por ambos lados y tratando de
abrirlo como si fuese una cartera.
No pudo. Era una sola hoja. Tanteó con los dedos y, al
ejercer una presión en una esquina, sintió que algo cedía
y la cara interior se convirtió en algo de una blancura
asombrosa. La diminuta escritura de la nueva superficie
era difícil de entender, pero comenzó a deletrear
laboriosamente las sílabas.
-Es un pasaporte -dijo finalmente.
-¿Qué es esto?
-Algo para que podamos irnos. -Estaba seguro de ello. Se lo
había metido en la cabeza. Una sola palabra,
«pasaporte», nada más ¿No lo ves? Quería que saliésemos de
Florina en una nave. Sigamos adelante.
-No -dijo ella-. Le detuvieron. Lo mataron. ¡No podemos,
Rik, no podemos!
Rik insistía, casi suplicaba.
-¡Pero es lo mejor que podemos hacer! No pueden esperar que
hagamos esto. Y no iremos en la nave que él
quería que tomásemos. Esa la vigilarán. Tomaremos otra nave.
Cualquier otra nave.
Una nave. Cualquier nave. Las palabras resonaban en sus
oídos. Le tenía sin cuidado que su idea fuese buena
o no. Quería tomar una nave. Quería encontrarse en el
espacio.
-¡Por favor, Lona!
-Muy bien -dijo ella-. Perfectamente. Si lo crees así... Sé
dónde está el puerto del espacio. Cuando era chiquilla
solíamos ir allá los días desocupados a ver desde lejos las
naves lanzarse al espacio.
De nuevo se pusieron en camino y sólo un ligero malestar
rascaba en vano las puertas de la conciencia de Rik.
Un vago recuerdo, no del remoto pasado, sino de un pasado
muy prximo; algo que debería recordar y no
podía.
Ahogó su pensamiento en la imagen de la nave que les estaba
esperando.
El floriniano de guardia en la entrada tenía su buena ración
de emociones aquella mañana, pero eran emociones
a larga distancia. La tarde anterior habían corrido
emocionantes versiones de patrulleros agredidos y osadas
fugas. Esta mañana las versiones se habían extendido y se hablaba
de patrulleros muertos.
No se atrevía a abandonar su puesto, pero alargaba el cuello
viendo pasar los vehículos del aire y los siniestros
patrulleros, y el contingente espacial iba reduciéndose y
reduciéndose hasta que no quedaba casi nada de él.
La ciudad estaba llena de patrulleros, pensó; la idea le
causó terror ya la vez una especie de embriaguez. ¿Por
qué tenía que hacerle feliz pensar en patrulleros muertos?
No le habían molestado nunca. Por lo menos, no
mucho. Tenía un buen cargo. No era como si fuese un estúpido
campesino. Pero se sentía feliz.
Apenas tuvo tiempo de fijarse en la pareja que tenía
delante, sudando, incómodos dentro de los extravagantes
trajes que los delataban como extranjeros. La mujer le
tendía un pasaporte por la ranura. Una mirada a ella, una
mirada al pasaporte, una mirada a la lista de plazas
reservadas. Apretó el botón indicado y hacia ella brotaron
dos cintas de película transparente.
-Pronto. Pónganselas en las muñecas y sigan -dijo.
-¿Qué nave es la nuestra? -preguntó la mujer con un cortés
susurro.
Aquello le gustó. Los extranjeros no eran frecuentes en el
espaciopuerto de Florina. Durante los últimos años
habían ido siendo más y más raros. Pero cuando venían no
eran ni patrulleros ni Nobles. No parecían darse
cuenta de que él no era más que un floriniano y le hablaban
cortésmente.
Le hizo sentirse dos pulgadas más alto.
-La encontrarán en la Sección , señora. Que tengan buen
viaje a Wotex -dijo con aires de gran señor.
Volvió a su tarea de llamar disimuladamente a sUs amigos de
la Ciudad en busca de nuevas informaciones y
tratar, todavía más disimuladamente, de captar alguna
interferencia de conversaciones privadas de Ciudad Alta.
Transcurrieron horas antes de que se diese cuenta de que
había cometido un espantoso error.
-¡Lona! -dijo Rik.
Le empujó el codo, señalando rápidamente y susurró:
-¡Ésta!
Valona miró perpleja la nave indicada. Era mucho más pequeña
que la nave de la Sección que marcaban
sus
billetes. Parecía más bruñida. Cuatro compuertas de aire
estaban abiertas y del portalón principal salía una larga
rampa que, como una lengua, se extendía hasta el nivel del
suelo.
-La están aireando -dijo Rik-. Generalmente ventilan siempre
las naves de pasajeros antes de emprender el
vuelo, para librarla del olor del oxígeno comprimido una y
otra vez.
-¿Cómo lo sabes? -preguntó Valona, mirándolo.
Rik sintió una ola de vanidad invadirlo.
-Lo sé; nada más. Ves, ahora no hay nadie dentro. Es
incómodo con la corriente de aire en circulación. No sé
cómo no hay más gente por aquí, de todos modos -añadió
mirando a su alrededor, inquieto-. ¿Era así cuando
venías a mirarlos?
A Valona le parecía que no, pero casi no lo recordaba. Los
recuerdos infantiles estaban muy lejos...
No había un solo patrullero a la vista cuando subieron la
rampa con las piernas vacilantes. La única gente que
veían eran empleados civiles absorbidos en su trabajo y
empequeñecidos por la distancia.
El aire corriente les azotó al entrar hasta el punto que
Valona tuvo que sujetarse la falda para evitar que el aire
hinchase su traje metiéndose por debajo de ella.
-¿Es siempre así? -preguntó-. No había entrado nunca en una
nave del espacio; no lo había soñado siquiera.
Apretó los labios y su corazón aumentó los latidos.
-No, sólo durante la aireación -dijo Rik.
Avanzaba alegre por los corredores de metal examinando los
compartimientos vacíos.
-Aquí -dijo. Era la despensa-. No tanto por la comida como
por el agua -añadió-. Sin comida se puede pasar
mucho tiempo.
Anduvo hurgando por los diferentes estantes y compartimientos
hasta que encontró un gran receptáculo con
tapa. Buscó con la vista un grifo con la esperanza de que no
hubiesen olvidado llenar los tanques de agua y
suspiró de satisfacción cuando ésta se vertió con el suave
correr del líquido.
-Ahora tomemos algunas latas. No muchas. No deben darse
cuenta.
Rik trataba desesperadamente de encontrar la manera de
evitar que les descubriesen. De nuevo buscó algo que
no podía recordar. De vez en cuando se encontraba todavía
delante de uno de aquellos fallos de su memoria y,
cobardemente, s evitaba, los negaba. Con cierta falta de
confianza, dijo:
-No vendrán sino en caso de peligro. ¿Tienes miedo, Lona?
-No tendré miedo contigo, Rik -dijo ella humildemente.
Hacía dos días, no, hacía doce días, había sido muy diferente.
Pero a bordo de la nave, por una especie de
transmutación de personalidad, no hacía preguntas, era Rik
quien era el adulto y ella la muchacha.
-No podremos usar luz porque notarían la toma de corriente
-dijo-, y para utilizar los lavabos tendremos que
esperar las horas de descanso y evitar pasar por delante de
ningún miembro de la tripulación.
La corriente de aire se cortó súbitamente. Ya no sentían en
sus rostros el frío contacto y el suave zumbido
dejaba que el silencio ocupase su lugar.
-Van a embarcar pronto y nos encontraremos en el espacio
-dijo Rik.
Valona no había visto jamás una tal expresión de júbilo en
su rostro. Era el enamorado yendo al encuentro de su
amada.
Si Rik se había sentido un hombre al despertar aquella
madrugada, era un gigante ahora extendiendo sus
brazos hasta los límites de la Galaxia. Las estrellas eran
sus canicas y las nebulosas telarañas que había que
apartar.
¡Estaba en una nave! Los recuerdos acudían a él a chorros y
otros se alejaban para dejar lugar a los nuevos,
olvidaba los campos de kyrt y el molino, y Valona cantándole
en la oscuridad. Eran sólo momentáneas grietas en
un todo que volvían ahora a él con los destrozados extremos
remendándose lentamente.
¡Era la nave! Si le hubiesen metido en una nave mucho tiempo
antes no hubiera tenido que esperar tanto a que
las células quemadas de su cerebro se regenerasen. Habló
suavemente a Valona en la oscuridad.
-Ahora no te preocupes. Vas a oír una vibración y oirás un
ruido, pero serán los motores. Sentirás un fuerte peso
sobre ti, pero será la aceleración.
El lenguaje floriniano no tenía palabras para expresar este
concepto y empleó otra palabra que acudió
normalmente a su cerebro y que Valona no entendió.
-¿Duele?
-Será un poco desagradable -dijo Rik-, porque no llevamos
dispositivo de antiaceleración para evitar la presión,
pero no durará. Mantente apoyada contra la pared y cuando te
sientas empujada contra ella, relájate. Ves, es el
principio...
Había elegido la pared apropiada ya medida que aumentaba el
zumbido de los impulsores hipertómicos, la
aparente gravedad disminuía y la pared que había sido
vertical iba haciéndose más y más diagonal.
Valona lanzó un gemido y se sumió en un jadeante silencio.
Sus gargantas se secaban mientras las paredes de
sus pechos, sin la protección de las franjas ni de los
absorbentes hidráulicos, trabajaban para liberar sus
pulmones lo suficiente para una pequeña inspiración de aire.
Rik consiguió articular las palabras suficientes para
hacer saber a Valona que estaba allí y calmar el terrible
miedo a lo desconocido que debía estar dominándola
ahora. Era sólo una nave, sólo una maravillosa nave; pero
era la primera vez que se encontraba en una de ellas.
-Cuando penetremos en el hiperespacio y cortemos la mayor
parte de la distancia entre las estrellas de una sola
vez, pegaremos un salto, desde luego, pero no debe
preocuparte -dijo-. No te darás siquiera cuenta. No es nada
comparado con esto. Una pequeña sacudida en tu interior y ya
ha pasado. -Pronunció estas palabras sílaba tras
sílaba, laboriosamente. Necesitó mucho tiempo.
Lentamente el peso de su pecho fue disminuyendo y la cadena
que los sujetaba a la pared invisible se estiró y
cayó. También ellos cayeron, jadeantes, al suelo.
Finalmente, Valona dijo:
-¿Te has hecho daño, Rik?
-¿Yo, daño? -Consiguió reírse. No había reaccionado del todo
todavía, pero le hacía reír la idea de que él
pudiese hacerse daño en una nave del espacio-. He vivido en
una nave años enteros, en otros tiempos. A veces
estaba meses sin aterrizar en un planeta. -¿Por qué?
-preguntó ella. Se había arrastrado hasta él y le ponía una
mano en la mejilla para cerciorarse de que estaba allí.
Rik pasó el brazo alrededor de su hombro y ella permaneció
apoyada contra él, inmóvil, aceptando el cambio.
-¿Por qué? -repitió ella.
Rik no podía recordar el porqué. Lo había hecho; había
odiado aterrizar en un planeta. Por alguna razón se
había visto obligado a permanecer en el espacio, pero no
podía recordar por qué. De nuevo evitó la brecha.
-Tenía una misión -dijo.
-Sí -dijo ella-. Analizabas la Nada.
-Exacto. -Estaba complacido. Es exactamente lo que hacía.
¿Sabes lo que quiere decir?
-No.
No esperaba que lo comprendiese, pero tenía que hablar.
Tenía que deleitarse con su memoria, sentir la
deliciosa embriaguez de poder evocar hechos pretéritos con
un solo gesto de su dedo mental.
-¿Comprendes? -prosiguió-, todo el material del universo
está formado por cien diferentes géneros de
substancias. A estas substancias las llamamos elementos. El
hierro y el cobre son elementos.
-Creí que eran metales.
-Y lo son, pero elementos también. Y el oxigeno y el
nitrógeno, el carbón y el paladium. Los más importantes de
todos, el hidrógeno y el helio. Son los más simples y los
más comunes.
-No había oído hablar nunca de ellos -dijo Valona
sinceramente.
-El noventa y cinco por ciento del Universo es hidrógeno y
la mayor parte del resto es helio. Incluso el espacio.
-Una vez me dijeron que el espacio es el vacío -dijo
Valona-. Dicen que quiere decir que no hay nada. ¿Es
falso?
-No del todo. No hay casi nada. Pero, comprendes, yo era un
analista del espacio, lo cual quiere decir que
andaba a través del espacio recogiendo las sumamente ínfimas
cantidades de elementos que encontraba y
analizándolas. Es decir, que decidía qué cantidad era
hidrógeno, qué cantidad helio y cuál otros elementos.
-¿Para qué?
-Bien..., es complicado. ¿Comprendes? La proporción de
elementos no es la misma en todas partes del
espacio. En algunos lugares hay más helio del normal; en
otras más sodio que lo normal; y así sucesivamente.
Estas regiones de composición analítica especial soplan a
través del espacio como corrientes de aire.,y es
importante saber en qué forma están combinadas estas
corrientes porque pueden explicar cómo fue creado el
universo y cómo se desarrolló
-¿Cómo lo explicarías? Rik vaciló un momento.
-Nadie lo sabe exactamente.
Siguió hablando precipitadamente, embarazado por aquel
inmenso cúmulo de conocimientos en el cual su
mente iba introduciéndose, temiendo que pudiese llegar
fácilmente a un final marcado con un cartel,
«desconocido», al pie de la pregunta... Súbitamente se le
ocurrió pensar que Valona, después de todo, no era
más que una campesina de Florina.
-Entonces -prosiguió-, de nuevo buscamos la densidad,
comprendes, el espesor de este gas del espacio en
todas las regiones de la Galaxia. Es diferente en sitios
diferentes y tenemos que saber exactamente cuál es, a
fin de permitir a las naves calcular en qué forma
desplazarse a través del hiperespacio. Es como... -Su voz se
apagó.
Valona se puso rígida y esperó que continuase, pero sólo
siguió el silencio. Su voz resonó ronca en la completa
oscuridad.
-¡Rik! ¿Qué pasa, Rik?
Seguía el silencio. Sus manos lo agarraron por los hombros,
sacudiéndole.
-¡Rik! ¡Rik!
Y fue la voz de Rik la que, en cierto modo, contestó. Una
voz débil, asustada, toda su alegría y su confianza
desvanecida.
-Lona. Hemos hecho algo mal.
-¿Qué ocurre? ¿Qué es lo que hemos hecho mal?
El recuerdo de la escena durante la cual el patrullero había
matado al panadero estaba en su mente, perfilada,
dura y clara, como evocada por su exacto recuerdo de tantas
otras cosas.
-No hubiésemos debido huir -dijo-. No deberíamos estar en
esta nave.
Temblaba sin poderse dominar y Valona trataba en vano de
secar la humedad de su frente con la mano.
-¿Por qué? -preguntó ella-. ¿Por qué?
-Porque hubiéramos debido saber que si el Panadero estaba
dispuesto a sacarnos de su casa de día era porque
no esperaba complicación alguna con los patrulleros.
¿Recuerdas al patrullero? ¿El que mató al Panadero?
-Sí.
-¿Recuerdas su rostro?
-No me atrevía a mirarlo.
-Yo sí; y aquí viene lo extraño, pero no pensé en ello. No
pensé. Lona, no era un patrullero. Era el Edil, Lona.
Era el Edil vestido de patrullero.
La dama
Samia de Fife tenía exactamente cinco pies de altura y cada
una de sus sesenta pulgadas estaban en un estado
de temblorosa exasperación. Pesaba una libra y media por
pulgada y en aquel momento las noventa libras
representaban dieciséis onzas de sólido furor.
Andaba rápidamente de un extremo a otro de la habitación con
su negro cabello peinado en espesa masa, su
estatura realzada por los agudos tacones y su estrecha
barbilla, con su pronunciada hendidura temblorosa.
-¡No, no, no lo hará! -decía-. ¡No puede hacerme esto a mí!
¡El capitán no puede hacerme esto!
Su voz era aguda y arrastraba el peso de la autoridad. El
capitán Racety se inclinó ante la tormenta.
Para cualquier floriniano el capitán Racety hubiese sido un
«Noble», sencillamente, nada más. Para todos los
florinianos cualquier sarkita era un Noble. Pero entre los
sarkitas había Nobles y Nobles. El capitán era un
simple Noble. Samia de Fife eran una verdadera Noble; o el
equivalente femenino de tal, lo cual equivalía a lo
mismo.
-¿Milady...? -preguntó.
-No tengo por qué recibir órdenes -dijo ella-. Tengo edad
suficiente. Soy dueña de mí misma y decido quedarme
aquí.
-Le ruego que comprenda, milady -dijo el capitán con
cautela-, que no se trata en absoluto de órdenes mías. No
me pidieron mi opinión. He recibido escuetamente órdenes de
lo que tengo que hacer.
Jugueteaba con la orden que tenía en la mano, embarazado.
Había tratado ya de mostrarle la prueba de su
deber dos veces y ella se había negado a tenerla en cuenta
como si al no quererla ver pudiese seguir negando,
con la conciencia tranquila, cuál era su deber.
-No me interesan en absoluto cuáles sean sus órdenes -dijo
ella una vez más, exactamente como antes.
Dio media vuelta con un fuerte taconeo y se alejó
rápidamente de él. El capitán la siguió, diciéndole suavemente:
-Las órdenes incluyeron instrucciones ordenándome que, en el
caso en que no se prestase usted a seguirme
voluntariamente, tendría que llevarla, si me permite
expresarme así, a la fuerza a la nave.
-¡Jamás osará usted hacer cosa semejante! -gritó ella.
-Cuando considero quién es el que me ha dado estas órdenes
osaría hacer cualquier cosa -respondió el capitán.
Samia probó los halagos y la zalamería.
-Capitán, diga la verdad, no hay un verdadero peligro. Todo
esto es ridículo, completamente loco. La Ciudad
está en calma. ¡Lo único que ha ocurrido fue que un
patrullero fue agredido ayer tarde en la biblioteca! ¡Eso es
todo!
-Esta madrugada ha sido agredido otro patrullero, también
por un floriniano.
Esto le hizo dar media vuelta, pero su piel olivácea y sus
ojos negros centellearon. .
-¿Y yo qué tengo que ver con eso? ¡No soy ningún patrullero!
-Milady, la nave está a punto. No tardará en zarpar. Tiene
usted que estar a bordo.
-¿Y mi trabajo? ¿Y mis investigaciones? ¿No se da cuenta?..
¡No, no se da cuenta!
El capitán no decía nada. Samia se había alejado de él. Su
reluciente traje de kyrt cobrizo con los adornos de
plata, ponía de relieve la extraordinaria y suave calidad de
sus brazos y sUs hombros. El capitán Racety la miró
con algo más que la ritual cortesía y humilde objetividad de
un mero sarkita ante una real dama. Se preguntaba
por qué aquel apetecible y delicioso bocado tenía que
consagrar su tiempo a seguir las investigaciones de los
doctos universitarios.
Samia sabía muy bien que su docto apasionamiento por la
ciencia la hacía objeto de irrisión para aquellos que
estaban acostumbrados a considerar a las aristocráticas
damas de Sark consagradas exclusivamente al brillo
de la política social y, eventualmente, actuando como
incubadoras de por lo menos, pero no más, dos futuros
nobles de Sark. No le importaba. La gente se acercaba a ella
y le preguntaba:
-¿Es verdad que escribes un libro, Samia? -y pedían verlo y
se reían.
Esto, las mujeres. Los hombres eran todavía peores, con su
amable condescendencia y su íntima convicción de
que les bastaría una mirada profunda o un brazo pasado
alrededor de su cintura para curarla de su absurda
manía y hacer que su atención se dirigiera hacia cosas de
verdadera importancia.
La cosa había cambiado, al menos por lo que podía recordar,
porque siempre había sido una entusiasta del kyrt.
¡El kyrt! ¡EI emperador, el dios de los tejidos! No había
metáfora capaz de describirlo.
Químicamente, era algo más que una variedad de celulosa. Los
químicos lo juraban, y sin embargo, con todos
sus instrumentos y teorías no habían conseguido explicar
nunca por qué en Florina, y sólo en Florina de toda la
Galaxia, la celulosa se convertía en kyrt. Era una cuestión
de estado físico, decían. Pero preguntadles de qué
forma exacta el estado físico cambiaba la composición de la
celulosa ordinaria y se quedaban mudos.
Había intentado salir originalmente de su ignorancia por su
nurse.
-¿Por qué brilla, Nanny? -Porque es kyrt, Miakins.
-¿Y por qué no brillan así las demás cosas?
-Porque no son kyrt, Miakins.
Yeso era todo. Hacía sólo tres años se había escrito una
monografía en dos volúmenes. Samia la leyó
cuidadosamente y se quedó como con las explicaciones de
Nanny. Kyrt era kyrt porque era kyrt. Las demás
cosas que no eran kyrt, no eran kyrt porque no eran kyrt.
Desde luego el kyrt no brillaba por sí mismo, sino que,
debidamente tejido, brillaba metálicamente al sol con
todos los colores a la vez. Otra forma de tratamiento podía
darle un brillo de diamante a la trama. Con un
pequeño esfuerzo podía hacérsele resistente a una
temperatura de grados centígrados; y
casi inmune a la
mayoría de las substancias químicas. Sus fibras podían
hilarse más delgadas que todos los demás materiales
sintéticos, y estas mismas fibras tenían una resistencia a
la tensión que ninguna aleación de acero conocida
podía doblar.
Tenía más usos, más versatilidad que cualquier otra
sustancia conocida. Si no fuese tan caro hubiese podido
utilizarse para sustituir al cristal, al metal o al plástico
en cualquiera de sus infinitas aplicaciones industriales. Era
el único material, usado para los puntos de mira de los
equipos ópticos, en los moldes de fundición de
hidrocronos usados en los motores hiperatómicos, y como
material ligero y de larga duración cuando el metal
era demasiado quebradizo o demasiado pesado.
Pero todo esto era, como se ha dicho, un uso a pequeña
escala, porque el empleo en gran cantidad era
prohibitivo. Actualmente la producción de kyrt de Florina se
empleaba en la manufactura de telas usadas para
las vestiduras más fabulosas de la historia de la Galaxia.
Florina vestía a la aristocracia de millones de mundos,
y la producción de kyrt de un solo mundo, de Florina, tenía
por lo tanto que ser distribuida con parquedad. Veinte
mujeres de un solo mundo podían usar vestiduras de kyrt, dos
mil podían llegar a una chaqueta de vestir del
mismo material, o quizás un par de guantes. Veinte millones
más esperaban a distancia anhelando poseerlo.
El millón de mundos de la Galaxia usaba una expresión
corriente para designar a los snobs. Era el único
idiotismo de lenguaje que se entendía con exactitud en todas
partes. Decía: « ¡Cualquiera diría que se suena
con kyrt! »
Cuando Samia fue mayor le preguntó a su padre:
-¿Qué es el kyrt, papá?
-Es tu pan y tu mantequilla, Mia.
-¿El mío?
-No sólo el tuyo, Mia. El pan y la mantequilla de todo Sark
¡Desde luego! Comprendió la razón fácilmente. Ni un solo
mundo de la Galaxia había intentado cultivar kyrt en
su propio suelo. Al principio, Sark había aplicado la pena
de muerte a todo el que, indígena o no, fuese
descubierto sacando kyrt fuera del planeta. Eso no había
evitado las salidas clandestinas, y con el transcurso de
los siglos la verdad brilló en Sark y la pena fue abolida.
Se dispensaba buena acogida a los hombres que
viniesen de cualquier parte a cambiar semilla de kyrt al
precio (peso por peso, desde luego) de tela de kyrt tejida.
Esto era posible porque resultó que el kyrt cultivado en
cualquier parte de la Galaxia, menos en Florina, era
simple celulosa. Blanco, blando, débil e inútil. No era
siquiera un buen algodón.
¿Había algo en el suelo? ¿Algo en las características de la
irradiación del sol de Florina? ¿Algo en la
composición bacteriológica de la vida de Florina? Se había
probado todo. Se habían tomado muestras del suelo
de Florina. Se construyeron arcos eléctricos duplicando el
espectro conocido del sol de Florina. Suelos
forasteros se habían contaminado con bacterias de Florina. Y
siempre el kyrt crecía blanco, débil, blando e inútil.
Había sobre el kyrt mucho más que decir de lo que se había
dicho. Había mucho más material que el contenido
en las memorias técnicas, en las revistas de investigación o
incluso en libros de viajes. Durante cinco años
Samia había estado soñando escribir un libro sobre la
verdadera historia del kyrt, de la tierra que lo producía y
del pueblo que lo cultivaba.
Era un sueño rodeado de burlas e ironías, pero ella se
aferraba a él. Insistía en ir a Florina. Pasaría una
temporada en los campos y algunos meses en los molinos. Iría
a...
Pero ¿qué importaba lo que quisiere hacer? Recibía Órdenes
de marcharse...
Con el súbito impulso que caracterizaba todos sus actos tomó
su decisión. Sería capaz de luchar desde Sark.
Se prometió a sí misma estar de regreso en Florina dentro de
una semana. Volviéndose al capitán le dijo
fríamente:
-¿Cuándo salimos?
Samia permaneció detrás de la portilla de observación
mientras Florina fue visible. Era un mundo verde,
primaveral, con un clima mucho más agradable que Sark. Había
proyectado estudiar a los indígenas. No le
gustaban los florinianos de Sark, hombres insípidos que no
se atrevían a mirarla cuando pasaba y se alejaban
de ella de acuerdo con la ley. En su propio mundo, sin
embargo, los indígenas, según era universalmente
conocido, eran felices e indolentes. Irresponsables como
chiquillos, desde luego, pero tenían su encanto.
El capitán Racety interrumpió sus sueños.
-Milady -le dijo-, ¿quiere retirarse a su habitación? Samia
levantó la vista, con una profunda arruga entre las
cejas.
-¿Qué nuevas órdenes ha recibido usted, capitán Racety? ¿Soy
acaso una prisionera?
-En modo alguno. Es una simple precaución. El espaciopuerto
estaba inusitadamente vacío antes de esta
situación. Parece que ha tenido lugar un nuevo asesinato,
también por parte de un floriniano, y el contingente de
patrullas del puerto se ha unido a los demás en la caza al
hombre por la Ciudad.
-¿Y cuál es la relación de todo esto conmigo?
-Es sólo que en estas circunstancias, ante las cuales
hubiera debido reaccionar colocando un centinela de vista
(no quiero disminuir mi propia falta), personas no
autorizadas podrían haber fletado la nave.
-¿Por qué razón?
-No puedo decirlo, pero difícilmente para causarnos placer.
-Está usted imaginando novelas, capitán.
-Temo que no, milady. Nuestros energómetros eran, desde
luego, inútiles dentro de la distancia planetaria del
sol de Florina, pero ahora no es éste el caso y temo que
haya un definitivo exceso de radiación de calor en los
Departamentos de Urgencia.
-¿Habla usted en serio?
El rostro delgado e inexpresivo del capitán la miró
fríamente durante un momento.
-La radiación es equivalente a la que producirían dos
personas ordinarias.
-O un generador de calor que alguien ha olvidado cerrar.
-No hay pérdida alguna en nuestra producción de energía, mi
lady. Estamos dispuestos a hacer una
investigación, milady, y sólo le rogamos que antes se retire
a su habitación.
Samia asintió silenciosamente y salió. Dos minutos más tarde
la pausada voz del capitán decía por los tubos de
intercomunicación:
-Avería en los Departamentos de Urgencia.
Myrlyn Terens, si hubiese cedido tan sólo un poco a la
tensión de sus nervios, hubiera podido sufrir un ataque de
histeria. Había tardado un instante de más en regresar a la
panadería. Los otros se habían marchado ya y sólo
por suerte los encontró en la calle. Su acción les había sido
dictada; no había sido algo de su elección; y ahora
el Panadero yacía allí muerto, horrible, ante sus ojos.
Después, con la muchedumbre arremolinándose, Rik y
Valona desvaneciéndose entre los transeúntes y los
patrulleros, los verdaderos patrulleros haciendo su aparición
de buitre... ¿qué podría hacer?
Su primer impulso de correr detrás de Rik pronto
desapareció. No: serviría de nada. No conseguiría encontrarlos
y había muchas probabilidades de que los patrulleros no
fallasen al dispararle a él. Tomó otra dirección, hacia la
panadería.
Su única probabilidad residía en la organización misma pe
los patrulleros. Había habido generaciones de vida
tranquila. Por lo menos no había habido rebeliones en
Florina dignas de tal nombre durante dos siglos. La
institución de los Ediles (hizo una mueca feroz al pensar en
ello) había hecho maravillas y desde entonces los
patrulleros no tenían más que una vaga misión policíaca.
Carecían de aquel espíritu de cuerpo que se hubiese
desarrollado en ellos en condiciones más violentas.
Le fue posible entrar en una estación de patrulla al alba,
pese a que su identidad hubiese sido ya recibida, si
bien debió ser poco atendida. El solitario patrullero de
guardia era una mezcla de indiferencia y torpeza que le
pidió que expusiese su asunto, y su asunto comprendía una
porra de plástico que había recogido en una cabaña
de los suburbios.
Una vez la porra hubo caído sobre el cráneo del patrullero,
hubo un cambio de armas y vestidos. La lista de sus
crímenes era ya tan formidable que no se tomó la molestia de
comprobar si el patrullero estaba muerto.
Sin embargo, se encontraba todavía libre y la herrumbrosa
maquinaria de la justicia patrullera había, hasta
entonces, chirriado contra él en vano.
Llegó a la panadería. El viejo ayudante, de pie delante de
la puerta, trataba en vano de averiguar el motivo de
toda aquella alteración y lanzó un gemido ante la aparición
de un patrullero negro y plata y desapareció en el
interior de la tienda.
El Edil entró tras él, agarrando el harinoso cuello del
ayudante con su robusto puño y retorciéndolo.
-¿Adónde iba el Panadero?
Los labios del pobre hombre se abrieron pero no salió de
ellos ningún sonido.
-Acabo de matar a un hombre hace dos minutos -dijo el Edil-.
No me importa matar otro.
-¡Por favor! ¡Por favor! ¡No lo sé, Edil! -Pues vas a morir
por no saberlo.
-¡Pero si no me lo dijo! Habló de no sé qué reservas...
-Has oído algo, ¿verdad? ¿Qué más has oído?
-Mencionó Wotex una vez. Me parece que las reservas eran
para una nave del espacio.
Terens le empujó con fuerza. Tendría que esperar. Tenía que
esperar a que se calmase lo peor de la excitación
exterior. Tendría que enfrentarse con la llegada de
auténticos patrulleros a la panadería. Pero no por mucho
tiempo, Podía imaginar lo que harían sus compañeros. Con Rik
no se podía contar, desde luego, pero Valona
era una muchacha inteligente. Por su forma de huir debieron
tomarlo por un verdadero patrullero y con toda
seguridad Valona debió decidir que su única seguridad
estribaba en continuar con el plan de la fuga que el
Panadero había preparado.
El Panadero les había reservado algo. Una nave del espacio
debía estar esperando. Debían estar allí, y él tenía
que estar allí también primero.
Este era el punto crucial de la situación. Nada más
importaba. Si perdía a Rik perdía el arma potencial contra los
tiranos de Sark; su vida era una pequeña pérdida adicional.
Así, pues, cuando salió, lo hizo con plena tranquilidad, a
pesar de que era ya de día, a pesar de que los
patrulleros tenían que saber ya que el hombre que buscaban
iba vestido de patrullero, ya pesar de que los
vehículos del aire eran fácilmente visibles.
Terens conocía la nave del espacio a que debían referirse.
No había más que una de ese tipo en el planeta.
Había doce más de menor tamaño en Ciudad Alta para uso
privado, como yates aéreos, y centenares más
esparcidas por todo el planeta para uso exclusivo de los
cargueros que transportaban gigantescas balas de tela
de kyrt con destino a Sark y traían a cambio maquinaria y
otros artículos de consumo común. Pero entre todos
ellos había sólo una nave destinada al transporte de
pasajeros, para los pobres sarkitas, funcionarios civiles
florinianos y los escasos forasteros que conseguían un
permiso para visitar Florina.
El floriniano de guardia en la puerta del aeropuerto observó
la aproximación de Terens con síntomas de vivo
interés. El vacío que le rodeaba había llegado a ser
insoportable.
-Salud, señor -dijo, con visible calor en el tono de su voz.
Después de todo, estaban matando patrulleros-. ¿Hay
mucha excitación en la Ciudad, no es eso?
Terens no mordió el cebo. Había bajado la visera de su gorra
y cerrado su chaqueta hasta arriba. Con un
gruñido, contestó:
-¿Han entrado en el puerto dos personas, un hombre y una
mujer, en camino hacia Wotex?
El portero pareció sorprendido. Tragó saliva y en voz baja
respondió:
-Sí, oficial. Hará cosa de media hora. Quizá menos.
-Súbitamente se sonrojó. ¿Hay alguna relación entre ellos
y...? Tenían reservas que estaban completamente en
orden. No hubiera dejado pasar extranjeros si no estuviesen
completamente en regla.
Terens no le hizo caso. ¡Completamente en regla! El panadero
había conseguido prepararlo en el transcurso de
una noche. ¿Hasta qué profundidad llegaba la organización
del espionaje de Trantor de la administración
sarkita?
-¿Qué nombres dieron? -Gareth y Hansa Barne.
-¿Ha salido ya su nave? ¡Pronto! ¡Pronto!
-No... no, señor. -¿Qué sección?
-Diecisiete.
Terens hizo un esfuerzo por no correr, pero su paso no
estaba muy lejos de ello. De haber habido algún
auténtico patrullero que le viese, aquella rápida y poco
digna manera de correr hubiera sido su último paso hacia
la libertad.
Un oficial del espacio, de uniforme, estaba de pie al lado
de la compuerta principal de aire de la nave, Terens
jadeaba un poco.
-¿Han subido ya a bordo Gareth y Hansa Barne? -preguntó.
-No -respondió el oficial lacónicamente. Era un sarkita y
para él un patrullero era sólo otro hombre de uniforme-.
¿Ha recibido usted algún mensaje?
-¡No han embarcado! -exclamó Terens perdiendo la paciencia.
-Eso he dicho. y no esperaremos. Saldremos a la hora, con o
sin ellos.
Terens se alejó y llegó de nuevo al vigilante de la puerta.
-¿Han salido?
-¿Quién, señor?
-Los Barne. Los que se iban a Wotex. No están a bordo de la
nave. ¿Han salido?
-No, señor. Que yo sepa, no. -¿y las otras salidas?
-No hay más salidas, señor, esta es la única puerta.
-¡Compruébalo miserable idiota!
El portero descolgó el tubo de comunicación presa del
pánico. Jamás un patrullero le había hablado en aquel
tono y temía los resultados. A los dos minutos volvió a
colgar.
-No ha salido nadie, señor.
Terens le miró. Bajo su gorra negra aparecía el cabello de
color de arena, del que brotaba sudor que corría por
sus mejillas.
-¿Ha salido del puerto alguna nave desde que ellos entraron?
El portero consultó el cuadro de marcha.
-Una -dijo-. La nave de línea Endeavor.
Deseoso de ganarse el favor del colérico patrullero, siguió
dándole informaciones.
-La Endeavor hace un viaje especial para llevar de regreso a
Florina a lady Samia de Fife.
No se tomó la molestia de explicarle en detalle por qué
refinada manera de escuchar detrás de las puertas se
había enterado de aquella «información confidencial».
Pero para Terens ya nada importaba. Emprendió el regreso
lentamente. Eliminemos lo imposible y lo que queda,
por improbable que sea, es la verdad. Rik y Valona habían
entrado en el aeropuerto. No habían sido detenidos,
pues con toda seguridad el portero lo sabría. No andaban
tranquilamente rondando por el puerto, pues a estas
horas ya hubiesen sido detenidos. No estaban en la nave para
la cual tenían los billetes. Y no habían salido del
campo. La única nave que había salido era la Endeavor. En
ella, por consiguiente, quizá como prisioneros, quizá
como polizontes, iban Rik y Valona.
Y ambas versiones eran equivalentes. Si iban como polizontes
no tardarían en ir como cautivos. Sólo una
campesina floriniana y un desgraciado demente podían no
comprender que ir como polizontes en una nave
moderna del espacio era imposible. ¡Y de todas las naves del
espacio habían elegido la que llevaba la hija del
Señor de Fife!
¡El Señor de Fife!
El Señor
El Señor de Fife era el individuo más importante de Sark, y
por esta razón no le gustaba que le viesen de pie.
Como su hija, era bajo, pero, al contrario que ella, no era
perfectamente proporcionado, ya que su falta de
estatura residía principalmente en sus piernas. Su rostro
era incluso robusto y su cabeza indudablemente
majestuosa, pero todo su cuerpo descansaba sobre unas
piernas diminutas que tenían que hacer un esfuerzo
para llevarlo.
Estaba, pues, sentado detrás de su mesa de trabajo y, a
excepción de su hija, sus sirvientes personales y,
cuando estaba en vida, su esposa, nadie le había visto nunca
en otra posición.
Allí parecía el hombre que era, con su enorme cabeza de
amplia boca casi sin labios, su dilatada nariz y su
partida y avanzada barbilla que podía parecer
alternativamente benigna o inflexible. Llevaba el cabello echado
hacia atrás y, prescindiendo de la moda, le caía hasta casi
los hombros con tonalidades negro-azuladas sin el
menor toque de gris. Una sombra azulada marcaba los lugares
de sus mejillas, labios y barbilla donde el barbero
floriniano ejercía sus funciones dos veces al día.
El Señor adoptaba una actitud estudiada y lo sabía. Había
aprendido a controlar su rostro y mantenía sus manos
de cortos dedos apoyadas en la superficie de la mesa
completamente desnuda. No había sobre ella un papel,
un tubo de comunicación, ni un adorno. Por esta misma
simplicidad la presencia del Señor quedaba realzada.
Hablaba con su pálido secretario, de un blanco de pez, en el
tono especial y sin vida que reservaba a los
empleados civiles de Florina.
-¿Presumo que han aceptado?
No le cabía duda acerca de la respuesta. En el mismo tono
sin vida, el secretario respondió:
-El Señor de Bort ha declarado que la urgencia de asuntos
anteriores le impedía acudir antes de las tres.
-¿Y qué le ha dicho usted...?
-Le he dicho que la naturaleza de este asunto hacía
desaconsejable cualquier retraso.
-¿El resultado?
-Estará aquí, señor. Los demás han aceptado sin reservas.
Fife sonrió. Media hora antes o después no tenía
importancia; era una cuestión de principios, nada más. Los
Grandes Señores eran demasiado susceptibles en cuestión de
independencia y esta independencia había que
mantenerla.
Ahora esperaba. La habitación era grande. Los lugares para
los demás estaban preparados. El voluminoso
cronómetro, cuya diminuta chispa de radiactividad no había
fallado desde hacía mil años, marcaba las dos
veintiún minutos.
¡Qué explosión durante los dos últimos días! El viejo
cronómetro podía ahora ser testigo de acontecimientos
iguales a los del pasado.
Y sin embargo, el cronómetro había visto muchas cosas
durante su vida. Cuando contó sus primeros minutos,
Sark era un nuevo mundo de flamantes ciudades con dudosos
contactos con otros mundos más antiguos. El
instrumento estaba entonces colgado en la pared del viejo
edificio de ladrillos que hoy estaban reducidos a
polvo. Había lanzado incluso su voz durante tres cortos
«imperios» sarkitas, cuando los indisciplina dos
soldados de Sark conseguían gobernar durante períodos más o
menos largos media docena de mundos
circundantes. Sus átomos radiactivos habían hecho explosión
durante dos períodos, en que las flotas de los
mundos vecinos dictaron su política sobre Sark.
Hacía quinientos años, había marcado el tiempo cuando Sark
descubrió que el mundo más cercano a él,
Florina, poseía en su suelo un tesoro. Marcó pausadamente
los minutos durante dos guerras victoriosas y
señaló la hora del restablecimiento de la paz. Sark había
abandonado el imperio, absorbido estrechamente
Florina y alcanzado el poderío de una forma que ni siquiera
Trantor podía igualar.
Trantor anhelaba poseer Florina y otras potencias la habían
anhelado también. Los siglos habían definido
Florina como un mundo hacia el cual se tendían codiciosas
todas la manos en el espacio. Pero había sido Sark
el mundo que lo había agarrado y Sark, antes que soltar su
presa, aceptaría una guerra en la Galaxia.
¡Trantor lo sabía! ¡Trantor lo sabía!
Era como si el silencioso cronómetro entonase una canción de
cuna en el cerebro del Señor.
Eran las dos veintitrés.
Hacía cerca de un año que los cinco Grandes Señores de Sark
se habían reunido. Entonces, como ahora, se
reunieron en el gran vestíbulo. Entonces como ahora, los
Señores, diseminados por la faz del planeta, cada cual
en su propio continente, se habían reunido en
personificación trifásica.
En sentido lato, equivalía a una televisión tridimensional
de tamaño natural con sonido y color. El duplicado
podía encontrarse en cualquier casa acomodada de Sark. Donde
iba más allá de lo ordinario era en la carencia
de todo receptor visible. A excepción de Fife, los Señores
presentes lo estaban en todos los sentidos, salvo en el
de la realidad tridimensional.
El cuerpo del Señor de Rune estaba sentado en las Antípodas,
el único continente en el cual en aquellos
momentos era de noche. El área cúbica que rodeaba
inmediatamente su imagen en el despacho de Fife tenía el
frío y blanco brillo de la luz artificial, atenuado por la
brillante luz del día que la rodeaba.
Reunidos en una habitación, en cuerpo o en imagen, estaba
todo Sark. Era una curiosa y no demasiado heroica
personificación del planeta. Rune era calvo y colorado,
mientras BaIle era arrugado y gris. Steen iba empolvado
y pintado y tenía la desesperada sonrisa del hombre agotado
que pretende aparentar una fuerza que no tiene
ya, y Bort delataba su indiferencia hacia las comodidades
humanas con su barba de dos días y sus uñas sucias.
Y sin embargo, eran los cinco Grandes Señores.
Eran las cumbres de tres categorías de poderes reinantes en
Sark. El más bajo era, desde luego, el Servicio
Civil de Florina, que permanecía estático ante todas las
vicisitudes que marcaban el alza y baja de las nobles
casas de Sark. Eran ellos quienes engrasaban los ejes y
hacían funcionar los engranajes del gobierno. Por
encima de ellos estaban los ministros y jefes de
departamento nombrados por el hereditario (e inofensivo) Jefe
del Estado. Sus nombres y el mismo Jefe debían constar
necesariamente en todos los documentos oficiales
para darles validez, pero sus Únicos deberes eran estampar
firmas.
La más alta categoría estaba formada por estos cinco, cada
uno de los cuales disponía de un continente con la
tácita autorización de los otros cuatro. Eran cabezas de
familia que controlaban el mayor volumen del comercio
de kyrt y de los ingresos de él derivados. En realidad era
el dinero lo que daba el poder y, eventualmente,
dictaba la política de Sark y ellos lo tenían. Y, de los
cinco, era Fife el que tenía más.
El Señor de Fife se había reunido con ellos aquel día, hacía
cerca de un año, y dirigiéndose a los dueños del
planeta que ocupaba el segundo lugar en la Galaxia en orden
de riqueza, les había dicho:
-He recibido un curioso mensaje. Nadie dijo nada. Esperaban.
Fife tendió una película de metalite a su secretario, el
cual fue de una figura sentada a otra, levantándolo para
que pudieran verlo bien y permaneciendo el tiempo necesario
para que lo leyesen.
Para cada uno de los cuatro que asistían a la conferencia en
el despacho de Fife sólo él era real, y los otros,
incluyendo a Fife, sombras. La película de metalite era una
sombra también. Sólo podían permanecer sentados
y observar los rayos de luz que atravesaban los vastos
sectores mundiales desde el continente de Fife a los de
BaIle, Bort, Steen y el continente insular de Rune. Los
mundos que leían eran sombras en la sombra.
Sólo Bort, poco dado a la sutileza, lo olvidó y tendió la
mano para coger el mensaje. Inmediatamente se sonrojó,
y en el acto retiró la mano.
-Bien, ya lo han visto ustedes -dijo Fife-. Si no tienen
inconveniente, voy ahora a leerlo en voz alta a fin de que
consideren ustedes su significado.
Se inclinó adelante, y su secretario, apresurando el paso,
consiguió colocar la película en la posición
conveniente para que Fife pudiese cogerla sin perder un
instante.
Fife leía pausadamente, dando un tono dramático a las
palabras. como si el mensaje fuese suyo y gozase
proclamándolo.
-Éste es el mensaje -dijo-. Eres el Gran Señor de Sark y
nadie puede competir contigo en poderío y riqueza, y
sin embargo, este poderío y esta riqueza reposan sobre
frágiles fundamentos. Puedes creer que una producción
planetaria de kyrt como la que existe en Florina no es, bajo
ningún concepto, unos frágiles cimientos, pero ¿te
has preguntado hasta cuándo existirá Florina? ¿Para siempre?
»¡No! Florina puede ser destruido mañana. Puede existir
durante mil años. De los dos casos, es más probable
que sea destruido mañana. No por mí desde luego, sino de una
forma que no podemos predecir ni evitar.
Considera esta destrucción. Considera, también, que tu
poderío y tu riqueza han terminado ya, porque pido la
mayor parte de ellos. Tendrás tiempo para pensar en ello,
pero no demasiado.
»Trata de esperar demasiado y anunciaré a toda la Galaxia, y
particularmente a Florina, la verdad acerca de la
destrucción que os aguarda. Después de esto no habrá más
kyrt, ni poderío, ni riqueza. Tampoco para mí, pero
yo ya estoy acostumbrado a ello. Tampoco para vosotros, y
esto será extremadamente grave, porque habéis
nacido en medio de grandes riquezas.
»Dadme la mayor parte de vuestras propiedades en la cantidad
y la forma que os dictaré en el próximo futuro y
permaneceréis en posesión de lo que os quede. No os quedará gran
cosa comparado con que poseéis hoy,
desde luego, pero siempre será más que nada, como ocurrirá
en caso contrario. No despreciéis tampoco este
remanente. Florina puede durar tanto como vuestra vida, y
viviréis, si no pródigamente, por lo menos con
comodidad.
Fife había terminado. Dio vuelta al mensaje en sus manos y
lo dobló suavemente dentro de un cilindro plateado
transparente, a través del cual las letras esparcidas
aparecían en un rojo opaco. Con su voz más natural, dijo:
-Es una carta divertida. No lleva firma y el estilo de la
carta, como habéis oído, es soberbio y ampuloso. ¿Qué
pensáis de eso, Señores?
En el rudo rostro de Rune se pintaba el descontento. -A
todas luces es obra de un hombre que no está lejos de
la psicosis. Escribe como si fuera una novela histórica.
Francamente, Fife, no considero que esta porquería sea
una excusa lógica para romper nuestras tradiciones de
autonomía continental reuniéndonos a todos, y no me
gusta que todo esto tenga lugar en presencia de tu
secretario.
-¿Mi secretario? ¿Porque es floriniano? ¿Temes acaso que su
mente se inquiete por esta tontería? ¡Absurdo! -
Su tono pasaba del humorístico a las escuetas sílabas de
mando-. Vuélvete al Señor de Rune.
El secretario obedeció. Tenía los ojos discretamente bajos y
su blanco rostro permanecía inalterable. Parecía
casi ajeno a la vida.
-Este floriniano -dijo Fife, indiferente a su presencia, es
mi secretario particular. No se separa nunca de mí ni
tiene contacto con sus semejantes. Pero no por eso es
absolutamente digno de confianza. Mirad lo. Mirad sus
ojos. ¿No veis claramente que ha pasado por la prueba
psíquica? Es incapaz de cualquier idea que fuese ni
remotamente desleal para conmigo. Sin ánimo de ofenderos,
diría que antes confiaría en él que en ninguno de
vosotros.
-No te censuro -dijo Bort, echándose a reír-. Ninguno de
nosotros te debe la lealtad de un servidor floriniano
sometido a prueba.
Steen se agitaba en su sillón como si fuese calentándose
gradualmente.
Ninguno de ellos hizo la menor objeción al uso de la prueba
psíquica sobre sus servidores personales. A Fife le
hubiera sorprendido profundamente que no hubiese sido así.
El uso de la prueba psíquica por cualquier otra
razón que el tratamiento de un desarreglo mental estaba
prohibido. O la supresión de instintos criminales.
Estrictamente hablando, les estaba prohibido incluso a los
Grandes Señores.
Y sin embargo, Fife lo empleaba siempre que lo juzgaba
necesario, especialmente cuando el sujeto era
floriniano. La prueba en un sarkita era un asunto mucho más
delicado. El Señor de Steen, cuya agitación al oír
hablar de la prueba no había pasado desapercibida para Fife,
tenía la reputación de utilizar la prueba sobre los
florinianos de ambos sexos con fines muy ajenos a los del
secretario.
-Ahora bien -prosiguió Fife, juntando sus gruesos dedos-; no
os he reunido aquí para leeros esta estúpida carta.
Eso, espero, está entendido. Temo, sin embargo, que tengamos
un importante problema entre manos. Antes
que nada me pregunto ¿por qué preocuparme sólo por mí? Soy el
más rico de los Señores, desde luego, pero
yo solo no controlo más que una tercera parte del comercio
de kyrt. Juntos los cinco, lo controlamos todo. Es
muy fácil hacer cinco celo-copias de una carta, tan fácil
como hacer una sola.
-Empleas demasiadas palabras -murmuró Bort-. ¿Qué quieres?
Los marchitos e incoloros labios de BaIle se agitaron en su
rostro gris y taciturno.
-Quiere saber, Señor de Bort, si hemos recibido copia de la
carta.
-Deja que lo diga él.
-Me parece que lo estaba diciendo -dijo Fife impasible, ¿Y
bien?
Se miraron el uno al otro, con aire receloso o retador,
según la personalidad de cada cual.
Rune fue el primero en hablar. Su rostro rosado estaba lleno
de sudor y, sacando un cuadrado de tela de kyrt, se
secó la grasa que manaba entre los pliegues que cruzaban su
rostro de oreja a oreja.
-No lo sé, Fife -dijo-. Puedo preguntárselo a mis
secretarios, que son todos sarkitas, dicho sea de paso.
Después de todo, aunque una carta de esta especie hubiese
llegado a mi despacho hubiera sido sólo
considerada como una. ¿cómo podría llamarlo?, como una
broma. No hubiera llegado nunca a mis manos. Esto
es seguro. Es sólo tu peculiar sistema de secretaría lo que
ha impedido que te evitases todo este cuento.
Dirigió una mirada circular sonriendo y mostrando entre sus
labios muy húmedos la hilera de dientes artificiales
de acero-cromo. Cada uno de ellos estaba profundamente
hundido, sujeto a la mandíbula, y era más sólido de lo
que cualquier diente de esmalte podría ser. Su sonrisa era
también más aterradora que su expresión de
ferocidad.
-Me parece que lo que acaba de decir Rune cuenta para todos
nosotros -dijo BaIle encogiéndose de hombros.
-No leo nunca el correo -saltó Steen-. No, nunca. Es tan
aburrido, y llega tal cantidad que no tengo tiempo,
verdaderamente.
Miró a su alrededor como si considerase necesario convencer
a todo el mundo de la importancia de este hecho.
-¡Cuentos! -exclamó Bort-. ¿Qué os pasa a todos? ¿Tenéis
miedo de Fife? Mira, Fife, no tengo secretario
porque no necesito ninguno entre mis negocios y yo. He
recibido copia de esta carta y estoy seguro de que
estos tres también. ¿Quieres saber lo que hice con la mía?
La tiré al cesto de los papeles. Y te aconsejo que
hagas lo mismo con la tuya. Acabemos con esto. Estoy
cansado.
Tendió la mano para pulsar el botón que cortaría el contacto
y borraría su imagen de la presencia de Fife.
-Espera, Bort -resonó dura la voz de Fife-. No hagas eso. No
estoy derrotado todavía. ¿No querrás que
tomemos medidas y decisiones en tu ausencia?
-Sigamos, Señor de Bort -rogó Rune en tono suave, pese a que
sus pequeños ojos hundidos en la grasa no
fuesen particularmente amables-. Me pregunto por qué se
preocupa Fife por esta tontería.
-Bien -dijo BaIle con su voz seca que hería los oídos-,
quizá Fife imagina que nuestro amigo el autor de la carta
tiene información acerca de un ataque de Trantor a Florina.
-¡Bah! -dijo Fife con desprecio-. ¡Cómo iba a tenerlas!
Nuestro servicio secreto es eficaz, te lo aseguro. ¿Y cómo
pararía el ataque si recibía nuestras posesiones como
soborno? No, no... Habla de la destrucción de Florina
como si se refiriese a una destrucción física, no política.
-Todo esto es demasiado joco... -dijo Steen. -¿Sí? -
preguntó Fife-. ¿Entonces no ves el significado de los
acontecimientos de estas dos últimas semanas?
-¿Qué acontecimientos? -Parece que ha desaparecido un
analista del espacio. Supongo que lo habrás oído
decir.
Bort parecía contrariado, pero en modo alguno más tranquilo.
-Se lo he oído decir a Abel, de Trantor. ¿Y qué hay? No sé
nada de los analistas del espacio.
-¿Por lo menos habrás leído la copia de su último mensaje a
su base de Sark antes de que se diese el parte de
su desaparición?
-Abel me lo enseñó. No le presté atención.
-¿Y el resto de vosotros? -dijo Fife, retándolos uno tras
otro con la mirada-. ¿Vuestra memoria puede retroceder
una semana?
-Lo leí -dijo Rune-. Lo recuerdo también. Hablaba igualmente
de destrucción, desde luego. ¿Es eso lo que
quieres decir?
-Estaba lleno de insinuaciones sin sentido -dijo Steen con
voz vibrante-. Espero que no vayamos a discutir eso
ahora. Me costó mucho librarme de Abel, y era la hora de
cenar, además. Muy molesto, de verdad.
-No hay más remedio, Steen -dijo Fife con acentuada
impaciencia-. Tenemos que hablar de ello nuevamente. El
analista del espacio habló de la destrucción de Florina.
Coincidiendo con su desaparición recibimos mensajes
amenazándonos también con la destrucción de Florina. ¿Es
esto una coincidencia?
-¿Quieres decir que el analista del espacio ha mandado el
mensaje como chantaje? -susurró el viejo BaIle.
-No es probable. ¿Por qué decirlo primero con su propio
nombre y después anónimamente?
-Cuando habló de ello por primera vez hablaba con su
departamento, no con nosotros -dijo BaIle.
-Aun así. Un chantajista no trata más que con su víctima, si
puede evitar otra cosa.
-¿Entonces...?
-Ha desaparecido. Creo que el analista es honrado, pero
radió una información peligrosa. Está ahora en manos
de los otros que no son honrados y son los chantajistas.
-¿Qué otros?
Fife se arrellanó' en su sillón y sus labios apenas se
movieron. -¿Lo preguntas seriamente? ¡Trantor! -¡Trantor! -
exclamó Steen estremeciéndose. » ¿Por qué no? ¿Qué mejor
camino para alcanzar el control de Florina? Es
una de las principales ambiciones de su política extranjera;
y si pueden conseguirlo sin guerra, tanto mejor para
ellos. Mirad, si cedemos ante este imposible ultimátum,
Florina es suya. Nos ofrecen un poco... -levantó los
dedos dejando un corto espacio entre ellos-, pero ¿cuánto
tiempo conservaríamos ni eso siquiera?
»Por otra parte, supongamos que no hacemos caso de esto, y
realmente no tenemos elección. ¿Qué hará
entonces Trantor? Pues sembrar rumores del fin inminente del
mundo de Florina entre los campesinos. Y si los
rumores se esparcen y se siembra el pánico, ¿qué puede
ocurrir sino el desastre? ¿Qué fuerza puede inducir a
un hombre a obrar si cree que el fin del mundo puede llegar
mañana? Las cosechas se pudrirán. Los depósitos
quedarán vacíos.
Steen se llevó un dedo a la mejilla para arreglarse el colorete
mirándose en el espejo de su habitación, fuera del
radio visual del tubo transmisor.
-No creo que eso pudiese hacernos mucho daño -dijo-. Si la
producción baja, ¿no subirán los precios? Y
después resultará que Florina sigue en su sitio y los campesinos
volverán al trabajo. Además, siempre podemos
amenazar con reducir las exportaciones. No veo, realmente,
cómo cualquier mundo civilizado pueda vivir sin
kyrt. ¡Ah, sí, es el rey Kyrt, desde luego! Mucho ruido para
nada.
Adoptó una actitud' de aburrimiento con el dedo
delicadamente colocado sobre su mejilla. BaIle había cerrado
sus cansados ojos desde hacía rato.
-Es imposible que haya una subida de precios ya -dijo-.
Hemos llegado al tope.
-Exacto -dijo Fife-. No llegaremos a una seria dislocación,
de todos modos. Trantor espera el menor signo de
desorden en Florina. Si pueden ofrecer a la Galaxia la
perspectiva de un Sark incapaz de garantizar los
embarques de kyrt, lo más natural sería que hiciesen lo
necesario para mantener lo que ellos llaman orden y
asegurar los envíos de kyrt. Y el peligro estaría en que los
mundos libres de la Galaxia se unirían probablemente
a ellos por interés en el kyrt. Especialmente si Trantor
ofrece romper el monopolio, aumentar la producción y
reducir los precios. Después, ya será otra historia; pero
entre tanto conseguirían su apoyo. Es la única forma
lógica como Trantor podría apoderarse de Florina. Si se
tratase de una simple muestra de fuerza, la Galaxia
libre de fuera de la zona de influencia de Trantor se uniría
a nosotros por su propia protección.
-¿Y cómo entra en todo esto el analista del espacio?
-preguntó Rune-. ¿Es necesario? Si tu historia es cierta,
esto lo explicaría todo.
-Creo que lo es. Estos analistas del espacio son, en su
mayoría, desequilibrados, y éste ha creado -los dedos de
Fife dibujaron en el aire una vaga estructura una teoría
alocada. No tiene importancia cuál sea, Trantor no puede
permitir que circule, o el Centro Analítico del Espacio la
refutaría. Apoderarse de este hombre y conocer los
detalles les daría, sin embargo, algo que tendría un valor
superficial para los no-especialistas. Podrían utilizarlo,
hacer que pareciera real. El Centro es un pelele de Trantor,
y sus negativas, una vez la historia se hubiese
propagado por medio de rumores seudocientíficos, no tendría
nunca la fuerza suficiente para sofocar la mentira.
-Me parece muy complicado -dijo Bort-. Tonterías. No pueden
dejarlo aparecer, pero, una vez más, aparecerá.
-No pueden dejarlo aparecer como una noticia seria y
científica; ni siquiera que llegue al Centro como tal -dijo
Fife pacientemente-. Pero sí dejar que se filtre como rumor.
¿No lo ves así?
-¿Entonces por qué está el viejo Abel perdiendo el tiempo en
busca del analista del espacio?
-¿Quieres que anuncie públicamente que le ha vencido? Lo que
Abel hace y lo que parece que hace son dos
cosas muy distintas.
-Bien -dijo Rune-, tienes razón. ¿Qué debemos hacer?
-Conocemos el peligro y esto es lo importante -dijo Fife-.
Encontraremos al analista, si podemos. Tenemos que
vigilar estrechamente a todos los agentes conocidos de
Trantorsinmeternos directamente con ellos. Por sus
actos podemos conocer el curso de los acontecimientos
futuros. Debemos suprimir radicalmente en Florina toda
propaganda sobre la destrucción del planeta. El más leve
murmullo puede encontrarse instantáneamente con un
contraataque de lo más violento, Por encima de todo, debemos
seguir unidos. Este es el verdadero propósito de
esta reunión, a mi modo de ver; la formación de un frente
común. Todos sabemos cuanto se refiere a la
autonomía continental y tened la seguridad de que no hay
mejor defensor de ella que yo. Esto en circunstancias
ordinarias. Pero éstas no lo son: ¿Lo veis así?
Más o menos a regañadientes, porque la autonomía continental
no era cosa para abandonarse a la ligera, lo
vieron así.
Entonces -dijo Fife-, esperaremos la segunda jugada.
Eso había ocurrido un año antes. Fue el fracaso más extraño
y completo que pudo caer sobre el Señor de Fife
durante su moderadamente larga y algo más que moderadamente
audaz carrera.
No hubo segunda jugada. Ninguno de ellos volvió a recibir
carta alguna. El analista del espacio siguió perdido
mientras Trantor proseguía su inútil investigación. No hubo
ni rastro de apocalípticos rumores en Florina, y el
cultivo y recolección del kyrt siguió su apacible curso.
El Señor de Rune adquirió la costumbre de llamar a Fife cada
semana.
-Fife-solía decir-. ¿Hay algo nuevo? -Toda su masa grasienta
se estremecía por la risa que salía difícilmente de
su garganta,
Fife se tomaba la cosa con calma. ¿Qué podía hacer? Una y
otra vez pesaba los hechos. Era inútil. Faltaba
algo. Faltaba algún factor vital.
Y entonces todo estalló a la vez y no hubo contestación.
Sabía que no había contestación y fue lo que él no
había esperado. Convocó una nueva reunión y el cronómetro
marcaba las dos veintinueve.
Empezaban a aparecer. El primero Bort, después Steen, con el
rostro lavado y limpio de pintura, ofreciendo un
pálido y malsano aspecto. BaIle, indiferente y cansado, las
mejillas hundidas, el brazo en su mullido sillón, un
vaso de leche caliente a su lado. El último Rune, con dos
minutos de retraso, los labios húmedos y siempre en la
oscuridad. Esta vez la luz era tan tenue que no parecía más
que una vaga sombra sentada en un cubo de
sombras que las luces de Fife no hubieran podido iluminar
aunque hubiesen tenido la fuerza del sol de Sark.
-¡Señores! -comenzó Fife-. El año pasado especulé sobre un
lejano y complicado peligro. Al hacerlo, caí en una
trampa. El peligro existe, pero no es distante, es cercano,
muy cercano. Uno de Vosotros sabe lo que quiero
decir. Los otros lo sabrán en breve.
-¿Qué quieres decir? -preguntó Bort secamente. -¡Alta
traición! -exclamó Fife.
El fugitivo
Myrlyn Terens era un hombre de acción. Se decía esto a sí
mismo como excusa, porque mientras abandonaba
el puerto espacial se sentía paralizado.
Tenía que mantener su paso cuidadosamente. No demasiado
despacio porque podría parecer que ganduleaba.
No demasiado de prisa porque podría parecer que corría.
Pausadamente, como andaría un patrullero, un
patrullero que estuviese de servicio y fuese a tomar su
coche terrestre.
¡Si tan sólo pudiese tomar uno! Pero conducir no entraba
dentro de la instrucción de un floriniano, ni siquiera de
un Edil floriniano, de manera que trató de no pensar en ello
y siguió andando despacio y en silencio.
Y se sentía casi demasiado débil para caminar. Podía no ser
un hombre de acción, pero durante un día, una
noche y parte de otro día había obrado activamente. Había
agotado toda su reserva de energía.
Y sin embargo no se atrevía a detenerse. Si hubiese sido de
noche hubiera encontrado algunas horas para
pensar antes de decidir el nuevo paso a dar. Pero no
disponía más que de sus piernas.
Si pudiese pensar. Ahí estaba todo. Si pudiese pensar...
Si pudiese suprimir todo movimiento, toda acción... Si
pudiese dar orden al universo de que se detuviese por
unos instantes, mientras él profundizaba la situación...
Debía haber alguna manera.
Penetró en las acogedoras sombras de Ciudad Baja. Seguía
caminando como se lo había visto hacer a los
patrulleros. Las calles estaban desiertas. Los indígenas se
habían refugiado en sus cabañas. Tanto mejor.
El Edil eligió su casa cuidadosamente, Era mejor elegir una
de las buenas, con plástico de colores en las
paredes y cristal polarizado en las ventanas. Siguió un
corto sendero hasta la casa. Estaba un poco hundida en
la calle, otro signo de calidad. Sabía que no tendría
necesidad de golpear en la puerta ni de romperla. Mientras
subía la rampa se había producido un visible movimiento en
una de las ventanas. (Generaciones de necesidad
habían capacitado a un floriniano para saber cuándo se
aproximaba un patrullero.) La puerta se abriría, y la
puerta se abrió.
La abrió una muchacha joven con un círculo blanco alrededor
de los ojos. Iba vestida con un traje cuyos adornos
demostraban el esfuerzo de sus padres por elevar su
categoría por encima del ordinario «vulgo floriniano». Se
apartó un poco para dejarle pasar, jadeando ligeramente.
El Edil le hizo signo de que cerrase la puerta.
-¿Está en casa tu padre, muchacha?
-¡Pa...! -gritó la chiquilla. Y, jadeante, añadió-: Sí,
señor.
«Pa» aparecía humildemente desde otra habitación. Andaba
despacio. No era nada nuevo para él que en la
puerta hubiese un patrullero; pero consideraba más seguro
que la chiquilla le abriese la puerta. Era menos fácil
que fuese derribada inmediatamente que si abría él, si por
casualidad el patrullero estaba encolerizado.
-¿Tu nombre? -preguntó el Edil.
-Jacof, para servirle, señor.
El uniforme del Edil llevaba un pequeño carnet de notas en
el bolsillo. Lo abrió, lo estudió brevemente, hizo una
rápida marca y dijo:
-Jacof... sí, Quiero ver a todos los miembros de la familia.
¡Pronto!
Si hubiese sido capaz de sentir otra cosa que una opresión
casi sin esperanzas, Terens casi se hubiese
divertido. No era inmune a los seductores placeres de la
autoridad.
Aparecieron todos. Una mujer delgada, inquieta, con un
chiquillo de unos dos años en los brazos. La chiquilla
que le había abierto la puerta y un hermano más pequeño.
-¿Eso es todo? -Todo, señor -dijo humildemente.
-¿Puedo ocuparme del pequeño? -preguntó la mujer con ansia-.
Es la hora de la siesta. Iba a meterlo en la
cama -levantaba al chiquillo en alto como si la imagen de la
inocencia pudiese ablandar el corazón de un
patrullero.
El Edil no la miró. Un patrullero, pensó, no la hubiese
mirado y él era un patrullero.
-Acuéstelo y dele un terrón de azúcar para que se calle;
¡Ahora tú, Jacof!
-Sí, señor.
-¿Eres persona responsable, verdad, muchacho? -un indígena
de la edad que fuese era siempre un
«muchacho».
-Sí, señor. -Los ojos de Jacof brillaron y sus hombros se
enderezaron ligeramente-. Soy empleado de un "centro
alimenticio. Sé matemáticas superiores, divisiones y
logaritmos.
Sí, pensó el Edil, te han enseñado cómo servirse de una
tabla de logaritmos ya pronunciar este nombre.
Conocía el tipo. Aquel hombre estaba más orgulloso de sus
logaritmos que un Noble de su yate. El cristal
polarizado de sus ventanas era la consecuencia de los
logaritmos y los ladrillos de colores delataban las
matemáticas superiores. Su desprecio por el indígena
ineducado sería igual al del Noble medio por todos los
indígenas y su odio más intenso por tener que vivir entre
ellos y porque le considerasen como uno -de ellos sus
superiores"
-¿Crees en la ley, verdad, muchacho, y en los buenos Nobles?
-prosiguió el Edil manteniendo su impresionante
ficción con la consulta de la libreta.
-Mi marido es un buen hombre -saltó la mujer con animación-.
No ha tenido nunca disgustos. No se mete en
líos. Ni yo tampoco. Tampoco los chiquillos. Siempre...
-Sí, sí... -dijo Terens haciéndola callar con un gesto-.
Bien, mira, muchacho. Te vas a sentar aquí y hacer lo que
te diré. Necesito la lista de todos los que viven en este
bloque de casas. Nombres, direcciones, lo que hacen y
qué clase de muchachos son. Especialmente esto último. Si
hay algunos de estos perturbadores, quiero saberlo.
Vamos a hacer limpieza. ¿Entendido?
-Sí, señor. Sí, señor. En primer lugar está Husting. Vive
allí, al final del bloque. Es...
-No, no, así no. Dale un trozo de papel, tú. Ahora siéntate
y escríbelo todo. Escribe despacio, porque no puedo
leer vuestras patas de gallo.
-Tengo la mano acostumbrada a escribir, señor.
-Veamos, pues.
Jacof se puso manos a la obra escribiendo lentamente. Su
mujer le observaba por encima del hombro. Terens
se dirigió hacia la chiquilla que le había abierto la
puerta.
-Ponte en la ventana y dime si ves más patrulleros por aquí.
Puedo querer hablar con ellos. Pero no les llames.
Dímelo nada más.
Y entonces, por fin, pudo descansar. Había conseguido
hacerse un momentáneo refugio en medio del peligro.
Salvo el ruido del chiquillo, chupando en un rincón, el
silencio era absoluto. Le advertirían de la posible
aproximación del enemigo y podría intentar una escapatoria.
Ahora podía pensar.
En primar lugar, su papel como patrullero casi había
terminado. Probablemente, todas las salidas de la ciudad
estaban bloqueadas y sabían que no podía utilizar medios de
transporte más complicados que un scooter
diamagnético. Los patrulleros de investigación no tardarían
en comprender que sólo con un fraccionamiento
sistemático de la ciudad, bloque por bloque, casa por casa,
podían apoderarse de su hombre.
Una vez lo hubiesen decidido es evidente que empezarían por
las afueras de la ciudad, avanzando hacia el
interior. En este caso, aquella casa sería de las primeras
en ser registrada, de manera que el margen de que
disponía era relativamente limitado.
Hasta entonces, pese a su llamativo uniforme negro y plata,
éste había sido efectivo. Los indígenas no habían
dudado de él. No se habían detenido al ver la palidez de su
rostro floriniano. Ver un uniforme había bastado.
Pero la verdad no tardaría en aparecer ante los sabuesos. En
el acto radiarían instrucciones a los indígenas de
que desconfiasen de todo patrullero que no pudiese exhibir
su documentación en regla, especialmente si tenía
un rostro pálido y el cabello de arena. Se darían órdenes a
todos los patrulleros auténticos. Se ofrecerían
recompensas. Quizá no hubiese más de un indígena por ciento
capaz de poner en duda la legitimidad de un
uniforme, pero este uno bastaba.
De manera que tenía que dejar de ser un patrullero.
Este era un punto. Ahora otro: A partir de ahora no estaría
seguro en ninguna parte de Florina. Matar a un
patrullero era el más negro de los crímenes y dentro de
cincuenta años, si fuese capaz de eludir la captura
durante tanto tiempo; la persecución seguiría con el mismo
calor. De manera que tenía que marcharse de
Florina.
¿Cómo? Bien, se daba un día más de vida. Era un cálculo
generoso. Esto suponía atribuir a los patrulleros un
máximo de estupidez ya él un máximo de suerte. En cierto
sentido, era una verdadera ventaja. Sólo veinticuatro
horas de vida no eran algo muy arriesgados. Significaba que
podía correr riesgos que ningún hombre en su
sano juicio se atrevería a correr.
Se levantó. Jacof levantó la vista de su papel.
-No he terminado todavía -dijo-. Escribo con mucho cuidado.
-Déjame ver lo que has escrito. Miró el papel que le había
tendido.
-Ya basta. Si vienen otros patrulleros no pierdas el tiempo
diciéndoles que has hecho ya una lista. Haz lo que te
digan. ¿Viene alguno, ahora?
-No, señor -dijo la chiquilla desde la ventana-. ¿Salgo a la
calle a mirar?
-No es necesario. Veamos. ¿Dónde está el más próximo
ascensor?
-A un cuarto de milla hacia la izquierda. Saliendo de la
casa... -Bien, bien. Voy a salir. Un grupo de patrulleros
desembocó en la calle en el momento en que el ascensor se
detenía en el suelo delante del Edil. Su corazón
latió con fuerza. La busca sistemática había empezado y
estaban ya sobre sus talones.
Un minuto más tarde, latiéndole todavía con fuerza el
corazón, el ascensor se detenía al nivel del suelo de
Ciudad Alta. Allí no había abrigo. Ni pilares, ni techo
cementoide encima de él. Tenía la impresión de ser un
punto negro que se moviese entre el resplandor de los
suntuosos edificios. Le parecía que era visible desde dos
millas en todas las direcciones, y desde cinco desde el
cielo. Era como si grandes flechas le señalasen.
No había patrulleros a la vista. Los Nobles que pasaban la
miraban con indiferencia. Si un patrullero era motivo
de terror para un floriniano, no era absolutamente nada para
un Noble. Si algo podía salvarle era aquello.
Tenía una vaga idea de la geografía de Ciudad Alta. Por
alguna parte de aquella sección estaba Ciudad Jardín.
El paso más lógico era preguntar direcciones, el segundo
entrar en el primer edificio de moderada altura y
asomarse desde una de las diversas terrazas. La primera era
irrealizable; un patrullero no pregunta direcciones.
Lo segundo, demasiado arriesgado. En el interior de un
edificio un patrullero sería mucho más conspicuo.
Demasiado...
Echó sencillamente a andar siguiendo la dirección que la
memoria le dictaba por los mapas que había visto, Era
indudablemente Ciudad Jardín la que encontró cinco minutos
más tarde.
Ciudad Jardín era una extensión verde y cultivada de unos
cien acres de extensión. En Sark, la Ciudad Jardín
tenía una exagerada reputación de que se la destinaba a
diversos usos, desde la bucólica paz a las orgías
nocturnas. En Florina, los que habían oído hablar vagamente
de esta la imaginaban de diez a cien veces su real
extensión y de cien a mil veces su auténtica lujuria.
La realidad era bastante agradable. Con el templado clima de
Florina, el jardín estaba todo el año verde; tenía
zonas de césped, arbolado y grutas rocosas. En el centro
había un gran estanque con peces decorativos en el
que los chiquillos podían jugar. Por las noches era
artísticamente iluminado con luces de colores hasta que
empezaba la suave lluvia. Entre el crepúsculo y la lluvia el
parque alcanzaba su máximo de animación. Había
baile, espectáculos tridimensionales y parejas que se
perdían por los senderos.
Terens no había entrado nunca en él. Al entrar lo encontró
de una artificialidad repelente. Sabía que las rocas
que pisaba, el agua y los árboles que veía a su alrededor,
todo reposaba sobre Un suelo de cementoide yeso le
contrariaba. Pensaba en los campos de kyrt, vastos y llanos
y las cordilleras montañosas del sur. Despreciaba
toda aquella artificialidad construida en medio de un
paisaje de magnificencia.
Durante media hora Terens anduvo errante al azar por los
paseos. Lo que tenía quehacer, tenía que hacerlo en
Ciudad Jardín. Incluso aquí podía ser imposible. En otro
lugar, era imposible de verdad.
Nadie le vio. Nadie advirtió su presencia. De eso estaba
seguro. Preguntaba a los muchachos nobles que
pasaron por su lado: «¿Habéis visto a un patrullero en el
parque ayer?» Lo mismo hubiera podido preguntar si
habían visto una oruga cruzar el camino.
El parque estaba demasiado tranquilo. Empezó a notar que su
pánico aumentaba. Bajó un camino y finas
escaleras hasta llegar a una hondonada circular formada por
una serie de curvas destinadas a albergar a las
parejas sorprendidas por la lluvia de la noche. (Eran más
las sorprendidos por otras causas que la casualidad.)
Y entonces vio la que estaba buscando. ¡Un hombre! ¡Un
Noble, mejor dicho! Un Noble andando arriba y abajo,
fumando la colilla de un cigarro con fuertes chupadas y
tirándolo finalmente al suelo, donde se apagó. Miró su
reloj.
No había nadie más en la hondonada. Era un sitio hecho para
la tarde y la noche. Aquel hombre esperaba a
alguien. Eso era obvio. Terens miró hacia atrás. Nadie le
seguía. Podía quizás encontrar otra oportunidad, desde
luego, pero no podía dejar escapar aquélla. Se dirigió hacia
el Noble. Este no le vio, no obstante, hasta que
Terens le dijo:
-Si me hace el favor...
Fue muy respetuoso, eso sí, pero un Noble no está
acostumbrado a que un patrullero le toque el codo de forma
respetuosa o no.
-¿Qué diablos...? -dijo.
Terens no abandonó ni el respeto ni la autoridad de su tono.
(Hazle hablar. Haz que fije sus ojos en los tuyos
durante medio minuto...)
-Por aquí, señor... -dijo-. Es referente al asesino indígena
que se busca por toda la ciudad., .
-¿De qué diablos está usted hablando?
-Es sólo cosa de un momento.
Disimuladamente, Terens había sacado su nervio de buey. El
Noble no tuvo tiempo de verlo. Silbó un poco y el
Noble se enrigideció y cayó.
El Edil no había levantado nunca la mano contra un Noble. Le
sorprendió la desagradable sensación de
culpabilidad que experimentaba. Seguía sin haber nadie ala
vista. Arrastró el cuerpo inconsciente con sus ojos
vidriosos abiertos hasta la cueva más próxima y lo metió en
lo más hondo.
Desnudó el cuerpo con dificultad a causa de la rigidez de
sus brazos y piernas. Se quitó el polvoriento uniforme
de patrullero y se vistió. Por primera vez tuvo la sensación
de sentir tela de kyrt entre sus dedos y una parte de
su cuerpo.
Acabó de vestirse y se puso el casquete. Este era necesario.
Los casquetes no estaban muy de moda entre la
gente joven pero algunos lo usaban todavía y éste
afortunadamente era uno de ellos. Para Terens era
indispensable, pues de lo contrario su cabello de arena
hubiese hecho su mascarada imposible. Se puso el
casquete hundiéndolo hasta las orejas.
Después hizo lo que había que hacer. El asesinato de un
patrullero no era, por lo que pudo darse cuenta, el
último de sus crímenes. Ajustó su abrasador al máximo de
dispersión y lo apuntó hacia el inconsciente
ciudadano. A los diez segundos sólo quedaba una masa informe
y abrasada cuya difícil identificación
desorientaría a los perseguidores. Redujo el uniforme de
patrullero a un polvo blanquecino y retiro de él botones
y hebillas de plata para hacer más difíciles las pesquisas.
Quizás en el fondo ganaba una hora, pero valía la
pena también.
Era ya hora de marcharse sin más tardanza. Se detuvo sólo un
momento en la entrada de la cueva para
husmear . El abrasador funcionaba bien. Sólo quedaba un leve
olor de carne abrasada que la brisa no tardaría
en disipar en pocos minutos.
Iba bajando las escaleras cuando se cruzó con una muchacha
que subía. De momento, bajó la vista por
cuestión de costumbre. Era una Dama. Los volvió a levantar a
tiempo para ver que era joven, bien parecida, y
que tenía prisa.
Terens apretó las mandíbulas. No lo encontraría, desde
luego. Pero llegaba tarde, de lo contrario él no hubiera
mirado el reloj de aquella manera.. Podría pensar que,
cansado de esperar, se había marchado. Apretó un poco
el paso. No quería que la muchacha corriese tras él jadeante
y le preguntara si lo había visto.
Salió del parque, caminando sin rumbo. Pasó media hora más.
¿Qué haría ahora? Ya no era patrullero; era un Noble. Se
detuvo en una pequeña plazuela en cuyo centro había
una fuente rodeada de césped. Se había añadido al agua una
buena cantidad de detergente, de manera que
formaba espuma y burbujas con una vistosa iridiscencia. Se
apoyó en la barandilla de espaldas al sol poniente y
poco a poco, uno a uno, fue dejando caer trozos de plata
ennegrecida en el fondo del estanque.
Entretanto pensaba en la muchacha que se había cruzado con
él. Era muy joven. Después pensó en la Ciudad
Baja y el momentáneo espasmo de remordimiento huyó de él.
Los restos plateados habían desaparecido y tenía las manos
vacías. Lentamente empezó a registrar sus
bolsillos esforzándose en que pareciese natural. El
contenido de los bolsillos no tenía nada de
extraordinario. Un manojo de llaves de plata, algunas
monedas, un carnet de identidad. (¡Bendito Sark!
¡Incluso los Nobles lo llevaban! Pero ellos no tenían que
exhibírselo a cada patrullero que pasaba por la
calle.)
Su nombre, al parecer, era Alstare Deamone. Esperaba no tener
que usarlo. Ciudad Alta sólo tenía diez mil
habitantes entre hombres, mujeres y niños. La probabilidad
de conocer entre ellos a alguien que conociese
personalmente a Deamone era muy remota, pero no era
insignificante tampoco.
Tenía veintinueve años. De nuevo hizo un esfuerzo por
reprimir las náuseas que le producía el recuerdo de
lo que había dejado en la cueva. Un Noble era un Noble.
¿Cuántos florinianos de veintinueve años habían
encontrado la muerte en sus manos o por orden suya? ¿Cuántos
florinianos de veintinueve años?
Tenía también una dirección, pero no tenía para él
significado alguno. Su conocimiento de Ciudad Alta era
rudimentario.
¡Oh... ! Un retrato en color de un chiquillo de unos tres
años en tres dimensiones. ¿Un hijo suyo? ¿Un
sobrino? Estaba la muchacha aquella del parque, de manera
que... no podía ser su hijo, ¿verdad?
¿O estaba casado? ¿Era la cita una de aquellas que se llaman
«clandestinas»? ¿Tendría lugar aquella cita
a plena luz del día? ¿Por qué no, en ciertas circunstancias?
Terens así lo esperaba. Si la muchacha tenía cita con un
hombre casado, no se daría prisa en señalar su
ausencia. Pensaría más bien que no había podido dejar a su
mujer... Eso le daría tiempo.
No, no era verdad. Los chiquillos, jugando al escondite,
tropezarían con los restos y saldrían gritando. Tenía
que ocurrir antes de las veinticuatro horas.
Volvió una vez más al contenido de los bolsillos. Un carnet
de piloto de yate. Lo hizo a un lado. Todos los
sarkitas ricos tenían yate y lo pilotaban. Era la locura del
siglo. Finalmente, algunos talones de una cuenta
corriente de un banco listos podían utilizarse
temporalmente.
Entonces recordó que no había comido desde la noche
anterior, en la panadería. ¡Con qué rapidez se da uno
cuenta de que tiene hambre!
Volvió a examinar el título de piloto de yate. Un momento...
Con la muerte de su dueño, el yate no estaba en uso
ahora... y era su yate. Estaba amarrado en la sección ,
puerto . Bien...
¿Dónde estaría puerto ? No tenía la menor idea... Apoyó su
frente sobre la frescura de la barandilla del
estanque. ¿Qué hacer? ¿Qué hacer ahora? Una voz le produjo
un sobresalto.
-¡Hola! ¿Está usted enfermo?
Terens levantó la cabeza. Era un Noble anciano. Fumaba un
largo cigarrillo de una hierba aromática y de su
muñeca pendía, al final de una cadena de oro, una especie de
piedra verde. Tenía una expresión de amabilidad
que de momento dejó a Terens sorprendido, hasta que recordó
que también él pertenecía a su clase social
ahora. Los Nobles eran seres humanos decentes y educados
entre ellos.
-Estaba descansando -respondió Terens-. Decidí dar un paseo
y he perdido la noción del tiempo. Ya es tarde
para asistir a una cita que tenía.
Movió la mano con un gesto de indiferencia. Gracias a su
larga asociación con los sarkitas podía imitar bastante
bien su acento, pero no cometió el error de exagerarlo. Era
más fácil descubrir la exageración que la
insuficiencia.
-Nos hemos quedado sin skeeter, ¿eh? -dijo el otro como si
le divirtiese la locura de la juventud.
-No tengo skeeter -confesó Terens.
-Tome el mío -le ofreció el otro en el acto-. Está aparcado
en la misma puerta. Fije los controles y vuelva a
enviármelo cuando haya terminado. No lo necesitaré hasta
dentro de una hora o cosa así.
Para Terens eso era casi ideal. El tipo de skeeter que le
ofrecía era capaz de batir a todos los vehículos
terrestres utilizados por los patrulleros. Lo único que le
impedía llegar a este ideal era que Terens era tan
incapaz de conducir un skeeter como de volar sin él.
-No vale la pena. Iré a pie. No está lejos Puerto .
-No, no está lejos -asintió el otro.
Esto dejó a Terens como antes. Probó de nuevo.
-Desde luego preferiría que estuviese más cerca. Ir hasta
Kyrt Highway ya es hacer bastante salud.
-¿Kyrt Highway? ¿Qué tiene que ver Kyrt Highway con eso?
¿No le estaba mirando de una manera curiosa? A Terens se le
ocurrió de repente pensar que las ropas podían
no caerle bien. Rápidamente, dijo: .
-Pues... me he extraviado un poco, andando. Veamos dónde
estoy...
-Mire. Está en Recket Road. No tiene más que bajar hasta
Tiffis y tomar a la izquierda, después sigue hasta el
puerto. -Había ido señalando automáticamente.
-Tiene razón -dijo Terens sonriendo-. Voy a tener que dejar
de soñar tanto y pensar más.
-De todos modos puede usted usar mi skeeter .
-Muy amable, pero...
Terens se alejaba ya, caminando quizá demasiado de prisa,
despidiéndose con la mano. El Noble se quedó
mirándole.
Quizá mañana, cuando encontrasen los restos del muerto,
aquel caballero recordaría la conversación.
Probablemente diría: «Hablaba de una manera extraña y no
parecía saber dónde estaba. Juraría que no había
oído hablar nunca de Tiffis Avenue»
Pero eso sería mañana.
Echó a andar en la dirección que el Noble le había indicado.
Llegó al iluminado letrero de «Tiffis Avenue», casi
pálido comparado con el iridiscente edificio anaranjado que
formaba su fondo. Tomó a la izquierda.
Puerto estaba
animadísimo, con toda la juventud vestida con el uniforme de yachtman, que
consistía
principalmente en una gorra de alta visera y unos pantalones
muy amplios en las caderas. Terens se sentía
extraño, pero nadie se fijó en él. El aire estaba saturado
de conversaciones en voz alta y salpicadas de
expresiones que no entendía.
Encontró la sección , pero esperó un momento antes de
acercarse. No quería que hubiese cerca de él ningún
Noble, nadie que fuese dueño de un yate vecino del suyo y
que conociese a Alstare Deamone y pudiese
extrañarse de lo que pudiera hacer un desconocido por allí.
Finalmente, cuando vio los dos lados aparentemente seguros,
avanzó. La proa del yate asomaba fuera de la
casilla hacia el campo abierto, sobre el cual descansaban
los dos lados. Avanzó el cuello para asomarse al
interior. ¿Y ahora?
Había matado a tres hombres durante las últimas doce horas.
Había ascendido de Edil floriniano a patrullero, de
patrullero a Noble. Había venido de Ciudad Baja a Ciudad
Alta, ya un puerto del espacio. Desde todos los puntos
de vista, según todas las normas, era dueño de un yate, una
nave suficientemente capaz de llevarle a cualquier
mundo habitado de este sector de la Galaxia.
No había más que un obstáculo:
Era incapaz de tripular un yate del espacio.
Estaba cansado hasta los huesos y tenía un hambre feroz.
Había llegado hasta allí, y ahora no podía ir más
lejos. Estaba en el borde del espacio, pero no había manera
de pasar de ese borde.
En aquellos momentos los patrulleros debían haber decidido
ya que el fugitivo no estaba en Ciudad Baja. Se
volverían hacia Ciudad Alta en cuanto se hubiesen podido
meter en sus duros cerebros lo que era capaz de
hacer un floriniano. Entonces podían encontrar el cuerpo y
tomar una nueva orientación. Buscarían a un Noble
impostor. Así estaba. Había llegado al extremo de un
callejón sin salida y de espaldas al extremo cerrado sólo
podía esperar a que los débiles rumores de la persecución
aumentasen en intensidad y los sabuesos se
arrojasen sobre él.
Treinta y seis horas antes la gran oportunidad de su vida
había estado en sus manos. Ahora la oportunidad
había desaparecido y su vida no tardaría en seguir su
camino.
El capitán
Era la primera vez, verdaderamente, que el capitán Racety se
había visto incapaz de imponer su voluntad sobre
un pasajero. De haber sido el pasajero uno de los Grandes
Nobles, hubiese incluso podido contar con una
colaboración. Un Gran Señor podía ser todopoderoso en su
continente, pero en una nave hubiera tenido que
reconocer que sólo podía haber un dueño, el capitán.
Una mujer era diferente. Cualquier mujer. y una mujer que
era hija de un Gran Señor era completamente
imposible.
-Milady -dijo-, ¿cómo puedo permitirle entrevistarlos en
privado?
Samia de Fife, echando chispas por los ojos, respondió
secamente:
-¿Por que no? ¿Van armados, capitán?
-No, desde luego. No es éste el caso.
Cualquiera puede ver que no son más que dos desgraciados
seres asustados. Tienen un miedo cerval.
-La gente asustada puede ser peligrosa, milady. No se puede
contar con que obren razonablemente.
-Entonces, ¿por que deja que sigan asustados? -Tenía. un
ligero balbuceo cuando estaba irritada-. Tiene usted
tres tremendos marineros armados vigilándoles, pobre gen.
te. Capitán, no olvidaré esto.
No, no lo olvidaría, pensó el capitán. Se daba cuenta de que
empezaba a ceder.
-Si milady quisiese decirme exactamente qué es lo que desea.
-Es muy sencillo. Ya se lo he dicho. Quiero hablar con
ellos. Si son florinianos, como me ha dicho usted, puedo
conseguir de ellos información de gran valor para mi libro.
Pero eso es imposible, desde luego, si tienen miedo
de hablar. Si pudiese estar a solas con ellos sería
magnífico. ¡Sola, capitán! ¿No puede usted entender esta
palabra? ¡Sola!
-¿Y qué diría su padre, milady, si se enterara de que la he
dejado sola y sin protección con dos desesperados
criminales?
-¡Desesperados criminales! ¡Oh, Señor del Espacio! ¡Dos
pobres infelices que tratan de huir de su planeta y no
se les ocurre más que meterse en una nave destinada a Sark!
Por otra parte, ¿por qué tiene que saberlo mi
padre?
-Si le hacen daño, lo sabrá.
-¿Y por qué tienen que hacerme daño? -Su diminuto puño se
cerraba agitándose amenazador mientras ponía
toda la fuerza de que era capaz en su voz-. ¡Se lo exijo,
capitán!
-¿Qué le parece este término medio, milady? -dijo el capitán
Racety-. Estaré presente. No seré como tres
marineros armados. Seré sólo un hombre sin armas a la vista.
De lo contrario... -ya su vez puso toda su
resolución en la voz-, tengo que negarme.
-Muy bien, entonces -dijo ella sin voz-. Muy bien. Pero si
no consigo hacerles hablar por causa de su presencia,
me ocuparé personalmente de que no mande usted más naves.
Valona puso rápidamente su mano delante de los ojos de Rik
en el momento en que Samia entraba.
-¿Qué le pasa, muchacha? -dijo Samia secamente antes de
recordar que tenía que hablarles suavemente.
Valona hablaba con dificultad.
-No está muy bien, lady -dijo-. Podía no saber que era usted
una lady. Hubiera podido mirarla. Sin ánimo de
hacerle daño, quiero decir, lady.
-¡Oh, Dios mío! ¡Déjele que me mire! -dijo Samia-. ¿Tenemos
que quedarnos aquí, capitán?
-¿Preferiría usted un camarote de lujo, milady? -Seguramente
podría procurarnos -algo menos sórdido
que esto...
-Es sórdido para usted, milady. Para ellos estoy seguro de
que es lujo. Tienen agua corriente. Pregúnteles si la
tenían en su choza de Florina.
-Bien, diga a estos hombres que se marchen.
El capitán les hizo un gesto. Dieron media vuelta y salieron
del recinto. El capitán instaló la silla ligera de
aluminio plegable que había traído. Samia la cogió.
Dirigiéndose a Rik y Valona, el capitán les dijo:
-¡Levántense!
-¡No! -interrumpió Samia en el acto-. Que sigan sentados. No
intervenga, capitán. ¿Conque es usted una
muchacha de Florina? -preguntó dirigiéndose a Valona.
-Somos de Wotex -dijo la muchacha moviendo la cabeza.
-No tiene usted nada que temer. Nadie les hará daño. No
tiene importancia que sean de Florina.
-Somos de Wotex.
-Pero ¿no comprendes que prácticamente has reconocido que
sois de Florina? ¿Por qué has tapado los ojos de
este muchacho?
-No tiene derecho a mirar a una dama.
-¿Incluso los de Wotex?
Valona permaneció silenciosa. Samia la dejó que pensase.
Trató de sonreírle amistosamente. Después dijo:
-Sólo los florinianos no tienen derecho a mirar a las damas.
Ya ves que has reconocido que sois de Florina.
-¡El, no! -saltó Valona.
-¿Y tú?
-Yo, sí. Pero él no. No le hagan nada. No es floriniano, de
verdad. Sólo le encontraron allí un día. No sé de
dónde viene, pero no es floriniano.
Hablaba casi con animación. Samia la miró con cierta
sorpresa.
-Bien, hablaré con él. ¿Cómo te llamas, muchacho?
Rik la estaba mirando. ¿Era aquél el aspecto de las mujeres
Nobles? Tan pequeña, y de aspecto amistoso, y
olía tan bien... Se alegraba mucho de que le hubiese
permitido mirarla.
-¿Cómo te llamas? -repitió Samia.
Rik volvió a la realidad, pero le fue imposible articular
una sílaba.
-Rik -dijo finalmente. Después pensó: «No, éste no es mi
nombre». Pero dijo-: Me parece que es Rik.
-¿No lo sabes?
Valona, ya desaparecido su temor, trató de hablar, pero
Samia interpuso una mano conteniéndola.
-No lo sé -dijo Rik moviendo la cabeza. -¿Eres de Florina?
-No, estaba en una nave -dijo Rik, esta vez categórico-,
Vine aquí desde algún otro sitio. -No podía apartar la
vista de Samia, pero parecía darse cuenta de que coexistía
en la nave con ella. Una nave muy agradable y
hospitalaria, además... Llegué a Florina en una nave, pero
antes vivía en un planeta.
-¿Qué planeta?
Era como si la idea se abriese paso a la fuerza y
dolorosamente por unos canales del cerebro demasiado
angostos. Entonces Rik recordó, y quedó deleitado con el
sonido de su voz, tan largo tiempo olvidada;
-¡Tierra! ¡Vine de Tierra!
-¿Tierra?
Rik asintió y Samia se volvió hacia el capitán.
-¿Dónde está ese planeta Tierra?
-No había oído hablar nunca de él -dijo el capitán con una
leve sonrisa-. No se tome a este hombre demasiado
en serio, milady. Un indígena miente como respira. Es
natural en él. Dice lo primero que le pasa por la cabeza.
-No habla como un indígena. ¿Dónde está Tierra, Rik? -dijo
volviéndose hacia él.
-Es... -Se detuvo y se llevó una mano temblorosa a la
frente. Después dijo-: En el sector de Sirio... -El tono de la
afirmación era casi una pregunta. Samia se volvió hacia el
capitán:
-Existe un Sector de Sirio, ¿verdad?
-Sí, existe. Pero me asombra que en eso tenga razón. De
todos modos, no hace más real la existencia de
Tierra.
-Pero existe. Se lo digo, lo recuerdo -dijo Rik con
vehemencia-. Hace tanto tiempo que lo he recordado... no
puedo equivocarme ahora. No puedo... -Se volvió, cogió a
Valona por los codos, tirando de sus mangas-.
¡Valona, diles que vengo de Tierra! ¡Sí, sí!
-Lo encontramos un día, lady, y había perdido la cabeza
-dijo Valona con los ojos abiertos por la inquietud-. No
podía vestirse, ni hablar ni andar. No era nadie. Desde
entonces va recordando poco a poco. Hasta ahora todo
lo que ha ido recordando ha sido así. -Dirigió una rápida
mirada al rostro contrariado del capitán-. Puede muy
bien haber venido de Tierra, señor. No quiero contradecirle.
La última frase era de un convencionalismo largo tiempo
establecido y seguía a cualquier afirmación que
pudiese parecer en contradicción con una opinión manifestada
por un superior .
-Por las pruebas que tenemos lo mismo puede venir del centro
de Sark -gruñó el capitán.
-Sin duda, pero en todo esto hay algo extraño -respondió
Samia situándose, como buena mujer, del lado del
romanticismo-. Estoy segura... ¿y cómo estaba tan
desesperado cuando lo encontraste, muchacha? ¿Estaba
herido?
Valona no contestó de momento. Su mirada se posaba incierta
en un lado a otro. Primero miró a Rik, que se
agarraba el cabello con los dedos, después al capitán, que
esbozaba una sonrisa forzada; finalmente a Samia,
que estaba esperando.
-Contéstame, muchacha -dijo Samia.
Para Valona representaba una dura decisión, pero en aquellas
circunstancias no creía concebible inventar una
mentira que pudiese sustituir a la verdad.
-Un doctor lo visitó una vez... Dijo que le habían...,
et..., psicoprobado.
-¡Psicoprobado! -exclamó Samia con una oleada de repulsión
que recorrió todo su cuerpo. Alejó su silla, que
produjo un chirrido contra el suelo de metal-. ¿Quieres decir
que era psicótico?
-No sé qué quiere decir, lady -dijo humildemente Valona.
-No en el sentido que está usted pensando, milady -dijo el
capitán casi simultáneamente-. Los indígenas no son
psicóticos. Sus necesidades y deseos son demasiado simples.
No he oído hablar jamás de un indígena
psicótico.
-Pero, entonces...
-Es muy sencillo, milady. Si aceptamos la fantástica teoría
que la muchacha nos cuenta, sólo podemos llegar a
la conclusión de que este muchacho había sido un criminal,
lo cual es una forma de ser psicótico. Si es así,
debieron tratarle uno de esos chiflados que practican entre
los indígenas, casi lo mataron, y le largaron a una
sección desierta para evitar ser descubiertos y perseguidos.
-Pero tenía que haber alguien capaz de hacer la psicoprueba
-protestó Samia-. No esperará usted que los
indígenas sean capaces de hacerlo...
-Quizá no. Pero en este caso tampoco podemos suponer que un
médico autorizado lo hiciese de forma tan
inexperta. El hecho de que lleguemos a una contradicción
demuestra que la historia es falsa del principio al final.
Si quiere usted seguir mi consejo, milady, dejará usted a
estos dos seres en nuestras manos. Ya ve usted que
es inútil esperar nada de ellos.
-Quizá tenga usted razón -dijo Samia después de vacilar un
momento.
Se levantó y miró a Rik con perplejidad. El capitán se puso
detrás de ella, levantó la silla portátil y la dobló de un
golpe.
-¡Esperen! -dijo Rik levantándose de un salto.
-Por favor, milady -dijo el capitán abriendo la puerta para
dar paso a Samia-. Mis hombres lo calmarán.
-¿No le harán daño? -preguntó ella, deteniéndose en el
umbral.
-Dudo que nos obligue a recurrir a extremos. Será fácil de
manejar .
-¡Lady! ¡Lady! -gritó Rik-. ¡Puedo probar que soy de Tierra!
Samia permaneció indecisa por algunos instantes. -Veamos lo
que tiene que decir.
-Como quiera, milady -dijo el capitán fríamente.
Samia volvió atrás, pero se mantuvo a un paso de la puerta.
Rik estaba congestionado. Con el esfuerzo de
pensar sus labios esbozaron la caricatura de una sonrisa.
-Recuerdo Tierra. Era radiactiva. Recuerdo las áreas
prohibidas y el horizonte azul de la noche. El suelo relucía
y no crecía nada en él. Sólo había algunos puntos donde los
hombres podían vivir. Por eso era yo analista del
espacio. Por eso no quise quedarme en el espacio. Mi mundo
era un mundo muerto.
-Vámonos, capitán -dijo Samia encogiéndose de hombros-. Está
divagando.
Pero esta vez fue el capitán Racety quien se detuvo, con a
boca abierta.
-¿Un mundo radiactivo? -murmuró. -¿Existe eso? -preguntó
ella.
-Sí -dijo, volviéndose perplejo hacia ella-. Pero... ¿dónde
puede haberlo imaginado?
-¿Cómo puede un mundo ser radiactivo y habitado? -Pues hay
uno. y está en el sector de Sirio. No recuerdo su
nombre. Podría incluso ser Tierra.
-Es Tierra -dijo orgulloso y confiado Rik-. Es el planeta
más antiguo de la Galaxia. Es el planeta donde tuvo sus
orígenes la raza humana.
-¡Es verdad! -dijo el capitán suavemente.
-¿Quiere decir que la raza humana tuvo sus orígenes en
Tierra? -preguntó Samia, dándole vueltas la cabeza.
-¡No, no! -dijo el capitán de una manera abstracta-.
Eso es una superstición. Sólo que es así como oí hablar del
planeta radiactivo. Pretende ser el planeta original
del Hombre.
-No sabía que tuviésemos un planeta original.
-Supongo que en alguna parte empezaríamos, milady, pero dudo
que nadie pueda saber en qué planeta fue.
¿Qué más recuerdas? -añadió, dirigiéndose con súbita
decisión a Rik, a punto casi de llamarle «muchacho»
pero absteniéndose.
-La nave, principalmente. y el análisis del espacio. .Samia
se unió al capitán. Permanecían de pie, frente a Rik, y
Samia sentía la excitación apoderarse de ella. -¿Entonces
todo esto es verdad? Pero, entonces, ¿cómo fue
sometido a la psicoprueba?
-¡Psicoprueba...! -dijo el capitán Racety pensativo-.
Preguntémosle a él. A ver, indígena, o ser de otro mundo, o
lo que seas. ¿Cómo te sometieron a la psicoprueba?
-Eso lo habéis dicho vosotros -dijo Rik perplejo-. Incluso
Lona. Pero yo no sé qué quiere decir.
-¿Cuándo dejaste de recordar entonces?
-No estoy seguro. De nuevo empezó, desesperado-. Fue en una
nave.
-Ya lo sabemos. Sigue.
-No hay necesidad de gritar, capitán -dijo Samia-. Le va
usted a quitar el poco juicio que tiene.
Rik estaba totalmente absorbido en la lucha contra la
penumbra de su mente. El esfuerzo no dejaba lugar para
ninguna emoción. Con gran sorpresa, incluso para él, dijo:
-No le tengo miedo, lady. Estoy tratando de recordar. Había
peligro. De eso estoy seguro. Un gran peligro para
Florina, pero no puedo recordar los detalles.
-¿Peligro para todo el planeta? -preguntó Samia, dirigiendo
una rápida mirada al capitán.
-Sí. Era por las corrientes.
-¿Qué corrientes? -preguntó el capitán.
-Las corrientes del espacio.
-¡ Esto es una locura! -exclamó el capitán levantando las
manos y volviéndolas a dejar caer .
-¡No, no! ¡Déjele seguir! -EI flujo de la credulidad había
invadido nuevamente a Samia. Tenía los labios abiertos,
sus ojos relucían y unos pequeños lunares entre las mejillas
y la barbilla le daban una expresión sonriente-.
¿Qué son las corrientes del espacio?
-Los diferentes elementos -dijo Rik vagamente. Lo había
explicado ya. No quería tener que volver a explicarlo.
Siguió hablando rápidamente, casi de una manera incoherente,
a medida que las ideas acudían a él, casi
arrastrado por ellas.
-Mandé un mensaje al centro oficial de Sark. Lo recuerdo muy
claramente. Tenía que andar con cuidado. Había
un peligro que iba más allá de Florina. Sí, más allá de
Florina. Era ancho como la Vía Láctea. Había que tratarlo
con cuidado.
Parecía haber perdido todo contacto con los que le estaban
escuchando, vivir en un mundo del pasado delante,
del que iba desapareciendo lentamente una cortina hecha
jirones. Samia puso una mano sobre su hombro
tratando de calmarlo, pero no obtuvo reacción alguna a ello
tampoco.
-No sé cómo -prosiguió-, mi mensaje fue interceptado por
alguien de Sark: Fue un error. No sé cómo pudo
ocurrir -frunció el ceño-. Estoy seguro de haberlo mandado
al Centro Oficial con nuestra longitud de onda. ¿Cree
que el subéter pudo ser captado?
No se extraño siquiera de que la palabra «subéter» acudiese
tan fácilmente a sus labios. Quizás estaba
esperando una respuesta, pero sus ojos seguían sin ver.
-En todo caso, cuando aterricé en Sark me estaban esperando.
De nuevo una pausa, esta vez larga y meditativa. El capitán
no hizo nada por romperla; parecía estar meditando
también.
-¿Quién le estaba esperando? ¿Quién? -interrumpió Samia.
-No... no lo sé -dijo Rik-. No puedo recordarlo. No era en
la oficina. Era alguien de Sark. Recuerdo que hablé con
él. Yo conocía el peligro y le hablé de él. Estoy seguro de
haber hablado. Estábamos sentados delante de una
mesa, juntos. Recuerdo la mesa. Estaba frente a mí. Es tan
claro como el espacio. Hablamos un rato. Me
parece que no deseaba dar detalles. De esto estoy seguro.
Tenía que hablar con la oficina primero y entonces
él...
-¿Sí? -instó Samia.
-Hizo algo... No, no recordaré nada más. ¡No recordaré nada
más!
Dijo estas palabras gritando y de nuevo reinó el silencio,
un silencio que fue extemporáneamente roto por el
prosaico zumbido del aparato de comunicación de pulsera del
capitán.
-¿Qué hay! -pregunto.
La voz que respondió fue precisa y respetuosa.
-Un mensaje de Sark para el capitán. Se ruega lo reciba
personalmente. .
-Muy bien, voy a los subéteres inmediatamente. -Se volvió
hacia Samia-. ¿Puedo recordarle, milady, que es la
hora de la cena? -Vio que la muchacha iba a alegar su falta
de apetito ya rogarle que la dejase allí y no se
preocupase por ella. Más diplomáticamente, prosiguió-: Es
también hora de dar de comer a esta pareja. Deben
estar probablemente cansados y hambrientos.
Samia no pudo objetar nada contra eso.
-Tengo que volverlos a ver, capitán...
El capitán se inclinó silenciosamente. Pudo ser
aquiescencia, pudo no serlo.
Samia de Fife estaba emocionada. Sus estudios sobre Florina
colmaban una cierta aspiración intelectual que
llevaba en ella, pero el Misterioso Caso del Terrestre
Psicoprobado (pensaba en este caso en letras
mayúsculas) despertaba en su mente algo mucho más primitivo
y más exigente. Toda su curiosidad animal
estaba alerta.
¡Era un misterio! Había tres puntos que la fascinaban. Entre
ellos no figuraba la quizá razonable cuestión (dadas
las circunstancias) de si toda la historia de aquel hombre
no era una mentira
deliberada e incluso una ilusión, más que la verdad. Creer
que fuese otra cosa distinta de la verdad sería
desvanecer el misterio y Samia no podía permitírselo.
Los tres puntos eran, por consiguiente, éstos: o ¿Cuál era
el peligro que amenazaba Florina o, mejor dicho,
toda la Galaxia? o ¿Quién era la persona que había sometido
a Rik a la psicoprueba? o ¿Por qué había esta
persona utiizado la psicoprueba?
Estaba decidida a profundizar en el asunto hasta quedar
satisfecha. No hay nadie suficientemente modesto para
no creerse un competente analista aficionado y Samia estaba
muy lejos de ser modesta.
En cuanto pudo evadirse decentemente después de la cena, se
precipitó hacia el cuchitril.
-Abre la puerta -le dijo al marinero de guardia.
El marinero permaneció perfectamente rígido e inmóvil
mirando hacia delante respetuosamente, sin ver.
-Con permiso de Su Excelencia, la puerta no debe abrirse
-dijo.
-¿Cómo te atreves a decir eso? -dijo Samia con la boca
abierta-. Si no me abres la puerta inmediatamente,
informaré al capitán.
Rápidamente subió a las habitaciones del capitán y entró
como un ciclón en un cuerpo de mujer.
-¡Capitán!
-Milady...
-¿Ha dado usted orden de que el Terrestre y la mujer me
estén vedados?
-Creía, milady, que se había acordado entre nosotros que
sólo podría interrogarlos en mi presencia...
-Antes de cenar, sí. Pero yá ha visto usted que son
inofensivos.
-He visto que parecen inofensivos.
-En ese caso, le ordeno que venga usted inmediatamente
conmigo.
-No puedo, milady. La situación ha cambiado.
-¿En qué sentido?
-Deben ser interrogados por las autoridades de Sark y hasta
entonces ,deben permanecer solos.
La mandíbula inferior de Samia cayó, pero la ,recuperó en el
acto de su poco digna posición.
-¿No va usted a entregarlos al Centro de Asuntos
Florinianos...
-Pues... -transigió el capitán-, ésta era, en efecto, la
intención original. Han abandonado su pueblo sin permiso.
Han abandonado incluso su planeta sin permiso. Además, han
tomado un pasaje secreto en una nave sarkita.
-Eso fue un error. -¿De veras?
-En todo caso conocía usted todos sus crímenes antes de
nuestra última conversación.
-Pero fue sólo durante esta conversación cuando me enteré de
todo lo que el llamado Terrestre tenía que decir.
-El «llamado»... Usted mismo dijo que el planeta Tierra
existe
-Dije que podía existir. Pero, milady, ¿puedo tener la
osadía de preguntarle qué desearía usted que se hiciese
con esa gente?
-Creo que hay que investigar la historia del Terrestre.
Habla de un peligro para Florina y de alguien de Sark que
ha intentado deliberadamente evitar que las autoridades
competentes tuviesen conocimiento de este peligro.
Creo que es incluso un caso para mi padre. En realidad, le
llevaré a ver a mi padre cuando llegue el momento
oportuno.
-¡Qué inteligente es todo esto! -exclamó el capitán.
-¿Se siente usted sarcástico, capitán?
-Perdón, milady -dijo él sonrojándose-. Me refería a
nuestros prisioneros. ¿Me permite usted que hable con
cierta extensión?
-No sé lo que quiere usted decir por «cierta extensión»,
pero me parece que puede usted empezar -respondió
ella con ira.
-Gracias. En primer lugar, milady, espero que no quitará
usted importancia a los disturbios de Florina.
-¿Qué disturbios?
-No puede usted haber olvidado el incidente de la
Biblioteca.
-¿Un patrullero muerto? ¡ Realmente, capitán...!
-Y un segundo patrullero muerto esta mañana, milady, y un
indígena, además. No es cosa corriente que los
indígenas maten patrulleros, y aquí hay uno que lo ha hecho
dos veces y sigue sin haber sido detenido. ¿Es
obra de un solo hombre? ¿Ha sido un accidente? ¿O forma
parte de un plan cuidadosamente elaborado?
-Al parecer. cree usted esto último.
-Sí, milady. El asesino indígena tiene dos cómplices. Su
descripción concuerda con nuestros dos cautivos.
-¡No lo había dicho usted nunca!
-No quería asustar a Su Excelencia. Recordará. sin embargo,
que le dije repetidamente que podían ser
peligrosos.
-Muy bien. ¿Qué conclusiones saca usted de esto?
-¿Y si los asesinatos de Florina no eran más que detalles
accesorios destinados a llamar la atención de los
escuadrones de patrulleros mientras estos dos se metían a
bordo de esta nave?
-Me parece algo tan tonto...
-¿Sí? ¿Por qué huyen de Florina? No se lo hemos preguntado.
Vamos a suponer que huyen de los patrulleros.
puesto que ésta es la suposición más razonable. ¿Se les
ocurriría elegir Sark entre todos los sitios? ¿y en una
nave que es transporte de Su Excelencia? Y. además, él
pretende ser un analista del espacio.
-¿Qué hay con eso? -preguntó Samia frunciendo el ceño.
-Hace un año se comunicó la desaparición de un analista del
espacio. Al hecho no se le dio nunca una gran
publicidad. Yo lo supe, desde luego, porque mi nave fue una
de las que navegaron por el próximo espacio en
busca de rastros de la suya. Quienquiera que apoye esos
desórdenes de Florina está indudablemente enterado
de este hecho y el mero hecho de que la desaparición del
analista del espacio les sea conocida demuestra cuán
firme y sorprendentemente perfecta organización tienen.
-Podría ser que el analista desaparecido y el Terrestre no
tuvieran relación alguna.
-No una relación real, indudablemente, milady. Pero no
esperar relación alguna es creer en demasiadas
coincidencias. Estamos tratando con un impostor. Por eso
pretende haber sido psicoprobado.
-¡Oh...!
-¿Cómo podemos probar que no es el analista del espacio? No
conoce ningún detalle del planeta Tierra salvo el
hecho de que es radiactivo. No sabe gobernar una nave. No
conoce nada del análisis del espacio. y se cubre
insistiendo en que ha sido psicoprobado. ¿No lo ve, milady?
Samia era incapaz de dar una respuesta directa. -Pero ¿con
qué propósito...? -preguntó.
-El de que pudiese usted hacer exactamente lo que tenía
intención de hacer, milady.
-¿Averiguar el misterio?
-No, milady. Llevarlo a su padre.
-No veo el objeto.
-Hay varias posibilidades. En el mejor de los casos, podía
estar espiando a su padre, y proceder de Florina o
posiblemente de Trantor. Imagino que el viejo Abel de
Trantor vendría inmediatamente a identificarlo como
Terrestre, no por otra razón que la de embarazar a Sark
pidiéndole la verdad acerca de esa ficticia psicoprueba.
En el peor de los casos, podría ser el asesino de su padre.
-¡Capitán!
-¿Milady...?
-¡Eso es ridículo!
-Quizá, milady. Pero si es así, el Departamento de Seguridad
es ridículo también. Recordará usted que poco
antes de cenar recibí un mensaje de Sark.
-Sí.
-Aquí lo tiene.
Samia cogió la delgada cinta transparente con sus letras
rojas y leyó: « Se comunica que dos florinianos han
tomado pasaje clandestino e ilegal en su nave. Hágase cargo
de ellos inmediatamente. Uno de ellos puede
pretender ser un analista del espacio y no un indígena
floriniano. No debe usted tomar decisión alguna en este
asunto. Se le considerará a usted responsable de esas
personas. Han de estar bajo custodia hasta su entrega al
Depsec. Extremo secreto. Extrema urgencia».
Samia estaba como aturdida.
-¿«Depsec»? -dijo-. Departamento de Seguridad... -Y Extremo
Secreto -dijo el capitán-. Cometo una infracción
al decirle esto, pero no me ha dejado usted elección,
milady.
-¿Qué le van a hacer? '-preguntó ella.
-No podría decírselo con seguridad -dijo el capitán-. Por
supuesto que un presunto espía y asesino no puede
esperar que se le trate muy gentilmente. Es muy probable que
su ficción se convierta en realidad y se entere del
sabor que tiene una psicoprueba.
El detective
Los cuatro Grandes Nobles miraron al Señor de Fife cada cual
a su manera. Bort estaba enfadado, Rune se
divertía, BaIle estaba contrariado y Steen, asustado.
-¿Alta traición? -dijo Rune siendo el primero en hablar-.
¿Trata quizá de asustarnos con una frase? ¿Qué
significa esto? ¿Traición contra quién? ¿Contra usted?
¿Contra Bort? ¿y quién es el traidor? y por la salvación
de Sark, Fife, estas conferencias cambian mis horas de
sueño.
-El resultado puede cambiar las horas de sueño de mucha
gente, Rune -dijo Fife-. No me refiero a traición
contra ninguno de nosotros, sino traición contra Sark.
-¿Sark? -preguntó Bort-. ¿y qué es Sark, sino todos
nosotros?
-Llamémoslo un mito. Llamémoslo algo en lo cual los sarkitas
ordinarios creen.
-No lo entiendo -dijo Steen-. Parece que tengan ustedes
interés en derrotarse unos a otros. Realmente, desearía
que hubiesen terminado con todo esto.
-Estoy de acuerdo con Steen -dijo BaIle.
-Estoy perfectamente dispuesto a explicarme inmediatamente
-dijo Fife-. Habrán oído hablar, supongo, de los
recientes disturbios de Florina...
-Los despachos del Depsec hablan de varios patrulleros
muertos. ¿Es a eso a lo que se refiere?
-¡Pardiez, si tenemos que celebrar una conferencia, vamos a
hablar de esto! -saltó Bort con cólera-. ¡Patrulleros
muertos! ¡Pues bien se lo merecen ¿Pretende decirnos que un
indígena puede acercarse lo suficiente a un
patrullero para acabar con el sencillamente? ¿Cómo va a
dejar un patrullero que un indígena se le acerque lo
suficiente para matarlo? ¿Cómo no ha sido abrasado el
indígena a los veinte pasos?
»También me gustaría ver todo el cuerpo de patrulleros desde
el capitán al último recluta reducidos a papilla.
Tod? el cuerpo no es más que un cúmulo de idiotas. Tienen
una vida demasiado fácil allí. Yo digo que cada
cinco años deberíamos proclamar la ley marcial en Florina y
limpiarla de perturbadores. Esto mantendría a los
indígenas tranquilos ya nuestros hombres en guardia.
-¿Ha terminado? -preguntó Fife.
-Por ahora, sí. Pero volveré a empezar. Es mi misión aquí,
además, ya la sabe. Puede no ser importante como
la Suya, Fife, pero la es lo suficiente como para
preocuparme.
Fife se encogió de hombros y se volvió hacia Steen
súbitamente.
-¿Y usted, ha oído hablar de disturbios .?
-¿Eh ...? Sí. Bueno, quiero decir que le he oído a usted
decir...
-¿No ha leído usted los comunicados del Depsec?
-¡Hombre, pues...! -Steen parecía intensamente interesado
por sus afiladas uñas con su capa cobriza
exquisitamente aplicada-. No siempre tengo tiempo de leer
todos los comunicados, No me creía obligado a ello.
En realidad... -agarró su valor con las dos manos y miró
fijamente a Fife-. No sabía que me estuviese usted
dictando reglas, Fife.
-No las dicto, De todos modos, en vista de que en todo caso
no conoce usted ninguno de los detalles,
permítame que le haga un sumario. Los demás pueden
encontrarlo interesante también.
Fue sorprendente en cuán pocas palabras podían condensarse
todos los acontecimientos de cuarenta y ocho
horas, y cuán insignificantes parecían. Primero hubo una
inesperada referencia a las pruebas espacio-analíticas,
Después el golpe en la cabeza al patrullero con una fractura
de cráneo. Después la persecución que terminó en
la inviolabilidad del antro de un agente de Trantor.
Después, otro patrullero muerto al alba por el asesino
disfrazado con el uniforme del patrullero y el agente de
Trantor muerto a su v'ez pocas horas más tarde.
-Y si quiere el último ejemplar de noticias, puede añadir
ésta a esas aparentes trivialidades -terminó Fife-. Hace
unas horas un cuerpo, mejor dicho, los huesos que quedaban
de un cuerpo, fueron encontrados en City Park,
Florina.
-¿El cuerpo de quién? -preguntó Rune.
-Un momento, por favor: A su lado se encontró un montón de
cenizas que parecían ser los restos carbonizados
de telas. Todo lo que fuese metal había sido cuidadosamente
retirado de allí, pero el análisis de las cenizas
probó que era el resto de un uniforme de patrullero
carbonizado.
-¿Nuestro amigo el impostor? -preguntó Balle.
-No es probable -dijo-. ¿Quién lo hubiera matado en secreto?
-Suicidio -dijo Bort con maldad-. ¿Hasta cuándo espera el
maldito bastardo este escapar a nuestras manos?
Imagino que tuvo mejor muerte así. Personalmente, averiguaré
quién es el responsable de haberle dejado llegar
al suicidio poniendo una carga explosiva en sus manos.
-No es probable -dijo Fife nuevamente-. Si el hombre se
suicidó, se mató primero, se quitó el uniforme, lo redujo
a cenizas, quitó botones y hebillas y se liberó de ellas. O
bien, primero se quitó el uniforme, lo quemó, quitó
botones y hebillas, salió de la cueva desnudo, o quizás en
ropa interior, regresó y se suicidó.
-¿El cuerpo estaba en una cueva? -preguntó Bort, -En una de
las cuevas ornamentales del parque, sí . -En ese
caso tuvo mucho tiempo y mucho secreto -dijo Bort en tono
beligerante, porque odiaba abandonar una teoría-.
Pudo quitar botones y hebillas primero, y después...
-¿Ha tratado alguna vez de quitar los galones a un uniforme
que no ha sido reducido a cenizas primero? -
preguntó Fife sarcásticamente-. ¿Y puede usted insinuar un
motivo, si el cuerpo era el de un impostor después
del suicidio? Además, tengo la memoria de los analistas
médicos que estudiaron la estructura ósea. El
esqueleto no es ni de un patrullero ni de un floriniano. Es
de un sarkita.
-¿De veras? -exclamó Steen. BaIle abrió sus ojos fatigados;
los dientes de metal de Rune, que captaban un rayo
de luz aquí y allá y añadían un poco de vida al cubo de
oscuridad en que estaba sentado, se desvanecieron con
los brillos al cerrar Rune la boca. Incluso Bort estaba
turbado.
-¿Me siguen? -preguntó Fife-. Ahora comprenden ustedes por
qué el metal fue retirado del uniforme. El que
mató al sarkita quería que la ceniza pareciera la de las
ropas del sarkita; se quitó el uniforme y lo quemó antes
de cometer la muerte, a fin de que se pudiese pensar en un
suicidio o en el resultado de algún rencor privado
completamente ajeno a nuestro amigo el patrullero-impostor.
Lo que no sabía era que el análisis de la ceniza
podía distinguir el kyrt de las ropas sarkitas de la
celulita de los uniformes de los patrulleros, incluso cuando los
botones y galones se han quitado. Ahora bien, dada la ceniza
de un uniforme patrullero y el cuerpo de un sarkita
muerto, sólo podemos suponer que en alguna parte de Ciudad
Alta vive un Edil con ropas sarkitas. Nuestro
floriniano, después de haberse hecho pasar por patrullero un
tiempo suficiente, y considerando el peligro
demasiado grande y creciendo por momentos, decidió
convertirse en Noble. y lo hizo como pudo.
-¿Lo han encontrado? -preguntó Bort rápidamente.
-No.
-¿Por qué no? -!Por Sark! ¿Por qué no!
-Lo encontrarán -dijo Fife indiferente-. De momento tenemos
cosas más importantes de qué preocuparnos. La
última atrocidad es una bagatela eh comparación.
-!Vamos al grano -insistió Rune.
-!Paciencia! Primero déjenme que les pregunte si recuerdan
ustedes al analista desaparecido el año pasado.
Steen se echó a reír.
-¿Otra vez eso? -preguntó Bort con profundo desprecio.
-La explosión de ayer y anteayer -prosiguió Fife
imperturbable empezó con la demanda de referencias de ciertos
libros sobre el análisis del espacio en la Biblioteca de
Florina. Para mí es una relación que me basta. Vamos a
ver si consigo que vean ustedes también la relación.
Empezaré por describir a las tres personas relacionadas
con el incidente de la biblioteca y les ruego que por algún
tiempo no me interrumpan.
»Ante todo, tenemos un Edil. Es el más peligroso de los
tres. En Sark tenía una excelente ficha como hombre
inteligente y digno de confianza. Desgraciadamente ahora ha
empleado sus facultades contra nosotros. Es
indudablemente el responsable de las cuatro muertes. Es un
buen promedio para un hombre solo.
Considerando que las cuatro muertes incluyen dos patrulleros
y un sarkita, es increíble por parte de un indígena.
y sigue en libertad.
»La segunda persona afectada es una mujer indígena. Carece
de educación y de importancia. Sin embargo,
durante los dos últimos días se ha procedido a una minuciosa
búsqueda en todas las facetas de este caso y
conocemos su historia. Sus padres eran miembros del «Alma de
Kyrt», si es que alguno de ustedes recuerda
aquella ridícula conspiración campesina que fue barrida sin
complicaciones hará unos veinte años. .
»Esto nos lleva a la tercera persona, la más extraordinaria
de las tres. Esta tercera persona era un vulgar obrero
del molino y un idiota.
Dos ruidosas expulsiones de respiración se oyeron en boca de
Bort y Steen. Los ojos de BaIle seguían cerrados
y Rune permanecía inmóvil en la oscuridad.
-La palabra idiota -prosiguió Fife no se emplea aquí
simbólicamente. El Depsec se ha lanzado implacablemente
tras él, pero su historia sólo puede rastrearse de unos diez
meses a esta parte. Se le encontró en un pueblecito
cercano a la metrópoli principal de Florina en estado de
completa inconsciencia. No podía hablar ni andar. No
sabía siquiera comer solo.
»Ahora, anoten bien esto, su primera aparición tiene lugar
pocas semanas después de la desaparición del
analista del espacio. Observen, además, que, al cabo de unos
meses, aprendió a caminar e incluso a
desempeñar un cargo en la fábrica de kyrt. ¿Qué idiota sería
capaz de aprender tan de prisa?
-Realmente -interrumpió Steen con fuego, si fue sometido en
serio a la prueba psíquica, podía dejarlo en aquel
estado... -Su voz fue desvaneciéndose.
-No conozco mayor autoridad en la materia -dijo Fife
irónicamente-. Incluso sin la autorizada opinión de Steen,
sin embargo, se me había ocurrido ya esa idea. Era la única
explicación posible.
»Ahora bien, la prueba psíquica sólo pudo tener lugar en
Sark o en la Ciudad Alta de Florina. Por una simple
razón
de meticulosidad se visitaron todos los consultorios de los
médicos de Ciudad Alta. No se encontró rastro del
menor aparato de psicoprueba no autorizado. Entonces uno de
nuestros agentes tuvo la idea de revisar las
notas de todos los médicos que habían muerto desde la
primera aparición del idiota... Me ocuparé de que sea
ascendido por haber tenido esta idea.
»Encontraron el rastro de nuestro idiota en uno de los
registros de estos dispensarios. Lo había llevado para un
control psíquico hace unos seis meses esa campesina que es
el segundo personaje de nuestro trío.
Aparentemente se hizo en secreto, ya que ella estaba ausente
de su trabajo aquel día con un pretexto
completamente distinto. El doctor examinó al paciente y
anotó la prueba definitiva de que le habían
psicoprobado.
»Ahora viene el punto interesante. El doctor era uno de
estos que tienen un dispensario en Ciudad Alta y otro en
Ciudad Baja. Era uno de esos idealistas que creen que los
indígenas merecen cuidados médicos de primera
clase. Era un hombre metódico que conservaba anotaciones
duplicadas en ambos dispensarios a fin de evitarse
el doble recorrido en ascensor. Complacía también su
idealismo, imagino, no diferenciar en sus ficheros entre
los sarkitas y los florinianos. Pero la ficha del idiota en
cuestión no estaba duplicada, y era la única ficha no
duplicada.
»¿Por qué tenía que ser así? Si, por alguna razón, había
decidido no hacer el duplicado de esa visita, ¿por qué
tenía que aparecer solamente en los ficheros de Ciudad Alta
que es donde apareció? ¿Por qué no en Ciudad
Baja, que es donde no aparecía? Después de todo, ese hombre
era floriniano. Le había llevado una floriniana.
Había sido examinado en Ciudad Baja. Todo eso estaba
claramente consignado en la ficha que encontramos.
»No hay más que una respuesta para este intrigante punto. La
anotación fue debidamente consignada en
ambas fichas, pero fue destruida en la Ciudad Baja por
alguien que ignoraba que quedaría la anotación en el
fichero de Ciudad Alta. Pero sigamos.
»Añadida a la anotación de reconocimiento del idiota estaba
la anotación definitiva que incluía el diagnóstico de
este caso en la memoria reglamentaria del doctor para el
Depsec. Esto era completamente correcto. Todo caso
de psicoprueba puede incluir un criminal o incluso un
subversivo. Pero esa anotación no se hizo nunca. El doctor
murió en el plazo de una semana de un accidente de tránsito.
»Las coincidencias sobrepasan la verosimilitud, ¿no?
BaIle abrió los ojos y dijo:
-Nos está usted contando una novela policíaca.
-!Sí! -exclamó Fife con satisfacción-. Una novela policíaca.
Y de momento yo soy el detective.
-¿Y quién es el acusado? -preguntó BaIle con voz cansada.
-Todavía no. Déjeme hacer de detective un poco más.
En un momento crítico que Fife consideraba el más peligroso
que había atravesado Sark, descubría que se
estaba divirtiendo inmensamente.
-Examinemos la historia por el otro extremo -prosiguió-.
Olvidemos de momento al idiota y volvamos al analista
del espacio. Lo primero que he oído de él es la notificación
de la Oficina de Transportes de que su nave
aterrizará en breve. Un mensaje suyo recibido anteriormente
acompaña esta notificación.
»El analista del espacio no llega nunca. No se le localiza en
ningún punto del espacio: Más aún, el mensaje
expedido por el analista, que fue retransmitido a BuTrans,
desaparece. El CAEI pretende que ocultábamos
deliberadamente el mensaje. El Depsec creía que estaban
inventando un mensaje ficticio con fines
propagandísticos. Ahora se me ocurre pensar que ambos
estábamos equivocados. El mensaje había sido
entregado pero no lo había ocultado el gobierno de Sark.
»Inventemos ahora un desconocido y de momento llamémoslo X,
que tiene acceso a los archivos del BuTrans.
Se entera del asunto del analista del espacio y su mensaje,
y tiene cerebro y posibilidad de obrar rápidamente.
Se las arregla para mandar un subeterograma secreto a la
nave del analista, dando instrucciones de que
aterrice en algún pequeño campo privado. El analista del
espacio lo hace así y lo encuentra allí.
"X lleva el mensaje fatal del analista. Para ello puede
haber dos razones. Primero, creará la confusión en los
posibles intentos de investigación eliminando una prueba
importante. Segundo, servirá quizá para ganarla
confianza del analista "del espacio. Si el analista del
espacio considera que sólo puede hablar con los superiores
de su ramo, X puede persuadirle de que se confíe a él
probándole que está ya en posesión de lo más esencial
de la historia.
"Indudablemente el analista habló. Por muy incoherente,
loco, y en general incomprensible que lo que dijo
pudiese ser , X reconoció en ello un excelente medio de
propaganda. Entonces mandó su carta de chantaje a
los Nobles, a nosotros. Su procedimiento, tal como él lo
planteó, fue, es muy probable, precisamente el que yo
atribuí a Trantor en aquel tiempo. Si no aceptábamos sus
condiciones, pensaba destruir la producción floriniana
propagando Tumores de destrucción hasta forzar a la
rendición.
»Pero entonces se produjo el primer error de cálculo. Más
tarde estudiaremos exactamente en qué consistió. En
todo caso, comprendió que tenía que esperar antes de seguir
adelante. Esperar, sin embargo, suponía una
complicación. X no daba crédito a la historia del analista
del espacio, pero no cabe la menor duda de que el
analista era totalmente sin. cero. X tendría que arreglar
las cosas de forma que el analista estuviese de acuerdo
en dejar a un lado su "maldición'.
»El analista del espacio no podía hacer tal cosa a menos que
su ya embrollada mente quedase fuera de
servicio. X hubiera podido matarlo, pero soy de la opinión
de que el analista le era necesario como fuente de
futuras informaciones (después de todo, no sabía
personalmente una palabra de análisis del espacio y no podía
llevar a buen fin un chantaje fructífero cuando no era más
que un "bluff") y, quizá, como rehén en caso de un
fracaso definitivo. Después del tratamiento, no tenía ya en
sus manos un analista del espacio, sino un completo
idiota que no podía causarle ninguna complicación por algún
tiempo. Y al cabo de algún tiempo recobraría sus
sentidos.
»¿El próximo paso? Tenía que cerciorarse de que durante el
año de espera el analista del espacio no sería
localizado, que nadie de importancia lo vería, ni aun en su
papel de idiota. y procedió con una magistral
simplicidad. Se llevó a su hombre a Florina y durante un año
el analista del espacio no fue más que un indígena
medio idiota que trabajaba en los molinos de kyrt.
»Imagino que durante aquel año, él, o algún subordinado de
confianza, debió visitar la población donde habían
"probado'. al pobre hombre, para ver si estaba seguro y
en relativa buena salud. Durante una de estas visitas se
enteró, de alguna manera, de que habían llevado al pobre
hombre a un médico que sabía distinguir un paciente
sometido a una psicoprueba cuando lo tenía delante. El
médico murió y su fichero desapareció, por lo menos del
dispensario de Ciudad Baja. Éste fue el primer error de
cálculo de X. Jamás e le ocurrió pensar que en el
dispensario de Ciudad Alta pudiese haber un duplicado.
» Y entonces vino el segundo error de cálculo. El idiota
empezó a; recobrar la razón demasiado pronto y el Edil
de la Ciudad tenía suficiente inteligencia para comprender
que en él había algo más que un simple demente.
Quizá la muchacha que se ocupaba del idiota le hablase al
Edil de la psico-prueba. Es una simple suposición.
» Y ya saben ustedes la historia.
Fife dio una fuerte palmada y esperó la reacción.
Rune fue el primero en hablar. En su oscuro cubículo se
había encendido la luz un momento antes y estaba
sentado parpadeando y sonriente.
-Y ha sido una historia pasablemente aburrida, Fife: Un
momento más y me quedo dormido.
-Por lo que puedo ver -intervino BaIle lentamente-, ha
edificado usted una estructura tan insustancial como la del
año pasado. Hay un noventa por ciento de suposiciones.
-!Qué tontería! -exclamó Bort.
-¿Y quién es X, entonces? -preguntó Steen-. Si no sabe usted
quién es X, todo lo demás no tiene sentido. -y
bostezó delicadamente, tapándose sus pequeños dientes
blancos con el índice doblado.
-Por lo menos uno de ustedes ve el punto esencial del
problema -dijo Fife-. La identidad de X, en efecto, es el
punto crucial del asunto. Consideren ustedes las
características que X tendría que poseer si mi análisis es
correcto.
»En primer lugar, X es un hombre que está en contacto con
los Servicios Civiles, Es un hombre que puede
hacer practicar una psico-prueba. Es un hombre que cree
poder montar una campaña fructífera de chantaje. Es
un hombre que se puede llevar aun analista del espacio de
Sarka Florina sin dificultades. Es un hombre que
puede tramar la muerte de un doctoren Florina. No es un don
nadie, ciertamente.
»En una palabra, es definitivamente "alguien'",
Podría ser un Gran Noble ¿No lo creen ustedes?
-Bort se levantó. Su cabeza desapareció y volvió a sentarse.
Steen estalló con una risa histérica. Los ojos de
Rune, medio ocultos en la pulpa de la grasa que los rodeaba,
brillaron febriles. Halle movía lentamente la
cabeza.
-Por la salvación del Espacio, ¿a quién está usted acusando,
Fife?
-A nadie todavía -respondió sin inmutarse-. A nadie
específicamente. Mírenlo ustedes de esta manera. Aquí
somos cinco, Ningún otro habitante de Sark pudo hacer lo que
hizo x. Sólo nosotros cinco. Esto puede darse por
admitido. ¿Cuál de los cinco es? Para empezar. no soy yo.
-Podemos creerle bajo palabra, ¿verdad? -preguntó Rune.
-No tiene usted que creerme bajo palabra -respondió Fife-.
Soy el único aquí que no tiene móvil. El móvil de X es
conseguir el control de la industria del kyrt. Yo lo tengo.
Poseo un tercio de las tierras cultivables de Florina. Mis
molinos¡ talleres mecánicos y flota comercial es lo bastante
predominante como para echar a cualquiera de
ustedes de esta industria si quisiera. No acudiría a un
chantaje complicado.
Sus gritos dominaban las voces de todos los demás. -i
Escúchenme! Todos los demás tienen motivos. Rune
posee el continente más pequeño y el menor número de
acciones. Sé que no le gusta. No puede fingir lo
contrario. El linaje de Halle es más antiguo. Hubo un tiempo
en que su familia gobernaba todo Sark.
Probablemente no lo habrá olvidado. Pero le ofende perder
siempre en las votaciones del consejo y no puede,
por lo tanto, dirigir los negocios en su territorio de la
manera absoluta y autoritaria que quisiera. Steen tiene
gustos caros y sus finanzas están en mal estado. La
necesidad de recuperarse es muy imperativa. Ya lo ven,
Todos los motivos Posibles. Envidia. Ansia de poder. Codicia
de dinero. Cuestión de prestigio, Ahora, ¿cuál de
ustedes es?
En los ojos de Halle relució una centella de malicia.
-¿No lo sabe?
-No tiene importancia. Ahora escuchen esto. He dicho que
algo asustó a X (sigamos todavía llamándolo X)
después de sus primeras cartas. ¿Saben ustedes lo que fue? Fue
nuestra primera. conferencia en la que hablé
de la necesidad de una acción conjunta. X estaba presente.
Era, y es, uno de nosotros. Sabe que la acción
conjunta significa el fracaso para él. Había contado con
ganarnos porque sabe que nuestro rígido ideal de
autonomía continental nos alentará hasta el último momento y
más allá aún. Vio que se había equivocado y
decidió esperar hasta que la sensación de urgencia hubiese
desaparecido y pudiese actuar de nuevo.
»Pero sigue equivocándose. Seguiremos empleando la acción
conjunta y hay una única forma de hacerlo con
seguridad, considerando que X es uno de nosotros. La
autonomía continental ha llegado a su fin. Es un lujo que
no podemos ya permitirnos, porque los planes de X Sólo
terminarán con el fracaso económico del resto de
nosotros o la intervención de Trantor. Yo, personalmente,
soy el único en quien puedo confiar, de manera que a
partir de ahora presido un Sark unido. ¿Están ustedes
conmigo?
Se levantaron todos de sus asientos, gritando. Bort agitaba
su puño. Un poco de espuma se le escapaba por la
comisura de los labios.
Físicamente, no podían hacer nada. Fife sonreía. Cada uno de
ellos estaba a un continente de distancia. Podía
seguir sentado detrás de su mesa y verles echar espuma.
-No tienen ustedes elección -dijo-. En el año transcurrido
desde nuestra primera conferencia he hecho también
mis preparativos. Mientras asistían ustedes tranquilamente a
la conferencia, escuchándome, oficiales leales a
mí se han apoderado de la flota.
-!Traición! -gritaron todos.
-Traición a la autonomía continental-respondió Fife-.
Lealtad a Sark.
Los dedos de Steen se entrelazaban nerviosamente y sus
cobrizas puntas eran la única mancha de color de su
piel.
-!Pero está X! !Incluso si X es uno de nosotros, hay tres
inocentes! !Yo no soy X! -dijo dirigiendo una mirada
circular de cólera a los demás.
-Aquellos de ustedes que son inocentes formarán parte de mi
gobierno si quieren. No tienen nada que perder.
-!Pero no dice usted quién es inocente! -exclamó Bort! Tiene
que apartarnos del asunto de...! -se detuvo
jadeante.
-No lo haré. En el plazo de veinticuatro horas sabré quién
es X. No les he dicho una cosa. El analista del espacio
de que les he hablado está ahora en mi poder.
Reinó el silencio. Se miraban unos a otros con suspicacia y
recelo.
-Se están preguntando cuál de nosotros es X -dijo Fife
riéndose-. Uno de los cinco lo sabe, estén seguros de
ello. , y dentro de veinticuatro horas lo sabremos todos. y
ahora métanse ustedes bien en la cabeza que no
pueden hacer nada. Las naves son mías. !Buenos días¡
Hizo un gesto de despedida.
Uno tras otro fueron desapareciendo como estrellas en las
profundidades del vacío borradas de la pantalla de
visión por el paso de una división del espacio.
Steen fue el último en desaparecer . -Fife... -dijo con voz
trémula.
-¿Sí? -dijo Fife levantando la vista-. ¿Quiere confesarse
ahora que estamos los dos solos? ¿Es usted X?
El rostro de Steen se contorsionó alarmado.
-¡No, no, de verdad! Quería únicamente preguntarle si
hablaba usted en serio..., sobre lo de la economía
continental, me refiero. ¿Es de veras?
Fife miró el viejo cronómetro de la pared. -!Buenos días!
Steen se estremeció. Tendió la mano hacia el botón contacto
y también desapareció.
Fife permanecía sentado, pétreo e inmóvil. Terminada la conferencia
y el calor de la crítica situación, la
depresión se apoderaba de él. Su boca sin labios formaba
como un severo hueco en su ancho rostro.
Todos sus cálculos empezaban con un hecho determinado; de
que el analista del espacio estaba loco no cabía
duda. Pero todo aquello había ocurrido por culpa de un loco.
¿Se habría pasado Junz, del CAEI, un año
buscando a un loto?
¿Habría sido tan obstinado en su caza tras de los fantasmas?
Esto no se lo había dicho Fife a nadie. Apenas si
se atrevía a compartir ese conocimiento con su propia alma.
¿Y si el analista del espacio no había estado nunca
loco? ¿Y si la destrucción se balanceaba sobre el mundo del
kyrt?
El secretario floriniano apareció delante del Gran Noble; su
voz era seca e incolora.
-¿Qué ocurre?
-La nave de su hija ha aterrizado.
-¿Están sin novedad el analista del espacio y la indígena?
-Sí, señor .
-Que nadie les interrogue en mi ausencia. Que se mantengan
incomunicados hasta que yo llegue... ¿Hay
noticias de Florina?
-Sí, señor. El Edil está detenido y lo traen a Sark.
El yachtman
Las luces del puerto iban aumentando de intensidad a medida
que se oscurecía el crepúsculo. En ninguna hora
del día la iluminación se apartaba de la normal establecida
para la última hora de la tarde. En el Puerto , como
en todos los demás puertos de yates de Ciudad Alta, era de
día durante toda la rotación de Florina. La
intensidad de la luz podía adquirir una brillantez inusitada
bajo el sol de mediodía, pero ése era el único cambio.
Marjis Genro podía decir que el día propiamente. dicho había
terminado porque al entrar en el puerto había
dejado tras él las luces de colores de la Ciudad. Estas
brillaban con el cielo que iba oscureciendo, pero no tenían
la pretensión de sustituir el día.
Genro se detuvo en la entrada principal y no pareció quedar
en la más mínimo impresionado por la gigantesca
herradura con las tres docenas de hangares y cinco pozos de
despegue. Formaban parte de él como formaban
parte de cualquier navegante experimentado.
Sacó un cigarrillo de color violeta con el extremo envuelto
en una delicada película de kyrt plateado y se lo puso
en los labios. Protegió con sus manos juntas el extremo
exterior y le vio cobrar una vida verdosa mientras
inhalaba. Ardía lentamente y no dejaba ceniza. Un humo esmeralda
salía por los agujeros de su nariz.
-!Todo como siempre! -murmuró.
Un miembro del club vestido de yachtman, sólo con una
discreta letra en el único botón de la guerrera para
indicar que era miembro del comité, se había adelantado para
recibir a Genro, evitando cuidadosamente dar una
sensación de prisa.
-!Ah, Genro! ¿Y por qué no estaría todo al corriente?
-!Hola, Doty! Sólo estaba pensando que, con todo este
alboroto que arma, a algún brillante cerebro se le podría
ocurrir cerrar los puertos. Gracias a Sark no ha sido así.
-Todavía puede ocurrir, ¿sabes? -dijo el miembro del
comité-. ¿Conoces la última?
-¿Cómo puedes decir si es la última o la penúltima? -dijo
Genro.
-Bien. ¿Te has enterado de que lo del indígena ya es
definitivo? !El asesino!
-¿Quieres decir que lo han detenido? No lo sabía.
-No, no lo han detenido. Pero ya saben que no está en Ciudad
Baja.
-Pues... ¿dónde está entonces?
-En Ciudad Alta. Aquí.
-i Vamos...! -dijo Genro abriendo los ojos con incredulidad.
-Pues sí dijo el miembro del comité, un poco ofendido-,
Estoy seguro. Los patrulleros andan rondando arriba, y
abajo por Kyrt Highway. Han cercado City Park y usan Central
Arena como punto de coordinación. Todo eso es
auténtico.
-Bien, quizá. -Los ojos de Genro recorrían las naves, inmóviles
en sus hangares-.No había estado en el desde
hacía meses. ¿Hay alguna nave nueva aquí?
-No. Bueno, si está el Flamé Arrow de Hjordes.
-Ya la he visto -dijo Genro moyiendo la cabeza-. No es más
que cromio y nada más. Me molesta pensar que
tendré que acabar dibujando la mía.
-¿Vas a vender Comet V?
-Venderlo o desguazarlo. Estoy cansado de estos últimos
módulos. Son demasiado automáticos. Con sus
relevos automáticos y sus compensadores de trayectoria están
matando el deporte.
-He oído decir lo mismo a otros -asintió el miembro del
comité-. Si oigo hablar de algún viejo modelo en venta, te
avisaré.
-Gracias. ¿Te importa que dé una vuelta por aquí?
-De ninguna manera. Ve -dijo el otro; y saludándolo con un
gesto de la mano se alejó.
Genro emprendió su visita con el cigarrillo medio consumido
en un lado de la boca. Se detuvo en cada hangar
ocupado estudiando atentamente su contenido.
En el hangar desplegó
un más profundo interés. Se inclinó sobre la valla baja e interpeló:
-!Oiga...¡
Lo hizo en tono de perfecta cortesía, pero al cabo de unos
instantes tuvo que repetirlo con más fuerza y menos
cortesía.
El hombre que apareció no tenía un aspecto impresionante. En
primer lugar no llevaba uniforme de yachtman.
En segundo, necesitaba afeitarse y la repelente gorra que
llevaba se inclinaba sin la menor elegancia. Parecía
cubrir la mitad de su rostro. Finalmente, adoptaba una
actitud de peculiar y sospechosa cautela.
-Soy Marjis Genro -dijo éste-. ¿Es suya esta nave?
-Sí, señor -respondió el hombre fríamente.
Genro no hizo caso de su tono. Echó la cabeza atrás y
estudió cuidadosamente las líneas de la nave. Se quitó lo
que quedaba del cigarrillo de los labios y lo lanzó al aire.
No había alcanzado todavía la máxima altura de su
arco cl,ando con un eve destello se desvaneció.
-¿Le importaría que entrase? -preguntó Genro.
El hombre vaciló un instante y se echó a un lado. Genro
entró.
-¿Qué clase de motor lleva esta embarcación? -preguntó.
-¿Por qué la pregunta usted?
Genro era alto, tenía la piel y los ojos oscuros y llevaba,
el cabello encrespado y corto. Le pasaba al otro media
cabeza, y su sonrisa dejaba aparecer unos dientes blancos y
espaciados.
-Para serle completamente franco -respondió-, deseo comprar
una nueva embarcación.
-¿Quiere usted decir que le interesa ésta?
-No sé. Algo por este estilo, quizá, si el precio es justo.
Pero no sé si le molestaría que mirase los controles y
motores...
El hombre permanecía silencioso, La voz de Genro adquirió un
tono más frío.
-Como quiera, desde luego... -Y dio media vuelta.
-Quizá vendería... -dijo el hombre. Buscó en sus bolsillos-.
Aquí está la patente -añadió.
Genro la examinó por todas partes con ojos experimentados.
-¿Es usted Deamone? -preguntó devolviéndosela.
El hombre asintió.
-Puede usted entrar si quiere. Genro examinó brevemente el
gran cronómetro de a bordo, las palancas
fosforescentes que relucían brillantemente incluso bajo la
luz del día que indicaba la segunda hora después de
la puesta de sol.
-Gracias. ¿Quiere mostrarme el camino?
El hombre buscó nuevamente en sus bolsillos y le tendió un
manojo de llaves.
Subieron la corta rampa que llevaba a la compuerta de aire y
entraron. Lenta y silenciosamente, la compuerta se
abrió y Genro penetró en la oscuridad. La luz roja de la
compuerta se encendió automáticamente mientras la
puerta se cerraba tras ellos. La puerta interior se abrió y
mientras entraban en la nave se encendieron las luces
blancas en toda su longitud.
-Myrlyn Terens no tenía elección. No recordaba ya los
remotos tiempos en que la palabra «elección» existía.
Durante largas y desesperadas horas había estado cerca de la
nave de Deamone esperando e incapaz de hacer
otra cosa. Hasta entonces no le había llevado a nada. No
veía que pudiese llevarle a otra cosa que a su
detención.
y entonces aquel desconocido había llegado para mirar la
nave. Tratar siquiera con él era una locura. Le sería
imposible mantener la impostura estando en contacto con él.
Pero tampoco podía permanecer donde estaba.
Por lo menos en el interior de la nave podía haber comida, Era
extraño que no se le hubiese ocurrido antes. y la
había.
-Es cerca de la hora de cenar -dijo Terens-. ¿Querría usted
comer algo?
El desconocido no le había mirado ni por encima del
horI:tbro.
-Pues..., quizá más tarde. Gracias.
Terens no insistió. Le dejó estudiar la nave y se dedicó a
la carne envasada y las frutas envueltas en celulita.
Bebió con sed. Frente a la cocina había una ducha. Se
encerró en ella y se duchó. Era un placer poderse quitar
aquel gorro,aunque fuese temporalmente. Encontró incluso un
estrecho armario en el que pudo cambiarse de
ropa.
Cuando Genro regresó era mucho más dueño de sí mismo.
-Oiga, ¿le importaría que nave? -dijo.
-No hay inconveniente. ¿Sabe usted gobernar este modelo?
-preguntó Terens con una perfecta imitación de la
indiferencia.
-Así lo creo -dijo el otro con una sonrisa-. Me vanaglorio
de poder gobernar cualquier tipo de nave normal. De
todos modos, me he tomado la libertad de llamar a la torre
de control y hay un pozo de despegue disponible,
Aquí tiene usted mi título de navegante si quiere examinarlo
antes de que salga.
Terens le dirigió una mirada tan breve como la que Genro
había dirigido al suyo
-Los controles son suyos dijo
La nave salió del hangar deslizándose como una ballena
aérea, avanzando lentamente, limpiando tres pulgadas
de profundidad de la arcilla del campo con su casco
diamagnético.
Terens observaba a Genro manejar los controles con una
precisión matemática. La nave era un ser vivo bajo
sus manos. La reducida imagen del campo reflejada en el
visor cambiaba con cada maniobra y cada contacto.
La nave se detuvo asomando la punta en el pozo de
lanzamiento. El campo diamagnético iba extendiéndose
progresivamente hacia la proa de la nave que empezaba a
elevarse. Terens no se dio cuenta de ello cuando la
cabina del piloto giró sobre aros de suspensión universal
para alcanzar la gravedad de lanzamiento.
Majestuosamente los rebordes laterales de la nave encajaron
con las ranuras del pozo. Se mantuvo erguida,
señalando el cielo.
La tapa de duralita del pozo de lanzamiento retrocedió en su
encaje mostrando la superficie neutralizada de cien
yardas de profundidad que recibía las primeras descargas de
energía de los motores hiperatómicos.
Genro mantenía un misterioso cambio de información con la
torre de control. Finalmente, dijo:
-Diez segundos para el lanzamiento...
Una columna roja ascendente del interior de un tubo de
cuarzo iba marcando los segundos transcurridos. Al
establecer el contacto el primer empuje de energía les echó
atrás.
Terens sintió que aumentaba de peso y empujaba contra el
asiento, y el pánico se apoderó de él.
-¿Cómo va eso?
Genro parecía insensible a la aceleración. Su voz tenía la
entonación natural cuando contestó:
-Moderadamente bien.
Terens se echó atrás en su asiento tratando de abandonarse a
la presión, contemplando las estrellas en el visor,
mientras se iban haciendo duras y brillantes a medida que la
atmósfera se desvanecía entre la nave y ellas. El
kyrt que llevaba tocando a la piel estaba frío y húmedo.
Estaban ya en el espacio. Genro iba poniendo la nave a su
marcha normal. Terens hubiera sido incapaz de
darse cuenta de ello, pero veía las estrellas cruzar
rápidamente el visor mientras los afilados dedos del
yachtman manejaban los controles como si fuesen las teclas
de algún instrumento musical. Finalmente, el
voluminoso segmento anaranjado de un globo llenó la clara
superficie del visor .
-No está mal -dijo Genro-. Tiene usted la nave en buen
estado, Deamone. Es pequeña, pero tiene sus
cualidades.
-Supongo que querrá usted comprobar .su velocidad y su
capacidad de salto -dijo Terens cautelosamente-.
Puede hacerlo si quiere, no tengo inconveniente.
-Muy bien -asintió Genro-. ¿Dónde propone usted que vayamos?
¿Qué le parece...? -Vaciló, y por fin dijo-:
Bien..., ¿por qué no Sark?
La respiración de Terens se aceleró ligeramente. Lo había
esperado. Estaba a punto de creer que vivía en un
mundo de magia. Era curioso cómo las cosas forzaban sus
actos, aun sin darse cuenta de ello. No hubiera sido
difícil convencerle de que no eran las «cosas», sino el
destino el que dictaba las jugadas. Su infancia se había
desarrollado en la superstición de que los Nobles se criaban
entre los indígenas y estas cosas son difíciles de
dominar. En Sark estaba Rik, COQ su memoria, a la que iba
recuperando. El juego no había terminado.
-¿Por qué no, Genro?-dijo con calor.
-A Sark, pues -dijo Genro.
Con el aumento de velocidad el globo de Florina desapareció
del campo visual del visor y reaparecieron las
estrellas.
-¿Cuál es su mejor recorrido Sark-Florina? -preguntó Genro.
-Nada que haya batido el récord. Un tiempo medio.
-¿Entonces lo ha hecho en menos de seis horas?
-En alguna ocasión, sí.
-¿Tiene algún inconveniente en que pruebe de hacerlo en
cinco?
-Ninguno -dijo Terens.
se necesitaron horas para alcanzar un punto suficientemente
alejado de la distorsión de la masa estelar del
espacio para hacer posible el salto.
Terens encontraba aquel estado de vigilia una tortura.
Aquélla era la tercera noche que no había dormido, o muy
poco, y la tensión de los días acentuaba la falta de reposo.
Genro le miró de soslayo.
-¿Por qué no se duerme?
Terens hizo un esfuerzo por dar una expresión de vivacidad a
sus cansados músculos faciales.
-No es nada –dijo- Nada...
Bostezaba prodigiosamente y se excusó sonriendo, El yachtman
volvió a sus instrumentos y los ojos de Terens
se nublaron de nuevo.
Los asientos de las naves del espacio son cómodos por
necesidad. Tienen que proteger a las personas contra
la aceleración. Un hombre que no esté particularmente
cansado puede con mucha facilidad quedarse dormido
en ellos. Terens, que hubiera sido capaz de dormir sobre un
montón de cristal roto, no se enteró nunca de que
hubiesen pasado la línea fronteriza.
Durmió apacible y profundamente. No se movía; no daba más
signo de vida que su acompasada respiración
cuando le quitaron el casco de la cabeza.
Se despertó lentamente. Durante varios minutos no tuvo la
menor noción de dónde se encontraba. Creyó estar
de nuevo en su casa de Edil. La verdadera situación fue
apareciendo paulatinamente en su cerebro. Pudo
incluso sonreír a Genro, que seguía atento a sus controles,
y decirle:
-Me parece que me he quedado dormido.
-Me parece que sí. Aquí está Sark -dijo Genro señalando un
amplio creciente blanco en el visor .
-¿Cuándo aterrizamos?
-Cosa de una hora...
Terens estaba lo bastante despierto ya para observar un
cambio de actitud en su compañero. Fue para él una
impresión que lo dejó helado darse cuenta de que el objeto
de acero gris que Genro tenía en la mano resultaba
ser el afilado cañón de una pistola-aguja.
-¿Qué diablos...? -dijo Terens poniéndose de pie.
-!Siéntese! -dijo Genro lentamente. En la otra mano llevaba
un casco craneal.
Terens se llevó la mano a la cabeza y vio que sus dedos sólo
agarraban su cabello arenoso.
-Sí -dijo Genro-. La cosa está clara. Eres un indígena.
Terens le miraba sin decir nada.
-Sabía que eras un indígena incluso antes de entrar en la
nave del pobre Deamone.
Terens tenía la boca seca como el algodón y le ardían los
ojos. Miraba el diminuto orificio del cañón de la
pistolaaguja y esperaba ver salir de él de un momento a otro
un destello silencioso. Había llegado lejos, muy
lejos..., y al final había perdido la partida.
Genro no parecía tener prisa. Seguía sosteniendo su
pistola-aguja y sus palabras mantenían la misma calma.
-Tu error básico, Edil, fue creer que podías burlar
indefinidamente a una policía organizada. Aun así, habrías
obrado mucho mejor si no hubieses fijado tu desafortunada
elección en Deamone como víctima.
-No le elegí.
-Entonces llámalo mala suerte. Alstare Deamone estaba en
City Park hace unas doce horas esperando a su
mujer. No había otra razón más que la sentimental para que
se encontrase allí accidentalmente y cada año se
encontraban en el mismo lugar el día del aniversario de su
encuentro. Esta especie de ceremonia entre maridos
y mujeres casados no tiene nada de original, pero a ellos
les parecía importante. Desde luego, Deamone no
pensó jamás que lo solitario de aquel lugar pudiese hacerle
fácil víctima de un crimen. ¿Quién hubiera creído
eso en Ciudad Alta?
»Era una secuencia normal de acontecimientos que el crimen
hubiese podido no descubrirse hasta al cabo de
varios días, pero la esposa de Deamone se encontraba en el
lugar del suceso a la media hora de haber
ocurrido. El hecho de que su marido no estuviese allí la
sorprendió. No era hombre, dijo, de marcharse furioso
porque ella se hubiese retrasado unos instantes. Le ocurría
con frecuencia. Debió incluso suponerlo. Se le
ocurrió pensar que podía estar esperándola dentro de
"su cueva".
»Deamone había estado esperándola fuera de "su
cueva", en efecto. Era la más cercana al lugar de la agresión
y aquella a la que arrastraron su cuerpo. Su mujer entró en
la cueva y encontró..., en fin, ya sabes lo que
encontró. Consiguió comunicar la noticia al Cuerpo de
Patrulleros a través de nuestras oficinas del Depsec, pese
a que se expresaba casi incoherentemente por la emoción.
»¿Qué impresión produce, Edil, matar' a un hombre a sangre
fría y dejar el cuerpo para que lo encuentre su
mujer en un lugar lleno de románticos recuerdos para ambos?
Terens se ahogaba. Trató de respirar a través de un rojo
velo de rabia y decepción.
-Vosotros los sarkitas habéis matado millones de
florinianos. Mujeres, niños. Os habéis enriquecido a costa de
nosotros. Este yate...
Fue todo lo que pudo decir . -Deamone no tenía la
responsabilidad del estado de cosas que encontró al nacer -
dijo Genro-. Si hubieses nacido sarkita, ¿qué hubieras
hecho? ¿Renunciar a. tus tierras, si las tenías; e ir a
trabajar a los campos de kyrt?
-Bien, entonces, dispara -dijo Terens-, ¿A qué esperas?
-No hay prisa. Tenemos mucho tiempo para poder terminar mi
historia. No estábamos seguros de la identidad
de la víctima ni de la del asesino, pero había grandes
probabilidades de que fueseis Deamone y tú. Nos parecía
claro porque las cenizas que encontramos al lado del cuerpo
eran las del uniforme de patrullero que usabas
para disfrazarte de sarkita. Nos parecía además probable que
fueses hacia el yate de Deamone. No exageres
nuestra estupidez, Edil.
»La cosa era todavía más compleja. Eras un hombre
desesperado. Hubiera sido insuficiente encontrar tu pista.
Ibas armado y sin duda te hubieras suicidado si te
hubiésemos acorralado. Esto era lo que no queríamos. Te
necesitaban en Sark y te necesitaban en buen estado.
»A mi modo de ver era un asunto particularmente delicado y
necesitaba convencer al Depsec de que podía
resolverlo yo solo y llevarte a Sark sin ruido ni
dificultad. Tendrás que reconocer que eso es precisamente lo que
estoy haciendo.
»Para decirte la verdad, te confesaré que al principio me
preguntaba si eras nuestro hombre. Ibas vestido con
las ropas corrientes de los empleados de los puertos del
espacio. Era de un mal gusto increíble. A nadie se le
ocurriría, pensé, suplantar a un yachtman sin el traje
adecuado. Pensé que lo hacías deliberadamente,
llevándonos a detenerte a ti mientras el verdadero culpable
se escapaba en otra dirección.
»Vacilé y te sometí a otras pruebas. Traté de usar una llave
equivocada de la nave. No hay nave inventada que
se abra por la parte derecha de la compuerta de aire. Se
abren siempre e invariablemente por el lado izquierdo.
No mostraste ninguna sorpresa ante mi error. Ni la más
mínima. Entonces pregunté si habías hecho el recorrido
Sark-Florina en menos de seis horas y contestaste que,
ocasionalmente, sí. Era extraordinario. El récord de
duración mínima es de horas.
»Decidí que no podías ser un reclamo. La ignorancia era
demasiado clara. Tu ignorancia tenía que ser natural y
tú eras el hombre que buscábamos. Era, pues, cuestión tan
sólo de que te quedases dormido (y tu rostro
demostraba con claridad que necesitabas dormir), desarmarte
y tenerte a raya con el arma apropiada. Te quité
el casco más por curiosidad que por otra cosa. Quería ver
qué aspecto tenía un traje sarkita con una cabeza
roja emergiendo de él.
Terens tenía la vista fija en el arma. Quizá Genro vio los
músculos de su mandíbula contraerse. Quizá tan sólo
supuso lo que Terens estaba pensando.
-Desde luego no tengo que matarte, aunque me atacases. No
puedo matarte ni en legítima defensa, pero no
creas que esto te da ninguna ventaja. Haz un movimiento y te
parto una pierna.
El impulso de luchar se desvaneció en Terens. Se llevó las
palmas de las manos a la frente y permaneció
inmóvil.
-¿Sabes por qué te digo todo esto? -preguntó Genro. Terens
no contestó.
-Primero -prosiguió Genro-, porque verdaderamente gozo
viéndote sufrir. Detesto a los asesinos y
especialmente a los indígenas que matan a sarkitas. Tengo
orden de entregarte vivo, pero ninguna orden me
obliga a hacerte el viaje agradable. Segundo, porque es
necesario que estés bien al corriente de la situación, ya
que, en cuanto aterricemos en Sark, los siguientes pasos
serán cosa tuya...
-¿Cómo...? -exclamó Terens levantando la vista.
-El Depsec sabe que llegamos. El centro regional de Florina
mandó la noticia en cuanto salimos de la atmósfera
de Florina. Puedes estar seguro de ello. Pero ya te he dicho
que tuve que convencer al Depsec de que podía
resolver solo el asunto y toda la diferencia estriba en el
hecho de que lo he conseguido.
-No lo entiendo -dijo Terens desesperado.
-He dicho -respondió Genro con calma que querían que te
llevase a Sark, te querían en perfecto estado. Pero no
me refiero al Depsec, me refiero a Trantor.
El renegado
Selim Junz no había sido nunca un tipo flemático. Un año de
desengaños no había ayudado a mejorarlo. No
podía saborear un buen vino mientras su orientación mental
reposaba sobre bases temblorosas. En una
palabra, no era un Ludigan Abel.
Y cuando Junz había proclamado a gritos que bajo ningún
concepto se daría a Sark la libertad de raptar y
encarcelar a un miembro del CAEI, fuera cual fuese la red de
espionaje de Trantor, Abel se había limitado a
decir: «Me parece que será mejor que pase la noche aquí,
doctor».
-Tengo cosas mejores que hacer -exclamó Junz frenético.
-No lo dudo, hombre, no lo dudo -respondió Abel-. De todos
modos, si están apedreando a mis hombres hasta la
muerte, Sark tiene que ser osado, desde luego. Hay grandes
probabilidades de que le ocurra a usted un
accidente antes de que termine la noche. Esperemos, pues,
esta noche y veamos qué nos trae el nuevo día;
Las protestas de Junz contra la inacción fueron inútiles.
Abel, sin perder siquiera su frío y casi negligente aire de
indiferencia, era de repente difícil de oír. Junz se vio
acompañado con firme cortesía hasta su habitación.
Ya en la cama, fijó la vista en el techo ligeramente
luminoso donde había pintado al fresco una copia
mediocremente lograda del cuadro de Lelhaden «Batalla de los
Mundos Arcturianos», y supo que no dormiría.
Finalmente hizo una inhalación ligera de gas «somnin» y se
quedó dormido antes de necesitar otra. Cinco
minutos después, cuando una corriente de aire barrió el
anestésico de la habitación¡ había absorbido el
suficiente para asegurarse ocho horas de sueño.
Despertó a la media luz fría de la mañana y miró a Abel.
-¿Qué hora es? -preguntó.
-Las seis.
-Se ha levantado temprano -dijo Junz sacando sus huesudas
piernas de las ropas.
-No he dormido.
-¿Eh?
-No respondo ya al «antisomnin» como cuando era mas joven.
-Si me permite un momento... -murmuró Junz. Esta vez los
preparativos para la mañana no le llevaron mucho
más tiempo. Volvió a entrar en la habitación abrochándose el
cinturón de su túnica y ajustando el receptor
magnético.
-Bien -dijo-, seguramente no se despierta usted a medianoche
y me saca de la cama a las seis si no tiene algo
que decirme...
-Tiene razón. Tiene razón... -Abel se sentó en la cama que
Junz había dejado vacía y echando la cabeza atrás
se echó a reír, mostrando los dientes de plástico
amarillento sobre unas encías descarnadas-. Perdone, Junz -
dijo-. Tampoco yo estoy muy bien. Esta vigilia con drogas me
da pesadez de cabeza. Estoy tentado de aconsejar
a Trantor que me sustituyan por alguien más joven.
-¿Ha visto usted como al final no han conseguido coger al
analista del espacio? -dijo Junz con una pizca de
sarcasmo mezclada con una vaga esperanza.
-No. Lo siento, pero es así. Me parece que mi satisfacción
se debe solamente a que nuestras redes están
intactas.
Junz sintió el deseo de decir: «iAh, diablos, sus redes!»,
pero se abstuvo.
No cabe la menor duda de que sabían que Khorow era uno de
nuestros agentes -prosiguió Abel-. Pueden
conocer a otros de Florina. Es pez pequeño. Los sarkitas lo
sabían y jamás han considerado útil hacer algo más
que tenerlos en observación.
-Mataron a uno -hizo observar Junz.
-No es cierto -respondió Abel-. Fue uno de los compañeros
del analista del espacio disfrazado de patrullero
quien usó el detonador .
-No lo entiendo -dijo Junz mirándolo.
-Es una historia muy complicada. ¿Quiere usted desayunar
conmigo? Tengo una urgente necesidad de comer.
Durante el café, Abel contó la historia de lo ocurrido
durante las últimas treinta y seis horas.
Junz estaba asombrado. Dejó su taza de café medio llena y
volvió al asunto.
-Aun admitiendo que de entre todas las naves se les
ocurriese meterse en aquélla, queda en pie el hecho de
que podían no haberla descubierto. Si manda usted hombres al
encuentro de esta nave en cuanto aterrice...
-¡Bah..,! Hay algo mejor que hacer. Lo sabe usted muy bien.
No hay nave moderna que no revele en el acto la
presencia del exceso de calor de un cuerpo.
-Pudo pasar desapercibido. Los instrumentos serán
infalibles, pero los hombres no.
-Un prudente pensamiento. Mire: En el preciso momento en que
la nave, con el analista del espacio, se acerca a
Sark, llegan informes perfectamente dignos de crédito de que
el señor de Fife está reunido en conferencia con
los otros Grandes Nobles. Estas conferencias
intercontinentales están tan espaciadas como las estrellas de, la
Galaxia. ¿Coincidencia? ,
-¿Una conferencia intercontinental sobre el analista del
espacio?
-Un tema sin importancia por sí mismo, sí. Pero nosotros le
hemos dado importancia. El CAEI ha estado
buscándolo desde hace más de un año con una constante
obstinación.
-Los Nobles no lo saben y no se lo creerían si se lo dijese.
Además, Trantor se ha interesado también.
-A petición mía.
-Tampoco lo saben ni lo creerían.
Junz se levantó y su silla se apartó automáticamente de la
mesa. Con las manos enlazadas con fuerza en su
espalda, empezó a pasear sobre la alfombra, arriba y abajo.
De vez en cuando miraba duramente a Abel.
Abel, imperturbable, se sirvió otra taza de café. -¿Cómo
sabe todo eso? -preguntó Junz.
-¿Todo qué?
-Todo. Cómo y cuándo el analista del espacio se fugó. Cómo y
de qué manera el Edil ha estado eludiendo su
captura. ¿Es que tiene usted el propósito de engañarme?
-¡ Mi querido doctor Junz...!
-Reconoce usted haber tenido hombres buscando al analista
del espacio aparte de mí. Se las arregló usted para
tenerme fuera de su camino anoche sin dejar nada al azar...
-Junz recordó, súbitamente, su inhalación de
somnin.
-He pasado la noche en constante comunicación con mis
agentes, doctor. Lo que hice y lo que supe entra
dentro del epígrafe de, digamos. material clasificado. Tenía
que estar usted fuera del camino, pero en seguridad.
Todo lo que acabo de decirle lo he sabido esta noche por mis
agentes.
-Para enterarse de lo que se ha enterado necesita usted
tener espías en el mismo gobierno sarkita.
-Pues... naturalmente.
Junz se volvió rápidamente hacia el gobernador .
-Venga, diga.
-¿Lo encuentra sorprendente? Desde luego. Sark es proverbial
por la estabilidad de su gobierno y la lealtad de
su pueblo. La razón es bien sencilla, puesto que el más
pobre de los sarkitas es un aristócrata comparado con
los florinianos y puede considerarse a sí mismo, por falaz
que sea la creencia, un miembro de la clase
gobernante.
»Considero, sin embargo, que Sark no es el mundo de billonarios
que la mayor parte de la Galaxia cree. Un año
de residencia puede haberle convencido a usted de ello. Un
ochenta por ciento de la población tiene un nivel de
vida que está a la par con el de los demás mundos e incluso
no mucho más alto que el del propio Florina.
Siempre habrá un cierto número de sarkitas que, impelidos
por la codicia, sentirán suficiente envidia de los que
viven rodeados de lujo, y se presten a mis fines. El gran
error del gobierno sarkita es haberse preocupado
solamente de la rebelión contra Florina. Han olvidado
ocuparse de sí mismos.
-Estos pocos sarkitas, suponiendo que existan -dijo Junz-,
no pueden ser de mucha utilidad.
-Individualmente, no. Colectivamente, constituyen
instrumentos muy importantes para nuestros hombres más
importantes. Hay miembros incluso de la verdadera clase
gobernante que han aprendido de memoria la lección
de estos dos últimos siglos. Están convencidos de que al
final Trantor asumirá el gobierno de toda la Galaxia; y
están convencidos, creo, con razón. Sospechan incluso que el
verdadero dominio puede establecerse durante el
curso de su vida y prefieren establecerse, por adelantado,
en el bando del ganador .
-Da usted de la política interestelar la idea de un juego
muy sucio -dijo Junz con una mueca.
-Y lo es; pero, renegando de la suciedad, usted no la evita.
No todas sus facetas son mera suciedad. Considere
al idealista. Considere los pocos hombres del gobierno de
Sark que sirven a Trantor no por dinero, ni por
promesas de poder, sino únicamente porque creen con
sinceridad que un gobierno unificado de la Galaxia es
mejor para la humanidad, y que sólo Trantor puede erigir un
tal gobierno. Tengo un hombre de ésos a mi
servicio, el mejor de todos, del Departamento de Seguridad
de Sark, y en este momento está trayendo al Edil. .
-Ha dicho usted que le habían capturado -dijo Junz.
-Por el Depsec, sí. Pero mi hombre pertenece al Depsec
y es mi hombre -durante un momento Abel frunció el ceño y
cambió de tono. Su utilidad quedará
considerablemente reducida después de esto. Una vez deje
evadirse al Edil, será para él la destitución en el
mejor de los casos y el encarcelamiento en el peor. ¡En
fin... !
-¿Qué está usted planeando ahora?
-Apenas la sé. Primero, tenemos que ver a nuestro Edil. Sólo
estoy seguro de su llegada al puerto espacial. Lo
que ocurra después...
Abel se estremeció y su vieja y amarillenta piel cobró
aspecto de pergamino en los pómulos.
-Los Nobles esperarán también al Edil -añadió-, Tienen la
impresión de que la han cogido, y hasta que uno u
otro de nosotros ID tenga en sus manos no puede ocurrir
nada.
Pero esta afirmación era equivocada.
Estrictamente hablando, todas las embajadas extranjeras de
la Galaxia mantenían derechos extraterritoriales
sobre las áreas inmediatas a su ubicación. En general, esto no
tenía otro valor que un piadoso deseo, a
excepción de aquellos planetas cuya fuerza inspiraba
respeto. En la práctica actual representaba que sólo
Trantor podía mantener la independencia de sus enviados.
La Embajada de Trantor cubría cerca de una milla cuadrada y
en su interior patrullaban hombres armados con
uniforme trantoriano. Ningún sarkita podía entrar allí si no
era por invitación, y jamás un sarkita armado bajo
ningún pretexto. Desde luego, todos los hombres y las armas
de los trantorianos no podrían resistir el ataque de
un regimiento armado sarkita más allá de dos o tres horas,
pero detrás de aquellas fuerzas estaba todo el
poder" de represalias del organizado poderío de un
millón de mundos.
Permanecía inviolado.
Podía incluso mantener comunicación material con Trantor sin
necesidad de pasar por los puertos sarkitas de
aterrizaje o entrada. Bajo el control de una nave madre
trantoriana que navegaba en el justo límite de as cien
millas que marcaban la frontera entre el «espacio
planetario» y el «espacio libre», una serie de pequeñas gironaves
de grandes palas equipadas para el viaje atmosférico con un
mínimo de consumo de "energía, podía
elevarse y bajar (medio deslizándose, medio cayendo) al
pequeño puerto aéreo que se mantenía en los límites
de los terrenos de la Embajada.
La giro-nave que aparecía en aquel momento sobre el puerto
de la Embajada no era, sin embargo, ni esperada
ni trantoriana. Las minúsculas fuerzas de la Embajada fueron
rápida y truculentamente puestas en acción. Un
cañón aguja apuntó inmediatamente al aire. Las pantallas de
energía se levantaron. Circulaban mensajes
radiados de una parte a otra. Se transmitían órdenes y
empezaba a reinar la confusión. El teniente Camrum se
apartó de su instrumento y dijo:
-No sé. Dice que van a borrarlo del cielo dentro de dos
minutos si no le dejamos bajar. Apela a la inmunidad.
-¡Seguro! y entonces Sark reclamará porque intervenimos en
su política, y si Trantor decide dejar que se
desarrollen los acontecimientos, tú y yo quedaremos borrados
del mapa -dijo el capitán Elyut, que acababa de
entrar-. ¿Quién es?
-No lo quiere decir -respondió el teniente bastante
exasperado-. Dice que tiene que hablar con el embajador.
Dígame usted lo que tengo que hacer, capitán.
El receptor de onda corta lanzó unos chasquidos y con una
voz medio histérica dijo:
-¿Es que no hay nadie ahí? Voy a bajar, se acabó. ¡Les digo
que no puedo esperar ni un momento!
-¡Pardiez, yo conozco esta voz! -dijo el capitán-. ¡Déjele
hablar! ¡Bajo mi responsabilidad!
Se transmitieron órdenes. La giro-nave bajó más rápidamente
de lo que hubiera debido, pilotada por una mano
inexperta y presa de pánico en el control. El cañón-aguja se
mantenía sobre el blanco.
El capitán estableció una línea directa con Abel y toda la
embajada se movilizó en estado de urgencia. El vuelo
de las naves sarkitas que aparecieron en el cielo menos de
diez minutos después de haber aterrizado la
primera, mantuvo una amenazadora vigilancia durante dos
horas y después se marcharon.
Abel, Junz y el recién llegado estaban cenando. Con
admirable aplomo, teniendo en cuenta las circunstancias,
Abel hizo el papel de anfitrión despreocupado.
Durante dos horas enteras se había abstenido de preguntar
por qué un Gran Señor acudía a la inmunidad. Junz
fue menos paciente. Le susurró a Abel:
-¿Qué va usted a hacer con él?
-Nada -le contestó Abel con una sonrisa-. Por lo menos antes
de saber si tengo a mi Edil o no. Me gusta saber
qué juego tengo antes de poner una ficha sobre el tapete. y
puesto que ha acudido a mí, la espera le
impacientará más que a nosotros.
Tenía razón. Dos veces el Noble inició un rápido monólogo y
dos veces Abel dijo:
-¡Mi querido amigo! Una conversación seria tiene que ser muy
desagradable para un estómago vacío..,
Sonrió y encargó la cena. Ya con el vino, el Noble intentó
nuevamente hablar.
-Deben ustedes querer saber por qué me he marchado del
continente de Steen...
-No concibo qué motivos puede tener el señor de Steen para
huir de las naves sarkitas -confesó Abel.
Steen le miró fijamente. Su delgada figura y su pálido y
demacrado rostro aparecían calculadores. Su largo
cabello peinado en largos mechones sujetados por diminutos
clips que producían un sonido metálico al rozarse
cada vez que movía la cabeza parecían querer llamar la
atención hacia el desprecio del peinado corriente
sarkita. Sus ropas y su piel despedían una suave fragancia.
Abel, a quien no escapaba la leve forma de apretar los
labios de Junz y la rápida manera como el analista del
espacio se acariciaba su corto cabello, pensó cuán divertida
hubiera sido la reacción de Junz si Steen hubiese
aparecido más típicamente ataviado, con las mejillas
pintadas de rojo :v sortijas en los dedos.
Hoy ha habido una conferencia intercontinental -dijo Steen.
-¿De veras? -preguntó Abel.
Abel escuchó el relato de la conferencia sin hacer el menor
movimiento.
-Y tenemos veinticuatro horas -añadió Steen indignado-. Han
pasado ya dieciséis horas. ¡Verdaderamente!
-Y usted es X -exclamó Junz, que se había ido poniendo
nervioso durante el relato-. ¡Es usted X! ¡Ha venido
aquí porque le han descubierto! Vaya, pues está bien. Abel,
aquí tenemos la prueba de la identidad del analista
del espacio: podemos utilizarlo para forzar la rendición del
hombre.
Steen tenía dificultades para hacerse oír por encima de la
voz abaritonada de Junz.
-¡No, de veras...! ¡No, les digo! Está usted loco. ¡Basta!
¡Déjeme hablar, le digo...! Excelencia..., no puedo
recordar cómo se llama este hombre.
-Doctor Selim Junz, señor.
-Bien, pues, doctor Selim Junz, jamás en mi vida he visto a
este idiota o analista del espacio o la que pueda ser.
¡De veras! ¡Jamás he oído una tontería parecida! No cabe
duda de que no soy X. Les agradeceré que no usen
siquiera esa estúpida letra. ¡Imaginan! ¡Dar crédito al
estúpido melodrama de Fife!
-¿Por qué ha huido usted, entonces? -dijo Junz agarrándose a
esta idea.
-¡Válgame Sark! ¿No está claro? ¡Oh, me estaba ahogando!
Mire, ¿no ve usted lo que estaba haciendo Fife?
-Si quiere usted explicarse, señor, no será usted
interrumpido -terció Abel lentamente.
-Bien, gracias, por lo menos -continuó con aire de ofendida
dignidad-. Los demás no tienen un buen concepto de
mí, porque no veo la necesidad de molestarnos con documentos
y estadísticas y todos esos horribles detalles.
Realmente, ¿para qué sirve el servicio civil, me gustaría
saberlo, si un Gran Señor no puede ser un Gran Señor?
»Sin embargo, esto no quiere decir que yo sea un inútil,
¿comprende?, porque me gustan mis comodidades.
¡No! Quizá los demás estén ciegos, pero yo veo claramente
que Fife no daría ni un ochavo por el analista del
espacio. No creo que exista. Fife tuvo esa idea hace un año
y la está explotando desde entonces.
»Nos está tomando por idiotas. ¡De veras! y los demás lo
son. ¡Idiotas repugnantes! Ha inventado toda esa
absurda historia de idiotas y analistas del espacio. No me
sorprendería que el indígena ese a quien se acusa de
estar matando patrulleros a docenas fuese uno de los espías
de Fife con peluca roja. o, si es un verdadero
indígena, imagino que está a sueldo de Fife.
»¡Esto no se lo tolero a Fife! ¡De veras! Emplea indígenas
contra sus semejantes. Esto demuestra lo bajo que
es. De todos modos, es obvio que los emplea sólo como excusa
para arruinarnos a nosotros y hacerse dictador
de Sark. ¿No lo ven ustedes claro?
»No hay tal X ni cosa que se le parezca, pero mañana lanzará
una serie de subetéreos hablando de
conspiraciones y peligros y se hará declarar Jefe. No hemos
tenido Jefe en Sark desde hace quinientos años,
pero eso no le detendrá. ¡Que cuelguen de la horca la
constitución! ¡De veras!
»Pero yo tengo la intención de detenerlo. Por eso he tenido
que marcharme. Si no me hubiese movido de Steen
estaría ya en la cárcel.
»En cuanto la conferencia terminó vi el puerto. El personal
estaba vigilado y, ya sabe, sus hombres lo habían
ocupado. Era un claro desprecio a la autonomía continental y
un acto digno de un chiquillo. ¡De veras! Pero por
vil que sea no es inteligente. Pensó que alguno de nosotros
podría intentar abandonar el continente e hizo vigilar
los espaciópuertos, pero -sonrió con una sonrisa de zorra y
emitió una especie de risita-, no se le ocurrió hacer
vigilar los giro-puertos.
»Probablemente pensó que no había ningún lugar en el planeta
que ofreciese seguridad. Pero se me ocurrió
pensar en la Embajada de Trantor, lo cual es más de lo que a
los otros se les ocurrió. Me cansaron.
Especialmente Bort. ¿Conoce a Bort? Es profundamente
molesto. y mala persona. Me habla como si fuese algo
malo tener aspecto limpio y oler bien.
Se llevó la punta de los dedos a la nariz y olió complacido.
Abel puso suavemente la mano sobre el puño de Junz al ver
que éste se agitaba nervioso. -Ha abandonado a su
familia -dijo Abel-. ¿No ha pensado que Fife tiene todavía
un arma contra usted?
-Me era un poco difícil apretujar a toda mi gente en la
giro-nave -dijo sonrojándose levemente-. Fife no se
atreverá a tocarlos. Además, estaré de regreso en Steen
mañana.
-¿Cómo? -preguntó Abel.
Steen le miró sorprendido y abrió los labios.
-Vengo a ofrecerle una alianza, Excelencia. No me va a negar
que a Trantor le interesa Sark. Con toda
seguridad le habrá dicho usted ya a Fife que todo intento de
cambiar la constitución de Sark exige la aprobación
de Trantor...
-Veo muy difícil la forma en que esto se llevase a cabo,
aunque mi gobierno me apoyase -dijo Abel.
-¿Cómo puede no llevarse a cabo? -corrigió Steen indignado-.
Si controla todo el comercio de kyrt, hará subir los
precios, pedirá concesiones para entrega rápida y todo lo
necesario.
-¿No controlan los precios en a actualidad ustedes cinco?
Steen se echó atrás en su silla y contestó:
-¡Verdaderamente...! No conozco los detalles. Pronto me
preguntará usted las cifras. i Pardiez, es usted tan
molesto como Bort! Lo digo en broma, desde luego. Lo que
quiero decir es que, con Fife fuera de juego, Trantor
puede llegar a un arreglo con nosotros. A cambio de su
.ayuda, sería muy justo que Trantor obtuviese un
tratamiento de favor e incluso un pequeño interés en el
comercio.
-¿Y cómo evitaremos que esta intervención se convierta en
una guerra universal en la Galaxia?
-¡Oh! Pero... ¿no lo ve? ¡Está claro como el día! No serían
ustedes los agresores. No harían más que evitar una
guerra civil para salvar el comercio de kyrt de una
catástrofe. Yo anunciaré que he acudido a usted en demanda
de ayuda. Habrá varios mundos alejados de la agresión. Toda
la Galaxia estará de nuestro lado. Desde luego, si
más tarde Trantor saca un beneficio de ello..., no es asunto
de nadie.
¡De veras!
Abel juntó sus roídas uñas y las miró. -No puedo creer que
quiera usted realmente unir sus fuerzas a Trantor -
dijo.
Un destello de profundo odio pasó fugazmente por los
ojos de Steen. -Antes Trantor que Fife...
-No me gusta amenazar con la fuerza -dijo Abel-. Podríamos
esperar a que los acontecimientos se desarrollasen
un poco...
-¡No, no! -exclamó Steen-. ¡Ni un día! Si no se muestra
usted firme ahora será demasiado tarde. Una vez haya
franqueado la línea crítica será demasiado tarde y no podrá
retroceder sin perder la dignidad. Si me ayuda usted
ahora, el puesto de Steen estará detrás de mí y los otros
Grandes Señores se unirán a nosotros. Si espera
usted un solo día el molino de la propaganda de Fife puede
empezar a moler . Me considerarán un renegado.
¡De veras ¡Yo! ¡Un renegado! Echará mano de todos los
prejuicios anti-Trantor de que pueda disponer y, ya lo
sabe usted, sin ánimo de ofender, no son pocos.
-¿Supongamos que le pidiésemos permiso para interrogar al
analista del espacio?
-¿De qué serviría eso? Jugará las dos barajas. Nos dirá que
el idiota floriniano es un analista del espacio, pero a
ustedes les dirá que el analista del espacio es un idiota
floriniano. No conoce usted a ese hombre. ¡Es horrible!
Abel reflexionó marcando el compás lentamente con el índice.
-Tenemos al Edil, sabe usted,.. -¿Qué Edil?
-El que mató a los patrulleros y al sarkita. -¡Ah!, ¿de
veras? ¡Oh...! ¿Cree usted que a Fife le va a importar eso si
se trata de apoderarse de todo Sark?
-Sí, lo creo. No es sólo que tengamos al Edil, ¿comprende?,
se trata de las circunstancias de su captura. Me
parece, Steen, que Fife me escuchará atentamente..., y con
humildad, además.
Por primera vez desde que conocía a Abel, Junz sintió la
frialdad disminuir en el tono de su voz, y ser sustituida
por un tono de satisfacción, casi de triunfo.
El cautivo
Lady Samia de Fife no estaba muy acostumbrada a sufrir
decepciones. Era algo sin precedentes, incluso
inconcebible, que llevase varias horas decepcionada.
El comandante del espacio-puerto volvía a ser enteramente el
capitán Racety. Era cortés, casi obsequioso,
parecía contrariado, expresaba su pesar, negaba el menor
deseo de llevarle la contraria, pero se mostraba
férreo contra sus menores deseos claramente expresados,
Finalmente se vio obligada, después de expresar sus deseos y
exigir sus derechos, a obrar como si fuese una
vulgar sarkita.
-Supongo que como ciudadana tendré el derecho, si quiero, de
ir al encuentro de cualquier nave que llegue... -
dijo en tono mordiente y duro.
El comandante se aclaró la voz y la expresión de
contrariedad se acentuó en sus rígidas y acusadas facciones.
Finalmente, dijo:
-Le aseguro, milady, que no tenemos el menor deseo de
excluirla. Se trata sólo de que hemos recibido órdenes
formales del Señor, su padre, de prohibirle acercarse a la
nave.
-¿Es que me da usted orden de que abandone el puerto,
entonces? -dijo en tono helado.
-No, milady. -El comandante se alegraba de poder
contemporizar-. No tenemos orden alguna de expulsarla del
puerto. Puede permanecer aquí si tal es su deseo. Pero, con
el debido respeto, tendremos que impedirle que se
acerque usted a los pozos.
Se marchó; y Samia seguía sentada en el fútil lujo de su
coche, a cien pies en el interior de la entrada principal
del espacio-puerto. Habían estado esperándola y
observándola. Seguirían seguramente observándola. Si osaba
tan sólo, hacer dar una vuelta a una rueda, pensaba
indignada, le cortarían probablemente la energía.
Rechinó los dientes. Era indigno por parte de su padre hacer
aquello. Era un hombre de una pieza. La trataban
siempre como si no entendiese nada. y no obstante, ella
había creído que su padre la entendía.
Fife se levantó de su sillón para recibirla, cosa que no
hacía por nadie desde que madre había muerto. La
abrazó afectuosamente, dándole golpecitos en la espalda,
dejó todo su trabajo por ella. Había despedido incluso
a su secretario porque sabía que el aspecto blanquecino de
los indígenas le inspiraba repugnancia.
Era casi como en los viejos tiempos, antes de que el abuelo
muriese y papá no hubiese sido todavía elegido
Gran Señor .
-Mia, hija -dijo-, he contado las horas. No pensé nunca que
hubiese un camino tan largo desde Florina. Cuando
supe que estos indígenas se habían metido en tu nave, la que
yo había mandado precisamente para asegurar tu
seguridad, creí volverme loco.
-¡Papá! ¡Si no había nada de qué preocuparse
-¿Crees que no? ¡Estuve a punto de mandarte la flota entera
a sacarte de allí y traerte con todas las garantías
militares!
Se rieron los dos de la idea. Transcurrieron algunos minutos
antes de que Samia pudiese llevar la conversación
al tema que la interesaba.
-¿Y qué vas a hacer con los detenidos, papá? -preguntó Samia
con fingida indiferencia.
-¿Y para qué quieres saberlo, Mia?
-¿No creerás que tenían el plan de asesinarme o algo así?
-No debes tener estas feas ideas -dijo Fife sonriendo.
-No lo crees, ¿verdad? -insistió ella.
-Desde luego. que no.
-¡Bien! Porque he hablado con ellos, papá, y creo que no son
más que dos pobres seres desgraciados. No me
importa lo que diga el capitán Racety.
-Tus «pobres seres desgraciados» han infringido una serie de
leyes, Mia...
-No puedes tratarlos como vulgares criminales papá -dijo
ella con el temor en la voz.
-¿Por qué no?
-El hombre no es un indígena. Es de un planeta llamado
Tierra. Ha sido psicoprobado y es irresponsable.
-Bien, en ese caso, hija mía, el Depsec lo averiguará.
Dejémoslo en sus manos.
-No, es demasiado importante para confiárselo a ellos. No lo
entenderán. Nadie lo entiende. r Salvo yo!
-¿Sólo tú en todo el mundo, Mia? -dijo con indulgencia,
apartando con un dedo un mechón de cabello que le
había caído sobre la frente.
-¡Sólo yo! -respondió Samia con energía-. ¡Sólo yo! Todos
los demás creerán que está loco, pero yo estoy
segura de que no lo está. Dice que un gran peligro amenaza
Florina y toda la Galaxia. Es analista del espacio y
ya sabes que se especializó en cosmogonía. ¡Tiene que
saberlo!
-¿Cómo sabes que es un analista del espacio, Mia? -Él lo
dice.
-¿Y cuáles son los detalles del peligro?
-No lo sabe. Ha sido psicoprobado. ¿No ves que ésa es la
mejor prueba de todo? Sabía demasiado. Alguien
tenía interés en que no hablase. -Su voz bajó
instintivamente de tono y se hizo confidencial. Dominó un impulso
de mirar hacia atrás-. Si sus teorías son falsas -añadió-,
¿no ves que no hubiera habido necesidad de someterle
a la psicoprueba?
-¿Por qué no lo mataron en este caso? -preguntó Fife,
lamentando en el acto su pregunta. Era inútil atormentar
a la muchacha.
Samia reflexionó un momento, infructuosamente; después,
dijo:
-Si das orden al Depsec de que me dejen hablar con él, yo lo
averiguaré. Tiene confianza en mí. Lo sé. Sacaré
más de él que el Depsec. ¡Por favor, papá, di al Depsec que
me dejen hablar con él! ¡Es muy importante!
Fife se restregó los puños lentamente y le sonrió. -Todavía
no, Mia. Todavía no. Dentro de pocas horas
tendremos a la tercera persona en nuestras manos. Entonces,
quizá.
-¿La tercera persona? ¿El indígena que cometió todos los
asesinatos?
-Exactamente. La nave que lo transporta aterrizará dentro de
una hora.
-¿Y no quieres hacer nada con la indígena y el analista
hasta entonces?
-Nada absolutamente.
-¡Bien! Me voy a la nave -dijo levantándose.
-¿Adónde vas, Mia?
-Al puerto, padre. Tengo mucho que preguntar sobre este otro
indígena. Te demostraré que tu Mia puede ser un
buen detective -añadió echándose a reír .
Pero Fife no se hizo eco de su risa. En su lugar contestó:
-Preferiría que no fueses, Mia.
-¿Por qué no, papá?
-Es esencial que no se filtre nada referente a la llegada de
ese hombre. Resultarías demasiado visible en el
puerto.
-¿Y qué más da?
-No puedo explicártelo, estrategia espacial, Mia...
-Estrategia espacial..., ¡bah! -Se inclinó hacia él,
depositó un beso en medio de su frente y salió.
Más tarde permanecía sentada y desfallecida en el puerto
mientras muy alto sobre su cabeza aparecía un punto
negro que iba aumentando de tamaño, destacándose sobre la
brillantez del cielo de la tarde.
Apretó el botón que abría la guantera y sacó sus lentes de
polo. Ordinariamente sólo los usaba para seguir las
evoluciones de los artefactos giroscópicos individuales que
servían para jugar al polo estratosférico, pero podían
tener una utilidad más seria también. Se los puso y el punto
que bajaba se convirtió en una nave miniatura, con
el brillo del timón en la popa claramente visible.
Por lo menos vería a los hombres cuando se marchasen,
averiguaría cuanto pudiese sobre ellos sólo por la
vista, y arreglaría una entrevista como fuese, como fuese,
después.
Sark llenaba la visiplaca. Un continente y medio océano,
oscurecido en parte por el blanco algodón de las
nubes, aparecía en la parte baja.
Con la voz un poco temblorosa que era el único indicio de
que toda su atención estaba fija en los controles que
tenía delante, Genro dijo:
-El puerto no estará severamente custodiado. Yo mismo se lo
insinué. Les dije que unas precauciones
inusitadas a a llegada de la nave podrían advertir a Trantor
de que algo se tramaba. Dije también que el éxito
dependía de que Trantor no se diese cuenta en ningún momento
de la verdadera situación hasta que fuese
demasiado tarde. Bien, dejemos esto.
-¿Qué diferencia puede haber? -dijo Terens encogiéndose de
hombros con indiferencia.
-Mucha para ti. Puedes salir con toda seguridad por detrás
en cuanto aterrice. Anda de prisa, pero no
demasiado, hacia la puerta. Tengo algunos papeles que pueden
facilitarte la salida sin obstáculos, pero ambién
pueden no servil de nada. Dejo en tus manos proceder a la
acción necesaria si hay dificultades; Por tu historia
pasada, juzgo poder confiar en ti hasta aquí. Fuera de la
puerta habrá un coche esperando para llevarte a la
embajada. Eso es todo.
-¿Y usted?
Sark iba transformándose lentamente de una gran esfera sin
forma con verdes, azules y pardos cegadores y
blancas nubes en algo más vivo, en una superficie rota por
los ríos y arrugada por las montañas.
En el rostro de Genro se esbozaba una sonrisa fría y
malhumorada.
-Tus preocupaciones pueden terminar contigo mismo. Cuando
descubran que te has fugado puedo ser fusilado
por traidor. Si me encuentran completamente inconsciente e
incapaz de haberte detenido, pueden considerarme
sólo un imbécil. Esto último, supongo, es preferible, de
manera que voy a pedirte, antes de que te marches, que
uses el látigo neurónico sobre mí.
-¿Ya sabe usted cómo es un látigo neurónico? -preguntó el
Edil.
-Muy bien -dijo Genro, con gotas de sudor en su frente.
-¿Cómo sabe que no voy a matarle después? Soy el
asesino de un Noble, ya lo sabe...
-Lo sé. Pero matarme a mí no te ayudará. No hará más que
hacerte perder el tiempo. He corrido peligros
mayores.
La superficie de Sark iba extendiéndose por el visor con los
arrugados bordes fuera del campo visual. El centro
crecía y aparecían nuevos bordes en lugar de los antiguos.
Podía verse ya algo parecido al arco iris de la ciudad
sarkita.
-Espero que no tengas la idea de lanzarte otra vez adelante
-dijo Genro-. Sark no es lugar para eso. Es Trantor o
los Nobles. Recuérdalo.
La visión era ya netamente la de una ciudad con una mancha
de color pardo oscuro en las afueras que era el
espacio-puerto. Parecía subir flotando hacia ellos a
velocidad moderada.
-Si Trantor no te ha cogido en el espacio de una hora -.dijo
Genro-, los Nobles te tendrán antes de que el día
haya terminado. No te garantizo lo que Trantor haría
contigo, pero puedo garantizarte lo que hará Sark.
Terens había estado en el Servicio Civil. Sabía muy bien lo
que Sark hacía con el asesino de un Noble.
El puerto seguía apareciendo en el visor, pero Genro no lo
miraba ya. Manejaba los instrumentos colocando la
nave de cola a tierra. A cien yardas sobre el pozo los
motores tronaron con más fuerza. Terens sentía el
estremecimiento de los resortes hidráulicos. Se agitaba en
su silla.
-Toma el látigo -dijo Genro-. Pronto ya. Cada segundo
cuenta. La compuerta de peligro se cerrará detrás de ti.
Necesitarán cinco minutos para preguntarse por qué no abro
la compuerta principal, cinco más para entrar, otros
cinco para empezar a buscarte. Tienes quince minutos para
salir del espacio-puerto.
El estremecimiento cesó y en medio del profundo silencio
Terens supo que habían establecido contacto con
Sark. Los campos diamagnéticos entraron en acción. El yate
se inclinó majestuoso y se posó lentamente sobre
su flanco.
-¡Ya! -dijo Genro. Su uniforme estaba empapado de sudor .
Terens, dándole vueltas la cabeza y los ojos negándose a
enfocar nada, levantó su látigo neurónico...
Terens sintió la dentellada del otoño sarkita. Había pasado
años en sus rigurosas estaciones hasta haber casi
olvidado el suave y eterno junio de Florina. Ahora los días
de su Servicio Civil volvían a él como si no hubiese
abandonado jamás aquel mundo de Nobles.
Salvo que ahora era un fugitivo y suspendido sobre él estaba
el peor de los crímenes, el asesinato de un Noble.
Andaba al ritmo de los latidos de su corazón. Tras él
quedaba la nave y en ella Genro, helado en el sufrimiento
del látigo. La compuerta se había cerrado suavemente tras
él, y ahora andaba por un ancho sendero
pavimentado. A su alrededor había una multitud de
trabajadores y mecánicos. Cada cual con su trabajo y sus
preocupaciones. No se detenían para mirar a un hombre a la
cara. No tenían ningún motivo.
¿Le habría visto alguien, sin embargo, salir de la nave? Se
dijo que no debía haberle visto nadie, o hubiese ya
estallado el tumulto de la persecución.
Se llevó la mano al sombrero y vio que estaba aún hundido
hasta las orejas y la pequeña insignia que llevaba
era suave al tacto. El hombre de Trantor le había dicho que
aquello le serviría de identificación. Los hombres de
Trantor buscaría precisamente aquel medallón que relucía al
sol.
Podría quitárselo, andar errante por su cuenta, buscar otra
nave, algo... Podría huir de Sark..., como fuese.
Escapar..., como fuese.
¡Demasiados «como fuese»! En el fondo de su corazón sabía
que había llegado al final, que, como Genro le
había dicho, era Trantor o Sark. Odiaba y temía Trantor,
pero sabía que con elección o sin ella no podía, no
debía permanecer en Sark.
-¡Usted! ¡Usted, aquí!
Terens se quedó helado. Levantó la vista presa de pánico. La
puerta estaba a un centenar de pies. Si echaba a
correr... Pero no dejarían que un hombre que corría saliese;
Era algo que no se atrevía a hacer. No tenía que
correr .
La muchacha le estaba mirando desde la ventanilla de un
coche como Terens no había visto nunca, ni durante
sus quince años en Sark. Brillaba como el metal y
centelleaba como una sustancia translúcida.
-Suba -dijo ella.
Las piernas de Terens le llevaron lentamente al coche. Genro
le había dicho que un coche le esperaría fuera del
puerto. ¿No era eso? ¿y mandarían una mujer con esa misión?
Una muchacha, en realidad. Una muchacha con
el rostro moreno, bello.
-Ha llegado usted en la nave que acaba de aterrizar ,
¿verdad?
Terens permaneció silencioso.
-¡Vamos, le he visto salir de la nave! -exclamó ella
poniéndose impaciente y señalando sus lentes. Terens los
había visto ya otras veces.
-Sí, sí... -murmuró Terens.
-Suba, entonces.
Le abrió la puerta; El coche era más lujoso todavía por
dentro. El asiento era blando, todo él olía a nuevo y
fragante y la muchacha era muy bella.
Le estaba poniendo a prueba, pensó Terens. Se llevó los
dedos al medallón.
-Ya sabe usted quién soy -dijo.
Sin el menor indicio de la fuerza que lo movía, el coche
avanzó.
Al llegar a la puerta, Terens se reclinó en el suave asiento
tapizado de kyrt como para esconderse, pero no tenía
por qué tomar precauciones. La muchacha habló
autoritariamente y pasaron.
-Este hombre es de los míos -dijo-. Soy Samia Fife.
Tan cansado estaba Terens, que necesitó algunos segundos
para oír y entender aquello. Cuando de nuevo se
incorporó en su asiento, el coche avanzaba a cien millas por
hora.
Un trabajador del interior del espacio-puerto levantó la
vista desde donde estaba y le murmuró algo a su solapa.
Después volvió a entrar en el edificio y reanudó su trabajo.
Su superintendente frunció el ceño y tomó
mentalmente nota de hablar con Tip de esa costumbre de salir
y pasarse media hora fumando cigarrillos.
Fuera del puerto, uno de los dos hombres que ocupaban un
coche le dijo al otro con indiferencia:
-¿Que ha entrado en un coche con una muchacha? ¿Qué coche?
¿Qué muchacha? -Pese a su traje sarkita, su
acento pertenecía indiscutiblemente a los muchos sarkitas
del Imperio Trantoriano.
Su compañero era un sarkita, bien versado en transmisiones
visuales, Cuando el coche en cuestión franqueó la
puerta y adquirió velocidad, se incorporó sobre su asiento y
dijo:
-Es el coche de lady Samia, No hay ninguno como el suyo.
¡Por la Galaxia...! ¿Qué hacemos?
-Seguirlo -dijo el otro brevemente. -Pero lady Samia...
-Para mí no es nadie. No debe serIo tampoco para ti, De lo
contrario, ¿qué estás haciendo aquí?
-Su coche iba siguiendo también el mismo itinerario y
alcanzando las pistas donde sólo las más altas
velocidades estaban permitidas.
-No podemos alcanzar a ese coche -gruñó el sarkita-. En
cuanto se ,dé cuenta, la perderemos de vista. Su
coche puede hacer las doscientas cincuenta.
-Hasta ahora no se mueve de las cien -dijo el arcturiano.
Pasaron algunos minutos y añadió:
-Me pondría a volar por el espacio si supiese adónde va. Va
a salir de la ciudad otra vez.
-¿Cómo sabemos que es el asesino del Noble quien va allá?
-preguntó el sarkita-. Supón que sea un truco para
apartarnos de nuestro puesto. No trataría de sorprendernos
ni usaría un coche como éste si no quisiera que la
siguiesen. Es imposible perderlo de vista a dos millas de
distancia.
-Lo sé, pero Fife no mandaría a su hija para quitarnos de su
camino, Un escuadrón de patrulleros hubiera hecho
mejor el oficio.
-Quizá no sea mi lady quien va allá...
-Vamos a averiguarlo, hombre. Modera la marcha. Pásala como
una centella y detente detrás de la curva.
-Quiero hablar con usted -dijo la muchacha. Terens
comprendió que no era el tipo de trampa en que había
creído caer. Era mi lady Fife. Tenía que serIo. No parecía
ocurrírsele siquiera la idea de que nadie tuviese o
pudiese intervenir en sus actos.
No se había vuelto ni una sola vez para ver si la seguían.
Tres veces durante los virajes Terens se había dado
cuenta de que el mismo coche les seguía, ni acortando la
distancia que los separaba ni aumentándola.
No era sólo un coche. Eso era cierto. Podía ser Trantor I en
cuyo caso todo iba bien. Podía ser Sark, en cuyo
caso la dama sería un importante rehén.
-Estoy dispuesto -dijo él.
-¿Iba usted en la nave que transportaba al indígena de
Florina? ¿El que buscan por todos aquellos asesinatos?
-Ya le dije que sí.
-Muy bien. Ahora le he traído aquí, de manera que nadie nos
molestará. ¿Fue interrogado el indígena durante su
viaje a Sark?
Una tal ingenuidad, pensó Terens, no podía ser fingida.
Verdaderamente, no sabía quién era él.
Cautelosamente, respondió:
-Sí.
-¿Estaba usted presente en el interrogatorio?
-Sí.
-Bien. Me lo imaginaba. A propósito, ¿por qué ha abandonado
usted la nave?
Ésta, pensó Terens, era la primera pregunta que hubiera
debido hacerle.
-Tenía que comunicar un informe especial a...
Vaciló y ella saltó en el acto sobre su vacilación.
-¿A mi padre? No se preocupe por eso. Yo le protejo. Diré
que ha venido usted conmigo por orden mía.
-Muy bien, milady -dijo él.
La palabra «milady» resonaba extrañamente en su conciencia.
Era una «lady», la más importante del mundo, y
él un floriniano. Un hombre capaz de matar patrulleros podía
aprender fácilmente a matar nobles y un asesino
de nobles podía, con la misma osadía, mirar a una lady cara
a cara.
La miró con los ojos duros y escrutadores. Levantó la cabeza
y bajó la vista hacia ella. Era muy bella. Y porque
era la dama más importante de aquella tierra no se dio
cuenta de su mirada.
-Quiero que me diga todo lo que oyó del
interrogatorio-dijo-. Quiero saber todo lo que dijo el indígena. Es muy
importante.
-¿Puedo preguntar por qué se interesa usted por él? -No
-dijo secamente. -Como quiera, milady.
No sabía qué iba a decir. Con media conciencia estaba
esperando que el coche que les perseguía los
alcanzase. Con la otra media iba dándose cuenta creciente
del rostro y el cuerpo de la muchacha que tenía al
lado.
Los florinianos del Servicio Civil y los que actúan como
Ediles eran, teóricamente, solteros. En la práctica, la
mayoría eludían esta restricción cuando les era posible.
Terens había hecho lo que había podido y osado en ese
sentido. En el mejor de los casos, sus pruebas no habían
sido nunca satisfactorias.
Así, la cosa resultaba mucho más importante por el hecho de
que no se había encontrado nunca tan cerca de
una muchacha tan bella en un coche tan lujoso y en tales
condiciones de soledad.
Samia esperaba que él hablase, sus ojos negros (¡ay qué
ojos!) inflamados por el interés, los labios rojos y
plenos separados por la expectación, su cuerpo tanto más
bello por ir envuelto en el más bello kyrt. Jamás
hubiera podido pensar que nadie, nadie, pudiese tener la
osadía de albergar peligrosos pensamientos acerca de
la Dama de Fife.
La mitad de su conciencia que esperaba la llegada de los
perseguidores se desvaneció.
Se dio súbitamente cuenta de que el asesinato de un Noble no
era, al fin y al cabo, el último de los crímenes.
No se dio cuenta de que se movía. Supo solamente que aquel
delicioso cuerpo estaba en sus brazos, que se
ponía rígido, que por un instante gritaba, y de que él
ahogaba sus gritos con sus labios.
Sintió la presa de unas manos sobre su hombro y la corriente
de aire al abrirse la portezuela del coche. Sus
dedos buscaron el arma, pero era ya demasiado tarde. Le fue
arrebatada de la mano.
Samia jadeaba sin poder hablar .
-¿Ha visto lo que ha hecho? -dijo el sarkita.
-¡Déjalo! -respondió el arcturiano-. ¡Cógelo! -dijo,
metiéndose un pequeño objeto negro en el bolsillo.
El sarkita arrastró a Terens fuera del coche con la energía
de la furia sin contención.
-Y ella le ha dejado... -murmuró-. Le ha dejado.
-¿Quiénes son ustedes? -exclamó Samia con súbita energía-.
¿Les ha mandado mi padre?
-Nada de preguntas, por favor -dijo el arcturiano.
-Usted es un extranjero -dijo Samia con cólera.
-¡Pardiez, hubiera debido partirle la cabeza -dijo el
sarkita levantando el puño.
-¡Basta! -mandó el arcturiano agarrando el puño del sarkita
y echándolo atrás. -Para todo hay un límite -gruñó el
sarkita tristemente-. Soy capaz de detener un asesino y
tener ganas de matarlo yo mismo, pero estar aquí
viendo lo que ha hecho es demasiado para mí.
Con una voz extraña y un tono agudo anormal, Samia dijo:
-¿Indígena?
El sarkita se inclinó hacia delante y arrancó brutalmente la
gorra de Terens. Éste palideció pero no hizo ningún
movimiento. Mantenía la mirada fija en la muchacha y su
cabello de arena se movía bajo la brisa.
Samia se deslizó hacia el fondo del asiento del coche cuanto
pudo y allí, con un rápido movimiento, se cubrió el
rostro con las dos manos con tal fuerza que sus dedos se
pusieron blancos por la presión.
-¿Qué hacemos con ella? -preguntó el sarkita.
-Nada.
-Nos ha visto. Va a mandar a todo el planeta detrás de
nosotros antes de que hayamos recorrido una milla.
-¿Vas a matar acaso a la Dama de Fife? -preguntó el
arcturiano sarcásticamente.
-No, pero podemos estropear su coche. En el tiempo en que
llegue a un radio-fono estaremos a salvo.
-No es seguro. -El arcturiano se asomó al interior del
coche-. Milady, tengo sólo un momento. ¿Puede usted
escucharme?
Samia no se movió.
-Será mejor que me escuche -prosiguió el arcturiano-. Lo
siento; la he interrumpido a usted en un momento
tierno, pero por suerte este momento me será útil. Obré
rápidamente y he registrado la escena en tri-cámara. No
es un « bluff». Transmitiré el negativo a un lugar seguro
pocos minutos después de haberla dejado ya partir de
entonces cualquier interferencia por su parte me obligará a
obrar cruelmente. Estoy seguro de que me
entiende...
-No dirá nada -dijo alejándose-. Ni una palabra. Vamos,
vente conmigo, Edil.
Terens le siguió. No pudo siquiera volver la cabeza hacia el
blanco rostro del interior del coche.
Pasase lo que pasase ahora, había realizado un milagro.
Durante un momento había besado a la orgullosa
dama de Fife, había sentido el blando contacto de sus suaves
y fragantes labios.
El acusado
La diplomacia tiene un lenguaje y una serie de actitudes que
le son propias. Las relaciones entre los
representantes de las naciones soberanas, mantenidas
estrictamente de acuerdo con el protocolo, son
estilizadas y embrutecedoras. La frase «desagradables
consecuencias» se convierte en un sinónimo de guerra,
y «con arreglo conveniente», en rendición.
Cuando se sentía él mismo, Abel prefería abandonar aquel
doble lenguaje diplomático. Con una línea directa y
personal conectándolo con Fife, hubiera podido tomársele por
un hombre de más edad hablando amistosamente
con él por encima de dos vasos de vino.
-Ha sido muy difícil de conseguir, Fife -dijo.
Fife sonrió. Parecía estar muy tranquilo y despreocupado.
-Un día muy ocupado, Abel...
-Sí, la he oído decir .
-¿Steen...? -preguntó con indiferencia.
-En parte. Ha estado siete horas con nosotros.
-Lo sé. Es culpa mía, además. ¿Tiene usted intención de
entregárnoslo?
-Temo que no.
-Es un criminal.
Abel se rió y examinó atentamente el vaso que tenía en la
mano, contemplando las lentas burbujas.
-Me parece que podremos encontrar un pretexto para
considerarlo como refugiado político. La ley interestelar lo
protegerá en territorio trantoriano.
-¿Le apoyará a usted su gobierno?
-Creo que sí, Fife. No llevaré treinta y siete años en
Asuntos Exteriores sin saber lo que Trantor apoyará o no.
-Puedo hacer que Sark le llame a usted.
-¿Y qué sacará con eso? Soy un hombre pacífico con quien
está usted en buenas relaciones. Mi sucesor podría
ser cualquiera.
Hubo una pausa. El carácter de Fife se impacientaba. -Me
parece que tiene usted alguna proposición que
hacer .
-La tengo. Usted tiene un hombre nuestro.
-¿Qué hombre de usted es?
-Un analista del espacio. Un hombre de Tierra que, dicho sea
de paso, pertenece a los dominios de Trantor.
-¿Steen le ha dicho a usted eso? -Entre otras cosas.
-¿Ha visto al hombre de Tierra? ,
-No lo ha dicho.
-Bien. Pues no lo ha visto. En estas circunstancias, dudo
que pueda usted tener fe en su palabra.
Abel dejó su vaso. Se llevó las manos al regazo y dijo:
-De todos modos, estoy seguro de que el terrestre existe. Le
digo, Fife, que tendríamos que actuar juntos en
este asunto, Yo tengo a Steen y usted tiene al terrestre. En
cierto modo estamos a la par. Antes de que siga
usted adelante con sus planes de las corrientes, antes de
que su ultimátum expire y su coup d'é'tat tenga lugar,
¿por qué no celebrar una conferencia sobre la situación
general del kyrt?
-No veo la necesidad. Lo que ocurre actualmente en Sark e:
un asunto puramente interno. Estoy dispuesto a
garantizar personalmente que no habrá interferencia alguna
en el mercado de kyrt debido a los acontecimientos
políticos de aquí. Creo que esto debe colmar los legítimos
deseos de Trantor.
Abel tomó un sorbo de su vino y pareció reflexionar.
-Parece que tenemos un segundo refugiado político -dijo al
final-. Es un caso curioso. Es uno de sus súbditos
florinianos, por cierto. Un Edil. Myrlyn Terens, dice
llamarse...
Los ojos de Fife echaron súbitamente chispas.
-Lo sospechábamos. ¡Por Sark, Abel, las abiertas
interferencias de Trantor en este planeta 'tienen un límite! El
hombre que han raptado ustedes es un asesino. No pueden
ustedes hacer de él un refugiado político...
-Bien, entonces, ¿quiere usted a ese hombre?
-¿Tiene usted una proposición en vistas? ¿Es ésta?
-La conferencia de que le hablado.
-¿Por un asesino floriniano? ¡De ninguna manera!
-Pero la manera como el Edil consiguió escaparse es
muy curiosa. Quizá pueda interesarle...
Junz andaba arriba y abajo de la habitación moviendo la
cabeza. La noche estaba ya bastante avanzada.
Hubiera querido poder dormir, pero sabía que necesitaría el
somnin una vez más.
-Pude haber amenazado con la fuerza, como propuso Steen.
Pero no hubiese estado bien. Los riesgos hubieran
sido horribles y los resultados inciertos. Sin embargo,
hasta que trajeron al Edil, no vi alternativa, a excepción,
desde luego, de una política de inacción.
-¡No! -exclamó Junz moviendo la cabeza violentamente-.
¡Había que hacer algo! y sin embargo equivalía a un
chantaje. Exactamente lo que hizo; No soy hipócrita, Abel. O
por lo menos trato de no serIo. No voy a condenar
sus métodos cuando pienso sacar pleno provecho de sus
resultados. Pero ¿qué hay de la muchacha?
-No le pasará nada mientras Fife respete lo convenido,
-Me da lástima. He acabado detestando a estos aristócratas
sarkitas por lo que han hecho en Florina, pero no
puedo evitar sentir lástima por ella.
-Como individuo, sí. Pero la verdadera responsabilidad
reside en Sark mismo. Mire usted, ¿ha besado usted
alguna vez una muchacha en un coche?
Un esbozo de sonrisa apareció en la comisura de los labios
de Junz.
-Sí...
-Yo también, si bien tengo que evocar recuerdos más remotos
que usted, imagino. Mi nieta mayor está
probablemente practicándolo en este momento; no me
extrañaría. i Qué es un beso robado en un coche, de
todos modos, sino la expresión del sentimiento más natural
en la Galaxia!
-Oiga, oiga, amigo mío. Aquí tenemos una muchacha reconocida
como perteneciente a la más alta clase social
que se encuentra por error en el mismo coche que un, digamos,
-criminal. Aprovecha la oportunidad para
besarla. Lo hace por impulso y sin su consentimiento. ¿Qué
sentimientos tienen que ser los suyos? ¿Qué
sentimientos tienen que ser los de su padre? ¿Disgustado?
Quizá. ¿Contrariedad? Ciertamente. ¿Ofendida?
¿Insultada? ¿Odio? Todo eso, sí. Pero ¿deshonrada? ¡No!
¿Suficientemente deshonrada como para aceptar
poner en peligro importantes asuntos de estado para evitar
verse delatada? ¡No!
»Pero ésta es exactamente una situación que sólo puede
presentarse en Sark. Lady Samia sólo es culpable de
consentimiento y una cierta candidez. Ha sido besada muchas
veces ya, estoy seguro de ello. Si vuelve a besar,
si besa innumerables veces, a quien sea, menos a un
floriniano, nadie dirá nada. ¿Pero besó un floriniano!
»No tiene importancia que no supiese que era un floriniano.
No tiene importancia que él la besase a la fuerza.
Dar publicidad a la fotografía que tenemos de Lady Samia en
brazos del floriniano sería hacer la vida
insoportable para ella y para su padre. Vi el rostro de Fife
cuando vio la reproducción. No había forma de dar por
cierto que el Edil era un floriniano. Llevaba un traje
sarkita y una gorra que cubría perfectamente su cabello. Era
de piel blanca, pero eso no es una prueba. Sin embargo, Fife
sabía que el rumor la aceptarían gustosamente
hombres interesados en el escándalo y la sensación, y que la
fotografía se consideraría prueba irrefutable. y
sabía que sus enemigos políticos sacarían todo el provecho
posible de ella. Puede usted llamarlo chantaje,
Junz, y quizá lo sea, pero es un chantaje que no surtiría
efecto en ningún otro planeta de la Galaxia. Su
corrompido sistema social nos da un arma y no tengo el menor
remordimiento en usarla.
-¿Qué se ha convenido finalmente? -preguntó a Junz con un
suspiro.
-Nos reunimos mañana a mediodía.
-¿Su ultimátum se ha aplazado, entonces?
-Indefiniblemente. Estará en su despacho en persona. -¿Es
necesario ese riesgo?
-No es tan arriesgado como todo eso. Habrá testigos. y
siento verdaderas ansias de encontrarme en presencia
material de ése analista del espacio que tanto tiempo lleva
usted buscando.
-¿Asistiré yo? -preguntó Junz con ansia.
-¡Oh, sí! Y el Edil también. Lo necesitamos para identificar
al analista del espacio. Y Steen, desde luego. Todos
estarán presentes en personificación tridimensional.
-Gracias.
El embajador de Trantor ahogó un bostezo.
-Y ahora, si no le importa, llevo dos días y una noche sin
dormir y temo que mi anciano cuerpo no pueda
soportar más esta situación. Necesito descanso.
Con la personificación tridimensional perfeccionada, las
conferencias raras veces se celebraban cara a cara.
Fife sentía con intensidad un algo de inconveniencia en la
presencia material del viejo Embajador. Su tez
olivácea no podía decirse que se hubiese oscurecido pero en
sus facciones se dibujaba un odio silencioso.
Tenía que permanecer en silencio. No podía decir nada. Tenía
que limitarse a mirar melancólicamente a los
hombres que tenía enfrente.
¡Junz! Un hombre de piel oscura y cabello crespo cuyas
intervenciones habían provocado la crisis.
¡Abel! Un viejo decrépito vestido de harapos con un millón
de mundos tras de él
¡Steen! ¡El traidor! ¡Temeroso de afrontar sus ojos! ¡El
Edil! Mirarle a él era lo más difícil de todo. Era el indígena
que había deshonrado a su hija sólo con el tacto, y sin
embargo, permanecía a salvo e intocable detrás de los
muros de la Embajada de Trantor. Hubiera podido rechinar los
dientes y destrozar su mesa si hubiese estado
solo. En esta Situación; ni un solo músculo de su rostro
podía moverse pese a que temblase y se torciese bajo
fa tensión.
Si Samia no hubiese... Dejó correr la cuestión. Su propia
negligencia había dado, origen a su independencia y
voluntad y ahora no podía censurárselo. No había tratado de
excusarse, sino de admitir su culpabilidad. Le
había contado toda la verdad sobre su intento de hacer el
papel de espía interestelar y la forma horrible en que
había terminado, Se había confiado enteramente, en su
vergüenza y amargura, a su comprensión, y no había
quedado defraudada. No había quedado defraudada, aunque
aquello representase la ruina' de toda la
maquinación que él había estado edificando.
-Esta conferencia me ha sido impuesta -dijo-. No veo la
necesidad de decir nada. Estoy aquí para escuchar.
-Me parece que Steen quisiera ser el primero en hablar -dijo
Abel.
Fife contempló con desprecio al repulsivo Steen.
-¡ Usted me ha obligado a volverme hacia Trantor, Fife!
-exclamó Steen-. ¡Ha violado usted el principio de
autonomía No podía esperar que yo lo tolerase. ¡De veras!
Fife no contestó nada y Abel, no sin un cierto desprecio
también, dijo:
-Limítese a su papel, Steen. Dijo usted que tenía que decir
algo. ¡ Dígalo!
Los pómulos de Steen enrojecieron sin necesidad de colorete;
-¡Lo diré! y ahora mismo. Desde luego, no pretendo ser el detective
que el señor de Fife se jacta de ser, pero
puedo pensar. ¡De veras! y he estado pensando. Fife nos
contó ayer una historia acerca de un misterioso traidor
llamado X. Me di cuenta de que no era más que un pretexto
para declarar el estado de emergencia. No me
engañó ni un solo minuto.
-¿Entonces no existe X? -preguntó Fife tranquilamente-,
¿Entonces por qué huyó? El hombre que huye no
necesita otra acusación.
-¿Lo cree así? ¿De veras? Pues yo huiría de un edificio que
ardiese, aunque no lo hubiese incendiado yo.
-Siga adelante, Steen -dijo Abel. Steen se pasó la lengua
por los labios y permaneció un minuto contemplando
sus uñas, puliéndolas mientras hablaba.
-Pero entonces pensé: ¿para qué inventar toda esa historia
Con todas sus complicaciones y fantasías? No es su
estilo. ¡De yeras! No es el estilo de Fife. Lo Conozco.
Todos lo conocemos. ¡Es un bruto! No tiene la menor
imaginación, Excelencia. Casi tan malo como Bort.
-¿Es que dice algo, Abel, o sólo divaga? -preguntó Fife.
-Seguiré, si me dejan hablar. ¡Pardiez! ¿De qué lado está
usted? ¿Por qué inventaría Fife una historia como
ésa?, me dije. No había más que una respuesta. Era incapaz
de inventarla. i Con su cerebro...no! Luego era
verdad. Tenía que ser verdad. Y, desde luego, loS
patrulleros habían sido asesinados, pese a que Fife es
absolutamente incapaz de haberlo tramado.
Fife se encogió de hombros. -Pero... ¿quién es X? -prosiguió
Steen-. No Soy yo. ¡De veras! Sé que no soy yo. y
admitiré que sólo podía ser un Gran Señor. Pero ¿qué Gran
Señor sabía más acerca de esto? ¿Qué Gran
Señor había tratado de utilizar la historia del analista del
espacio para inducirnos a lo que él llama «acción
común» y yolamo sumisión a la dictadura de Fife?
» Yo os diré quién es X. -Steen se levantó rozando con la parte
alta de su cabeza el borde del cubo-receptor.
Levantó un dedo tembloroso señalando a Fife-. ¡Él es X! ¡El
señor de Fife! Él encontró al analista del espacio. Él
lo apartó de su Camino cuando vio que el resto de nosotros
no nos dejábamos impresionar por sus estúpidas
observaciones durante la primera conferencia, y después lo
volvió a hacer aparecer una vez hubo preparado un
golpe de mano militar.
Fife se volvió cansado hacia Abel.
-¿Ha terminado? Si es así, échelo de aquí. Su presencia es
una ofensa intolerable para todo hombre decente.
-¿Tiene usted algún comentario que hacer a lo que dice?
-preguntó Abel.
-No, desde luego. No merece ningún comentario. Este hombre
está desesperado. Sería capaz de decir
cualquier cosa.
-No puede limitarse a despreciarlo, Fife -dijo Steen,
mirando a los demás. Sus ojos se achicaron y la piel de la
nariz se puso blanca por la tirantez. Seguía de pie-.
¡Escuche! Dijo que sus investigadores encontraron las fichas
en el dispensario de un médico. Dijo que el doctor murió de
accidente después de haber diagnosticado que el
analista del espacio había sido víctima de la psicoprueba.
Dijo que el doctor fue asesinado por X para conservar
secreta la identidad del analista del espacio. Esto es lo
que dijo. Pregúntaselo. Pregúntenle si no es lo que dijo.
-Y si lo dije, ¿qué? -preguntó Fife.
-Entonces pregúntenle cómo podía tener el fichero de un
médico que llevaba varios meses muerto y enterrado a
menos que lo hubiese tenido desde el principio. ¡De veras!
-Todo esto es una locura -dijo Fife-. No podemos perder el
tiempo indefinidamente de esta manera. Otro médico
se hizo cargo de la clientela y del fichero del difunto.
¿Hay aquí alguien que crea que los ficheros médicos se
destruyen con la muerte de un médico?
-No, desde luego que no -dijo Abel.
Steen se tambaleó ligeramente y se sentó.
-¿Qué más? -dijo Fife-. ¿Tiene usted algo más que decir?
¿Más acusaciones? ¿Más de algo? -Bajaba la voz. La
amargura aparecía en su tono.
Abelle contestó:
-Bien, todo esto son cosas que dice Steen y se las hemos
dejado decir. Ahora bien, Junz y yo estamos aquj para
un asunto diferente. Quisiéramos ver al analista del espacio
Fife había tenido en todo momento las manos
apoyadas sobre su mesa. Ahora las levantó y se agarró con
fuerza a su borde. Sus negras cejas se juntaron.
-Tenemos bajo nuestra protección un hombre de mentalidad
subnormal que pretende ser un analista del espacio
-dijo-. Lo mandaré traer aquí.
Jamás Valona March había soñado ni remotamente en su vida
que tales imposibilidades pudiesen ocurrir.
Desde hacía más de un día ya, constantemente desde que
aterrizó en el planeta Sark, había notado un toque de
maravilla en cuanto veía. Incluso en las celdas de la cárcel
donde a Rik ya ella les habían separadamente
encerrado tenían una especie de calidad irreal y magnífica,
El agua corriente brotaba de una tubería cuando se
apretaba un botón. De la pared brotaba calor, pese a que el
aire exterior era más frío de lo que jamás ella
imaginó posible. y todos los que hablaban con ella llevaban
ropas magníficas.
La llevaron a habitaciones en las cuales había una serie de
cosas que no había visto nunca. Aquélla era más
grande que las demás, pero estaba casi desnuda. Había más
gente en ella, además. Detrás de una mesa había
un hombre de aspecto severo, y otro mucho más viejo,
arrugado, sentado en una silla, y tres más...
¡Uno de ellos era el Edil!
Valona pegó un salto y se abalanzó hacia él. -¡Edil! ¡Edil!
Pero no estaba allí. Se había levantado haciéndole un gesto
con la mano.
-¡Quédate atrás, Valona! ¡Quédate atrás!
Y Valona pasó a través de él. Ella había tendido la mano
para cogerle de la manga pero él se apartó. Se lanzó
adelante, medio tambaleándose, y pasó a través de él. De
momento se quedó sin aliento. El Edil se había
vuelto, estaba frente a ella otra vez, pero ahora sólo podía
fijar la vista en sus piernas.
Ambos estaban luchando a través del pesado brazo del sillón
en que estuvo sentado, podía verlo claramente,
con su color y su solidez. Rodeaba sus piernas pero no lo
sentía. Avanzó una mano temblorosa y sus dedos se
hundieron una pulgada en la tapicería pero no la sentía
tampoco. Sus dedos permanecían invisibles.
Tuvo un estremecimiento y cayó, su última sensación fue la
de que los brazos del Edil se tendían
automáticamente hacia ella y que su cuerpo caía a través de
su círculo como si fuesen trozos de aire coloreados
de carne.
De nuevo se encontró en su silla. Rik le sostenía una mano e
inclinaba su arrugado rostro sobre ella.
-No te asustes -iba diciendo-. No es más que una imagen. Una
fotografía, ¿comprendes? .
Valona miró a su alrededor. El Edil estaba sentado allí,
pero no la miraba.
-¿No está aquí? -preguntó señalando con un dedo. -Es una
personalización tridimensional, Valona -dijo
Rik precipitadamente-. Está en otro sitio, pero podemos
verle desde aquí.
Valona movió la cabeza. Si Rik lo decía, era verdad. Pero
bajó la vista. No se atrevía a mirar a aquella gente que
estaba allí pero no estaba allí.
-¿Conque sabe usted lo que es la personificación
tridimensional, muchacho? -le preguntó Abel a Rik.
-Sí, señor .
Había sido un día tremendo para Rik también, pero mientras
Valona se encontraba crecientemente aturdida, él
encontraba las cosas crecientemente familiares y
comprensibles.
-¿Dónde lo ha aprendido?
-No lo sé. Lo sabía ya...antes de que olvidase. Durante el
arranque de Valona al encuentro de Edil, Fife
se había levantado de su mesa.
-Siento haber tenido que interrumpir esta reunión trayendo
una indígena histérica -dijo con acidez-. El llamado
analista del espacio requería su presencia.
-Perfectamente -dijo Abel-. Pero observo que su floriniano
subnormal está familiarizado con la personificación
tridimensional.
-Deben haberle instruido bien, imagino.
-¿Ha sido interrogado desde su llegada a Sark?
-Ciertamente.
-¿Con qué resultado?
-Ninguna novedad.
-¿Cómo se llama? -'-preguntó Abel volviéndose hacia Rik
-Rik es el único nombre que recuerdo dijo éste con calma.
-¿Conoce usted a alguien aquí?
Rik miró un rostro después de otro, sin el menor temor.
-Sólo al Edil ya Lona, desde luego -dijo.
-Esté dijo Abel señalando a Fife es el más grande Señor que
jamás ha vivido. Posee el mundo entero. ¿Qué
piensa de él?
-.Soy de Tierra -dijo Rik osadamente-. No me posee a mí
Abel se volvió confidencialmente hacia Fife.
-No creo que a Un indígena floriniano adulto pueda
inducírsele a tal desafió.
-¿Ni aun con una psicoprueba? -respondió Rik con desprecio.
-¿Conoce usted a este caballero? -preguntó Abel dirigiéndose
a Rik.
-No, señor.
-'Es el doctor Selim Junz, Es un importante funcionario del
Centro Analítico del Espacio Interestelar.
Rik lo miró largo rato intensamente.
-Entonces tiene que haber sido uno de mis jefes. Pero... no
le conozco -añadió con desaliento-. O quizá sólo no
lo recuerdo.
-No le he visto en mi vida, Abel –dijo Junz moviendo la
cabeza tristemente.
-Ahora escuche, Rik -dijo Abel-. Voy a contarle una
historia. Quiero que la escuche usted con toda atención y
piense. ¡Piense y piense! ¿Me comprende?
Rik asintió;
Abel hablaba lentamente. Su voz fue el único sonido que se
oyó en la habitación durante largos minutos.
Mientras proseguía, Rik cerraba los párpados con todas sus
fuerzas apretándolos. Se mordió los labios, se llevó
los puños cerrados al pecho y su cabeza cayó adelante. Tenía
el aspecto de un hombre que sufre intensamente.
Abel seguía hablando, reconstruyendo uno tras otro todos los
acontecimientos tal como los había presentado
antes el Señor de Fife. Habló del mensaje original del
desastre, de su intercepción, del encuentro entre Rik y X,
de la psicoprueba, de cómo habían encontrado a Rik y le habían
llevado a Florina, del doctor que le hizo el
diagnóstico y murió inmediatamente después, de la memoria
que iba recobrando.
-Ésta es toda la historia, Rik -dijo-. Se la he contado
toda. ¿Hay algo que le resulte familiar?
Lentamente, dolorosamente, Rik contestó:
-Recuerdo la última parte. Los últimos pocos días,
¿comprende? Recuerdo algo anterior también. Quizá fuese el
doctor...cuando empecé a hablar. Pero todo es muy
nebuloso...Eso es todo.
-Pero recuerda usted algo anterior... Recuerda el peligro
para Florina -dijo Abel.
-¡Sí! ¡Sí! ¡Eso fue lo primero que recordé!
-Entonces, ¿no puede recordar nada después de eso?
-No puedo... No puedo recordar -gimió Rik.
-¡Pruebe! ¡Pruebe!
Rik levantó la vista. Su rostro estaba mojado de sudor.
-Recuerdo un mundo...
-¿Qué mundo, Rik?
-No tiene ningún sentido. -¡Dígalo de todos modos!
-Va unido a una mesa. Hace mucho, mucho tiempo. Muy vago. Yo
estaba sentado. Alguien más, quizá, me
parece, estaba sentado. y él estaba de pie, mirándome
fijamente. y hay una palabra...
-¿Qué palabra? -preguntó Abel pacientemente. -¡Fife!
Todos menos Fife se pusieron de pie.
El acusador
Con una energía que hizo cuanto pudo por dominar, Fife dijo:
-Vamos a terminar con esta farsa. Había esperado antes de
hablar, con los ojos duros y el rostro sin expresión,
hasta que finalmente el resto de los presentes se vio
obligado a recuperar sus asientos. Rik había inclinado la
cabeza, con los ojos dolorosamente cerrados, tratando de
calmar su dolorida mente. Valona le atrajo hacia sí,
tratando en vano de apoyarle la cabeza en su hombro,
acariciando suavemente sus mejillas.
-¿Por qué dice usted que esto es una farsa? -dijo Abel con
voz agitada.
-¿No lo es acaso? -respondió Fife-. Acepté asistir a esta
conferencia sólo por una amenaza que dirigieron
ustedes contra mí. Incluso en este caso me hubiera negado si
hubiese sabido que la conferencia estaba
destinada a ser mi proceso, con renegados y asesinos
actuando de acusadores y jurado. .
Abel frunció el ceño y su voz adquirió un tono de helado
formalismo:
-Esto no es un proceso, señor. El doctor Junz está aquí con
el fin de recuperar a un miembro del CAEI, como es
su derecho y su deber. y estoy aquí para proteger los intereses de
Trantor durante una época de agitación. En
mi cerebro no cabe la menor duda de que este hombre, Rik, es
el desaparecido analista del espacio. Podemos
dar por terminada esta conferencia inmediatamente si están
ustedes de acuerdo en entregar este hombre al
doctor Junz para ulterior examen, incluyendo la aprobación
de las características físicas. Necesitaremos, desde
luego, su ulterior ayuda para encontrar al culpable de la
psicoprueba y establecer una salvaguardia contra una
posible repetición de tales actos contra lo que es, después
de todo, una agencia interestelar que se ha
mantenido con firmeza al margen de la política regional.
-¡Vaya discurso! -dijo Fife-. Pero lo obvio sigue siendo
obvio y sus planes siguen siendo transparentes. ¿Qué
ocurrirá si entrego este hombre? Estoy convencido de que el
CAEI se las arreglará para descubrir lo que quiere
descubrir. Pretende ser una agencia interestelar sin
ligámenes regionales. Pero es un hecho, ¿no es verdad? ,
que Trantor contribuye con dos terceras partes a su
presupuesto anual. Dudo que ningún observador razonable
admita hoy considerarlo neutral en la Galaxia. Sus
descubrimientos referentes a este hombre convendrán con
toda seguridad a los intereses imperiales de Trantor.
»¿Y cuáles serán estos descubrimientos? Es obvio .también.
La memoria de este hombre volverá lentamente. El
CAEI publicará boletines cotidianos. Poco a poco irá
recordando más y más detalles necesarios. Primero mi
nombre. Después mi aspecto. Después mis palabras exactas.
Seré solemnemente declarado culpable. Se
exigirán reparaciones y Trantor se verá obligado a ocupar
Sark temporalmente, ocupación que en cierto modo
se convertirá en permanente.
»Hay límites más allá de los cuales todo chantaje fracasa.
El suyo, señor embajador, termina aquí. Si quiere
usted a este hombre, diga a Trantor que mande una flota a
buscarlo
-No es cuestión de fuerza -dijo Abel- Sin embargo, observo
que ha evitado usted, cuidadosamente evitado,
negar las derivaciones de las últimas palabras del analista
del espacio.
-No hay ninguna derivación que me obligue a dignificarme
desmintiéndola. Recuerda a un hombre, o dice que lo
recuerda. ¿Qué significa eso?
-¿No significa acaso nada que lo recuerde?
-Nada absolutamente. El nombre de Fife es muy conocido en
Sark. Aun admitiendo en principio que el presunto
analista del espacio sea sincero, ha tenido durante un año
la oportunidad de oírlo pronunciar en Florina. Ha
llegado a Sark en una nave que traía a mi hija, una
oportunidad todavía mejor de oír pronunciar el nombre de
Fife. ¿Qué tiene de particular que ese nombre se haya
mezclado a sus nebulosos recuerdos? Desde luego,
puede no ser sincero. Los paulatinos recuerdos de este
hombre pueden muy bien haber sido ensayados.
A Abel no se le ocurrió nada que decir. Miró a los demás.
Junz fruncía intensamente el ceño, acariciándose
lentamente la barbilla con los dedos de la mano derecha.
Steen se agitaba nervioso y murmuraba algo en voz
baja. El Edil de Florina contemplaba sus rodillas sin
expresión.
Fue Rik quien rompió el silencio, escapando a la presa de
Valona y poniéndose en pie.
-Escuchen...-dijo-. Su pálido rostro estaba contorsionado.
Sus ojos reflejaban el dolor.
-Otra revelación, supongo...-dijo Fife,
-¡Escuchen! -dijo Rik-. Estábamos sentados a una mesa. El té
estaba drogado. Habíamos disputado, no
recuerdo por qué, Entonces no pude moverme. Sólo podía
permanecer sentado, No podía hablar. No podía
pensar..., ¡había sido drogado! Quería gritar, gritar,
correr, pero no podía. Entonces llegó el otro, Fife. Me había
estado gritando. Pero ahora no gritaba. No tenía necesidad.
Dio la vuelta a la mesa. Se detuvo a mi lado,
dominándome. Yo no podía decir nada. No podía hacer nada.
Sólo podía tratar de volver los ojos hacia él.
Permaneció de pie, en silencio.
-¿Este otro hombre era Fife? -preguntó Selim Junz. -Recuerdo
que su nombre era Fife. -Bien. ¿Era este
hombre?
Rik no se volvió para mirar .
-No puedo recordar cómo era -dijo.
-¿Está seguro?
-He estado intentándolo...-estalló-. ¡No saben ustedes cuán
duro es! ¡Duele! ¡Es como una aguja al rojo blanco!
¡Profundamente! ¡Aquí dentro! -Se llevaba las manos a la
cabeza.
-Sé que es duro. Pero debe usted intentarlo -dijo Junz
suavemente-. Debe usted seguir intentándolo. i Mire a
este hombre! ¡Vuélvase y mírelo!
Se volvió hacia el Señor de Fife. Estuvo contemplándolo
fijamente un momento, después apartó la mirada.
-¿Puede recordarlo ahora? -preguntó Junz.
-¡No! ¡No!
-¿Es que su hombre ha olvidado el texto o la historia
parecerá más digna de crédito si recuerda mi rostro la
próxima vez? -preguntó Fife con sarcasmo.
-No había visto jamás a este hombre ni había hablado nunca
con él -dijo Junz con calor-. Jamás hemos
conspirado contra usted y estoy cansado de sus acusaciones
en este sentido. Sólo estoy buscando la verdad.
-Entonces, ¿Puedo hacerle algunas preguntas?
-Diga.
-Muchas gracias por su amabilidad. Dígame, Rik, o como se
llame usted...
Empleaba el tono de un Noble dirigiéndose a un floriniano.
-Recuerda usted a un hombre que se acercó a usted procedente
del otro lado de la mesa mientras estaba usted
sentado drogado e impotente...
-Sí, señor.
-¿Lo último que recuerda es al hombre mirándole fijamente a
usted?
-Sí, señor.
-¿Usted le devolvió la mirada o lo intentó?
-Sí, señor .
-Siéntese.
Rik obedeció.
Durante un momento Fife no hizo nada. Su boca sin labios
quizá se apretó un poco más y la sombra
negroazulada de sus pómulos se oscureció un poco más por la
presión de las mandíbulas. Después se deslizó
de su silla.
¡Resbaló hacia abajo! Era como si hubiese caído de delante
de su mesa. Pero salió de detrás de ella y se hizo
plenamente visible.
Las piernas deformadas de Fife se movían bajo su cuerpo con
esfuerzo, haciendo avanzar la informe masa del
cuerpo y la cabeza hacia adelante. Su rostro estaba
congestionado pero conservaba intacto su aire de
arrogancia. Steen se echó a reír estrepitosamente, pero se
interrumpió en el acto cuando aquellos ojos se fijaron
en él. El resto de los concurrentes permanecían en un
silencio fascinado.
Rik, con los ojos muy abiertos, lo vio aproximarse. -¿Fui yo
el hombre que se acercó a ti dando la vuelta
a la mesa? -le preguntó.
-No puedo recordar su rostro, señor.
-No te pido que recuerdes el rostro. ¿Puedes haber olvidado
mi aspecto, mi manera de caminar?
Aquel hombre, tan formidable físicamente sentado, se había
convertido en un lamentable pelele.
-Parece que no, señor -dijo Rik penosamente-, pero no lo sé,
-Pero tú estabas sentado, él estaba de pie, y lo mirabas
hacia arriba...
-Sí, señor.
-El te miraba hacia abajo, «dominándote", por decirlo
así
-Sí, señor.
-¿Recuerdas esto, por lo menos? ¿Estás seguro de ello?
-Sí, señor.
LS dos hombres estaban ahora cara a cara.
-¿Te miré yo desde arriba?
-No; señor -respondió Rik.
-¿Me miras tú desde abajo? -No, señor.
Rik sentado y Fife de pie se miraban frente a frente en el
mismo nivel.
-¿Puedo ser yo aquel hombre?
-No, señor.
-¿Estás seguro?
-Sí, señor .
-¿Sigues afirmando que el nombre que recuerdas es Fife?
-Recuerdo ese nombre -insistió Rik obstinadamente.
-Quienquiera que fuese, entonces, ¿usó mi nombre como
disfraz?
-Es..., es posible.
Fife dio media vuelta y con lenta dignidad regresó a su presa
y se encaramó a su silla.
-Jamás había permitido que nadie lo viese de pie hasta este
día -dijo-. ¿Hay algún motivo para que esta
conferencia continúe?
Abel estaba a la vez embarazado y perplejo. Hasta ahora la
conferencia se había desarrollado lamentablemente.
Fife había conseguido quedar bien cada vez y hacer quedar
mal a todos los demás. Había conseguido
presentarse triunfalmente como un mártir. Se había visto
obligado a asistir a aquella conferencia por el chantaje
de Trantor y había aniquilado el tema de la falsa acusación
en el acto.
Ya se ocuparía él de que el resumen de lo ocurrido en la
conferencia se extendiese por la Galaxia y no tendría
que apartarse mucho de la verdad para hacer de ello una
excelente propaganda antitrantoriana.
Abel hubiera querido limitar sus pérdidas. El analista del
espacio psicoprobado no podía ser ya de utilidad alguna
para Trantor. Cualquier «recuerdo» que tuviese ya sólo sería
de risa, ridículo, por verdadero que fuese. Se
consideraría como un instrumento del imperialismo
trantoriano, y un instrumento roto, además.
Pero vacilaba, y fue Junz quien habló.
-Me parece que hay una razón muy convincente para no dar por
terminada todavía la conferencia. No hemos
dilucidado todavía quién es el responsable de la
psicoprueba. Usted ha acusado al Señor de Steen y Steen le ha
acusado a usted. Admitiendo que ambos se hayan equivocado, y
por lo tanto ambos sean inocentes, quedó en
pie el problema de que uno de los Grandes Señores es
culpable. ¿Cuál de ellos, entonces?
-¿Qué importa eso? -preguntó Fife-. En cuanto a usted hace
referencia, estoy seguro de que no. Esta cuestión
hubiera quedado aclarada ya de no haber sido por la
interferencia de Trantor y del CAEI. Eventualmente,
encontraré al traidor. Recuerden que el autor de la psicoprueba,
quienquiera que sea, tenía la intención original
de hacerse con el monopolio del comercio del kyrt, de manera
que no es probable que deje escapar. Una
vez
el autor de la psicoprueba haya sido identificado y nos
hayamos entendido con él, este hombre le será devuelto
incólume. Ésta es la única oferta que puedo hacer, y me
parece muy razonable.
-¿Y qué hará usted con el autor de la psicoprueba?
-Eso es una cuestión puramente interna que no le concierne a
usted.
-¡Claro que me concierne! -exclamó Junz con energía. No se
trata únicamente del analista del espacio. Hay algo
de mayor importancia afectado también, y me sorprende que no
se haya mencionado todavía, Rik no fue
sometido a a psicoprueba únicamente porque fuese un analista
del espacio. Abel no estaba muy seguro de
cuáles eran las intenciones de Junz, pero puso su peso en la
balanza.
-El doctor Junz se refiere, desde luego-dijo-, al mensaje
original del peligro del analista del espacio.
-Por lo que sé hasta ahora -dijo Fife encogiéndose de hombros
-nadie ha dado importancia alguna a eso,
incluyendo al doctor Junz, durante el año transcurrido. Sin
embargo, su hombre está aquí, doctor Junz.
Pregúntele qué significa todo esto.
-Naturalmente no se acordará –respondió Junz con cólera-. La
psicoprueba es sobre todo efectiva sobre las
cadenas más intelectuales de razonamiento almacenadas en la
mente. El hombre puede no recuperar nunca los
aspectos cuantitativos de su trabajo.
-Entonces está listo -dijo Fife-. ¿Qué le vamos a hacer?
-Algo definitivo. Esa es la cuestión. Hay alguien más que
sabe y es el psicoprobador. Pudo nO ser un analista
del espacio también; puede no saber detalles precisos. Sin
embargo, con este hombre, cuando tenía la mente
intacta, pudo aprender lo suficiente para ponernos sobre la buena
pista. Sin haber sabido lo suficiente no se
hubiera atrevido a destruir la fuente de sus informaciones.
Sin embargo, en cuanto al fichero..., ¿recuerda usted,
Rik?
-Sólo que había peligro y que éste afectaba a las corrientes
del espacio -murmuró Rik.
-Aunque lo descubriese usted -dijo Fife-, ¿qué obtendría?
¿Hasta dónde son dignas de crédito las
abracadabrantes teorías que los exaltados analistas del
espacio nos exponen constantemente? Muchos de ellos
creen conocer todos los secretos del universo cuando apenas
son capaces de leer sus instrumentos.
-Es posible que tenga usted razón. ¿Tiene usted miedo de
dejármelo intentar?
-Soy contrario a propalar rumores alarmantes que, verdaderos
o falsos, puedan afectar a la industria del kyrt.
¿No está usted de acuerdo conmigo, Abel?
Abel se estremeció interiormente. Fife estaba maniobrando de
forma que cualquier irregularidad en las entregas
de kyrt resultante de su propia actuación pudiese achacarse
a las maniobras de Trantor. Pero Abel era un hábil
jugador. Recogió el guante tranquilamente y sin emoción.
-Yo, no -dijo-. Propongo que escuche usted al doctor Junz.
-Gracias -dijo-. Ha dicho usted, señor de Fife, que
quienquiera que sea el autor de la psicoprueba, tiene que
haber matado al doctor que reconoció a Rik. Esto supone que
el autor de la psicoprueba tuvo que mantener una
cierta vigilancia sobre Rik mientras estuvo en Florina.
-¿Y bien?
-Tiene que haber rastros de esa vigilancia. ~¿Quiere usted
decir que aquellos indígenas tienen que saber quién
los estaba vigilando?
-¿Por qué no?
-No es usted sarkita, y por lo tanto se equivoca -dijo
Fife-. Le aseguro a usted que los indígenas se mantienen
en su lugar. No se acercan jamás a los Nobles, y si algún
Noble se acerca a ellos saben que su obligación es
fijar la vista a sus pies. No sabrían una palabra de que
fuesen vigilados.
Junz se estremecía con visible indignación. Los Nobles
tenían su despotismo tan arraigado que no veían nada
malo ni vergonzoso en hablar abiertamente de ello.
-Los indígenas ordinarios, quizá -dijo-. Pero aquí tenemos a
un hombre que no es un indígena ordinario. Creo
que nos ha demostrado con suficiente claridad que no es
siquiera un floriniano debidamente respetable. Hasta
ahora no ha aportado nada a la discusión y creo que sería
hora de que le hiciésemos algunas preguntas.
-¡Las declaraciones de los indígenas no tienen valor! -dijo
Fife-. y aprovecho una vez más la oportunidad para
pedir que Trantor lo entregue para que se lo juzguen
debidamente los Tribunales competentes de Sark.
-Déjeme hablar con él primero.
-Yo creo que no haría ningún daño hacerle algunas preguntas,
Fife -intervino Abel suavemente-. Si se muestra
reacio a la cooperación o indigno de confianza, podemos
tener en cuenta su demanda de extradición.
Terens, que hasta entonces había permanecido concentrado en
el estudio de sus 'dedos entrelazados, levantó
la vista. Junz se volvió hacia él y le dijo:
-Rik estuvo en su ciudad desde que lo encontraron, ¿verdad?
-Sí.
-¿Y estuvo usted todo el tiempo en la ciudad? Es decir . ¿no
salió con alguna misión durante algún tiempo?
-Los ediles no cumplen misiones en el campo. Su trabajo
radica en la ciudad.
-Perfectamente. Ahora tranquilícese, y no se ofenda. Imagino
que debe formar parte de su trabajo estar al
corriente de cualquier Noble que fuese de la ciudad¡ ¿no es
eso?
-Seguro. Cuando vienen.
-¿Y vienen?
-Una o dos veces -dijo Terens-. Pura rutina, se lo aseguro.
Los Nobles no se ensucian las manos con el kyrt. El
kyrt sin elaborar, quiero decir .
-¡Sea respetuoso! -bramó Fife.
Terens le dirigió una larga mirada y le dijo:
-¿Puede usted conseguirlo?
-Dejemos esto entre este hombre y el doctor Junz, Fife
-intervino Abel conciliador-. Usted y yo somos
espectadores.
Junz sentía un destello de placer por la insolencia de
Terens, pero dijo:
-Conteste mis preguntas sin comentarios superfluos, por
favor. Ahora bien, ¿quiénes fueron exactamente los
Nobles que visitaron su ciudad durante el pasado año?
-¿Cómo quiere que lo sepa? -respondió Terens con altivez-.
No puedo contestar a esa pregunta. Los Nobles son
Nobles y los indígenas son indígenas. Yo puedo ser un Edil,
pero sigo siendo un indígena para ellos. No los
recibo en las puertas de la ciudad y les pregunto sus
nombres. Recibo un mensaje, eso es todo; Viene dirigido al
«Edil». Dice que habrá una inspección' de los Nobles talo
cual día y que tengo que tomar las disposiciones
pertinentes. Entonces tengo que ocuparme de que los obreros
lleven sus mejores ropas, que el molino esté
limpio y en buen funcionamiento, que el suministro de kyrt
sea vasto, que todo el mundo parezca contento y
satisfecho, que las casas estén limpias y las calles en
orden, que haya algunos bailarines a mano por si se da el
caso de que los Nobles quieran disfrutar de algún baile
indígena, que quizás alguna linda mucho.
-Eso no interesa ahora, Edil -dijo Junz.
-A usted no le ha interesado nunca eso. A mí sí. Después de
su experiencia con los florinianos del Servicio Civil,
Junz encontraba al Edil refrescante como un vaso de agua
fresca. Tomó la decisión de que cualquier influencia
que el CAEI pudiese aportar tenía que emplearse para impedir
la entrega del Edil a los Nobles.
En un tono más pausado, Terens siguió su relato:
-De todos modos, ése es mi papel. Cuando vienen, lo arreglo
todo con los demás. No sé quiénes son ni hablo
con ellos.
-¿Hubo alguna de esas inspecciones la semana antes de que el
doctor de la Ciudad Alta encontrase la muerte?
Supongo que sabe usted qué semana ocurrió...
-Me parece que oí algo de eso en el noticiario de la radio.
No creo que hubiese ninguna inspección por aquel
tiempo. No podría jurarlo.
-¿A quién pertenece su tierra? Terens hizo un gesto de
desprecio con los labios.
-Al señor de Fife.
Steen intervino: rompiendo el diálogo con sorprendente
rapidez.
-¡Oh, oiga, de veras! ¡Con este interrogatorio está usted
siendo un juguete en manos de Fife, doctor Junz! ¿No
ve usted que no llegará a ninguna parte? ¿Imagina usted que
si Fife quisiese montar una guardia alrededor de
ese hombre se tomaría la molestia de hacer viajes a Florina
para vigilarlo? ¿Para qué están los patrulleros? ¡De
veras!
-En un caso como éste -dijo Junz, al parecer perplejo-, con
toda la economía mundial y acaso su propia
seguridad física residiendo en el contenido del cerebro de
un hombre, es natural que el autor de la psicoprueba
no quisiese dejar su custodia a los patrulleros.
-¿Incluso después de haber borrado todos los recuerdos de
esa mente, por si acaso? -intervino Fife.
Abel avanzó su labio inferior y frunció el ceño. Veía su
última jugada caer en manos de Fife como todas las
demás.
-¿Había algún patrullero o grupo de patrulleros que
estuviese ya en pie? -intentó nuevamente Junz, vacilando.
-No lo sé. Para mí no son más que uniformes.
Junz se volvió hacia Valona, produciendo el efecto de un
súbito empujón. Un momento antes se había puesto de
una palidez mortal y sus ojos se abrieron sin ver. A Junz no
se le había escapado.
-¿Y qué hay de ti, muchacha? -le preguntó.
Pero ella se limitó a mover la cabeza, sin decir una
palabra.
Abel estaba pensando: «No hay nada más que hacer. Todo ha
terminado».
Pero Valona se había puesto de pie, temblando. Con un ronco
susurro, dijo:
-Quiero decir algo.
-Adelante, muchacha -dijo Junz-. ¿Qué es?
Jadeante, con el terror pintado en cada línea de sus
facciones y retorciéndose los dedos nerviosamente, Valona
tomó la palabra. -No soy más que una muchacha campesina. Por
favor , no se enfaden conmigo. Es sólo porque
me parece que las cosas sólo pueden ser de una manera. ¿Tan
importante era mi Rik? ¿En la forma como han
dicho ustedes, quiero decir...?
-Creo que era muy, muy importante. Creo que todavía lo es
-dijo Junz amablemente.
-Entonces debió ser como usted ha dicho. Cualquiera que lo
llevase a Florina no debía atreverse a apartar los
ojos de él ni un minuto. ¿No cree? Quiero decir...,
supongamos que el superintendente del molino le pega una
paliza a Rik o los chicos le apedrean o se pone enfermo y
muere...¿No irían a dejarlo abandonado en los
campos, donde podía morir antes de que nadie le recogiese,
no? No supondrían que sólo la suerte podría
conservarle la vida.
Hablaba ya con una extremada vehemencia.
-Sigue -dijo Junz, observándola.
-Porque había una persona que vigilaba a Rik desde el
principio. Lo encontró en los campos, se arregló de
forma que pudo hacerse cargo de él, lo salvó de todas las
dificultades y tenía noticias suyas todos los días.
Sabía incluso todo lo del doctor, porque yo se lo dije. ¡Era
él! ¡Era él!
A voz en grito, con intensidad, su dedo señalaba rígido a
Myrlyn Terens, el Edil.
En aquel momento incluso la sobrehumana calma de Fife sucumbió,
sus brazos se pusieron rígidos sobré su
mesa, levantando su monstruoso cuerpo una pulgada de su
asiento, y volvió rápidamente la cabeza hacia el
Edil.
Los vencedores
Fue como si una parálisis vocal se hubiese apoderado de
todos ellos. Incluso Rik, con la incredulidad en los
ojos, se limitaba a mirar sin expresión, primero a Valona,
después a Terens.
Y de repente el silencio quedó roto por la estentórea risa
de Steen.
-¡Lo creo! ¡De veras! -exclamó-. Lo he dicho siempre, Dije
que el indígena estaba a sueldo de Fife. Eso
demuestra la clase de hombre que es Fife. ¡Le paga a un
indígena para...!
-¡Eso es una mentira infernal!
No era Fife quien había hablado, sino el Edil. Estaba de
pie, sus ojos brillaban con intenso fuego.
Abel, que de todos ellos parecía el menos agitado, preguntó:
-¿Qué es eso?
Terens se quedó mirándole un momento, sin comprender después
dijo, riendo:
-Lo que ha dicho el señor, No estoy a sueldo de ningún
sarkita.
-¿Y lo que ha dicho la muchacha? ¿Es mentira también?
-No -dijo Terens, después de haber mojado sus secos
labios con la punta de la lengua-. Esto es verdad. Yo soy el
autor de la psicoprueba. No me mires así, Lona...-
añadió apresuradamente-. No quería hacerle daño. No quería
nada de todo lo que ha ocurrido.
Y volvió a sentarse.
-Todo esto parece una estratagema -dijo Fife-. No sé qué
están ustedes planeando exactamente, Abel, pero,
ante todo lo que ocurre, ~ parece imposible que este
criminal pueda haber incluido este crimen en su repertorio.
Es definitivo que sólo un Gran Señor puede haber tenido los
conocimientos y facilidades necesarias. ¿O es que
quieren sacar a este Steen del gancho preparando una falsa
confesión?
Terens, con las manos juntas y apretadas, se inclinó hacia
delante.
-No recibo dinero de Trantor tampoco -dijo. Fife no le hizo
caso. Junz fue el último en volver en sí. Durante
algunos minutos le fue imposible admitir el hecho de que el
Edil no estaba en realidad en la misma habitación
que él, que estaba en algún otro lugar de la embajada de
Trantor, que sólo podía verlo en imagen y forma, no
más que Fife, que estaba a veinte millas de allí. Quería
acercarse al Edil, agarrarle por el hombro, hablarle a
solas, pero no podía.
-Me parece inútil discutir antes de oír lo que dice -dijo-.
Vamos a ver los detalles. Si es realmente el
psicoprobador, necesitamos detalles. Si no lo es, los
detalles que tratará de darnos lo demostrarán.
-Si quieren saber lo ocurrido -dijo Terens-, se lo diré.
Callarlo por más tiempo no puede serme ya de ninguna
utilidad. Se trata de Sark y Trantor, al fin y al cabo, y
del Espacio con ellos. Esto me dará por lo menos la
oportunidad de exponer algunas cosas a la luz.
Señaló a Fife con profundo desprecio.
-Aquí tienen al Gran Señor. Sólo un Gran Señor, dice este
Gran Señor, puede tener los conocimientos y
facilidades necesarios para efectuar una psicoprueba como
ésta. y lo cree, además. Pero ¿qué sabe? ¿Qué
sabe ninguno de los sarkitas?
»¡No son dueños del gobierno! ¡Son los florinianos! ¡El
Servicio Civil floriniano! Tienen los papeles, archivan los
papeles. y son los papeles los que gobiernan Sark. Desde
luego, la mayoría de nosotros estamos demasiado
maltratados para rebelarnos, pero ¿saben ustedes lo que
somos capaces de hacer si queremos, incluso ante
las narices de esos malditos Señores? Bien, pues verán lo
que he hecho yo.
»Hace un año era director de tránsito en el espacio-puerto.
Formaba parte de mi instrucción. Figura en los
registros. Tendrán ustedes que profundizar un poco para
encontrarlo porque el director titular de tránsito es un
sarkita. Él tiene el título pero yo hacía el trabajo. Mi
nombre pueden encontrarlo en la sección especial titulada
Personal Indígena. Ningún sarkita hubiera querido ensuciarse
los ojos leyéndola.
»Cuando el CAEI mandó el mensaje del analista del espacio al
puerto con la indicación de que fuese a recibir la
nave con una ambulancia, yo lo recibí. Transmití lo que era
seguro. Lo de la destrucción de Florina no lo
transmití.
»Me las arreglé para recibir al analista en un pequeño
aeropuerto suburbano y pude hacerlo fácilmente. Todos
los hilos y resortes que controla Sark pasaban por mis
dedos. Yo estaba en el Servicio Civil, recuérdenlo. Un
Gran Señor que hubiese querido hacer lo que hice yo no
hubiera podido, a menos que ordenase a algún
floriniano que lo hiciese en su lugar. Yo podía hacerlo sin
la ayuda de nadie. Tenía los conocimientos y los
resortes.
»Recogí al analista del espacio y lo oculté de Sark y del
CAEI. Saqué de él todas las informaciones que pude y
me dispuse a utilizarlas en favor de Florina y contra Sark.
-¿Mandó usted aquellas primeras cartas? -salió como a la
fuerza de los labios de Fife.
-Mandé aquellas primeras cartas, Gran Señor -dijo Terens con
calma-. Creí poder obtener el control de una
cantidad suficiente de kyrt y tierras de cultivo para poder
tratar con Trantor en mis condiciones y echarles a
ustedes del planeta.
-Estaba usted loco.
-Quizá. En todo caso, no salió bien. Yo le había dicho al
analista del espacio que era el Señor de Fife. Tenía que
hacerlo, porque sabía que Fife era el hombre más importante
del planeta y mientras creyese que yo era Fife
estaba dispuesto a hablar claramente. Me reía pensando que
imaginaba; que Fife estaba deseoso de hacer
cuanto fuese conveniente para Florina.
»Desgraciadamente, era más impaciente que yo. Insistía en
que cada día.'que pasaba era una calamidad,
mientras yo sabía que mis proyectos acerca de Sark
necesitaban tiempo por encima de todo. Llegó un momento
en que me fue imposible detenerlo por más tiempo y tuve que
acudir a la prueba psíquica. Podía procurarme el
instrumento. La había visto practicar en los hospitales.
Sabía algo acerca de ello. Desgraciadamente, no lo
bastante.
»Dispuse la prueba para borrar la ansiedad de las capas
superficiales de su cerebro. Es una operación sencilla.
Sigo ignorando qué ocurrió. Creo que la angustiase
profundizaba más y más, y la prueba automáticamente la
siguió, penetrando en lo más consciente de su cerebro con
ella. Me encontré con un ser desprovisto totalmente
de cerebro en mis manos... Lo siento, Rik.
Rik había estado escuchando intensamente, y con voz triste
dijo:
-No hubiera usted debido interferir en mí, Edil, pero
comprendo cuáles debieron ser sus sentimientos...
-Sí -dijo Terens-; ha vívido usted en el planeta. Conoce a
los patrulleros ya los Nobles, y sabe la diferencia que
hay entre Ciudad Alta y Ciudad Baja.
De nuevo reanudó el relato de lo ocurrido.
-Así, pues, me encontraba con un analista del espacio
absolutamente indefenso en mis manos. No podía
abandonarlo para que cualquiera lo encontrase y descubriese
su identidad. No podía matarle. Estaba seguro de
que su memoria volvería y yo necesitaba su ayuda, sin contar
con que matarlo hubiera sido traicionar la buena
voluntad de Trantor y del CAEI, que eventualmente podía
serme necesaria. Además, en aquellos tiempos era
incapaz de matar.
»Me las arreglé para hacerme nombrar Edil en Florina y me
llevé al analista del espacio con papeles falsos. Hice
que lo encontrasen y busqué a Valona para que se hiciera
cargo de él. Posteriormente, ya no hubo más peligro
que aquella vez por el médico. Entonces, tenía que entrar en
las centrales de energía de Ciudad Alta, lo cual no
era imposible. Los ingenieros eran sarkitas, pero los
mecánicos eran florinianos. En Sark había aprendido lo
suficiente sobre mecánica para saber disminuir la intensidad
de la energía. Necesité tres días para encontrar el
tiempo necesario. Después de eso, podía matar con facilidad.
Jamás supe, no obstante, que el doctor
conservaba un duplicado de sus ficheros en sus dos
dispensarios. Ojalá lo hubiese sabido.
Desde donde estaba sentado, Terens podía ver el cronometro
de Fife.
-Entonces, hace cien horas..., me parece que hace cien
años... -Rik empezó a recordar de nuevo-. y ya saben
ustedes toda la historia.
-No -dijo Junz-, no la sabemos. ¿Cuáles son los detalles de
la historia del analista del espacio sobre la
destrucción planetaria?
-¿Cree usted que entendí los detalles de lo que tenía que
decir? Era una especie de..., perdóneme, locura de
Rik.
-¡No lo era! -saltó Rik-. ¡No podía serIo!
-El analista del espacio tenía una nave... ¿Dónde está? -En
los depósitos de desguace desde hace tiempo -dijo
Terens-. Se dictó una disposición para desmontarla. Mi
superior la firmó. Un sarkita no lee nunca lo que firma,
desde luego. Fue desguazada sin discusión.
-¿Y los papeles de Rik? Ha dicho antes que le enseñó sus
papeles.
-Entréguenos a este hombre -dijo Fife súbitamente y
averiguaremos lo que sabe.
-No -dijo Junz-. Su primer crimen fue contra el CAEI. Raptó
y enajenó la mente de un analista del espacio. Nos
pertenece.
-Junz tiene razón -dijo Abel.
-Ahora, escuchen -dijo Terens-. No diré una palabra sin
garantías. Sé dónde están los papeles de Rik. Están
donde ni un sarkita ni un trantoriano podrán encontrarlos
jamás, Si los quieren ustedes, tendrán que
reconocerme como refugiado político. Todo lo que he hecho ha
sido por mero patriotismo, por servir las
necesidades de mi planeta. Un sarkita un trantoriano puede reclamar que se le
reconozca su patriotismo, ¿por
qué no un floriniano?
-El embajador -dijo Junzha dicho que sería usted entregado
al CAEI. Puedo asegurarle que no se le pondrá a
disposición de Sark. Será usted procesado por el tratamiento
a que sometió al analista, No puedo garantizar el
resultado, pero si está usted dispuesto a cooperar ahora con
nosotros, eso contará en su favor.
Terens miró interrogativamente a Junz. Después dijo:
-Correré ese riesgo con usted, doctor... Según el analista
del espacio, el sol de Florina está en fase prenova,
-¡Cómo! -La exclamación o su equivalente salió de todos los
labios menos de los de Valona.
-Está a punto de estallar y hacer «bum» -añadió Terens
sarcásticamente-. y el día que esto ocurra todo Florina
hará «bum» también y se disolverá como una bocanada de humo.
-No soy analista del espacio -dijo Abel-, pero he oído'
decir que no hay manera de predecir cuándo una estrella
hará explosión,
-Es verdad. Sólo hasta ahora, sin embargo. ¿Le ha explicado
Rik qué le hace pensarlo? -preguntó Junz,
-Supongo que sus papeles lo demostrarán, Lo único que puedo
recordar es algo acerca de una corriente de
carbono.
-¿Cómo?
-Iba diciendo: «La corriente de carbono del espacio. La
corriente de carbono del espacio..,» Esto y las palabras
«(efecto catalítico».
Steen se echó a reír. Fife frunció el ceño. Junz miraba
finalmente. .
-Perdonen -dijo este último-. Vuelvo en seguida.
Salió de los límites del tubo receptor y se desvaneció. A
los quince minutos estaba de vuelta y dirigió una mirada
circular de estupefacción. Sólo Abel y Fife estaban
presentes.
-¿Donde...? -pregunto.
-Le hemos estado esperando, doctor Junz -dijo Abel al
instante-. El analista del espacio y la muchacha están
camino de la Embajada. La conferencia ha terminado.
-¡Terminado! ¡Por la Gran Galaxia, si no ha hecho más que
empezar Tengo que explicarles las posibilidades de
novaformación. -No es necesario, doctor -dijo Abel
agitándose nervioso en su silla.
-Es muy necesario. Es esencial. Deme cinco minutos.
-Déjenme hablar -dijo Abel sonriendo.
-Tomémoslo desde el principio -dijo Junz-. Según los más
primitivos anales científicos de la civilización
galáctica, ya se sabía que las estrellas recogen su energía
de las transformaciones nucleares de su interior. Era
también sabido que, dado lo que sabemos de las condiciones
del interior de las estrellas, dos tipos, y sólo dos
tipos de transformaciones nucleares pueden suministrar la
energía necesaria. Ambas comportan la conversión
de hidrógeno en helio. La primera -transformación es
directa; dos átomos de hidrógeno y dos neutrones se
combinan para formar un núcleo de helio. La segunda es
indirecta, con distintas fases. Termina con el hidrógeno
convirtiéndose en helio, pero en las fases intermedias
intervienen los núcleos de carbono. Estos núcleos de
carbono no se consumen, se forman de nuevo a medida que se
producen las transformaciones, de manera que
una cantidad insignificante de carbono puede utilizarse una
y otra vez, sirviendo para convertir una gran cantidad
de hidrógeno en helio, En otras palabras, el carbono actúa
como catalizador. Todo eso se sabía desde los
tiempos de la prehistoria, desde los tiempos en que la raza
humana estaba limitada a un solo planeta..., si es
que ese tiempo ha existido jamás.
-Sí, todos lo sabemos -dijo Fife-. Me parece que lo que hace
usted únicamente es hacernos perder el tiempo.
-Pero eso es la único que sabemos. Utilicen las estrellas
una u otra de las transformaciones, o ambas, los
procesos
nucleares no han quedado determinados nunca. Siempre han
existido escuelas de pensamiento mantenedoras
de una de las dos alternativas. Generalmente la opinión se
ha inclinado por la conversión directa del hidrógeno
en helio, por ser la más sencilla de las dos.
»Ahora bien, la teoría de Rik puede ser ésta. La conversión
directa hidrógeno-helio es la fuente normal de la
energía estelar, pero en determinadas condiciones se añade
la catálisis del carbono, acelerando el proceso,
dándole velocidad, calentando la estrella.
»Hay corrientes en el espacio. Esto lo saben ustedes muy
.bien. Algunas de ellas son corrientes de carbono. Las
estrellas que atraviesan estas corrientes absorben un
sinnúmero de átomos. La masa total de átomos
absorbidos es sin embargo increíblemente microscópica
comparada con el peso de la estrella y no la afecta en
modo alguno. i A excepción del carbono! Una estrella que
pasa a través de una corriente que contenga una
concentración anormal de carbono se vuelve inestable. No sé
cuántos años o centenares, o millares de años se
necesitan para que los átomos del carbono se difundan en el
interior de la estrella, pero probablemente se
necesita mucho tiempo. Esto quiere decir que la corriente de
carbono tiene que ser ancha y una estrella tiene
que cortarla en un ángulo muy pequeño. En todo caso, una vez
la cantidad de carbono filtrada en el interior de la
estrella sobrepasa una determinada magnitud crítica, la
radiación de la estrella queda tremendamente afectada.
Las capas externas ceden ante una inimaginable presión y se
produce una "nova". ¿Comprenden?
Junz esperó.
-¿Ha explicado usted todo esto en dos minutos como resultado
de alguna vaga frase que el Edil recordaba por
habérsela oído decir al analista del espacio hace un año?
-preguntó Fife.
-Sí. No hay nada sorprendente en ello. El análisis del
espació da claramente esta teoría. Si Rik no hubiese
venido a comunicárnosla, en breve hubiera venido alguien
más. En realidad, se han expuesto ya teorías
similares otras veces, pero nunca se consideraron serias. Se
expusieron antes de que la técnica del análisis del
espacio se hubiese desarrolla do y nadie era capaz de
explicar la súbita adquisición de un exceso de carbono
por la estrella en cuestión.
»Pero ahora sabemos que existen corrientes de carbono,
Podemos seguir sus recorridos, descubrir qué
estrellas han efectuado una intersección en estos recorridos
durante los diez mil últimos años, confrontar todo
esto con nuestros archivos de formaciones de
"nova" y variaciones de radiación. Esto es lo que Rik debe haber
hecho. Éstos debieron ser los cálculos y observaciones que
trató de mostrar al Edil. Pero todo esto es ajeno a la
cuestión esencial.
»Lo que hay que disponer desde este momento es la inmediata
evacuación de Florina.
-Ya sabía yo que acabaríamos en esto -dijo Fife. -Lo siento,
Junz -dijo Abel-, pero eso es totalmente imposible.
-¿Por qué es imposible?
-¿Cuándo tiene que estallar el sol de Florina?
-No lo sé. A juzgar por la ansiedad demostrada por Rik hace
un año, diría que tenemos muy poco tiempo.
-Pero ¿no puede usted adelantar una fecha?
-Desde luego que no,
-¿Cuándo cree usted poder avanzarla?
-Es imposible decirlo. Aunque dispusiese de los cálculos de
Rik, sería necesario comprobarlo todo de nuevo.
-¿Podría usted garantizar que la teoría del analista del
espacio resultaría exacta?
-Personalmente, estoy convencido de ello -dijo Junz
frunciendo el ceño-, pero no hay ningún científico que
pueda garantizar una teoría por adelantado,
-Entonces, ¿resulta que quiere evacuar Florina por una
simple especulación? .
-Creo que el riesgo de ver toda la población de un planeta
aniquilada no es de los que se pueden correr .
-Si Florina fuese un planeta ordinario, estaría de acuerdo
con usted. Pero Florina contiene todo el suministro de
kyrt de la Galaxia. Es imposible hacerlo,
-¿Es éste el acuerdo a que llegó usted con Fife mientras
estuve ausente? -dijo Junz con cólera.
-Déjeme que se lo explique, doctor Junz -intervino Fife-. El
gobierno de Sark no consentirá nunca evacuar
Florina aunque el CAE! proclame tener pruebas de esa teoría
«nova» suya. Trantor no puede obligarnos, porque
así como la Galaxia puede apoyar una guerra contra Sark con
el propósito de mantener el comercio de kyrt,
jamás la apoyará con el propósito de acabar con él.
-Exacto -dijo Abel-. Temo que ni nuestro mismo pueblo nos
apoyaría en una guerra de esta especie.
Junz sentía que la repulsión iba creciendo en él. ¡Un
planeta lleno de hombres no significaba nada ante los
dictados de una necesidad económica!
-Escúchenme -dijo-. Aquí no se trata de un planeta, sino de
toda la Galaxia. Cada año se originan veinte
«novas» en el seno de la Galaxia. Además, unas dos mil
estrellas entre los cien billones de la Galaxia cambian
sus características de radiación lo suficiente para hacer
inhabitables todos los planetas de su sistema. Los seres
humanos ocupan un millón de sistemas estelares de la
Galaxia. Esto quiere decir que, por término medio, cada
cincuenta años alguno de los planetas habitados de la
Galaxia aumenta de temperatura hasta el punto en que la
vida se hace imposible en él. Estos casos son sólo datos
históricos. Cada cinco mil años, un planeta habitado
tiene un cincuenta por ciento de probabilidades de
convertirse en gas por una «nova».
»Si Trantor no hace nada por Florina, si permite que se
evaporice con todos sus habitantes, servirá de aviso a
toda la Galaxia de que cuando les llegue su turno no pueden
esperar ayuda, si esta ayuda se cruza en el camino
de la conveniencia económica de algunos hombres poderosos;
¿Quiere usted correr este riesgo, Abel?
»Por otra parte, ayude usted a Florina y habrá demostrado
que Trantor antepone su responsabilidad ante el
pueblo de la Galaxia al mantenimiento de unos meros derechos
de propiedad. Trantor ganará con ello una
buena voluntad que no conseguirá nunca por la fuerza.
Abel bajó la cabeza. Después la movió desalentado.
-No, Junz. Lo que dice usted me afecta, pero no es práctico.
No puedo contar con emociones para contrarrestar
el efecto político de toda tentativa de acabar con el
comercio de kyrt. Sólo la idea de que pudiese ser verdad
haría demasiado daño.
-Pero..., ¿Y si es verdad?
-Tenemos que partir de la suposición de que no lo es.
Supongo que cuando se ha ausentado usted unos
minutos ha sido para ponerse en contacto con el CAEI.
-Sí.
-No importa. Espero que Trantor tenga suficiente influencia
para poner fin a sus investigaciones.
-Me parece que no. No a estas investigaciones. Señores,
pronto tendremos el secreto del kyrt barato. Dentro de
un año no habrá monopolio del kyrt, se produzca o no una
«nova»,
-¿Qué quiere usted decir?
-La conferencia alcanza ahora su punto esencial, Fife. De
todos los planetas habitados, sólo Florina produce
kyrt. Sus semillas producen celulosa ordinaria en los demás.
Florina es probablemente el único planeta
habitado, por una simple cuestión de azar, que es
corrientemente prenova y ha sido probablemente prenova
desde que por primera vez entró en una corriente de carbono,
quizá hace miles de años, si el ángulo de
intersección era pequeño. Parece probable, por lo tanto, que
el kyrt y la fase prenova vayan juntos.
-Absurdo... -dijo Fife
-¿Sí? Debe haber alguna razón pata que el kyrt sea kyrt en
Florina y vulgar algodón en los demás planetas. Los
científicos han intentado por todos los medios producir kyrt
artificialmente, pero lo han intentado a ciegas y por
eso han fracasado siempre. Ahora sabrán que se debe a
factores relacionados con un sistema estelar prenova.
-Han intentado duplicar la calidad de radiación en el sol de
Fife -dijo éste con desprecio.
-Con arcos de luz apropiados, sí, pero duplicaron sólo el
espectro visible y ultravioleta. ¿Qué hay de la radiación
.infrarroja y más allá? ¿y de los campos magnéticos? ¿Y de
la emisión de electrones? ¿Y de los efectos de los
rayos cósmicos? No soy un físico bioquímico, de manera que
puede haber factores de los que yo no sé nada.
Pero los físicos bioquímicos lo tendrán en cuenta ahora;
todos los de la Galaxia. Dentro de un año se habrá
encontrado la solución.
»La economía se ha puesto ahora del lado de la
humanidad" La Galaxia necesita kyrt barato, y si lo consigue, y
sé supone que lo encontrará en breve, querrán evacuar
Florina, no sólo por humanidad, sino también por el
deseo de que las cosas se vuelvan finalmente contra los
devoradores de kyrt, los sarkitas.
-«Bluff» -gruñó Fife.
-¿Lo cree usted así, Abel? -preguntó Junz-. Si ayuda a loS
Nobles, se considerará a Trantor no como salvador
del comercio del kyrt, sino del monopolio del kyrt. ¿Quiere
usted correr ese riesgo?
-¿Puede Trantor correr el de una guerra? -preguntó
-¿Una guerra? ¡Absurdo! Dentro de un año sus posesiones no
tendrán valor alguno, con «nova» o sin ella.
¡Venda! Venda todo Florina. Trantor puede pagarlo.
-¿Comprar un planeta? -preguntó Abel con desmayo. -¿Por qué
no? Trantor tiene fondos suficientes y el
beneficio en buena voluntad del pueblo de todo el universo
se lo recompensará mil veces. Si decirles que está
usted salvando centenares de millones de vidas no es bastante,
dígales que les dar kyrt más barato. Esto
surtirá efecto.
-Lo pensaré -dijo Abel, mirando a Fife, que cerraba los
ojos.
-Lo pensaré -dijo también éste, después de una pausa. Junz
se echó a reír con una risa estridente.
-No lo piense demasiado tiempo. La historia del kyrt no
tardará en conocerse. Nada puede detenerlo. Después,
ni ustedes ni yo tendremos libertad de acción. Pueden
ustedes hacer ahora mejor negocio.
El Edil parecía extenuado. -¿Es realmente verdad? -iba
repitiendo-. ¿Realmente verdad? ¿Se acabará Florina?
-Es verdad -dijo Junz.
Terens abrió los brazos y volvió a dejarlos caer a los
lados.
-Si quiere los documentos que obtuvo de Rik, están
archivados entre estadísticas vitales en mi casa. Se
remontan a más de cien años atrás. Nadie irá a buscarlos
allí.
-Mire -dijo Junz-, estoy seguro de que podemos llegar a un
acuerdo con el CAEI. Necesitamos a un hombre en
Florina, alguien que conozca al pueblo de Florina, que pueda
decirnos cómo explicarles las cosas, cómo
organizar mejor la evacuación, cómo alcanzar los planetas
más aptos para su refugio. ¿Quiere ayudarnos?
-¿Y quedarme tranquilo de esa manera, quiere decir? ¿Escapar
del asunto del asesinato? ¿Por qué no? -
súbitamente aparecieron lágrimas en los ojos de Terens-.
Pero salgo perdiendo, de todos modos. No tengo
mundo, no tengo hogar. Todos perdemos. Los Florinianos
pierden su mundo, los sarkitas pierden su riqueza, los
trantorianos su posibilidad de poseer aquella riqueza. No
hay ganancias en ninguna parte.
-Por lo menos -dijo Junz con suavidad dése cuenta de que en
la nueva Galaxia, una Galaxia libre de la amenaza
de la inestabilidad estelar, una Galaxia con el kyrt
accesible para todos, una Galaxia en la cual la unificación
política será mucho más estrecha, habrá ganancias al fin y
al cabo. Los pueblos de la Galaxia; ésos serán los
que ganen.
Epílogo
Un año después
-¡Rik! ¡Rik! -Selim Junz corría a través del espaciopuerto
con las manos tendidas hacia la nave-. ¡Y Lona! Jamás
les hubiera reconocido. ¿Cómo están? ¿Cómo están?
-Tan bien como es de desear. Nuestra carta llegó a sus
manos¡ por lo que veo -dijo Rik.
-Desde luego. Dígame, ¿qué piensa de todo esto?
Andaban juntos, en dirección a la oficina de Junz.
-Esta mañana hemos visitado nuestra vieja ciudad -dijo
Valona tristemente-. Los campos están vacíos...
Sus ropas eran ya las de una dama del Imperio en lugar de
las de una campesina de Florina,
-Sí, tiene que ser terrible para una persona que ha vivido
allí. Es terrible incluso para mí, pero estaré todo el
tiempo posible. Los datos de radiación del sol de Florina
son de un interés teórico extraordinario.
-¡Una evacuación como ésta en menos de un año! Dice mucho en
favor de una excelente organización.
-Hacemos todo lo que podemos, Rik. ¡Oh, me parece que
debería llamarle ya por su verdadero nombre...
-¡No, por favor! Nunca podría acostumbrarme. Soy Rik. Es
todavía el único nombre que recuerdo.
-¿Ha decidido ya si va a volver al análisis del espacio?
-preguntó Junz.
-Lo he decidido -dijo Rik moviendo la cabeza-, pero la
decisión es no. Jamás podré recordar lo suficiente. Esta
parte se ha borrado para siempre. Pero no me preocupa, sin
embargo. Voy a regresar a Tierra... A propósito,
espero ver al Edil.
-No lo creo. Se ha marchado hoy. Me parece que no desea
verle. Se siente culpable ante usted. ¿No le guarda
usted rencor?
-No -respondió Rik-. Su intención era buena y ha hecho que
mi vida cambiase en otra mejor en ciertos aspectos.
En primer lugar, he conocido a Lona -y pasó el brazo
alrededor del hombro de la muchacha.
Valona le miró y le dirigió una sonrisa.
-Por otra parte -prosiguió Rik-, me ha curado algo. He
descubierto por qué era analista del espacio. Sé por qué
casi la tercera parte de los analistas del espacio se
reclutan en un solo planeta, Tierra. Todo el que vive en un
mundo radiactivo está destinado a vivir en el miedo y la
inseguridad. Un paso en falso puede significar la muerte,
y la superficie de nuestro planeta es el peor enemigo que
tenemos. Esto desarrolla en nosotros una especie de
ansiedad, doctor Junz, el terror de los planetas. No nos
sentimos seguros más que en el espacio; es el único
lugar en que somos felices.
-¿Y no se siente usted así ya?
-Ciertamente no. No recuerdo siquiera haberme sentido de esa
manera. Es así, ¿sabe usted? El Edil me
sometió a la psicoprueba para quitarme la sensación de
ansiedad y no se preocupó de establecer los controles
de intensidad. Creía que sólo tenía que curar una
perturbación reciente y superficial, y en lugar de eso se trataba
de una ansiedad profunda y arraigada de la que no sabía
nada. Lo liberó todo. En cierto modo valía la pena de
liberarse de eso, aunque con ello se fuese mucho más. Ya no
necesito permanecer en el espacio. Puedo
regresar a Tierra. Puedo trabajar en ella y Tierra necesita
hombres. Siempre los necesitará.
-¿Sabe usted por qué no podemos hacer por Tierra lo que
estamos haciendo por Florina? -preguntó Junz-.
Porque no hay necesidad de inducir en los habitantes de
Tierra un estado de temor e inseguridad. La Galaxia es
vasta.
-No -dijo Rik con vehemencia-. Es un caso diferente. Tierra
tiene su pasado, doctor Junz. Hay mucha gente que
quizá no lo crea, pero nosotros, los habitantes de Tierra,
sabemos que Tierra era el planeta original de la raza
humana.
-Bien, quizá. No podría decirlo, de una u otra forma...
-Lo era. Es un planeta que no se puede abandonar; no
debe abandonarse, Algún día haremos que su superficie vuelva
a ser lo que en otros tiempos tiene que haber
sido. Hasta entonces..., seguiremos allí.
-Ahora soy un habitante de Tierra -dijo Valona. Rik tenía la
vista fija en el horizonte. Ciudad Alta era tan
deslumbrante como siempre, pero los habitantes se habían
marchado.
-¿Cuánta gente queda en Florina? -preguntó.
-Unos veinte millones -respondió Junz-. Trabajamos despacio
pero sin descanso. Tenemos que equilibrar la
retirada. La gente que queda tiene que mantenerse siempre
como una unidad económica durante los meses
que restan. Desde luego, la reinstalación está en su fase
inicial. La mayoría de los evacuados están todavía en
campos provisionales en mundos vecinos. Hay dificultades
inevitables.
-¿Cuándo se marchará el último habitante?
-Nunca, en realidad.
-No lo entiendo.
-El Edil ha pedido oficiosamente permiso para quedarse. Le
ha sido concedido, oficiosamente también. No será
objeto de registro público.
-¿Quedarse? -dijo Rik escandalizado-. Pero... ¡por toda la
Galaxia! ¿Por qué?
-No lo sé -dijo Junz-. Pero creo que usted lo ha explicado
al hablar de Tierra. Siente lo mismo que usted. Dice
que no puede soportar la idea de dejar a Florina morir sola.
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